LOS
ORÍGENES DE ISRAEL
La historia de
Israel y Judá se despliega en el contexto geográfico del Levante, lo que hoy es
Israel/Palestina, Jordania, Líbano, y Siria. A lo largo de sus historia esta
región fue codiciada por los imperios que la rodeaban y a menudo estuvo por
estos controlada, primero por los Egipcios en el segundo milenio, después por
los Asirios, los Babilonios, los Persas, los Griegos, y los Romanos en el
primer milenio. Geográficamente y políticamente la historia del Levante está
intrínsecamente relacionada con la del “Fértil Creciente”, una expresión que se
refiere al territorio fértil con amplias lluvias que va desde Mesopotamia
(Irak-Irán actuales) a Egipto, incluyendo las zonas alrededor del Tigris y el
Eufrates.
Es interesante
señalar que desde los primeros comienzos la narrativa bíblica informa de los
viajes del patriarca Abraham a lo largo del Fértil Creciente. Su familia vivía
originalmente en Ur y se estableció posteriormente en Harran, Siria; desde ahí
Abraham viaja a lo largo de la tierra de Canán, parando en lugares estratégicos
como Siquem y Betel, descendiendo posteriormente al Negev al sur, y de ahí a
Egipto (Gén. 11-12). Históricamente los territorios que Abraham visita son lugares
donde durante el periodo Persa (siglos quinto y cuarto) había asentamientos de
exiliados o emigrados Judíos. Este ejemplo muestra que sería erróneo leer los
textos del Pentateuco como registros históricos; estos fueron escritos mucho
más tarde que la época que pretenden describir.
Los libros de
historia del antiguo Israel dirigidos a una audiencia académica o a la gente
educada en general casi siempre siguen la cronología bíblica. Sabemos que las
historias de los Patriarcas, el Éxodo de Egipto, y la conquista de la Tierra
Prometida, y también los relatos de la era de los Jueces, no reflejan periodos
sucesivos y fechables. Son más bien leyendas o mitos de origen que fueron
arreglados en cierto orden cronológico después de los hechos. Hay que comenzar
con los hechos para poder reconstruir la historia de Israel y Judá, todos los
hechos a nuestra disposición, lo que significa comenzar con los descubrimientos
de la arqueología. La arqueología del Levante ha realizado grandes progresos en
los últimos tiempos.
Situando las
cosas en un contexto arqueológico, los comienzos de la historia de Israel en el
siglo trece se sitúa en el tiempo de transición de la Edad de Bronce a la Edad
de Hierro(1). A mediados del segundo milenio el
Levante estaba controlado por Egipto. Estaba organizado políticamente en
ciudades-estado cuyo reyes eran vasallos del Faraón. También había algunos
grupos con integración mínima, notablemente los ´apiru, que vivían en los márgenes del sistema político, en
conflicto con uno u otro de los reyes o jefes Cananeos menores y sirviendo como
trabajadores forzados para los Egipcios. Los textos Egipcios también mencionan
a los “shashu” nómadas, y algunas
veces usan el término Yhw(e) para
caracterizarlos. Los estudiosos han a menudo tratado de conectar este término
–probablemente un topónimo- con el nombre Yahvé (Yahua?), que vendría a ser el nombre del dios de Israel.
El final del
siglo XIII estuvo marcado por levantamientos durante los cuales las ciudades
estado colapsaron. Nuevas poblaciones, “los pueblos del mar” llegaron desde el
Mar Egeo o desde Anatolia, los Filisteos, como bien los llama la Biblia, se
establecieron en la costa sur de Canán en ciudades como Gaza, Ashdod, Askelón,
y Ekrón. Su cultura material era marcadamente diferente de la de los habitantes
del país, aunque se asimilaron rápidamente(2).
