viernes, 18 de noviembre de 2016

EL CRISTIANISMO JUDÍO

EL CRISTIANISMO JUDÍO

En particular demasiada credibilidad ha sido dada a los Hechos de los Apóstoles, una obra literaria basada sobre una variedad de fuentes, tradiciones, y reminiscencias fragmentarias, que representa en realidad el punto de vista aceptado sobre los Comienzos del Cristianismo mantenido solamente por uno de los partidos del Cristianismo temprano, es decir, el partido victorioso. De hecho, esta reconstrucción de los comienzos del Cristianismo surgió de las necesidades de una situación histórica bastante posterior. Alguien que acostumbre a valorar los documentos según sus tendencias ha de considerar Hechos como producto de la segunda o tercera generación de Cristianos. Persiguen una meta obviamente dogmática y para este fin cultiva la ya poderosa tendencia a crear leyendas y remodelar a las personas así como los hechos según sus estándares y concepciones(1). De la misma manera los Evangelios canónicos tejen juntos eventos e interpretaciones en una maraña que no pueden ser desvelada dado que los Evangelios están separados de estos eventos por generaciones así como por catástrofes. Sin embargo, son y seguirán siendo nuestras fuentes principales, sin las cuales no sabríamos nada acerca de la vida de Jesús y de lo que ocurrió después de su muerte, por ejemplo, acerca de los comienzos del Cristianismo. Uno no ha de ver todo esto con lentes dogmáticos; no hay que estudiar la Cristología del Nuevo Testamento usando normas derivadas de Calcedonia, ni medir las cartas de Pablo en relación con la doctrina de la Reforma o justificación, etc.

Es un deber incumbente a los estudiantes de la historia de las religiones o de las ideas el estudiar las afirmaciones de los grupos derrotados con el mismo cuidado y considerar su valor como evidencia tan seria como la del canónico Nuevo Testamento. Lo que se ha dicho referente al valor de las fuentes canónicas es obviamente igualmente verdad respecto a las fuentes de las obras apócrifas Ebionitas: Se derivan estas de un periodo largo "post eventum". También están caracterizadas por tendenciosidad de un partido. Sin embargo, hay que considerarlas de otra manera de la que han sido tratadas en el pasado; hay que hacer uso de la imagen de un pasado común que reflejan, en orden a alcanzar un cuadro más realista de los comienzos del Cristianismo. Quizá en los detalles este cuadro es a menudo fantástico, pero la historia es maravillosa.

Cuando Jesús de Nazaret, quien afirmaba ser el Mesías de los Judíos, encontró su fin en la cruz en el 30 o 33 D.C., sus seguidores estaban convencidos que su Rabí era un instrumento de Dios, quizá el profeta del que Moisés dijo que vendría a ser "como él", quizá el bar enosh (el Hijo del hombre) que aparecería sobre las nubes del cielo, quizá el ebe (Siervo de Dios) que, según Isaías, habría de sufrir  por muchos -quizá todo esto junto y quizá algo de otro también. Al principio, los seguidores de Jesús permanecieron juntos como grupo distinto (como anteriormente hicieron los seguidores de Juan el Bautista), de acuerdo con los deseos de su maestro de que sus doce discípulos compartieran un mesa en común. Durante los primeros diez o quince años, hasta el Concilio Apostólico, los haberim de Jesús, conocidos al principio como Nozrim y posteriormente también como Christianoi, probablemente siguieron como uno de los numerosos grupos en el marco del Judaísmo contemporáneo, ocupados en las polémicas entre los movimientos de aquellos días aunque permanecieron esencialmente tranquilos. (La tradición especial Judeo-Cristiana informa que una controversia de este tipo tuvo lugar en el séptimo año de la muerte de Jesús). Es verdad que un conflicto tumultuoso tuvo lugar en la sinagoga Helena de Nazrim, entre los seguidores de Jesús de la Diáspora Griega cuyo origen se hace evidente tanto en el discurso como en su visión y quizá también en su actitud más libre hacia la ley (Hechos 6:7). Este conflicto dejó su huella en la vida del apóstol Pablo, aunque la crisis pasó pronto. Los haberim de Jesús se expandieron rápidamente, obteniendo conversos tanto en los círculos sacerdotales (Hechos 6:7) como entre los Fariseos (Hechos 15:5). No había conflicto real con la población Judía como un todo o con el Sanedrín dominado por los Saduceos. Estos últimos, es verdad, participaron en la condena de Jesús y en el caso de los liberales o Helenistas (Esteban, Hechos 6-7), pero se inclinaron hacia la sabiduría del Rabino Gamaliel, que aconsejó al tribunal que permitiera la libertad, o sea, esperar y dejar el futuro en las manos de Dios. Así que los Hechos de los Apóstoles en su informe del periodo temprano de la iglesia dicen que la Iglesia en toda Judea, Galilea, y Samaria tenía paz (9:31).

