viernes, 20 de mayo de 2011

CRISTIANOS Y JUDÍOS

CRISTIANOS Y JUDÍOS
Esencial es recordar que la creencia en la resurrección estuvo ligada durante el periodo pos-exílico a la expectativa del amanecer de una nueva era, a la creencia que Dios haría una nueva creación y vindicaría a su pueblo leal. No se ha de identificar la nueva creación con la creencia en otro “cielo”, sino con la regeneración del mundo presente, con la rectificación del mundo presente, con la rectificación del mal con la reivindicación de la justicia.

Así, la fe en la resurrección por venir dependía teológicamente de la prior convicción de la bondad, soberanía, y sobre todo justicia de Dios. La resurrección tenía que ver con la inversión tanto de la muerte como de la injusticia. Más específicamente, tenía que ver con el fin de la opresión extranjera y el final de la mala fortuna nacional.

Hay fuerte evidencia que la escatología de la restauración involucraba una expectativa de esperanza ampliamente difundida durante el siglo anterior a la muerte de Jesús y el siglo en que vivió. Jesús llegó a creer que la esperanza de la tradición profética estaba apunto de realizarse durante su vida de la mano de Dios.

Sabemos por Josefo, principal fuente de conocimiento acerca del Judaísmo Palestino del primer siglo, que algunos de los libros proféticos que contenían material escatológico, sobretodo el libro de Daniel, eran muy populares durante este periodo. Además, hay que tener en cuenta mucha literatura que no ha sido incorporada a la Biblia, escrita en los últimos siglos del periodo del Segundo Templo, textos como el Primer libro de Enoch, el Testamento de Moisés, el Segundo Libro de Baruc, los oráculos sibilinos Judíos, y el Apocalipsis de Abraham. Muchos de estos expresaban las esperanzas clásicas de una escatología de restauración: que Dios iba a establecer un nuevo orden; que todo Israel, especialmente las tribus perdidas, serían restauradas; que Israel quedaría libre de dominio extranjero.

Fue esta la época en la que los Rollos descubiertos en Qumran fueron puestos por escrito. Estos Rollos del Mar Muerto dan testimonio de una gran expectativa de “un fin inminente”. Tanto el mismo Jesús como sus primeros seguidores habitaban un mundo de inminente expectativa apocalíptica/escatológica. Jesús predicaba que el fin estaba cerca. Después de su muerte, lo mismo hicieron sus seguidores. En Lucas se nos dice “que los que con él estaban suponían que el Reino de Dios podría aparecer de un momento a otro” (Luc. 19:11). Así pues, el movimiento de los primeros Cristianos compartía la creencia arraigada en la perspectiva apocalíptica predicada por Jesús. Como Jesús, esperaban la restauración de Israel mediante una intervención de Dios. Esto está bien reflejado en Marcos 9:12 (paralelo en Mat. 17:11): “Elías”, dice Jesús a sus seguidores, vendrá para restaurar todas las cosas”. Y en Hechos 1:6, escrito quizá entre el 80 o 90 d.C., sus seguidores le preguntan al Jesús resucitado, “Señor, es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel”? Igual que Jesús, sus seguidores esperaban el reino en un futuro muy próximo. Veía a Jesús como él mismo se veía: o sea, como un profeta de la “restauración de Israel”. Es muy posible que pensaran que ellos, al igual que Jesús, jugarían un papel importante en este reino: “En verdad, en verdad os digo …. Cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mat. 19:28). Por “juzgar” Jesús quería decir gobernar, que no criticar. Como bien ha afirmado acerca de este tema Sanders, “ que sus seguidores funcionaban dentro de la estructura de la expectativa escatológica Judía es indiscutible”. Como Jesús, los primeros Cristianos esperaban que Dios restaurase Israel, renovase o reconstruyera el Templo, y reuniría a las tribus perdidas.

ESCATOLOGÍA
Esta perspectiva teológica compartida ayuda a explicar por qué varios de los seguidores de Jesús anunciaron que Dios había resucitado a Jesús de entre los muertos (Marc. 16:6; Hec. 2:24). Como Jesús, estaban influenciados por la visión apocalíptica y esperaban la restauración de Israel. Antes de su muerte, Jesús había proclamado que habría una resurrección de los muertos al final, seguida de un juicio de los buenos y de los malos. Estando comiendo en casa de un Fariseo, Jesús le aconseja que invite a los pobres y a los cojos a sus banquetes, para que sea bendecido: “…. Y serás bendecido porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos” (Luc. 14:12-14). En Mateo y Lucas, Jesús aconseja a sus seguidores que no “teman a los que matan el cuerpo” (Mat. 10:28; comparar con Lucas 12:4). Dice esto porque presume que hay una vida después de la muerte de su cuerpo presente. Otra vez, hablando acerca de Jonás en el vientre del gran pez durante tres días, Jesús profetizó, “La gente de Nínive se levantarán en el juicio….” (Mat. 12:41; Luc. 11:32). Así como Jonás fue señal para la gente de Nínive, así lo era Jesús para su generación, cuando surgiera, como Jonás, del lugar de no retorno.

