martes, 25 de julio de 2017

JAKOB BÖHME

No basta con subscribirse a unas determinadas creencias; lo importante es vivir en espíritu y verdad. Ni regeneran al hombre los palacios y casas costosas, sino el sol espiritual divino que actúe a través de la Palabra de Dios. Hay que abandonar todos nuestros deseos personales, disfrutes, ciencia y voluntad para restaurar la armonía. Pues nuestra almas albergan muchos maliciosos animales que ahí hemos puesto en lugar de Dios a los que adoramos como dioses. Esos animales son los elementos de los que está compuesto nuestro personal e ilusorio yo. Cada uno representa un estado individual de la voluntad, deseo, o conciencia. Si alguien permite que uno de esos “animales” crezca y se expanda en él de manera que sus cualidades tiñan todo su ser, se convertirá en ese ser  en cuya posesión está, viniendo a ser inconsciente de su verdadera naturaleza a la Luz del Espíritu. Hay que superar todos los mundanos pensamientos y deseos, antes de encontrar el Reino de los Cielos en uno mismo. Nadie es salvado por Dios como gratitud de Éste por haber asistido y tenido la paciencia de oír un sermón en la Iglesia; sólo cuando oímos a Dios hablar a nuestro corazón es que las ceremonias externas nos benefician.

Todas nuestras especulaciones y disputas respecto a los divinos misterios no tienen valor; se originan en fuentes externas. Los misterios de Dios sólo pueden por Él ser conocidos, y para conocerlos hemos primero de encontrar a Dios como nuestro centro,

El hombre se ha rodeado de un mundo de voluntad e imaginación propio. Se ha separado de Dios, y sólo podrá recuperar su anterior estado si conduce la actividad de su alma en armonía con el espíritu divino. Ha de sentir el fuego divino del amor ardiendo en su corazón. Este fuego es el espíritu del Mesías que aplasta la cabeza de la serpiente, los deseos de la carne.

La Iglesia se ha convertido en un bazar donde se exhiben vanidades, se danza alrededor del Becerro de oro, los ídolos que hemos construido y llamamos Dios. Así, una creencia histórica es una mera opinión basada en una explicación adoptada de la letra de la palabra escrita aprendida en la escuela, oída por el oído externo, que produce dogmáticos, sofistas y comentaristas esclavos de la letra. Pero la Fe es el resultado de la percepción directa de la verdad, oída y comprendida por el sentido interno y enseñada por el Espíritu Santo. Se podrá predicar y enseñar tanto como se quiera, no servirá de nada mientras exista el mal en el corazón.

El principio donde se origina el hombre divino es la Luz del Logos, y lo que le une de vuelta a este no son las teorías u opiniones acerca de la naturaleza de esta Luz, sino el Poder de esta misma Luz. Este poder es la verdadera Fe. El verdadero Cristiano no se une a ninguna secta particular, puede participar en el servicio ceremonial de cada secta, sin pertenecer a ninguna.

El Reino de los Cielos no está basado en opiniones y creencias  autorizadas, sino que tiene su raíz en su propio poder divino. Nuestro principal objetivo ha de ser tener el poder divino dentro de nosotros. Si poseemos esto, toda búsqueda científica será un mero juego de las facultades intelectuales. La verdadera ciencia es la revelación de la sabiduría de Dios dentro de nuestra mente.



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