Visto desde dentro, el estado de los asuntos era bastante distinto, Ya en fecha temprana aparecieron diferencias de opinión fundamentales que gradualmente se consolidaron en movimientos, tradiciones, y facciones. Estas facciones aún pueden ser identificadas en la narrativa de los Hechos canónicos y epístolas del Nuevo Testamento. Los puntos centrales de disputa se referían: (1) las estimaciones y evaluaciones de la persona del Maestro, que no estaba con ellos desde hacía muchos años(lo más tarde se llamó teología Cristiana) y (2) establecer quienes habían sido por él establecidos como apóstoles y estaban por lo tanto autorizados para hablar en su nombre y tomar decisiones. Otros puntos de disputas eran: (3) cuál era el contenido esencial de su mensaje, y, asociado a esto (4) qué había que exigirle a los nuevos seguidores, especialmente los que venían del paganismo? Estas facciones, que dependían de la autoridad de representantes influyentes, se da a conocer por vez primera en llamado Concilio Apostólico, que quizá tuvo lugar en 48-49 D.C.
                               
La cuestión particular es: Qué es lo que puede ser realmente establecido en lo que concierne a los más tempranos comienzos del Cristianismo, o sea, cuales son los datos más antiguos de la historia del Cristianismo? Erich Seeberg dice que eran las paradoseis de y concernientes a Cristo, los trozos de información de los materiales tradicionales que Pablo, cuyas cartas son substancialmente más antiguas que los Evangelios, transmitió. Principalmente dos: la confesión primitiva Cristiana de I Corintios 15:3 –la célula germen del Credo de los Apóstoles- y la tradición referente a la Última Cena en I Corintios 11:23. De estas dos aparece lo que debería ser evidente: En los comienzos del Cristianismo está Cristo. Se aparece primero a Pedro, esta es la base de la duradera preeminencia de Pedro en la iglesia y después a los Doce –se ha de ver esto como hecho histórico. Que se entendiera esta visión como resurrección al tercer día es ya interpretación teológica. Las informaciones de similares apariencias a Santiago, hermano del Señor, pueden haberse originado en tradiciones rivales. Esas apariciones son de importancia central porque establecen derechos y estuvieron conectadas con la formación de congregaciones e iglesias. La otra paradosis, la tradición pre-Paulina referente a la Última Cena, también apunta a las apariciones. De acuerdo con la narrativa de la institución en I Corintios 11:23, Jesús informó a sus discípulos en la Última Cena que después de su muerte continuaría compartiendo la mesa de sus días terrenos mediante una “nueva comida y bebida, que puede ser llamada sacramental”, de manera que el Señor “seguiría estando presente entre ellos de manera divina”(2). La proclamación del “nuevo orden in mi sangre” puede ser designado como el acto sobre el cual la iglesia Cristiana está fundada.

Además de esas tradiciones Paulinas los redactores de los Evangelios también informan de algunos temas que ciertamente eran una parte esencial de la fe en el periodo más temprano. Así se puede tomar como hecho establecido que Jesús se aplicara a sí mismo el mito Daniélico referente al Hijo del Hombre, que veía el anuncio mesiánico del sufrimiento del Siervo de Dios en Isaías 53 reflejado en su propio destino, y que entendiese su muerte como muerte expiatoria (Marcos 10:45). Que se veía a sí mismo como el mesiánico Hijo del hombre es indiscutible; está claramente demostrado por su confesión ante el sumo sacerdote, sin lo cual el juicio a Jesús no puede ser comprendido en absoluto. Seguramente los comienzos del desarrollo que llevaron a la Cristología de la iglesia yacen ahí.

La afirmación que Jesús era el mesiánico Hijo del hombre estaba abierta a otras interpretaciones, una de las cuales la ofrecen los Judíos Cristianos o Ebionitas. Estos no reconocen ni al hijo divino ni una preexistencia ni un nacimiento de la virgen. Difieren de los demás en sus puntos de vista sobre la comisión concerniente a la formación de las congregaciones, tenían un concepto diferente de la legitimidad apostólica, y se embarcaron en una lucha contra la mayoría Cristiana Gentil sobre la cuestión de la labor misionera, manteniendo ideas completamente diferentes en lo concerniente a que constituía los puntos cardinales del mensaje del evangelio.                    
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1.         M. Dibelius, "Studies in the Acts of Apostles", ed. Heinrich Greeven(New York: Charles Scribner´s Sons, 1956).

2.         Cf. L. Goppelt, Die apostolische und nachapostolische Zeit, en Die Kirche in ihrer Geschichte, Bd. 1 (Göttingen, 1962), p. 31.

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