UNA FENOMENOLOGÍA RELIGIOSA
R. Otto y Karl Jaspers han señalado lo demoniaco que hay en
Goethe y quien quiera entender la vivencia del demonio hará bien en dejarse
guiar por el poeta moderno. Nadie ha percibido como Goethe lo contradictorio,
monstruoso e inexpresable de la vida y nadie nos lo ha hacho tan vívido. Al
final de su autobiografía vuelve los ojos hacia la vida de niño y joven que
acaba de describir: “Mientras vaga
a de aquí para allá por los rincones de estas regiones, buscaba, veía en torno
suyo, encontró muchas cosas que a ningún otro hubieran podido pertenecer y
creyó percatarse, cada vez más, de que es mejor apartar el pensamiento de lo
monstruoso, lo inasible. Creyó descubrir en la naturaleza animada e inanimada,
en la viva y en la inerte, algo que sólo se manifestaba en contradicciones y
que, por ende, no podía captarse en ningún concepto, mucho menos aún en una
palabra. No era divino, porque parecía irracional; ni humano porque no tenía
entendimiento….. Se parecía a la casualidad porque no mostraba ningún programa;
remedaba a la providencia porque señalaba contactos. Todo lo que nos limita
parecía serle penetrable; parecía disponer a su antojo de los elementos
necesarios para nuestra existencia; reunía el tiempo y extendía el espacio. Tan
sólo en lo imposible parecía complacerse y apartar de sí, con desprecio lo
posible”. Es como una crítica hecha por la congruente voluntad humana a la
irracionalidad del suceder y, al mismo tiempo, la crítica del poder
terriblemente superior a la débil voluntad humana. En la figura del demonio, la
voluntad humana se quiebra ante la irracional dureza del mundo; en la voluntad
del demonio, el duro mundo rompe la conformación del hombre. El final es la
mueca, la pesadilla, la locura.
La creencia en los demonios se nutre de tantas fuentes. La
mayor parte de los pueblos primitivos piensan que el mundo está poblado de
demonios en inmensa multitud, “cubren la tierra como la hierba”, dice un texto shurpu babilonio. Si una fe en Dios se
impone, se intenta ordenar y concentrar el poder del mundo y entonces debe
expulsarse de algún modo a los demonios, si no en la práctica cotidiana(la
siguen dominando hasta hoy), sí en la visión del mundo. Algunos demonios tienen
buena suerte y se abren camino hasta llegar a la dignidad de dioses. Porque no
puede admitirse que exista una diferencia esencial entre demonio y dios, vistos
en general; la idea de dios tiene muchas otras raíces, aparte de la creencia en
los demonios, pero un demonio puede transformarse en dios –si no se transforma
en diablo.
El “daimon” Griego
significa, realmente, algo distinto que Teos, pero de ninguna manera indica un
ser inferior, incluso conduce, como designación de lo irracional, a una
peculiar idea de dios. Los “dioses momentáneos”. Sólo hay que ver para poner en
claro la diferencia definitiva entre dios y demonio la relación que se da entre
los dioses iranios y los demonios índicos y vice-versa: la designación de los
dioses en sánscrito es deva = deus, que
entre los iranios se convirtió en título del diablo (daeva). El título iranio del ser supremo, ahura, sirve en la India como designación de cierta antiquísima
especie de diose (asura) pero también
para los enemigos de los dioses. Los dioses se transformaron en demonios, como
después los dioses grecorromanos, entre los primeros apologistas del
cristianismo. Lo mismo sucedió con el señor semítico de la tierra, Baal zbl, que se degradó entre los
judíos a Baal zbb (Belcebú), el señor
de las moscas, un demonio.
Los demonios son dondequiera más antiguos que los dioses y
sólo se hcieron malos al ponerse en contraposición con éstos. Los dioses,
originalmente tan “demoniacos” como ellos, se hacen entonces racionales y
éticos. Los demonios, que primero no tienen ningún plan y malignos, se
transforman en enemigos de los dioses, en diablos. Forman la masa de los
jóvenes impertinentes, mantenidos en obediencia por los grandes señores, y de
vez en cuando se les permite hacer una travesura pero también, a menudo, son
severamente castigados. Como seres intermedios dominan una especie de reino
medio entre los dioses y los hombres. Naturalmente que esto sucede sólo en las
grandes religiones culturales, en las que los poetas y los teólogos han
ordenado y racionalizado el mundo de los dioses y de los hombres. Mientras que
los demonios no quedan completamente desacreditados, tienen que avenirse a una
especie de posición de vasallaje.
Pero se vengan sensiblemente, porque la vivencia de lo
terrible e insuficiente del mundo sigue siendo demasiado profunda. Los graves
persas tuvieron que enfrentar a su dios a un demonio de la misma categoría; los
judíos confinaron todas las fuerzas terribles en la persona de Yahvé que aún
tiene mucho en común con el demonio. En el Islam y el Cristianismo se reconoce
primero a los demonios como poderes enemigos de dios, pero sometidos a él. Pero
también en la idea de Dios se sigue manifestando lo demoniaco, ya sea como
simple imprevisibilidad (predestinación), ya como gracia imprevisible.
El diablo es, en
realidad, un demonio cuya figura está formada según el Pan griego y que, en la
fe popular, sigue siendo el diablo “tonto” e incapaz, pero terrible. Pero cada
vez se acentuó más su sentido de figura de lo radicalmente malo que no puede
ascender a la idea de dios y de voluntad que se opone a la voluntad de dios.
Durante mucho tiempo todavía, al redención tuvo que consistir, más o menos, en
la liberación del hombre del poder del diablo.
Desde entonces se ha hecho todo lo posible para despojar la
idea del diablo de su contenido propio, a fin de hacer de ella una especia de poder totalmente negativo: “el
espíritu que siempre niega”. En último lugar Nietzsche ve en el diablo el
descanso de dios: “él (dios) había hecho todo demasiado hermoso………. El diablo
es, simplemente, la ociosidad de dios cada séptimo día”—(Ecce Homo).
Por otra parte, se ha elevado al diablo a la dignidad
divina; el satanismo celebró sus
“misas negras”. Pero ya sea que se le eleve o se le rebaje, todos estos
esfuerzos sólo han conducido a resultados menores. El diablo es demasiado real
y demasiado indispensable, porque tras su rasgos se esconde la imperfección que
se tropieza con la absoluta perfección de Dios:
Así fue cuando Dios,
levantándose, dijo a la Sombra: Soy.
Esta palabra creó las
estrellas sin número.
Y Satán dijo a Dios:
no te quedarás solo.
Victor Hugo: “La fin de Satan”.
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