martes, 16 de julio de 2019

REVOLUCIONARIOS MILENARISTAS Y ANARQUISTAS MÍSTICOS

REVOLUCIONARIOS MILENARISTAS Y ANARQUISTAS MÍSTICOS, II

En Alemania y sur de Europa los grupos de flagelantes continuaron existiendo durante dos siglos y algo más desde su aparición, pero su estatus y función en las dos zonas difería en gran manera. En Italia y sur de Francia las comunidades de flagelantes florecieron abiertamente en cada ciudad importante. Eran generalmente severamente ortodoxos en sus opiniones religiosas y disfrutaban del reconocimiento tanto de la iglesia como de las autoridades civiles. En Alemania, por otro lado, estas comunidades eran siempre sospechosas de tendencia heréticas y a menudo revolucionarias, no sin razón. El movimiento que había sido suprimido en 1262 continuó existiendo de manera clandestina. En 1296, cuando las ciudades del Rhine sufrían la peor hambruna durante ochenta años, los flagelantes uniformados y cantando himnos aparecieron de súbito. Y cuando el movimiento flagelante más grande de todos los tiempos se extendió por Alemania en 1348-9 y también tenían canciones e incluso la misma Carta Celestial, que apenas había sido modificada –lo que parece demostrar que algunos de sus líderes pueden haber procedido de un movimiento clandestino y sido capaz de haber utilizado una tradición esotérica.

El brote del 1348-9 lo causó la Peste Negra. Esta epidemia de fiebre bubónica parece ser tuvo su origen en la India pasando por el Mar Negro y posteriormente llegando al Mediterráneo. A comienzos del 1348 arrasaba en los puertos de Italia y Sur de Francia viajó poco a poco a lo largo de las rutas comerciales hasta que alcanzó a todos los países excepto Polonia, que estableció una cuarentena en sus fronteras, y en Bohemia, protegida por las montañas. En cada zona la epidemia duró entre cuatro y seis meses. En las ciudades muy pobladas la plaga arrasó excesivamente, superando todos los esfuerzos para controlarla; los cadáveres yacían enterrar en los patios de la iglesias. Parece cierto que en términos del nivel de mortandad esta plaga era incomparablemente la más grande catástrofe que había afectado a la Europa Occidental en los últimos mil años –bastante más grande que las dos Guerras Mundiales del siglo XX juntas. Las autoridades de la época estimaban que más de un tercio de la población pereció.

La plaga fue interpretada, según la moda medieval, como castigo divino por las trasgresiones del mundo pecaminoso. Las procesiones de flagelantes eran en parte un intento para evitar el castigo; y un parágrafo fue añadido a la Carta Celestial para enfatizar este punto. Partiendo de Hungría, donde parece ser que comenzaron a finales de 1348, el movimiento se extendió hacia el oeste para florecer sobretodo en las ciudades de Alemania central y del sur y finalmente en el valle del Rhine, desde donde se extendió hacia Westphalia por un lado y por el otro hacia Brabante, Hainaut y Flandes –y Francia, hasta que fue controlado por el rey. Desde los Países Bajos un contingente partió hacia Londres, donde actuaron frente a la Catedral de San Pablo; pero en Inglaterra el movimiento no encontró seguidores.

El movimiento se expandió rápidamente y lo que hacía de esta masa de auto-flagelantes algo más que una epidemia, algo que podía muy bien ser llamado un movimiento, era la manera en la que estaba organizado. Salvo en la última etapa, en los Países Bajos, esta organización era singularmente uniforme. Los flagelantes tenían sus nombres colectivos; se llamaban ellos mismos los portadores-de-la-Cruz, o los Hermanos Flagelantes, o –como los cruzados en 1309- Hermanos de la Cruz. Al igual que los precursores en 1262 –y como los cruzados- llevaban un uniforme; en este caso una túnica Blanca con una cruz roja por delante y por detrás y un gorro o capucha similarmente marcado. Cada grupo de flagelantes estaba sujeto a una rigurosa disciplina. No se les permitía bañarse –Isabel la Católica nunca se bañaba; era pecado tocarse las partes intimas- ni cambiarse de ropa ni dormir en camas confortables. Si se les ofrecía hospitalidad podían lavarse las manos solamente y arrodillados en el suelo como muestra de humildad. No se les permitía hablar unos con otros sin permiso del Maestro. Sobretodo tenían terminantemente prohibido trata con mujeres. Había de evitar a sus esposas; en las casas donde se alojaban las mujeres no les podían servir en la mesa. Si un flagelante hablaba una sola palabra a una mujer tenía que arrodillarse ante el Maestro, que le azotaría, diciendo: “Lavántate por el honor del puro martirio, y guárdate contra el pecado”!

