EL CRISTIANISMO JUDÍO
En
particular demasiada credibilidad ha sido dada a los Hechos de los Apóstoles,
una obra literaria basada sobre una variedad de fuentes, tradiciones, y
reminiscencias fragmentarias, que representa en realidad el punto de vista
aceptado sobre los Comienzos del Cristianismo mantenido solamente por uno de
los partidos del Cristianismo temprano, es decir, el partido victorioso. De
hecho, esta reconstrucción de los comienzos del Cristianismo surgió de las
necesidades de una situación histórica bastante posterior. Alguien que
acostumbre a valorar los documentos según sus tendencias ha de considerar
Hechos como producto de la segunda o tercera generación de Cristianos.
Persiguen una meta obviamente dogmática y para este fin cultiva la ya poderosa
tendencia a crear leyendas y remodelar a las personas así como los hechos según
sus estándares y concepciones(1).
De la misma manera los Evangelios canónicos tejen juntos eventos e
interpretaciones en una maraña que no pueden ser desvelada dado que los
Evangelios están separados de estos eventos por generaciones así como por
catástrofes. Sin embargo, son y seguirán siendo nuestras fuentes principales,
sin las cuales no sabríamos nada acerca de la vida de Jesús y de lo que ocurrió
después de su muerte, por ejemplo, acerca de los comienzos del Cristianismo.
Uno no ha de ver todo esto con lentes dogmáticos; no hay que estudiar la
Cristología del Nuevo Testamento usando normas derivadas de Calcedonia, ni
medir las cartas de Pablo en relación con la doctrina de la Reforma o
justificación, etc.
Es un deber
incumbente a los estudiantes de la historia de las religiones o de las ideas el
estudiar las afirmaciones de los grupos derrotados con el mismo cuidado y
considerar su valor como evidencia tan seria como la del canónico Nuevo
Testamento. Lo que se ha dicho referente al valor de las fuentes canónicas es
obviamente igualmente verdad respecto a las fuentes de las obras apócrifas
Ebionitas: Se derivan estas de un periodo largo "post eventum". También están caracterizadas
por tendenciosidad de un partido. Sin embargo, hay que considerarlas de otra
manera de la que han sido tratadas en el pasado; hay que hacer uso de la imagen
de un pasado común que reflejan, en orden a alcanzar un cuadro más realista de
los comienzos del Cristianismo. Quizá en los detalles este cuadro es a menudo
fantástico, pero la historia es maravillosa.
Cuando
Jesús de Nazaret, quien afirmaba ser el Mesías de los Judíos, encontró su fin
en la cruz en el 30 o 33 D.C., sus seguidores estaban convencidos que su Rabí
era un instrumento de Dios, quizá el profeta del que Moisés dijo que vendría a
ser "como él", quizá el bar enosh (el Hijo del hombre) que aparecería
sobre las nubes del cielo, quizá el ebe (Siervo de Dios) que, según Isaías, habría de sufrir por muchos
-quizá todo esto junto y quizá algo de otro también. Al principio, los
seguidores de Jesús permanecieron juntos como grupo distinto (como
anteriormente hicieron los seguidores de Juan el Bautista), de acuerdo con los
deseos de su maestro de que sus doce discípulos compartieran un mesa en común.
Durante los primeros diez o quince años, hasta el Concilio Apostólico, los haberim de Jesús, conocidos al principio
como Nozrim y posteriormente también
como Christianoi, probablemente
siguieron como uno de los numerosos grupos en el marco del Judaísmo
contemporáneo, ocupados en las polémicas entre los movimientos de aquellos días
aunque permanecieron esencialmente tranquilos. (La tradición especial
Judeo-Cristiana informa que una controversia de este tipo tuvo lugar en el
séptimo año de la muerte de Jesús). Es verdad que un conflicto tumultuoso tuvo
lugar en la sinagoga Helena de Nazrim,
entre los seguidores de Jesús de la Diáspora Griega cuyo origen se hace evidente
tanto en el discurso como en su visión y quizá también en su actitud más libre
hacia la ley (Hechos 6:7). Este conflicto dejó su huella en la vida del apóstol
Pablo, aunque la crisis pasó pronto. Los haberim
de Jesús se expandieron rápidamente, obteniendo conversos tanto en los
círculos sacerdotales (Hechos 6:7) como entre los Fariseos (Hechos 15:5). No
había conflicto real con la población Judía como un todo o con el Sanedrín
dominado por los Saduceos. Estos últimos, es verdad, participaron en la condena
de Jesús y en el caso de los liberales o Helenistas (Esteban, Hechos 6-7), pero
se inclinaron hacia la sabiduría del Rabino Gamaliel, que aconsejó al tribunal
que permitiera la libertad, o sea, esperar y dejar el futuro en las manos de
Dios. Así que los Hechos de los Apóstoles en su informe del periodo temprano de
la iglesia dicen que la Iglesia en toda Judea, Galilea, y Samaria tenía paz
(9:31).
