LA IGLESIA SAMARITANA Y EL GRUPO DE
LOS SIETE
No es nueva la hipótesis de que el Evangelio de Juan pudo tener su origen en Samaria(1). Al no haber evidencia documental, la totalidad de
la argumentación ha de partir necesariamente de los indicios que suministra el
propio texto:
a.
En contraste con el testimonio de los
sinópticos, en los que Jesús prohíbe a sus discípulos predicar en tierra de
Samaritanos (Mat. 10:5), en Juan es el propio Jesús quien predica en
Samaria, como indica el episodio del pozo de la Samaritana(Jn. 4:1-42). A pesar de que el pasaje está interpolado por el autor
de los discursos, en él aparecen algunos elementos escatológicos propios de las
fases más antiguas del Cristianismo y referencias muy concretas a la propia
predicación Cristiana en Samaria.
b.
Ante la acusación de los Judíos de estar
endemoniado y ser un samaritano(Jn. 8:48),
Jesús se defiende de la primera: “Yo no tengo un demonio”(Jn. 8:49) –dice-, pero no se siente mortalmente ofendido por el
agravio de ser llamado samaritano, tal como habría hecho cualquier judío de su
época. De hecho, ignora el insulto, que deja pasar sin contestar.
c.
Huyendo de los Judíos que pretenden asesinarle,
Jesús se esconde en Efraim(Samaria), en donde no parece tener ningún problema
con la población local(Jn. 11:54).
Actitud bien distinta de la que mantienen en el Evangelio de Lucas los Samaritanos con Jesús y sus discípulos,
quienes por su parte, tampoco se muestran particularmente amistosos con ellos:
“Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: “Señor, quieres que digamos
que baje fuego del cielo y los consuma?”(Luc.
9:54).
d.
Por otra parte, también se menciona a Juan el
Bautista ejerciendo su misión precursora entre los samaritanos(Jn. 3:23). Aunque en rigor no es posible
ubicar ambos topónimos. Fue Conder (1878, p. 92) quien identificó Ainón con la
aldea de Ainun, junto al Wadi Far`ah, al noreste de la antigua Salim y próxima
a Nablús –el antiguo Siquem samaritano, en donde tendrá lugar la escena del
pozo de la Samaritana(2). El Juan del cuarto
evangelio estaría ejerciendo su misión en el corazón de Samaria.
Sería, pues, esta comunidad Cristiana asentada en Samaria la
que está detrás de la creación de la primera instancia redaccional del
evangelio. Ahora bien, como señala Mateos (1993, pp. 237), eso no significa que
su autor tuviera precisamente un origen samaritano. Según él, se trataría de un
Judío que formaría parte de una comunidad Cristiana de origen Judío asentada en
Samaria. Ello explicaría el interés por el Templo y la ciudad santa, pero
también el “color” samaritano del relato. Pero postular que se este el grupo
que acabaría dando lugar a la primera versión del Evangelio de Juan no significa que esta fuera compuesta en Samaria.
Tal hecho ocurrió en Éfeso, ya muy pasado el año 70.
La distancia teológica y textual que evidencia el Evangelio de Juan respecto a los
sinópticos revela que es producto de una comunidad que se halla relativamente
apartada del circuito de grupos en el que inicialmente estos circularon. Y la
comunidad cristiana samaritana es un buen candidato a ser tenido en cuenta como
marco social en el que fraguaron los diversos elementos que, al margen de las
comunidades judeo-cristianas y paulinas, perfectamente caracterizadas desde
hace tiempo, existió una tercera iglesia cristiana primitiva mucho menos
conocida, la Samaritana. No obstante de esta solo existen unas cuantas noticias
legendarias (Hech. 1:6-8).
Unos instantes antes de emprender su ascensión, el
Resucitado realiza ante sus discípulos una profecía que habría asombrado al
Jesús de los sinópticos. Él, que les había prohibido moverse entre los odiados
samaritanos (Mat. 10:5), él comunica
la extensión de la Buena Nueva entre ellos. De su iglesia solo hay noticias a
través de los Hechos de los Apótoles
y, en rigor, la información que suministra se reduce a dos breves episodios(3).
a.