Aunque la mayoría de las ciudades de la Edad de Bronce Tardía sufrieron la
despoblación, la zona montañosa de Efraín y Judá experimentaron un notable
aumento en su población. Este es el contexto dentro del cual encontramos los
primeros vestigios de la génesis de “Israel” mencionada aproximadamente en el
1210 en la estela que narra la victoria del Faraón Mernaptah. Este “Israel”
debe haber sido un grupo bastante poderoso, dado que el rey Egipcio lo
considera digno de ser mencionado entre los pueblos que ha afirma haber
conquistado. Sus orígenes no están, como afirma el libro de Josué, en la
conquista militar de un territorio por una población invasora; más bien
“Israel” fue el resultado de un proceso lento que tuvo lugar gradualmente
dentro del marco de los levantamientos globales de la tardía Edad de Bronce – o
sea, tuvo sus orígenes en las poblaciones autóctonas. Israel es in primer lugar
una especie de clan o confederación tribal, que unía a grupos que probablemente
pensaban que ya pertenecían al mismo grupo étnico. Esto es sugerido, por
ejemplo, por la ausencia virtual de la cría del cerdo para consumo, y por una
cultura material distinta. Sin embargo, la idea que Israel antes de la
monarquía estaba compuesto de doce tribus es una invención de los autores de
los periodos Persa y Helenista, cuando esta idea vino a jugar un papel importante
en los intentos de afirmar la unidad religiosa de Judea, Samaria, y Galilea.
A comienzos del
primer milenio en todo el Levante se fue implantando gradualmente una economía
de intercambio que remplazó a la economía de subsistencia que existía
previamente. Esta transformación estuvo acompañada de un desarrollo paralelo en
las formas do organización política, que tendían en la dirección de la
monarquía. Se puede observar este fenómeno no sólo al occidente del Jordán sino
también en el este en la creación de los reinos de Moab y Ammón.
La narrativa
bíblica en los libros de Samuel centra el relato de los orígenes de la
monarquía alrededor de tres figuras ejemplares: Saúl, David y Salomón. Es este
un material mayormente legendario, aunque la narrativa contiene algunos trazos
de eventos históricos. Saúl, presentado como el primer rey de Israel, pudo
resistir la dominación Filistea y crear en el territorio de Benjamín y las
montañas de Efraim una especie de estructura de estado del que él era el jefe.
David, representado en conflicto con Saúl, parece haber sido vasallo de los
Filisteos, que quizás le apoyaran en su conflicto con Saúl. De todas formas,
los Filisteos toleraron la creación de un reino bajo David localizado en Judá,
primero en Hebrón después en Jerusalem, en competición con el de Saúl. Según
las narrativas de los libros de Samuel y Reyes, retomadas en parte en Crónicas,
David y su hijo Salomón, se dice, reinaron sobre un “reino unido” que
comprendía un gran territorio que iba desde “Egipto hasta el Éufrates”. Esta
afirmación es el resultado de una elección ideológica realizada por los
editores de la Biblia, los cuales querían mostrar que Israel (el norte) y Judá
(el sur) habían estado unidos en el principio en un solo reino. Las obras de
grandes edificios en Meggido, Hazor, y otros lugares que habían sido atribuidas
al rey Salomón, probablemente datan de un periodo un siglo después de su muerte
y serían obra del rey Omri.
Es en el norte
donde encontramos el desarrollo de algo parecido a un “estado”, que bajo Omri
hizo de la ciudad de Samaria su capital. En el sur, en contraste, la entidad
política era mucho más modesta; la población estimada del sur era un 10 por
ciento de la del norte. Jerusalem en este periodo era una pequeña aglomeración
que el Faraón Sheshonq ni se quiera se digna a mencionar en la lista de sus
hazañas militares después de su campaña ca. 930 en la región. Durante más de
dos siglos Judá vivió a la sombra de Israel, y probablemente fue su vasallo.
La historiografía
de la Biblia particularmente en los libros de Samuel y Reyes, fue editada bajo
la perspectiva del sur y presenta al norte y sus reyes negativamente,
acusándoles de adorar a dioses otros que el dios de Israel y estableciendo
santuarios que competían con Jerusalem.
