jueves, 29 de mayo de 2014

JESÚS Y EL REINO DE LOS CIELOS

JESÚS Y EL REINO DE LOS CIELOS
Hasta el arresto de Juan, Jesús no de dejó el entorno del Mar Muerto y del Jordán. La estancia en el desierto de Judea era generalmente considerada como la preparación para grandes eventos, como una especie de retiro anterior a actos públicos. Jesús se sometió al ejemplo de otros y pasó cuarenta días sin otra compañía que las bestias salvajes, practicando un ayuno riguroso. La imaginación de los discípulos se activó mucho respecto a este evento. El desierto era, en la creencia popular, donde habitaban los demonios(1). Se creyó que durante el tiempo que pasó en este horrible lugar, hubo de superar pruebas terribles, que Satán le había amedrentado respecto a sus ilusiones y le realizó promesas seductoras, y que los ángeles para recompensarle por su victoria vinieron a servirle(2).

Es posible que Jesús se enterase del arresto de Juan Bautista al salir del desierto. No tenía razón permanecer en un país que casi le era extraño. O quizá temía exponerse al mismo destino que Juan, en unos momentos en los que aún no era conocido y su muerte no serviría para el progreso de sus ideas. Se volvió a Galilea(3), su patria verdadera más maduro debido a esta importante experiencia y después de haber tenido contacto con un gran hombre.

Quizá si el Bautista hubiera permanecido libre, difícil habría sido evitar el estar bajo su autoridad, ni rechazar el yugo de los ritos y prácticas externas, lo que habría hecho de Jesús un Judío sectario desconocido, pues seguramente la gente no habría abandonado unas prácticas por otras. Es mediante la atracción de una religión libre de toda forma externa que el Cristianismo sedujo las almas elevadas. El Bautista una vez en la cárcel, su escuela disminuyó, y Jesús se dedicó a su propio movimiento. Lo que se debía a Juan eran, en cierta manera, las lecciones de predicación y acción popular. Desde entonces predicó con mucha más fuerza y se impuso a la muchedumbre con autoridad(4). Parece también que su estancia cerca de Juan hizo madurar sus ideas sobre el “Reino de los Cielos”. Su proclama principal es “la buena nueva”, el anuncio que el Reino de Dios está cerca(5). Jesús no será solamente un moralista aspirante a encerrar en unos cuantos aforismos vivos y cortos lecciones sublimes; es el revolucionario transcendente, que trata de renovar el mundo desde sus fundamentos mismos y fundar en la tierra el ideal que ha concebido. Participar en el “Reino de Dios” será sinónimo de ser discípulo de Jesús(6). Estas palabras de “Reino de Dios” o “Reino de los Cielos”, eran, desde hacía tiempo, conocidas por los Judíos. Pero Jesús les da un sentido moral, un alcance social que el autor del Libro de Daniel, en su entusiasmo apocalíptico, no deja entrever.

La venida de este reino del bien será una gran revolución súbita. El mundo parecerá al revés de lo que es, basta concebir más o menos lo contrario de lo que existe. Los primeros serán últimos(7). El germen de esta revolución no será al comienzo reconocible. Será como el grano de mostaza, la más pequeña de las semillas que una vez sembrada da un árbol grande donde descansan las aves del cielo(8). Una serie de parábolas, oscuras a menudo, explicaban las sorpresas de este evento repentino, sus aparentes injusticias, su carácter inevitable y definitivo(9).

Una revolución radical(10), que comprendía hasta la naturaleza misma, tal fue el pensamiento fundamental de Jesús. Desde entonces renunció a la política; quizá el ejemplo de Judas el Galileo le había mostrado la inutilidad de las sediciones populares. Nunca pensó en rebelarse contra los Romanos y los tetrarcas. Su sumisión a los poderes establecidos, insignificante en el fondo, era completa en la forma. Pagaba el tributo al César para no escandalizar. La libertad y el derecho no son de este mundo, para qué complicarse la vida con susceptibilidades vanas? Sin tener en cuenta la tierra, convencido que el mundo presente no merece que uno se preocupe, se instaló en su reino ideal y fundó esta doctrina del desdeño transcendente(11), verdadera doctrina de la libertad  de las almas, que otorga la paz. Aunque aún no había dicho: “Mi reino no es de este mundo”. Se dice que un día la gente de Galilea quisieron hacerlo rey(12). Jesús huyó a la montaña permaneciendo unos días solo. Su naturaleza le salvo de cometer el error que habría hecho de él un agitador o jefe de rebeldes, un Theudas o un Barkohba.

La revolución que siempre quiso hacer fue una revolución moral, aunque aún no se había confiado para su realización a los ángeles y a la trompeta final. Es sobre los humanos y mediante los humanos mismos que quería actuar. Un visionario que solamente hubiera tenido en mente la idea de la proximidad del juicio final no habría cuidado tanto de la mejora del hombre, ni habría fundado la más bella enseñanza moral que la humanidad ha recibido.

