domingo, 1 de julio de 2007

EL DIOS PADRE Y LA GRAN DIOSA

EL DIOS PADRE Y LA GRAN DIOSA


Respecto a Freud y su complejo de Oedipo, hay que decir que no tiene en cuenta que a la hora de cazar la agresión se centra en el animal a cazar y, por lo tanto, retirada del hombre. Pero en orden a que esta agresión alcance su meta, los instintos que inhiben la agresión –o sea, respuestas a la sexualidad femenina y la conducta infantil- han de ser bloqueadas. En la imaginación del cazador y en los actos de muto aliento, la presa no puede aparecer como una mujer o un niño sino, que más bien, tiene que parecer grande y masculina, aunque se trate de un conejo. El hecho de que los más provechosos trofeoas fuesen los más grandes mamíferos –vacas, osos, mamuths- y los más grandes aunque no los más sabrosos, especimenes en cada caso eran masculinos, encaja con todo esto. La agresividad del cazador era, no obstante, modificada de manera remarcable. No era su fin destruir, sino agarrarla y hacerla de su propiedad. Así, en cierto sentido, la presa grande y masculina era parte del grupo, en el sentido básico de la palabra. Masculino, grande, una especie de padre, un símbolo del padre, un sustituto del padre. El asesinato consciente es parricidio.

La tendencia humana a respetar a la autoridad pone de lado los impulsos agresivos, así comenzaron las viejas generaciones, lo que les permitió, al menos temporalmente, afirmar su poder. La rebelión latente en las generaciones emergentes y sus inclinaciones Oedipales hacia el parricidio quedan neutralizadas ritualmente en la caza, el sacrificio y la guerra. La intuición de Freud de que un parricidio está como comienzo del desarrollo humano es confirmada en cierta medida, aunque no en el sentido de un crimen histórico fijado sino, más bien, en la función de símbolos rituales y las estructuras correspondientes en el alma.

RITUAL/LA DIOSA MADRE

El ritual enfatiza y guía las fantasías individuales. La restitución Ritual incluye expresar la mala conciencia y renovar la renuncia, sumisión, y culto; la preparación del ritual incluye renuncia anticipada y dar cosas en la esperanza del éxito. Los gestos, --arrodillándose, postrándose etc.—son tomados de conductas encontradas en la interacción humana. La particular función está en relación con nuestros semejantes, promover la unidad y la confianza en lugar de tensiones agresivas. Apartado de cualquier objeto real y orientado hacia algo imaginario. Esta conducta está consolidada y crece con la necesidad de imitar y con las presiones de la tradición: la gente actúa colectivamente como si un casi humano ser, invisible estuviera presente y al que han de adorar. La experiencia de un poder trascendente está mediada por la comunidad. Al mismo tiempo, al adorar este poder el individuo adquiere una especial libertad individual e independencia de sus conciudadanos, puesto que las inevitables confrontaciónes que resultan de los intereses egoístas son reemplazadas por una orientación colectiva. Cuando el lenguaje trata de nombrar este objeto imaginario y trata de describirlo, hay al menos un concepto de dios rudimentario, basado en la experiencia formada por el ritual.

Algunos mitos Griegos dan algunas indicaciones de que el dios es idéntico con su animal sacrificial. Zeus, por ejemplo, se transforma a sí mismo en un toro, Dionisos en un niño etc. Pero la afirmación que la figura del dios-padre estaba ligada a la característica parricida del sacrificio provocó fuerte resistencia, especialmente en una sociedad extremadamente patriarcal como la Griega. Honorar al padre de uno era central a la moralidad consciente, el parricidio más bien impensable. Por lo tanto, el crimen de Kronos contra Urano entró en la literatura oficial Griega solo bajo el impacto de un modo de Orientalización. El carácter complementario de la conducta extraordinaria y ordinaria podía de otra manera ser expresado sólo en el contexto de las sociedades secretas y los mitos secretos, o sea, en los misterios. Así, era más simple denominar al animal sacrificial un “enemigo del dios”. El macho cabrío es matado para Dionisos porque se come las viñas. El enfado de Hera contra Io, la vaca.. Pero en contraste característico con los Egipcios, por ejemplo, los Griegos no fueron consistentes en esta ideología de designar a la víctima como enemigo; Io era, simultáneamente la sacerdotisa de Hera, representando a la diosa misma, y Artemisa mató a la osa Calisto quien era considerada la más bella, la perfecta semejanza de Artemisa, la más bella. En la pinturas, mostrando al dios y su animal sacrifical uno al lado del otro en casi una comunión interna, podemos reconocer la ambivalencia emocional del sacrificio que hizo posible que los Griegos creasen la tragedia.

La sucesión de generaciones masculinas está caracterizada por el conflicto y la muerte, pero la cultura necesita una continuidad que pueda sobrevivir a la catástrofe. En orden a alcanzar esta continuidad y demostrarla, el ritual que comenzó en el Paleolítico Superior, aparentemente encontró un mecanismo especial: la simbolización de lo femenino. Figuras femeninas han aparecido desde Liberia hasta España. Es la madre de las bestias que son cazadas y sacrificadas, un poder dador de vida que gobierna a los muertos. En otros murales, hombres vestidos con pieles de leopardo merodean alrededor de un ciervo o un toro; en una estatuilla, la diosa aparece flanqueada por un leopardo: ella es atendida por la comunidad de cazadores, los homo necans, (hombres cazadores) asimilándose él mismo a un animal de presa. La iconografía lleva directamente a la imagen de Cibeles sentada en su trono entre dos leones. Podría ser el joven que está íntimamente conectado con la gran diosa en Çatal Hüyük quizá un predecesor de Attis/Adonis?