En el siglo
noveno bajo los Omridas(3), Israel vino a ser
una poderosa presencia entre los reinos del Levante, como demuestran los
numerosos proyectos de construcciones emprendidas por estos reyes,
especialmente la construcción de la ciudad de Samaria. El poder de los Omridas
se extendía hasta Transjordania y ocasionó conflictos con el reino de Moab,
como atestigua la estela de Mesha, donde se informa de una lucha entre Israel y
Moab desde la perspectiva del rey de Moab. Omri y sus sucesores siguieron una
política de acercamiento con Fenicia. Es por esto que los editores de los
libros de Reyes los acusan adorar a un dios llamado “Baal”. Los editores del
texto bíblico mantienen que esta trasgresión fue la causa del final de la
dinastía de Omrida. Según una estela con una inscripción en Arameo encontrada
en Tel Dan en las fuentes del Jordán, Hazael, el rey de Damasco, que fue quien
ordenó inscribir la estela, dice haber triunfado sobre una coalición de Israel
y Judá y de haber derrotado a Israel y la “Casa de David”.
Los libros de
Reyes presentan el fin de la dinastía Omrida como resultado de un golpe de
estado realizado por uno de sus generales, Jehú, a quien los editores atribuyen
una motivación religiosa: es presentado como ferviente devoto del dios de
Israel y opuesto al culto de Baal. Históricamente hablando, Jehú fue un rey
débil y las derrotas que sufrió a manos de los Arameos son atribuidas por los
editores a su predecesor, el Omrida Joram. Jehú vino a ser, de hecho, vasallo
de los Asirios, quienes, comenzando en la segunda mitad del siglo noveno,
comenzaron a tratar de controlar el Levante. En el 853 una coalición entre
Israel y los Arameos de Damasco tuvo éxito en rechazar al rey Asirio Salmanasar
III en la batalla de Qarqar, aunque las siguientes décadas y todo el siglo
octavo están definitivamente marcados por la hegemonía de Asiria, la cual dejó
numerosas trazos en el texto de la Biblia. Un obelisco del rey Asirio
Salmanasar III muestra a un rey postrado ante Salmanasar III donde está escrito
“el tributo de Jehú, hijo de Omri”(4).
El reino de
Israel tuvo otro periodo de prosperidad bajo el reinado de Jeroboam II (cerca
del 787-747), que aceptó la hegemonía Asiria y actuó como vasallo leal. El
bienestar vino a ser incluso más grande gracias al aumento en la producción de
aceite de oliva, aunque este tipo de protocapitalismo también trajo consigo una
pauperización de aquellos que estaban menos bien. Los profetas tales como Oseas
y Amos denunciaron este giro de los eventos. Además, Oseas polemizó contra los
becerros de Samaria y Betel, lo que sugiere que el dios titular de Israel era
adorado allí adorado en forma bovina. Es posible que algunas tradiciones de las
que informa la Biblia, como la historia de Jacob y la historia del Éxodo,
fuesen puestas por escrito en el santuario de Betel durante el reinado de
Jeroboam II.
Después del
reinado de Jeroboam, el declive del reino de Israel comenzó. Cerca del 734 una
coalición de reinos del Levante liderada por Damasco e Israel trataron de
forzar al rey de Judá, Ajaz, para que se uniese a la revuelta contra los
Asirios. Hay huellas de esto en varios textos bíblicos. Ajaz, siguiendo el
consejo del profeta Isaías, buscó la protección del rey Asirio Tglth-Pileser
III, haciéndose vasallo de este. Tiglath-Pileser III derrotó fácilmente a los
Arameos y a los Israelitas y sometió a ambos reinos. En el 727 el último rey de
Israel, Oseas, buscó la alianza con Egipto, provocando una expedición militar de
Salmansar V contra Israel y la caída de Samaria en 722. El reino de Israel fue
dividido en cuatro provincias Asirias, y más del 20 por ciento de la población
total fue deportada, estableciendo a otros pueblos en el lugar del anterior
reino. Esta población “mezclada” es el antepasado distante de los Samaritanos.
Sabemos casi nada acerca de la situación en esta región hasta la era Persa,
excepto que el culto del dios de Israel continuó existiendo(5).
Para el reino de
Judá, que continuó existiendo como vasallo de los Asirios, la caída de Samaria
significaba un aumento de su estatus y especialmente en el desarrollo de
Jerusalem, que hasta esos tiempos había sido más bien un modesto asentamiento.