Felipe predica en Samaria (Hech. 8:4-8).
b.
Felipe bautiza a Simón el Mago en Samaria (Hech. 8:9-13).
Diez versículos en total.
ORÍGENES DE LA IGLESIA SAMARITANA
En Los Hechos de los
Apóstoles se manifiesta, de manera muy suave, el conflicto histórico entre
judeo-cristianos y cristianos helenistas que conocemos de forma más explícita a
través de las epístolas paulinas. Es muy posible que la iglesia samaritana
surgiese de un conflicto anterior, que se intuye leyendo entre líneas el
sesgado relato lucano. Y es que Felipe, el evangelista de Samaria, pertenece a
un grupo muy bien caracterizado en la obra lucana, ya que es nada uno de los
siete “diáconos” que dirigen el grupo de los Judíos de habla griega convertidos
al cristianismo, los helenistas Hech. 6:1-6(4).
La descripción del autor de Hechos es muy esquemática. Lo cierto es que el grupo presidido por
“los Siete”(5) debió de singularizarse de tal
manera frente al grupo gobernado por “los Doce” que mereció, muchos años
después, un recuerdo simbólico que perduró tanto en la tradición sinóptica (Mc. 6:30-44 y 8:1-9)[cf. Mat. 10:2-4; Luc. 6:14-16] como en el propio evangelio de Juan(6:1-14). El
relato de la doble “multiplicación de los panes”: mientras predica, Jesús
congrega dos multitudes y sus discípulos solo hallan unos panes y unos peces.
Ante esto, Jesús realiza el milagro(Mc. 6:42-45).
Dejando a un lado consideraciones
sobre su eventual interpretación sacramental, el episodio responde a una
ficción taumatúrgica en la que la abundancia de la que participa la hambrienta
multitud. La Iglesia, heredera de la promesa mesiánica, materializa en sí la
inagotable munificencia del Reino de Dios y subviene a las necesidades de todos
sus miembros. La prolongación en el tiempo de la promesa originaria se
evidencia en el número de los canastos de pan que sobran del banquete, doce y
siete respectivamente, los cuales simbolizan precisamente los grupos dirigentes
de cada uno de los grupos: los apóstoles y los diáconos(6), ministros todos en la mesa del banquete mesiánico que se ha
establecido en la Jerusalem recreada en el relato del autor lucano(7). En cualquier caso, como argumenta Simon, la
distinción entre los “Doce apóstoles” y los “Siete diáconos” es una creación
del autor lucano, quien no hace sino proyectar un esquema organizativo
jerárquico de su comunidad, en la realidad histórica del cristianismo
jerosolimitano. En efecto, la lectura de los documentos eclesiásticos de
comienzos del siglo II revela una repartición entre presbíteros/epíscopos y diáconos
que, en cambio, es inasumible en la realidad del cristianismo en los años 30(8).
“Puede admitirse que
los Siete representan para los griegos lo que los Doce para los hebreos. Puede
ocurrir que, o bien su elección es en su totalidad ficticia, o bien se llevó a
cabo tan solo en el seno del grupo griego y, posiblemente, con anterioridad al
conflicto que, en forma vaga, nos describe el redactor. También podría tratarse
de una sinagoga de judíos de la Diáspora instalados en Jerusalem en
circunstancias aún desconocidas y que posiblemente estaban organizados, aun
antes de convertirse al cristianismo, sobre la base de una tradición original y
con algunas particularidades en los ritos o en las creencias”.
En cualquier caso, según el relato de Lucas, el grupo
helenista no solo sufría de la preterición a la hora de atender a sus
necesitados. Lo peor acabó siendo víctima de una feroz persecución, cuyo
episodio más conocido es el martirio de Esteban(Hech. 6:8-15 y 7). Tras ser lapidado, “aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia
de Jerusalem. Todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las
regiones de Judea y Samaria”. (Hech. 8:1).
