viernes, 13 de septiembre de 2013

PABLO III


MISIONERO INDEPENDIENTE
Para verificar el éxito que la Carta a los Gálatas había obtenido y consolidar los resultados alcanzados en las cuatro Iglesias concernidas, Pablo deja, si creemos los Hechos de los Apóstoles (cap. 16), Siria-Cilicia para cruzar el Tauro y llegar a Derbe y Listra. Es evidente, cuando presentaba a los creyentes de esta región los resultados del encuentro de Jerusalem, lo hacía de manera mucho más conforme con la interpretación que él hacía de lo que el autor de los Hechos nos deja entender, en su deseo de escamotear la ruptura entre Pablo y los dirigentes de la comunidad de la Ciudad Santa. Parece que pudo reconducir a los miembros de estas Iglesias a su posición hostil a la circuncisión. Se ha subestimado a menudo que el episodio de la circuncisión de Timoteo, datado en este momento y localizado en Listra por el autor de los Hechos, era una invenció apologética de su invención. Aunque el episodio tuviera un lado sorprendente cuando se le compara con la Carta a los Gálatas, no hay que rechazarlo demasiado rápidamente como legendario.

En efecto, este Timoteo, nacido de padre Griego y madre Judía de convicciones sin duda un poco vacilantes, pertenecía por derecho Judío a la nación de su madre. Incircunciso, se arriesgaba a acreditar la impresión que Pablo quería desjudaizar a los Judíos ganados para Cristo, como bien se le acusaba a veces (Hechos, cap. 21). Si, además, se unía al grupo de misioneros que rodeaba a Pedro, como este último lo deseaba, su presencia podía ser molesta para las relaciones con las sinagogas, que eran el mejor trampolín para la acción misionera. Al circuncidarlo, Pablo habría tenido a la vista la comodidad de la evangelización. No le imponía, así, ninguna observación particular de peso, dado que él mismo, Judío ortodoxo, admitía una gran flexibilidad en función de las circunstancias(I Cor., cap. 9). Se puede por consiguiente considerar este episodio como verdaderamente histórico y ver en el un ejemplo del pragmatismo de Pablo, a quien hay que, a pesar de su carácter, evitar considerar como un doctrinario estrecho de miras.

Una vez que las iglesias de Galatia del Sur volvieron al redil, Pablo y Silas retomaron el camino, acompañados quizá por Timoteo. Pablo iba al fin poder realizar sus ambiciones misioneras, a pesar de todos los obstáculos y todos los peligros que enfrentaba con gran coraje (II Corintios, cap. 11). Su grupo no tenía medios, lo que le obligaba a optar muy a menudo por un progreso lento de viaje a pie.

Pablo no estaba casado, aunque no podemos decir si permaneció célibe y si era viudo, como se ha supuesto a menudo. Sus compañeros estaban parece ser en la misma situación que él, lo que hacía sus desplazamientos más fáciles. En este punto, Pablo se distinguió de los demás apóstoles, que se hacían acompañar por sus esposas (I Corintios, cap. 9), lo que limitaba sin duda sus movilidad. De la misma manera, era autosuficiente dado que realizaba cada vez que podía su oficio de fabricante de tiendas, sin duda tejidas en pelo de cabra según una técnica de Cilicia (Hechos, cap. 18). Su formación rabínica comprendía sin duda, como la de todos sus condiscípulos, el aprendizaje de un oficio manual. Eso le permitía no depender demasiado de los donativos de las Iglesias, aunque algunas veces fuesen bienvenidos(Filipenses, cap. 4).

El viaje del grupo misionero dirigido por Pablo, tal como nos lo relatan los Hechos de los Apóstoles (cap. 16), tiene algo de extraño, aunque la historicidad del relato esté asegurada, dado que parece que este pasaje fuese una simple reproducción del diario de viaje mantenido por un miembro del grupo. Cuando los misioneros se encontraban a las puertas de la rica provincia de Asia, con sus numerosas ciudades de lengua Griega que tenían casi todas una minoría Judía importante, fueron desviados “por el Espíritu Santo” y se dirigieron hacia el norte, recorriendo Frigia y la región Gálata, o sea una zona montañosa o árida, bastante poco poblada donde el Griego no era el idioma corriente. No se nos dice ni siquiera que predicasen el Evangelio en esta región, aunque una alusión del capítulo 18 de los Hechos sugiere que habían hecho discípulos. Llegados a los límites de Misia, en el extremo norte de la provincia de Asia, intentaron llegar a Bitinia, otra rica provincia muy helenizada, “aunque el Espíritu de Jesús no les dejó hacer”, como si las grandes ciudades cercanas al mar Mediterráneo y al Bósforo no fuesen dignas de recibir el Evangelio. Los misioneros giraron pues hacia el Oeste, atravesaron Misia, sin detenerse y llegaron a Troas, un puerto cercano a la entrada de los Dardanelos que era también una colonia romana. Este extraño itinerario dictado por el Espíritu Santo es un verdadero problema para el historiador.

Las dos menciones de intervención del Espíritu divino son mencionadas sin la más mínima explicación por el colaborador de Pablo que tenía el diario común. Lo más probable es que se trate de sueños u órdenes recibidas por Pablo durante la oración las cuales comunicó a sus compañeros. Su autoridad era suficiente para hacerles aceptar estas instrucciones negativas. Uno se atreve a decir que Pablo recibió de Arriba la confirmación de sus propias preferencias. Pero por qué esta reticencia persistente a predicar el Evangelio en las grandes ciudades helenas de Anatolia, ya visible en Panfilia unos años antes? La visión que Pablo tuvo en Troas nos ofrece una explicación. Un Macedonio se le apareció durante la noche y le suplicó que pasara a Macedonia para socorrer a los habitantes de esta provincia. Pablo comunicó el contenido de este sueño a sus compañeros, que concluyeron inmediatamente que debían partir hacia Macedonia, donde Dios les llamaba para anunciar al Buena Nueva. Parecía como si Pablo estuviese atraído por el Oeste del Imperio Romano y transmitía poco a poco a sus compañeros la convicción que su campo de misión se situaba cada vez más lejos en el camino hacia Roma.

Se embarcan pues inmediatamente hacia Macedonia y, después de dos días de mar, llegaron a Neapolis, puerto de Macedonia oriental. Sin tardanza, el grupo llega a algunos kilómetros de allí a la ciudad de Filipos. Una vez más Pablo elige una colonia Romana para predicar su evangelio. Se notará por otro lado que esta ciudad de importancia media es presentada en el cuaderno de viaje como la “ciudad principal del distrito de Macedonia”, lo que no es el caso: Pablo exagera acerca de la ciudad de su elección. Es por otro lado paradójico que, llamado para socorrer a los Macedonios, optó por una ciudad poblada mayormente por veteranos del ejército Romano sin ninguna raíz en la región. Habría que pensar que la situación de Filipos en la Via Egnatia, eje de comunicación principal entre las provincias orientales del Imperio y Roma, contribuyese a atraer a Pablo? Sea lo que sea, es aquí donde los misioneros se pusieron a anunciar el Evangelio por vez primera desde su partida de Galatia del Sur.

Una dificultad les complicaba la tarea: no había sinagoga en Filipos. Buscando, encontraron fuera de la ciudad, al borde de un río, un lugar de oración donde se encontraban el día del Sábado algunas mujeres. Una de éstas, una tal Lydia, comerciante de púrpura oriunda de la ciudad de Tiatira en la provincia de Asia, que era simpatizante del Judaísmo, fue particularmente afectada por la predicación de Pablo. Se hizo bautizar con toda su casa y ofreció su hospitalidad al grupo de misioneros con tal insistencia que terminaron por aceptar.

Poco después, una joven sirvienta que practicaba la adivinación obteniendo así grandes beneficios a sus amos se puso a seguir a Pablo y su grupo en las calles gritando que esos hombres eran los siervos de Dios el Muy-Alto y que anunciaban la salvación. Después de unos días soportando este estrépito, Pablo, superado, exorciza a la joven, cuyos amos se enfurecieron tanto de perder así los ingresos que les proporcionaba su pitonisa que tomando a Pablo y Silas, los llevan ante los magistrados. Considerados como perturbadores del orden público, los dos misioneros fueron azotados con varas y puestos en prisión, donde se les puso en la celda más profunda sujetando sus pies con el cepo.

La continuación del relato gira a la leyenda. En plena noche, un temblor de tierra sacude la cárcel y abrió todas las puertas. El carcelero, creyendo que se le habían escapado todos los prisioneros, iba a suicidarse cuando Pablo se lo impide señalándole que aún estaban todos allí. Aterrorizado, el pobre hombre pregunta a Pablo y Silas qué debía hacer para ser salvo. Éstos le anuncian el Evangelio. Se hizo bautizar con todos los suyos, recibió a los dos misioneros en su casa, curándoles las heridas y les ofreció una buena comida. Llegado el día, las autoridades los liberaron rogándoles abandonaran la ciudad, lo que es una prohibición en toda regla disfrazada por el autor que la convierte en humilde petición. Pablo y Silas obedecieron después de pasar por casa de Lydia y haber dado ánimo a los hermanos, con los que Pablo guardó hasta el final de su vida relaciones afectuosas cuyo testimonio es la Carta a los Filipenses. Hay sin duda un fundamento histórico para este episodio, incluso si fue, como lo muestra la evidencia, embellecido con varios trazos legendarios.

Pablo y Silas tomaron entonces (Hechos, cap. 17) la “Via Egnatia” en dirección al oeste y atravesaron sin pararse las ciudades de Amfipolis y Apolonia. Llegaron a Tesalónica, gran puerto, capital de la provincia de Macedonia y residencia de su gobierno. La población Judía era numerosa y había una sinagoga, donde Pablo y Silas, fueron tres sabbaths seguidos con el fin de anunciar el Evangelio. Algunos Judíos y muchos Griegos simpatizantes del Judaísmo aceptaron reconocer a Jesús como el Mesías anunciado en las Escrituras. Gran número de damas de la alta sociedad hicieron lo mismo.

Desgraciadamente, los Judíos de la mayoría reaccionaron muy negativamente, nos dice el autor de hechos. Para poner fin a la actividad de Pablo y Silas, contrataron a malhechores para que sembraran el desorden en la ciudad y se pusieron a la búsqueda de los dos misioneros para llevarlos ante la asamblea del pueblo, que no fallaría, pensaban, a la hora de condenarlos severamente en tanto que responsables de esta agitación, dado que tenía el poder. Al no encontrarlos en casa de su anfitrión, un tal Jasón, se contentaron con llevar a éste último y a algunos hermanos ante las autoridades municipales. Estas, impresionadas, mantuvieron la sangre fría y liberaron a las personas que se habían ante ellos acusado. Los hermanos los hicieron partir inmediatamente de Tesalónica. A pesar de todo esto, dejaban detrás una Iglesia ya bien organizada, con sus obispos y sus diáconos (I Tesalonicenses, cpa. 1).

