viernes, 24 de febrero de 2012

SATANÁS Y EL CONCEPTO DEL MAL I

PARTE I: EL DIABLO Y SUS PODERES

1. El Antiguo Testamento dice muy poco acerca del Diablo y ni siquiera apunta a una conspiración de los seres humanos bajo la dirección del Diablo.

Para los Hebreos primitivos Yahvé era un dios tribal, y pensaban a los dioses de los pueblos vecinos como antagonistas a ellos y a Yahvé, y no necesitaban ninguna otra grandiosa encarnación del mal. Más tarde la religión tribal se desarrolló en un monoteísmo ; pero entonces el monoteísmo era tan absoluto, la omnipotencia y omnipresencia de Dios eran tan constantemente afirmadas, que los poderes del mal parecían insignificantes en comparación. El demonio del desierto Azazel en Levítico, el demonio nocturno Lilith y los demonios machos cabríos en Isaías –son todos residuos de la religión pre-Yavista y permanecen fuera de los límites de la religión de Yahvé; difícilmente entran en relación con Dios y no son en absoluto poderes que se enfrentan a Dios. Como ocurre con el dragón que aparece en el Antiguo Testamento bajo los nombres de Rahab, Leviatán, y Tehom Rabbah- que son tomados de los mitos de creación del Cercano Oriente y simbolizan el caos primordial en lugar del mal actuando en el mundo creado. Tampoco el Antiguo Testamento sabe nada sobre Satán en tanto que gran oponente de Dios y suprema encarnación del mal. Estamos acostumbrados a ver la serpiente, que engaño a Eva en el Jardín del Edén, como Satán en guerra con Dios; pero no hay garantía alguna de nada de esto en el texto. Al contrario, en las pocas ocasiones cuando Satán aparece en el Antiguo Testamento, figura menos como antagonista de Yahvé que como cómplice.

Satán, de hecho, se desarrolló partiendo del mismo Yahvé, en respuesta a ideas cambiantes acerca de la naturaleza de Dios(1). Cuando Yahvé dejó de ser un dios tribal y se convirtió en Dios del universo, fue visto al comienzo como autor de todo lo que ocurría, bueno y malo. Así leemos en Amos (siglo VIII a.C.): “…….. Sobreviene una desgracia a una ciudad sin que la haya provocado Yahvé?”(2). Incluso el Deutero-Isaías (siglo VI a.C.) hace decir a Yahvé: “Yo modelo la luz y creo la tiniebla, yo hago la dicha y creo la desgracia, y soy Yahvé, el que hago todo esto”(3). Pero gradualmente la conciencia religiosa cambió hasta que se llegó a considerar una incongruencia que Dios fuese el responsable directo del mal. En este punto las funciones amenazantes y dañinas de Dios se separan de éste y son personificadas en Satán(4).


En el prólogo del libro de Job (probablemente siglo V a.C.) Satán aparece como cortesano en la corte de Dios, y el hecho notable es que induce a Dios a infligir sufrimiento sobre un hombre inocente. En épocas más tempranas, Dios podría haber sido perfectamente capaz de realizar esto sin ser inducido, y es que la misma idea que Dios puede ser inducido o influenciado a hacer algo habría sido teológicamente intolerable. Esta visión más antigua, pues, impregna todo el relato de Job en oposición al prólogo; en este antiguo cuento popular Job no duda en adscribir su desgracia a Yahvé, y no sabe absolutamente nada de Satán. Un desarrollo similar se puede observar si uno contrasta un relato del Libro Segundo de Samuel, que puede datar del siglo X a.C., con la misma historia relatada en el Libro de las Crónicas, no más antiguo del siglo IV a.C. 2 Samuel 24 relata como el Señor tentó a David para hacer un censo del pueblo, y con que consecuencias. Cualquier censo era visto como una violación del poder divino porque hacía a los seres humanos conscientes de su poder. Por lo tanto, para castigar a David por realizar el censo, el Señor envió una plaga para reducir la población; después de lo cual el Señor “se arrepintió”. Seis o siete siglos más tarde semejante conducta era vista como incompatible con la naturaleza divina. En 1 Crónicas 21, el mismo relato es narrado, y con las mismas palabras, excepto una diferencia vital: la responsabilidad de tentar a David es transferida de Dios a Satán.

