martes, 20 de marzo de 2012

EL FIN DE LOS TIEMPOS

EL FIN DEL MUNDO III
Pensaba Pablo que el regreso del Señor, la transformación de los vivos y resurrección de los muertos, significaba el fin del mundo? Es posible reconstruir 1 Tesalonicenses 3:13-18 de esta manera: los creyentes transformados se encuentran con el Señor en los aires y permanecen ahí, y el reino está en el cielo. Pero es más probable que Pablo pensara que ascenderían para encontrarse con el Señor para después regresar a la tierra con él. De acuerdo con Filipenses 3:20 “La comunidad Cristiana es del cielo”, y espera la venida del Salvador desde éste”. Viene probablemente con un propósito: establecer su reino en la tierra. De manera similar en 2 Corintios 5:1, Pablo habla de un edificio/morada que es del Cielo/de Dios; o sea que descenderá y absorberá lo que es mortal (“del Cielo” no está claro en la mayoría de las traducciones). Finalmente, hay que señalar que Pablo esperaba que todo el universo físico sería transformado. La creación será liberada de la esclavitud de la corrupción” (Rom. 8:21). Es muy posible, pues, que Pablo aceptara la visión común Cristiana que Jesús establecería su reino en la tierra, pero en una tierra transformada, no más sujeta a la corrupción.

Por otro lado, 1 Corintios 15:24,28 apunta hacia una final disolución del mundo: después que Cristo haya reinado durante un tiempo, y destruido todos los enemigos, entregará el reino a Dios. El Hijo estará sometido a Dios, “para que Dios sea todo en todos” (como traducen correctamente, the New English Bible (NEB), la Biblia de Jerusalén (BJ), la New International Version (NIV) y la New Revised Standard Version (NRSV); e incorrectamente la Revised Standard Version (RSV) que dice “Dios será todo para todos”).

PARA ESTAR CON EL SEÑOR INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE LA MUERTE
Otra dificultad llevó a una formulación diferente de las expectativas de futuro. La dificultad fue el encarcelamiento de Pablo cuando escribió Filipenses. No se sabe cuando o donde tuvo lugar, y no se puede afirmar, por consiguiente, que un desarrollo cronológico había tenido lugar, pero el encarcelamiento hizo que Pablo considerara la posibilidad de su propia muerte antes del regreso del Señor. En cierta manera la esperaba:

“Y aunque mi sangre se derrame como libación sobre el sacrificio y la ofrenda de vuestra fe, me alegro y congratulo con vosotros” (Fil. 2:17).

“Pues para mí la vida es Cristo, y el morir, una ganancia. Pero si el vivir en el cuerpo significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger…. Me siento apremiado por ambos extremos. Por un lado desearía partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otro, quedarme en el cuerpo es más necesario para vosotros. Con esta convicción, sé que me quedaré y seguiré con todos vosotros….”(Fil. 1:21-5).

Aquí se puede ver que Pablo pensaba que si moría “partiría” y “estaría con Cristo”. Conceptualmente, esto es diferente a la expectativa de la transformación o resurrección de todos los creyentes en la Venida del Señor. Se aprecia aquí la idea Griega de la inmortalidad del alma, que es más bien individualista que comunal. Concibe la ascensión del alma de cada persona después de la muerte, en lugar de la transformación de todo el grupo de seguidores, vivos o muertos, al regreso de Cristo. Sin plantearse estas dos concepciones a sí mismo como alternativas, Pablo simplemente acepta ambas. Si muere, estará inmediatamente con Cristo; en el fin el Señor regresará y llevará a los suyos, en un estado transformado, para estar con él.

EL COMIENZO DE LA TRANSFORMACIÓN
En 2 Corintios 3:52-5:50 se ven esfuerzos adicionales para formular como será el estado final de los creyentes. Serán transformados pero Pablo considera que la transformación ya esta teniendo lugar en el presente: “…..Y todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos. Así es como actúa el Señor, que es Espíritu” (2 Cor. 3:18); “….. Además, aunque nuestro hombre/naturaleza exterior se va desmoronando, el hombre/naturaleza interior se va renovando día a día” (2 Cor. 4:16). Por un lado la transformación de la antigua a la “nueva creación” ya está en progreso; por el otro el proceso no es visible sino interno.

Pablo regresa a la más pura noción Griega del alma en el cuerpo, de donde escapará: “….Mientras habitamos en el cuerpo, vivimos desterrados lejos del Señor….Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor” (2 Cor. 5:6-8).

Algunos han visto un desarrollo cronológico de la idea Judía de resurrección de cada uno al mismo tiempo hacia la idea “Griega” de la inmortalidad de las almas individuales. Esta, sin embargo, no es la explicación. En 2 Corintios 3-5 encontramos sucesivamente “renovación interior” (3:18), la promesa de resurrección (4:14) y la idea que el individuo, para estar “en casa con el Señor”, ha de estar “fuera del cuerpo” (5:6-8). Las que parecen ser ideas conceptuales diferentes yacen conjuntamente.

La distinción neta entre las categorías “Griega” y “Judía” es probablemente un tanto engañosa. No solo no fueron postuladas como alternativas por Pablo, es bastante posible que algunas Sinagogas de la Diáspora hubiesen combinado desde hacía tiempo inmortalidad y resurrección. En la literatura tardía Judía y Cristiana ambas aparecen explícitamente armonizadas: después de la muerte el alma asciende al cielo, para esperar la resurrección; en la resurrección alma y cuerpo se reúnen.

La expectativa del fin del orden del mundo presente –una de las convicciones centrales de Pablo- aparece en la que parece ser su última carta sobreviviente, Romanos (quizá porque Filipenses y Filemón, las epístolas desde la cárcel, no pueden ser datadas):

“Tened en cuenta el momento en que vivís e id pensando en espabilaros del sueño, pues la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada; el día se acerca…” (Rom. 13:11-12).

Pablo, en la medida que podemos entender su pensamiento, continuaba esperando la Llegada del Señor. Tuvo que alterar aspectos de esta esperanza en ciertas situaciones –la crisis en Tesalónica y la posibilidad de su propia muerte- y también hizo uso de la idea de inmortalidad individual. Pero al final sus convicciones básicas permanecieron.

domingo, 18 de marzo de 2012

RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

EL REGRESO DEL SEÑOR Y LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS II
La propia y errónea expectativa de Jesús de que el Reino de Dios estaba a las puertas llevó a sus seguidores a esperar una intervención divina en la historia y el consiguiente establecimiento del gobierno de Dios en el mundo, no sólo en el corazón y mentes de unos cuantos. El retraso de su realización en el tiempo socavó la expectativa de los Discípulos, pero la resurrección los convenció de que su maestro era ahora su Señor y que regresaría para establecer su reino.