Es en Berea, ciudad importante situada a unos 60 kms. al oeste de Tesalónica, donde Pablo y Silas habían ya sido enviados por los hermanos. También había una sinagoga, donde los misioneros fueron bien recibidos y donde su mensaje encontró una muy buena acogida, tanto por parte de los Judíos como por los simpatizantes Griegos, en particular las damas de la alta sociedad. Los Judíos de Tesalónica, al enterarse que Pablo continuaba predicando en Berea, se desplazaron allí y repitieron la maniobra que intentaron en Tesalónica: agitar a la gente para poder llevar al misionero ante la asamblea del Pueblo. Los hermanos llevaron inmediatamente a Pablo al puerto más cercano, donde se embarcaron hacia Atenas, fuera del alcance de sus perseguidores. Silas y Timoteo, según los Hechos de los Apóstoles, o Silas solo, si creemos la Primera Carta a los Tesalonicenses, cap. 3, permanecieron en Berea para establecer la Iglesia naciente. Se unirían a Pablo a continuación.

La huida de Pablo hacia Atenas, precipitadamente organizada, tenía como consecuencia el final de su progresión hacia el Adriático, Italia, y, finalmente, Roma, objetivo que tenía en mente encontrándose así encartado, como bien se queja en la Carta a los Romanos, cap. 1. No es exagerado decir que, al haber roto con las Iglesias de Jerusalem y Antioquia de Siria, buscaba una nueva base misionera que dada su remarcable visión estratégica vino a ser Roma, punto de partida para evangelizar el Imperio Romano, Roma era el centro ideal. Así que si había un apóstol convencido de que el porvenir de la fe Cristiana estaba en el Imperio Romano, y no en Mesopotamia, y de manera más general en el Imperio Parto, con su importante población Judía, éste era Pablo, helenófono  y ciudadano Romano. Esta elección se impuso a sus partisanos, y también a sus adversarios, que corrían tras él para impedirle tener campo libre y, de esta manera, desatendieron las posibilidades de expansión hacia Oriente. El papel histórico de Pablo en la orientación del Cristianismo hacia Occidente, a pesar de sus fracasos, fue decisivo.

El relato que hacen de la estancia de Pablo en Atenas los Hechos de los Apóstoles cap. 17 no es muy sólido que digamos, pero dado que Pablo no habla a penas de esta es la única fuente que se puede utilizar. Se pueden sacar algunas indicaciones interesantes, incluso si hay que hacer una crítica detallada. Se puede pensar que esta estancia fue relativamente larga, unas semanas sin duda. Pablo predicaba en la sinagoga ante un auditorio compuesto de Judíos y simpatizantes. Ignoramos si esta predicación tuvo éxito. Pablo iba diariamente al Agora, donde hablaba a todo el mundo. Incluso llegó a encontrarse con filósofos epicúreos y estoicos, que se mofaron de su mensaje. Esta gente acabó llevándole al Areopágo. Este nombre designa una colina que, situada al sur del Ágora y al oeste de la Acrópolis, había sido desde hacía mucho tiempo el lugar del consejo de la ciudad, dotado en particular de prerrogativas judiciales. En la época Romana, este consejo, cuyas atribuciones habían sido considerablemente reducidas, había emigrado al Ágora. Puede ser que el autor de los Hechos hubiera querido hablar de esta institución, ante la cual Pablo podía ser demandado por impiedad, dados sus ataques contra los dioses de la ciudad. También podría ser que hubiese querido hablar desde la colina, que podía ser un lugar de reunión tranquilo, lejos de la agitación que reinaba en el Ágora.

Sea como sea, Lucas sitúa en este lugar un bonito discurso de Pablo, intentando predicar el Evangelio ante intelectuales paganos, aunque fallando a la hora de convencerlos de la realidad de la resurrección de Jesús de entre los muertos. Este texto, cuya forma y contenido eran elegantes, no se remontaba a Pablo, sino que más bien es una creación del autor de los Hechos, se puede pensar que se trata de un modelo de predicación a los Griegos cultivados. De todas maneras, el orador es interrumpido por los sarcasmos de sus oyentes y los deja sin conseguir convertirlos a su mensaje, aunque sin tampoco ser condenado. En breve, los Hechos de los Apóstoles nos presentan el enfrentamiento entre el misionero apasionado, indignado por la gran cantidad de ídolos en Atenas, y los filósofos de esta ciudad como un fracaso casi completo del Evangelio. Algunas personas, como un miembro del Areopágo y una dama distinguida, habrían aceptado el mensaje de Pablo, aunque nada se dice de la fundación de una Iglesia, que en todo caso no dejó ningún rastro en los escritos del Apóstol ni en la continuación de los Hechos. En suma, si Pablo esperaba implantarse en el gran centro intelectual del Helenismo que era Atenas, debió constatar que era imposible.                     








lunes, 26 de agosto de 2013

PABLO II


RUPTURA CON JERUSALEM
Los Hechos de los Apóstoles son nuestra única fuente para el comienzo de este periodo de la vida de Pablo, nos informa el cap. 11 que la actividad común de Bernabé y su nuevo colaborador en Antioquia duró un año y le permitió instruir a una gran cantidad de gente. Se nos informa que “es en Antioquia donde por vez primera el nombre “cristianos” fue dado a los discípulos”. Esta nota es interesante, porque el término “christianos” compuesto por el Griego “Christos”, el Ungido, y de una terminación Latina “ianus”, empleado habitualmente para designar a los partisanos de un jefe político, parece ser un nombre popular más o menos irónico. Quizá el pueblo de Antioquia sorprendido por el ardor extremo de los evangelistas, habría calificado a los convertidos como “partido del Ungido”, lo que, para ellos, significaba “partido del untado” y no, como para los Judíos, “partido del Mesías”, el Ungido por excelencia del Antiguo Testamento? Sea como sea, como muchas veces ha ocurrido en la historia, los Cristianos tomaron por su cuenta esta designación e hicieron de ella un título del que estar orgullosos. Podría ser que el activismo muy visible de Pablo, el nuevo adjunto a Bernabé, hubiese contribuido a suscitar la ironía de los habitantes de Antioquia,  poco dados a la espiritualidad?

Se ha sugerido muchas veces que en la gran ciudad de Antioquia, con su población cosmopolita y su intensa actividad comercial fundamentada en los intercambios comerciales entre Oriente y Occidente, Pablo habría estado en contacto con medios religiosos orientales, Sirios en particular, y con los cultos mistéricos. Su interpretación de la muerte y resurrección de Jesús, así como su concepción del bautismo y de la eucaristía, habrían podido evolucionar bajo estas influencias. Estas hipótesis no parecen fundadas. Tarso, donde Pablo había permanecido largo tiempo y donde la vida cultural y religiosa era tan activa como la de Antioquia, le había ofrecido todas las posibilidades de enriquecer su pensamiento. Por otro lado, los préstamos que el apóstol habría podido tomar de otras religiones parecen haber llegado hasta él mediante la influencia de las sinagogas en la diáspora, en general muy receptivas a las influencias del medio ambiente. En estas condiciones, hay que evitar atribuir a la estancia relativamente breve de Pablo en Antioquia un papel demasiado importante en la evolución de su teología.

Con la llegada a Antioquia de los profetas venidos de la Iglesia de Jerusalem, nos dice el libro de los Hechos, uno de ellos, un tal Agabo, anunció una hambruna general. Los Cristianos de la metrópolis Siria, conscientes de sus deberes hacia la comunidad de la Ciudad Santa, habrían decidido enviar ayuda, que fue confiada, según los Hechos de los Apóstoles, a Bernabé y Pablo. No se nos narra la verdad de lo ocurrido en su viaje a Jerusalem. El final del capítulo 12 de los Hechos sólo menciona brevemente la entrega de una cantidad de dinero a sus destinatarios y del regreso a Antioquia de los dos, acompañados de un tal Juan, de sobrenombre Marcos, primo de Bernabé.

La historicidad de este desplazamiento o, al menos, de la participación de Pablo en la expedición es bastante incierta. La carta a los Gálatas insiste en el hecho que Pablo no fue dos veces a la ciudad Santa durante los diecisiete años que siguieron al episodio de Damasco. Aunque el viaje tan por encima evocado en los capítulos 11 y 12 de los Hechos no podría ser datado sino cerca del año 44 de nuestra era, o sea una docena de años después de la aparición del Jesús Resucitado a Pablo, mientras que la visita de Bernabé y Pablo relatada en el capítulo 15 de los Hechos se sitúa hacia el 48 y, según todas las apariencias, se confunde con el segundo viaje del que informa Pablo mismo (Gálatas, cap 2). Parece ser que el autor de los Hechos, ante una documentación insuficiente, se hubiese dejado llevar por su deseo de mostrar la absoluta continuidad entre la Iglesia de Jerusalem y Pablo hasta el punto de inventar un viaje suplementario de este último en la ciudad Santa, como lo hará de nuevo en el capítulo 18. Los capítulos 13 y 14 de Hechos aportan al contrario información mucho más sólida sobre las actividades de Bernabé y Pablo. El comienzo del capítulo 13, que tiene casi el aspecto de un proceso verbal, explica cómo los dirigentes de la Iglesia de Antioquia, cuya lista es dada, fueron conducidos por el Espíritu de Dios a poner a parte a dos de entre ellos, Bernabé y Pablo, para la misión, no precisada, a la que eran llamados. Como muestra la continuación del relato, se trata de emprender un gran viaje de evangelización fuera de la provincia de Siria-Cilicia, ya bien trabajada por Pablo. El evento es importante: los cristianos de Antioquia, ya numerosos, tomaban en sus manos la expansión de su fe, hasta entonces realizada por los Helenistas y por las autoridades de la Iglesia de Jerusalem.

Los dos enviados se desplazaron por mar a Chipre, que era la provincia de origen de Bernabé. El autor nos dice de paso que tenían con ellos como asistente al Juan que les había acompañado desde Jerusalem a Antioquia. Predicaron en las sinagogas de Salamina, antes de dirigirse a Pafos, capital de la provincia, que se encontraba en el otro extremo de la Isla. Nada se dice de su actividad en esta ciudad, solo que fueron llevados por un mago Judío, Bar-Jesús, ante el procónsul romano Sergio Pablo. Habiéndose propuesto oponerse a los esfuerzos de Bernabé y de Pablo para convertir al procónsul a la fe, el mago habría sido maldito por Pablo, quien lo dejó al menos temporalmente ciego. Visto esto, el procónsul se convirtió. Este extraño relato, que suena a leyenda, es la ocasión para el autor de Hechos para señalar que aquel al que hasta entonces llamaba Saulo se llamaba también Pablo, nombre que le dará a pesar de todo. Lo más significativo es que a partir de ese momento Pablo será siempre citado antes de Bernabé, salvo cuando tuvo lugar el incidente de Listra. Es pues Pablo el que se impone como jefe del pequeño grupo de misioneros. Sin duda él era más dinámico que el excelente Bernabé.

De Pafos, donde Bar-Jesús quizá les complicaba el acceso a las sinagogas, los misioneros se embarcaron hacia el continente, llegando a la rica provincia de Panfilia, donde varias grandes ciudades podían ofrecer un campo de acción favorable. Llegaron a Pérgamo, centro de un culto a Artemisa muy antiguo, a algunos kilómetros de la costa. Pero, no emprendieron nada, y Juan, el asistente, los abandona para regresar a Jerusalem, sin que se nos explique por qué. Todo lo que sabemos, es que Pablo se niega, durante muchos años, a aceptar toda colaboración con este personaje (Hechos, cap. 15), aunque Bernabé le sigue otorgando su confianza. Podría ser que este no apreciaba ver a Pablo tomar la dirección del grupo? Podría ser también que hubiese desaprobado los proyectos para la continuación del viaje, sin duda sugeridos por Pablo.