Al menos en tres ocasiones, Jesús predice si propia resurrección. En Marcos 8:31, proclama que sería “matado y resucitaría a los tres días”. En el siguiente capítulo del mismo evangelio, anuncia que el Hijo del hombre será traicionado y matado, y “tres días después de ser matado, resucitaría de nuevo” (Marc. 9:31). La misma clase de secuencia –traición, condena, muerte, y resurrección después de tres días- es anunciada de nuevo en Marcos 10:33-34. La expectativa de la resurrección al tercer día está conectada con las escrituras Hebreas. Leemos en Oseas, por ejemplo:

“Dentro de dos días nos dará la vida,
al tercer día nos hará resurgir
y en su presencia viviremos” (Os. 6:2).

Y en el libro de Jonás, Jonás permanece tres días dentro del gran pez (Jon. 2:1). Muchos estudiosos ven estas predicciones como profecías formuladas por el evangelista, Marcos, en lugar de Jesús. Sin embargo, es posible que la expectativa básica de traición, muerte, y victoria final, se pueda trazar hacia atrás al mismo Jesús, en cuyo caso los versículos representarían la propia comprensión de Jesús de como su propia vida acabaría y como sería tanto su mensaje como su carrera redimidos.

Convencido de que el fin estaba cerca, los primeros seguidores de Jesús explican su vindicación en términos con los todos ellos eran familiares: como una resurrección. La propia resurrección de Jesús ellos, a su vez, la interpretaban como signo escatológico: o sea, que el final prometido por Jesús y anunciado por los profetas había comenzado. Como dice Pablo, Jesús era “las primicias de los que durmieron” (1 Cor. 15:20). Esta afirmación asume que el fin de los tiempos había comenzado y que la resurrección general, de la que la resurrección de Jesús era una señal, tendría lugar pronto. Jesús había enseñado a sus discípulos que la resurrección de los muertos era inminente. Una vez convencidos que él mismo había resucitado, veían este estupendo evento como una señal de que el juicio final esta cerca. Veía la resurrección de Jesús como señal apocalíptica. O, como N.T. Wright dice, “este evento…….como anticipación del cumplimiento de la gran esperanza de Israel”. La resurrección de Jesús significaba que la nueve era o reino, y la restauración de Israel, estaban cerca. Aterrorizados, llenos de alegría, confiaban los seguidores de Jesús que la nueva era había comenzado.

EL PRIMERO ENTRE MUCHOS
Un apóstol que no fue uno de los discípulos, un seguidor que nunca conoció a Jesús en persona, Pablo fue, no obstante, transformado por el mensaje que afirmaba que Jesús había resucitado de entre los muertos. A su vez, Pablo transformó su mundo –y la historia del mundo- mediante la incansable proclamación de este mensaje. Un zelote de la tradición de sus padres, vino a ser el apóstol de los gentiles. Después de haber tenido, según él, un encuentro que transformó su vida con el Cristo resucitado. Un perseguidor de la “iglesia de Dios” que deseaba destruirla (1 Cor. 15:9; Gál. 1:13), fue su destino devenir, de acuerdo con la tradición, su mártir más prominente (Junto con Pedro, el apóstol de los Judíos, y, según la leyenda, primer obispo de Roma).

Igual que para los primeros seguidores de Jesús, así fue para Pablo. Para los primeros apóstoles Cristianos y maestros, la afirmación que Jesús había resucitado estaba llena de significado escatológico. Significaba que el fin de los tiempos había comenzado. Implicaba que la resurrección general estaba cerca. En su primera carta a los Corintios, Pablo asegura a sus lectores, “Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron” (1 Cor. 15:20). Con la metáfora “primicias”, Pablo quiere sugerir que Jesús era el primero de los muchos que iban a ser resucitados. Aquellos que en él creyesen compartirían, al final, la resurrección de Jesús, y en el esplendor del nuevo eón, la gloria del Señor, Rey, y Cristo: “Y, si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados”(Rom. 8:17). Así como las primicias anuncian una buena cosecha, así la resurrección de Jesús inauguraba y garantizaba la reunión completa de los fieles cuando retornase. La resurrección de Jesús pude ser entendida como una nota inicial victoriosa, el sonido de una trompeta que proclamaba el años de la redención de Dios; la resurrección de su fieles seguidores constituye el final, en un coherente, último, y exultante movimiento en la historia.