Ésta historia en Crónicas parece ser un ejemplo en todo el Antiguo Testamento que sugiere que Satán existe como principio del mal; también es el ejemplo donde el nombre “Satán” –que significa “adversario”- es usado sin el artículo, de manera que se convierte en nombre propio. Ya no es un función de la personalidad de Dios, Satán surge aquí como ser autónomo, un poder que tiente a los hombres a pecar contra Dios. Este un momento crucial; pues durante los tres siglos siguientes los Judíos produjeron una demonología nueve, compleja y de gran amplitud. Desde el siglo II a.C. hasta el fin del siglo I d.C. apareció un nuevo cuerpo de literatura comúnmente conocida como apocalíptica, porque está llena de revelaciones supuestamente sobrenaturales acerca del futuro. Esta literatura abunda en referencias a los malos espíritus trabajando para impedir el plan de Dios para el mundo(5).

Aunque esta noción es bastante extraña al Antiguo Testamento, había, en cierto sentido, sido aprobada por la autoridad del Antiguo Testamento. Esto se llevó a cabo invocando un par de frases de Génesis 6: “… vieron los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran atractivas, y tomaron por mujeres a las que prefirieron de entre todas ellas…..Los nefilim (Gigantes) aparecieron en la tierra por aquel entonces (y también después), cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres y éstas les dieron hijos; estos fueron los héroes de la antigüedad, hombres famosos”. Este misterioso pasaje parece reflejar una leyenda popular referente a los gigantes y su origen; y y se debe haber requerido una considerable ingenuidad para relacionarlos con los malos espíritus y su origen. Pero los Apocalipsis se las arreglan pare ello.

El Libro de Enoch, o I Enoch, relata como los ángeles, liderados por Semjaza y Azazael, cayeron del cielo debido a su lujuria para con las hijas de los hombres; de este cruce de razas viene el mal y la impiedad de la destructiva raza de los Gigantes se extendió a lo largo de la tierra hasta que, en un esfuerzo para restaurar el orden, Dios envió el Diluvio para destruir la mayor parte de la humanidad y encadenó a los ángeles en lugares oscuros de la tierra hasta el Juicio Final, cuando serán echados al Fuego Eterno(6). Pero los Gigantes permanecieron en la tierra, y dieron lugar a los malos espíritus. Cómo ocurrió esto no está claro, pero el punto es inmaterial; lo que importa es que los malos espíritus “se levantaron contra los hijos de los hombres y contra las mujeres”(7). En otras palabras, son demonios, que atormentan a los seres humanos. También los extravían haciendo que ofrezcan sacrificios a los dioses paganos(8) –un papel que existiendo bajo el Cristianismo, como una de las actividades principales y más siniestras de los demonios.

Este relato en I Enoch data del siglo II a.C., y los Apocalipsis posteriores se basaron en éste. Muchos de ellos tratan de esos demonios y las nefastas actividades que llevan a cabo bajo el mandato de su líder, llamado Mastema, o Belial, o Beliar, o Satán. En el “Libro de los Jubileos” (135-105 a.C.) Mastema está al mando de una décima parte de los malos espíritus, las otras nueve décimas partes permanecen confinadas en “el lugar de la condenación”. Dentro de los límites prescritos por Dios los malos espíritus o demonios llevan a cabo la destrucción en la tierra –aunque también se dedican a seducir, tentar a los seres humanos con todo tipo de pecados(9). Todo esto está más claro en el “Testamento de los Doce Patriarcas” (109-106 a.C.). Aquí el jefe de los ángeles caídos, Belial, emerge como antagonista y rival de Dios, con quien compite para obtener la alianza de los hombres: “Elijes las tinieblas o la luz, la ley del Señor o las obras de Belial?(10). Sus subordinados tientan a los hombres para que forniquen, con celos, envidia, enfado, crimen –y también idolatría, o culto a los dioses paganos.

Algunos de los Rollos del Mar Muerto presenta un cuadro muy similar. En algunos de sus escritos se encuentra la idea que iba a sufrir un espectacular desarrollo en siglos posteriores: la idea que el Diablo (Beliar, Satán, etc.) tiene sus siervos entre hombres y mujeres vivientes –colaboradores humanos de las huestes de malos espíritus. En el documento conocido como “La guerra de los Hijos de la Luz y los Hijos de las Tinieblas” que data aproximadamente de los tiempos de Jesús, la secta espera una guerra de cincuenta años donde sus miembros, como “hijos de la luz”, exterminarán a los “hijos de las tinieblas”, los “hijos de Belial”. Este será un tiempo de salvación para la gente de Dios, una época de dominio para todos los miembros de Su compañía, y de total destrucción para toda la compañía de Satán.