Se ha tratado de explicar de maneras diversas la sorprendente decisión de Pablo y Bernabé de abandonar Panfilia para atravesar la cadena del Tauro y alcanzar la alta meseta Anatolia. Quizá, como suponen algunos críticos, tenían la malaria y no querían permanecer en la parte llana. Aunque el viaje a través del Tauro era penoso y peligroso debido a la presencia de malhechores –poco atractivo para alguien enfermo. También se ha sugerido que la familia del procónsul Sergio Paulo tenía propiedades y relaciones en Antioquia de Pisidia. Se podría creer que Pablo y Bernabé eran recomendados de este personaje? Esto es muy dudoso.

Sin duda hay que buscar en otro sitio la razón de esta elección tan extraña. Se trata más bien de una opción estratégica visiblemente inspirada por Pablo. Se trata más bien de una opción estratégica visiblemente inspirada por Pablo. Éste tenía una concepción muy amplia de la acción a realizar para expandir el Evangelio antes del regreso de Cristo. Temía verse enganchado en la evangelización de la pequeña provincia de Panfilia. Para preparar el futuro de la misión, había según él, que tomar la “Via Sebaste”, la gran vía romana que unía el valle del Eúfrates, Antioquia y Tarso a los países alrededor del mar Egeo, en particular la provincia de Asia, e implantar albergues que permitiesen a los futuros evangelistas que venían a pie desde el este progresar rápidamente hacia el oeste, a pesar de la naturaleza casi desértica de la alta-meseta de Anatolia.

La primera etapa de Pablo y Bernabé cuando hubieron alcanzado los parajes de la “Via Sebaste” fue Antioquia de Pisidia, modesta ciudad donde vivía una población Judía bastante importante a la que Augusto había dotado del estatus de colonia Romana de derecho Itálico. Pablo y Bernabé fueron a la sinagoga el Sábado y Pablo pronunció ante este auditorio compuesto de Judíos y simpatizantes del Judaísmo un gran sermón del que los Hechos de los Apóstoles  ofrecen el texto en los versículos 16 al 17 del capítulo 13. Este cuadro amplio de la historia de Israel, seguido de una evocación de la vida, de la muerte y de la resurrección de Jesús apoyado por varias citas bíblicas, comporta entre otros una mención de la justificación por la fe, tema eminentemente Paulino.

No hay que creer por lo tanto que este sermón, el único que los Hechos ponen en boca de Pablo cuando este se dirige a un auditorio Judío, es el que dio aquel día en esta sinagoga. Como hacían todos los historiadores de la Antigüedad, Lucas insertó aquí en su relato un discurso destinado a aclarar la situación en la que se encontraban sus héroes. Diferentemente a estos historiadores, no redactó libremente este texto, sino que lo compuso basándose en predicaciones Cristianas dirigidas en su tiempo a los Judíos. Se puede pues pensar que Pablo predicaba el Evangelio a los Judíos más o menos de esta manera. Sea lo que sea, este sermón fue, según Hechos, un gran éxito y los dos misioneros fueron invitados a volver el sábado siguiente.

Pero, ocho días más tarde, acudió una muchedumbre tal de no-Judíos que los Judíos, si creemos los Hechos, se prodigaron en injurias contra los propósitos de Pablo. A lo que Pablo y Bernabé replicaron que, ante este rechazo Judío, iban a pesar de todo volverse hacia los paganos –lo que hicieron con enorme éxito. Los Judíos, exasperados, agitaron a las grandes damas simpatizantes del Judaísmo y a los notables de la ciudad, quienes expulsaron a los dos misioneros de su territorio. Era la primera vez, parece, que Pablo encontraba en una Sinagoga una oposición tan inmediata y brutal, al mismo tiempo que encontraba semejante afinidad con los paganos. Había aquí de lo que reflexionar en cuanto a la orientación de sus esfuerzos de evangelización.

Tomando la Via Sabaste hacia el este, Pablo y Bernabé se desplazan a Iconium, la actual Konya, en la región vecina llamada Licaonia, donde el mismo escenario se volvió a producir. Amenazados de ser linchados, los dos misioneros se refugiaron en las pequeñas ciudades de Listra y Derbé, así como en las cercanías. Listra era una colonia Romana y Derbé acababa de obtener un estatus cercano al de una colonia. No parece que haya habido muchos habitantes Judíos en estas dos localidades. Pablo y Bernabé se dirigieron pues a los paganos y obtuvieron cierto número de conversiones entre ellos.

En Listra, Pablo habiendo sanado a un paralítico, la muchedumbre creyó reconocer en Bernabé, al más venerable, Zeus, y en Pablo, al portavoz Hermes. Un sacerdote de Zeus quiso incluso ofrecerles un sacrificio. Los dos “apóstoles”, tuvieron todas las dificultades del mundo para impedir la realización de este acto cultual, con gran decepción de la muchedumbre, que, poco después, se vuelve contra ellos instigados por los Judíos venidos de Antioquia y de Iconia. Pablo fue lapidado y sacado fuera de la ciudad en un triste estado. Pudo no obstante levantarse y partir al día siguiente con Bernabé para la ciudad vecina de Derbé, donde predicaron aún durante algún tiempo.

Se podría imaginar que, de ahí, regresarían directamente a Tarso y Antioquia, de donde no estaban lejos. Sin embargo, volvieron sobre sus pasos. Les quedaba una cosa esencial por hacer en las cuatro ciudades que habían evangelizado en la alta-meseta: organizar Iglesias. Hay que comprender que era la primera vez desde los comienzos del Cristianismo que grupos de fieles se habían formado en localidades donde no existía ninguna Sinagoga (Listra y Derbé), aunque la primera vez también que, en las ciudades que poseían una sinagoga, los nuevos Cristianos, fuesen Judíos o paganos, estaban obligados de reunirse fuera de la asamblea Judía, dada la hostilidad de esta última. Hasta entonces los grupos de Cristianos se habían siempre constituido en el interior de las comunidades Judías, aún muy plurales en la época, libres de celebrar entre ellos los bautismos de los nuevos adherentes y la comida eucarística. Pablo y Bernabé se vieron pues forzados a innovar urgentemente y sin el más mínimo mandato de la Iglesia de Jerusalem o de la de Antioquia, que continuaban existiendo dentro del Judaísmo. Designando ancianos para dirigir a los grupos Cristianos de DErbé, de Listra, de Iconia y Antioquia de Pisidia, lo que les otorgaba una existencia autónoma, los dos misioneros respondían a necesidades pastorales evidentes, aunque se situaban al margen de la práctica constante de las primeras Iglesias. Pronto se les reprocharía, tanto más cuanto no habían aconsejado a los nuevos conversos de origen pagano hacerse circuncidar para entrar en las nuevas Iglesias.

De Antioquia de Pisidia, Pablo y Bernabé bajan de nuevo a Panfilia, donde, esta vez, permanecieron un poco en Pérgamo para anunciar el Evangelio. Después se embarcaron en Atalia, el puerto vecino, y volvieron a Antioquia de Siria de donde salieron hacía largos meses. Dieron cuenta a la Iglesia de su misión, insistiendo en el hecho que a través de su actividad “Dios había abierto la puerta de la fe a los paganos”. Esto no era ninguna novedad para los Cristianos de Antioquia, aunque constituía un paso adelante considerable, dada la desaparición de todo vínculo entre las nuevas Iglesias y el Judaísmo.

Todo parecía ir muy bien, cuando llegaron a Antioquia hermanos que venían de Judea, los cuales, alertados sin duda por el rumor de las iniciativas tomadas por Pablo y Bernabé y deseosos de conservar la unión entre los grupos Cristianos y el Judaísmo, proclamaron la necesidad, para los convertidos procedentes del paganismo, de circuncidarse si querían acceder a la salvación. Encontraron cierto apoyo en la comunidad y los dos misioneros se vieron obligados a defenderse, sin llegar, parece ser, a imponer su punto de vista. Se decide entonces enviar a Jerusalem una delegación compuesta de varias personas, entre ellas Pablo y Bernabé, con el fin de obtener de los dirigentes de la Iglesia de la Ciudad Santa un arbitraje definitivo (Hechos, cap. 15).

Este relato debe ser cercano al que Pablo ofrece en la Carta a los Gálatas (cap. 2). A pesar de las dudas de algunos críticos, se trata sin duda del mismo viaje, que Pablo relata de una manera bastante más exacta que el autor de Hechos de los Apóstoles, incluso cuando su narración es un poco subjetiva. Pablo afirma que emprendió este desplazamiento “después de un revelación” y que lo hizo en compañía de Bernabé y de un converso Griego cercano a él, un tal Tito. Después de haber expuesto a la comunidad de la Ciudad Santa el Evangelio que predicaba entre los paganos, Pablo tuvo una entrevista con los hermanos “los más considerados” con el fin de asegurarse que estos no se pronunciasen contra los resultados de su misión. Para su gran alivio, a pesar de la fuerte presión de los “falsos hermanos” que ponían en tela de juicio “la libertad que viene de Jesucristo”, los dirigentes de la Iglesia no obligaron ni siquiera a Tito a circuncidarse. Hubo que luchar duramente para llegar a este resultado, añade Pablo. Es más, estos dirigentes, o sea Santiago, Pedro y Juan, dejaron a Pablo y Bernabé libertad de acción y les reconocieron la misión de predicar a los paganos, igual como Pedro había recibido el encargo de predicar a los Judíos.

Pablo y Bernabé habían obtenido todo lo que querían, incluso si se les pedía que se acordaran de los pobres, o sea de enviar fondos en el futuro para socorrer a los miembros necesitados de la Iglesia de Jerusalem, que parece eran numerosos. No se trataba de un impuesto, como el que los Judíos de la diáspora pagaban al Templo, sino de un deber de solidaridad destinado a enfatizar la unidad de las Iglesias en esta Ciudad Santa. Pablo añade que desde entonces nunca dejó de realizar este deber de solidaridad.

El relato que hace los Hechos de los Apóstoles de este mismo encuentro en Jerusalem en el capítulo 15 coincide, a pesar de un estilo completamente diferente, con el de Gálatas, cap. 2, en sus dos primeros tercios. Su final se separa evocando algunas reglas que Santiago, y posteriormente toda la asamblea, hubieron considerado bueno hacer respetar por los hermanos de origen pagano, a los cuales no se imponía ni la circuncisión, ni la observación de los mandamientos mosaicos: abstenerse de la carne de los sacrificios a los ídolos, de la sangre de los animales sacrificados, y de la inmoralidad, o sea de las uniones ilegítimas según la Ley de Moisés. Estas prescripciones, de las que Pablo no dice palabra, no son una invención de Lucas, dado que serán observadas de manera muy general por los Cristianos del siglo II, antes que los Hechos de los Apóstoles adquiriesen la autoridad de Escritura Santa. Hay que suponer pues que fueron enunciadas por la Iglesia de Jerusalem poco después del encuentro relatado en Gálatas, cap. 2, y aceptadas muy rápidamente por todas las Iglesias con excepción de aquellas que se decían de Pablo. Se trataba de un compromiso que permitía la cohabitación en el seno de una misma comunidad y alrededor de la mesa eucarística de los Cristianos Judíos y sus hermanos de origen pagano, a los cuales se renunciaba imponer la adhesión al Judaísmo. Este gesto conciliador de la Iglesia de Jerusalem llegó desgraciadamente demasiado tarde para evitar la secesión de Pablo.