El relato es muy poco verosímil. Más probable es que el ataque fuera dirigido
exclusivamente contra el grupo dirigido por Esteba, grupo doblemente
sospechoso: no solo por su lengua griega, sino, sobre todo, por su propensión a
incorporar peligrosas novedades teológicas y disciplinares en sus sinagogas. En
cualquier caso, con su dispersión –si no la de todos ellos, sí la de una parte
significativa del grupo-, parece acabar la breve trayectoria histórica del
grupo de los helenistas (Hech. 8:2-8).
Formulado mediante una cadena de hechos yuxtapuestos
(entierro de Esteban, persecución de Pablo, dispersión, predicación de Felipe
en Samaria)(Hech. 6:9-11). Resulta
significativo que entre estos mencione a algunos Judíos procedentes de Cilicia,
y que es Pablo, precisamente, quien es presentado en el relato lucano guardando
las ropas de los ejecutores de la lapidación (Hech. 7:58). Más aún, “Saulo aprobaba su muerte”(Hech. 8:1). Después de haber eliminado a
uno de los líderes del grupo Cristiano helenista, Pablo participa en una
persecución sistemática contra ellos, la cual dará lugar a la dispersión. Las
causas de la persecución no están claras. El autor de Hechos menciona un ataque al Templo y a las leyes de Moisés(Hech. 6:13-14), acusación que parece
tener relación con un pasaje joánico(Jn. 2:18-21).
Según esto, nos hallaríamos ante una comunidad sinagogal de
origen foráneo –parecen moverse en las comunidades Judías procedentes de Asia
Menor y el norte de África- que se sentiría bastante alejada de la religiosidad
tradicional vinculada al Templo. Frente al grupo de lengua semítica,
perfectamente integrado en las devociones del culto(9),
estos Cristianos de lengua Griega habrían asumido la resurrección de Jesús de
acuerdo con sus propios esquemas teológicos. Procedentes de la Diáspora, desde
la que la lejana Jerusalem era más un referente sentimental que la piedra
angular de su fe, los Judíos helenistas contemplaban la sinagoga como el
auténtico centro de su vida religiosa, basada en la lectura y comentario de las
Escrituras, antes que en la práctica
sacrificial arcaizante sobre la que se articulaba la actividad del Templo. Por
no hablar de la pésima impresión que en ellos debían de despertar los
aristocráticos saduceos, tan alejados de sus intereses e inquietudes
espirituales. De hecho, la destrucción del Templo, décadas después, no tuvo por
qué suponer una quiebra absoluta en las mentes y los corazones de buena parte
de los judíos extendidos por el mundo. Sin embargo, el fin del Templo no fue el
fin del Judaísmo. Al fin y al cabo, ya había dejado de tener sentido mucho
tiempo atrás(10). Así se expresa en el discurso
de Esteban(11):
“Nuestros padres tenían en el desierto la Tienda del
Testimonio”(12). Más que destruir el Templo,
esta comunidad lo que pretendía era edificar otro paralelo de carácter
espiritual y trascendente, que acabó siendo ocupado por el Mesías recientemente
aceptado(13).
El Templo, pues, había dejado de ser un lugar físico y
quedaba transformado en un espacio espiritual cuya clave era el propio Cristo,
tal como evidencian las primitivas fórmulas cristológicas sacerdotales en Hebreos, Juan y el Apocalipsis(14). Es posible que el grupo helenista hubiera
realizado otros avances teológicos que entraban claramente dentro del ámbito de
la blasfemia, ya que es posible rastrear en su teología elementos que parecen
apuntar a fórmulas que insinúan la divinidad de Cristo(15).
Si bien Esteban todavía no se atreve a sentar a Cristo en el propio trono de Dios(16), otros pasajes de la obra ya manejan citas
bíblicas que lo preludian claramente(Hech.
2:30-31).
La superación teológica del Mesías tradicional hallaba
paralelo en su consideración de lo que debía de ser la composición de sus
propios grupos sinagogales (Hech. 11:19-20).
El relato aunque parco resulta importante porque es la primera ocasión en la
que se menciona la predicación cristiana entre los gentiles. Mas no por parte
de Pablo, sino precisamente por obra de aquellos helenistas huidos de
Jerusalem(17). Es esta la primera vez que
ocurrió semejante novedad? Seguramente no. El incipiente Cristianismo prendió
su llama en un excéntrico grupo de Judíos procedentes de la Diáspora que
posiblemente ya venían practicando la integración de gentiles en su seno(18). Y fue tal práctica la que acabó dando lugar a su
propia interpretación de la figura del Mesías.
