viernes, 13 de septiembre de 2013

PABLO III


MISIONERO INDEPENDIENTE
Para verificar el éxito que la Carta a los Gálatas había obtenido y consolidar los resultados alcanzados en las cuatro Iglesias concernidas, Pablo deja, si creemos los Hechos de los Apóstoles (cap. 16), Siria-Cilicia para cruzar el Tauro y llegar a Derbe y Listra. Es evidente, cuando presentaba a los creyentes de esta región los resultados del encuentro de Jerusalem, lo hacía de manera mucho más conforme con la interpretación que él hacía de lo que el autor de los Hechos nos deja entender, en su deseo de escamotear la ruptura entre Pablo y los dirigentes de la comunidad de la Ciudad Santa. Parece que pudo reconducir a los miembros de estas Iglesias a su posición hostil a la circuncisión. Se ha subestimado a menudo que el episodio de la circuncisión de Timoteo, datado en este momento y localizado en Listra por el autor de los Hechos, era una invenció apologética de su invención. Aunque el episodio tuviera un lado sorprendente cuando se le compara con la Carta a los Gálatas, no hay que rechazarlo demasiado rápidamente como legendario.

En efecto, este Timoteo, nacido de padre Griego y madre Judía de convicciones sin duda un poco vacilantes, pertenecía por derecho Judío a la nación de su madre. Incircunciso, se arriesgaba a acreditar la impresión que Pablo quería desjudaizar a los Judíos ganados para Cristo, como bien se le acusaba a veces (Hechos, cap. 21). Si, además, se unía al grupo de misioneros que rodeaba a Pedro, como este último lo deseaba, su presencia podía ser molesta para las relaciones con las sinagogas, que eran el mejor trampolín para la acción misionera. Al circuncidarlo, Pablo habría tenido a la vista la comodidad de la evangelización. No le imponía, así, ninguna observación particular de peso, dado que él mismo, Judío ortodoxo, admitía una gran flexibilidad en función de las circunstancias(I Cor., cap. 9). Se puede por consiguiente considerar este episodio como verdaderamente histórico y ver en el un ejemplo del pragmatismo de Pablo, a quien hay que, a pesar de su carácter, evitar considerar como un doctrinario estrecho de miras.

Una vez que las iglesias de Galatia del Sur volvieron al redil, Pablo y Silas retomaron el camino, acompañados quizá por Timoteo. Pablo iba al fin poder realizar sus ambiciones misioneras, a pesar de todos los obstáculos y todos los peligros que enfrentaba con gran coraje (II Corintios, cap. 11). Su grupo no tenía medios, lo que le obligaba a optar muy a menudo por un progreso lento de viaje a pie.

Pablo no estaba casado, aunque no podemos decir si permaneció célibe y si era viudo, como se ha supuesto a menudo. Sus compañeros estaban parece ser en la misma situación que él, lo que hacía sus desplazamientos más fáciles. En este punto, Pablo se distinguió de los demás apóstoles, que se hacían acompañar por sus esposas (I Corintios, cap. 9), lo que limitaba sin duda sus movilidad. De la misma manera, era autosuficiente dado que realizaba cada vez que podía su oficio de fabricante de tiendas, sin duda tejidas en pelo de cabra según una técnica de Cilicia (Hechos, cap. 18). Su formación rabínica comprendía sin duda, como la de todos sus condiscípulos, el aprendizaje de un oficio manual. Eso le permitía no depender demasiado de los donativos de las Iglesias, aunque algunas veces fuesen bienvenidos(Filipenses, cap. 4).