Esta era la parte central de la temprana proclamación Cristiana: El Señor regresaría muy pronto para salvar a sus seguidores y establecer su reino. 1 Tesalonicenses deja claro que Pablo enseñó a sus conversos que el Señor regresaría pronto, que vivirían para ver este día, pero se puede ver que esta expectativa también estuvo en contradicción con los eventos.

Es debido a las dificultades que hubo en las iglesias de Pablo que éste se convirtió en “Teólogo”, desarrollando explicaciones racionales para sus creencias religiosas básicas. De las cinco más fundamentales convicciones -(1) Dios ha enviado a su Hijo; (2) éste fue crucificado, pero en beneficio de la humanidad; (3) resucitó de entre los muertos y fue exaltado al cielo; (4) regresará pronto, y aquellos que pertenezcan a él vivirán con él para siempre. El evangelio de Pablo, como los otros, también incluye (5) admoniciones para vivir de acuerdo con los estándares más elevados tanto ética como moralmente: “… que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5:23)- las dos primeras se convierten en el sujeto del debate o incluso de controversia hostil entre los Cristianos. La implicación de la resurrección es tratada en Corinto; el retraso del Señor dio lugar a dudas en Tesalónica; el significado de “aquellos que tienen fe” llevó a un fiero debate, el cual se puede apreciar en Gálatas directamente y en Romanos más suave y distantemente; los Cristianos incluso no se ponían de acuerdo respecto a la conducta ética.

EL RETORNO DEL SEÑOR Y EL DESTINO DE LOS CRISTIANOS, LOS VIVOS Y LOS MUERTOS
El primer tema que encontramos en la correspondencia de Pablo (cronológicamente hablando) es el regreso del Señor, que es uno de los principales tópicos de 1 Tesalonicenses. Esto llevará a una discusión sobre la naturaleza de la resurrección.

El problema en Tesalónica era que algunos miembros habían muerto, y los que aún vivían estaban muy preocupados acerca de su destino. Esto indica el impulso del mensaje original de Pablo: no que los creyentes serían resucitados, sino más bien que vivirían hasta ser salvados cuando regresara el Señor. No se esperaba la muerte. Pablo escribió para asegurar a los que aún vivían que los muertos no se perderían el regreso del Señor. Esta seguridad, esperaba, impediría que los Cristianos de Tesalónica se entristecieran como hacían otros que no tenían esperanza (1 Tes. 4:13). El fundamento de esta confianza era que “Jesús murió y resucitó”, y por lo tanto aquellos que a él pertenecían, aunque hubiesen muerto, obtendrían la vida con él (4:14).

Pablo da lo que él llama “palabra del Señor”. Los Estudiosos debaten el significado del término, la mayoría piensan que el dicho es una revelación dada a un profeta Cristiano en lugar de una enseñanza del Jesús histórico. Otros se inclinan hacia lo opuesto a esto. Sea como sea, Pablo designa lo que sigue no como su propio punto de vista: “viene del Señor”. Dichos muy similares a “palabra del Señor” también son atribuidos a Jesús en los Evangelios. Si comparamos estos últimos con los de Pablo, y advertimos las circunstancias particulares a las que Pablo necesitaba aplicar el dicho, podremos identificar sus propias modificaciones. O sea, a pesar de su intención de citar una tradición más temprana, la altera para hacerla encajar en las circunstancias presentes. En particular aplicó un dicho que no menciona originalmente los muertos a la preocupación de los Tesalonicenses acerca de lo que les ocurriría a los Cristianos que muriesen antes del regreso del Señor. En la cita que sigue las probables modificaciones de Pablo están subrayadas:

“Os decimos esto como palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor, no nos adelantaremos a los que murieron. El mismo Señor bajará del cielo con clamor, acompañado de una voz de arcángel y del sonido de la trompeta de Dios. Entonces, los que murieron siendo creyentes en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en las nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras. (1 Tes. 4:15-18).

Los dichos atribuidos a Jesús en los Evangelios predicen que, durante la vida de los oyentes, el Hijo del hombre descenderá con los ángeles y el sonido de la trompeta (Mat. 16:27-8; 24:30-1). Así, esta expectativa surgió pronto (como su uso en Tesalonicenses muestra), y muchos Cristianos pensaban que era un dicho del mismo Jesús. La afirmación de Pablo difiere de los pasajes en los Evangelios en que: (1) Pablo escribe en primera persona, “nosotros”, mientras que los dichos en los Evangelios dicen “ustedes”. Este es un mero cambio editorial. (2) Pablo habla del regreso del “Señor” en lugar de la aparición del Hijo del hombre. Esto muestra la asunción Cristiana de que el Hijo del hombre mencionado por Jesús se refería al mismo Jesús. (3) Pablo tiene en cuenta a los que ya han muerto, y dice que precederán a los vivos. Esta es su principal modificación para enfrentar los problemas en Tesalónica. (4) La afirmación que los creyentes encontrarán al Señor en las nubes….. en el aire no tiene paralelo en los Evangelios.

La expectativa de que “nosotros” estaremos aún vivos puede haber sido común en los círculos Cristianos, mientras que la secuencia de “primero los que murieron después los que aún viven” es de Pablo, ideada por Pablo para enfrentar la situación a la que estaba enfrentado. Por lo tanto, cualquiera que sea la historia precisa de esta tradición, la cláusula explícita para los muertos parece ser de Pablo solamente, y fue creada para enfrentar el problema en Tesalónica. Una dificultad concreta dio lugar a un cambio en la tradición.

El cuarto punto distintivo, “en los aires”, lleva a una exploración de lo que Pablo esperaba. Parece que pensaba que tampoco los Cristianos que aún estaban con vida cuando el Señor retornase volarían hacia el cielo en sus cuerpos naturales, ni que sus almas dejarían sus cuerpos atrás. Esto se hace claro en la correspondencia Corintia. Los conversos Corintios, o al menos algunos de ellos, negaban la resurrección futura (ver 1 Cor. 15:12-13). Aparentemente pensaban que los dones espirituales que habían recibido constituían la vida nueva: ya eran “reyes” (1 Cor. 4:8). Pablo enfatizaba que lo más importante estaba aún por llegar. Como en 1 Tesalonicenses, igualaba el futuro estado de los vivos con el de los muertos en Cristo: todos serán transformados.

“Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, pero todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Cor. 15:51-2).

El cambio los haría como el Señor Resucitado. “Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terrestre, llevaremos también la imagen del celeste (Cristo) (1 Cor. 15:49). Pero a que se asemejaría esto? Pablo tenía difícil decir o explicar con precisión como sería el cuerpo transformado. Estaba convencido que había visto al Señor resucitado (1 Cor. 9:1), y por ello se sigue que el “hombre del cielo/celeste” era tanto visible como identificable. Por otro lado, había tenido lugar (y tendría lugar) una transformación real. “La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Cor. 15:50). La principal característica de los cuerpos de carne y sangre es que son perecederos, y lo perecedero no puede heredar lo no es perecedero (15:42-50).