De regreso a Antioquia de Siria después del encuentro en Jerusalem, Pablo y Bernabé, triunfantes, retomaron su puesto en la Iglesia. Su triunfo era tan incontestable que incluso Pedro se les unió y aceptó sin ninguna reserva la libre cohabitación de Judíos y antiguos paganos que caracterizaba la vida de esta comunidad, incluida la mesa eucarística. Pero este periodo eufórico no duró. “Gente del entorno de Santiago” vinieron y explicaron a Pedro y los demás Judíos de la Iglesia que al compartir la mesa con paganos cometían infracción respecto a las leyes de pureza. Lo hicieron tan bien que Pedro y Bernabé, junto con todos los Judíos de la comunidad, dejaron a los hermanos de origen pagano celebrar su propia eucaristía y se reagruparon aparte.

Pablo se indignó ante esto y amonestó violentamente a Pedro (Gálatas, cap. 2). Tenía el sentimiento de haber sido engañado en el encuentro de Jerusalem. Se le había hecho creer que los convertidos de origen pagano tendrían, con el mero bautismo, los mismos derechos que los Judíos en la Iglesia una. Descubrió con consternación que el reconocimiento de la misión a los paganos confiada a Bernabé y a él mismo terminaba con la creación en cada lugar de dos Iglesias distintas, la de los Judíos, por un lado, estrechamente ligada a la sinagoga, y la de los antiguos paganos, por el otro.

Esta fue la ruptura con la Iglesia de Jerusalem, con Pedro e incluso con Bernabé. Los hechos de los Apóstoles, se esfuerzan en minimizar la crisis, admitiendo que Pablo se negó a continuar cooperando con este antiguo amigo y lo dejó partir en misión a Chipre con su primo Juan, llamado Marcos, que les había abandonado en Pergamo unos años antes. Por su lado, él se marchó en viaje de evangelización en compañía de un tal Silas (cap. 15). Lo más grave era que Pabló también había roto con la Iglesia de Antioquia, que parece haber aceptado la escisión de la comunidad reclamada por Jerusalem. Se vio pues obligado a buscar apoyos en las Iglesias de Siria y Cilicia que había fundado anteriormente. Nada nos permite decir con certeza si tuvo o no éxito.

Mientras se esforzaba por encontrar una base, supo que las Iglesias que había fundado unos años antes en Pisidia y en Licaonia habían recibido la visita de emisarios de Jerusalem que habían tratado de convencerles que todos los Cristianos de origen Pagano debían circuncidarse para tener acceso a la salvación. Estas comunidades jóvenes y alejadas de los grandes centros se habían dejado impresionar por este mensaje intransigente y amenazaban con pasar a la acción. Muy inquieto, Pablo les dirige una carta vigorosa, a la vez hábil y firme: la Carta a los Gálatas. Para quien se extrañe de esta denominación, hay que recordar que la Pisidia y la Licaonia habían sido integradas por las autoridades romanas en la provincia de Galacia, que, antes el país de los Gálatas propiamente dicho, alrededor de Ancira, la actual Ankara, reagrupaba una parte de Frigia y las dos regiones arriba nombradas.

Este escrito nos muestra a un Pablo herido, que quiere a toda costa combatir la idea que nunca estuvo subordinado a la Iglesia de Jerusalem y demostrar que desde el comienzo predicaba completamente independiente un Evangelio completo e inalterable, que es de hecho la única autoridad que cuenta. Se esfuerza primero en dos capítulos autobiográficos ya mencionados. A partir del capítulo 3, amonesta directamente a los Gálatas insensatos y utiliza el ejemplo de Abraham para demostrar que las promesas divinas, ampliamente anteriores al don de la Ley y hechas no solamente al patriarca, sino también a su descendencia, o sea a Cristo, valen para todos aquellos que ponen su fe en éste. La Ley, especie de vigilante temporal que sirvió a imponer una disciplina a los miembros del pueblo elegido, no tiene ningún papel a realizar una vez venido Jesucristo. Los creyentes, unidos a Cristo, son libres y pueden seguir siéndolo. Lo pueden gracias al Espíritu que les es dado y que les permite amar completamente al prójimo. Si renuncian a esta libertad para someterse al yugo de la Ley, perderían el beneficio de las promesas divinas. Lo que sería una aberración.

Era la primera vez que Pablo ofrecía por escrito un fundamento teórico en sus exhortaciones. Se reconocen en esta Carta a los Gálatas tan vigorosa y tan marcada por la indignación muchos temas que desarrollará más tarde. No estamos seguros que la carta convenciese a los destinatarios, tan comprometida parece la situación que evoca. Hay por lo tanto, ya lo veremos, algunas posibilidades que Pablo pudiese finalmente haber enderezado la situación. Pero fue al precio de una ruptura completa con la Iglesia de Jerusalem, para la cual las ideas desarrolladas en esta carta eran escandalosas.                                       


domingo, 11 de agosto de 2013

PABLO I


LOS COMIENZOS DE PABLO
Pablo dice de sí mismo haber nacido de padres Judíos que decían descender de la tribu de Benjamín, haber sido circuncidado a la edad de ocho días y haber, como su padre, pertenecido al movimiento pietista de los Fariseos (Filp. Cap. 3). Venía de una familia Judía ortodoxa y muy celosa. Pero no habla de su lugar de nacimiento, ni del lugar donde fue criado.

El autor de Hechos de los Apóstoles es más explícito al respecto de estas cuestiones y de la familia de su héroe. Según este, Pablo había nacido en Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia (Hech. Cap. 22). Esta ciudad era una gran ciudad de comercio, situada al término de las Puertas Cilicias, desfiladero estrecho a lo largo de la cadena montañosa del Tauro que tomaba la ruta principal que unía la meseta Anatolia con la planicie costera que daba a Mesopotamia y Siria del Norte. Era también un puerto estuario activo, al cual accedían fácilmente los navío de comercio que recorrían el Mediterráneo oriental, y centro intelectual heleno reputado. La presencia, en esta ciudad, de una colonia Judía bien integrada en la vida de la ciudad no tiene nada de sorprendente, el reino Seleucida de Antioquia apoyaba desde el siglo IV antes de nuestra era la implantación, en los centros urbanos de sus provincias occidentales, a Judíos venidos principalmente de la numerosa diáspora de Mesopotamia, de los que se apreciaba su lealtad.

En el momento del nacimiento de Pablo, este reino había desaparecido y la Cilicia así como Siria se habían convertido en provincias romanas. Así se explica que el padre de Pablo pudiese convertirse en ciudadano romano, como lo afirma el libro de los Hechos (cap. 22). Pablo no menciona su ciudadanía, lo que ha permitido a algunos críticos poner en duda este dato. Ya veremos hasta que punto es probable esta información. El padre de Pablo sin duda recibió esta distinción hereditaria por sus servicios realizados para las autoridades romanas, lo que sugiere que era un notable de alguna importancia. No sabemos nada de la apariencia física de Pablo, el retrato poco halagüeño que de él ofrece los Hechos de Pablo (3:3) no tiene ningún fundamento histórico. Una alusión realizada por Pablo mismo podría hacer pensar que sufría una enfermedad crónica dolorosa (2 Cor. Cap. 12), de la que tuvo una crisis aguda durante su primer viaje al sur de Galacia (Gál. Cap. 4). Las numerosas hipótesis emitidas por diversos críticos al respecto de esta enfermedad son inverificables.

El libro de los Hechos nos hace igualmente saber que el nombre Judío de Pablo era Saulo, nombre que emplea exclusivamente para designarlo hasta el capítulo 13, cuando tuvo lugar el encuentro de los misioneros Cristianos Bernabé y Saulo con el procónsul Sergius Paulus, en Chipre. Después de este episodio, lo nombra solamente con Pablo, que por otro lado aparece sólo en las cartas paulinas. Se ha llegado a veces a la conclusión por la manera como el libro de los Hechos pasaba de un nombre al otro que Saulo tomó el nombre de Pablo a partir de este encuentro, con el fin de obtener el favor del poderoso personaje que era este procónsul, más o menos convertido por él a la fe en Cristo. Esta hipótesis es harto poco probable, puesto que el encuentro con Sergius Paulus podría ser legendario. Lo que es mucho más probable, es que, igual que muchos Judíos de la diáspora, los padres de Pablo le hubiesen dado dos nombres cuando nació: uno, Judío, para uso familiar y religioso; el otro, romano, para la vida pública. Llamar Saulo a un niño de la tribu de Benjamín era natural, dado que Saúl, primer rey de Israel, pertenecía a esta tribu. El nombre Pablo, como la gran “gens” romana de los Pauli, era apropiado para un futuro ciudadano Romano y quizá, para sus padres, una manera de proclamarse clientes de esta célebre familia, con la cual tenían sin duda relaciones desde antiguo.

El libro de los Hechos hace decir a Pablo que fue criado en Jerusalem y formado en la Ley en la escuela del célebre rabino Gamaliel (cap. 22). Sin duda hay que entender que  en el curso de su adolescencia Pablo fue enviado a la Ciudad santa para recibir una formación rabínica, evidente en la manera como interpreta las Escrituras en sus cartas. En contra, el dominio del griego y de al menos ciertas reglas de retórica clásica manifiestas en sus escritos atesta sin ninguna duda posible que recibió una formación escolar helena avanzada. No había mejor lugar para estos estudios que su ciudad natal de Tarso.

Si Pablo fue discípulo de Gamaliel es algo dudoso, no parece haberse unido a la actitud de tolerante prudencia que los Hechos de los Apóstoles atribuyen a su maestro respecto al movimiento Cristiano en sus comienzos (cap. 5). En efecto, él mismo dice que persiguió a la Iglesia de Dios(I Cor., cap. 15), bastante brutalmente como para que el recuerdo de sus violencias permaneciese vivo durante cierto número de años en las comunidades cristianas de Judea (Gál. Cap. 1). Los Hechos de los Apóstoles son más explícitos a este respecto. Según este escrito, Pablo habría, poco después de la fundación de la Iglesia de Jerusalem, estado implicado en el linchamiento de Esteban, el primer mártir Cristiano, para posteriormente dirigir operaciones policiales contra los adeptos jerusalemitas del movimiento que se decía de Jesús y, así, habría obtenido del sumo sacerdote la misión de ir a limpiar las sinagogas de Damasco de esta peste (cap. 7 al 9). Estas precisiones han sido puestas en duda por numerosos críticos y no hay duda que los Hechos han, en estos capítulos, aumentado el papel de Pablo, que no había probablemente sido sino un perseguidor entre otros. De todas formas, nada permite rechazar completamente estas indicaciones que corresponden bastante bien con lo que Pablo decía él mismo.

Esta actividad persecutoria que habría que situar en Jerusalem y datarla en los años 30 a 32, estaba dirigida particularmente contra el grupo Cristiano radical de los “Helenistas”, cuyo principal animador era Esteban quien manifestaba, un poco como los Esenios de Qumrán, una violenta hostilidad contra la institución más sagrada del Judaísmo: el Templo (Hechos, cap. 6 y 7). Cara a estos ataques, al actitud prudente de Gamaliel y de las autoridades religiosas oficiales parecía evidentemente intolerable a algunos de sus habitantes de Jerusalem, en particular a los Judíos provenientes de la diáspora, de lengua Griega como los Helenistas Cristianos y entre los cuales se encontraba Pablo. Esta gente no dudaba en recurrir a los hechos para eliminar de Israel a aquellos que consideraban blasfemos. Tenemos aquí el comportamiento del partido más violento Judío evocado por el historiador Flavio Josefo, se trata del de los Zelotes.

