jueves, 30 de diciembre de 2010

EL FASCINANTE JARDÍN DEL EDÉN

FELIZ AÑO 2011. Os deseo que este nuevo año esté pleno de salud, felicidad, y Gracia Divina.

UNA HISTORIA DEL JARDÍN DEL EDÉN
En esta sección de la Biblia se nos cuenta acerca de cómo fue creado el primer hombre del barro, cómo vivía en el jardín del Edén, la creación de la mujer, y el pecado que ambos cometieron, y del castigo que sufrieron. El principal propósito de la Torah en estos capítulos es explicar cómo es que en el mundo del Señor, el mundo del bondadoso y benefactor Dios, existe el mal y ha de sufrir el hombre todo tipo de penas, calamidades y sufrimientos. La respuesta dada en el Génesis acerca del origen del mal es esta: aunque el mundo salido de las manos del Creador es bueno –sí, muy bueno- el hombre lo corrompe con su conducta y da lugar al mal como resultado de su corrupción. Aparte de esta primaria enseñanza también se pueden sacar otras lecciones: la necesidad de una disciplina fundamentada en los estatutos de Dios; la innata humana conciencia; la ley del premio y castigo Divino; los lazos de hermandad que unen a los habitantes del mundo, todos descendientes de un par humano, que son todos parientes e iguales; el trato humano que hemos de otorgar a los animales, porque igual que nosotros fueron formados de la tierra; los valores del matrimonio; la importancia de la monogamia; la humildad que hemos de tener en nuestra conducta, entendiendo que somos polvo y al polvo retornamos, e ideas similares.

Estas enseñanzas, como la verdad que la Torah quiere transmitir, no pueden ser transmitidas en términos abstractos. En este caso, también, la Escritura ha de inculcar sus doctrinas mediante la descripción concreta, o sea, narrando una historia de la que el lector pueda sacar una enseñanza moral. Existían entre los Israelitas, incluso antes que fuese escrita la Torah, una tradición poética referente al jardín del Edén, incluso aunque había una tradición relacionada con la obra de la creación, y un poema épico, o posiblemente varias épicas, habían sido compuestos referentes al tema del jardín del Edén y lo que ahí tuvo lugar. Las dos tradiciones, una que trataba con la historia de la creación y la otra con la del jardín del Edén, eran de diferentes tipos. La primera, que trataba con un tema más especulativo, pasó aparentemente a través del círculo de los “sabios”, los grupos filosóficos que ahondaron en el misterio de la existencia del mundo. Los segundos, que trataron tópicos más simples y populares, estaban cerca de las masas de gentes asumiendo una forma más adecuada para ellos con retratos de más colorido y más vívidos. La Torah tomó material para su construcción de la saga de la creación así como de historias tradicionales acerca del jardín del Edén, de acuerdo con el método con el cual estamos familiarizados. Seleccionó del material tradicional lo que estaba de acuerdo con su espíritu y propósito, y rechazó y anuló, mediante el silencio o alguna crítica, todo lo que le parecía inaceptable, y le dio a todo el relato un nuevo cariz con un patrón para encajar en su punto de vista y su meta educativa.

Mi hipótesis es que los Israelitas tenían una tradición épica referente a la historia del jardín del Edén antes que fuese puesta por escrito la Torah, y que esta tradición ya había recibido forma literaria en uno o más poemas épicos. Esto encuentra apoyo en un número de versículos bíblicos algunos de los cuales pertenecen a esta sección o a la de otros libros. Vale la pena mientras se examinan algunas de estas citas en detalle, poner atención, al mismo tiempo, a lo que nos dicen las obras literarias de los pueblos del antiguo Oriente acerca de temas cognados.