Pablo pensaba al Jesús resucitado no como un cadáver que había recuperado la habilidad de respirar y caminar ni como un fantasma. Veía a Jesús como las “primicia” de la resurrección (1 Cor. 15:20) y pensaba que todos los Cristianos vendrían a ser como él. Negaba que el cuerpo resucitado vendría a ser un “cuerpo natural”, y mantenía que sería un “cuerpo espiritual” (1 Cor. 15:44-6). “No un cuerpo natural” excluye a un cadáver caminante, y un “cuerpo espiritual” excluye a un fantasma (lo que sería llamado en Griego simplemente un “espíritu”, pneuma). Positivamente habría continuidad entre la persona ordinaria y la resucitada, como ocurrió en el caso de Jesús. Para expresar esto, Pablo usó el símil de la semilla, que cuando es sembrada tiene una forma, pero cuando crece tiene otra (1 Cor. 15:36-8).

El grado hasta el cual pensaba la “transformación”, en lugar de la incorporeidad o resucitación, se puede apreciar en su discusión sobre la “puesta en marcha” de la inmortalidad. Pensando acerca de los que aún estarían vivos cuando el Señor regresara, escribió que la “naturaleza corruptible ha de vestirse con la incorruptible”, y lo naturaleza mortal con la inmortal. … Esto cumplirá la Escritura, “La muerte ha sido devorada por la victoria” (1 Cor. 15:53). Usa la misma imaginería en 2 Cor. 5. Los vivos están en la “tienda terrenal”, y desean no estar desnudos sino cubiertos, de manera que “lo que es mortal sea absorbido por la vida” (2 Cor. 5:4). La metáfora cambia de “tienda” a “vestido”, pero el significado está claro. La inmortalidad es “establecida” y reemplaza a la mortalidad. Pablo no pensaba en un alma interior que sale de su envoltura carnal y flota libremente, ni en una nueva vida insuflada en el mismo cuerpo, sino en la transformación, llevada a cabo absorbiendo la mortalidad con la inmortalidad, la cual la devora.

Es posible que si Pablo hubiese tendido conocimiento acerca de los átomos y moléculas, habría expresado todo esto en diferentes términos. Pues lo que afirma y niega está claro: la resurrección significa cuerpo transformado, no cadáver andante o espíritu desencarnado. No se le puede criticar que no fuese capaz de definir el “cuerpo espiritual” de manera más clara. Su información sobre el tópico era más bien derivada completamente de su experiencia y encuentro con el Jesús resucitado –una experiencia que no describe en sus cartas. Esta experiencia le llevó a realizar las afirmaciones que hemos visto, que no llegan ni mucho menos a ser una definición completa. No se puede describir su experiencia en su nombre para mejorar su definición del cuerpo resucitado, hay que conformarse pues con lo que pensaba.

martes, 13 de marzo de 2012

PABLO, MONOTEÍSMO Y PROVIDENCIA

MONOTEÍSMO Y PROVIDENCIA I
Antes que se puedan comprender las principales disputas en las que Pablo estuvo involucrado, y su respuesta a estas, es necesario explicar las presuposiciones que Pablo aportó al debate, presuposiciones que sus contemporáneos Judíos, tanto amigos como enemigos, compartían generalmente. Pablo heredó del Judaísmo dos puntos de vista teológicos principales: solo hay un Dios; Dios controla el mundo. Estos dos puntos de vista parecen hacer de la historia un teatro de marionetas, pero no eran tan simplemente postulados. La mayoría de los Judíos consideraban otros poderes actuando en el mundo además de Dios, y pensaban que los humanos podía ejercer libertad de elección. El control o dominio de Dios era visto normalmente como ejercido en una escala muy grande: al final, el mundo se convertiría en lo que Dios quería. En general los Judíos no negaban que Dios pudiera intervenir en los asuntos diarios, pero no atribuían eventos menores a su Voluntad.

Todos estos puntos pueden ser observados en las cartas de Pablo: él creía en un Dios; pensaba que Dios estaba llevando a cabo un gran plan en la historia; y pensaba que los individuos podían decidir estar con él o contra él.

EL DIOS ÚNICO Y LOS PODERES ENEMIGOS
En 1 Corintios 8 Pablo considera si los Cristianos han de comer comida que ha sido ofrecida a un ídolo. Algunos de los Cristianos Corintios deseaban hacerlo argumentando que los ídolos no eran reales. Aceptaban un monoteísmo más radical que el de Pablo. Él les replicó que aunque los ídolos no existían realmente y aunque sólo hay un Dios, sin embargo hay muchos denominados dioses y señores. Los Corintios no han de comer comida ofrecida a los ídolos porque pueden ser malentendidos como si creyeran en los ídolos. Aunque parezca que Pablo acepta el monoteísmo radical, en el capítulo 10 retoma el tema: “ No penséis que estoy insinuando que lo inmolado a los ídolos es algo… Lo que inmolan los gentiles lo inmolan a los demonios, y no a Dios” (1 Cor. 10:19).

Por lo tanto no hay otros dioses, pero sí hay demonios. Los “llamados dioses y señores” en 1 Corintios 8:4-6 no son verdaderos Dioses y Señores, pero son algo. Pablo habla de ellos de otra manera: “seres que por naturaleza no son dioses” (como bien traduce la NRSV versión de la Biblia, una frase difícil en Gal. 4:8); Satán, se disfraza como “ángel de luz” (2 Cor. 11:14); otro dios, el “de este mundo” (2 Cor. 4:4); gobernantes de “este mundo” (1 Cor. 2:6); “principados” y “poderes” (Rom. 8:38), o “principados, dominaciones, y potestades” (1 Cor. 15:24). Había también rodillas que debían doblarse no sólo en la tierra, sino arriba y debajo de ésta (Filp. 2:10). Al final Cristo triunfará (Rom. 8:38; 1 Cor. 15:24-6; Filp. 2:9-22), pero mientras tanto, esos seres pueden crear muchos problemas.