Es significativo que Pablo, evocando su pasado, hable del “celo” que le animaba cuando perseguía a la Iglesia (Filipenses, Cap. 3; cf. Gálatas, cap. 1). Los Hechos de los Apóstoles le hacen decir que su actividad perseguidora era la de un “zelote de Dios” (cap. 22). Esto no es suficiente sin duda para hacer de Pablo un miembro del partido de los Zelotes. Pero el extraño episodio de la conspiración montada por una cuarentena de Judíos contra Pablo cuando fue detenido por la cohorte Romana de Jerusalem (Hechos, cap. 23) hace que uno se pregunte. El comportamiento de los conspiradores tiene completamente el aspecto de una conjura de miembros de una sociedad secreta para castigar a un renegado que habría roto con el grupo después de haber pertenecido a este. Suponiendo, como es probable, que este relato no sea puramente legendario, podría revelar que Pablo había pertenecido en su juventud a un movimiento tipo zelote. Su ruptura con este grupo en el momento de su visión del Resucitado y de su bautismo podría también explicar porqué los Helenistas de Jerusalem buscaban hacer perecer a Pablo durante su primera estancia en la Ciudad Santa un tiempo después de estos sucesos, si creemos los Hechos de los Apóstoles, cap. 9.

Sea lo que sea, el joven Pablo aparece como un Judío extremista dispuesto a recurrir a la violencia para impedir a sus correligionarios de lengua griega relacionados con Jesús hacer prevalecer en su medio un radicalismo que condujera a eliminar el Templo. El temperamento intransigente y violento que esta actitud revela seguirá siendo hasta el final una característica de Pablo.

Poco dado a las confidencias personales, Pablo no dice casi nada en sus cartas del suceso que, en el año 32 sin duda, transformó su existencia. Habla simplemente del momento cuando “aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo”(Gál., cap. 1). En otro lado, en un contexto relativo a la completa inversión de valores que ha sufrido, dice de paso: “fui tomado… por Jesucristo” (Filipenses, cap. 3). Estas afirmaciones son fuertes. Como el profeta Jeremías (Jer., cap. 1), Pablo se siente predestinado para la tarea que Dios le ha reservado; ha recibido una revelación personal del Hijo de Dios el día elegido por Dios; esta revelación ha sido apremiante. De todas maneras, estas fórmulas no permiten que nos hagamos una idea precisa de lo que ocurrió. El evento parece haber causado una transformación interior, preparada ya sin duda alguna en su subconsciente.

Nos abstendremos de hablar, a este propósito, de “conversión”, término habitualmente utilizado para describir el paso de una religión a otra o, al menos, la adhesión a una religión en la cual se era con anterioridad extraño. El evento del camino de Damasco le ocurrió a un Judío que no había dejado el Judaísmo en esta ocasión. Pablo solamente fue convencido por la aparición del Resucitado que Jesús era el Mesías esperado por Israel y que, elevado a la derecha de Dios, le confiaba la misión de expandir esta certeza entre sus correligionarios y todos aquellos a los que les interesaba esto en los límites del pueblo Judío. Si bien, unos años más tarde, afirmó que esta misión estaba destinada a tener lugar “entre los paganos” (Gálatas, cap. 1), para indicar que su tarea concernía a todos los pueblos, tanto Judíos como no Judíos, en los países de la diáspora. Este recorte un poco ambiguo fue posible en este momento porque las circunstancias lo habían llevado a dirigirse de más en más a los paganos.

Los Hechos de los Apóstoles, que otorgan también una importancia capital a la aparición del Resucitado a Pablo, dan una versión bastante más espectacular, popularizada por los pintores dando lugar a la expresión “conocer su camino de Damasco”. De hecho, se trata más bien de tres relatos diversos (caps. 9, 22, y 26), de los cuales los dos últimos son puestos en boca de Pablo concordando ambos en la luz cegadora venida de Arriba y una voz Celestial –la del Resucitado- que se dirigía a Pablo, por lo tanto se trata de un fenómeno exterior relevante tanto en la visión como en la audición. Los términos empleados y las descripciones realizadas en estos tres escritos están muy cerca de aquellos que la literatura Helena utilizaba para describir las apariciones divinas. Como, además, las divergencias entre estos relatos son importantes, numerosos críticos les niegan todo valor histórico, y sólo ven trozos exaltados debidos al talento literario de Lucas y se contentan con las fórmulas empleadas por Pablo. Tal actitud puede defenderse sin cuestionar el carácter decisivo de la transformación que sufrió Pablo. De todas maneras, constituye una huida y merece ser examinada.

Hay tales divergencias entre los tres relatos de la visión de Pablo que el libro de los Hechos nos presenta que parece inconcebible que el autor haya compuesto libremente narraciones tan diferentes para relatar el mismo evento. Más debe haber compuesto el relato basándose en dos tradiciones, una que es la base del relato del capítulo 9 y la otra que ofrece los elementos de la narración del capítulo 26. Para atenuar las diferencias entre estas dos relaciones, las une en el relato del capítulo 22. La primera tradición, que pone el acento en la ceguera que afecta a Pablo después de su visión, está centrada en la sanación que recibe de manos de un Cristiano de Damasco llamado Ananías. Es ante todo un relato de curación milagrosa, que seguramente se formó en la comunidad Cristiana de esta ciudad, creada sin duda por los “Helenistas” refugiados de Jerusalem, de los que sabemos (Hechos, cap. 8) que practicaban la taumaturgia. Esta comunidad sin duda quería hacer saber que su intervención había hecho que un Pablo infirme y desamparado fuese capaz de ejercer una actividad misionera.

La segunda tradición no menciona la ceguera de Pablo, ni su sanación por Ananías y su bautismo en Damasco. Reemplaza estos episodios por una orden de misión dada por el Resucitado en el instante mismo y lugar de la visión. Su sobriedad narrativa sugiere que surge del entorno de Pablo y que buscaba ante todo dar valor a la vocación divina del jefe de este grupo.

Sin pretender que esta segunda fuente nos presente los hechos de una manera históricamente exacta, se puede decir que la transformación interior sufrida por Pablo en el camino a Damasco fue, según su entorno, provocada por la percepción de un fenómeno exterior, por ejemplo una tormenta inesperada, violenta y repentina, cuyo estrépito fue entendido por Pablo como un mensaje personal venido de arriba.

Sea como sea, el intransigente activista dedicado a la lucha contra los extremistas Cristianos se vio a pesar de todo convencido de que el Jesús crucificado dos años antes en Jerusalem había sido sacado de la tumba por Dios, que había hecho de él el Señor del mundo (Filipenses, cap. 2). Es más, estuvo íntimamente persuadido que, a pesar de su hostilidad, este Jesús resucitado se le había parecido como a los primeros discípulos y le había dado, como a ellos, la misión de predicar el Evangelio, lo que desde entonces hizo mejor que todos los demás, con la ayuda de la gracia de Dios (1 Cor. Cap. 15). Puede pues, a pesar de su indignidad inicial, pretender el título de apóstol atribuido a todos los predicadores de la Palabra de la primera generación Cristiana encargados de esta tarea por el Jesús Resucitado. Esta denominación, aparecida pronto en la primera Iglesia, y cuyo origen y sentido preciso son inciertos, Pablo la reivindicará con empeño, incluso cuando admite que es “el más pequeños de los apóstoles” debido a su pasado como perseguidor.

La paradoja es que el autor de los Hechos de los Apóstoles, su afectuoso defensor, no le da este título sino en dos pasajes de su capítulo 14, donde habla sin insistir de los “apóstoles” Bernabé y Pablo durante el viaje misionero que les había encargado la Iglesia de Antioquia en Siria. Se tiene la impresión que este título no le es atribuido sino porque son mandatarios de esta Iglesia, a la cual deberán dar cuenta de su misión. En fin, los Hechos de los Apóstoles, como el Evangelio de Lucas, reservan el nombre de “apóstol” a los doce discípulos más cercanos a Jesús y al que reemplazó a Judas, que también había acompañado a Jesús durante todo su ministerio (Hechos, cap. 1). Esta concepción restrictiva del apostolado tenía sin duda como meta descalificar a los predicadores itinerantes de la segunda y tercera generación de los que sabemos que se aprovechaban de este título para propagar sus doctrinas extrañas y para abusar de la hospitalidad de las Iglesias.

Completamente transformado por su encuentro con el Cristo resucitado, Pablo abandona inmediatamente su papel de perseguidor y se consagra al servicio de aquél que se le había aparecido. Nos dice él mismo que partió rápidamente para Arabia (Gálatas, cap. 1), por lo que hay que entender el reino Nabateo, que correspondía a las regiones hoy ocupadas por Jordania. Trataba de evangelizar a los Árabes, descendientes de Ismael y primos de los Judíos, o más bien de predicar el Evangelio en las sinagogas del país, donde vivían numerosos Judíos, o quizá se trataba de realizar un retiro espiritual tan necesario después del suceso en el camino de Damasco? Nada sabemos sobre esto, aunque este viaje en solitario rompe la costumbre de enviar los misioneros de dos en dos (cf. Marcos, cap. 6, y Hechos, cap. 8). La mención de la evangelización “de los paganos” que precede de poco en la epístola a los Gálatas la alusión al viaje de Pablo a Arabia, además que es ambigua, no tiene relación directa, como hemos visto arriba, con este viaje. Poco se puede investigar una mención tan aislada y breve.

Lo que está más claro, es que Pablo, partió de Damasco, y regresó después de un cierto tiempo. Los Hechos de los Apóstoles (cap. 9) precisan que predicó en las sinagogas suscitando la sorpresa y la oposición de muchos de sus oyentes. Esta estancia muy activa tuvo un fin trágico-cómico: para escapar de los adversarios que amenazaban su vida, Pablo hubo de huir descendiendo de noche en una especie de canasto desde lo alto de la muralla de la ciudad. Veinte años más tarde, aún recordaba este episodio(2 Cor., cap. 11). Según él, el enemigo que le amenazaba era un funcionario del rey Aretas de Arabia, “etnarca” de la importante colonia Nabatea de Damasco, del cual ignoramos los motivos. Los Hechos de los Apóstoles hablan al contrario de un complot Judío contra el molesto Pablo, aunque la realidad era quizá más compleja y todo esto no tiene en el fondo mucha importancia. Lo que cuenta, es que Pablo, encerrado en Damasco, se vio obligado de ir a buscar en otro sitio un marco para sus actividades.

Se marcha a Jerusalem con el fin, nos dice en (Gálatas, cap. 1), de conocer a Pedro, entonces jefe indiscutible de la comunidad Cristiana de esta ciudad. Pasó quince días con este personaje, que parece haberle bien recibido. Su visita fue discreta, puesto que el único otro apóstol con quien se encontró en esta ocasión fue “Santiago, el hermano del Señor”, futuro sucesor de Pedro a la cabeza de la Iglesia, los Cristianos de Judea no lo vieron durante esta breve estancia. Se puede imaginar que Pablo deseaba aprender de Pedro y subsidiariamente de Santiago lo que contenía la tradición, aún oral, que recogía la memoria de las palabras y sufrimientos de Jesús. Al no haber conocido a este último en vida y haber recibido una formación catecúmena en Jerusalem, sólo tenía una idea bastante vaga. Sin duda quería obtener el aval de los dirigentes de la Iglesia para su actividad misionera, concebida según el mismo modelo que la de ellos.

