JAKOB BÖHME
Para J. Böhme el
“Ungrund” -sin fondo- es un UNO super-esencial, una NADA indeterminada y una
VOLUNTAD -pura- o Pura Voluntad.
El primer libro
que escribió Böhme lo tituló “Aurora”, doce años después de haber tenido una
visión en la que se le reveló todo el orden universal reflejado en el fondo
oscuro de una vasija de estaño que estaba colgada en su taller.
Mantenía Böhme
que el eclesiastismo de uno u otro color va detrás del poder y del dinero, de
las finanzas, etc. Para Böhme no hay santidad que sea dada entera y de manera
definitiva. La santidad es el fruto de una vocación, debe ser ganada. El
verdadero pecado de Adán se consuma en el momento en que se abandona al sueño,
y el nacimiento de Eva es su consecuencia. En cuanto a la tentación, duró todo
el tiempo de su estancia en el Paraíso.
Para Böhme, el
deseo es la fuerza primordial. La voluntad divina se convierte en deseo, y
entonces se forma el mundo de la naturaleza eterna en el que Dios se
manifestará: “En el Principio era el Deseo”.
La Naturaleza
Eterna es un viento que se convierte en un cuerpo perfecto. Este viento es un
alma a la que Böhme llama el “Alma Eterna”. Esta Alma primera y universal es el
modelo de todas las almas futuras, luego también del alma humana revestida por
Cristo. Pero, qué es esta alma? Es el deseo. Ahora bien, para manifestarse
plenamente Dios se busca. Dios no se revelará verdaderamente hasta que se haya
encontrado. La búsqueda de Dios por Sí mismo se manifiesta en su deseo de la
violencia del fuego devorador, y después de la dulzura del agua. La búsqueda de
Dios por parte del hombre, que es también la del hombre por sí mismo, será a
imagen de estos dos deseos. En su forma primera, el deseo es una voracidad que,
alimentándose de sí misma, se exaspera sin cesar por no ser sino un furioso
torbellino. Este deseo no engendra mas que su propio abismo generador de
tinieblas y de terror. No obstante su produce una conversión en el ciclo
primordial una “Metanoia”. Es la conversión del deseo. El fuego oscuro se
transforma en Luz. Ese fuego tenebroso es un fuego que no alumbra, que no
proyecta ninguna claridad. El fuego que arde sin alumbrar es el símbolo del
deseo jamás saciado. La llama que ilumina y que jamás se extingue es el deseo
eternamente colmado. Este fuego devorador es ante todo la expresión de la
cólera divina. La Luz es sinónimo del amor. A la cólera de Dios se opone su
amor. En virtud del agua, el deseo deviene substancial. Toma cuerpo en lugar de
cavar siempre su propio abismo. Es la fe que se encarna en un cuerpo de luz. El
deseo se implanta en ese cuerpo radiante. Se fija al renovarse eternamente.
Subsiste, pues es eternamente saciado. La substancia está en su permanencia. El
alma que se libera del infierno desaparece en su deseo de amor. El alma que cae
en su fondo tenebroso será torturada eternamente por un deseo que jamás se
fijará en una verdadera substancia. Jamás tal alma se establecerá
verdaderamente en un cuerpo. Será eternamente errante. Esta alma tenebrosa será
imagen de su deseo.
En la Biblia, desierto
aparece, por un lado, como lugar de desolación. Por el otro es el espacio de la
prueba salvadora. Con la luz brota la verdadera vida. La vida y la luz son uno.
Nacer a la verdadera vida es, ante todo, morir. El nacimiento de la luz es la
muerte del fuego. Para que la criatura se cumpla es necesario que su voluntad
propia se niegue y se abandone totalmente a otra voluntad, que es aquella de la
que procede la vida universal en el nivel del espíritu. Para nacer a la verdadera vida, que es la vida
substancial manifestada en un cuerpo de luz, es preciso que la voluntad propia
desaparezca.
Renunciar no es
sólo estar desapegado de los bienes de este mundo. Es esencialmente negar toda
voluntad propia para entrar en la voluntad de Dios.
Qué es la Nada?
No es el abismo tenebroso solamente. La Nada es la virginidad del ser previa a
todo estallido. El deseo de amor es referido a la claridad primera que todavía
no se ha oscurecido en un nacimiento, a la pureza del ser que todavía no dice
yo.
El desierto en
Böhme es un lugar del alma que designa un estado en un momento determinado del
devenir espiritual. Para Böhme y Paracelso la imaginación no es una simple
productora de fantasmas. En es espíritu
del teósofo, la imaginación, el deseo y la fe son inseparables.
La voluntad se
manifiesta por el deseo. La fuerza del deseo haca la fe. Ella actúa en nuestros
pensamientos. Dios mismo crea en Sus pensamientos y por ellos. Dios creando en
sus pensamientos es Dios desplegando su imaginación. Imaginar es producir una
imagen. Todo lo que decimos real está en una imagen producida por la
imaginación divina.
