Junto al prejuicio del género hay también una diferencia en la clase social en lo que al amor respecta según estudiosos actuales del tema. "Entre el público en general, el amor es definido primariamente como expresión de sentimientos y comunicación verbal, no como ayuda instrumental". Esto se da especialmente entre los más acaudalados; los pobres más bien ven la ayuda práctica y asistencia financiera como expresión de amor. En fin, al menos en América y Europa hay distintas percepciones masculinas/femeninas y estilos de amor, y en grado significativo se correlacionan con las clases sociales bajas y altas, respectivamente.
Esto según los científicos sociales y las relaciones de género en USA y Europa. Pero hay excepciones a esta generalizaciones, y la cuestión de la fiabilidad de las generalizaciones referentes al género a lo largo de la historia esta plagada con problemas y controversias. Cualesquiera sean las debilidades que uno encuentre en esta tipología, no obstante, si que ofrece un sorprendente paralelo respecto a la cuestión de amor y ley Divina.
Si uno trata de describir el amor basado en la Alianza tal como aparece en la Torá, habría que decir que el "amor" no es del todo un término inadecuado o impropio respecto a este fenómeno, aunque el amor en cuestión es más parecido a la percepción (según M. Cancian) que mantienen hombres y gente pobre que a la percepción característica que mantienen las mujeres y los más ricos. En particular el término de Cancian "ayuda instrumental" parece una manera muy apropiada de personificar la relación entre el soberano o protector y el vasallo. En el centro de esta relación están los deberes de ambos partidos, manifestados principalmente en la asistencia material que se ofrecen mutuamente. "Los hombres en realidad ven las acciones instrumentales como afecto", dice Cancian, podría igualmente estar estar caracterizando la cuestión semántica de cómo la Torá, y sus antecedentes y paralelos en el Cercano Oriente, podrían haber descrito la realización de deberes como amor. La respuesta es que esas fuentes mantenían un concepto del amor que era más externo, orientado a la acción, y práctico que el que ha venido a dominar la cultura moderna Occidental.
Pero, en realidad, este tipo de amor es familiar, incluso en las sociedades modernas, como puede en principio parecer es el caso. Qué tal si hablamos del amor entre padres e hijos? En este caso podríamos más bien hablar de acciones que de afectos. Una madre y un padre trabajan horas extras para pagas la escuela de sus hijos, pagar las clases de música, o la ortodoncia; los padres de un adolescente rebelde sufren con paciencia las provocaciones respondiendo como les parece apropiado respecto a la situación aunque nunca abandonándolo. Por su parte, los hijos toman responsabilidades extras en la casa cuando han de ayudar a un familiar discapacitado; los hijos adultos asumen cargas especiales para asegurar que sus padres ancianos reciban los cuidados necesarios. En todos estos casos, no sería razonable inferir una relación de amor de acuerdo con estas prácticas, incluso cuando hay una total ausencia de expresiones verbales de afecto, de besos y abrazos? Para que esta analogía respecto a la relación entre Dios y nosotros no parezca poco probable, vale la pena señalar que la metáfora de padre e hijo, a diferencia de la de marido y esposa ampliamente mencionada en los profetas también aparece en Deuteronomio, el libro que contiene la Shema y su mandamiento de "amar al Señor tu Dios con todo tu corazón" (6:5; 11:13).
Habría que asumir que los mandamientos de Dios junto a las normas de la Alianza no tienen conexión con el amor? O sería mucho más razonable asumir que la disciplina de Dios en sí misma es una expresión de amor -no romántico sino paternal? Pues este último está caracterizado no mucho más por las acciones que suscita que por palabras o gestos. Se trata de un amor que conlleva servicio.
jueves, 27 de octubre de 2016
domingo, 23 de octubre de 2016
LA RELIGIÓN
El hombre es libre en la medida en que trasciende su condición temporal entrando en una relación con el Dios trascendente. Es en ese acto de trascendencia que el hombre realiza el ideal de libertad. Es posible que Pablo se refiriese a nuestra condición temporal en Gál. 4:3 cuando dijo "..... mientras éramos menores de edad, vivíamos esclavizados a los elementos del mundo".
