lunes, 26 de agosto de 2013

PABLO II


RUPTURA CON JERUSALEM
Los Hechos de los Apóstoles son nuestra única fuente para el comienzo de este periodo de la vida de Pablo, nos informa el cap. 11 que la actividad común de Bernabé y su nuevo colaborador en Antioquia duró un año y le permitió instruir a una gran cantidad de gente. Se nos informa que “es en Antioquia donde por vez primera el nombre “cristianos” fue dado a los discípulos”. Esta nota es interesante, porque el término “christianos” compuesto por el Griego “Christos”, el Ungido, y de una terminación Latina “ianus”, empleado habitualmente para designar a los partisanos de un jefe político, parece ser un nombre popular más o menos irónico. Quizá el pueblo de Antioquia sorprendido por el ardor extremo de los evangelistas, habría calificado a los convertidos como “partido del Ungido”, lo que, para ellos, significaba “partido del untado” y no, como para los Judíos, “partido del Mesías”, el Ungido por excelencia del Antiguo Testamento? Sea como sea, como muchas veces ha ocurrido en la historia, los Cristianos tomaron por su cuenta esta designación e hicieron de ella un título del que estar orgullosos. Podría ser que el activismo muy visible de Pablo, el nuevo adjunto a Bernabé, hubiese contribuido a suscitar la ironía de los habitantes de Antioquia,  poco dados a la espiritualidad?

Se ha sugerido muchas veces que en la gran ciudad de Antioquia, con su población cosmopolita y su intensa actividad comercial fundamentada en los intercambios comerciales entre Oriente y Occidente, Pablo habría estado en contacto con medios religiosos orientales, Sirios en particular, y con los cultos mistéricos. Su interpretación de la muerte y resurrección de Jesús, así como su concepción del bautismo y de la eucaristía, habrían podido evolucionar bajo estas influencias. Estas hipótesis no parecen fundadas. Tarso, donde Pablo había permanecido largo tiempo y donde la vida cultural y religiosa era tan activa como la de Antioquia, le había ofrecido todas las posibilidades de enriquecer su pensamiento. Por otro lado, los préstamos que el apóstol habría podido tomar de otras religiones parecen haber llegado hasta él mediante la influencia de las sinagogas en la diáspora, en general muy receptivas a las influencias del medio ambiente. En estas condiciones, hay que evitar atribuir a la estancia relativamente breve de Pablo en Antioquia un papel demasiado importante en la evolución de su teología.

Con la llegada a Antioquia de los profetas venidos de la Iglesia de Jerusalem, nos dice el libro de los Hechos, uno de ellos, un tal Agabo, anunció una hambruna general. Los Cristianos de la metrópolis Siria, conscientes de sus deberes hacia la comunidad de la Ciudad Santa, habrían decidido enviar ayuda, que fue confiada, según los Hechos de los Apóstoles, a Bernabé y Pablo. No se nos narra la verdad de lo ocurrido en su viaje a Jerusalem. El final del capítulo 12 de los Hechos sólo menciona brevemente la entrega de una cantidad de dinero a sus destinatarios y del regreso a Antioquia de los dos, acompañados de un tal Juan, de sobrenombre Marcos, primo de Bernabé.