Hay dos clases de
fe y de deseo: una es de Dios y la otra del Diablo. Hay también dos reinos: uno
de Dios, el otro del Diablo.
Böhme refiere la
idea de segundo nacimiento al propio Cristo, haciendo del hijo de María ya no
el hijo de Dios en el sentido de las teologías dogmáticas, sino el modelo de
todo hombre que deberá nacer de lo alto. Cristo es en su persona el sujeto de
este segundo nacimiento sobre el que instruye a Nicodemo en el Evangelio de
Juan. Es el fruto de la fe que se encarna en un cuerpo nuevo. Pero Dios no nos
da esta fe mas que probándonos.
Cristo da el
ejemplo de la transformación radical y sustancial del ser, sin la cual no
podría haber verdadera vinculación con Dios. La verdadera hambre de Dios es el
deseo de un bien que ya hemos recibido de Dios, lo ha implantado en nosotros
para que lo gustemos. Lo que importa es que mantengamos su sabor, que no nos
hagamos insensibles a él por infidelidad.
El bien que Dios
nos dispensa para hacerlo desear el deseo de amor es la Gracia. Para Böhme la
Gracia no es solamente un favor. Es verdaderamente una substancia. El elegido
cuya Gracia se ha convertido en carne es un hombre divino; un hombre
acostumbrado substancialmente a Dios. Lucifer también era hijo de Dios y quiso
ser Dios.
No basta con
subscribirse a unas determinadas creencias; lo importante es vivir en espíritu
y verdad. Ni regeneran al hombre los palacios y casas costosas, sino el sol
espiritual divino que actúe a través de la Palabra de Dios. Hay que abandonar
todos nuestros deseos personales, disfrutes, ciencia y voluntad para restaurar
la armonía. Pues nuestra almas albergan muchos maliciosos animales que ahí
hemos puesto en lugar de Dios a los que adoramos como dioses. Esos animales son
los elementos de los que está compuesto nuestro personal e ilusorio yo. Cada
uno representa un estado individual de la voluntad, deseo, o conciencia. Si
alguien permite que uno de esos “animales” crezca y se expanda en él de manera
que sus cualidades tiñan todo su ser, se convertirá en ese ser en cuya posesión está, viniendo a ser
inconsciente de su verdadera naturaleza a la Luz del Espíritu. Hay que superar
todos los mundanos pensamientos y deseos, antes de encontrar el Reino de los
Cielos en uno mismo. Nadie es salvado por Dios como gratitud de Éste por haber
asistido y tenido la paciencia de oír un sermón en la Iglesia; sólo cuando
oímos a Dios hablar a nuestro corazón es que las ceremonias externas nos
benefician.
Todas nuestras
especulaciones y disputas respecto a los divinos misterios no tienen valor; se
originan en fuentes externas. Los misterios de Dios sólo pueden por Él ser
conocidos, y para conocerlos hemos primero de encontrar a Dios como nuestro
centro,
El hombre se ha
rodeado de un mundo de voluntad e imaginación propio. Se ha separado de Dios, y
sólo podrá recuperar su anterior estado si conduce la actividad de su alma en
armonía con el espíritu divino. Ha de sentir el fuego divino del amor ardiendo
en su corazón. Este fuego es el espíritu del Mesías que aplasta la cabeza de la
serpiente, los deseos de la carne.
La Iglesia se ha
convertido en un bazar donde se exhiben vanidades, se danza alrededor del
Becerro de oro, los ídolos que hemos construido y llamamos Dios. Así, una
creencia histórica es una mera opinión basada en una explicación adoptada de la
letra de la palabra escrita aprendida en la escuela, oída por el oído externo,
que produce dogmáticos, sofistas y comentaristas esclavos de la letra. Pero la
Fe es el resultado de la percepción directa de la verdad, oída y comprendida
por el sentido interno y enseñada por el Espíritu Santo. Se podrá predicar y
enseñar tanto como se quiera, no servirá de nada mientras exista el mal en el
corazón.
El principio
donde se origina el hombre divino es la Luz del Logos, y lo que le une de
vuelta a este no son las teorías u opiniones acerca de la naturaleza de esta
Luz, sino el Poder de esta misma Luz. Este poder es la verdadera Fe. El
verdadero Cristiano no se une a ninguna secta particular, puede participar en
el servicio ceremonial de cada secta, sin pertenecer a ninguna.
Mirad las flores
del campo. Cada una mantiene sus particulares atributos, sin embargo no luchan
entre ellas. No disputan acerca de la posesión del sol y la lluvia, o acerca de
sus colores, olor, etc. Cada una crece de acuerdo a su naturaleza. Quién
condena a los pájaros del bosque porque no canten igual?
El Reino de los
Cielos no está basado en opiniones y creencias autorizadas, sino que tiene su raíz en su propio poder
divino. Nuestro principal objetivo ha de ser tener el poder divino dentro de
nosotros. Si poseemos esto, toda búsqueda científica será un mero juego de las
facultades intelectuales. La verdadera ciencia es la revelación de la sabiduría
de Dios dentro de nuestra mente.
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