Pues bien, si de un lado la inclusión de gentiles en la
sinagoga pudo despertar las iras de las autoridades Judías, de otro, el
movimiento tuvo que suscitar la atención e las autoridades romanas. Estas,
indiferentes por principio a los asuntos internos del Judaísmo(cf. Hech. 18:14-15) tuvieron que alarmarse
ante unas actividades de súbditos comunes
que entraban de lleno en la Lex de
Collegiis. Si esto es correcto, resulta imposible que el rígido Santiago y
sus seguidores aceptaran la profanación del espacio judío que suponía la
integración de gentiles en las sinagogas. Quizás sea esta la razón de fondo por
la que la comunidad joánica, sucesora de los helenistas, habría poblado su
texto de elementos hostiles a la comunidad de Jerusalem. Así, la alusión de Jn. 7:1-15, a la increencia de los
hermanos de Jesús es, posiblemente, una sutil alusión de corte polémico con la
que el autor manifiesta su distanciamiento respecto a la comunidad
judeo-cristiana de Jerusalem.
Sin negar la originalidad y la importancia del cristianismo
de Pablo de Tarso, hay que contextualizar teológica y socialmente los orígenes
de su doctrina. En efecto, Pablo no fue un perseguidor contra la Iglesia en
general, tal como se presenta en sus cartas (Gál. 1:23-24), sino que orientó su celo inquisitorial contra un
grupo más específico, los judíos de lengua griega que habían incurrido en
blasfemia al proclamar la divinidad de Cristo y, seguramente, reo de acoger
gentiles en sus sinagogas. Lo mismo que hará él mismo quince o veinte años
después.
Si algunos de los perseguidos helenistas marcharon hacia
Siria o Chipre, otros hallaron refugio en Samaria. La predicación del diácono
Felipe sería el recuerdo legendario de aquel acontecimiento. Y allí, aislados
de las corrientes cristianas mejor conocidas, pasaron varias décadas madurando
en soledad su proyecto teológico inicial, el cual cristalizó, con el tiempo, en
la forja del núcleo narrativo del Evangelio
de Juan, texto que presenta multitud de referencias a su traumática salida
de Jerusalem, la cuales se proyectan en el texto a través de la propia
peripecia de Jesús(Jn. 5:18; 7:1;
7:13; 7:25-26; 8:37).
Semejante insistencia en el tema de la amenaza que se cierne
sobre Jesús, solo puede ser reflejo de una intensa experiencia de persecución y
peligro(Jn. 11:53-54; 12:36-37).
Obsérvese que, lejos de expresar el conflicto entre Cristianos y Judíos que se
manifiesta en la supuesta excomunión de Jamnia, la polémica que aquí se expresa
tiene un origen mucho más antiguo y se relaciona con el conflicto inicial entre
el Judaísmo y los Cristianos helenistas de la primera hora(Jn. 16:2; 9:22; 12:42-43).
Así pues, aislados durante décadas en la solitaria Samaria,
los discípulos de estos helenistas dejaron de constituir la vanguardia
teológica del Cristianismo. La reflexión paulina y la práctica de las diversas
comunidades Cristianas de origen gentil que surgían por el Mediterráneo
oriental pronto superaron sus esquemas cristológicos y, cuando salieron de su
aislamiento, muchos de sus planteamientos ya estaban anticuados, lo cual
preservó su identidad hasta bien entrado el siglo II. Gracias a ello tenemos
sus expresiones literarias, el Evangelio
de Juan y el Apocalipsis con la
imperecedera creación de la Jerusalem celeste (21:9-27); en el Evangelio de Juan con la forja de la
narración litúrgico-sacerdotal.
