viernes, 15 de noviembre de 2019



LOS HERMANOS DEL ESPÍRITU LIBRE (PARTE II)

LOS AMAURIANOS

A comienzos del siglo trece la doctrina del Espíritu Libre fue elaborada en un omniabarcante sistema teológico y filosófico. Esto lo realizó un grupo interesante que consistía de hombres que habían sido entrenados en la más grande escuela de teología ortodoxa en la Cristiandad Occidental, la Universidad de Paris. El relato completo lo realizó el cronista Alemán prior de la abadía de Heisterbach; “En la ciudad de Paris, escribe, fuente de todo conocimiento y escritos sagrados, el Diablo mediante persuasión ha inculcado una comprensión perversa en varios eruditos personajes”. Eran catorce en número y todos ellos clérigos -sacerdotes de parroquia, capellanes, diáconos y acólitos de Paris y sus cercanías y de ciudades como Poitiers, Loris cerca de Orleans, Troyes. Hombres grandes en conocimiento y entendimiento, se lamenta el mismo cronista, y en gran medida la descripción parece justificada: nueve de los catorce habían estudiado teología en Paris y dos eran sexagenarios. Su líder era un tal William, también un clérigo docto en teología, aunque conocido como Aurifex -era visto como orfebre aunque esto podría significar que era un alquimista: los poderes mágicos durmientes del alma, que los alquimistas deseaban despertar, eran simbolizado por el oro.

Debido en parte a la indiscreción de este William y en parte al espionaje organizado por el Obispo de Paris, los heréticos fueron detectados y acorralados. Interrogados en un sínodo mantenido bajo el mandato del Arzobispo de Sens, tres de ellos se retractaron y fueron sentenciados a prisión de por vida pero el resto profesaron públicamente sus heréticas creencias y fueron consecuentemente quemados en la hoguera. No dieron señal alguna de arrepentimiento en el momento de su muerte. El comentario del cronista aún puede aún conjurar la atmósfera del momento: “Cuando se dirigían al castigo se levantó una furiosa tormenta y nadie dudó que el aire estaba siendo agitado por los seres que habían seducido a estos hombres, que ahora iban a morir, en su gran error. Esa misma noche el hombre que había sido el jefe llamó a la puerta de cierta mujer reclusa. Demasiado tarde confesó su error y declaró que era ahora un importante huésped en el infierno y condenado al fuego eterno”.

El maestro filosófico de estos sectarios había sido Amaury de Bène, un brillante profesor de lógica y teología en la Universidad de Paris. Este hombre había disfrutado de un gran prestigio y patronage en la corte real; un cierto número de eminentes personas, incluyendo al Delfín, habían sido sus amigos y habían sido impresionados por sus ideas. Pero al final, denunciado por enseñar doctrinas erróneas, fue condenado por el Papa y forzado a retractarse públicamente. Esta experiencia rompió el espíritu de Amaury; cayó enfermo y poco después -1206 o 1207- murió. Cuando unos dos o tres años después la secta herética fue descubierta el clero al completo proclamó la responsabilidad de Amaury etiquetando a los herejes “Amaurianos”. Ya antes de su ejecución un tratado Contra Amaurianos estaba en circulación. Unos cuantos años más tarde, en 1215, Robert de Courçon, el cardenal y legado papal encargado de la creación de estatutos para la Universidad, prohibió todo estudio del “sumario de la doctrina del hereje Amaurio. Y en el Concilio de Letrán el mismo año Inocencio III promulgó su juicio en una Bula. Al mismo tiempo que los sectarios fueron quemados los huesos de Amaurio fueron exhumados y transferidos a un lugar no consagrado.

Todo lo que sabe de la doctrina de Amaurio es que era un panteísmo místico basado en la tradición Neo-Platónica y en particular a lamas distinguida exposición del Neo-Platonismo que había sido hecha en Europa occidental, la De divisione Naturae de Juan Escoto Erígena. Este libro que databa de hacía tres siglos y medio, nunca había sido condenado como hereje anteriormente; pero el uso que de este hizo Amaurio resultó su condena en el Concilio de Seis en 1225. También cayeron sospechas sobre los resúmenes y comentarios Árabes que comenzaron a aparecer traducidos al latín en Paris. El Sínodo que condenó a los Amaurianos también condenó estas obras y Roberto de Courçon introdujo precauciones contra el estudio de ellos en los estatutos de la universidad en 1215. Es un hecho curioso que en su primera aparición en Europale gigante intelectual que habría de suministrar el marco para la filosofía medieval ortodoxa fuese prohibido sospechoso de haber inspirado a Amaury de Bène. Pero había poco en esas especulaciones metafísicas que dieran diesen lugar a la explosiva doctrina descubierta en 1209. Y será siempre puesto en duda hasta qué punto Amaury era de hecho responsable de la doctrina de los Amaurianos.