Cuando llegaban a una ciudad los flagelantes iban primero a la Iglesia, formaban un círculo a su alrededor, se quitaban la ropa y zapatos y se ponían una especie de falda que iba desde la cintura a los pies. Después comenzaba un rito que estaba, aunque con algunas variantes, estandarizado. Los penitentes marchaban circularmente y uno tras otro se lanzaban rostro a tierra permaneciendo inmóviles, con los brazos extendidos en forma de crucifijo. Los que venían detrás pasaban por encima de los cuerpos postrados, golpeándolos con sus látigos a medida que pasaban. Los que tenían los pecados más graves permanecían en posiciones que simbolizaban sus transgresiones; y a ellos el Maestro mismo les azotaba repitiendo su fórmula de absolución: “Levántate, por el honor del puro martirio…..”

Cuando el último hombre había yacido rostro a tierra todos se levantaban y comenzaba la flagelación. Se azotaban rítmicamente con látigos de cuero con púas metálicas de hierro, cantando himnos en celebración de la Pasión de Cristo y la Gloria de la Virgen. Tres Hermanos desde el centro del círculo dirigían los cánticos. Tres veces en cada himno –en ciertos pasajes- todos caían rostro a tierra como fulminados por el rayo y yacían con los brazos extendidos, sollozando y orando. El Maestro caminaba entre ellos, incitándoles a que orasen a Dios para que tuviera compasión de todos los pecadores. Después de un rato se levantaban, elevaban sus brazos al cielo y cantaban; después recomenzaban la flagelación. Si por casualidad un sacerdote o una mujer entraban en el círculo la flagelación completa quedaba invalidada y había de ser repetida desde el comienzo. Cada día se realizaban dos flagelaciones completas en público; y cada noche un tercio era realizada en privado en la habitación. Los flagelantes realizaban la flagelación con tal dureza que muchas veces las púas de hierro quedaban atascadas en la carne viva y habían de ser extraídas. Su sangre salpicaba las paredes y sus cuerpos se hinchaban convirtiéndose en masas de carne morada.

La mayor parte de la población era muy favorable hacia los flagelantes. Dondequiera iban los penitentes la muchedumbre les seguía para verlos y oír. Los solemnes ritos, los aterradores azotes, los himnos y, como culminación, la lectura de la Carta Celestial producían un efecto irresistible, de manera que toda la audiencia era inmersa en el llanto. Nadie cuestionaba la autenticidad de la Carta. Los flagelantes eran vistos como ellos mismos se veían –no simplemente como penitentes que expiaban sus pecados sino como mártires que tomaban sobre ellos mismos los pecados del mundo evitando así la plaga y la destrucción de la humanidad. Era un privilegio recibir y asistir a semejante gente. Cuando una procesión de flagelantes se acercaba a una ciudad se hacían sonar las campanas y cuando la flagelación terminaba los habitantes se apresuraban a invitar a los participantes a sus casas. La gente se sentía feliz de contribuir con los gastos de velas y estandartes; hasta las autoridades urbanas contribuían con los fondos públicos. Como siempre desde que la civilización comenzó a revivir y la riqueza material a aumentar, la población urbana estaba muy insatisfecha con el clero en el que no veían nada sino mundanidad. Ejemplos de la crítica que circulaba en esos tiempos de mitad del siglo XIV se conservan el pronunciamiento de los mismísimos clérigos. Uno dice:

La Simonía había penetrado tan profundamente y se había establecido tan firmemente que todos los clérigos seculares y regulares, fuesen de rango alto, mediano o bajo, compraban y vendían los oficios eclesiales sin vergüenza alguno y hasta públicamente, sin que nadie les reprobara o castigara. Cuán despreciable ha venido a ser la Iglesia! Los pastores de la Iglesia se alimentaban bien ellos mismos en lugar de alimentar al pueblo.

La extensión precisa en la que estas quejas estaban justificadas es irrelevante. Lo cierto es que los laicos no podía encontrar en el clero lo que tan desesperadamente necesitaban –religiosos virtuosos cuyo ascetismo garantizara sus poderes milagrosos. Los flagelantes, al contrario, parecían ser estos virtuosos. Afirmaban que mediante sus flagelación no sólo eran absueltos de sus pecados y obtenían el cielo sino que también adquirían el poder de expulsar a los demonios, para curar a los pobres, e incluso resucitar a los muertos. Habían flagelantes que afirmaban que comían y bebían con Cristo y conversaban con la Virgen; e incluso uno afirmaba haber resucitado de entre los muertos. Todo esto era de buen grado aceptado por el pueblo. La gente no sólo traía a los enfermos para ser curados por estos santos varones, también empapaban trozos de tela en la sangre y los guardaban como reliquias sagradas.                     

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