miércoles, 11 de agosto de 2021

JESÚS EN LOS EVANGELIOS

 



LOS EVANGELIOS Y JESÚS


Es difícil distinguir entre lo que realmente dijo Jesús y lo que ha sido puesto en su boca en orden a defender una teología determinada; lo redacción de los editores de los evangelios. Aunque es muy probable que dada la cantidad y diversidad de los textos la gran mayoría de estos tenga una base Jesusana y no meramente comunitaria-teológica. Hay un consenso amplio entre los eruditos de que Jesús  tuvo una crisis al percibir el fracaso de sus intentos de conversión del pueblo y la hostilidad de las autoridades judías. A partir de ahí, concentró su tarea en la formación y consolidación de la comunidad de discípulos, germen de la futura iglesia. En este contexto podría haberse dado una inflexión en su mensaje, que se acercaría a los anuncios del Dios justiciero de Juan el Bautista, con lo que resurgiría la dinámica ambigua del Antiguo Testamento. La proclamación del Reino sería desplazada por el juicio final, como respuesta al rechazo. Aunque esta hipótesis no resulta verosímil dada la imagen De Dios que presenta Jesús. Sería mejor asumir que el evangelio mantiene exhortaciones y amenazas, para hacer ver la importancia de la decisión personal y las consecuencias autodestructivas que acaba teniendo el pecado. En el Nuevo Testamento no es tanto Dios quien castiga directamente el pecado humano, cuanto quien avisa de las consecuencias del pecado que se tornan contra los que lo comenten. 


A esto se añade el trasfondo mitológico de la lucha contra el mal que persiste en los evangelios, sobre todo en Mateos y Lucas, y que luego se generaliza en la literatura apocalíptica. La creencia en los malos espíritus que se oponen a Jesús y su obra (Mt. 8, 32; 16, 18; 23, 15; Lc 10, 18; Ap 12,7-9) está en relación con la idea del mal que obstaculiza la llegada del reino. No cabe duda de que los evangelios participan de la concepción dominante de la época; el “espíritu de le época” del que nadie escapa y que nos condiciona a todos. Las críticas a los que hacen malllevan a verlos como instrumento de “Satanás”, que se opone a la acción del reinado De Dios. El problema no está tanto en la creencia mitológica, inevitable en aquel tiempo, cuanto en la persistencia de la idea del castigo en relación el juicio final divino (Mt. 13, 30.50; 25, 34.41; 1 Cor. 3,15; HB 10,27; 1 Pe 4,6; 2 Pe 3,7; Ap 20,4). Hay que señalar la subordinación de cualquier elemento violento a la justicia, que es lo que Dios viene a imponer en la historia al final de los tiempos. El contexto histórico es determinante. El problema es que Jesús, que criticó y relativizó la tradición del Antiguo Testamento, se convirtió luego en parte de una tradición dogmatizada que hacía difícil distinguir entre le significado de su predicación y las formulaciones históricas en que se expresó. El hablar de Dios siempre es humano, analógico y necesita ser criticado y corregido en un proceso constante que mantiene abierta la tradición.


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