Así pues, sería mucho más honesto culpar a la religión de sus derrotas. La religión ha decaído no porque ha sido refutada, sino porque ha venido a ser irrelevante, aburrida, opresiva, insípida. Cuando la fe es completamente reemplazada por el credo, la disciplina por el culto, el amor por la costumbre; cuando se ignora la actual crisis dado el esplendor del pasado; cuando la fe se convierte en herencia en lugar de fuente de vida; cuando la religión habla solo en nombre de la autoridad en lugar de hacerlo con la voz de la compasión ---su mensaje carece de sentido.
Para captar la profundidad de la fe religiosa habrá que establecer no tanto lo que una persona es capaz de expresar como lo que no es capaz de expresar. Las percepciones que ningún lenguaje puede declarar. Unos de los principales peligros para la filosofía, aparte de la pereza y vaguedad, es el escolasticismo, la esencia del cual trata lo que es vago como si fuese preciso tratando de hacerlo encajar en una categoría lógica exacta.
La interiorización del hombre que alcanza la luz de Dios difícilmente puede ser transplantada a la superficialidad de la mera reflexión. La religión, pues, es poco más que un remanente disecado de lo que fue una realidad viviente cuando es reducida a términos y definiciones y catecismo. Por lo tanto, hay que distinguir entre principios y opiniones. Es nuestra actitud religiosa una convicción o una mera afirmación? Es la existencia de Dios para nosotros una probabilidad o una certeza? Es Dios una mera palabra, un nombre, una posibilidad, una hipótesis, o Es Él una presencia viviente? Es lo que claman los profetas un tipo de discurso o una convencida creencia?
Podemos asumir que nos preocupamos por Dios, aunque es nuestro ego lo que en realidad nos interesa. Examinar nuestra existencia religiosa es, por lo tanto, una tarea a ser realizada constantemente. Comprender lo que queremos decir es tarea de la filosofía. Pensamos en palabras, pero emplear palabras no es lo mismo que comprender lo que quieren decir. Además, la relación entre palabras y su significado es elástica. Las palabras permanecen, los significados están sujetos a cambios.
Las enseñanzas originales de la religión no están dadas en términos racionales o dogmáticos, sino en expresiones indicativas. Además, al haberse expresado en una lengua antigua, hay que penetrar cuidadosamente la intención genuina de los autores Bíblicos. La tendencia a la superstición, orgullo y posesión de la verdad y la vulgaridad pueden manchar las tradiciones más puras. La fe en su celo tiende a convertirse en fanatismo. La crítica de la razón, el desafío, y las dudas del no-creyente pueden, por lo tanto ser de más ayuda a la integridad de la fe que la "simple" confianza en nuestra propia fe.
La honestidad intelectual es la meta suprema de la filosofía de la religión. El autoengaño es la fuente de corrupción en el pensamiento religioso, peor que el error. La hipocresía más que la herejía es la causa de la decadencia espiritual. La filosofía es el perpetuo rival de la religión. Es un poder que si pudiera crearía su propia religión. Siempre ha fallado a la hora de ofrecer respuestas a las cuestiones últimas. La mente humana es unilateral, no puede nunca captar toda la realidad de una vez.
Así pues, sería mucho más honesto culpar a la religión de sus derrotas. La religión ha decaído no porque ha sido refutada, sino porque ha venido a ser irrelevante, aburrida, opresiva, insípida. Cuando la fe es completamente reemplazada por el credo, la disciplina por el culto, el amor por la costumbre; cuando se ignora la actual crisis dado el esplendor del pasado; cuando la fe se convierte en herencia en lugar de fuente de vida; cuando la religión habla solo en nombre de la autoridad en lugar de hacerlo con la voz de la compasión ---su mensaje carece de sentido.
Para captar la profundidad de la fe religiosa habrá que establecer no tanto lo que una persona es capaz de expresar como lo que no es capaz de expresar. Las percepciones que ningún lenguaje puede declarar. Unos de los principales peligros para la filosofía, aparte de la pereza y vaguedad, es el escolasticismo, la esencia del cual trata lo que es vago como si fuese preciso tratando de hacerlo encajar en una categoría lógica exacta.
