miércoles, 25 de julio de 2007

LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA

LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA

Si uno quiere aclarar cuales no son los libros de la Biblia que pueden ser utilizados para obtener una visión histórica, sea mediante la arqueología o los textos, habría que empezar por señalar los libros del Pentateuco. Específicamente los libros del Génesis, Éxodo, Levítico, y Números. Estos materiales constituyen una especie de prehistoria que ha sido adjuntada a la épica principal del antiguo Israel por editores posteriores. Todo esto puede haber sido destilado de tradiciones orales, y muchos académicos sospechan que algunas de las historias –como las narrativas de los Patriarcas- pueden haber tenido cierta historicidad. Esas tradiciones están sobrecargadas con materiales fantásticos y legendarios que el lector moderno puede disfrutar como cuento, pero que puede muy difícilmente ser tomada en serio como histórica. Por ejemplo, ningún arqueólogo se va a poner a buscar ahora el Jardín del Edén. La historia del Jardín es acerca de la humanidad (Hebreo ´adam, hombre) y la Madre de todos los seres vivientes (hawwâ, dadora de vida) en un Paraíso terrenal (gan ´eden). O sea, el Edén no es un lugar en ningún mapa, sino un estado de la mente.

Tomando las narrativas patriarcales. Después de un siglo de investigaciones exhaustivas, todos los arqueólogos respetables han abandonado la esperanza de recuperar ningún contacto que haga de Abraham, Isaac o Jacob figuras históricas creíbles. Incluso la investigación arqueológica de Moisés y el Éxodo ha sido descartada como una investigación imposible. Es más, la enorme evidencia arqueológica de que se dispone hoy día demuestra los orígenes indígenas de Israel y no deja posibilidad de un deambular durante 40 años por el desierto del Sinaí. Es posible que Moisés fuese una figura que existió en algún lugar de Transjordania a mediados del siglo 13 A.C. donde muchos estudiosos consideran que comenzó la tradición referente a Yahvé. Pero la arqueología nada puede hacer para confirmar a semejante personaje, mucho menos demostrar que él fue el fundador de la religión Israelita. En cuanto a Levítico y Números, éstas son claras adiciones a la pre-historia por parte de Sacerdotes Editores posteriores preocupados con nociones de pureza ritual, temas de la tierra prometida, y otros motivos literarios, que muchos lectores modernos encontrarán poco edificantes, y menos aún históricos.

Todo lo que se refiera a la Biblia Hebrea a poesía, sabiduría, y literatura devocional también ha de ser eliminado de la consideración histórica. El libro de las Crónicas, claramente dependiente del libro de los Reyes pero que, según muchos estudiosos, contiene algunas tradiciones independientes de valor histórico ocasional.

La mayoría de los estudiosos ven la historia épica del Israel monárquico y el periodo formativo precedente (Jueces) como contenido primariamente en lo que es llamado la historia Deuterónomica. Éste es un trabajo compuesto, que va desde el Deuteronomio a través de Samuel y Reyes. Incorpora fuentes más antiguas, pero están éstas entretejidas con gran sofistificación literaria en una épica nacional que se propone trazar un mapa de la historia de Israel desde sus comienzos en Canaan (siglo XII) hasta la caída de Jerusalem y el comienzo del exilio (cerca del siglo VI).

Este corpus literario, la historia Deuteronómica, puede ser distinguido en su presente forma unificando temas que caracterizan a la primera parte, el libro del Deuteronomio (Segunda ley de Moisés). Ahora bien, de acuerdo con la opinión de la mayoría de estudiosos modernos, todo el Deuteronomio es una obra literaria y que surge de un círculo de reformadores religiosos en los tiempos del rey Josías, a finales del siglo VII. Este libro perdido desde hacía mucho tiempo es mencionado en 2 Reyes 22:8-20 como habiendo sido encontrado por casualidad por el sumo sacerdote Hilkiah en el templo de Jerusalem, fue leído al Rey y vino a ser el fundamento para una gran reforma nacional. Se sospecha que los miembros radicales de lo que vino a ser la escuela Deuteronómica fueron los que redactaron el núcleo central del Deuteronomio, poniéndolo en boca del legendario Moisés por razones obvias, escondiéndolo en el Templo donde sería dramáticamente descubierto. De esta forma aparecería como una segunda Palabra de Yahvé, una segunda oportunidad para el arrepentimiento de Israel y su salvación en la víspera del avance Neo-Babilonio. En resumen, la historia Deuteronómica en tanto que obra literaria compuesta es principalmente, propaganda, diseñada para dar legitimidad teológica a un partido de reformadores ultra-ortodoxos, lo que ha sido llamada (junto con el movimiento profético de la época) el partido de sólo Yahve.

Esta breve visión de la historia del Deuteronomio representa el consenso de la principal corriente académica desde 1930. Quedan algunos problemas sin resolver. (1) Primero la fecha de composición del Deuteronomio. No puede ser antes del tiempo de Josías (640-609), pero los estudiosos de la Biblia están divididos acerca de esta afirmación. Unos piensan que el Deut. Es una obra unificada del periodo pre-exílico; otros ven un núcleo pre-exílico del (Deut. 1), editado y suplementado por escritores post-exílicos en el periodo Persa (Deut. 2); y los académicos más radicales, como los revisionistas, datan la obra completa, unificado o no, en el periodo Heleno (Philip R. Davies) o incluso el periodo Romano (Thomas L. Thompson).