Su espaci urbano aumentó significativamente hacia finales del siglo octavo y
vino a ser una capital genuina. Este crecimiento fue al menos en parte debido
al influjo de refugiados del anterior reino de Israel. Fue también durante ese
perido que las tradiciones del norte (Jacob, Éxodo, Oseas, las narrativas
acerca de los profetas Elías y Eliseo y otros) llegaron a Judá, donde fueron
revisadas desde una perspectiva Judea. El surgimiento de Jerusalem comenzó bajo
el rey Ezequías, a quien la Biblia atribuye un número de obras públicas
atestiguados por la arqueología, como son el famoso túnel en Siloh, que
contiene la primera inscripción monumental Judía conocida. Se puede asumir que
los comienzos de la actividad literaria sistemática también se puede datar en
este periodo(6). La política de Ezequías hacia
Asiria era tan imprudente que el rey Asirio, Sanaquerib, emprendió una
expedición militar contra el reino de Judá, tomó Laquis, su segunda ciudad, y
redujo su territorio en gran escala. En el 701, sin embargo, los Asirios
interrumpieron el asedio de Jerusalem y se retiraron, por razones que no están
claras. Este evento dio lugar a la idea de la inviolabilidad de Sión, la
montaña sobre la que el Templo de Jerusalem está localizado. Los habitantes de
Jerusalem vieron en esto la prueba de que su dios protegería la ciudad contra
sus enemigos.
Bajo Manasés, un
leal vasallo de los Asirios, Judá prosperó de nuevo y recuperó partes de su
territorio perdido. Aunque el reinado de Manasés duró más de cincuenta años
(ca. 698-642), los editores de los libros de Reyes le dedican sólo unas cuantas
líneas, en la cuales deploran particularmente su impiedad. Sin embargo, parece
haber gobernado sabiamente permitiendo que Judá disfrutase de su último periodo
de vida estable.
Cuando el Rey
Josías(640-609) accedió al trono, según la narrativa bíblica a los ocho años de
edad, el imperio Asirio había ya comenzado a debilitarse debido al nuevo
resurgir de Babilonia. Durante la segunda mitad del reinado de Josías, el rey y
sus consejeros tomaron ventaja de este vacío de poder para llevar a cabo una
política de centralización de acuerdo con el nuevo estatus de Jerusalem. El
Templo de Jerusalem fue proclamado como único y legítimo Santuario del dios de
Israel. La historicidad de la narrativa de 2 Reyes 22-23 no puede ser
confirmada, aunque afirma que Josías eliminó todos los objetos religiosos
Asirios del Templo de Jerusalem y también destruyó los símbolos de Ashera, una
diosa asociada con el dios titular de Judá, y se anexó una parte del anterior
reino de Israel.
Los libros de
Reyes afirman que las innovaciones de Josías en las esferas religiosa y
política fueron realizadas debido al hallazgo de un libro en el Templo. Esta
historia es probablemente una metáfora literaria; sin embargo, es bastante
probable que el Deuteronomio fuese compuesto en su forma original en orden a
legitimizar la política de centralización y monolatría, el culto exclusivo del
dios de Judá/Israel. La idea de centralización prepara el camino para
establecer uno de las principales pilares de lo que posteriormente vino a ser
el Judaísmo: la centralidad de Jerusalem y su Templo. Es en el reinado de
Josías donde hemos de buscar los orígenes literarios de algunos otros textos,
como sería la narrativa y conquista de Canán que forma parte de la primera
parte del libro de Josuá; probablemente con la intención de legitimizar las
políticas expansionistas de Josías. Los escribas de Josías también escribieron
una historia de los dos reinos para mostrar que Josías era una especie de nuevo
David. Sin duda, también compusieron una “biografía” escrita de Moisés y
establecieron otras tradiciones escritas.
El origen de una
gran parte de la literatura, que posteriormente vendría a ser la Biblia, está,
en el periodo Asirio. El significado de muchos de estos escritos está
restringido a un medio de “intelectuales” –al Palacio y al Templo. En la Judea
rural en el santuario de Hebrón, seguramente se relataban historias acerca de
los episodios de la vida del patriarca Abraham, en un contexto religioso que
difería significativamente del que dominaba en el palacio de Jerusalem. La
historia de Abraham, después de todo, no es un vehículo apropiado para una
ideología segregacionista, porque insiste en el hecho que el patriarca era
también familia de Lot, el antepasado de los Moabitads y Amonitas, y era el
padre de Ismael, el antepasado de los pueblos semi-nómbadas del desierto del
sureste de Judá.
