lunes, 14 de mayo de 2007

FIERAS SERPIENTES

23 marzo

FIERAS SERPIENTES

Entre las muchas auto-caracterizaciones de Dios, una de las más interesantes nos llega como soliloquio derivado del libro de los Números. Yahvé encarnado recuerda los tiempos cuando Él envió una plaga de “serpientes venenosas” sobre los Israelitas. En su deambular por el desierto, se habían quejado de tener hambre y sed. Las serpientes fueron SU reacción a estas quejas. Después que muchos murieron mordidos por las serpientes, los que sobrevivieron se volvieron a Moisés desesperados en búsqueda de ayuda, más que en disposición de arrepentimiento por “el crimen de haberse quejado.” Moisés, entonces, oró al Señor, Quien le instruyó para que violara uno de los mandamientos del Sinaí e hizo una imagen de una serpiente. “Ponla sobre un asta,” Le dijo a Moisés, “y cuantos mordidos la miren, sanarán” (Num. 21:4-9). Moisés obedeció, la plaga terminó, y el pueblo siguió su camino.

Ahora, solo en la noche, más de un milenio después, habiendo cometido una ofensa capital contra el poder religioso-político en Jerusalem, Jesús se imagina a sí mismo “elevado” en el patíbulo y se compara a sí mismo, en esta condición, a la serpiente que Moisés “levantó” en aquel palo en el desierto. La serpiente fue elevada de manera que los Israelitas mordidos pudiesen ser curados. El Yahvé encarnado sería levantado “de manera que todo el que creyese en él tendría vida eterna.” Esta es la ecuación, aunque una ecuación profundamente chocante, pues qué veían los Israelitas cuando miraban a la serpiente de bronce? Los anticuarios dirán que magia o remedio medicinal. Pero, en la historia, tal y como la tenemos, lo que los Israelitas vieron fue un recuerdo de que el Señor estaba preparado para matarlos por la simple ofensa de quejarse de hambre y sed. Cuando miraban a la serpiente de bronce, aunque quedasen curados, veían un recuerdo de por qué habían de temerle, al Señor, en tan gran manera. Las serpientes, después de todo, no eran la causa de su muerte. El Señor mismo era la causa.

Y qué es lo que Jesús sugiere que toda la humanidad verá cuando le miren elevado en la cruz? Como puede uno evitar decir que verán tanto la causa como la cura de su enfermedad? A la objeción de que esta comparación es muy rebuscada, responderé que es Jesús mismo quien ha rebuscado esta comparación. La serpiente de bronce es un detalle de un oscuro episodio en la historia Israelita. La comparación es tan arcana, tan recherché, que solo puede ser completamente, intencionadamente provocativa.

Es que no había otra imagen disponible para él que la de la serpiente? No se podría haber comparado, por ejemplo, con la columna de nube durante el día y la de fuego durante la noche que guiaba a los Israelitas en el desierto? Por qué este brutal y grotesco símbolo? Por qué si no porque en este incidente el crimen humano y el castigo divino están atrozmente mal emparejados? La pena de muerte por una queja acerca de la comida? Como no cuestionar la Divina inocencia? Por qué conjurar la memoria de la serpiente de bronce si no para sugerir que aquellos que vean a Jesús en la cruz verán no solo el remedio para la condición humana, sino, también, su causa?

Aunque las palabras de Jesús en el Templo aludían a su destrucción, los medios de la destrucción no eran nombrados. Aquí están. En este soliloquio, Jesús alude por primera vez a su crucifixión, y la alusión es altamente oblicua, audible solo para la gente que conoce el resto de la historia. Y entonces, en estos momentos, Jesús pronuncia una de las más citadas frases en el Nuevo Testamento:

Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna. (Juan, 3:16).

Jesús hace la extraña afirmación que Dios está dando a su hijo, su yo encarnado, al mundo, como Moisés, dio la serpiente a los Israelitas –o sea, un icono contra y un remedio para su propia crueldad. Cuan obsesionadamente resuenan las siguientes líneas, contra la ahora despierta memoria de la venganza criminal del Dios, cuando Dios continúa diciendo que esta vez no ha venido a juzgar:

Pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. (Juan, 3:17).

A medida que se oscurece el escenario, amplias promesas y oscuras confesiones penden en el aire, su significado apenas descifrable. El mundo está, en cierta manera, perdido, un mundo que ha de ser salvado. Su salvación requiere en cierta manera una nueva creación. Todo esto se lo reveló a Nicodemo. Pero la nueva creación requiere a su vez la muerte del creador, y este tan chocante prospecto el Dios encarnado no se lo confiesa a nadie, lo guarda para sí mismo.

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