Por otra parte, se hace preciso señalar que esta comunidad
samaritana no estaría compuesta tan solo de los Judíos helenistas procedentes
de Jerusalem, de ella también formarían parte antiguos discípulos de Juan el
Bautista y los correspondientes conversos del propio ámbito samaritano. Estos
agregados dieron como resultado, de alguna manera, una nueva rejudaización del
grupo. Ello se hace evidente en la particular consideración de la misión
mesiánica de Jesús a la luz de la figura de Moisés. Levieils (2001, p. 55)
dice:
“Juan con la teología
Samaritana muestra que los Samaritanos que se convirtieron al Cristianismo
integraron el movimiento joánico y que el desarrollo doctrinal de este
movimiento tomó en consideración lo específico de las expectativas espirituales
samaritanas, en particular en lo que se refiere a la esperanza mesiánica
articulada alrededor de la figura de Moisés”.
Queda así razonablemente bien contextualizado en términos
históricos el origen de la primera comunidad joánica, así como algunas de las
particularidades de su texto. Más aún, este origen específico es el que explica
el paisaje en el que cuarto evangelio ubica la predicación de Jesús. En efecto,
salvo el discurso del “pan de vida”, que se sitúa en la sinagoga de Cafanaún,
la totalidad de la predicación de Jesús se desarrolla en Jerusalem,
preferentemente en el Templo, espacio del que él se apropia mediante un acto
inaugural de purificación ética.
-----------------------
1.
Bowman (1947-48, pp. 151-153; 1958, pp. 298-308;
(1976); Freed (1970, pp. 241-256). La hipótesis, en general, ha tenido escaso
eco entre los estudiosos del evangelio y, así, es despachada como una propuesta
marginal que no se toma demasiado en serio. Los estudiosos que más crédito han
prestado a la hipótesis de Bowman apenas le dedican unas breves páginas. Así,
Cullmann (1976, pp. 59-61), quien ya conectó en una secuencia triangular al
judaísmo heterodoxo –incluidos los Samaritanos-, el discurso de Esteban y el Evangelio de Juan. En contra de tal
postura, el extenso trabajo de Purvis (1975, pp. 161-198); y de la misma manera
Levieils (2001, pp. 56-57).
2.
Un examen de la cuestión, en Heinlein (1907).
Con todo, la opinión habitual es ubicar Ainón en el valle del Jordán, al sur de
la moderna Bet Shean (antigua Escitópolis), entre Galilea y Samaria.
3.
Lucas no
parece saber nada de ninguna predicación de Jesús entre los samaritanos. Sin
embargo, años después, su autor ya da cuenta de la extensión del evangelio por
Samaria.
4.
Para un estudio detallado del componente
helénico en el Judaísmo palestiniense ver Hengel Martin (1974).
5.
La denominación de “los siete diáconos” es
tradicional, pero hay que señalar que el texto lucano jamás los llama
“diáconos”. Se trata de un recurso de la tradición eclesiástica para marcar su
subordinación frente el grupo de “los Doce”.
6.
El cuarto Evangelio solo conoce siete
discípulos, número que coincide con el de los siete diáconos. Por otra parte,
el Evangelio de Lucas nombra a
ciertas discípulas de Jesús de las que nada saben los demás evangelios: “María,
llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de
Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servía con sus
bienes”(Luc. 8:2-3). Sólo menciona
tres. Sin embargo, sí resulta interesante observar el empleo del verbo “διακονέω”(cf.
διάκονος/diaconos)aplicado a su función. Años antes, a finales de los 50, Pablo
menciona la existencia de diaconisas (Rom.
16:1-2). Las que, a comienzos del siglo II, halló Plinio el Joven en
Bitinia parecen ajustarse más a la condición ancilar: Quo magis nescessarium credidi ex duabus ancillis, quae ministrae
dicebantur, quid esset veri, et per tormenta quaerere”. (Ep. X 96.8).
7.
Dormeyer y Galindo (2007, p. 160) consideran que
el número de “siete” se corresponde con el grupo administrativo de una
comunidad y una sinagoga judías; y para ello recurren a Josefo: “Estarán al
frente [άρχέτωσαν]de cada ciudad, siete hombres que hayan practicado antes no
solo la virtud, sino también la lucha por la justicia. Y a cada autoridad [άρχή]le
serán dados dos auxiliares de la tribu de los levitas”(AJ IV 214).
8.
Simon (1977, p. 22).
9.