2. La demonología que figura en algunos Apocalipsis y algunos de los Rollos del Mar Muerto también está presente, modificada, claro, en el Nuevo Testamento(11). Al contrario de Yahvé en el Antiguo Testamento, Dios, en el Nuevo Testamento, tiene a un formidables antagonista en Satán y sus huestes de demonios subordinados; los Evangelios, Hechos, Epístolas Paulinas, y Libro del Apocalipsis, están llenos de referencias a esta prodigiosa lucha. Satán lucha para impedir la expansión del Cristianismo.

Hay que admitir cierta incertidumbre referente a la etapa precisa alcanzada en la lucha entre Jesús y Satán. Algunas veces parece que la crucifixión de Jesús ha definitivamente expulsado a Satán. Juan pone en boca de Jesús poco antes de su muerte, “el príncipe de este mundo ya está juzgado”(12); Pablo mantiene que mediante su muerte Jesús ha destruido el poder del Diablo(13). Pero en otros pasajes Satán aparece completamente activo: “…vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar”(14). Y el libro del Apocalipsis deja claro que la lucha nunca pude ser decidida definitivamente hasta la segunda Venida de Cristo; solo en el Juicio Final Satán será “arrojado al lago de fuego y azufre…..”(15). Aunque estas aparentes inconsistencias son meras diferencias en énfasis; no pueden oscurecerle gran optimismo y certeza de victoria que inspiraba a los Cristianos del siglo I.

3. Aunque en la historia de la primera Iglesia Satán y sus demonios era imaginado como lo es en el NT, gradualmente fue siendo integrado en la doctrina Central del Cristianismo, la doctrina la caída del hombre, pecado original, y la redención de la humanidad mediante al crucifixión de Cristo.

Ya en siglo I a.C., el Libro de Enoch señalaba que fue uno de los muchos Satanes menores seguidores de Satán el que extravió a Eva(16). En el primer siglo d.C., Satán estaba, al menos explícitamente, en relación con la serpiente en el Jardín del Edén. Sea la serpiente era Satán disfrazado, o Satán actuó a través de la serpiente. La conexión fue claramente establecida en un número de Apocalipsis del siglo primero, todos de origen Cristiano o con tendencias Cristianas. En particular el “Libro de Adán y Eva”, que fue compuesto en el último cuarto de siglo, elaborado sobre el papel jugado por Satán en la caída. Para extraviar a Eva se colgó de los muros del Paraíso, apareciendo como un ángel y cantando himnos como un ángel; también persuadió a la serpiente para que ésta le dejase hablar por su boca(17). Este mismo Satán fue una vez uno de esos ángeles de Dios, pero desobedeció el mandamiento de Dios y llevó a la desobediencia a otros ángeles, con el resultado que él y sus seguidores fueron expulsados del cielo.

Este punto de vista acerca de la caída de Satán y la caída del hombre fue adoptado por los Padres de la Iglesia, desde el siglo II d.C. el apologista Justino Mártir en adelante. El único punto en disputa concernía a la caída, no a Satán mismo, sino a los ángeles inferiores. Cualquier cosa que sea lo que quiere decir el Libro de Adán y Eva, la mayoría de los Padres no podían pasar por alto la doctrina de fuentes más venerables. El Libro de Enoch, como hemos visto, mantenía que esos ángeles habían caído porque desearon a las hijas de los hombres; de lo que sigue que, diferente a Satán, estos no había caído hasta bien después de la caída del hombre. Pero en el siglo III esta dificultad fue evadida por el preeminente teólogo Orígenes. Éste proclamó que el pasaje en Génesis referente a los hijos de Dios y las hijas de los hombres había de ser tomado alegóricamente; la verdadera caída de los ángeles tuvo lugar antes de la creación del hombre, es más, antes de la creación del mundo. la Iglesia Griega siguió a Orígenes; un tiempo después San Jerónimo (c. 340-420) y San Agustín de Hipona (354-430) implantaron la misma idea en la Iglesia Latina. A finales del siglo IV se aceptaba generalmente en el Este y el Oeste que la caída del hombre era parte de una prodigiosa lucha cósmica que había comenzado cuando algunas de las huestes celestiales se habían revelado contra Dios y habían sido expulsadas del cielo. Mientras que los ángeles habitan el alto cielo, cerca del Trono de Dios, los demonios estaban confinados al aire oscuro inmediatamente sobre la tierra. Este es el significado original de la famosa frase de Pablo acerca de la “maldad espiritual en las alturas”(18), los Padres compartían este punto de vista. Agustín, por ejemplo, mantenía que “el Diablo fue expulsado, junto con sus ángeles, de la alta esfera de los ángeles, y fue arrojado a las tinieblas, o sea en nuestra atmósfera, donde están encarcelados(19). También se estaba de acuerdo en que dado que los ángeles poseían cuerpos etéreos, compuestos de aire y luz, los demonios han de estar igualmente equipados. De acuerdo con Agustín, esos cuerpos etéreos le otorgaban a los demonios tremendo poder y percepción y les posibilitaba transportarse a través del aire a extraordinaria velocidad(20).