El viaje del grupo misionero dirigido por Pablo, tal como nos lo relatan los Hechos de los Apóstoles (cap. 16), tiene algo de extraño, aunque la historicidad del relato esté asegurada, dado que parece que este pasaje fuese una simple reproducción del diario de viaje mantenido por un miembro del grupo. Cuando los misioneros se encontraban a las puertas de la rica provincia de Asia, con sus numerosas ciudades de lengua Griega que tenían casi todas una minoría Judía importante, fueron desviados “por el Espíritu Santo” y se dirigieron hacia el norte, recorriendo Frigia y la región Gálata, o sea una zona montañosa o árida, bastante poco poblada donde el Griego no era el idioma corriente. No se nos dice ni siquiera que predicasen el Evangelio en esta región, aunque una alusión del capítulo 18 de los Hechos sugiere que habían hecho discípulos. Llegados a los límites de Misia, en el extremo norte de la provincia de Asia, intentaron llegar a Bitinia, otra rica provincia muy helenizada, “aunque el Espíritu de Jesús no les dejó hacer”, como si las grandes ciudades cercanas al mar Mediterráneo y al Bósforo no fuesen dignas de recibir el Evangelio. Los misioneros giraron pues hacia el Oeste, atravesaron Misia, sin detenerse y llegaron a Troas, un puerto cercano a la entrada de los Dardanelos que era también una colonia romana. Este extraño itinerario dictado por el Espíritu Santo es un verdadero problema para el historiador.

Las dos menciones de intervención del Espíritu divino son mencionadas sin la más mínima explicación por el colaborador de Pablo que tenía el diario común. Lo más probable es que se trate de sueños u órdenes recibidas por Pablo durante la oración las cuales comunicó a sus compañeros. Su autoridad era suficiente para hacerles aceptar estas instrucciones negativas. Uno se atreve a decir que Pablo recibió de Arriba la confirmación de sus propias preferencias. Pero por qué esta reticencia persistente a predicar el Evangelio en las grandes ciudades helenas de Anatolia, ya visible en Panfilia unos años antes? La visión que Pablo tuvo en Troas nos ofrece una explicación. Un Macedonio se le apareció durante la noche y le suplicó que pasara a Macedonia para socorrer a los habitantes de esta provincia. Pablo comunicó el contenido de este sueño a sus compañeros, que concluyeron inmediatamente que debían partir hacia Macedonia, donde Dios les llamaba para anunciar al Buena Nueva. Parecía como si Pablo estuviese atraído por el Oeste del Imperio Romano y transmitía poco a poco a sus compañeros la convicción que su campo de misión se situaba cada vez más lejos en el camino hacia Roma.

Se embarcan pues inmediatamente hacia Macedonia y, después de dos días de mar, llegaron a Neapolis, puerto de Macedonia oriental. Sin tardanza, el grupo llega a algunos kilómetros de allí a la ciudad de Filipos. Una vez más Pablo elige una colonia Romana para predicar su evangelio. Se notará por otro lado que esta ciudad de importancia media es presentada en el cuaderno de viaje como la “ciudad principal del distrito de Macedonia”, lo que no es el caso: Pablo exagera acerca de la ciudad de su elección. Es por otro lado paradójico que, llamado para socorrer a los Macedonios, optó por una ciudad poblada mayormente por veteranos del ejército Romano sin ninguna raíz en la región. Habría que pensar que la situación de Filipos en la Via Egnatia, eje de comunicación principal entre las provincias orientales del Imperio y Roma, contribuyese a atraer a Pablo? Sea lo que sea, es aquí donde los misioneros se pusieron a anunciar el Evangelio por vez primera desde su partida de Galatia del Sur.

Una dificultad les complicaba la tarea: no había sinagoga en Filipos. Buscando, encontraron fuera de la ciudad, al borde de un río, un lugar de oración donde se encontraban el día del Sábado algunas mujeres. Una de éstas, una tal Lydia, comerciante de púrpura oriunda de la ciudad de Tiatira en la provincia de Asia, que era simpatizante del Judaísmo, fue particularmente afectada por la predicación de Pablo. Se hizo bautizar con toda su casa y ofreció su hospitalidad al grupo de misioneros con tal insistencia que terminaron por aceptar.