Pablo insiste que todo el evangelio, la buena nueva de salvación, se fundamenta en la verdad de la resurrección de Jesús. El mensaje del evangelio que sucintamente afirma que Cristo murió de acuerdo con las escrituras y fue enterrado y resucitó al tercer día, dice, “es de fundamental importancia” (1 Cor. 15:3). Su significado es subrayado por la admisión de Pablo, o su insistencia, que estas buenas nuevas, este evangelio, no era único de él; no era un artículo de su exclusiva enseñanza. Al contrario, Pablo implica que durante su conversión, esta proclamación ya era predicada por sus predecesores. Es más, él estaba simplemente transmitiendo una nueva pero bien establecida tradición: “En primer lugar os transmití lo que a mi vez recibí”(1 Cor. 15:3). Con toda probabilidad, este evangelio ya estaba siendo proclamado durante la década en la que Jesús murió, unos veinte años, más o menos, antes que Pablo escribiera su carta a los Corintios (cerca del 55 d.C.).

Esta afirmación que Cristo había resucitado era tan importante para Pablo, que creía que si fuese falsa, su trabajo –y el de cualquier apóstol- sería inútil. Más importante, si Cristo no hubiese resucitado de entre los muertos, la promesa de salvación expresada en el evangelio no tendría valor alguno. Pablo creía apasionadamente que Cristo había resucitado. (No se había aparecido a más de quinientos hermanos? Pregunta en 1 Cor. 15:6-8). Al resucitar a Jesús de entre los muertos, Dios había derrotado a la muerte y vencido a los principados y poderes opuestos a Dios. La batalla escatológica había sido ganada –por Dios. No había mayor esperanza posible que ésta.

Además, este mensaje de esperanza antedata a Pablo o incluso, a Jesús. La referencia en este credo de que Jesús había sido resucitado “al tercer día” hace recordar los grandes resurgimientos milagrosos y actos de liberación que Dios realiza en la Biblia (la única que conocía Pablo) “al tercer día”. La historia de Jonás, arriba mencionada; Oseas 6:1-2.

Los primeros seguidores de Jesús tomaron esta noción de hecho dramáticos de Dios al tercer día de la Biblia Hebrea y la adaptaron a su nueva proclamación. Pablo, según su propio testimonio fue un Fariseo (Fil. 3:5), seguro que conocía esta tradición y reconocía sus implicaciones cuando escuchó las primeras predicaciones Cristianas, de que al tercer día, Dios había resucitado a Jesús de entre los muertos. De hecho, en su primera carta a los Corintios, Pablo proclama que Cristo fue resucitado al tercer día “de acuerdo con las escrituras”(1 Cor. 15:4). Aquí, el uso del plural al referirse a las escrituras indica que creía que las escrituras Hebreas proclamaban, en general, una doctrina de resurrección. Lo mismo que los Fariseos contemporáneos, Pablo creía en la resurrección general, y, como ellos (y como Jesús de Nazaret), asoció todo esto con la restauración y redención final de Israel. Como los Fariseos, creía que todo esto tendría lugar al final de los tiempos. Como N.T. Wright ha señalado, si se quita a Jesús del cuadro que Pablo tenía en mente acerca de la resurrección, “Lo que se estaría afirmando –la futura resurrección para la salvación.... es algo ya familiar en el Judaísmo: es la posición de los Fariseos. Cualesquiera que fuesen las otras creencias que Pablo revisó después de su conversión, su creencia en la resurrección permaneció constante”. Para Pablo después de su conversión, el Dios de Israel había actuado para redimir a su pueblo en la muerte y resurrección de Cristo. Este acto había dado lugar al amanecer de la nueva era. Todo el pueblo de Dios sería pronto redimido, la naturaleza recreada, y los fieles de Dios rescatados de la muerte. Pablo estaba convencido que la resurrección tendría lugar con la aparición real del Mesías (con la “parousia”) al fin de los tiempos que estaban por llegar de un momento a otro: “Pero cada cual en su rango: Cristo como primicia; luego los de Cristo en su venida” (1 Cor. 15:23).