Amaurio fue un filósofo profesional; los Amaurianos, a pesar de toda su educación universitaria, tenían intereses diferentes. Eran prophetae, interesados no interesados en ideas abstractas sino en trabajar sobre las turbulentas emociones del mundo laico. Se impusieron, al igual que otros prophetae, como hombres santos, dotados con milagrosos poderes. Externamente, dice uno de sus enemigos, “en aspecto y discurso”, parecen piadosos; siendo por esta razón que sus enseñanzas fueron aceptadas con tanto entusiasmo. Además, al igual que que la mayoría de los predicadores “apostólicos” operaban en los grandes centros comerciales. Su principal bastión parece haber sido Troyes en Champagne, entonces una de las ciudades más importantes en el camino de Flandes a Lyons. En Troyes un “caballero” que parece haber sido un seguidor de los Amaurianos fue arrestado y quemado vivo en 1220; y en Lyons los ecos de la herejía se remontan a 1225. Un espía que logró introducirse en la secta estuvo deambulando con un número de misioneros a lo largo de toda la Champagne -Champagne, como Flandes, era una zona donde una serie de fuertes gobernantes habían, imponiendo la paz, hecho posible un fuerte crecimiento de la población, y gran desarrollo del comercio y de la industria. Una floreciente industria textil existía ahí, pues era el lugar donde las rutas comerciales del Mediterráneo de Alemania y de Flandes hacia el centro de Europa se interceptaban; durante el siglo trece las grandes ferias de Champagne se habían convertido en los centros comerciales más importantes. En estas zonas tan pobladas los misioneros realizaban encuentros secretos, donde entraban en trance y tenían visiones. Predicaban basados en los textos Bíblicos dándoles una interpretación herética, de esta manera seducían a una gran multitud de gente inocente. La secta incluso llegó a tener una literatura propia, para ser usada por los laicos. El Sínodo de París condenó, junto al esotérico Aristóteles, varias obras populares de teología, todas ellas en vernacular.

Los Amaurianos mantuvieron el panteísmo de su maestro dándole un fuerte contenido emocional. Un panteísmo que profesaba que “todas las cosas eran Uno, porque todo lo que es, es Dios”. Aunque lo más sorprendente es la conclusión que sacó uno de los líderes sacó de está proposición general: “Afirmaba que, en la medida que él era, no podía ser ni consumido por el fuego ni atormentado por la tortura, pues decía que, en la medida que él era, era Dios”. Se puede detectar aquí el neo-platonismo, aunque ciertamente semejante fuerza, en un hombre en juicio por su vida, no podía derivarse de una mera especulación panteísta. De hecho su origen estaba en otra parte -en el misticismo del Espíritu Libre. Cuando los Amaurianos afirmaban que “cada uno de ellos era Cristo y el Espíritu Santo”, querían decir todo lo que Tanchelino quería dar a entender. Estaban convencidos que lo que la teología Cristiana ve cómo el milagro único de la Encarnación se estaba ahora repitiendo en cada uno de ellos.

De hecho creían que la Encarnación que había tenido lugar en Cristo estaba ahora siendo superada. Pues esos prophetae franceses habían llegado a una interpretación de la historia que tenía sorprendente parecido con la de Joaquín de Fiore -aunque sacaron muy diferentes consecuencias de esta e incluso aunque, al comienzo del movimiento, difícilmente habrían conocido esta doctrina que permanecía enterrada en los manuscritos del abad de Calabria. Como Joaquín, los Amaurianos veían la historia como dividida en tres eras, correspondientes a las tres personas de la Trinidad, pero diferente a él, creían que cada era tenía su apropiada Encarnación. Ahora estaba naciendo la Era del Espíritu Sant, que duraría hasta el fin del mundo. Le tocaba al Espíritu hacerse carne y los Amaurianos eran los primeros hombres en los que esto se había cumplido, los primeros Espirituales, como se llamaban a ellos mismos. Los Amaurianos pensaban que ellos serían los que guiarían a toda la humanidad hacia la perfección. A través de ellos el Espíritu Santo hablaría al mundo, hasta que la encarnación se hiciese universal. Bajo la guía de los “Espirituales” el mundo entraría en su suprema época, en la cual cada hombre sería, y se conocería a sí mismo como divino. En cinco años, profetizaron, “todos los hombres serían Espirituales, cada uno podría decir: “Yo soy el Hijo de Dios” y “Antes que Abraham fuese, yo soy”. Pero que quede claro que esto no significaba que en los Amaurianos la escatología del Reino no estuviese reservada para una élite de Santos. Las mentes de estos oscuros intelectuales estaba anclada en las tradicionales mesiánicas fantasías corrientes en las masas de la época. William el Orfebre profetizó que en esos mismos cinco años de transición el mundo pasaría por una serie de catástrofes -las ya familiares “tribulaciones mesiánicas”. Los cinco años de tribulación finalizaron con la derrota y expulsión del Anticristo y sus huestes, que no eran otros que el Papa y la Iglesia de Roma. Por lo tanto todos los reinos estarían bajo el dominio del Rey de Francia -el reinante Felipe Augustus, primero, pero después el amigo y patrón de Amaury el Delfín, que nunca moriría y gobernaría el mundo para siempre en la Edad del Espíritu. Se supone que se referían al rey Luís VIII, quien serían un segundo Cristo que -al igual que Tanchelm y el “Maestro de Hungría”— presidiría un Consejo privado o colegio sagrado de doce, modelado según los doce discípulos.

El Abad de San Victor cerca de Paris -el monasterio que en la época lideraba a toda la Cristiandad Occidental en la teoría y práctica del misticismo- pensaba necesario advertir a sus monjes contra esos peligrosos resultado de un misticismo aberrante -“por temor a que esta ciudad, fuente de conocimiento, fuese contaminada por esta plaga”. “Son novedades profanas, advertía, “que están siendo introducidas por algunos, discípulos de Epicuro que no de Cristo. Persuadiendo a la gente que los pecadores no serán castigados, diciendo que el pecado no es nada, de manera que nadie sería castigado por Dios si pecaba. Y como el pecado no existía, según ellos, cometían todo tipo de adulterios y violaciones y otras acciones que dan placer al cuerpo. Y a las mujeres con las que pecaban, y a la gente simple a las que engañaban, les prometían que los pecados no serían castigados. Fue esta una protesta expresada una y otra vez, y con buena causa, durante los siguientes siglos.

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