Poco después, una joven sirvienta que practicaba la adivinación obteniendo así grandes beneficios a sus amos se puso a seguir a Pablo y su grupo en las calles gritando que esos hombres eran los siervos de Dios el Muy-Alto y que anunciaban la salvación. Después de unos días soportando este estrépito, Pablo, superado, exorciza a la joven, cuyos amos se enfurecieron tanto de perder así los ingresos que les proporcionaba su pitonisa que tomando a Pablo y Silas, los llevan ante los magistrados. Considerados como perturbadores del orden público, los dos misioneros fueron azotados con varas y puestos en prisión, donde se les puso en la celda más profunda sujetando sus pies con el cepo.

La continuación del relato gira a la leyenda. En plena noche, un temblor de tierra sacude la cárcel y abrió todas las puertas. El carcelero, creyendo que se le habían escapado todos los prisioneros, iba a suicidarse cuando Pablo se lo impide señalándole que aún estaban todos allí. Aterrorizado, el pobre hombre pregunta a Pablo y Silas qué debía hacer para ser salvo. Éstos le anuncian el Evangelio. Se hizo bautizar con todos los suyos, recibió a los dos misioneros en su casa, curándoles las heridas y les ofreció una buena comida. Llegado el día, las autoridades los liberaron rogándoles abandonaran la ciudad, lo que es una prohibición en toda regla disfrazada por el autor que la convierte en humilde petición. Pablo y Silas obedecieron después de pasar por casa de Lydia y haber dado ánimo a los hermanos, con los que Pablo guardó hasta el final de su vida relaciones afectuosas cuyo testimonio es la Carta a los Filipenses. Hay sin duda un fundamento histórico para este episodio, incluso si fue, como lo muestra la evidencia, embellecido con varios trazos legendarios.

Pablo y Silas tomaron entonces (Hechos, cap. 17) la “Via Egnatia” en dirección al oeste y atravesaron sin pararse las ciudades de Amfipolis y Apolonia. Llegaron a Tesalónica, gran puerto, capital de la provincia de Macedonia y residencia de su gobierno. La población Judía era numerosa y había una sinagoga, donde Pablo y Silas, fueron tres sabbaths seguidos con el fin de anunciar el Evangelio. Algunos Judíos y muchos Griegos simpatizantes del Judaísmo aceptaron reconocer a Jesús como el Mesías anunciado en las Escrituras. Gran número de damas de la alta sociedad hicieron lo mismo.

Desgraciadamente, los Judíos de la mayoría reaccionaron muy negativamente, nos dice el autor de hechos. Para poner fin a la actividad de Pablo y Silas, contrataron a malhechores para que sembraran el desorden en la ciudad y se pusieron a la búsqueda de los dos misioneros para llevarlos ante la asamblea del pueblo, que no fallaría, pensaban, a la hora de condenarlos severamente en tanto que responsables de esta agitación, dado que tenía el poder. Al no encontrarlos en casa de su anfitrión, un tal Jasón, se contentaron con llevar a éste último y a algunos hermanos ante las autoridades municipales. Estas, impresionadas, mantuvieron la sangre fría y liberaron a las personas que se habían ante ellos acusado. Los hermanos los hicieron partir inmediatamente de Tesalónica. A pesar de todo esto, dejaban detrás una Iglesia ya bien organizada, con sus obispos y sus diáconos (I Tesalonicenses, cpa. 1).

Es en Berea, ciudad importante situada a unos 60 kms. al oeste de Tesalónica, donde Pablo y Silas habían ya sido enviados por los hermanos. También había una sinagoga, donde los misioneros fueron bien recibidos y donde su mensaje encontró una muy buena acogida, tanto por parte de los Judíos como por los simpatizantes Griegos, en particular las damas de la alta sociedad. Los Judíos de Tesalónica, al enterarse que Pablo continuaba predicando en Berea, se desplazaron allí y repitieron la maniobra que intentaron en Tesalónica: agitar a la gente para poder llevar al misionero ante la asamblea del Pueblo. Los hermanos llevaron inmediatamente a Pablo al puerto más cercano, donde se embarcaron hacia Atenas, fuera del alcance de sus perseguidores. Silas y Timoteo, según los Hechos de los Apóstoles, o Silas solo, si creemos la Primera Carta a los Tesalonicenses, cap. 3, permanecieron en Berea para establecer la Iglesia naciente. Se unirían a Pablo a continuación.