Pablo esperaba una resurrección corporal, seguida del juicio, lo mismo que muchos Judíos y Cristianos compartían en esos tiempos. Esta expectativa Cristiana de la resurrección de la carne al final de los tiempos, está asociada con la venida de Jesús en gloria, y puede trazarse hacia atrás a los primeros seguidores de Jesús y al mismo Jesús.

Es más, Pablo aseguraba a sus primeros seguidores que no morirían sin ver primero a Jesús descender del cielo. Esto está muy claro en la primera carta a los Tesalonicenses. Escrita cerca del 50 d.C.(así, el libro más temprano del Nuevo Testamento), esta carta fue compuesta quizá en el primer mes de la visita de Pablo a Tesalónica. Pablo parece que la escribió porque la muerte de Cristianos en esta comunidad había dado lugar a una crisis religiosa y severa erosión en la credibilidad de Pablo y su mensaje. Dado que lo que Pablo había expresamente prometido que no ocurriría había de hecho tenido lugar. Jesús no había retornado, y algunos de los fieles había perecido. Así como Jesús afirmó que sus discípulos no habría terminado de recorrer todas las ciudades de Israel sin que antes vieran la venida del Hijo del Hombre (Mat. 10:23), igualmente Pablo declaró que el fin estaba tan cerca que ninguno moriría sin antes ver al venida del Señor. “Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes. 4:13). Fue, pues, su primer mensaje de su primera visita lo que dio lugar a estas dudas e hizo que escribiera de la primera carta. Qué fue lo que hizo que los Tesalonicenses se entristecieran y perdieran la confianza en Pablo? Su muerte? Que se perderían el retorno del Señor? La posibilidad de no resucitar? No ser salvos?

Pablo los anima para que no se preocupen acerca de los que mueren en Cristo. Con un lenguaje dramáticamente apocalíptico, Pablo los consuela:

“(16)El mismo Señor bajará del cielo con clamor, acompañado de una voz de arcángel y del sonido de la trompeta de Dios. Entonces, los que murieron siendo creyentes en Cristo resucitarán en primer lugar. (17)Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en las nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor”. (1 Tes. 4:16-17).

En la palabras de Pablo oímos un eco distante de una de las visiones apocalípticas en el libro de Daniel:

“Yo seguía mirando, y en la visión nocturna
ví venir sobre las nubes del cielo
alguien parecido a un ser humano”. (Dan. 7:13).

La venida de la casi humana figura, en las nubes del cielo, está asociada explícitamente en Daniel con la redención de todo Israel después del juicio y el establecimiento del para siempre reino de Dios. Aquí, Pablo toma de la tradición apocalíptica Judía como manera de dramatizar lo cerca que estaba el dominio de Dios y asegurar a los Tesalonicenses que también ellos compartirían el reino eterno.

Está claro según las palabras de Pablo “nosotros, los que vivamos, los que quedemos” que anticipa el estar aún vivo cuando Jesús regrese en gloria. Haciéndose eco de Dan. 12:2, que habla de la muerte y resurrección usando los términos dormidos y despiertos, Pablo, al final de su carta, amonesta a los fieles con un “mantengámonos despiertos”. Porque “el día del Señor” está muy cerca (1 Tes. 5:2, 6).

La muerte de algunos de los Cristianos Tesalonicenses no disuadió a Pablo de creer, ni de continuar predicando, que Cristo retornaría pronto en la gloria. “Que todos conozcan vuestra clemencia”, advierte Pablo a los Filipenses. Por qué? Porque “el Señor está cerca” (Fil. 4:5). A los Filipenses, Pablo también les dice, “Y estoy firmemente convencido de que quien inició en vosotros la buena obra la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús” (Fil. 1:6). De nuevo, Pablo, cuando se refiere al “día de Cristo”, tiene en mente el retorno del mesías como rey. Los muerto se levantarán, y Dios completará su plan de salvación. A los Corintios, Pablo les dice confiadamente, “el tiempo apremia”. Era sobre ellos que había llegado “la plenitud de los tiempos” (1 Cor. 7:29; 10:11). De nuevo, basándose en la antítesis de luz/oscuridad tan dominante en la literatura apocalíptica Judía, Pablo alega con los Romanos, “Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz”(Rom. 13:12). Un sentido de urgencia de que el tiempo que quedaba era muy poco lleva a Pablo a dar instrucciones morales muy rigurosas; el día del Señor estaba cada vez más cerca: “la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe; la noche está avanzada; el día se acerca” (Rom. 13:11-12). Este ingrediente de la escatología de la restauración Judía con el lenguaje apocalíptico característico de noche/día, nuca lo abandonó Pablo.