Recordemos cómo el relato lucano presenta a los
Doce orando en el Templo (Hech. 2:46;
3:1). Por no hablar de la tradición judeo-cristiana transmitida por Hegesipo
(ca. 160) que daba cuenta de la singular devoción de Santiago, el hermano del
Señor: “Solo a él le estaba permitido entrar en el Santuario, pues no vestía de
lana, sino de lino. Y solo él penetraba en el Templo y allí se le encontraba
arrodillado y pidiendo perdón por su pueblo, tanto que sus rodillas se
encallecieron como las de un camello”(apud.
Eus. HE II 23.6).
10.
Esta visión se manifiesta en el Evangelio de Juan en la profecía de
Jesús a la Samaritana(Jn. 4:20-23).
11.
Hech. 7:44-49.
12.
Es interesante que este interés de Esteban por
la “Tienda del Testimonio” tenga su propia correspondencia en Juan 1:14: “La palabra puso su Morada [έσκηνώσεν
“acampó”] entre nosotros”. Si bien, la redacción del prólogo joánico
corresponde al autor de los discursos, resulta evidente que está manejando
materiales textuales muy anteriores.
13.
Amos 9:11-12;
cf. Hech. 15:16-18.
14.
El Templo en el que se mueve Jesús en el Evangelio de Juan no es tanto un espacio
físico cuanto un elemento simbólico que da cuenta de las formulaciones
teológicas de su comunidad. Pablo parece manifestar ideas que, aunque basadas
en los mismos principios, ya están más desarrolladas teológicamente: “Porque
sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona,
tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano
humana, que está en los cielos”.(II Cor. 5:1).
15.
Hech.
7:56
16.
Pocos años después, el redactor lucano del
apéndice de Marcos (16:9-20) ya es
capaz de cerrar el evangelio con la siguiente frase: “Con esto, el Señor Jesús,
después de hablarles, fue elevado al cielo y sentó a la diestra de Dios”(Marc. 9:20). Asimismo, Mat. 19:28; 23:22; 25:31; Luc. 1:32. Esta imagen está por completo
ausente en Juan. Su concepción de
Cristo como logos preexistente le
ahorra la descripción del proceso del acceso de Cristo a la Gloria. En
cualquier caso, la imagen del trono hunde sus raíces en la apocalíptica del
siglo II a.C. (cf. Dan. 7:9), que, a
su vez, remiten a las visiones del Libro
de Ezequiel (1:15-21 y 26). Ahora bien, en Daniel el trono es ocupado por Dios; y, en cambio aquí, ya junto a
él, aparece el Mesías elevado a una categoría divinal que presagia las futuras
fórmulas trinitarias (ver Hans Küng, 1977, p. 131). En contraste, es de suponer
que las posiciones teológicas que en esos momentos mantenía la primitiva
comunidad de Jerusalem, presidida por los Doce, no habían llegado tan lejos: el
Resucitado con una función eminentemente escatológica dentro del marco
tradicional que les suministraban las diversas profecías mesiánicas
interpretadas a la luz de exégesis más tradicionales. Ver Robinson (1962, pp.
139-153) traza una nítida distinción entre las dos cristologías que se
manifiestan en los capítulos iniciales de Hechos:
3:19-26 manifiesta una cristología más primitiva: Jesús, resucitado o
ascendido, está predestinado a manifestarse como el Cristo solo en la parousia. En cambio, en Hech. 2:36, Jesús ya ha sido designado Kyrios y Christos en su exaltación. O de otra manera, esta Cristología
helenista se halla en el fondo de la gran cristología paulina. Cristo posee una
estatura divina que rompe los moldes étnicos en los que permanecía el Mesías
tradicional(cf. Phil 2:5-8; Gál. 3:27-28).
17.
Es verosímil que entre ellos se hallara Bernabé,
judío chipriota convertido a la fe antes que Pablo, y luego compañero de este
en sus primeros viajes misionales (Hech. 13-14).
De hacer caso al relato de Hechos,
Bernabé también predicó a los gentiles.
18.
Un ejemplo claro de esto es el que suministra el
caso de Nicolás “prosélito de Antioquia”(Hech.
6:5).
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