Hay que poner especial atención al grado en el cual el Pecado es tratado en Pablo en tanto que poder enemigo. Esto está más claramente expresado cuando el nombre “amarrita”, pecado, es sujeto de un verbo distinto al verbo “ser”, como se da en Romanos 5-7. De acuerdo con Romanos 5:12, “el Pecado entró en el mundo”; después uno lee que “el Pecado reinó para traer la muerte”(5:21); que el Pecado “reina en nuestro cuerpo mortal”(6:12) o “para dominarnos”(6:14); que “el Pecado, aprovechándose del precepto, suscitó en mí toda suerte d concupiscencias”(7:8); que “revivió” (7:9); “que el Pecado, aprovechándose del precepto me sedujo, y por él me dio muerte” (7:11); y “que el Pecado se sirvió de una cosa buena para procurarme la muerte” (7:13). “El Pecado en tanto que poder nos hace esclavos” (6:16-18), “y así esclaviza” (6:20). O sea, el Pecado es una “ley que está en nuestros miembros y nos impide cumplir la ley de Dios (7:17-23). La única manera de escapar es abandonar la “Carne” (8:8), el dominio del Pecado, compartiendo la muerte de Cristo. Los Cristianos han muerto con Cristo y por lo tanto al Pecado (6:21), y han escapado no sólo al Pecado sino también a la ley (que condena) y a la “Carne”, el estado de enemistad hacia Dios (7:4-6).

Ahora unas palabras para explicar el término “la Carne”. Pablo algunas veces lo usa para dar a entender “el cuerpo físico”, pero en esta sección de romanos se refiere a menudo al estado de la humanidad cuando se opone a Dios. Así, sorprendentemente, Romanos 7:5: “…cuando nos dejábamos guiar por la carne”…., “Ahora, sin embargo, hemos quedado emancipados de la ley”…. “de modo que no podamos servir según un Espíritu nuevo, ni según un código anticuado”. El “nosotros” se refiere a Pablo y los demás Cristianos. Ya no están “en la Carne”, aunque estén aún en el cuerpo. Como dice en Romanos 8:9, “..vosotros no vivís según la Carne, sino según el Espíritu…”, continuando con el contraste entre Carne y Espíritu (8:9-13). Quizá ésta es la explicación de por qué Pablo usa “Carne” para significar la “humanidad” en el estado de oposición al Dios; es la palabra opuesta a “Espíritu”, que a su vez denota el poder divino. Esta es, de cualquier forma, la mejor manera de decidir cuando capitalizar Carne, de manera que señale no a la humanidad físicamente hablando, sino a la humanidad bajo un poder enemigo. Es esto último cuando hay un contraste claro entre esta y el Espíritu de Dios. Entonces carne se convierte en Carne.

En esta sección de Romanos Pablo trata el Pecado como un poder que no sólo es alienado respecto a Dios sino que es muy poderoso; de hecho, a veces gana en la lucha. Es importante señalar que Pablo no ofrece ninguna explicación antropológica, teológica, o cosmológica de este concepto de Pecado. El punto de vista Judío, es que Dios ha creado el mundo y lo ha declarado bueno, una enseñanza que no es fácilmente reconciliable con la visión del Pecado como poder lo suficientemente fuerte como para luchar contra la ley controlada por Dios o hacer de a los humanos seres incapaces de realizar lo que es bueno (Rom. 7:11,19).

Hay dos pasajes principales que llevan a, aunque no dan cuenta de, el punto de vista que toda la humanidad, Cristo aparte, está bajo el poder del Pecado. En Romanos 1-2 tanto los Gentiles como los Judíos son acusados de grandes transgresiones (homosexualidad y todo tipo de maldades de parte de los Gentiles, y del robo de templos y adulterio por parte de los Judíos), y Pablo saca la conclusión de que todos, “tanto Judíos como Griegos, están bajo el dominio del pecado” (Rom. 3:9). La acusación no se refiere a que la gente peque, sino a que están todos bajo el dominio del Pecado. Los cargos de horribles inmoralidades, no cuentan, para la conclusión de Pablo de que todos están bajo el poder del Pecado. Esto es en parte porque sus acusaciones son exageradas. Tanto los Gentiles como los Judíos tenían “santos”, gente cuyas vidas eran irreprochables. No es probable que el punto de vista de Pablo sobre el pecado universal esté fundamentada en una observación empírica. Además, a pesar de su catálogo de cargos Pablo admite que algunos Gentiles, aunque no observan la ley, “hacen, no obstante, por naturaleza lo que la Ley requiere”, y éstos serán justificados por sus obras en el juicio (Rom. 2:13-14). La conclusión en 3:9 no se corresponde en nada con esto: los cargos en los capítulos 1-2 exageran el caso y la conclusión es contradicha por 2:13-14. Lo que esto significa es que la conclusión de Pablo, que todos estamos bajo el Pecado, no se deriva de la línea de observación y razonamiento que él presenta en los dos capítulos previos.

Lo mismo es verdad para Romanos 5, donde Pablo argumenta a favor de la universalidad del pecado. Adán, dice, pecó, e introdujo el pecado y la muerte consiguiente en el mundo; “y así la muerte alcanzó a todos los hombres, puesto que todos pecaron” (Rom. 5:12). A esto le siguen las afirmaciones que “no hay Pecado donde no hay ley” y que “la muerte reinó desde Adán a Moisés aún sobre aquellos que no cometieron un pecado semejante al de Adán” (5:13-14). En orden a hacer el dominio del pecado universal, Pablo quiso hacer instrumental a Adán. Pero tenía ahí dos problemas: las transgresiones de la ley anteriores a todo esto no contaban; no todos pecaron, como hizo Adán, rebelándose contra el mandamiento de Dios. A pesar de estos problemas afirmó las consecuencias: “por la desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores” (5:19). Su antropología (diferente de la de Agustín) no incluía la concepción de pecado heredado, y no tenía, por lo tanto, manera lógica de “demostrar” la condenación universal apelando a Adán. Simplemente lo afirmó, mientras él mismo citaba puntos que contradecía esto. Lo que se ve en ambos casos es una conclusión que es independiente del argumento que le precede. El pecado de Adán no demuestra, según la propia afirmación de Pablo, que toda la humanidad es pecadora y está condenada. Los horribles pecados de algunos Griegos y Judíos no llevan, incluso en la propia presentación que de ellos hace Pablo, a la visión que todos los humanos están esclavizados por el Pecado. Esto significa que mantenía esta conclusión como punto de vista fijo y trató de avanzar argumentos a favor de ésta, aunque sin éxito lógico. La conclusión, en otras palabras, no solo es independiente de los argumentos sino que es incluso más importante.