La interiorización del hombre que alcanza la luz de Dios difícilmente puede ser transplantada a la superficialidad de la mera reflexión. La religión, pues, es poco más que un remanente disecado de lo que fue una realidad viviente cuando es reducida a términos y definiciones y catecismo. Por lo tanto, hay que distinguir entre principios y opiniones. Es nuestra actitud religiosa una convicción o una mera afirmación? Es la existencia de Dios para nosotros una probabilidad o una certeza? Es Dios una mera palabra, un nombre, una posibilidad, una hipótesis, o Es Él una presencia viviente? Es lo que claman los profetas un tipo de discurso o una convencida creencia?
Podemos asumir que nos preocupamos por Dios, aunque es nuestro ego lo que en realidad nos interesa. Examinar nuestra existencia religiosa es, por lo tanto, una tarea a ser realizada constantemente. Comprender lo que queremos decir es tarea de la filosofía. Pensamos en palabras, pero emplear palabras no es lo mismo que comprender lo que quieren decir. Además, la relación entre palabras y su significado es elástica. Las palabras permanecen, los significados están sujetos a cambios.
Las enseñanzas originales de la religión no están dadas en términos racionales o dogmáticos, sino en expresiones indicativas. Además, al haberse expresado en una lengua antigua, hay que penetrar cuidadosamente la intención genuina de los autores Bíblicos. La tendencia a la superstición, orgullo y posesión de la verdad y la vulgaridad pueden manchar las tradiciones más puras. La fe en su celo tiende a convertirse en fanatismo. La crítica de la razón, el desafío, y las dudas del no-creyente pueden, por lo tanto ser de más ayuda a la integridad de la fe que la "simple" confianza en nuestra propia fe.
La honestidad intelectual es la meta suprema de la filosofía de la religión. El autoengaño es la fuente de corrupción en el pensamiento religioso, peor que el error. La hipocresía más que la herejía es la causa de la decadencia espiritual. La filosofía es el perpetuo rival de la religión. Es un poder que si pudiera crearía su propia religión. Siempre ha fallado a la hora de ofrecer respuestas a las cuestiones últimas. La mente humana es unilateral, no puede nunca captar toda la realidad de una vez.
viernes, 7 de octubre de 2016
LOS TRES CUERPOS DE DIOS
LOS TRES CUERPOS DE DIOS
Se puede observar un desarrollo lineal en los tres cuerpos
divinos: el cuerpo con apariencia humana en la más antigua tradición en prosa
del Génesis; el cuerpo divino superhumano de la tradición profética del siglo
octavo, como se puede ver en Isaías y las tradiciones en prosa que se refieren a
Moisés; y el cuerpo divino cósmico del las reflexiones proféticas del siglo
sexto en el Tercer Isaías y Ezekiel. El fondo de esos cuerpos divinos es más
complejo sin embargo, y no representan un desarrollo lineal. Más bien, los dos
primeros cuerpos parecen ser tradicionales, y el tercero aparece como una
innovación posterior.
El contexto de los tres cuerpos divinos difiere
considerablemente. El primero, el cuerpo de Dios natural, humano, tenía su
fundamento en la familia, si se juzga partiendo de la evidencia comparativa
relevante. La escena de hospitalidad en Génesis 18 ha sido comparada con un
pasaje en el relato Ugarítico de Aqat, en el que el dios-artesano Kotar recibe
hospitalidad por parte de Danil y su esposa, Danatay. Ambos Danil y Abraham
reciben al dios en su tienda y le sirven comida y bebida. Hay casos adicionales
de múltiples deidades visitando la casa de una familia humana: un grupo de
dioses visitan el palacio del Rey Kirta, y un grupo de diosas divinas conocidas
como Kotharat entran en casa de Danil y reciben hospitalidad por parte de
Danil, como en el caso de Kotar. Las Kotharats comen y beben en la casa humana,
como Kotar en Aqat y Yahvé y los otros dos personajes divinos en Génesis 18.