Visto desde
dentro, el estado de los asuntos era bastante distinto, Ya en fecha temprana
aparecieron diferencias de opinión fundamentales que gradualmente se
consolidaron en movimientos, tradiciones, y facciones. Estas facciones aún
pueden ser identificadas en la narrativa de los Hechos canónicos y epístolas
del Nuevo Testamento. Los puntos centrales de disputa se referían: (1) las
estimaciones y evaluaciones de la persona del Maestro, que no estaba con ellos
desde hacía muchos años(lo más tarde se llamó teología Cristiana) y (2)
establecer quienes habían sido por él establecidos como apóstoles y estaban por
lo tanto autorizados para hablar en su nombre y tomar decisiones. Otros puntos
de disputas eran: (3) cuál era el contenido esencial de su mensaje, y, asociado
a esto (4) qué había que exigirle a los nuevos seguidores, especialmente los
que venían del paganismo? Estas facciones, que dependían de la autoridad de
representantes influyentes, se da a conocer por vez primera en llamado Concilio
Apostólico, que quizá tuvo lugar en 48-49 D.C.
La cuestión
particular es: Qué es lo que puede ser realmente establecido en lo que
concierne a los más tempranos comienzos del Cristianismo, o sea, cuales son los
datos más antiguos de la historia del Cristianismo? Erich Seeberg dice que eran
las paradoseis de y concernientes a
Cristo, los trozos de información de los materiales tradicionales que Pablo,
cuyas cartas son substancialmente más antiguas que los Evangelios, transmitió.
Principalmente dos: la confesión primitiva Cristiana de I Corintios 15:3 –la
célula germen del Credo de los Apóstoles- y la tradición referente a la Última
Cena en I Corintios 11:23. De estas dos aparece lo que debería ser evidente: En
los comienzos del Cristianismo está Cristo. Se aparece primero a Pedro, esta es la base de la duradera preeminencia de
Pedro en la iglesia y después a los Doce –se ha de ver esto como hecho
histórico. Que se entendiera esta visión como resurrección al tercer día es ya
interpretación teológica. Las informaciones de similares apariencias a
Santiago, hermano del Señor, pueden haberse originado en tradiciones rivales.
Esas apariciones son de importancia central porque establecen derechos y
estuvieron conectadas con la formación de congregaciones e iglesias. La otra paradosis, la tradición pre-Paulina
referente a la Última Cena, también apunta a las apariciones. De acuerdo con la
narrativa de la institución en I Corintios 11:23, Jesús informó a sus
discípulos en la Última Cena que después de su muerte continuaría compartiendo
la mesa de sus días terrenos mediante una “nueva comida y bebida, que puede ser
llamada sacramental”, de manera que el Señor “seguiría estando presente entre
ellos de manera divina”(2). La proclamación del “nuevo orden in
mi sangre” puede ser designado como el acto sobre el cual la iglesia Cristiana
está fundada.
Además de
esas tradiciones Paulinas los redactores de los Evangelios también informan de
algunos temas que ciertamente eran una parte esencial de la fe en el periodo
más temprano. Así se puede tomar como hecho establecido que Jesús se aplicara a
sí mismo el mito Daniélico referente al Hijo del Hombre, que veía el anuncio
mesiánico del sufrimiento del Siervo de Dios en Isaías 53 reflejado en su propio
destino, y que entendiese su muerte como muerte expiatoria (Marcos 10:45). Que
se veía a sí mismo como el mesiánico Hijo del hombre es indiscutible; está claramente
demostrado por su confesión ante el sumo sacerdote, sin lo cual el juicio a Jesús
no puede ser comprendido en absoluto. Seguramente los comienzos del desarrollo
que llevaron a la Cristología de la iglesia yacen ahí.
La afirmación
que Jesús era el mesiánico Hijo del hombre estaba abierta a otras
interpretaciones, una de las cuales la ofrecen los Judíos Cristianos o Ebionitas.
Estos no reconocen ni al hijo divino ni una preexistencia ni un nacimiento de
la virgen. Difieren de los demás en sus puntos de vista sobre la comisión
concerniente a la formación de las congregaciones, tenían un concepto diferente
de la legitimidad apostólica, y se embarcaron en una lucha contra la mayoría
Cristiana Gentil sobre la cuestión de la labor misionera, manteniendo ideas
completamente diferentes en lo concerniente a que constituía los puntos
cardinales del mensaje del evangelio.
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1.
M.
Dibelius, "Studies in the Acts of Apostles", ed. Heinrich Greeven(New York:
Charles Scribner´s Sons, 1956).
2.
Cf. L. Goppelt, Die
apostolische und nachapostolische Zeit, en Die Kirche in ihrer Geschichte, Bd. 1 (Göttingen, 1962), p. 31.
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