La huida de Pablo hacia Atenas, precipitadamente organizada, tenía como consecuencia el final de su progresión hacia el Adriático, Italia, y, finalmente, Roma, objetivo que tenía en mente encontrándose así encartado, como bien se queja en la Carta a los Romanos, cap. 1. No es exagerado decir que, al haber roto con las Iglesias de Jerusalem y Antioquia de Siria, buscaba una nueva base misionera que dada su remarcable visión estratégica vino a ser Roma, punto de partida para evangelizar el Imperio Romano, Roma era el centro ideal. Así que si había un apóstol convencido de que el porvenir de la fe Cristiana estaba en el Imperio Romano, y no en Mesopotamia, y de manera más general en el Imperio Parto, con su importante población Judía, éste era Pablo, helenófono  y ciudadano Romano. Esta elección se impuso a sus partisanos, y también a sus adversarios, que corrían tras él para impedirle tener campo libre y, de esta manera, desatendieron las posibilidades de expansión hacia Oriente. El papel histórico de Pablo en la orientación del Cristianismo hacia Occidente, a pesar de sus fracasos, fue decisivo.

El relato que hacen de la estancia de Pablo en Atenas los Hechos de los Apóstoles cap. 17 no es muy sólido que digamos, pero dado que Pablo no habla a penas de esta es la única fuente que se puede utilizar. Se pueden sacar algunas indicaciones interesantes, incluso si hay que hacer una crítica detallada. Se puede pensar que esta estancia fue relativamente larga, unas semanas sin duda. Pablo predicaba en la sinagoga ante un auditorio compuesto de Judíos y simpatizantes. Ignoramos si esta predicación tuvo éxito. Pablo iba diariamente al Agora, donde hablaba a todo el mundo. Incluso llegó a encontrarse con filósofos epicúreos y estoicos, que se mofaron de su mensaje. Esta gente acabó llevándole al Areopágo. Este nombre designa una colina que, situada al sur del Ágora y al oeste de la Acrópolis, había sido desde hacía mucho tiempo el lugar del consejo de la ciudad, dotado en particular de prerrogativas judiciales. En la época Romana, este consejo, cuyas atribuciones habían sido considerablemente reducidas, había emigrado al Ágora. Puede ser que el autor de los Hechos hubiera querido hablar de esta institución, ante la cual Pablo podía ser demandado por impiedad, dados sus ataques contra los dioses de la ciudad. También podría ser que hubiese querido hablar desde la colina, que podía ser un lugar de reunión tranquilo, lejos de la agitación que reinaba en el Ágora.

Sea como sea, Lucas sitúa en este lugar un bonito discurso de Pablo, intentando predicar el Evangelio ante intelectuales paganos, aunque fallando a la hora de convencerlos de la realidad de la resurrección de Jesús de entre los muertos. Este texto, cuya forma y contenido eran elegantes, no se remontaba a Pablo, sino que más bien es una creación del autor de los Hechos, se puede pensar que se trata de un modelo de predicación a los Griegos cultivados. De todas maneras, el orador es interrumpido por los sarcasmos de sus oyentes y los deja sin conseguir convertirlos a su mensaje, aunque sin tampoco ser condenado. En breve, los Hechos de los Apóstoles nos presentan el enfrentamiento entre el misionero apasionado, indignado por la gran cantidad de ídolos en Atenas, y los filósofos de esta ciudad como un fracaso casi completo del Evangelio. Algunas personas, como un miembro del Areopágo y una dama distinguida, habrían aceptado el mensaje de Pablo, aunque nada se dice de la fundación de una Iglesia, que en todo caso no dejó ningún rastro en los escritos del Apóstol ni en la continuación de los Hechos. En suma, si Pablo esperaba implantarse en el gran centro intelectual del Helenismo que era Atenas, debió constatar que era imposible.                     








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