El modelo de relaciones divinas-humanas en esos textos
entrañan personajes humanos que dan la bienvenida a un dios o a un grupo de
divinidades en sus casas y reciben un regalo: un hijo para Abraham y Sarah; un
hijo para Danil y su esposa, Danatay; un arco para Danil; y una bendición para
Kirta y Aqat. Génesis 18 y 32 también sugieren que estas visitas a los hogares
pueden haber sido tradiciones tempranas Israelitas asociadas con el dios
personal o familiar. El primer cuerpo de Dios quizá fuese representado
materialmente en forma de “dioses” de la casa o figurillas, como aparecen en
Génesis 31 (llamados “dioses” in vv. 30 y 32, aunque “terafim” en vv. 19, 34, 35; ver también 1 Sam. 19:13, 16). La
evidencia literaria de estas figurillas ha sido relacionada por Othmar Kell y
Christoph Uehlinger(1), a pesar de algunos
problemas(2).
Este modelo del cuerpo humano de Dios sobrevivió en el
“mensajero” (mal´ak), que podía aparecérsele a miembros de la familia (Jue. 6 y
13). En comparación Yahvé no aparece con cuerpo humano más allá del libro del
Génesis. Este tipo de historia acerca de Yahvé apareciéndose en el contexto
familiar (especialmente a Abraham y Jacob) probablemente tuvo su origen en los
tradicionales relatos acerca del dios familiar o personal desarrollándose
posteriormente como historias asumiendo su forma literaria tal como aparecen en
la Biblia. El contexto escritural quizá ofrecía una oportunidad mayor de
investigación acerca del Dios de Israel (por ejemplo, el diálogo entre Yahvé y
Abraham en Gén. 18:22-32). Como resultado, las historias sobre el primer cuerpo
de Dios se desarrollaron en una de las piezas teológicas más intrigantes y
densas en la Biblia. Esta puede ser la razón por la que Esther Hamori las llama
sugestivamente el “realismo antropomórfico” en Génesis 18 y 32(3).
Las raíces del segundo cuerpo divino, el cuerpo gigante de
Dios, también son tradicionales. Se remontan a los antiguos templos o
santuarios. En Isaías 6, el profeta ve a Dios en el templo de Jerusalem. El
encuentro de Moisés y otros con Dios en el Éxodo 24 y 33-34 surge igualmente de
una visión de un templo mundial. El templo celestial, localizado en la cima de
la montaña divina en Éxodo 24, se hace eco del palacio celestial de Baal
situado en la cima de su montaña Sapan, como aparece en el Ciclo Ugarítico de
Baal. Esta montaña es el lugar del entronamiento de Baal y el lugar desde donde
emite su trueno, relámpagos y lluvias (cf. ÉXodo 19 y 20). El palacio de Baal
está construido con lapislázuli (cf. El “Zafiro” en Éxodo 24:10)(4). El segundo cuerpo divino presupone además la
noción de la deidad como rey otorgando una audiencia a sus súbditos humanos en
su templo-palacio(5). Donde las figurillas
caseras pueden representar la representación material del primer cuerpo divino,
las imágenes cultuales en forma antropomórfica constituyen representaciones
materiales del segundo cuerpo divino en el templo. Además, el tamaño de la
deidad relativo a la audiencia humana sugiere la asimetría en la relación,
igual que la posición sentada de la deidad señalando la dominante presencia del
rey divino(6).
Ver a la deidad tiene lugar en casos del primer cuerpo
divino(7), aunque no es un rasgo tan crítico en
pasajes que involucran el segundo cuerpo divino. Moisés y otros líderes en
Éxodo 24 ven a Dios, y el problema de ver a Dios es mencionado aquí. En Éxodo
33, Moisés desea ver a Dios pero no puede excepto sus espaldas. Isaías, sin
embargo, ve a Dios según Isa. 6:1. El deseo de ver a la deidad también está
expresado en un número de Salmos, todos asociados con el templo, por ejemplo en
el Salmo 11:7(“Los rectos contemplarán su rostro”; ver también Salm. 17:15;
27:4, 13; 42:2; 63:2). Se puede afirmar pues que esta interacción divina-humana
en esos textos es litúrgica.