Se afirma en Gén. 3:24: “…. Y a oriente del jardín de Edén colocó al querubín y la espada llameante que giraba para cerrar el camino del árbol de la vida”. Es obvio que “el querubín y la espada llameante que giraba” son aquí mencionados con un artículo definido, aunque no hay referencia previa a ellos en esta sección, tampoco eran nuevos para los Israelitas. Hemos pues de concluir que la historia estaba registrada en alguna obra literaria antigua conocida por el pueblo. Dado que, además, una frase como “la espada llameante que giraba” es sin lugar a dudas poética, podemos considerar que el antiguo texto en cuestión era un poema y no una composición en prosa. Sin duda, era una épica Israelita, pues no es concebible que la Torah incluyese una épica de origen pagano o gentil. También, en el libro de Ezequiel, que hace repetidas referencias al Edén, especialmente en dos secciones, menciona el “cherub” en conexión con el jardín del Edén (Ezeq. 28:14f); pero el “cherub” en este caso no está necesariamente “fuera” del Paraíso, como está aquí, sino “dentro” de éste. Esto indica que el pasaje en Ezequiel es independiente de el del Génesis, y que el profeta tenía una fuente diferente ante él, con la que los oyentes estaban familiarizados, que hablaba de un “cherub o cherubim” en el jardín del Edén; esta fuente era sin duda poética, como queda evidenciada por la colorida descripción del profeta.

Hay otros indicios de una tradición poética que se pueden apreciar en esta sección (Génesis): el ritmo poético de un cierto número de palabras Gén. 2:18, 23; 3:14-19); los ejemplos de paralelismo que aquí encontramos aparte de las palabras en (por ejemplo, Gén. 2:5; 3:3,6, etc.); también hay que considerar las palabras poéticas como el nombre “edh” (= fuente; palabra de significado incieto) en Gén. 2:6 que también aparece en Job 36:27; el verbo “bana” (literalmente “construir”) usado en el sentido de “crear” o “forma” (Gén. 2:22), que es la connotación que tiene en la poesía Acadia y Ugarítica; así mismo las frases que comienzan con la palabra “terem” (Gén. 2:5), característica del estilo, tanto de los Israelitas como de los Gentiles, en los poemas que retratan los primeros periodos de la creación. Notorios son también los árboles en el jardín del Edén (Gen. 2:9; cf. 3:6). Frases similares se dan en la Épica de Gilgamesh en la descripción del jardín de la diosa Siduri; ahí, también, encontramos las mismas palabras “agradable a la vista” (literalmente “contemplar”) y en la cláusula paralela “bueno para ser mirado” (recensión Asiria, Tablilla IX, v, final). Todo esto señala hacia una tradición poética establecida en el antiguo Oriente, que Israel compartía. Hay otras expresiones en esta sección que también pueden servir, aunque no atribuibles a fuentes poéticas, como pruebas adicionales de que la historia aquí narrada no es el primer relato Israelita acerca de este tema. Por ejemplo: “…. Y en medio del jardín, EL ÁRBOL DE LA VIDA” (Gén. 2:9). El hecho que se dé el artículo definido en esta frase (“el” árbol de la vida), en su primera aparición en esta sección, indica ---como ya he dicho referente al Querubín y la espada llameante..--, que era algo con lo que los Israelitas estaban familiarizados, y por lo tanto el lector podía comprender instantáneamente la referencia.

Lo mismo se aplica al “árbol del conocimiento del bien y del mal”. El nombre de este árbol lleva igualmente el artículo definido cuando es mencionado la primera vez (Gén. 2:9); y aunque no se han descubierto paralelos a éste ni en la literatura Israelita ni en la pagana, este árbol, también, le era sin duda conocido a los lectores de la Escritura mediante otra fuente. Así que no era necesario dar una explicación detallada de su naturaleza.