Si la consideración expuesta en Romanos 1-2 y 5 no explica el origen de la concepción de Pablo acerca del Pecado, se podría decir de dónde viene? Hay dos posibilidades. Una es que Pablo no llegó al Cristianismo con una preconcebida concepción de la condición pecaminosa de la humanidad, sino que más bien dedujo esta condición de la solución. Una vez hubo aceptado como revelación que Dios deseaba salvar al mundo entero enviando a su Hijo, naturalmente tuvo que pensar que el mundo entero necesitaba ser salvado, y que, por lo tanto, estaba completamente dominado por el Pecado. Su soteriología es más consistente y abierta que su concepción de la condición humana. Parece que su punto de vista fijo acerca de la salvación lo forzó a ir en busca de argumentos a favor del pecado universal. Esto explica por qué Romanos 1-2 y 5 es tan débil en tanto que argumentos razonables que llevan a semejante conclusión definitiva. La conclusión que todos necesitan ser salvados por Cristo, dado que Pablo la recibió como revelación, no podía ser cuestionada; los argumentos a favor del dominio universal del Pecado, son, pues, esfuerzos para una racionalización.

Esta es una explicación. La segunda es que Pablo había mezclado aspectos de una visión dualista del mundo, de acuerdo con la cual el orden creado está al menos en parte bajo control del dios de las tinieblas. El dualismo Iraní (Zoroastriano) había penetrado el Mediterráneo, y se puede ver esto en los Rollos del Mar Muerto, por ejemplo, cuando distinguen entre el ángel de las tinieblas y el ángel de luz, los hijos de las tinieblas y los hijos de la luz (por ejemplo, “Regla de la Comunidad” 3:17 – 4:1). Hay ecos de esta terminología en Pablo. En 2 Corintios 11:14, donde Satán se dice se disfraza de “ángel de luz”, Satán es, en efecto, el “ángel de las tinieblas”.

Es probable que Pablo pudo haber sido influenciado por el dualismo, especialmente dado que consideraba que todo el orden creado necesitaba redención (Rom. 8:19-23), aunque éste no fuese culpable de transgresión. Pero aquí también se puede ver que a pesar de algunas influencias dualistas, Pablo no era un dualista. Pablo proponía que era Dios mismo quien había sometido la creación a la “futilidad”, y que lo había hecho “con esperanza”, planeando su redención. No hay admisión formal en Romanos 8 de un segundo poder, mucho menos de un segundo dios. Pero Pablo sí creía en las fuerzas espirituales malas que llamaba con varios nombres, como está señalado más arriba. Estos no-dioses podía cegar (2 Cor. 4:4) y esclavizar (Gal. 4:8), en el Pecado (Rom. 6:6).

Si hay alguna verdad en la sugerencia que Pablo fue influenciado por el pensamiento dualista, hay aún más en el punto de vista que sus discusiones acerca del pecado son el reflejo de su soteriología. Se puede apreciar la fuerza de ésta última más completamente cuando se considera su punto de vista acerca del trabajo de Dios en la historia, que se puede muy bien llamar “Providencia”, y después uno se puede preguntar acerca de la relación entre providencia y pecado.

domingo, 4 de marzo de 2012

PERSECUCIÓN DURANTE LOS SIGLOS XI Y XII

PARTE III, PERSECUCIÓN DURANTE LOS SIGLOS XI Y XII
Las, no muy numerosas, ejecuciones de herejes durante los siglos XI y XII fueron, en su mayor parte realizadas por las autoridades seculares o por la turba. El clero, aunque interesado en la eliminación de las herejías, generalmente usaba la persuasión y era renuente a la hora de aplicar el uso de la fuerza. Pero hubo excepciones. En 1025 Gerardo, obispo de Cambrai, estaba visitando su diócesis. En Arras un grupo de heréticos le fue denunciado. Hizo que se torturara a este grupo y, cuando se mostraron dispuestos a hacer penitencia, los reconcilió con la Iglesia. En 1035 a Heriberto, arzobispo de Milán, unos heréticos le fueron denunciados en Monteforte. Habiéndolos interrogado y encontrándolos impenitentes, los hizo quemar vivos. Cuando Gerardo III, obispo de Cambrai, pasaba por un pequeño pueblo realizando una visita en 1077, un hereje llamado Rhamird le fue denunciado. Después de un interrogatorio Rhamird también fue quemado.

Estos son ejemplos tempranos del tipo de procedimiento legal que los profesionales en derecho e historiadores jurídicos llaman “inquisitorial”, que estuvo en acentuado contraste con el tipo de procedimiento acusatorio que era la norma en la Edad Media. Mientras que bajo la norma del procedimiento acusatorio la iniciativa a la hora de realizar un cargo estaba a cargo de un individuo, bajo el procedimiento inquisitorial estaba a cargo de las autoridades. Las autoridades eran responsables de obtener, del público, información acerca de los criminales. Esto significaba que dependían de las denuncias. Una vez tenían información suficiente, el juez mismo procedía a una investigación, o “inquisición”, del sospechoso.

El comienzo de este tipo de procedimiento se puede trazar hacia atrás hasta la ley Romana tal y como existía bajo el Imperio. En la ley Romana, como en la Germana, la norma era el procedimiento acusatorio –pero, había excepciones. Sobretodo en casos de “crimen laesae majestatis” las autoridades requerían iniciar una investigación, e individuos privados eran requeridos para realizar las denuncias. Algo de esta actitud pasó al canon de la ley de la iglesia medieval. Desde una fecha muy temprana el disidente religioso tendía a ser visto como infractor contra la divina majestad, y es significativo que todos los ejemplos tempranos del procedimiento inquisitorial tuvieron lugar en el contexto de la lucha contra la disidencia religiosa.

A medida que se extendía la disidencia religiosa se introdujo legislación para combatirla. En el Sínodo de Verona en 1184 el Papa Lucio III y el Emperador Federico I decretaron la excomunión de los herejes, los herejes que se negaran a retractarse, o que una vez retractados recayeran, habían de ser entregados a los poderes civiles para ser castigados. En respuesta a los decretos del cuarto Concilio de Letrán en 1215, varios gobernantes decretaron la pena de muerte para la herejía obstinada. En 1231 el Papa Gregorio IX y el Emperador Federico II, actuando coordinadamente, establecieron una legislación coherente contra herejes en el Imperio. Por vez primera las diferentes penas por herejía –incluida la muerte- fueron claramente formuladas.

Mientras tanto el procedimiento inquisitorial iba siendo poco a poco institucionalizado. A comienzos del siglo XIII el gran administrador Papa Inocencio III lo estableció como la manera normal de proceder contra los clérigos. Un clérigo no podía ser juzgado excepto por un tribunal eclesiástico, ni podía, bajo la ley canóniga, ser acusado por un clérigo de rango inferior. En la práctica esto significaba que los obispos, abades y similares estaban más bien exentos de sanciones legales. Así, el procedimiento Inquisitorial capacitaba a las autoridades eclesiásticas, cuando lo considerasen apropiado, iniciar procesos contra los clérigos de más alto rango. Esta fue sin duda una encomiable reforma, pero tomó un nuevo significado bajo el mandato de la Inquisición.