Estas opuestas situaciones de los humanos que ven a Dios
corresponden a las formas materiales de los dos primeros cuerpos. El primer
cuerpo divino es carnal como el de los humanos. El segundo cuerpo, en
contraste, no lo es; es luminoso. Pero como el primer cuerpo, puede dejar una
impresión antropomórfica, como está ilustrado por las huellas de los pasos
grabados en el templo de `Ain Dara. El cuerpo gigante divino es entendido como
teniendo una presencia material que puede realizar un impacto físico. Como dice
Morgan Meyer, la falta de un cuerpo convencional en el segundo cuerpo no deja
de ser una ausencia que puede ser “situada y señalada”.
Al contrario de los dos primeros cuerpos, el tercer cuerpo
no está-en-el-mundo. Mas bien parece constituir una versión cósmica del segundo
cuerpo. Como con el segundo cuerpo, el tercero algunas veces implica que la
deidad es vista. Así el visionario es llevado a una experiencia visual en los
cielos. Mientras que los dos primeros cuerpos son tradicionales en Levante
desde la Edad de Bronce, no parece ser el caso con el tercero.
Basado en los textos astronómicos e iconografía Mesopotamias,
Baruch Halpern(8) y Christoph Uehlinger y
Suzanne Müller Trufaut(9) sugieren que las ideas
Mesopotamias acerca de la bóveda celeste dieron lugar a una nueva y
correspondiente visión Israelita del “firmamento” cósmico. Uhelinger y Müller
Trufaut identifican esta bóveda en impresiones de sellos Neo-Asirios. En estos
sellos, genios Mesopotamios (llamados “kusarikku”)
soportan el firmamento; arriba aparece parte de la deidad antropomórfica(10). El principal término Akadio para firmamento es “burumû” (burummû): “cuando los dioses en su asamblea crearon el […….] y
dieron forma al firmamento”. Los dioses que controlan este firmamento son igualmente
cósmicos en ámbito. Del dios Asur, “el creador de sí mismo”, se dice que su
“figura fue exaltada en el Abismo……. Viviendo en el cielo puro estrellado
[bu-ru-ú-me](11). De Marduk se dice que es el
“que sujeta los confines del firmamento”(12).
En Ezekiel 1, como en Génesis 1, una bóveda celeste o domo
(a menudo traducido “firmamento”) contienen la tierra y el cielo(Ezek. 1:22,
23, 25, 26; Gén. 1:6-8, 14-15, 17, 20). Mientras que la sección donde habita el
cuerpo divino es en la cima de la montaña divina (ej., Éxo. 24:9-11), en
Ezekiel 1 el entronamiento del tercer cuerpo estaba considerablemente más alto,
en o por encima de la bóveda celestial. Como las casas celestiales de los
dioses en esos textos Mesopotamios, el tercer cuerpo de Dios en Ezekiel 1 (y
quizá implícito a la localización de Dios en Génesis 1 igualmente) está situado
en el nivel cósmico del firmamento. La nueva cosmología en Ezekiel 1 que
localiza a Dios en el firmamento representa un ajuste espacial del más antiguo
y tradicional cuerpo divino gigante tradicional entronizado sobre la montaña,
quizá en respuesta a la nueva teoría Mesopotamia que localiza al dios
entronizado en el firmamento. Halpern supone que esta “nueva idea llegó a
Jerusalem” desde Mesopotamia durante los siglos siete-seis A.C. En contraste,
Uehlinger y Müller Trufaut localizan este intercambio cultural en Mesopotamia,
dada la estadía de Judá allí en el siglo sexto. Esto encajaría con Ezekiel, que
salió de Babilonia en el 597 a.C.
y con la datación común de los estudioso de Génesis 1, igualmente situada en el
exilio (aunque también podría reflejar un tiempo posterior).