Aparte de esta sección del Génesis y los versículos en los que el “jardín del Edén o jardín del Señor” es introducido como símil (Gén. 13:10; Isa. 2:3; Ezeq. 36:35; Joel 2:3) el jardín del Edén es citado con detalle en dos pasajes en Ezequiel: 28:11-19; 31:8-9. Además de la referencia “cherub” arriba citada, estos pasaje contienen un número de detalles que señalan hacia una antigua tradición épica a la cual alude el profeta como tema de conocimiento común de su audiencia. Algunos de los detalles encontrados en las profecías corresponden a los de nuestra sección, otros no. Los puntos que concuerdan son los siguientes: (a) el jardín está en el Edén; (b) contiene árboles milagrosos, (c) el cherub es mencionado asociado al jardín; (d) la criatura que habitaba el jardín (el hombre en Génesis, el cherub en Ezequiel) pecó y fue, en consecuencia, expulsado del jardín; (e) frases particulares como, “el día de tu creación” (Ezequiel 28:13, 15), se asemejan a las de (Gén. 2:4) “Cuando fueron creados”, que es paralela con, “cuando el Señor hizo” (y más adelante en 5:1: “el día que Dios creó”) o como, “entre piedras de fuego” (del jardín del Edén) caminabas (Ezeq. 28:14), que recuerdas las palabras en Génesis 3:8, “que se paseaba por el jardín”; o como, “te convertí en CENIZA (Epher) sobre la tierra” (Ezeq. 28:18), que nos recuerda el versículo, “porque eres polvo y al polvo volverás” (Gén. 3:19). Estos paralelos indican la existencia de una tradición Israelita, marcada por una fraseología distintiva.

En orden a comprender la causa de estas divergencias entre la versión profética y la de la Torah, hay que entender que: (a) en las antiguas épicas Israelitas, a pesar del hecho que el material tradicional de Oriente adquiere en ellas un nuevo aspecto al tratar con el espíritu y conciencia nacional, permanecen, no obstante, ciertos elementos en los cuales se puede oír un débil eco de su origen en un medioambiente extranjero; (b) que los profetas y los poetas bíblicos, acostumbrados a usar el método retórico aplicados comúnmente en poesía y a expresar sus pensamientos de forma poética, no se abstenían a la hora de aludir a esas épicas o incluso de utilizar los mencionados elementos como símil y figuras poéticas del discurso; (c) que la Torah, escrita como está en prosa, no poesía, usa como regla, el lenguaje simple, no sólo tenía cuidado a la hora de evitar hacer el mínimo uso de elementos paganos, por miedo a que el lector pudiese entenderlos literalmente, sino que incluso expresaba, cuando era necesario, su protesta contra ellos.

La primera diferencia entre estos pasajes en Ezequiel y Génesis es: en el primero, en los capítulos 28 y 31, el jardín es llamado (gan ´Elohim) Jardín de Dios o (gan ha´Elohim) El Jardín de Dios, mientras que en Génesis se dice que el Señor plantó un jardín (Gén. 2:8) para el hombre. La antigua tradición épica hacía mención de un jardín que pertenecía específicamente a Dios, un concepto similar al que tenían los pueblos del antiguo Oriente, donde había muchas leyendas acerca de jardines de los dioses. El profeta no duda en hacer alusión al término poético “el jardín de Dios”; la Torah, sin embargo, no sólo excluye del relato toda referencia a este concepto, sino que expresa su desaprobación. Está escrito en Gén. 2:8: “El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado” y posteriormente leemos (Gén. 2:15): “Tomó, pues, el Señor Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase”. Pero la Torah se propone decir: No os imaginéis que el jardín del Edén era el jardín de Dios, como dicen los poetas; tenéis que comprender que el Señor Dios plantó el jardín sólo para el beneficio del hombre; Dios mismo no necesita jardín alguno. El símil “como el jardín del Señor” que tiene lugar en Isaías 51:3 y también en Génesis 13:10, es una comparación estereotipada en Hebreo acuñada en el periodo antiguo basada en la tradición referida, y la Torah también la utilizó como frase idiomática común, al haberse convertido en estereotipo, el significado etimológico de las palabras que la componen podía no ser tenido en cuenta.