LA IGLESIA COMO ISRAEL
La comunidad Cristiana más temprana se concebía a sí misma como Israel. En el libro de Hechos, los primeros creyentes en el mesianismo de Jesús son llamados “Israelitas”, “casa de Israel”, “Vosotros Israelitas”, “pueblo de Israel” (Hech. 2:22, 36; 3:12; 4:10; 5:35). Igual que con los miembros de la secta Judía que escribieron los Rollos del Mar Muerto, los primeros Cristianos se veían como el “verdadero” Israel, la asamblea de Israel. Creían que con la re-aparición de Jesús se consumaría el plan divino, toda la historia Judía daría su fruto de manera gloriosa. Estos sectarios Judíos creían que, al final, Israel sería salvado y reformado –según la propia estructura de la secta. El resto de los Israelitas se unirían a la comunidad en los últimos días. Aunque sólo tendrían acceso a la salvación si seguían las prácticas y creencias de la comunidad sectaria.

Igualmente, los primeros seguidores de Jesús se apropiaron para sí del título de “Israel”. O sea, se veían como la comunidad elegida de Dios. Igual que la alianza Israelita diferenciaba (como haría cualquier otra comunidad) entre los de adentro y los de afuera, igualmente los miembros de la nueva comunidad Cristiana realizaban dicha distinción. Una vez más, igual que los sectarios Judíos que nos dejaron los Rollos del Mar Muerto, así mismo la temprana iglesia afirmaba que la salvación estaba dentro de su comunidad. No es que esté diciendo que los primeros Cristianos eran una comunidad de predestinados. Decir esto sería aplicar al siglo I d.C. una más tardía comprensión del plan de Dios para la salvación. Pues se podía formar parte de la comunidad profesando la fe, siguiendo el ritual del bautismo, y uniéndose a la congregación de los salvados –o, como lo expresa Pablo, asimilándose uno mismo a Cristo muriendo y resucitando con él, llegando a ser así un miembro del cuerpo de Cristo (Rom. 6:4).

Pero en contra de lo que uno escucha a menudo, no es del todo verdad que la primera iglesia se entendiese a sí misma como comunidad de “salvación universal”. Al antigua dicotomía que presenta a los Judíos como tribu de exclusivistas y a los Cristianos como universalistas/in-clusivistas hace aguas. Nos guste o no, Pablo no fue, ni mucho menos, el fundador del universalismo. El contraste entre Pablo como representante del universalismo y el Judaísmo como religión del particularismo y exclusivismo fue formulada en su forma clásica a mediados del siglo XIX por académicos Alemanes del Nuevo Testamento, especialmente en la obra de Ferdinand Christian Baur (1792-1860), decano de la escuela de teología de Tübingen. Baur veía la carta de Pablo a los Romanos, especialmente, como el manifiesto del apóstol contre el particularismo Judío (que peyorativamente asociaba con la ley Judía, “legalismo”, y el sentido de rectitud que se adquiría al seguir la Torah). La carta de Pablo a la iglesia de Roma era también un manifiesto, dice Baur, de la doctrina de salvación universal de la iglesia Cristiana.

Para Baur, el universalismo Cristiano no solo era diferente respecto al particularismo Judío; más bien, representaba el grado de desarrollo más alto en la historia de la religión. Según, Baur, Pablo fue el primer pensador que liberó la fe en Cristo de los grilletes de la religión antigua, tribal, legal, y sacrificial. Sin él, el Cristianismo no se habría convertido en una religión de gracia y espíritu puro. Pablo fue el primero, dice Baur, en haber cortado los lazos con la fe ancestral, etnocéntrica que dependía de las buenas obras, los requerimientos particulares de la Ley, y en una exclusividad plasmada en lo familial y étnico de una relación en forma de alianza.