Los Hechos de los Apóstoles (cap. 9) están de acuerdo con Pablo al afirmar que la estancia de éste en Jerusalem fue breve, aunque el relato que hacen es muy diferente del de la Carta a los Gálatas. Pablo habría tenido gran dificultad a hacerse aceptar por los Cristianos de la Ciudad Santa, quienes se acordaban aún de su actividad como perseguidor. Es solamente con el apoyo de Bernabé, un miembro estimado de la comunidad, originario de Chipre, que pudo entrar en relación con los apóstoles, en compañía de los cuales pasó algún tiempo. Habiendo predicado en la ciudad y discutido con los Judíos de lengua griega, Pablo habría sido tan gravemente amenazado por estos últimos que los “hermanos” le escoltaron hasta Cesarea, desde donde le enviaron a Tarso. Estas informaciones están sujetas a causación, aunque completan utilmente aquellas que Pablo da de una manera voluntariamente alusiva en la Carta a los Gálatas. Si la estancia de Pablo en Jerusalem había sido breve, es quizá porque sus antiguos compañeros zelotes le guardaban un rencor mortal por su cambio de campo que, a sus ojos, constituía una deserción de la causa de Dios.

Pablo mismo nos dice (Gálatas, cap. 1) que al dejar Jerusalem marchó hacia las regiones de Siria y Cilicia. Sin duda realizó una actividad misionera intensa, a partir de Tarso, que era para él una excelente base y donde Bernabé lo vuelve a encontrar unos años más tarde. Pero no tenemos ninguna información al sujeto de esta empresa de evangelización, de la que se puede solamente imaginar que estuvo marcada por grandes pruebas (cf. II Corintios, cap. 11) y que, conforme a las reglas establecidas por las autoridades de la Iglesia de Jerusalem, continuaba visitando las sinagogas y a dirigirse prioritariamente a los Judíos y simpatizantes que frecuentaban sus asambleas. La hora de la predicación a los paganos aún no había llegado para Pablo.

Pablo mismo tenía conciencia del hecho que su carrera misionera había tenido dos periodos y que durante el primero “predicaba aún la circuncisión” (Gálatas, cap. 5), conforme a las reglas impuestas a los predicadores acreditados por la Iglesia de Jerusalem. A él, pues, le parecía normal anunciar a Jesucristo en primer lugar a los Judíos y animar a los paganos que aceptaban este mensaje a adherirse completamente al Judaísmo para mejor dar testimonio en el seno de las sinagogas. El hecho que, unos años más tarde, hubiese, mediante un atajo audacioso, presentado su vocación que había recibido con la visión de Jesús resucitado como llamada a “anunciar el Hijo de Dios a los gentiles”(Gálatas, cap. 1) demuestra solamente que había, dadas las circunstancias, acabado por comprender en qué difería su misión respecto a la de otros predicadores del Evangelio. Después de haber permanecido fiel a línea jerusalemita unos doce años, iba a romper con esta a partir del momento en el que se vio obligado a no fundar más grupos Cristianos en el seno de las sinagogas, sino Iglesias independientes en las comunidades Judías.

Hacia el año 43, su amigo Bernabé fue enviado por la Iglesia de Jerusalem para retomar la dirección de la comunidad Cristiana en Antioquia de Siria, fundada por los Helenistas expulsados de Jerusalem por la persecución, que se encontraba desbordada por el flujo de conversos venidos del paganismo (Hechos, cap. 11). Era capital que el Evangelio predicado en esta gran ciudad fuese presentado no bajo su forma extremista, sino en términos compatibles con el mantenimiento de los Cristianos en el seno del Judaísmo. A parte de los motivos teológicos de semejante mantenimiento, había muy buenas razones jurídicas de hacer el máximo para evitar una ruptura, que habría hecho perder a los Cristianos la protección que les aseguraba el estatus privilegiado de los Judíos en el Imperio romano. Según Hechos de los Apóstoles, la misión de Bernabé tuvo tal éxito y llevó a tanta gente a la fe Cristiana que se hizo urgente para él tener un refuerzo. La elección de Bernabé fue Pablo, que estaba evangelizando la región desde hacía siete años según las reglas dictadas por la Iglesia de Jerusalem. Ni uno ni otro pudieron realizar las incalculables consecuencias que iba a tener la instalación de Pablo en Antioquia.                          











miércoles, 24 de julio de 2013

LOS HELENISTAS


LOS HELENISTAS
Los Judíos cristianos de lengua Griega a los que la crisis relacionada con el linchamiento de Esteban obligó a huir de Jerusalem(1) antes de mediados de los años 30 de nuestra era no se contentaron con ponerse a salvo de la amenaza que el Sanedrín de la capital suponía para ellos. Retomaron por dondequiera estuviesen su actividad de predicadores intransigentes de la mesiandad de Jesús(2). Algunos relatos en los Hechos de los Apóstoles son los únicos documentos que nos informan acerca de este tema. En el capítulo 8, es Felipe, el segundo de los Siete(3), quien se encuentra en el centro de dos episodios relatados. El primero se desarrolla en “la ciudad de Samaria”(4), giro ambiguo que algunos manuscritos han intentado corregir con “una ciudad de Samaria”, sin mejorar mucho las cosas. Es sin duda de la capital de Samaria de la que el autor quiere hablar, o sea de la ciudad del mismo nombre, destruida en el 108 antes de nuestra era por el rey Judío Hircano I, aunque Pompeyo, y después Herodes el Grande la habían reconstruido con el nombre de Sebaste. De todas maneras, la localización de las escenas que siguen son un tanto inciertas.

La predicación de Felipe en esta ciudad estuvo acompañada de “señales” que comprendían exorcismos y curas maravillosas(5) que suscitaron una gran alegría en la ciudad(6). Tuvieron un gran éxito(7) y llevaron al bautismo tanto a mujeres como hombres(8). Un tal Simón había ya tenido un gran éxito en esta ciudad un éxito aún más masivo practicando una actividad bastante parecida, aunque el autor de Hechos la define como magia y pretensiones de grandeza(9), con evidente mala intención. A los ojos de sus numerosos admiradores este personaje era “la potencia de Dios, llamada la grande”(10), lo que constituía a la vez un reconocimiento del origen divino y no satánico de su poder y la afirmación de una estrecha relación con Dios.

A pesar de estas pretensiones extraordinarias, Simón estuvo tan impresionado –nos dice el autor de Hechos- por la predicación de Felipe “sobre el Reino de Dios y del nombre de Jesucristo” que se convirtió también él, se hizo bautizar y siguió a Felipe, cuyos “milagros y señales” le dejaban estupefacto(11). Esta adhesión es presentada como sincera y da al lector la impresión que la superioridad de Jesucristo se impuso a Simón gracias a la actividad misionera de Felipe.

La continuación del relato, que parece tiene su origen en otra tradición y que refleja ciertamente las convicciones propias del autor de los Hechos, vuelve a poner en duda esta evaluación positiva del ministerio de Felipe. Pedro y Juan, enviados de la Iglesia de Jerusalem, acudieron a Samaria ante la nueva que esta región había “recibido la Palabra de Dios”(12). Constataron rápidamente que había una grave insuficiencia en la obra de Felipe: los bautizados no habían recibido el Espíritu Santo, aunque el bautismo sí les había sido administrado “en nombre del Señor Jesús”(13). Los dos enviados desde Jerusalem remediaron este fallo (8:17), gracias a la imposición de las manos. Quiere esto decir que Felipe tenía una concepción del bautismo Cristiano diferente a la de la Iglesia de Jerusalem? Se notará que, en el relato siguiente(14), el bautismo del eunuco etíope tampoco está relacionado al don del Espíritu Santo(15), este último sólo interviene para llevarse a Felipe justo después de la ceremonia. La divergencia entre Felipe y la Iglesia madre es que éste se siente libre de bautizar a no-Judíos que no han recibido el Espíritu Santo, mientras que a los ojos de Pedro y los suyos solamente el don del Espíritu a no-Judíos autoriza al misionero a dar el bautismo, que está normalmente reservado a los Judíos(16). Pedro y Juan consideraron que Felipe había actuado con ligereza, lo que explica sin duda que ni siquiera tomen contacto con él cuando tuvo lugar este episodio.

La continuación del relato(17) confirma la irresponsabilidad de Felipe, desde el punto de vista de los Jerusalemitas. Bautizó a Simón el mago y aceptó su compañía permanente. Pero este personaje está tan mal convertido que creía poder comprar a los apóstoles el poder de otorgar el Espíritu Santo mediante la imposición de las manos. Pedro le regaña fuertemente y pone en duda la autenticidad de su fe. He aquí una piedra en el jardín de Felipe, que no es sino un mediocre misionero!

Con el relato de la conversión del eunuco etíope(18), se vuelve a una tradición mucho más favorable para Felipe, dócil instrumento de Dios para la evangelización de un personaje marginal en relación al judaísmo, dado que su mutilación le prohibía la entrada al pueblo de Dios, a pesar de su piedad ejemplar, que le había llevado hasta Jerusalem para adorar a Dios. Este encuentro insólito y pasajero es organizado por una intervención divina y lleva al bautismo del noble extranjero. Ya no es cuestión aquí del don del Espíritu Santo, lo que confirma el liberalismo del misionero heleno en cuanto a la admisión de no-Judíos en la fraternidad de los bautizados. Este relato presenta entre otros a Felipe como un inspirado semejante a Elías(19). Es sorprendente que Hechos 8:32-35 sea el único pasaje del Nuevo Testamento donde el texto de Isaías 53 sobre el Siervo del Eterno sea aplicado a Jesús y a su muerte injusta. Podría ser posible que la idea del sufrimiento vicario de Cristo fuese una idea particularmente apreciada de los Helenistas?

Después de ser milagrosamente arrebatado (versículo 39), Felipe se encuentra en Azoto, una de las ciudades costeras de Palestina, que evangelizó antes de subir al Norte predicando de ciudad en ciudad hasta la capital romana de la provincia, Cesarea, donde se estableció(20). Todas estas localidades estaban pobladas en su mayoría por no-Judíos escapando así a la jurisdicción del Sanedrín de Jerusalem. Parece ser que Felipe fundó comunidades que Pedro vendrá poco más tarde a visitar para acercarlas a Jerusalem(21), sin retomar el contacto con el fundador. Unos veinte años más tarde, Felipe seguía en Cesarea, en una atmósfera muy cargada de profetismo(22) y sin muchas relaciones con la Iglesia de Jerusalem(23). Se puede pensar que al que Hechos 21:8 llama “Felipe el Evangelista” había mientras tanto continuado su empresa misionera partiendo de su base en Cesarea, cerca de Samaria, de Decápolis y de Galilea, donde la actividad de Jesús había sin duda dejado huellas.