La segunda diferencia. Según Ezequiel, el jardín está situado “SOBRE UNA MONTAÑA SAGRADA DE DIOS”: “estabas en el monte santo de Dios” (Ezeq. 28:14); “te degradé de la montaña de Dios como cosa profana” (Ezeq. 28:16). En la Torah no hay referencia alguna a una montaña santa (aunque incluso la descripción del Pentateuco implica que el jardín estaba sobre terreno elevado, dado que se nos dice que un río fluía del Edén para regar el jardín, y que se dividía en cuatro grandes ríos, pero no se menciona montaña alguna, mucho menos una montaña sagrada). No hay duda alguna que Ezequiel no se inventó la idea de la montaña, sino que la encontró en la tradición poética. En ésta, este rasgo debe haber jugado un papel importante, correspondiente a la creencia corriente, en el antiguo Oriente, referente a un jardín Divino plantado en una montaña Sagrada, el trono de los dioses, en el extremo Norte. La Torah, como de costumbre, no menciona este detalle y, con su silencio, lo niega. Escribe simplemente: “un jardín en el Edén, al Oriente”, nada más.

La tercera diferencia. Ezequiel alude a piedras preciosas y oro que se encontraban en el jardín del Edén y formaban la cubierta (vestido) del querub (querubín) (Ezeqiel 28:13). (=estar cerca de, del Acadio). Pero la Torah no contiene referencia alguna a semejante cosa (censura) en el Jardín del Edén. Es evidente que aquí, también, el profeta se refiere a algo narrado en un antiguo poema conocido por la audiencia. El objeto preciso al que se alude en las palabras de Ezequiel, es imposible decirlo basándonos solamente en alusiones, pero si podemos sacar ciertas inferencias del relato paralelo en la épica de Gilgamesh, donde se describe el jardín de la diosa Siduri (en la Tablilla IX, final de la columna V y fragmentos de la columna VI, versión Asiria). Se nos dice en este pasaje que de los árboles en este jardín, colgaban piedras preciosas en lugar de frutos, y, principalmente se menciona el (sându; en Hebreo: shoham ---identificado principalmente con el ónix, berilo, malaquita, crisoprasa) y el (uqnû; en Hebreo: sappir -----Sappir es saphiro o Lapis lazuli). A continuación el texto es defectuoso, y según las líneas fragmentadas que se conservan no hay duda que el poema se hace referencia a otros árboles, entre ellos los cedros, y a otras gemas. Tanto el shoham como el sappir están en la lista de piedras preciosas mencionadas en Ezequiel 28; así mismo los cedros están incluidos entre los árboles enumerados en Ezequiel 31:8. Parece como si el poema Israelita disponible para el profeta contenía una historia acerca de árboles milagrosos en el jardín del Edén que tenían joyas en lugar de frutos, y con sus ramas (formaba una cubierta) cubría la cabeza del querub (revestido, cubierto de Ezeq. 28:13). Se puede también asumir que el poema hablaba de árboles que daban frutos de oro, un concepto que se puede encontrar frecuentemente en mitos paganos, incluido los Europeos. Si la épica de Gilgamesh se refería también a frutos de oro en el jardín de Siduri o no, no se puede determinar dados los defectos en el texto.

Hay que señalar que señalar, no obstante, que en Job 28:16, en el Eulogio a la sabiduría, no sólo el “soham” y “sappir”, que encabezan la lista de gemas en el jardín de Siduri, la “diosa de la sabiduría”, pero también el oro, llamado oro (kethem) de Ofir, es mencionado. Con anterioridad, en el mismo capítulo de Job (vv. 5-6), leemos “zafiro y oro” a lo que se yuxtapone “lahem” (Versión N.C. “pan”), una palabra cuya autenticidad es dudosa, para la cual Torczyner en su comentario sugiere, sin referirse a nuestro sujeto, que hemos de leer el nombre de una piedra preciosa, posiblemente “yahalom” (diamante, jaspe, u ónix), o “leshem” (jacinto, Liguria, o ámbar), o “soham”. Todo esto señala a la existencia de una tradición poética establecida entre los Israelitas, y a esta tradición que alude Ezequiel en sus profecías. Hay que señalar que inmediatamente después del oro, Ezequiel menciona (“mele´kheth tuppekha uneqabhekha”) “los aretes y pinjantes”; la palabra oscura al final –neqabhekah (pinjante)- puede ser también explicada sobre la base de dicha tradición Oriental, igual que la mención a los ornamentos de oro y plata que pertenecían, según los mitos paganos, a los dioses y semi-dioses (ver. En los textos Ugaríticos: Orientalia, New Series, Vol. VII (1939), p.282).