Josías murió en
el 609 cuando preparaba una confrontación con Egipto, y este es el comienzo del
declive del reino de Judá. Cayó ante los Babilonios, que desde el 605 en
adelante comenzaron a adueñarse del Oriente Medio. Numerosas revueltas a cargo
de los reyes de Judá fueron la causa de la primera caída de Judá en el 597: el
rey Joaquim evitó la destrucción de la ciudad al abrir las puertas de esta. Él
y su corte fueron deportados a Babilonia juntos con sus principales ayudantes y
artesanos. Un documento Babilonio menciona las raciones provistas para el rey
Joaquim, prisionero del rey de Babilonia. El Rey Nabucodonosor II puso a
Zedequías como sucesor de Joaquim, pero este también se unió a una coalición
anti-babilonia. El libro de Jeremías contiene narrativas y oráculos que
reflejan la situación caótica en Jerusalem en los años que precedieron
inmediatamente su segunda caída.
En el 587 a.C. los
Babilonios tomaron Jerusalem, destruyeron la ciudad y el Templo, y decidieron
iniciar una segunda ronda de deportaciones. Instalaron a Gedalia como
gobernador en Mispa en el territorio de Benjamín. La arqueología muestra trazos
de una severa destrucción esta vez en territorio de Judá y una significativa
reducción de su población. En contraste, el territorio de Benjamín parece haber
sufrido muco menos en este periodo. En el 582 Gedalias fue asesinado por un
grupo que se inclinaba a restablecer la independencia, y según el libro de
Jeremías este evento dio lugar a una tercera ola de deportaciones y la huida de
algunos de los habitantes de Judá a Egipto cerca del 582. Así, a finales del
siglo sexto hay tres centros con una importante presencia Judía: Benjamín y
Judá, Babilonio, y Egipto (especialmente el delta y Elefantina). En contraste a
los Asirios, los Babilonios permitieron a los exiliados vivir juntos en
colonias y formar grupos reconocibles.
Estos varios
grupos de exiliados compuestos de miembros de la elite de Judea jugarían un
importante papel en la producción de cierto número de escritos en rollos, que
vendrían a ser a su vez los antepasados de lo que vendría a ser el Pentateuco y
los libros proféticos. La destrucción de Jerusalem por los Babilonios en el 587
provocó una crisis ideológica en estos intelectuales. Los pilares sobre los que
se mantenía la identidad de cualquiera de los pueblos del Medio Oriente –el
rey, el templo, el dios nacional, y la misma tierra- habían sido destruidos.
Por lo tanto era necesario encontrar nuevos fundamentos para la identidad de
una población privada de sus instituciones tradicionales. Es en este contexto
que hay que ver las varias respuestas a esta crisis que están contenidas en la
“historia Deuteronómica”, los libros de la Biblia comenzando con Deuteronomio
hasta 2 Reyes. La intención de esta historia era demostrar que la destrucción
de Jerusalem y la deportación de parte de su población no eran debidas a la
debilidad del dios de Israel comparado con los dioses de Babilonia. Al
contrario, era el dios de Israel mismo quien estaba haciendo uso de los
Babilonios para castigar a su pueblo y sus reyes por no haber mantenido los
términos de la “alianza” con ellos, términos formulados explícitamente en el
Deuteronomio mismo. Algún autor o autores del entorno de un grupo de sacerdotes
compusieron eventualmente una “historia de los orígenes” (a menudo llamada
“documento sacerdotal”), que se encuentra especialmente en los libros del
Génesis, Éxodo, y Levítico e insiste que todas los rituales nacionales
característicos e instituciones fueron reveladas antes de la entrada en Canán y
antes de la monarquía, de manera que la monarquía no era realmente
indispensable. Para los autores sacerdotales, todos los rituales que vendrían a
definir el Judaísmo en los periodos Persa y Heleno (circuncisión, Pascua,
rituales y leyes alimenticias)fueron dados por Moisés en el desierto antes que
se estableciese cualquier tipo de organización política. Estos dos complejos
literarios, el Deuteronómico y las narrativas Sacerdotales, prepararon en
cierto sentido el camino para el monoteísmo, dado que ambos afirmaban –cada uno
a su manera- la unidad del dios de Israel.
