domingo, 4 de marzo de 2018

UNA FENOMENOLOGÍA RELIGIOSA


UNA FENOMENOLOGÍA RELIGIOSA

R. Otto y Karl Jaspers han señalado lo demoniaco que hay en Goethe y quien quiera entender la vivencia del demonio hará bien en dejarse guiar por el poeta moderno. Nadie ha percibido como Goethe lo contradictorio, monstruoso e inexpresable de la vida y nadie nos lo ha hacho tan vívido. Al final de su autobiografía vuelve los ojos hacia la vida de niño y joven que acaba de describir: “Mientras  vaga a de aquí para allá por los rincones de estas regiones, buscaba, veía en torno suyo, encontró muchas cosas que a ningún otro hubieran podido pertenecer y creyó percatarse, cada vez más, de que es mejor apartar el pensamiento de lo monstruoso, lo inasible. Creyó descubrir en la naturaleza animada e inanimada, en la viva y en la inerte, algo que sólo se manifestaba en contradicciones y que, por ende, no podía captarse en ningún concepto, mucho menos aún en una palabra. No era divino, porque parecía irracional; ni humano porque no tenía entendimiento….. Se parecía a la casualidad porque no mostraba ningún programa; remedaba a la providencia porque señalaba contactos. Todo lo que nos limita parecía serle penetrable; parecía disponer a su antojo de los elementos necesarios para nuestra existencia; reunía el tiempo y extendía el espacio. Tan sólo en lo imposible parecía complacerse y apartar de sí, con desprecio lo posible”. Es como una crítica hecha por la congruente voluntad humana a la irracionalidad del suceder y, al mismo tiempo, la crítica del poder terriblemente superior a la débil voluntad humana. En la figura del demonio, la voluntad humana se quiebra ante la irracional dureza del mundo; en la voluntad del demonio, el duro mundo rompe la conformación del hombre. El final es la mueca, la pesadilla, la locura.

La creencia en los demonios se nutre de tantas fuentes. La mayor parte de los pueblos primitivos piensan que el mundo está poblado de demonios en inmensa multitud, “cubren la tierra como la hierba”, dice un texto shurpu babilonio. Si una fe en Dios se impone, se intenta ordenar y concentrar el poder del mundo y entonces debe expulsarse de algún modo a los demonios, si no en la práctica cotidiana(la siguen dominando hasta hoy), sí en la visión del mundo. Algunos demonios tienen buena suerte y se abren camino hasta llegar a la dignidad de dioses. Porque no puede admitirse que exista una diferencia esencial entre demonio y dios, vistos en general; la idea de dios tiene muchas otras raíces, aparte de la creencia en los demonios, pero un demonio puede transformarse en dios –si no se transforma en diablo.

El “daimon” Griego significa, realmente, algo distinto que Teos,  pero de ninguna manera indica un ser inferior, incluso conduce, como designación de lo irracional, a una peculiar idea de dios. Los “dioses momentáneos”. Sólo hay que ver para poner en claro la diferencia definitiva entre dios y demonio la relación que se da entre los dioses iranios y los demonios índicos y vice-versa: la designación de los dioses en sánscrito es deva = deus, que entre los iranios se convirtió en título del diablo (daeva). El título iranio del ser supremo, ahura, sirve en la India como designación de cierta antiquísima especie de diose (asura) pero también para los enemigos de los dioses. Los dioses se transformaron en demonios, como después los dioses grecorromanos, entre los primeros apologistas del cristianismo. Lo mismo sucedió con el señor semítico de la tierra, Baal zbl, que se degradó entre los judíos a Baal zbb (Belcebú), el señor de las moscas, un demonio.

Los demonios son dondequiera más antiguos que los dioses y sólo se hcieron malos al ponerse en contraposición con éstos. Los dioses, originalmente tan “demoniacos” como ellos, se hacen entonces racionales y éticos. Los demonios, que primero no tienen ningún plan y malignos, se transforman en enemigos de los dioses, en diablos. Forman la masa de los jóvenes impertinentes, mantenidos en obediencia por los grandes señores, y de vez en cuando se les permite hacer una travesura pero también, a menudo, son severamente castigados. Como seres intermedios dominan una especie de reino medio entre los dioses y los hombres. Naturalmente que esto sucede sólo en las grandes religiones culturales, en las que los poetas y los teólogos han ordenado y racionalizado el mundo de los dioses y de los hombres. Mientras que los demonios no quedan completamente desacreditados, tienen que avenirse a una especie de posición de vasallaje.

Pero se vengan sensiblemente, porque la vivencia de lo terrible e insuficiente del mundo sigue siendo demasiado profunda. Los graves persas tuvieron que enfrentar a su dios a un demonio de la misma categoría; los judíos confinaron todas las fuerzas terribles en la persona de Yahvé que aún tiene mucho en común con el demonio. En el Islam y el Cristianismo se reconoce primero a los demonios como poderes enemigos de dios, pero sometidos a él. Pero también en la idea de Dios se sigue manifestando lo demoniaco, ya sea como simple imprevisibilidad (predestinación), ya como gracia imprevisible.

El diablo es, en realidad, un demonio cuya figura está formada según el Pan griego y que, en la fe popular, sigue siendo el diablo “tonto” e incapaz, pero terrible. Pero cada vez se acentuó más su sentido de figura de lo radicalmente malo que no puede ascender a la idea de dios y de voluntad que se opone a la voluntad de dios. Durante mucho tiempo todavía, al redención tuvo que consistir, más o menos, en la liberación del hombre del poder del diablo.

Desde entonces se ha hecho todo lo posible para despojar la idea del diablo de su contenido propio, a fin de  hacer de ella una especia de poder totalmente negativo: “el espíritu que siempre niega”. En último lugar Nietzsche ve en el diablo el descanso de dios: “él (dios) había hecho todo demasiado hermoso………. El diablo es, simplemente, la ociosidad de dios cada séptimo día”—(Ecce Homo).

Por otra parte, se ha elevado al diablo a la dignidad divina; el satanismo celebró sus “misas negras”. Pero ya sea que se le eleve o se le rebaje, todos estos esfuerzos sólo han conducido a resultados menores. El diablo es demasiado real y demasiado indispensable, porque tras su rasgos se esconde la imperfección que se tropieza con la absoluta perfección de Dios:

Así fue cuando Dios, levantándose, dijo a la Sombra: Soy.
Esta palabra creó las estrellas sin número.
Y Satán dijo a Dios: no te quedarás solo.

Victor Hugo: “La fin de Satan”.















  

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