En cada escenario, una nueva idea Mesopotamia del universo
desarrollada durante este periodo puede haber influenciado la localización
espacial del cuerpo de Dios sobre el firmamento contribuyendo así al desarrollo
de la idea del cuerpo cósmico o místico de Dios tal como aparece en Ezekiel 1 y
es presupuesto en Génesis 1. En tanto que corolario, la representación del
cuerpo “místico” cósmico corresponde ampliamente en el tiempo a las expresiones
de lo que ha sido llamado la visión del mundo monoteística Israelita. En varias
obras de los siglos siete-seis, incluyendo la obra sacerdotal del Pentateuco
(como Génesis 1), Deuteronomio, Ezekiel, Jeremías y el monoteísmo en Segundo
Isaías –o quizá una cosmovisión basada en un-solo-Dios- también surge en su
comprensión de la divinidad. La cosmovisión basada en un-solo-Dios concordaba
con el tercer cuerpo divino .
Esta expresión religiosa emergente tuvo un número de
efectos. Por ejemplo, borró una forma tradicional de cuerpos cósmicos
manifestada en el sol, la luna, y las estrellas. Ronald S. Hendel señala que,
“los Dioses tenía a menudo simultáneamente cuerpos antropomórficos y
celestiales”(13). Como en los casos de “cuerpos
cósmicos” tradicionales, Hendel señala los cuerpos celestes con varias formas
de identidad y agencia en la Biblia Hebrea: Las Huestes de los Cielos estando
ante Dios en 1 Rey. 22:19; el lucero del alba identificado con seres divinos
cantando alabanzas en Job 38:7; y las estrellas combatiendo desde los cielos en
Jueces 5:20. Hendel también señala casos Mesopotamios, por ejemplo, el dios Sin
simultáneamente como la luna y el dios-luna(14).
Como Erica Reiner señala, “los dioses de la noche…. Son estrellas y
constelaciones en el cielo nocturno”(15).
Los cuerpos cósmicos tradicionales fueron representados
materialmente en la iconografía astral de Levante(16).
Mientras que la antigua cosmología Mesopotamia incorporaba la antigua
conceptualización de los cuerpos astrales como cuerpos divinos, la influencia
monoteísta de la visión del mundo Israelita, junto con el impacto de la más
nueva cosmología Mesopotamia, desplazó la noción tradicional de las deidades
astrales y sus cuerpos. Estos fueron borrados y desplazados por el cuerpo
cósmico de Dios, como se puede ver en Ezekiel 1, Daniel 7, 1 Enoch 14, y otros
textos.
En fin, algunas de estas fuentes (P y D) muestran una
tendencia a distanciarse de la idea de un cuerpo divino en cualquier
localización, mientras otras (Ezek. 1, Segundo Isaías, Dan. 7 y 1 Enoch) se
movieron hacia un cuerpo cósmico trascendente.
------------------------------
1.
Ver Othmar Keel y Christoph Uehlinger, “Gods,
Goddesses, and Images of God in Ancient Israel” (Minneapolis: Fortress, 1998);
y Christoph Uehlinger, “Anthropomorphic Cult Statuary in Iron Age Palestine and
the Search for Yahweh´s Cult Images”, en “The Image and th eBook: Iconic Cults,
Aniconism, and the Rise of Book Religion in Israel and the Ancient Near East”,
ed. Karel van der Toorn, Biblical Exegesis and Theology 21 (Leuven; Peeters,
1997), 97-156.
2.
Figurillas masculinas de la Edad de Hierro en
Israel, aparte de las que representan el caballo y jinete, son virtualmente
desconocidas (Liz Bloch-Smith y Beth Alpert-Nakhai, comunicaciones personales).
Karel van der Toorn identifica los “terafim” como figurillas masculinas y
femeninas; ver Van der Toorn, “Israelite Figurines: A View from the Texts”,
Sacred Time, Sacred Place: Archaelogy and the Religion of Israel”, ed. Barry
Gittlen (Winona Lake, Ind: Eisenbrauns, 2002), 45-62.
3.
Hamori, “When Gods Were Men”, 111-14. Hamori cree que
este rasgo en esos pasajes pertenece a Dios y no a los ángeles. Aunque no tiene
en cuenta que los ángeles tanto como Dios aparecen en Génesis 18.
4.
La sección pertinente del Ciclo de Baal
concerniente al palacio de Baal es KTU 1.4 V-VII, EN unp 129-36.