Desde su habitat en el aire Satán y sus demonios mantienen una guerra incesante contra los Cristianos. Así es como Pablo los imagina(21). Y los Padres se explayan ampliamente sobre las diferentes maneras mediante las cuales estos persiguen a la nueva fe y a sus adherentes. Pues el Diablo, que no conoce paz alguna, no puede dejar en paz a los hombres(22), junto con sus demonios causa tanto la enfermedad individual(23) como los desastres colectivos tales como la sequía, malas cosechas, epidemias entre los hombres y las bestias(24). Además, los demonios han ideado nuevas métodos para afligir a la Iglesia. Por un lado inspiran a las autoridades Romanas para que persigan a los Cristianos(25), por otro seducen a los Cristianos para que abandonen la verdadera fe, para caer en el cisma y la herejía(26). San Cipriano mantenía incluso que respecto a la actividad de los diablos no habría ni herejía ni cisma alguno(27).

Para Pablo como para los Padres, los demonios están presentes en los dioses del mundo antiguo. Si un Cristiano se atreve a criticar nuevas prácticas o creencias, después que éstas hayan sido aprobadas por la Iglesia, esto debe estar instigado por un dios pagano, operando como demonio. Cuando un monje llamado Vigilantius escribió contra le creciente culto a los huesos de los mártires, Jerónimo le contesta: “El espíritu impuro que te hace escribir esto ha sido a menudo atormentado por este humilde polvo (de los huesos de los mártires)…. Este mi consejo. Vete y confiesa, que lo que ahora niegas, es Mercurio quien habla a través de la boca de Vigilantius”(28). La prueba más segura de la verdad del Cristianismo está en la habilidad de los Cristianos para exorcizar los demonios de los seres humanos a los que han poseído. Pues cada exorcismo representa una victoria de Cristo sobre un dios pagano. Este es el punto de vista de Tertuliano y Cipriano a comienzos del siglo III(29), y era también el punto de vista de Sulpicio Severus en su vida de San Martín de Tours, escrita a comienzos del siglo V: “Cada vez que Martín venía a la iglesia, los demoniacos que estaban presentes aullaban y temblaban como los criminales cuando llega el juez…. Cuando Martín exorcizaba los demonios…. Los miserables demonios expresaban de diferentes maneras los apuros en los que se encontraban… uno admitía que era Júpiter, otro Mercurio….. (30).

La más grande ofensa de Satán, de hecho, está en la persistencia de la religión pagana. Todos lo que a ésta se adherían estaban adorando a demonios. Esta interpretación del ritual de la religión Greco-Romana es como un anticipo de aquellas fantasías del culto a Satán que los clérigos medievales blandirían para tratar con las actividades de las sectas discrepantes, mil años después.