Lo que Jesús creó es la doctrina de la libertad de las almas. Jesús no conocía lo suficiente la historia como para darse cuenta cuan a tiempo llegaba su doctrina, en una época en la que la libertad republicana había llegado a su fin, en la que las pequeñas constituciones municipales de la antigüedad expiraban en la unidad del imperio romano. Pero su admirable buen sentido y el instinto verdaderamente profético que tenía de su misión le guiaron con una seguridad maravillosa. Mediante estas palabras: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Creó algo diferente a la política, un refugio para las almas en medio del imperio de la fuerza brutal. El poder del estado quedó limitado a las cosas terrenales. Si Jesús se hubiera desplazado a Roma para conspirar contra Tiberio, o a ensalzar a Germánico, que habría sido del mundo? Sin duda, no habría conseguido parar el curso del mundo, mientras que al declarar la política insignificante, reveló al mundo que la patria no lo es todo, y que el hombre es anterior y superior al ciudadano.

En el fondo, lo ideal es siempre una utopía. La reforma de todas las cosas que quería Jesús(13) no era lo más difícil. Esta tierra nueva, este cielo nuevo, esta Jerusalem nueva que desciende del cielo, el grito: “He aquí que lo hago todo nuevo”(14), son los rasgos comunes de los reformadores. Siempre el contraste del ideal con la triste realidad producirá en la humanidad estas revueltas contra la fría razón que los espíritus mediocres tachan de locura, hasta el día que triunfan y aquellos que la han combatido son los primeros en reconocer su alta razón.

Que hubo una contradicción entre la creencia de un fin cercano del mundo y la moral habitual de Jesús, concebida en vista a un estado estable de la humanidad, bastante análogo al que existe, no se tratará de negarlo(15). Fue, precisamente, esta contradicción la que aseguró el éxito de su obra. Los milenarista solos no habrían realizado nada durable; los moralistas no habría hecho nada poderoso. El milenarismo dio el impulso, la moral aseguró el porvenir. Con esto, el Cristianismo reunía las dos condiciones para tener éxito en este mundo, un punto de partida revolucionario y la posibilidad de vivir. Todo lo que tiene éxito debe responder a estas dos necesidades, pues el mundo quiere cambiar y durar a la vez. Jesús, al mismo tiempo que anunciaba un cambio sin igual en las cosas humanas, procla los principios sobre los cuales la sociedad reposa desde hace más de dos mil años.

Lo que distingue a Jesús de los agitadores de su tiempo y de aquellos de todos los tiempos, es su idealismo perfecto. Jesús, en muchos sentidos es, por así decirlo, un anarquista, pues no tiene ninguna idea sobre el gobierno civil. Todo gobierno le parece, simplemente, un abuso. Habla en términos vagos como si no tuviera idea alguna de política. Todo magistrado le parece un enemigo natural de los hombres de Dios. Quiere acabar con la riqueza y el poder, no hacerse con ellos. La idea que se es todopoderoso mediante el sufrimiento y la resignación y que se triunfa sobre la fuerza mediante la pureza de corazón, es una idea propia de Jesús. Jesús no es un espiritualista, todo desemboca pare él en una realización palpable.

A quién dirigirse, con quién contar para fundar el Reino de Dios? Jesús no duda un momento. Lo que es elevado para los hombres es abominación a los ojos de Dios(16). Los fundadores del Reino de Dios serán los simples. Nada de ricos, ni doctores, ni sacerdotes; las mujeres, los hombres del pueblo, los humildes, los pequeños(17). La gran señal del Mesías es la “buena nueva” anunciada a los pobres(18).          
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1.     Tobías 8:3; Luc. 11:24.
2.     Mat. 4:1; Marc. 1:12-13; Luc. 4:1. La sorprendente analogía que estos relatos ofrecen respecto a leyendas análogas en la Vendidad(XIX) y en el Lalitavistara (cap. XVII, XVIII, XXI)llevan a ver en todo esto un mito. Pero el relato conciso de Marcos, que representa aquí la redacción más antigua, supone que se trata de un hecho real, que más tarde fue tema de desarrollos legendarios.
3.     Mat. 4:12; Marc. 1:14; Luc. 4:14; Juan 4:3.
4.     Mat. 7:29; Marc. 1:22; Luc. 4:32.
5.     Marc. 1:14-15.
6.     Marc. 15:43.
7.     Mat., 19:30; 20:16; Marc. 10:31; Luc. 13:30.
8.     Mat. 13:31; Marc. 4:31.
9.     Mat. 13, entero; 18:23; 20:1; Luc. 18.
10.   Hech. 3:21.
11.   Mat. 17:23-26; 22:16-22.
12.   Juan 6:15.
13.   Hech. 3:21.
14.   Apoc. 21:1,2,5.
15.   Las sectas milenaristas Inglesas presentan el mismo contraste: la creencia en un fin del mundo cercano, y, sin embargo, un muy buen sentido en la practica de la vida, una gran armonía en los asuntos comerciales e industriales.
16.   Luc. 16:15.
17.   Mat. 5:3,10; 18:3; 19:14, etc.

18.   Mat. 11:5.

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