La Inquisición toma su nombre del procedimiento inquisitorial y no, como se ha asumido a menudo, viceversa: llevaba a cabo inquisiciones, o indagaciones oficiales, y realizaba “juicios inquisitoriales”. Pero, en tanto que institución, adaptó el procedimiento inquisitorial a sus propósitos, que eran la erradicación de la herejía. Tal y como lo usaba la Inquisición el proceso era extremadamente injusto para el acusado. No tenía derecho a un abogado y cuando tenía uno, éste estaba más preocupado en hacerle confesar que en defenderlo. Cualquier prisionero que insistiera en su inocencia podía ser encarcelado de por vida. Un prisionero que confesase sería llamado tres días después para confirmar su confesión, tenía que reconocer explícitamente que había confesado por “propia voluntad”, y no “a causa del miedo a la tortura”. Si esto era realizado satisfactoriamente era reconciliado con la Iglesia y había de realizar algún tipo de penitencia o sufrir algún castigo, unas veces suaves otras muy duro. Si a alguno se le ocurría retractarse de su confesión –por ejemplo, debido a que esta había sido extraída mediante tortura- era considerado hereje reincidente y (como no se le permitía matar a la Iglesia) era entregado al poder secular para ser quemado vivo. El procedimiento perfeccionado y sistematizado por la Inquisición era un instrumento con terribles potencialidades.

La Inquisición quedó completamente organizada solo en la segunda mitad del siglo XIII, pero ya en 1231, después del acuerdo entre Gregorio IX y Federico II, el arzobispo de Mainz nombró a un tal Conrad de Marburg inquisidor de su amplia sede. Fue un nombramiento desafortunado, pues el hombre resultó ser un completo fanático. Además, no había ningún tipo de procedimiento establecido para parar su fanatismo. El procedimiento posteriormente desarrollado por la Inquisición, injusto y perverso, no obstante, era menos arbitrario que el procedimiento elaborado por este pionero amateur(1).

Parece ser que Conrad era de descendencia aristocrática y había pertenecido anteriormente a la orden monástica de los Premonstratenses, aunque era un simple sacerdote secular. Tenía una educación universitaria, probablemente en Paris, y era conocido por sus conocimientos, pero fue más famoso por su formidable personalidad y vida austera. Delgado por los ayunos, y de semblante sombrío y amenazante era seco y temido. Completamente incorruptible, aunque pasó bastantes años en la corte del Conde de Turingia, y ejerció gran influencia, se negó a recibir beneficios y quiso seguir siendo un simple sacerdote. Era terriblemente severo. Como confesor de la condesa –hoy Santa Elizabet de Turingia- trataba a su penitente con una dureza extraordinaria incluso para las costumbres de le época. Por ejemplo, embaucaba a esta viuda de veintiún años con cualquier pequeña falta o desobediencia para después hacer que ella y sus doncellas fueran azotadas tan severamente que las cicatrices eran aún visibles semanas después.

Los Papas estaban acostumbrados a confiar en Conrad la defensa de la fe. En 1215 y, de nuevo, en 1227, mientras se hacían planes para una nueva Cruzada contra el Islam, Conrad fue nombrado para predicar la Cruzada. Se desplazaba de un lugar a otro montado en un burro, en imitación de Jesús –le seguía una multitud de clérigos y laicos, hombres y mujeres, cuando se acercaba a un pueblo los habitantes salían en procesión a su encuentro, con velas, banderas e incienso. Su éxito como predicador de la Cruzada le hizo famoso.

Conrad también tenía mucha experiencia en la defensa de la fe contra enemigos internos. Insistía en que los obispos estaban obligados, bajo pena de expulsión, de perseguir y castigar a los herejes en sus diócesis, el Concilio de Letrán de 1215 animó a los informadores. Aquellos a los que les consumía la urgencia de exterminar a todos los herejes se apresuraron con denuncias. Entre ellos Conrad se distinguió, su celo no pasó inadvertido. En 1227 el Papa le encargó la tarea de preparar informes sobre la base de cuales denuncias formales podían ser presentadas con los obispos. En 1229 Conrad predicó contra los herejes en Estrasburgo, con tanta eficacia que dos personas fueron quemadas. Su nombramiento en 1231 como primer oficial inquisidor en Alemania era la culminación apropiada para su carrera.

Pero ya había una pareja de inquisidores no oficiales, por su cuenta. Uno era un hermano laico de la Orden Dominicana llamado Conrad Torso, el otro, vizco, un granuja armado llamado Johannes, de ambos se decía que anteriormente habían sido herejes. Deben haber adquirido de alguna manera el prestigio del que, en aquellos tiempos, disfrutaban los hombres santos, pues tenían el apoyo del populacho, lo que les capacitaba para intimidar a los magistrados para que quemaran a quienquiera ellos designaran. Los frailes, Dominicanos y Franciscanos igualmente, también cumplían sus órdenes y les ayudaban en las quemas.

Conrad Torso y Johannes comenzaron descubriendo a algunos herejes genuinos –gente que no solo admitían sus creencias sino que persistían impenitentemente en ellas. Estos fueron debidamente juzgados, condenados y llevados ante la justicia secular para ser ejecutados. Pero pronto los dos se mostraron mucho menos discriminatorios. Afirmaban detectar los herejes según su apariencia, y a medida iban de pueblo en pueblo y ciudad en ciudad denunciaban a la gente basados en meros fundamentos intuitivos. Los quemados ahora incluían a Católicos perfectamente ortodoxos, quienes desde las llamas invocaban a Jesús, María y los Santos. “De buena gana quemaríamos a cientos, decían los inquisidores amateurs, aunque hubiese entre ellos un solo culpable”(2).

Primeramente encontraron sus víctimas entre los pobres, pero esto no les satisfacía, y pronto idearon un mecanismo para poner a los ricos a merced de ellos. El rey Germano, Enrique VII, había promulgado un decreto referente a la posesión de la propiedad de cualquier ciudadano condenado por herejía. Parte de la propiedad iba al Señor Feudal, pero otra parte pasaba a sus herederos. Los inquisidores propusieron un nuevo arreglo: cuando un rico fuese quemado/a bajo su acusación, toda la propiedad debía ser confiscada y dividida entre todos los Señores, incluído el Rey. Los herederos no recibirían nada en absoluto. Parece que durante algún tiempo la propuesta cumplió su objetivo, los inquisidores recibieron el apoyo de los estratos altos de la sociedad.