La historicidad de este desplazamiento o, al menos, de la participación de Pablo en la expedición es bastante incierta. La carta a los Gálatas insiste en el hecho que Pablo no fue dos veces a la ciudad Santa durante los diecisiete años que siguieron al episodio de Damasco. Aunque el viaje tan por encima evocado en los capítulos 11 y 12 de los Hechos no podría ser datado sino cerca del año 44 de nuestra era, o sea una docena de años después de la aparición del Jesús Resucitado a Pablo, mientras que la visita de Bernabé y Pablo relatada en el capítulo 15 de los Hechos se sitúa hacia el 48 y, según todas las apariencias, se confunde con el segundo viaje del que informa Pablo mismo (Gálatas, cap 2). Parece ser que el autor de los Hechos, ante una documentación insuficiente, se hubiese dejado llevar por su deseo de mostrar la absoluta continuidad entre la Iglesia de Jerusalem y Pablo hasta el punto de inventar un viaje suplementario de este último en la ciudad Santa, como lo hará de nuevo en el capítulo 18. Los capítulos 13 y 14 de Hechos aportan al contrario información mucho más sólida sobre las actividades de Bernabé y Pablo. El comienzo del capítulo 13, que tiene casi el aspecto de un proceso verbal, explica cómo los dirigentes de la Iglesia de Antioquia, cuya lista es dada, fueron conducidos por el Espíritu de Dios a poner a parte a dos de entre ellos, Bernabé y Pablo, para la misión, no precisada, a la que eran llamados. Como muestra la continuación del relato, se trata de emprender un gran viaje de evangelización fuera de la provincia de Siria-Cilicia, ya bien trabajada por Pablo. El evento es importante: los cristianos de Antioquia, ya numerosos, tomaban en sus manos la expansión de su fe, hasta entonces realizada por los Helenistas y por las autoridades de la Iglesia de Jerusalem.

Los dos enviados se desplazaron por mar a Chipre, que era la provincia de origen de Bernabé. El autor nos dice de paso que tenían con ellos como asistente al Juan que les había acompañado desde Jerusalem a Antioquia. Predicaron en las sinagogas de Salamina, antes de dirigirse a Pafos, capital de la provincia, que se encontraba en el otro extremo de la Isla. Nada se dice de su actividad en esta ciudad, solo que fueron llevados por un mago Judío, Bar-Jesús, ante el procónsul romano Sergio Pablo. Habiéndose propuesto oponerse a los esfuerzos de Bernabé y de Pablo para convertir al procónsul a la fe, el mago habría sido maldito por Pablo, quien lo dejó al menos temporalmente ciego. Visto esto, el procónsul se convirtió. Este extraño relato, que suena a leyenda, es la ocasión para el autor de Hechos para señalar que aquel al que hasta entonces llamaba Saulo se llamaba también Pablo, nombre que le dará a pesar de todo. Lo más significativo es que a partir de ese momento Pablo será siempre citado antes de Bernabé, salvo cuando tuvo lugar el incidente de Listra. Es pues Pablo el que se impone como jefe del pequeño grupo de misioneros. Sin duda él era más dinámico que el excelente Bernabé.

De Pafos, donde Bar-Jesús quizá les complicaba el acceso a las sinagogas, los misioneros se embarcaron hacia el continente, llegando a la rica provincia de Panfilia, donde varias grandes ciudades podían ofrecer un campo de acción favorable. Llegaron a Pérgamo, centro de un culto a Artemisa muy antiguo, a algunos kilómetros de la costa. Pero, no emprendieron nada, y Juan, el asistente, los abandona para regresar a Jerusalem, sin que se nos explique por qué. Todo lo que sabemos, es que Pablo se niega, durante muchos años, a aceptar toda colaboración con este personaje (Hechos, cap. 15), aunque Bernabé le sigue otorgando su confianza. Podría ser que este no apreciaba ver a Pablo tomar la dirección del grupo? Podría ser también que hubiese desaprobado los proyectos para la continuación del viaje, sin duda sugeridos por Pablo.

Se ha tratado de explicar de maneras diversas la sorprendente decisión de Pablo y Bernabé de abandonar Panfilia para atravesar la cadena del Tauro y alcanzar la alta meseta Anatolia. Quizá, como suponen algunos críticos, tenían la malaria y no querían permanecer en la parte llana. Aunque el viaje a través del Tauro era penoso y peligroso debido a la presencia de malhechores –poco atractivo para alguien enfermo. También se ha sugerido que la familia del procónsul Sergio Paulo tenía propiedades y relaciones en Antioquia de Pisidia. Se podría creer que Pablo y Bernabé eran recomendados de este personaje? Esto es muy dudoso.

