Dejando a un lado los episodios constituidos por material
arcaico heredado (vocación de los discípulos, la novela de Juan el Bautista, la
multiplicación de los panes), el grueso de la actividad que Jesús desarrolla en
el cuarto evangelio es obra de este autor, y nos habla de un Jesús que acude
sin cesar al Templo, en donde predica, mantiene discusiones con los judíos y
obra sus milagros. Todo lo dicho apunta, por tanto, a que este es un judío que
vive en una tradición que lo vincula a la ciudad de Jerusalem y, en particular,
al Templo(1). Es por esta razón por la que no ha
roto sus vínculos con su religión, el culto y sus leyendas (Jn. 5:2-4)(2).
La destrucción del Templo en el año 70 debió de constituir
un acontecimiento fundamental para los primeros Cristianos. Suceso
extraordinario que no podía estar desligado del acontecimiento de la
resurrección de Jesús, ocurrida unos treinta y cinco años antes. Si dios había
permitido que los romanos destruyeran el Templo, ello solo se podía deber a que
este ya había cesado en su función como mecanismo de regulación sacrificial del
cosmos. La cruz y la resurrección habían cerrado su ciclo. Tal planteamiento,
en el fondo, ya había sido formulado por Pablo en los años 50, aunque no de
forma totalmente explícita. Interpretada en términos sacrificiales, la muerte
de Jesús era un acontecimiento de orden cósmico e, implícitamente, dejaba sin
función al Templo. De ahí que el apocalíptico Mesías galileo pudiera ser
reinterpretado en algunos ámbitos desde esta perspectiva litúrgica, asumiendo
tres roles de carácter sacrificial:
a.
La víctima del sacrificio (Jn. 11:49-50). Jesús va a morir por el pueblo como víctima
propiciatoria, como sacrificio definitivo por los pecados del pueblo. Este es
el Cristo que conformó la comunidad joánica(3),
o el que se manifiesta en el anónimo autor de la Carta a los Hebreos 7:26-27.
b.
También existía otra posibilidad simbólica.
Cristo también fue asimilado con la figura del sacerdote. La teología de la Carta a los Hebreos desarrolla con
amplitud y belleza en el Nuevo Testamento
la idea de Cristo sacerdotal, tan judía y simultáneamente tan ajena al
Jesús histórico. No hay en Juan rastro de esta cristología sacerdotal. Con la
identificación con el cordero sacrificial, ausente en los sinópticos, quedaba
cerrado el camino a la interpretación simbólica de Cristo como sacerdote.
c.
La cadena culmina con la identificación de
Cristo con el propio Templo: “Pero él hablaba del santuario de su propio
cuerpo”(Jn. 2:22), Imagen que se
desarrollo en parecidos términos en la Carta
a los Hebreos (Heb. 10:19-22).
Otro elemento significativo del Evangelio de Juan es la práctica ausencia en su texto de “los
Doce”, que no son sino una instancia ficcional en la que se materializa la
comunidad de Jerusalem, no el cuerpo de los legendarios “Doce discípulos” de
Jesús. Los Doce apóstoles son válidos como grupo, pero no como individuos. No
conocemos ni el nombre ni la identidad completa de los doce, ya que las listas
no coinciden. No es verosímil que exista una contiguidad histórica entre el
grupo de discípulos galileos de
Jesús y el cuerpo dirigente de “los Doce” que gobiernan la iglesia de Jerusalem
en los años 30 y 40. Es de suponer que la entrada de Jesús en Jerusalem no
acabara tan solo con su vida. Seguramente, también habrían sido ajusticiados
algunos de sus seguidores como evidencia la triple crucifixión de la tradición.
Y más aún, tampoco es creíble que todos los discípulos galileos en bloque
hubieran aceptado la resurrección de Jesús y hubieran acabado instalándose en
Jerusalem para dirigir la incipiente comunidad Cristiana. Es posible que lo que
ocurrió fue que algunos de los discípulos galileos supervivientes, comandados
por Pedro, el iniciador de las visiones, habrían aceptado su relato y acudido a
Jerusalem. Ello habrían sido los dirigentes de una pequeña comunidad
apocalíptica que esperaba el cumplimiento de las profecías de Daniel 7:9. En cualquier caso, y en
contraste con la permanente intimidad que Jesús mantiene en los sinópticos con
el grupo de los discípulos, estos en Juan
tan apenas son una sombra. Jesús se mueve a solas, y sus discípulos
aparecen y desaparecen del relato (Jn. 2:11-14).
Esto sugiere que el Jesús del relato evangélico joánico se movía solo por
Jerusalem y las escasas apariciones de sus discípulos son resultado de la
intervención de instancias redaccionales posteriores(Jn. 6:67-70).
De hecho, la comunidad joánica solo parece haber conocido
siete discípulos, número que se puede reconstruir a partir de la comparación de
los dos listados parciales que suministran los relatos de “la vocación de los
discípulos” y el de “la aparición en el lago de Tiberiades”:
Vocación (Jn. 1:35-51)
1.
Discípulo sin nombre, Zebedeo 1?
2.
Discípulo sin nombre, Zebedoe 2?
3.
Andrés
4.
Pedro
5.
Felipe
6.
Natanael
Tibaríades (Jn.
21:1-14)
1.
Discípulo sin nombre: Andrés?
2.
Discípulo sin nombre: Felipe?
3.
Zebedeo 1
4.
Zebedeo 2
5.
Pedro
6.
Natanael
7.
Tomás
Resulta evidente que el texto es producto de una comunidad
que se halla por completo al margen de la polémica fe/obras que enfrentará a la
comunidad judeo-cristiana con las iglesias paulinas del ámbito helénico. En
cambio, sí resultan manifiestos los conflictos que la comunidad debió de
mantener con otros de sus hermanos de fe(Jn.
7:1-5).
La mención de la increencia de los hermanos de Jesús va más
allá de un mero apunte histórico. Se trata, sin duda, de una sutil alusión de
corte polémico con la que el autor manifestaba su distanciamiento respecto a la
comunidad judeo-cristiana, presidida por Santiago “el hermano del Señor”.
De la misma manera, el evangelista también tuvo su polémica
con los discípulos del propio Juan Bautista. Aunque el conjunto de material
heredado le obligaba a dar cuenta de la “novela de Juan”, la insistencia del
autor en la no mesianidad del profeta revela una indiscutible memoria de
enfrentamientos entre los discípulos de Jesús y los del Bautista(Jn. 1:19-21)
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1.
Barrett(2003), “los materiales de procedencia
palestinense están subordinados a las exigencias de un socio dominante no
judío”. Quizá se trata más bien de un socio genéricamente judío que se mueve en
un horizonte mental distinto, ya que el “Templo” de Juan es solo una imagen ideal.
2.
Como señala Barrett (2003, p. 382), todo este
pasaje de Juan 5:1-18 está ausente de
algunos de los testimonios más antiguos de la tradición textual: así e, P66,
P75, y los códices א, B, W, 33 y también las versiones cur sah.
3.
La figura se ajusta a la imagen del siervo
doliente acuñada por Isaías 53:7. Quizá es la referencia del profeta la que
posiblemente da lugar al episodio de la lanzada en Juan 19:34, detalle desconocido por el resto de los evangelios.
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