viernes, 20 de marzo de 2020

BODHISATTVAS-MITRA

LA EXPANSIÓN DE CULTOS INDIOS

La expansión de cultos indios hacia el Tibet y Asia central, y más tarde la gran difusión del budismo por la totalidad de Extremo Oriente, determinaron la aparición de formas religiosas e iconográficas en relación indudable con los grandes conceptos cósmicos de la India. Uno de los ejemplos ás característicos de esa propagación de cultos, con las modificaciones consiguientes, es la del Bodhisattva Avalokitesvara, nombre que se ha interpretado como “El Señor que mira desde lo alto del cielo”, quien, al llegar a China, se transmuda en la diosa Kuan Yin, conservando el papel protector del primer aspecto del ente divino. Este culto pasó al Celeste Imperio durante los siglos III o IV d.C. Las esculturas que representan a esta deidad se aparecen enfermas muy distintas, entre las cuales hay algunas con once pequeñas caras y “mil brazos”, sin ojos en las manos. Otras, en cambio, llevan un ojo en la palma de cada mano al igual que los ángeles románicos de Esterri de Cardós. El sentido de estos ojos es bastante literal, queriendo significar la acción sabia y clarividente no menos que la mirada activa y bondadosa, todo lo cual se halla en plena conformidad con el papel desempañado por los bodhisattvas en la religión budista. Según esta, adquiere el grado de bodhisattva cualquier ser que haya avanzado por la difícil senda de la renunciación buscando aquella “frialdad de corazón” que el Gautama preconizó como ida del ascetismo y preparación para entrar en el Nirvana. 

Hay multitud de narraciones y leyendas relativas a los beneficios ejercidos por los Bodhisattvas, cuyo lugar de mediadores entre los mortales del reino superior no ofrece lugar a dudas. En los mitos y cuentos populares se plasma el advenimiento de ese sentido caritativo que viene a substituir en Oriente la concepción amoral de la Trimurti, dispensadora de destrucción y de renovación. Un horizonte diferente se abre desde este momento para los humanos y el esfuerzo de todos se orientará en seguir ese camino exclusivamente trazado en atención a las normas del bien. Los ojos simbólicos, como elemento iconográfico y expresivo de primer orden, entran a colaborar en el nuevo sistema y aunque no pierden por ello su carácter irracional, dimanando de su heterotopismo, adquieren fulgores hasta ese momento desconocidos, tal cual en Occidente sucederá a través del proceso que conduce hasta el Cristianismo pasando por las escuelas de estoicos y platónicos, no menos que por las pruebas del martirio. 

El Budismo no consiguió en Oriente aniquilar la poderosa veta de sentimientos confusos plasmadores de mitos y de efigies de cariz irracional, a la vez que de sentimientos y oscuras intuiciones con ese mundo relacionados. Uno de ellos es la dual divinidad tibetana Tara, que retorna a la duplicidad de los aspectos contrarios; la imagen de Tara blanca -emanación de Avalokitesvara, aspecto positivo y bondadoso de la “sakti”- aparece en ocasiones con siete ojos, o sea, además de las dos fisiológicamente normales, posee otro en la frente y uno en cada una de las plantas de manos y pies. La Tara verde, aspecto cruel y destructor del mito, suele efigiarse sentada en un trono con la pierna izquierda pendiendo. En una exposición realizada en el Museo Cernuschi figurado miniaturas tibetanas; en dos de ellas aparecían escenas de la vida de Buda entre las cuales se podía ver una Tara amarilla cuyo rostro, cuerpo y extremidades se hallaban sembrados de ojos, siendo esta una rara modalidad iconográfica. Por otra parte, en algunas leyendas y figuras se plasma alegóricamente la posesión de mil cabezas y mil brazos o se alude a ellos; no cabe duda de que es una simple magnificación de la idea de poder benévolo asociada íntimamente a esa deidad hasta construir su razón de ser y manifestación directa. 

Una extraña aparición del ojo desplazado la suministra la imagen tradicional de la diosa Lhamo, también en el Tíbet, protectora de los lamas supremos, la cual es representada cabalgando en una mula cuya grupa está adornada con un ojo vivo. Marie T. Mallmann, del Museo Guimet de París, transmite la leyenda por la que se explica ese singular desplazamiento .”La diosa había hecho el voto de convertir a su esposo al budismo o, en caso de que le fuera imposible, de exterminar la raza real de los Yaksas de Ceilán a la cual él pertenecía. Tras su decepción, sacrificó a su hijo, devoró su carne y bebió su sangre. El rey, furioso, requirió su arco y lanzó una flecha en dirección a la mujer en fuga. La flecha atravesó la grupa de la mula. Entonces la diosa arrancó el dardo diciendo: “Pueda la herida de mi cabalgadura transformarse en un ojo lo suficientemente grande como para velar sobre las veinticuatro regiones y pueda yo misma terminar la raza de esos malos reyes de Ceilán”. La riqueza psicológica de este símbolo se advierte de inmediato y traspasa las lindes del simbolismo místico-religioso. En todas las apariciones oculares heterotópicas descritas funciona la actividad desbordante de un pathos que solo se sacia con las más atrevidas imágenes y que tiende continuamente a exponer su potestad genesíaca; la palabra “transformación” es la que conviene mejor a este estadio del pensamiento en el que un hervor constante provoca las más admirables y raras metamorfosis. 

Los ojos en las manos, el tercer ojo frontal, la multitud de ojos desparramados por todo el cuerpo son notas comunes a los mitos asiáticos. En Grecia se invierte el signo y parece que las anormalidades aun míticas gravan con peso de inferioridad a quienes las ostentan. Solo con la iconografía cristiana, de nuevo irrealizante, y con la magia y sus fuentes gnósticas, se vuelve a asistir a una resurrección de los ojos desplazados como factor positivo en la imagen sagradas. 


Una prosecución de los mitos orientales anteriores al cristianismo se encuentra en la religión de Mitra, que dominó el mundo romano cuando la fe en los antiguos dioses se vio aniquilada por la marea de disolución de la sociedad del Imperio. Mitra, dios solar de los persas, es representado a veces con muchos ojos; su vencimiento del toro -símbolo del inconsciente, pero también de la noche celeste- le permite incorporarse los atributos estelares de la entidad vencida y dominada. 

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