Sin duda hay que buscar en otro sitio la razón de esta elección tan extraña. Se trata más bien de una opción estratégica visiblemente inspirada por Pablo. Se trata más bien de una opción estratégica visiblemente inspirada por Pablo. Éste tenía una concepción muy amplia de la acción a realizar para expandir el Evangelio antes del regreso de Cristo. Temía verse enganchado en la evangelización de la pequeña provincia de Panfilia. Para preparar el futuro de la misión, había según él, que tomar la “Via Sebaste”, la gran vía romana que unía el valle del Eúfrates, Antioquia y Tarso a los países alrededor del mar Egeo, en particular la provincia de Asia, e implantar albergues que permitiesen a los futuros evangelistas que venían a pie desde el este progresar rápidamente hacia el oeste, a pesar de la naturaleza casi desértica de la alta-meseta de Anatolia.

La primera etapa de Pablo y Bernabé cuando hubieron alcanzado los parajes de la “Via Sebaste” fue Antioquia de Pisidia, modesta ciudad donde vivía una población Judía bastante importante a la que Augusto había dotado del estatus de colonia Romana de derecho Itálico. Pablo y Bernabé fueron a la sinagoga el Sábado y Pablo pronunció ante este auditorio compuesto de Judíos y simpatizantes del Judaísmo un gran sermón del que los Hechos de los Apóstoles  ofrecen el texto en los versículos 16 al 17 del capítulo 13. Este cuadro amplio de la historia de Israel, seguido de una evocación de la vida, de la muerte y de la resurrección de Jesús apoyado por varias citas bíblicas, comporta entre otros una mención de la justificación por la fe, tema eminentemente Paulino.

No hay que creer por lo tanto que este sermón, el único que los Hechos ponen en boca de Pablo cuando este se dirige a un auditorio Judío, es el que dio aquel día en esta sinagoga. Como hacían todos los historiadores de la Antigüedad, Lucas insertó aquí en su relato un discurso destinado a aclarar la situación en la que se encontraban sus héroes. Diferentemente a estos historiadores, no redactó libremente este texto, sino que lo compuso basándose en predicaciones Cristianas dirigidas en su tiempo a los Judíos. Se puede pues pensar que Pablo predicaba el Evangelio a los Judíos más o menos de esta manera. Sea lo que sea, este sermón fue, según Hechos, un gran éxito y los dos misioneros fueron invitados a volver el sábado siguiente.

Pero, ocho días más tarde, acudió una muchedumbre tal de no-Judíos que los Judíos, si creemos los Hechos, se prodigaron en injurias contra los propósitos de Pablo. A lo que Pablo y Bernabé replicaron que, ante este rechazo Judío, iban a pesar de todo volverse hacia los paganos –lo que hicieron con enorme éxito. Los Judíos, exasperados, agitaron a las grandes damas simpatizantes del Judaísmo y a los notables de la ciudad, quienes expulsaron a los dos misioneros de su territorio. Era la primera vez, parece, que Pablo encontraba en una Sinagoga una oposición tan inmediata y brutal, al mismo tiempo que encontraba semejante afinidad con los paganos. Había aquí de lo que reflexionar en cuanto a la orientación de sus esfuerzos de evangelización.

Tomando la Via Sabaste hacia el este, Pablo y Bernabé se desplazan a Iconium, la actual Konya, en la región vecina llamada Licaonia, donde el mismo escenario se volvió a producir. Amenazados de ser linchados, los dos misioneros se refugiaron en las pequeñas ciudades de Listra y Derbé, así como en las cercanías. Listra era una colonia Romana y Derbé acababa de obtener un estatus cercano al de una colonia. No parece que haya habido muchos habitantes Judíos en estas dos localidades. Pablo y Bernabé se dirigieron pues a los paganos y obtuvieron cierto número de conversiones entre ellos.