Otros “Helenistas” huidos de Jerusalem por la persecución que siguió al martirio de Esteban habían por otro lado llevado el Evangelio hasta Fenicia, Chipre y Antioquia en Siria(24). Su identidad no nos es conocida, ni los detalles de su empresa misionera, que apuntaba a las sinagogas de estas provincias marítimas. Sabemos, por otro lado, que fue en Antioquia, gran ciudad cosmopolita, donde la evangelización se separó del marco Sinagogal. Los predicadores originarios de Chipre y Cirenaica anunciaron “al Señor Jesús” a los Griegos o al menos a gente que vivía a lo Griego(25) teniendo gran éxito. La iglesia de Jerusalem al tener conocimiento de este episodio envió a uno de sus miembros chipriotas, el Levita Bernabé, para verificar que no se trataba de una deriva peligrosa. Bernabé dio su aprobación a lo que ocurría en Antioquia y se estableció, viniendo a ser uno de los responsable de comunidad local(26). De esta manera se efectuó una especie de amalgama entre la misión “helenista” y los delegados de la Iglesia de Jerusalem, puesto que a Bernabé se adjuntó después de un tiempo un tal Saulo de Tarso, Judío de Cilicia, a quien él mismo había introducido en el círculo de los dirigentes de la Iglesia de Jerusalem unos años antes(27). Ya hablaremos de este particular personaje. Los otros miembros eminentes de la comunidad de Antioquia(28) eran sin duda predicadores “helenistas”: Simón llamado el Negro y Lucio de Cirene, quienes llevaban nombres o sobrenombres latinos, Manahen, amigo de infancia de Herodes Antipas, tienen los tres un perfil de Judíos acomodados en el Imperio Romano.

La comunidad mixta así constituida en la gran ciudad del norte de Siria presentaba características dignas de interés. El autor del libro de los Hechos dice que fue en Antioquia(29) donde los discípulos fueron por primera vez llamados “christianoi” (Cristianos), término del vocabulario político, formado con la final latina –ianus- para designar a los “seguidores del Ungido(de Dios)”. Este vocablo podría ser irónico y sugerir para gente sin cultura bíblica un grupo de “partidarios del Ungido”. Como ocurre a menudo en la historia pudo haber sido retomado por los interesados y recibir de ellos un sentido completamente positivo. En este caso, tendríamos indicios de un primer contacto con medios paganos. Por otro lado, el autor de los Hechos designa la comunidad antioqueña como la “ekklesia”(30), término hasta entonces reservado a la Iglesia de Jerusalem que englobaba a las comunidades nacidas de su acción. Es un signo de emancipación de la asamblea Cristiana de Antioquia en relación a la Iglesia madre. Habría que atribuirlo a Saulo de Tarso, quien un poco más tarde reivindicaría el título de Iglesia para todas las comunidades locales fundadas por él? No hay que excluirlo. Un tercera particularidad de la Iglesia de Antioquia, según los Hechos de los Apóstoles, es su dirección por un colegio de “profetas” y de “maestros” que parecen haber celebrado un culto acompañado de ayuno, a lo largo del cual el Espíritu Santo se manifestaba(31). En otros términos, los fenómenos de inspiración sobrenatural estaban presentes en la vida de esta comunidad, al menos en el seno del grupo dirigente. Sabemos por Pablo(32) que se practicaba una intercomunión completa entre los fieles de origen Judío y aquellos que eran de origen pagano, práctica que era aceptada con reticencia por Bernabé e incluso por Pedro cuando éste vino a Antioquia.

Así, la Iglesia de esta ciudad, fruto de la empresa misionera de los Helenistas expulsados de Jerusalem, y posteriormente recuperada por los emisarios de la Iglesia madre, conservaba unos años después de su fundación una fisionomía bastante original donde se combinaban los rasgos de la misión helenista, rasgos tomados de la comunidad jerusalemita y otros que resultaban de la presión del medio complejo que ofrecía una gran ciudad cosmopolita, sin hablar de la influencia personal de Saulo de Tarso. Así se explica que las campañas misioneras lanzadas a partir de Antioquia(33) no estén fundamentadas en el modelo helenista, sino en uno que se calificará como paulino. El impulso de los compañeros de Esteban acaba en esta muy grande ciudad.

Por lo tanto, su ejemplo, tuvo una gran importancia para la puesta en marcha de la evangelización del mundo por los discípulos de Jesucristo. En lugar de esperar en Jerusalem la llegada de peregrinos del mundo entero, además del retorno del Señor, los responsables de la Iglesia madre tomaron la costumbre de seguir los pasos de misioneros no conformistas que iban de lugar en lugar predicando el Evangelio. A base de ir a inspeccionar y corregir el trabajo de otros, acabaron tomando a su vez iniciativas. El mejor ejemplo de este aprendizaje de la movilidad misionera es el de Pedro: inspector en Samaria pisándole los talones a Felipe(34), después en Lidia y Jope(35), y al final Antioquia(36), vemos como se convierten en Samaria(37), después en Cesarea de Palestina(38), antes de convertirse en apologistas incondicionales del acceso de los paganos a la fe(39). Si, a continuación, parece haber retomado su papel de inspector, por ejemplo en Corinto después que pasara Pablo(40), hay todas las razones de pensar que actuó sobretodo como misionero(41), quizá hasta en Anatolia(42) y Roma(43). Igualmente, Bernabé, primero inspector en Antioquia(44), se convierte a continuación en evangelista itinerante(45). Los Helenistas hacen escuela y arrebatan a bastantes dirigentes jerusalemitas de su anterior inmovilismo. Se puede pensar si la pasión evangelizadora de los Helenistas no había igualmente tenido efecto sobre Pablo de Tarso, que de camino a Damasco para aplastar la misión helenista, se vio a partir de su conversión evangelizando Arabia(46).

Habría que reducir a los Helenistas a ser activistas cuyas empresas intempestivas obligaron a los hermanos en la fe a lanzarse a la misión a lo largo del mundo? Sería excesivo. Este grupo contestatario no se contentó con actuar. También reflexionó en lo que hacía y se expresó en algunos documentos literarios, donde defendió sus opciones.

Ya hemos mencionado el comentario de Isaías 53:7-8 que Felipe hizo a la intención del eunuco Etíope(47) y señalado que es el único pasaje del Nuevo Testamento que interpreta al Siervo sufriente como predicción de la Pasión de Jesús. Por qué este silencio sino porque los Helenistas habían comprometido esta lectura del Segundo Isaías haciendo de ella un elemento central de una teología de combate contra el culto sacrificial?

Es esta teología que se expresa en el discurso de Esteban(48). Esta evocación del pasado de Israel, tan original que se le ha a veces encontrado un tono Samaritano, termina de manera inesperada en un ataque en regla contra el Templo de Jerusalem, después sigue una denuncia de la oposición de los dirigentes Judíos al Espíritu Santo, a los profetas, al Justo y a la Ley misma. Estamos aquí lejos del tono conciliador empleado por Pedro en sus discursos de los capítulos 2, 3, 4 y 5 de libro de los Hechos. Ya no se trata de conciliarse con los responsables del Templo con el fin de ser tolerados en el Santuario y convertir a la fe a alguno de ellos(49). Al contrario el objetivo es descalificarlos, con el fin de arrebatarles toda autoridad sobre el pueblo. El Hijo del Hombre a la derecha de Dios que se aparece a Esteban en el momento en que termina su filípica(50) no es solamente el futuro juez escatológico. Es el maestro que viene desde ahora a castigar a aquellos que persisten en su rebelión. Se notará aquí que se trata de una representación única en todo el Nuevo Testamento; los Helenistas se muestran mucho más violentamente polémicos respecto a los dirigentes Judíos que sus hermanos de la mayoría de la Iglesia de Jerusalem. Así, habría que revelar que, contrariamente al cristocentrismo de todos los discursos misioneros de los Hechos de los Apostóles, tenemos en el discurso de Esteban una cristología poco desarrollada: Jesús es llamado “el Justo”(51) y designado como Hijo del Hombre que Dios ha puesto a su derecha después de su suplicio(52), aunque su papel de vengador del mártir no tiene la grandeza del de Juez del Fin de los Tiempos(53) que le atribuye la cristología de la gran Iglesia. Al contrario, la noción de Dios tiene una extrema majestad en todo el dicurso de Esteban, hasta el énfasis puesto en la imposibilidad que Dios pudiese tener otro trono que el cielo(54).

Estos pocos elementos de pensamiento heleno estaban muy dispersos y su coherencia no estaba asegurada. Hay que encontrar el complemento y la expresión más precisa en otro documento que proviene del medio en cuestión: la primera forma del Evangelio según Marcos. Hay un acuerdo bastante general para reconocer este Evangelio como el más antiguo de los libros que llevan ese nombre. En revancha, la datación de este escrito y la existencia de una primera edición han dado lugar a discusiones, de las que no es posible dar cuenta aquí(55). La ausencia de mención de la Guerra Judía del 66-70 en la obra hace necesaria una datación anterior al 65 para la primera edición y posterior al 75 para el escrito canónico. Al precisar a comienzos de su libro que se trata de del “Evangelio de Jesucristo”, o sea de la difusión de la Buena Nueva que Jesús trae consigo y de la que es a la vez sujeto; poniendo el acento, a lo largo de la obra, en la actividad misionera de Jesús, así como la de sus discípulos, mucho más que sobre su doctrina; concluyendo su narración, antes de relatar la Pasión, con un capítulo apocalíptico-escatológico que constituye una conclusión natural –el autor presenta a su héroe como el ejemplo de un compromiso misionero que durará hasta el regreso del Hijo del Hombre, más allá de la muerte y la resurrección de éste(56). No se trata de una exposición cristológica o de un relato biográfico, sino de una invitación a seguir los pasos de Jesús, evangelista y sanador itinerante que ninguna amenaza detiene. El autor de este escrito utiliza mucho tradiciones relativas a Jesús que toma de la evidencia en la reserva donde se servía la Iglesia madre para la catequesis, la predicación y la polémica, aunque también de los numerosos relatos de milagros cuyo carácter bastante grosero hace bastante improbable la utilización eclesial. Como dejó de lado bastante tradiciones que se encuentran en los pasajes comunes a Mateo y Lucas, compuso pues su libro mezclando las tradiciones eclesiales que quería retener y las narraciones tomadas de la memoria popular de Galilea, con la intención evidente de presentar a un Jesús diferente del maestro un poco paralizado alrededor del cual la Iglesia de Jerusalem había organizado el culto. Se notará por otro lado que no duda a la hora de mostrar a los primeros dirigentes de esta Iglesia en un tono bastante desagradable(57) y lanza ataques virulentos contra la familia de Jesús, incluido Santiago(58), lo que revela una viva hostilidad por su parte contra el jefe de la Iglesia de Jerusalem. Así, el Evangelio según Marcos viene de un medio que conoce esta Iglesia, aunque no lo aprecia a penas y no quiere depender de ella, pues le parece demasiado intelectual y dispuesta a todos los compromisos para hacerse tolerar por las autoridades Judías. El único medio de este género que conocemos es el grupo de los “Helenistas”. El Evangelio de Marcos nos informa pues sobre el pensamiento de este medio. Se puede situar su redacción en la región de Cesarea de Palestina, antes del fin de los años 50 de nuestra era. El autor de este escrito podría haber sido Felipe el evangelista o alguien de su entorno.

