martes, 19 de noviembre de 2019

LA SOCIOLOGÍA DEL ESPÍRITU LIBRE

Es cierto que todos los grandes movimientos heréticos de la tardía Edad Media pueden ser entendidos sólo dentro del contexto del culto de la pobreza voluntaria. Cuando desde el siglo doce hacia adelante apareció una riqueza desconocida previamente en Europa occidental, la mayoría de los que podían, disfrutaron de las nuevas oportunidades para el lujo y el exhibicionismo. Pero siempre había algunos que vieron en los nuevos disfrutes muchas tentaciones del Diablo y se vieron impelidos a renunciar a toda propiedad, poder y privilegio y a descender a las empobrecidas masas. 

La búsqueda de la renuncia no estuvo limitada a ninguna clase. Se hizo sentir algunas veces en la clase comercial, la cual de entre todas las clases era la que estaba obteniendo los mejores beneficios materiales de las nuevas condiciones; los dos más célebres conversos a la pobreza voluntaria —Peter Waldo, fundador de la herética secta de los Waldenses y San Francisco -ambos venían de esta clase. Los más  bajos rangos del clero secular, que era reclutado de los estratos más bajos de de la sociedad, también fueron perturbados. Muchos sacerdotes, en protesta contra la pompa y mundanidad de los grandes prelados, abandonaron sus parroquias en orden a perseguir una vida de total pobreza. Muchos clérigos en ordenes menores -intelectuales a veces de considerable educación- sintieron una necesidad similar. Y no hay duda que, así como los campesinos y los artesanos podían unirse a una cruzada o a una procesión de flagelantes, así mismo ellos podía algunas veces intercambiar su pobreza, la cual era inevitable, por una destitución más extrema que era voluntaria y percibida como meritoria. En las descripciones contemporáneas de los pobres voluntarios hay muchas referencia a los los tejedores; en el siglo trece en adelante también se incluían a genuinos artesanos. 

Los pobres voluntarios formaban una inteligencia móvil e inquieta, cuyos miembros estaban constantemente viajando a lo largo de las rutas comerciales de ciudad en ciudad, operando mayormente de manera clandestina buscando audiencia y seguidores entre los elementos más desorientados en la sociedad urbana. Se veían a ellos mismos como los únicos verdaderos imitadores de los apóstoles y de Cristo; llamaban su manera de vida “apostólica”, y es por ello que a mediados del siglo doce, más que por una doctrina teológica peculiar, fueron condenados como herejes. Pero desde la segunda mitad del siglo doce en adelante esas multitudes de “itinerantes santos-mendigos” de ambos sexos se mostraron dispuestos a asimilar cualquier doctrina que fuese. Muchos se convirtieron en Cátaros, Valdenses o Joaquinitas, también otros se convirtieron en adeptos y propagadores de herejía del Espíritu Libre. Ya en 1230, en el dominio de Tanquelmo en Antwerp, un tal Willem Cornelis estaba demostrando cuán fácil era combinar el antinomianismo tan característico de esta herejía con el culto a la pobreza, voluntaria o no tan voluntaria. Este hombre, que había renunciado a un “beneficio eclesiástico” en orden a seguir la “vida apostólica”, afirmaba que mientras los monjes eran totalmente condenados al no observar la perfecta pobreza, la pobreza propiamente observada abolía todo pecado; de donde seguía que los pobres podían, por ejemplo, fornicar sin pecar -y se decía que Cornelio mismo “se había abandonado completamente a la lujuria”. Veinte años más tarde las autoridades religiosas aún estaban extirpando estas ideas de entre el pueblo de Antwerp. Esta gente mantenía que todos los ricos, al estar corruptos por la Avaricia, estaban infaliblemente condenados. Que incluso poseer una ropa de recambio era un obstáculo para la salvación; que invitar a un rico a comer era un pecado mortal; que era correcto tomar las posesiones del rico para dárselas a los pobres; pero que los pobres, por otro lado, estaban necesariamente en estado de gracia que ninguna indulgencia carnal podía eliminar. 


A comienzos del siglo trece aparecen las grandes Ordenes Mendicantes de los Franciscanos y los Dominicos y realizaron con el apoyo de la Iglesia mucho de lo que los herejes “apostólicos” estaban haciendo en oposición a la Iglesia. Una élite se unió a los Franciscanos y Dominicos y en tanto que predicadores ambulantes, practicando la pobreza y la autonegación, obtuvieron la devoción de las masas urbanas. De esta manera la Iglesia pudo controlar y usar estas emocionales energías que amenazaban su seguridad. Pero ya a mediados del sigo este método de canalización se hizo menos eficiente. Las Ordenes perdieron mucho de su ardor primitivo, su ascetismo se hizo menos intransigente, su prestigio cayó y una vez más la Iglesia se vio enfrentada a grupos autónomos de pobres voluntarios. En el sur de Europa varios grupos hiperascéticos se separaron de los Franciscanos y se volvieron contra la Iglesia. El norte de Italia y el sur de Francia, donde con anterioridad habían florecido los Cátaros, se convirtió en sede de los “Espirituales” Franciscanos y de los Fraticelli. El norte de Europa, por otro lado, vio un gran resurgir del Espíritu Libre. 

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