En Listra, Pablo habiendo sanado a un paralítico, la muchedumbre creyó reconocer en Bernabé, al más venerable, Zeus, y en Pablo, al portavoz Hermes. Un sacerdote de Zeus quiso incluso ofrecerles un sacrificio. Los dos “apóstoles”, tuvieron todas las dificultades del mundo para impedir la realización de este acto cultual, con gran decepción de la muchedumbre, que, poco después, se vuelve contra ellos instigados por los Judíos venidos de Antioquia y de Iconia. Pablo fue lapidado y sacado fuera de la ciudad en un triste estado. Pudo no obstante levantarse y partir al día siguiente con Bernabé para la ciudad vecina de Derbé, donde predicaron aún durante algún tiempo.

Se podría imaginar que, de ahí, regresarían directamente a Tarso y Antioquia, de donde no estaban lejos. Sin embargo, volvieron sobre sus pasos. Les quedaba una cosa esencial por hacer en las cuatro ciudades que habían evangelizado en la alta-meseta: organizar Iglesias. Hay que comprender que era la primera vez desde los comienzos del Cristianismo que grupos de fieles se habían formado en localidades donde no existía ninguna Sinagoga (Listra y Derbé), aunque la primera vez también que, en las ciudades que poseían una sinagoga, los nuevos Cristianos, fuesen Judíos o paganos, estaban obligados de reunirse fuera de la asamblea Judía, dada la hostilidad de esta última. Hasta entonces los grupos de Cristianos se habían siempre constituido en el interior de las comunidades Judías, aún muy plurales en la época, libres de celebrar entre ellos los bautismos de los nuevos adherentes y la comida eucarística. Pablo y Bernabé se vieron pues forzados a innovar urgentemente y sin el más mínimo mandato de la Iglesia de Jerusalem o de la de Antioquia, que continuaban existiendo dentro del Judaísmo. Designando ancianos para dirigir a los grupos Cristianos de DErbé, de Listra, de Iconia y Antioquia de Pisidia, lo que les otorgaba una existencia autónoma, los dos misioneros respondían a necesidades pastorales evidentes, aunque se situaban al margen de la práctica constante de las primeras Iglesias. Pronto se les reprocharía, tanto más cuanto no habían aconsejado a los nuevos conversos de origen pagano hacerse circuncidar para entrar en las nuevas Iglesias.

De Antioquia de Pisidia, Pablo y Bernabé bajan de nuevo a Panfilia, donde, esta vez, permanecieron un poco en Pérgamo para anunciar el Evangelio. Después se embarcaron en Atalia, el puerto vecino, y volvieron a Antioquia de Siria de donde salieron hacía largos meses. Dieron cuenta a la Iglesia de su misión, insistiendo en el hecho que a través de su actividad “Dios había abierto la puerta de la fe a los paganos”. Esto no era ninguna novedad para los Cristianos de Antioquia, aunque constituía un paso adelante considerable, dada la desaparición de todo vínculo entre las nuevas Iglesias y el Judaísmo.

Todo parecía ir muy bien, cuando llegaron a Antioquia hermanos que venían de Judea, los cuales, alertados sin duda por el rumor de las iniciativas tomadas por Pablo y Bernabé y deseosos de conservar la unión entre los grupos Cristianos y el Judaísmo, proclamaron la necesidad, para los convertidos procedentes del paganismo, de circuncidarse si querían acceder a la salvación. Encontraron cierto apoyo en la comunidad y los dos misioneros se vieron obligados a defenderse, sin llegar, parece ser, a imponer su punto de vista. Se decide entonces enviar a Jerusalem una delegación compuesta de varias personas, entre ellas Pablo y Bernabé, con el fin de obtener de los dirigentes de la Iglesia de la Ciudad Santa un arbitraje definitivo (Hechos, cap. 15).