En Génesis no hay nada de esto. Nada de estas cosas extrañas mitológicas como árboles que tienen piedras preciosas o bolas de oro en lugar de frutos estaba en consonancia con el espíritu de la Torah, lo cual rechazaba enfáticamente. En la narrativa de la Torah, los frutos del jardín del Edén son todos naturales, como cualquier otro fruto en el mundo, y aunque los frutos de dos de los árboles podían producir efectos únicos, son descritos, no obstante, poseyendo las cualidades de los frutos ordinarios (Gén. 3:6): “Que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista….. tomó de su fruto”.

Pero esto no es todo; en esta ocasión la Torah no está contenta con la negación silenciosa, sino que expresa explícitamente su oposición. Atribuye el origen del “soham y bedholah” y el oro al país de Evila (Jávila-Havilah), unos de los países del mundo (Gén. 22:11-12). Sólo a la luz de esta exposición podemos comprender por qué estas substancias son mencionadas en nuestra sección; de otra forma la referencia a ellas estaría fuera de lugar. La Torah trata de decir, por así decirlo: “No preocuparos con lo que dicen los poetas acerca del oro que crece en árboles del Edén como si fueran frutos. Son naturales, substancias creadas de la tierra que vienen a nosotros de los países que conocemos.

La cuarta diferencia. Ezequiel habla de “piedras de fuego” que estaban en el jardín del Edén (Ezeq. 28:14): “Estabas en el monte santo de Dios, caminabas entre piedras de fuego ( ver también Ezeq. 10:2); (Ezeq. 28:16): “Te eché fuera del monte de Dios, y te expulsó el querube protector de entre las PIEDRAS DE FUEGO”; pero la Torah no hace mención alguna de esto. Sin duda, esas piedras a las que alude el profeta como algo de por sí conocido, se referían a las épicas antiguas, como una de las características del jardín del Edén. Los comentaristas las identifican usualmente con las gemas arriba mencionadas, pero esto es poco probable –primero, porque el profeta no necesitaba hablar de ellas de nuevo; segundo, porque las piedras preciosas constituían la cubertura del cherub, o sea, que constituían la protección de su cabeza de entre las ramas de los árboles, mientras que las piedras de fuego, “entre las cuales” el cherub “caminaba”, yacían aparentemente en el suelo del jardín. Si no me equivoco, el fuego no es otro sino el fuego del cielo tal y como lo vemos en la forma del relámpago, que sale desde arriba de la torre de la “montaña de Dios”, cuya cima alcanza el cielo y sobre la cual está situado el jardín del Edén. Esta visión encuentra apoyo en Ezequiel, donde, en la descripción del fuego del carro Divino, dice (Ezeq. 1:13): “el fuego brillaba y lanzaba RELÁMPAGOS”. Así, hemos de ver las “piedras de fuego” mencionadas en la poesía Ugarítica en conexión con el diálogo entre Ba´al, el dios de los cielos, y `Anath, su hermana (TABLILLA V AB, parte III, línea 23, y parte IV, línea 61, según la restauración sugerida del texto) y también con las “piedras de rayos” que tienen lugar en la Acadia oración a Ramman (Rimmon), el dios de la tormenta-viento (King, Babylonian Magic and Sorcery, London, 1896, p.78, línea 2 (Nº 21, línea 17). El tema de las “piedras de fuego” en la antigua poesía Israelita era uno de los elementos en los cuales todavía se puede discernir el lazo con los conceptos religiosos gentiles; por lo tanto la Torah deseaba anularlos, y, de acuerdo con su práctica usual, pasaba sobre ellos en silencio.