Sin embargo, las similitudes entre el Cristianismo temprano y las actitudes del Cristianismo medieval no han de ser exageradas. La atmósfera de mórbida fascinación que llenaba las descripciones medievales está ausente en las polémicas de los primeros Padres; es fácil ver por qué. En los días de los Padres la Iglesia estaba llena de optimismo, todavía segura de su fe y del triunfo de esta fe. Satán podía ser fuerte, pero estaba dentro del poder de cualquier Cristiano resistirle. La obra conocida como “El Pastor de Hermas”, que data de la primera mitad del siglo II, es empático en un punto: el que teme a Dios no puede ser afectado por ningún Diablo. Satán huye cuando se enfrenta a una fuerte resistencia, por ellos sólo aquellos sin fe Cristiana han de temerle(31). En la segunda mitad del siglo II Ireneo afirmaba que el Diablo huye ante las oraciones de los Cristianos(32), y Tertuliano estaba convencido que es suficiente con pronunciar el nombre de Cristo(33). Si Dios permite que los demonios tienten a los Cristianos, es en orden a que los Cristianos pueden avergonzarlo y al mismo tiempo fortalezcan su propia fe. Desde el punto de vista de Orígenes el poder de Satán y sus huestes ya estaba declinando. Cada vez que un demonio es resistido con éxito por un Cristiano, es arrojado al infierno y pierde el poder de tentar de nuevo. Como resultado el número de demonios en servicio activo está disminuyendo, el poder de los dioses paganos mengua, y a los paganos se les hace cada vez más fácil convertirse en Cristianos(34).

Esta sublime confianza aún inspiraba a la Iglesia cuando cristianizó a los pueblos Germanos y Celtas de Europa. Pero gradualmente a lo largo de los siglos nuevas y terribles ansiedades comenzaron a hacerse sentir en las mentes Cristianas, hasta que llegó a parecer que el mundo estaba poseído por los demonios y que sus aliados humanos estaban por todas partes, incluso en el mismo corazón de la Cristiandad.


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1. Roskoff, “Geschichte des Teufels”, Leipzig, 1869, aunque antigua, es una de las historia más completas acerca de Satán y las huestes demoniacas. Ver también, aunque es más breve, E. Langton, “Satan, a portrait”, London, 1945, y H.A. Kelly, “Towards the death of Satan”, London, 1968. Para un desarrollo de las ideas Cristiana y Judía hasta el Nuevo Testamento ver E. Langton, “Essentials of demonology”, London, 1949. Un estupendo estudios sobre el desarrollo del concepto de Satán en K.G. Jung “Satanás en el Antiguo Testamento, Simbología del Espíritu”, Fondo de Cultura Económica, 1962.
2. Amos 3:6
3. Isaías 45:7
4. Ver H. V. Kluger, “Satan in the Old Testament”, traducc. H. Nagel, North-western University Press, Evanston, USA, 1967.
5. R. H. Charles, “The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament”, 2 vol., Oxford 1913. Hasta que punto la demonología Judía dependía de una influencia Iraní, y cuanto le debe Satán al espíritu de destrucción Zoroastriano, Ahriman, ha sido debatido y no hay conclusión definitiva. Contribuciones acerca de este tema en J. Duchesne-Guillemin, “Ormazd et Ahriman”, Paris, 1953, y R.C. Zaehner, “The dawn and twilight of Zoroastrianism”, London, 1961.
6. I Enoch 10:1-11.
7. I Enoch 15:11.
8. I Enoch 19:1.
9. Jubileos 11:4
10. Testamento de Leví 19:1.
11. G. b. Caird, “Principalities and Powers: a study in Pauline Theology”, Oxford, 1956.
12. Juan 16:11.
13. Hebreos 2:14
14. I Pedro 5:8.
15. Apocalipsis 20:10
16. I Enoch 69:4-6
17. Latin, Vita, 9:1. Ver “Apocalypsis Mosis”, 16-20.
18. Efesios 6:12; 2:2.
19. Agustín, “Enarratio in Psalmum cxlviii”, 9.
20. Agustín, “De divinatione daemonum”, cap. Iii, 7.
21. Efesios 6:12.
22. Ireneo, “Adversus haereses”, lib. V, Cap. Xxiv
23. Tertuliano, “Apologeticum”, cap. Xxii
24. Orígenes, “Contra Celsum”, lib. VIII, 31-2.
25. Justino, “Apologia I”, 55.
26. Justino, “Apologia I”, 5, 12 y 14; Orígenes, “Exhortatio ad martyrium”, 18 y 32
27. Cipriano, “Liber de úntate Ecclesiae” 15
28. Jerónimo, “Liber contra Vigilantium”, 9
29. Tertuliano, “Apologeticum”, cap. XXXIII; Cipriano, “Ad Demetrianum”, 15.
30. Sulpicio Severus, “Dialogus”, III, cap. vi
31. Pastor de Hermas, “Mandatos” VII y XII
32. Ireneo, “Adversus haereses”, lib. II, cap. xxxii
33. Tertuliano, “Apologeticum”, cap. xxiii
34. Orígenes, “Homilia in librum Jesu Nave”, XV.

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