Este relato debe ser cercano al que Pablo ofrece en la Carta a los Gálatas (cap. 2). A pesar de las dudas de algunos críticos, se trata sin duda del mismo viaje, que Pablo relata de una manera bastante más exacta que el autor de Hechos de los Apóstoles, incluso cuando su narración es un poco subjetiva. Pablo afirma que emprendió este desplazamiento “después de un revelación” y que lo hizo en compañía de Bernabé y de un converso Griego cercano a él, un tal Tito. Después de haber expuesto a la comunidad de la Ciudad Santa el Evangelio que predicaba entre los paganos, Pablo tuvo una entrevista con los hermanos “los más considerados” con el fin de asegurarse que estos no se pronunciasen contra los resultados de su misión. Para su gran alivio, a pesar de la fuerte presión de los “falsos hermanos” que ponían en tela de juicio “la libertad que viene de Jesucristo”, los dirigentes de la Iglesia no obligaron ni siquiera a Tito a circuncidarse. Hubo que luchar duramente para llegar a este resultado, añade Pablo. Es más, estos dirigentes, o sea Santiago, Pedro y Juan, dejaron a Pablo y Bernabé libertad de acción y les reconocieron la misión de predicar a los paganos, igual como Pedro había recibido el encargo de predicar a los Judíos.

Pablo y Bernabé habían obtenido todo lo que querían, incluso si se les pedía que se acordaran de los pobres, o sea de enviar fondos en el futuro para socorrer a los miembros necesitados de la Iglesia de Jerusalem, que parece eran numerosos. No se trataba de un impuesto, como el que los Judíos de la diáspora pagaban al Templo, sino de un deber de solidaridad destinado a enfatizar la unidad de las Iglesias en esta Ciudad Santa. Pablo añade que desde entonces nunca dejó de realizar este deber de solidaridad.

El relato que hace los Hechos de los Apóstoles de este mismo encuentro en Jerusalem en el capítulo 15 coincide, a pesar de un estilo completamente diferente, con el de Gálatas, cap. 2, en sus dos primeros tercios. Su final se separa evocando algunas reglas que Santiago, y posteriormente toda la asamblea, hubieron considerado bueno hacer respetar por los hermanos de origen pagano, a los cuales no se imponía ni la circuncisión, ni la observación de los mandamientos mosaicos: abstenerse de la carne de los sacrificios a los ídolos, de la sangre de los animales sacrificados, y de la inmoralidad, o sea de las uniones ilegítimas según la Ley de Moisés. Estas prescripciones, de las que Pablo no dice palabra, no son una invención de Lucas, dado que serán observadas de manera muy general por los Cristianos del siglo II, antes que los Hechos de los Apóstoles adquiriesen la autoridad de Escritura Santa. Hay que suponer pues que fueron enunciadas por la Iglesia de Jerusalem poco después del encuentro relatado en Gálatas, cap. 2, y aceptadas muy rápidamente por todas las Iglesias con excepción de aquellas que se decían de Pablo. Se trataba de un compromiso que permitía la cohabitación en el seno de una misma comunidad y alrededor de la mesa eucarística de los Cristianos Judíos y sus hermanos de origen pagano, a los cuales se renunciaba imponer la adhesión al Judaísmo. Este gesto conciliador de la Iglesia de Jerusalem llegó desgraciadamente demasiado tarde para evitar la secesión de Pablo.

De regreso a Antioquia de Siria después del encuentro en Jerusalem, Pablo y Bernabé, triunfantes, retomaron su puesto en la Iglesia. Su triunfo era tan incontestable que incluso Pedro se les unió y aceptó sin ninguna reserva la libre cohabitación de Judíos y antiguos paganos que caracterizaba la vida de esta comunidad, incluida la mesa eucarística. Pero este periodo eufórico no duró. “Gente del entorno de Santiago” vinieron y explicaron a Pedro y los demás Judíos de la Iglesia que al compartir la mesa con paganos cometían infracción respecto a las leyes de pureza. Lo hicieron tan bien que Pedro y Bernabé, junto con todos los Judíos de la comunidad, dejaron a los hermanos de origen pagano celebrar su propia eucaristía y se reagruparon aparte.