La quinta diferencia. En Génesis los árboles del jardín son mencionados en términos generales solamente –toda clase de árboles deliciosos a la vista y buenos para comer (Gén. 2:9); pero en el libro de Ezequiel están especificados en detalle. Cuando el profeta describe la majestuosa belleza de los Cedros del Líbano, símbolo del Faraón rey de Egipto, dice que “los Cedros en el jardín de Dios no lo igualaban y los cipreses –que estaban en el mismo jardín obviamente- no podían competir con su hermoso ramaje, y que ningún árbol en el jardín de Dios le igualaba en belleza, y que todos los árboles del jardín del Edén le envidiaban” (Ezeq. 31:8-9). Por lo tanto Ezequiel pregunta: “A quién eras comparable en gloria y en grandeza, entre los árboles de Edén”? Los nombres de estos árboles -cedros, cipreses, plátanos- así como sus características- su belleza, su tamaño, y su majestad (gloria)- deben haber sido conocidos a la audiencia del profeta, de lo contrario sus alusiones no habrían creado el efecto que deseaba. Ya he mencionado que la épica de Gilgamesh daba en detalle una descripción del jardín divino y los árboles ahí, y que esta descripción, de la que sólo nos han llegado fragmentos, mencionaba al menos los cedros. Por lo tanto, también la poesía Israelita debe haber descrito en detalle y con colorido poético el jardín y sus árboles majestuosos. El profeta, característicamente, alude a esta descripción, pero la Torah, no menos típicamente, pasa sobre ella en silencio.

La sexta y más fundamental diferencia. En Ezequiel 28, el ser que habita el Jardín del Edén, pecó, y fue expulsado, fue el cherub, no el hombre, como ocurre en Génesis. En el pasaje profético, las referencias a la parábola, o sea, la historia del cherub está entrelazada con referencia al sujeto que ilustra, a saber, el destino del rey de Tiro, y no es fácil separar al primero de éste último. Pero se puede atribuir razonablemente al cherub las siguientes cláusulas: “Eras perfecto en tus caminos…. Hasta que se encontró en ti la iniquidad” (v. 15)…. Y pecaste; yo te he expulsado como cosa profana de la montaña de Dios, te expulsó el cherub protector de entre las piedras de fuego (v.16); tu corazón estaba orgulloso debido a tu belleza, corrompiste tu sabiduría por causa de tu esplendor. Y yo te precipité por tierra… (v. 17) Por la multitud de tus iniquidades…. Profanaste tus santuarios; y yo he sacado de ti mismo el fuego que te ha devorado; te he reducido a ceniza sobre la tierra, a los ojos de cuantos te miraban” (v. 18); quizá deberíamos incluir: “has llegado a un fin espantoso; para siempre dejaste de existir” (v.19). Todo esto testifica el hecho que en un periodo remoto de la antigüedad había una saga Israelita que testificaba como el cherub –o uno de los cherub- que habitaba en el jardín del Edén, sobre la montaña de Dios, que estaba tan alta como el cielo, pecó en su orgullo contra Dios, y como castigo por esta trasgresión fue expulsado del Edén y expulsado hacia abajo en la tierra. Podría ser que la palabra tierra aquí es usada en el sentido de “sheol” (donde habitan los muertos), cuyo sentido también se encuentra en Acadio. Esta saga, por lo tanto, pertenece al ciclo de las leyendas referente a los ángeles que fueron expulsados del Cielo. El profeta alude a esta tradición y la usa como una parábola profética para la caída del rey de Tiro. La Torah, por otro lado, busca refinar y purificar la tradición. La historia de los ángeles que pecaron y fueron castigados no es consonante con espíritu del Pentateuco y es ignorada por este, igualmente como los sabios posteriores del Talmud expresaron oposición a posteriores leyendas de carácter similar. Los ángeles son todos amados, puros, y santos, y el que pecó en el jardín del Edén y de ahí fue expulsado no era un cherub, ni un ángel, sino el hombre. Los cherubs son ministros devotos del Altísimo, que cumplen fielmente la tarea a ellos confiada, o sea, guardar el camino del árbol de la vida (Gén. 3:24).

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