Estos dos sombríos caracteres, Conrad Torso y Johannes se unieron al verdaderamente fanático Conrad de Marburg, y el resultado demostró ser verdaderamente poderoso. Vastas áreas fueron sujetas a sus arbitrarias y despóticas voluntades. Esos jueces no temían a nadie, y sus juicios alcanzaban indiscriminadamente a campesinos y burgueses, clérigos y caballeros. A quienquiera que eligiesen acusar no le era dado tiempo para pensar en preparar su defensa sino que era juzgado en el momento. Si era condenado no se le permitía ni siquiera ver a su confesor sino que era ejecutado tan pronto como posible, a menudo el mismo día de su arresto. Solo había una manera de escapar a la condena y ejecución: el acusado debía confesar ser hereje. Después se exigía prueba de arrepentimiento: el acusado debía afeitarse la cabeza, como signo externo de vergüenza, pero aún más importante era que debía dar el nombre de compañeros herejes y especificar la “escuela herética” donde había sido instruido. Si no podía ofrecer información satisfactoria por sí mismo, Conrad de Marburg y sus compañeros le ayudaban. Le ofrecían los nombres de nobles –sobre lo cual el acusado daba a menudo su conformidad: “Esta gente son tan culpables como yo, estábamos en la misma escuela juntos”. Algunos hicieron esto en orden a salvar a sus familiares de la expropiación y la pobreza, pero la mayoría lo hizo por miedo a ser quemado vivo. El terror alcanzó tal nivel que hermano denunciaría a hermano, esposa a esposo, el señor a sus campesinos y los campesinos a su señor.

Conrad también confió mucho en las denuncias de anteriores herejes que habían vuelto a la Iglesia. Cualquier cosa que éstos le dijeran él la aceptaba ciegamente, sin preocuparse en verificarlo, esta manera de proceder llevó a múltiples abusos. Los verdaderos herejes explotaban su ingenuidad en su propio beneficio. Amañaban la conversión de algunos de los suyos para poder de esta manera denuncia a los buenos Católicos como herejes –en parte para vengar a sus seguidores que habían perecido en las llamas y en parte para desviar la atención de sus miembros aún con vida. El aparato persecutorio también podía ser usado para propósitos de venganzas personales. Una joven llamada Adelaida se presentó voluntariamente como hereje arrepentida con el único propósito de denunciar a sus familiares, que estaban tratando de quitarle una herencia. Conrad los quemó a todos(3).

La actividad de Conrad como inquisidor duró aproximadamente un año y medio y abarcó lugares tan lejanos como Erfurt, Marburg, y el las ciudades del Rin Mainz, Bingen, y Worms. Es imposible decir incluso aproximadamente cuanta gente quemó, pero todas las fuentes contemporáneas están de acuerdo que fueron muy numerosas. Obviamente la atmósfera de incertidumbre, ansiedad, más la ola de falsas denuncias y falsas confesiones, dieron lugar a bastante inquietud en la población.

El alto clero estaba horrorizado. Los superiores de Conrad, el Arzobispo Siegfried III de Mainz, se unió a los Arzobispos de Colonia y Tréveris para pedir al fanático sacerdote moderación. Un Sínodo que tuvo lugar en Mainz el 25 de Junio de 1223 trató de introducir un procedimiento más ordenado para la instrucción y conversión de los herejes en lugar de su destrucción física(4). Entre los más notables eclesiásticos, sólo uno apoyó al inquisidor –el obispo de Hildesheim, quien era él mismo un fanático. El resto todos aconsejaron moderación, pero este consejo solo consiguió aumentar la furia de Conrad y llevarlo a cometer mayores excesos. Al final comenzó a acusar a gente que eran de alta alcurnia y notable piedad, esto le llevó a la perdición.

El Conde Henry de Sayn era un gran señor que poseía muchas tierras a lo largo del Rin y en Hesse. También era un devoto Católico, que no solo había donado monasterios e iglesias sino que incluso había participado en una Cruzada. Conrad los citó a presentarse bajo cargos de herejía, pues tenía testigos que habían visto al Conde -presumiblemente en una orgía nocturna. El Arzobispo de Mainz arregló prudentemente el caso para que fuese auditado en una asamblea de los estados del Imperio, que tuvo lugar en Mainz inmediatamente después del Sínodo. El conde y el inquisidor aparecieron ambos con sus testigos, y mientras que los testigos del Conde afirmaban su ortodoxia y piedad, los de Conrad se retractaron todos, algunos admitiendo que había denunciado al Conde solo para salvar sus vidas, otros que lo habían hecho por malicia personal. El clero presente estaba unánimemente convencido de la inocencia del Conde, y así lo promulgó. Fue una aplastante derrota para Conrad.

Amargado y furioso, Conrad comenzó a predicar públicamente contra otros nobles personajes a los que acusó de herejía, y entonces se dispuso a regresar de Mainz a su nativa Marburg. Cegado por su cólera y demasiado confiado en la santidad de su oficio, rechazó la escolta que el rey y el arzobispo le ofrecieron. El 30 de Julio de 1233 fue asesinado en el camino, sea por vasallos del Conde Sayn o por nobles a los que estaba atacando.

En todas las regiones donde Conrad estuvo activo las noticias de su asesinato fueron recibidas con gran alegría. Su final fue visto como un juicio de Dios, y le fue asignado un lugar con los condenados en el infierno. Respecto a sus cómplices las cosas también fueron mal: Conrad Torso fue apuñalado de muerte, y Johannes fue colgado, los falsos testigos contra el Conde Sayn fueron encarcelados por el arzobispo de Mainz. Aunque las leyes contra la herejía permanecieron siguieron vigentes, no hubo mayores persecuciones “durante este periodo”. Como bien comenta un cronista, fue el final de una persecución nunca antes vista desde la persecución de los primeros Cristianos, ahora los tiempos eran algo más benignos y más apacibles(5).

Pero no todo el mundo estaba contento. En una carta circular al clero Germano, el Papa Gregorio expresó su enfado y consternación(6). Conrad de Marburg, decía, había sido un siervo de la luz, un campeón de la fe Cristiana, el novio de la Iglesia….. Las noticias de su asesinato había herido a la iglesia como un rayo. Sus criminales eran hombres sangrientos e hijos de la oscuridad, no era posible imaginar ningún castigo terreno que pudiese igualar este crimen. Por lo tanto, era el deber del papa demostrar que no empuñaba la espada de Pedro en vano, y el de asegurarse que los criminales no se jactasen de su crimen. Así, decretó que el clero debía excomulgar a los asesinos y sus cómplices, prohibir que nadie tuviese trato con ellos, y prohibir que ningún pueblo, ciudad, o castillo les diese alojamiento, hasta que los culpables vinieran a Roma y suplicaran su absolución. Gregorio hizo también otras propuestas. En carta al arzobispo de Mainz y al obispo de Hildesheim trató de relanzar la campaña contra los herejes en Alemania, proponiendo incluso que aquellos que tomasen parte en esta campaña tuviesen garantizadas las mismas indulgencias que aquellos que fueran a una Cruzada a Tierra Santa.