Pablo se indignó ante esto y amonestó violentamente a Pedro (Gálatas, cap. 2). Tenía el sentimiento de haber sido engañado en el encuentro de Jerusalem. Se le había hecho creer que los convertidos de origen pagano tendrían, con el mero bautismo, los mismos derechos que los Judíos en la Iglesia una. Descubrió con consternación que el reconocimiento de la misión a los paganos confiada a Bernabé y a él mismo terminaba con la creación en cada lugar de dos Iglesias distintas, la de los Judíos, por un lado, estrechamente ligada a la sinagoga, y la de los antiguos paganos, por el otro.

Esta fue la ruptura con la Iglesia de Jerusalem, con Pedro e incluso con Bernabé. Los hechos de los Apóstoles, se esfuerzan en minimizar la crisis, admitiendo que Pablo se negó a continuar cooperando con este antiguo amigo y lo dejó partir en misión a Chipre con su primo Juan, llamado Marcos, que les había abandonado en Pergamo unos años antes. Por su lado, él se marchó en viaje de evangelización en compañía de un tal Silas (cap. 15). Lo más grave era que Pabló también había roto con la Iglesia de Antioquia, que parece haber aceptado la escisión de la comunidad reclamada por Jerusalem. Se vio pues obligado a buscar apoyos en las Iglesias de Siria y Cilicia que había fundado anteriormente. Nada nos permite decir con certeza si tuvo o no éxito.

Mientras se esforzaba por encontrar una base, supo que las Iglesias que había fundado unos años antes en Pisidia y en Licaonia habían recibido la visita de emisarios de Jerusalem que habían tratado de convencerles que todos los Cristianos de origen Pagano debían circuncidarse para tener acceso a la salvación. Estas comunidades jóvenes y alejadas de los grandes centros se habían dejado impresionar por este mensaje intransigente y amenazaban con pasar a la acción. Muy inquieto, Pablo les dirige una carta vigorosa, a la vez hábil y firme: la Carta a los Gálatas. Para quien se extrañe de esta denominación, hay que recordar que la Pisidia y la Licaonia habían sido integradas por las autoridades romanas en la provincia de Galacia, que, antes el país de los Gálatas propiamente dicho, alrededor de Ancira, la actual Ankara, reagrupaba una parte de Frigia y las dos regiones arriba nombradas.

Este escrito nos muestra a un Pablo herido, que quiere a toda costa combatir la idea que nunca estuvo subordinado a la Iglesia de Jerusalem y demostrar que desde el comienzo predicaba completamente independiente un Evangelio completo e inalterable, que es de hecho la única autoridad que cuenta. Se esfuerza primero en dos capítulos autobiográficos ya mencionados. A partir del capítulo 3, amonesta directamente a los Gálatas insensatos y utiliza el ejemplo de Abraham para demostrar que las promesas divinas, ampliamente anteriores al don de la Ley y hechas no solamente al patriarca, sino también a su descendencia, o sea a Cristo, valen para todos aquellos que ponen su fe en éste. La Ley, especie de vigilante temporal que sirvió a imponer una disciplina a los miembros del pueblo elegido, no tiene ningún papel a realizar una vez venido Jesucristo. Los creyentes, unidos a Cristo, son libres y pueden seguir siéndolo. Lo pueden gracias al Espíritu que les es dado y que les permite amar completamente al prójimo. Si renuncian a esta libertad para someterse al yugo de la Ley, perderían el beneficio de las promesas divinas. Lo que sería una aberración.

Era la primera vez que Pablo ofrecía por escrito un fundamento teórico en sus exhortaciones. Se reconocen en esta Carta a los Gálatas tan vigorosa y tan marcada por la indignación muchos temas que desarrollará más tarde. No estamos seguros que la carta convenciese a los destinatarios, tan comprometida parece la situación que evoca. Hay por lo tanto, ya lo veremos, algunas posibilidades que Pablo pudiese finalmente haber enderezado la situación. Pero fue al precio de una ruptura completa con la Iglesia de Jerusalem, para la cual las ideas desarrolladas en esta carta eran escandalosas.                                       


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