A pesar de todos sus errores, el contraste básico que Baur definió ha demostrado ser remarcablemente flexible y durable. El paradigma de Baur todavía subyace en la estructura de muchos estudios acerca de Pablo y ha sido adoptado por estudiosos bien conocidos durante el siglo XX. Pera algunos problemas con este paradigma. Antes que nada, no está claro que Pablo viese la fidelidad a su antigua religión ancestral y la fe en Cristo como absolutamente incompatibles; se puede interpretar a Pablo simplemente como queriendo decir que, con Cristo, Israel se expande hasta incluir a los Gentiles. De hecho, hay muchos pasajes en la Biblia y en literatura judía pos-bíblica que predicen que cuando Dios establezca su reino los Gentiles serán incluidos (Is. 2:2). Aunque esta profecía del peregrinaje escatológico de los Gentiles no ofrece detalles legales acerca de lo que los estos han de hacer cuando vayan a adorar en Israel. Lo que sí dice es que “tendrán que aprender sus caminos y seguir sus senderos, pues de Sion saldrá la Ley” (Is. 2:3). De todas maneras no hay afirmación explícita de que los Gentiles tengan que hacerse Judíos; aceptar la circuncisión, el código dietario, y otras partes de la legislación Mosaica. Todos los pasajes acerca de la inclusión de los Gentiles en los últimos días son igual de vagos: son proféticos o poéticos, y no especifican que implica el adorar a Dios –excepto, claro está, el abandonar el culto a otros dioses. También se pasa por alto hasta que punto, al imaginar el Judaísmo y Cristianismo, Pablo no estaba pensando en particularismo alguno ni fe universal; estaba, más bien, imaginando dos caminos religiosos, cada uno particularista, aunque de diferentes maneras. Cada camino tenía sus propias creencias particulares, requerimientos, y rituales para la inclusión (por ejemplo, uno tenía la circuncisión, el otro el bautismo); cada uno tenía su ritual normativo, legal, y estructura moral. Ninguno de los dos era “in-clusivo” en el sentido moderno de la palabra en su comprensión de la comunidad o de la oportunidad para la salvación.

Para Pablo, los Cristianos Gentiles tenían que convertirse en hijos, no de Adam, ni de Noé (figuras asociadas con la universalidad del cuidado de Dios), sino de Abraham, “el padre de todos nosotros” (Rom. 4:16) –o sea, de los hijos de Israel. Más que todo esto, Pablo pensaba que las nuevas comunidades Cristianas eran, si no Israel o el nuevo Israel, sí (usando el término del teólogo de Yale George Lindbeck) como un “le cuerpo de Israel”. Desde el punto de vista de Pablo, la asamblea de los Cristianos es como la asamblea de los Israelitas dado que participa en Cristo como un cuerpo regenerado cuyo carácter corporativo marca a los miembros como estando fuera del mundo. Para Pablo, la iglesia podía tomar prestado la comprensión que Israel tenía de sí mismo como comunidad, como un solo cuerpo, de los salvados ni los Judíos ni los Cristianos participan en su fe como individuos atomizados.

La noción de la iglesia como un cuerpo, no es ninguna exageración. Conecta a la Jesús y la iglesia con la fisicalidad de los Judíos, como una familia natural. En la mente de Pablo, ambas asambleas son cuerpos; ambas son familias –una natural y biológica, la otra mística, ambas elegidas por Dios. (Acerca de los Judíos y su aún vigente elección, Pablo pregunta retóricamente en Rom. 11:1, “ha rechazado Dios a su Pueblo? De ninguna manera!”) Ambas comunidades conciben la resurrección en términos de restauración de una comunidad, o, según Pablo, de un cuerpo. Ni el Judaísmo ni el Cristianismo asocia la resurrección primariamente con la supervivencia después de la muerte. Tiene que ver, en primer lugar, con la comunidad más bien que con el individuo. Así cuando sea resucitado, el cuerpo, la congregación de los fieles en Cristo, será lo resucitado. Esta será luminosa y transformada. Al mismo tiempo, sus miembros mantendrán su carácter corporativo individual y físico. Para Pablo, la encarnación para Pablo no es una espiritualización o metáfora de la asamblea Cristiana. Está más bien asociada muy de cerca con la expectativa de la resurrección, una expectativa compartida con los Fariseos y otros creyentes Judíos en la resurrección de los muertos durante el periodo del Segundo Templo.

De todas maneras, las nociones de comunidad del Segundo Templo y el punto de visa de Pablo del cuerpo salvado no son idénticas. La diferencia clave es simple: en el pensamiento de Pablo, el cuerpo salvado no es una familia biológica. Ni es una comunidad natural. No es una familia que se reproduce en el tiempo mediante el nacimiento de niños, como era y sigue siendo el pueblo Judío. Más bien, la congregación de los fieles Cristianos es una familia en virtud de lo que tiene en común: la creencia en y la dedicación al Cristo crucificado y resucitado. Es una familia en tanto que sus miembros están unidos por su confianza en que Dios ha actuado en la muerte y resurrección de Jesucristo, inaugurando para ellos una nueva vida juntos como miembros del mismo cuerpo.