(2) La respuesta a la segunda cuestión depende obviamente de la respuesta a la primera: cuan confiable es la historia Deuteronómica, dada su omni-abarcante agenda teológica, composición literaria compleja, y fecha incierta? Hay que subrayar cuan importante es la segunda cuestión, puesto que el corpus Deuteronómico contiene la completa historia épica de Israel, o sea, una versión radical re-editada de la obra literaria más temprana, la mayoría perdida hoy día. El Deuteronomio afirma ser una historia no sólo de las reformas de Moisés sino de toda la historia de Israel; es una historia teocrática en gran escala.

En el corazón de la historia del Deuteronomio yace la narrativa conectada en 1-2 Reyes, comenzando con la muerte de David y continuando la historia hasta la caída de Jerusalem. McKenzie se pregunta si hubo adiciones proféticas posteriores a la obra, tales como las del ciclo de Eliseo y Elías (que McKenzie toma como no históricas). Pero aunque el libro hubiese sido editado o compuesto por escuelas post-exílicas que llevaban los nombres de los profetas reflejan un entorno histórico, en muchos casos muy anterior trazándose hacia atrás en la Edad de Hierro. Para ser más específico, la mayor parte del material en los grandes libros proféticos refleja la vida diaria Israelita, aunque sea no intencional respecto al mensaje teológico. Además se puede demostrar que muchos aspectos de este cuadro de la vida diaria no encajan en el periodo Persa, mucho menos en el Heleno-Romano. Encajan solamente en el periodo de la Edad de Hierro II (cerca del 1000-600) y deben, por lo tanto, haberse originados en una historia de Israel real, no ficcional. Semejante proposición va completamente contra los revisionistas, que asumen que los escritores bíblicos conocían muy poco, si es que conocían algo, de la historia real. Esto permitió un reinado libre de su imaginación en la composición literaria, o incluso resultó en invenciones; la Biblia Hebrea es para ellos ficción piadosa, un engaño literario. Es precisamente esta afirmación la que voy a refutar.

La crítica literaria moderna de la Biblia Hebrea comienza en el siglo XIX consiguiendo aislar no sólo la escuela D (Deuteronomio), sino también otros bloques de material literario o fuentes que nos lloverían hacia atrás hacia otros grupos anónimos de compositores. Estos incluían la escuela J, así llamada por su preferencia por el nombre de Yahvé al referirse a Dios. Se piensa que tuvo su origen en los siglos X o IX A.C., posiblemente en el sur de Israel. La escuela E, en contraste, usó el nombre Hebreo Elohim para Dios; fechada entre los siglos IX y VIII, vista como reflejando las preocupaciones del norte. Se ha llegado a decir que J y E quizá contengan tradiciones mucho más antiguas, que incluso podían estar combinadas o entretejidas. Esto explicaría los dobletes, contradicciones, y anacronismos, etc. que tanto se han señalado en el Pentateuco. Este proceso de amalgamación y edición que produjo el Pentateuco en su forma presente fue atribuido a P, escuela sacerdotal que floreció principalmente en el periodo post-exílico, cuando fue copila lo que hoy conocemos como Biblia, según la opinión de los principales académicos mundiales. El aislamiento de estas cuatro fuentes –J, E, D, y P- fue una contribución de la crítica, o hipótesis documental de los escolares bíblicos. Aunque la teoría básica de las fuentes separadas ha sido atacada una y otra vez, y ha sido revisada varias veces, permanece aún como principal fundamento de toda la crítica literaria y estudio histórico de la Biblia Hebrea.

De todas formas hay que mantener la visión histórica en mente en esta era de interpretaciones literarias. La meta de la crítica moderna es el establecimiento de un texto Hebreo confiable, corregido de errores en la medida de lo posible mediante el análisis filológico y literario; recuperación de los datos, autoría, y circunstancias históricas. Todo el presupuesto crítico-literario moderno ha sido positivista, y muchos estudiosos postmodernos han cuestionado este método o lo han rechazado debido a su excesiva confianza y postura autoritaria. Pero los actuales ataques contra el historicismo pierden de vista demasiado fácilmente lo que los arqueólogos ven como esencial, la dimensión crítica de todos los estudios textuales antiguos: la historia.

Uno de los aspectos particulares de los estudios críticos modernos de la Biblia Hebrea ha sido la crítica de las formas, utilizado por H. Gunkel (1917), el análisis de la manera como la tradición literaria fue finalmente editada, en orden a comprender los textos bíblicos y explicar cómo fueron recopilados, transmitidos, y finalmente editados en largas composiciones literarias aislando primero unidades individuales. Estas podían entonces ser caracterizads –sea como mitos, leyendas, saga, cuentos populares, etc.- trazándolos hacia atrás hacia un Sitz im Leben (marco, entorno vital) que pudiese explicar su origen y durabilidad, primero en la tradición oral y después en la escrita.

Pero el punto esencial que muchos filólogos (y teólogos) pasan por alto es que la literatura no refleja necesariamente la vida real, al menos no la vida de las masas, sino sólo la de los literatos. Los textos bíblicos reflejan la imaginación creativa-literaria de una muy pequeña clase elitista, algunas veces intelectuales próximos a la corte, profetas y probablemente escribas (pocos sabían leer y escribir en el pueblo, sólo una elite minoritaria. Estas son la gente que escribieron la Biblia, para otros como ellos mismos (ej. elite cultural-sacerdotal de la corte. El pueblo llano no tenía acceso a este tipo de literatura, ni sabía leer, ni había imprentas. Viajar de cualquier pueblecito en la campiña de Israel a Jerusalem era como darle la vuelta al mundo hoy día).

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