Por supuesto, hay en este libro rasgos de adaptación a un público romano, el cual desconocía Palestina(59). Pero hay que atribuirlos a una re-edición de la obra dirigida a nuevos lectores. El relato de la Pasión, dominado por la idea que Jesús debe sufrir y morir sólo, mientras que los capítulos 1 al 13 insisten en la llamada a sufrir y morir intrépidamente con él, pertenece a esta segunda edición situada bajo el nombre de Marcos. Su presencia transforma lo que era una exhortación a cargar con la cruz siguiendo a Jesús(60) en una biografía ofrecida para la meditación de un lector del todo extranjero en las situaciones que les son descritas. Los Evangelios de Mateo y Lucas irán hasta el fin de esta nueva lógica relatando la vida de Jesús desde su nacimiento a su muerte en modo biográfico.

Si nos atenemos a las partes del Evangelio según Marcos que se remontan a la primera edición, qué nos muestra este documento acerca del pensamiento Heleno? Confirma antes que nada que la “Gran Nueva” (Euaggelion, en griego) es a la vez el evento decisivo de la historia de salvación y el mensaje que ha de hacer conocer este evento a todos. La predicación de Juan Bautista, de Jesús y de los discípulos anuncian la proximidad del Reino de Dios, hasta se confunde con este último. Igual que con Pablo, el otro autor del Nuevo Testamento que habla a menudo de la “Gran Nueva”, esta se “con-funde” con la actuación de Dios en el mundo(61); es pues el evento escatológico. Se ha a veces mantenido que Marcos había tomado prestado este término y esta noción del Apóstol de los Paganos. Nada de esto. Es Pablo quien a retomado la palabra y la idea en uso “helenista”, que correspondía a sus propias convicciones en cuanto a la importancia capital de la predicación Cristiana. Este misionero infatigable se sabía instrumento de Dios igual que los Helenistas. Para él como para ellos, cada vez que el Evangelio era anunciado, el juicio misericordioso de Dios sobre el mundo se llevaba a cabo.

Detrás de esta convicción se esconde una muy alta idea de Dios. Éste no es un Creador más o menos alejado de su creación. Este había decidido que su Reino iba a entrar en la historia de los hombres y transformarlo todo desde el interior. El instrumento que opera esta gran transformación, es Jesús, por su predicación y su lucha contra Satán, aunque también lo eran todos los predicadores de la Gran Nueva. Jesús no es una especie de ser divino que viene a revelarse. Es el portador del Evangelio y el combatiente que hace recular el mal y el sufrimiento. Es sin duda un ser misterioso ligado a Dios, aunque ninguno de los títulos utilizados para describir su persona y su función por los discípulos de la primera generación es verdaderamente adecuado. El evangelista los menciona de paso, pero no pone el acento sobre ninguno de ellos: ni “Cristo” (siete veces), ni “Hijo de Dios” (de cinco a siete veces) no tienen gran importancia; “Maestro” (doce veces, a lo que se puede añadir las tres veces que aparece “rabbi” y una de “rabbouni”) e “Hijo del Hombre”(catorce veces) son más frecuentes, aunque no tienen un sentido cristológico muy claro. En el fondo, lo que sitúa mejor a la persona de Jesús, es la actitud de aquellos que le conocieron, quedando maravillados y estupefactos(62), y obedeciéndole incondicionalmente(63) y manteniendo una confianza absoluta. Estos rasgos subrayan la importancia excepcional de la misión liberadora confiada por Dios a Jesús mucho más que la naturaleza e identidad de éste. No se puede hablar en el evangelio de Marcos de un pensamiento cristológico muy elaborado, como es el caso por ejemplo en el cuarto Evangelio. Lo central en Marcos, es la intervención transformadora de Dios en el mundo, de la cual Jesús es el agente principal al que los discípulos van a unirse, y después suceder. El sufrimiento y la muerte de Jesús, igual que la triple predicción de Marcos (8:31-32; 9:31 y 10:32-34) resaltan de manera muy insistente, forman parte de la misión recibida de Dios y está relacionada con la naturaleza misma del Reino que ella instaura y que no tiene nada que ver con el poder de los soberanos humanos(64). Reino del servicio, es también reino de la libertad, gracia a la emancipación que procura el don de su vida consentido por el Hijo del Hombre(65). Así liberados, los hombres pueden a pesar de todo aceptar el Evangelio sin que Satán pueda oponérseles. La llamada a los discípulos para que a su vez ellos acepten perder su vida a causa de su maestro y del Evangelio(66) es también apremiante. @@@@

Nada permite afirmar que la vida libre ofrecida a los sujetos del Reino de Dios sería una vida sin ley. Contrariamente a lo que se ha sostenido a veces, el Evangelio según Marcos no está dirigido a lectores invitados a vivir sin tener en cuenta la legislación mosaica. Ciertamente, las reglas de pureza ritual son vigorosamente criticadas, como también lo es la autoridad de la tradición oral(67); la práctica del ayuno es también puesta en cuestión(68), así como la del “shabbat”(69) y la del divorcio(70). El Templo es denunciado como institución estéril(71). Pero no es la Ley la que es atacada. Lo son las costumbres que han sido insertadas en ella lo que Jesús critica como tradiciones humanas que desnaturalizan el sentido profundo de los mandamientos mosaicos. Es en suma la Ley oral en vía de constitución la que es objeto de los ataques de Jesús, relatados por el evangelista. La Ley escrita, en revancha, es evocada con el máximo respeto(72) y sigue siendo la referencia moral incontestable. Como, salvo en raras excepciones(73), las personas que se encontraron con Jesús son Judías, está claro que los destinatarios de este Evangelio eran también los Judíos para los que la Ley era plenamente válida en su forma escrita, tal como la interpreta el Maestro.

Pero dado que el Reino de Dios se ha manifestado hasta el punto de cambiar el orden del mundo(74) esta obediencia a la Ley deviene para algunos una llamada urgente al heroísmo y al sacrificio de sí con el fin que continúe la difusión del Evangelio(75). Contrariamente a la actitud de la Iglesia de Jerusalem, pasiva en la espera de una Parousia próxima, el medio al cual Marcos se dirige desarrolla una actividad ilimitada para asegurar desde ahora la presencia del Reino de Dios. El cumplimiento escatológico que será la venida del Hijo del Hombre(76) no hará sino hacer este Reino estable y visible. Tardará más en llegar de lo que piensan los jerusalemitas. Conviene pues esperarlo sin fiebre particular, como lo demuestra la interminable enumeración de condiciones previas que constituye el capítulo 13.

Así, el Evangelio según Marcos nos deja, conocer el pensamiento de los “Helenistas” de manera más precisa que los otros textos donde se trata el tema. Confirma que este grupo era más activista que dado a la reflexión teológica. Así se explica sin duda que no haya sobrevivido al paso de los años. Una vez desaparecida la primera generación, el extraordinario dinamismo de los primeros misioneros reculó extraordinariamente. Las comunidades “helenistas” de Palestina y Siria que sobrevivieron cayeron en un letargo que condujo a su desaparición progresiva bajo el empuje de grupos rivales mejor armados para durar. Después del paso de Pablo por Tiro, Tolemaida y Cesarea(77), hacia el 58 de nuestra era, no tenemos ningún trazo de la existencia de comunidades de esta tendencia. Este movimiento vigorosamente contestatario tuvo pues una historia bastante breve. Pero legó a las generaciones cristianas siguientes algunos importantes elementos: obligó a la Iglesia  de Jerusalem a salir de su cascarón y a interesarse por el mundo exterior, con el fin de evitar derivas desagradables, lo que fue el punto del comienzo de la misión organizada alrededor de Pedro; contribuyó a helenizar al cristianismo en el plano cultural, lo que orientó su expansión hacia el Imperio Romano más que hacia el Oriente Semita; ofreció con el Evangelio de Marcos, en su primera edición, un modelo literario que ejerció tal atracción en los autores cristianos de la segunda y tercera generación que el Evangelio vino a ser el modo de expresión privilegiado de la fe cristiana.                                                         
------------------------
1.     Hechos 8:1.
2.     Hechos 8:4.
3.     Hechos 6:5.
4.     Hechos 8:5.
5.     Hechos 8:6-7.
6.     Hechos 8:8.
7.     Hechos 8:6.
8.     Hechos 8:12.
9.     Hechos 8:9.
10.   Hechos 8:10.
11.   Hechos 8:13.
12.   Hechos 8:14.
13.   Hechos 8:15-16.
14.   Hechos 8:26-40.
15.   Hechos 8:38-39.
16.   Cf. Hechos 10:44-48.
17.   Hechos 8:18-24.
18.   Hechos 8:26-39.
19.   Cf. I Reyes 18, en particular versículo 12.
20.   Hechos 8:40.
21.   Cf. Hechos 9:32-36; 10:1-48.
22.   Hechos 21:8-14.
23.   Hechos 21:15-16.
24.   Hechos 11:19.
25.   Hechos 11:2-21.
26.   Hechos 11:22-24; 13:1.
27.   Hechos 11:25-26; 9:26-28.
28.   Hechos 13:1.
29.   11:25.
30.   11:26; 13:1.
31.   Hechos 13:1-3.
32.   Gálatas 2:12-13.
33.   Hechos de 13 a 15.
34.   Hechos 8:14-24.
35.   Hechos 9:32-43.
36.   Gálatas 2:11.
37.   Hechos 8:25.
38.   Hechos de 10:1 a 11:18.
39.   Hechos 15:7-11.
40.   1 Corintios 1:12; 3:22.
41.   1 Corintios 9:5.
42.   1 Pedro 1:1.
43.   1 Pedro 5:13.
44.   Hechos 11:21-24.
45.   Hechos, capítulos 13-14; 15:36-39; 1 Corintios 9:6.
46.   Gálatas 1:17.
47.   Hechos 8:32-35.
48.   Hechos 7:2-53.
49.   Hechos 6:7; cf. 21:20.
50.   Hechos 7:55-56.
51.   Hechos 7:52.
52.   Hechos 7:55-56.
53.   Cf. Mateo 25:31-46.
54.   Hechos 7:48-50.
55.   E. Trocmé, “La Formation de l´Evangile selon Merc”, Paris, 1963.
56.   Marcos 8:31-32; 9:31; 10:32-34.
57.   Marcos 8:32-33; 10:35-40.
58.   Marcos 3:20-35; 6:1-6.
59.   Cf. Marcos 7:3-4; 12:42.
60.   Marcos 8:34.
61.   Cf. Romanos 1:16-17.
62.   1:27; 4:41; 7:37; 9:32; 10:32; 14:3; 16:8.
63.   1:16-20; 2:14; 6:7-13.; 8:34-35; 10:17-31.
64.   Marcos 10:42-44.
65.   Marcos 10:45.
66.   Marcos 8:35.
67.   Marcos 7:1-23.
68.   Marcos 2:18-20.
69.   Marcos 2:23 a 3:6.
70.   Marcos 10:1-12.
71.   Marcos 11:12-25.
72.   Marcos 1:44; 2:25-28; 7:10; 10:5-9; 10:17-19; 28:33.
73.   Cf. Marcos 5:1-20; 7:24-30, 31-37; 13:10.
74.   Marcos 1:14-15; 6:35-45; 8:1-9.
75.   Marcos 1:16-20; 2:13-14; 3:13-19; 6:6-13; 8:34 a 9:1; 9:33-50; 10:17-31; 10:35-45.
76.   Marcos 8:38.
77.   Hechos 21:3-4.