Otro problema el paradigma de Baur es que Pablo nunca se habría reconocido a sí mismo como un “universalista” en el mundo. O sea, el paradigma en cuestión es anacrónico. Al final de los tiempos, los fieles serán resucitados. Pero los que Pablo condena como idólatras e infieles, aquellos que niegan el mesianismo de Jesucristo o que están fueran de la alianza establecida por Dios, están destinados a ser destruidos.

Pablo pensaba en términos de tres grupos: Judíos, paganos, y la iglesia. Para los paganos la única esperanza era dejar de ser paganos y convertirse en hijos de Abraham: “Y vosotros, hermanos, a la manera de Isaac, sois hijos de la promesa”, dice Pablo a los Gálatas bautizados (Gal. 4:28). Para los Cristianos, Pablo pensaba que su adopción se llevaría a cabo mediante el bautismo; para los Judíos, ésta se había realizado mediante la circuncisión, y de esta manera Israel y los hijos de Abraham serían salvos:

“(25)Pues no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, para que no presumáis de sabios: el endurecimiento parcial que ha padecido Israel durará hasta que entren todos los gentiles. (26)De ese modo, todo Israel se salvará, como dice la Escritura: Vendrá de Sión el Libertador; alejará de Jacob las impiedades. (27) y esta será mi alianza con ellos, cuando haya borrado sus pecados” (Rom. 11:25-27).

La única esperanza para los no-Judíos, según Pablo, era la de unirse a la comunidad de los salvados, convirtiéndose al Cristianismo. En tiempos de Pablo esta era una comunidad muy pequeña –minúscula. Pablo, pues, le estaba pidiendo a los paganos que dejaran un grupo más grande para unirse a otro más pequeño y contra-cultural. En este sentido, hay una contraparte en Pablo en la dualidad de Israel y las naciones en el Judaísmo: es la dualidad de la iglesia y el mundo. Pero Pablo no ve sino perdición en el futuro de los paganos mientras no se conviertan en hijos de Abraham.

De nuevo, esto está en línea con la expectativa escatológica de la comunidad sectaria de Qumran. Los sectarios se veían como en posesión de la verdadera alianza, como hijos de la luz o “hijos de la verdad de Dios”. A la luz de los intentos de representar a la iglesia temprana como una comunidad inclusiva o a Pablo como un apóstol de la salvación universal, hay que señalar que los primeros seguidores de Jesús, incluyendo a Pablo, se entendían a ellos mismos en términos análogos –o sea, en términos de salvación, como una comunidad exclusiva; no conocían nada parecido al moderno pluralismo religioso. Para la comunidad reflejada en los documentos de Qumran, los enemigos de Dios, los hijos de la oscuridad, serían destruidos. Pablo se hace eco de este lenguaje en su carta a los Filipenses: “Porque muchos viven, según os dije tantas veces –y ahora os lo repito con lágrimas-, como enemigos de la cruz de Cristo”, cuyo final es la “perdición”(Fil. 3:18-19). Los injustos no heredarán el reino de Dios, advierte repetidamente en sus cartas (1 Cor. 6:9, 8:11, 10:6; Rom. 2:12 y 2 Cor. 2:15, 4:3).

La comprensión que tenían de la salvación la comunidad Judía de Qumran y la iglesia temprana es sectaria. La distinción esencial, según E.P. Sanders, se realizaba “entre aquellos fuera de la alianza.. y aquellos dentro”. Para Pablo, la promesa de salvación está cualificada por la petición de obediencia, con la primera dependiendo del desempeño o realización de la segunda para su cumplimiento. Aquí, también, el punto de vista de Pablo para la salvación es, como dice Sanders, “típicamente Judío”. La “Salvación por la gracia”, dice Sanders, no es para Pablo “incompatible con el castigo y premio de las acciones”. “El evangelio”, dice Pablo en Romanos, “es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree”.. (Rom. 1:16). Aquí, Pablo enlaza el destino individual con la disposición a creer en el mensaje Cristiano. A los Corintios, Pablo les señala que serán salvos mediante el evangelio que han recibido “si permanecen firmes en el evangelios” (1 Cor. 15:1-2). Solo obedeciendo y creyendo, y siendo obediente y teniendo fe, merece uno el premio de la resurrección y salvación eterna. Pablo promete a los Romanos que disfrutarán de la bondad de Dios “siempre y cuando continúen en su bondad”. La promesa de salvación es provisional y dependiente en parte de la perseverancia en el bien. Si los Cristianos Romanos fallan en perseverar, seguramente serán “desgajados” (Rom. 11:22). Los que hacen el mal, advierte, “no heredarán el reino de Dios” (Gál. 5:21). Por muy desagradable que parezca a la sensibilidad moderna, Pablo declara con total claridad que aquellos que no se unan a la nueva alianza, no tendrán un lugar en la comunidad salvada. Los paganos estaban condenados a la perdición. Como bien dice Sanders, “Lo que Pablo pensaba en realidad está muy claro pasaje tras pasaje: todos los apartados de Cristo serían destruidos; aquellos que creían y participaban en el cuerpo de Cristo serían salvos”. Aquello pocos afortunados que pertenecían a Cristo serían salvos el día del Señor, incluso la naturaleza y el cosmos serían transformados y liberados de la esclavitud (Rom. 8:21). El particularismo –fuese en dentro del Judaísmo no sectario, del sectario en Qumran, o en el Cristianismo temprano- no implica un exclusivismo permanente, pues la puerta de la salvación dentro de la comunidad salvada siempre está abierta.