5.
Hartenstein, “Das Angesicht JHWHs, 55-56”. Para
las descripciones y discusión de las fuentes Mesopotamias, ver Christopher G.
Frechette, “Mesopotamian Ritual-prayers of Hand-lifting” (Akkadian Shuillas):
An investigation of Function in Light of the Idiomatic Meaning of the Rubric,
AOAT 379 (Münster: Ugarit-Verlag, 2012), 30-31, 71-77.
6.
Para la real audiencia como
paradigma-del-Templo, ver Jeffrey H. Tigay, “On Some Aspects of Prayer in the
Bible”, (AJSR 1 (1976): 363.79. Para estudios más recientes , ver Friedhelm
Hartenstein, “Das Angesicht JHWHs: Studien zu seinem höfischen und kultischen
Bedeutungshintergrund in den Psalmen und in Exodus 22-34, FAT 1/55” (Tübingen:
Mohr Siebeck, 2009); y Simeon B.
Chavel, “The Face of God and the Etiquette of Eye-Contact: Visitation,
Pilgrimage and Prophetic Vision in Ancient Israelite and Early Jewish Imagination”, JSQ 19(2012): 1-55. Para un
tratamiento iconográfico, Christoph Uehlinger, “Audienz in der Götterwelt:
anthropomorphismus und Soziomorphismus in der Ikonographie eines altsyrischer
Zylindersiegels”, UF 24 (1992): 339-59.
7.
Gén. 32:31. En este texto, no se sugiere ningún
peligro en ver la misteriosa figura, al contrario de muchos casos cuando se ve
el segundo cuerpo divino. Para un caso respecto al tercer cuerpo, ver Ezekiel 1
(esp. Vv. 26-28).
8.
Helpern, “From Gods to God: The Dynamics of Iron
Age Cosmologies”, ed. Matthew J. Adams, FAT 1/63(Tübingen: Mohr Siebeck 2009),
429-42.
9.
Christoph Uehlinger and Suzanne Müller Trufaut,
“Ezekiel 1, Babylonian Cosmological Scholarship and Iconography: Attempts at
Further Refinenment”, TZ 57 (2001): 140-71.
10.
Uehlinger y Müller Trufaut, “Ezekiel 1”, 153,
también Keel, “Jahwe-Visionen und Siegelkunst”, 210-12, figuras 159-162;
también Hartenstein, “Wolkendunkel und Himmelfeste”, 139 y 170 Tafel 2/1. Hay
que señalar que las ropas divinas de las deidades Babilonias representadas en
monumentos incluyen cuerpos y esferas celestiales importantes. Ver Irit Ziffer,
y Wolfgang Zwickel, “Yavneh I: The Excavation of the Temple Hill Repository Pit
and the Cult Stands”, OBO, Series Archaeologica 30(Frigour: Academic Press;
Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 2010) 64-65.
11.
VAT 9656, líneas 7-8 y 10, citadas en L. Kataja
y R. Whiting, “Grants, Decrees and Gifts of the Neo-Assyrian Period”, States
Archives of Assyria XIII (Helsinki: Helsinki University Press, 1995), 104.
12.
ABRT 1 29:8, citado en CAD B: 244-45.
13.
Hendel, Review of Benjamin Sommer, “The Bodies
of God”, AJSR 34 (2010): 407-10.
14.
Para este punto, ver Hendel, “The Book of
Genesis: A Biography”, Lives of Great Religious Books (Princeton, N.J.:
Princeton University Press, 2013), 151-52.
15.
Reiner, “Astral Magic in Babilonia”,
Transactions of the American Philosophical Society 85/4(Philadelphia: American
Philosophical Society, 1995), 1-2.
16.
Ver Kell and Uehlinger, “Gods, Goddesses, and
Images of God”, 288, 290-91, 294-95, 316-17, 320-23, 357-58, 374-77; Keel,
“Goddesses and Trees, New Moon and Yahweh: Ancient Near Eastern Art and the
Hebrew Bible”, JSOTSup 261 (Scheffield: Sheffield Academic, 1998), 59-109.
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