En el 539 el rey
Persa Ciro tomó la ciudad de Babilonia, poniendo fin al Imperio Babilónico. Su
política religiosa fue liberal en cuanto permitió la reconstrucción de templos
destruidos y permitió a las poblaciones deportadas regresar a sus respectivos
países. Ciro es celebrado como el “Mesías” enviado por el dios de Israel en
textos añadidos al Rollo de los Oráculos del profeta Isaías, a menudo llamados
“Deutero-Isaías”(7). El Templo de Jerusalem fue
reconstruido a finales del siglo sexto o comienzos del quinto, estando bajo la
influencia de los Golah, los Judíos
exiliados en Babilonia que retornaron a Judea, una organización de la vida
política y religiosa centrada en el Templo y casi teocrática fue establecida.
Muchos de los exiliados Judíos prefirieron permanecer en Babilonia; varios
documentos encontrados allí indican que esos Judíos pertenecían al estrato más
confortable de esta ciudad y se integraron completamente en esta ciudad. Hasta
la llegada del Islam, Babilonia permanecería como centro intelectual del
Judaísmo, como está indicado por el Talmud Babilonio. De la misma manera la
fuerte presencia Judía en Egipto no disminuyó. Así el Judaísmo desde su
nacimiento era una religión de la diáspora, y continuaría desarrollándose como
tal durante le periodo Heleno en la cuenca del Mediterráneo.
Entre el 400 y
350 se hizo una compilación de diferentes escritos en un proto-Pentateuco, que
vino a ser el documento fundador del naciente Judaísmo, aunque también para los
Samaritanos, cuyo santuario central estaba localizado desde el siglo quinto en
el Monte Gerizim. La narrativa bíblica que refleja la consolidación de esos
diversos documentos puede encontrarse en los libros de Esdras y Nehemías, los
cuales presentan de manera artificial y exagerada la hostilidad entre Judíos y
Samaritanos e insiste en la actitud positiva y benevolente de los Persas hacia
la promulgación de la Ley en Jerusalem.
En el 332
Palestina fue conquistada por Alejandro, quien puso fin al Imperio Persa.
Después de su muerte, estalló la guerra entre sus sucesores, y Palestina cayó
primero bajo control Ptolomeo(o Lágidas) que gobernaron Egipto, después bajo el
de los Seléucidas que gobernaron Siria. Este cambio al comienzo afectó poco a
los Judíos. Durante el siglo tercero, Judea experimentó un crecimiento
económico que que benefició a los aristócratas en Jerusalem y a las clases
altas urbanas. Este fue también el periodo de frecuentes contactos entre
Griegos y Judíos, y los Judíos que vivían en Egipto adoptaron el idioma Griego
como propio.
Cerca del 270, o
algo más tarde, el Pentateuco fue traducido al Griego, y durante este siglo se
produjo una abundante literatura. Algunos de estos textos, como el Cantar de
los Cantares, Eclesiastés, Esther, etc., entraron más tarde en el canon, aunque
otros como el libro de Enoch no fueron admitidos.
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1.
La Edad de
Hierro termina para los arqueólogos de Levante con la era Persa.
2.
Los textos
Bíblicos los llaman “incircuncisos” porque, en contraste con los pueblos del
Levante, no practicaban la circuncisión.
3.
Reyes
Omri, Ahab, y Joram.
4.
Jehú no
era hijo de Omri, pero para los Asirios Omri era el fundador del reino incluso
después del fin de la dinastía. También es posible que los Asirios no
estuviesen muy interesados en la política interna de Israel y los temas de
genealogía.
5.
2 Reyes 17
admite esto.
6.
La segunda
parte de Proverbios (25:1) afirma haber sido compilada durante el reinado del
Rey Ezequías.
7. Textos que constituyen los capítulos 40 al
50 del actual libro de Isaías.
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