En el Neolítico y la Edad de Bronce, los ídolos hembras vinieron a ser en muchas maneras más desarrollados y diferenciados. No se pueden igualar las estatuas de los sepulcros de las Cíclades con las espléndidas estatuas de la diosa en Minos. Pero no se puede dudar que reflejan una continuidad y diferenciación que crece de una raíz común. Las diosas

Del politeísmo Griego, tan diferentes y complementarias, son, no obstante, consistentemente similares en apariencia en una edad temprana, con una o la otra como principal o dominante en un santuario o ciudad. Cada una es la Gran Diosa presidiendo sobre una sociedad masculina; cada una está descrita en su vestimenta como Señora de los animales y Señora del sacrificio, incluso Hera y Demeter. Artemisa disfruta de una relación más cercana a la caza, pero al mismo tiempo Artemisa de Éfeso es muy similar a la Cibeles Asiática. Afrodita, recuerda orígenes orientales, la diosa desnuda, que era, ella misma, una transformación de las antigua “estatuillas de Venus”, viniendo a ser más sexual y menos peligrosa en el curso de la civilización. La diosa Ishtar, sin embargo, permaneció como diosa de la guerra, y Venus pudo proveer la victoria a Cesar.

Estas diosas son característicamente salvajes y peligrosas: son las que matan, las que exigen y justifican el sacrificio.

El cazador tiene que mantener a la familia. Actúa en beneficio de su esposa y su madre. Cuando esto se une con sentimientos de ansiedad y culpa, es confortante pasar la responsabilidad a otra, más alta voluntad. El cazador se dispone a realizar su trabajo mortal “en beneficio de la Madre”. Durante ese tiempo, este objetivo de largo alcance le fuerza a abstenerse de relaciones sexuales. Cuando la frustración sexual se añada a la agresividad del cazador, le aparece a él como un misterioso ser femenino que habita al aire libre. Así, esta voluntad más alta a la cual se somete deviene consolidada en la concepción y reproducción artística, la esposa y madre, la que trae los niños, al que da la vida, pero la que pide la muerte; en sus manos, tiene el Cuerno de la Abundancia roto. El hombre primitivo veía y realizaba que el misterioso proceso del nacimiento, una mujer dando nueva vida desde su vientre, podía cerrar las mandíbulas de la muerte. Por lo tanto, era la mujer la que aseguraba la vida después de la muerte. El sacrificio de sangre y la muerte proveían el complemento necesario. Al lado de la diosa estaba su pareja muriendo, el animal del sacrificio. Al lado de la diosa antropomórfica de Çatal Hüyük y de la Creta Minoica está el toro representando la masculinidad, el toro que debe morir. Mientras que Isis representa la permanencia del trono, el faraón toma el cargo en tanto que Horus, pero siempre muere como Osiris. El hombre, el paradigma de la humanidad en una sociedad masculina, entra en el orden permanente como un joven, transformado ritual y simbólicamente en el “toro de su madre”, como aprendemos de uno de los epítetos del faraón, y tarde o temprano debe morir, como el animal del sacrificio. Por lo tanto, el mito provee a la Gran Diosa de un compañero elegido que es su hijo y amante; conocido como padre Attis, a quien la diosa ama, castra, y mata.

El indecible sacrificio sigue al sacrificio-doncella y es simultáneamente una restitución de la doncella de acuerdo con la voluntad de la Gran Diosa. La madre y la doncella, Coré, están una al lado de la otra, encontrándose en el curso de los rituales secretos. En mitología, las dos pueden ser indistinguibles y estar superpuestas, en cuyo caso la Gran Diosa es doncella, amante, y madre al mismo tiempo. Pero la doncella tiene su parte del sacrificio: el carnero, un animal considerado una especie de padre, fue sacrificado a Coré. Así, lo que parece, cuando se sigue el mito mediante la lógica, causar las más severa contradicción, tiene una función necesaria en el drama de la sociedad humana en la contraparte de los lazos familiares y la actividad masculina.

En el ritual religioso y la resultante adoración de un dios, la cohesividad y existencia continuada de un grupo y su cultura están mejor garantizadas mediante una autoridad suprema permanente. El ritual provee la orientación que transforma la confrontación en unidad. En la tormenta de la historia, siempre fueron aquellas organizaciones sociales con fundamentos religiosos las que fueron capaces de auto-afirmarse ellas mismas: todo lo que quedo del Imperio Romano fue la Iglesia Católica. Y ahí, también, el acto central es el increíble y voluntario sacrificio en el que la voluntad del Padre es una con la del Hijo, un sacrificio repetido en la santa cena, que aporta salvación mediante la admisión de la culpa. Un orden permanente surgió –el progreso cultural que no obstante conservó la violencia humana. Todos los intentos de crear un nuevo hombre han fallado. Quizá nuestras futuras posibilidades serán mejores si el hombre reconoce que es todavía lo que antaño fue, que su existencia está definida por el pasado.

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