Durante el año siguiente el abismo que separaba al papa del clero Alemán y la gente se hizo más profundo. En una asamblea de los estados del Imperio, mantenida en Frankfurt en Febrero 1234, muchos de los que habían sido acusados y despojados por Conrad aparecieron en procesión, llevando cruces, y quejándose amargamente del trato recibido. Una gran ola de indignación sacudió la asamblea, se oyó incluso decir a un obispo príncipe, “el Maestro Conrad merece ser desenterrado y quemado como hereje”(7). El Conde Henry de Sayn apareció y fue oficialmente limpiado de herejía. Otra de las víctimas de Conrad, el Conde Henry de Solms, declaró en lágrimas que confesó ser hereje para no ser quemado vivo, también él fu absuelto. Finalmente seis de los involucrados en el crimen de Conrad confesaron y fueron tratados benignamente. Excepto el antiguo aliado de Conrad, el obispo de Hildesheim, nadie mostró ningún interés por una reanudación de la caza de herejes. En Abril el arzobispo de Mainz, en representación del clero Germano, escribió al papa explicándole las terribles ilegalidades cometidas por Conrad en sus actividades(8). Por otro lado, nada de esto impresionó al Papa Gregorio, que continuó acusando a los asesinos de Conrad –y también al clero Alemán por protegerlos.

El papa en Roma tenía una idea muy diferente de Conrad y su papel respecto a la realidad de su conducta, uno se pregunta por qué. Conrad no fue nombrado por el papa ni fue considerado como una imposición papal que infringía la jurisdicción tradicional de los obispos. Conrad fue nombrado por su superior, el arzobispo de Mainz(9). La explicación de esta discrepancia está en otra parte. Conrad era un fanático cuyas actividades persecutorias estaban inspiradas no solo por una detestación de la herejía sino por fantasías demonológicas acerca de los herejes. Los obispos Alemanes en general no compartían esas fantasías, pero el papa sí –y seguramente fue Conrad quien las implantó en la mente del papa.

En 1233 el Papa Gregorio IX promulgó una bula, conocida como “Voz in Rama” que contenía todos los cuentos difamatorios arriba examinados. La bula papal describe lo que ocurre cuando un novicio es recibido en una secta herética. “Primero aparece un sapo, que el novicio ha de besar sea en la boca o en el trasero (culo), aunque a veces la creatura puede ser un ganso o un pato. Después aparece un hombre, con los ojos pintados con carbón negro y una extraña complexión, tan delgado que parece solo tener piel y huesos. El novicio le besa etc………”

Este informe continua con lo que pretende ser un sumario de la doctrina herética. Dios, según esta herejía, actuó contra toda justicia cuando arrojó a Lucifer al infierno. Lucifer es el verdadero creador del cielo, y un día expulsará a Dios para retomar su glorioso lugar en el cielo. Así, los herejes esperan alcanzar la bendición eterna en él y con él. Para ello deben evitar alabar a Dios y han de hacer todo lo que le es odioso. Este sumario doctrinal confirma lo que uno habría en cualquier caso asumido -que el sapo, el gato, etc. el hombre pálido y el hombre mitad radiante mitad negro son disfraces de Satán o Lucifer.

Vox in Rama estaba dirigida específicamente contra los herejes en Alemania. Estaba dirigida al arzobispo de Mainz, como primado de Germania, pero también, con su nombre, a Conrad de Marburg y su obispo aliado de Hildesheim. Está de hecho basada en un informe que estos habían previamente enviado al papa, referente a los herejes del Rin. Este informe se ha perdido, pero hay poca duda que era, si no en parte, en su totalidad, obra de Conrad de Marburg. Cuando después de la muerte de Conrad, el arzobispo de Mainz escribió su carta de protesta al papa, se quejaba que el inquisidor había forzado a sus víctimas para que confesaran haber besado al sapo, al gato, al hombre pálido y otros monstruos(10).

Conrad de Marburg fue un hombre impulsado por necesidades internas intensas. Era su propia personalidad la que posibilitó e impulsó a este sacerdote solitario, sin apoyo de ninguna orden monástica, a aterrorizar la sociedad Alemana desde los de arriba hasta los de abajo. Su ímpetu en la persecución venía de él mismo en lugar de la situación real: aunque sí es cierto que había herejes en el país, eran mucho menos numerosos y poderosos de lo imaginado.

De todas maneras, este episodio tuvo una importancia crucial. Por primera vez las fantasías demonológicas tradicionales figuraron no simplemente como resultado de la persecución sino como estimulo para ella. Por vez primera el mismo papa se había dejado llevar por esas fantasías: Vox in Rama transformó meros cuentos en verdades establecidas. Estos eran importantes precedentes. En los dos siglos siguientes otras persecuciones fueron estimuladas de la misma manera, también con la aprobación y apoyo de las altas autoridades. Cada nueva persecución otorgaba más credibilidad y autoridad a las fantasías que la estimulaban y legitimaban, hasta que vinieron a ser aceptadas como evidentemente verdaderas –primero por muchos educados, después por el conjunto de la sociedad.

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1. Sobre Conrad de Marburg y sus actividades: “Gesta Treverorum, Continuatio IV”, en MGSS vol. XXIV, pp. 400-2; “Chronica Albrici Monachi Trium Fontium”, en MGSS vol. XXIII, pp. 931-2; “Anales Wormatienses”, en MGSS vol. XVII, p. s. 39. Para un buen relato moderno: P. Braun, “Der Beichtvater der reiligen Elisabeth und Deutsche Inquisitor Konrad von Marburg”, en Beiträge zur hessischen Kirchengeschichte (ed. Diehl y Koehler), Neue Folge, Ergänzungsband IV, Darmstadt, 1911, pp. 248-300, 331-63. Sobre la probable descendencia aristocrática de Conrad, y conexiones con los Premonstratenses, ver K.H. May, “Zur Geschichte Konrads von Marburg”, en Hessisches Jahrbuch für Landesgeschichte, vol. I Marburg, 1951.
2. Annales Wormatienses, loc. cit.
3. Chronica Albrici, p. 931.
4. H. Finke, “Konzilienstudien zur Geschichte des 13 Jahrhunderts”, Münster, 1891, pp. 30.
5. Gesta Treverorum, Contin, IV, p. 402.
6. MGH, Epistolae Saeculi XIII e regestis Pontificum, vol. I, Nº 560, pp. 453-55.
7. Annales Erphordenses Fratrum Praedicatorum, in Scriptores Rerum Germanicarum: Monumenta Erphesfurtensia”, Ed. O. Holder-Egger, Hanover, 1899, p. 86.
8. Texto en “Chronica Albrici”, pp. 931-2.
9. Förg, op. Cit., pp. 79,91.
10. Chronica Albricie, p. 931.