Pablo identifica a la comunidad salvada, como la iglesia, en tanto que “cuerpo de Cristo”. Individualmente, cada creyente era “un miembro” del cuerpo : “(12)El cuerpo humano, aunque tiene muchos miembros, es uno; es decir: todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, forman un solo cuerpo. Pues así también es Cristo. (13)Porque hemos sido todos bautizados en un solo Espíritu, para no formar más que un cuerpo entre todos: judíos y griegos, esclavos y libres…” (1 Cor. 12:12-13). El cuerpo tiene muchos miembros, aunque es uno.

Se sigue de esto que, para Pablo, la resurrección era un evento colectivo, o comunal. Puesto de otra forma, el significado de la resurrección de Jesús no quedaba agotado con la Pascua. Señalaba hacia delante, hacia una resurrección general de los muertos, de aquellos que se habían unido a la verdadera alianza reconociendo a Jesús como mesías y participando en su muerte y resurrección. Así como Jesús resucitó el tercer día, así sería resucitado su cuerpo –la congregación de los fieles, la iglesia- al final de los tiempos. Así como todos murieron en Adán, todos los que murieran en Cristo compartirían su resurrección: “Pues del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo” (1 Cor. 15:22). La resurrección de la comunidad, no del individuo, es primaria. Pablo piensa que el cuerpo de Cristo es eterno, en el mismo sentido que la visión de los huesos secos en Ezequiel 37 piensa a Israel como eterno.

Otra idea relacionada muy de cerca con la equivocada noción de que Pablo creía que todos serían salvos. Es la mal entendida idea de que creía que le bautismo abolía todas las distinciones religiosas, étnicas, económicas, y sexuales. Algunos van incluso mas lejos cuando afirman que existía una condición de absoluta igualdad social en las iglesia Paulinas como resultado de esta teología bautismal. Se basaban principalmente en Gál. 3:28: “De modo que ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo”. El estudioso del Nuevo Testamento Troy W. Martin ha argumentado convincentemente contra esta teoría. Señala que son los intérpretes posteriores –especialmente los del siglo XX- los que ven en las comunidades Paulinas el ideal de comunidades utópicas que eliminaban todas las distinciones de clase, género, y estatus social. Pablo, no obstante, esperaba que permaneciesen las distinciones étnicas, sexuales, de clase, y de esclavo/libre. El tema, dice Martin, es si esas distinciones tenían “alguna relevancia a la hora de determinar a los candidatos al Bautismo y a la entrada en la comunidad Cristiana”. Martin concluye que, para Pablo, no tienen ninguna relevancia. Pablo asume que habrá una diversidad de funciones y papeles sociales y responsabilidades en el cuerpo de Cristo, y que esta diversidad permanecerá incluso después del bautismo (Rom. 12:3-8; 1 Cor. 7:1-16, 25-40; 11:2-16; 12:1-11, 28-31). Este versículo, como dice Martin en Gál. 3:28, “no proclama la abolición absoluta de esas distinciones sino solamente su irrelevancia para la participación en el bautismo Cristiano”. Como bien dice Pablo: “Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y no todos los miembros tienen la misma función” (Rom. 12:4).

Intérpretes posteriores de Gál. 3:28 han argumentado que Pablo quería abolir todas las distinciones. Pero afirman esto, no en orden a explicar lo que Pablo quería decir, sino a formular sus agendas políticas e ideológicas. Lo que uno piense de estas agendas políticamente multiculturales no encaja “en absoluto” en el mundo del siglo I d.C. si no que falsifica el pensamiento Paulino. Pablo no era un universalista ni respecto a la salvación ni respecto a la organización social.

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