lunes, 26 de agosto de 2013

PABLO II


RUPTURA CON JERUSALEM
Los Hechos de los Apóstoles son nuestra única fuente para el comienzo de este periodo de la vida de Pablo, nos informa el cap. 11 que la actividad común de Bernabé y su nuevo colaborador en Antioquia duró un año y le permitió instruir a una gran cantidad de gente. Se nos informa que “es en Antioquia donde por vez primera el nombre “cristianos” fue dado a los discípulos”. Esta nota es interesante, porque el término “christianos” compuesto por el Griego “Christos”, el Ungido, y de una terminación Latina “ianus”, empleado habitualmente para designar a los partisanos de un jefe político, parece ser un nombre popular más o menos irónico. Quizá el pueblo de Antioquia sorprendido por el ardor extremo de los evangelistas, habría calificado a los convertidos como “partido del Ungido”, lo que, para ellos, significaba “partido del untado” y no, como para los Judíos, “partido del Mesías”, el Ungido por excelencia del Antiguo Testamento? Sea como sea, como muchas veces ha ocurrido en la historia, los Cristianos tomaron por su cuenta esta designación e hicieron de ella un título del que estar orgullosos. Podría ser que el activismo muy visible de Pablo, el nuevo adjunto a Bernabé, hubiese contribuido a suscitar la ironía de los habitantes de Antioquia,  poco dados a la espiritualidad?

Se ha sugerido muchas veces que en la gran ciudad de Antioquia, con su población cosmopolita y su intensa actividad comercial fundamentada en los intercambios comerciales entre Oriente y Occidente, Pablo habría estado en contacto con medios religiosos orientales, Sirios en particular, y con los cultos mistéricos. Su interpretación de la muerte y resurrección de Jesús, así como su concepción del bautismo y de la eucaristía, habrían podido evolucionar bajo estas influencias. Estas hipótesis no parecen fundadas. Tarso, donde Pablo había permanecido largo tiempo y donde la vida cultural y religiosa era tan activa como la de Antioquia, le había ofrecido todas las posibilidades de enriquecer su pensamiento. Por otro lado, los préstamos que el apóstol habría podido tomar de otras religiones parecen haber llegado hasta él mediante la influencia de las sinagogas en la diáspora, en general muy receptivas a las influencias del medio ambiente. En estas condiciones, hay que evitar atribuir a la estancia relativamente breve de Pablo en Antioquia un papel demasiado importante en la evolución de su teología.

Con la llegada a Antioquia de los profetas venidos de la Iglesia de Jerusalem, nos dice el libro de los Hechos, uno de ellos, un tal Agabo, anunció una hambruna general. Los Cristianos de la metrópolis Siria, conscientes de sus deberes hacia la comunidad de la Ciudad Santa, habrían decidido enviar ayuda, que fue confiada, según los Hechos de los Apóstoles, a Bernabé y Pablo. No se nos narra la verdad de lo ocurrido en su viaje a Jerusalem. El final del capítulo 12 de los Hechos sólo menciona brevemente la entrega de una cantidad de dinero a sus destinatarios y del regreso a Antioquia de los dos, acompañados de un tal Juan, de sobrenombre Marcos, primo de Bernabé.

La historicidad de este desplazamiento o, al menos, de la participación de Pablo en la expedición es bastante incierta. La carta a los Gálatas insiste en el hecho que Pablo no fue dos veces a la ciudad Santa durante los diecisiete años que siguieron al episodio de Damasco. Aunque el viaje tan por encima evocado en los capítulos 11 y 12 de los Hechos no podría ser datado sino cerca del año 44 de nuestra era, o sea una docena de años después de la aparición del Jesús Resucitado a Pablo, mientras que la visita de Bernabé y Pablo relatada en el capítulo 15 de los Hechos se sitúa hacia el 48 y, según todas las apariencias, se confunde con el segundo viaje del que informa Pablo mismo (Gálatas, cap 2). Parece ser que el autor de los Hechos, ante una documentación insuficiente, se hubiese dejado llevar por su deseo de mostrar la absoluta continuidad entre la Iglesia de Jerusalem y Pablo hasta el punto de inventar un viaje suplementario de este último en la ciudad Santa, como lo hará de nuevo en el capítulo 18. Los capítulos 13 y 14 de Hechos aportan al contrario información mucho más sólida sobre las actividades de Bernabé y Pablo. El comienzo del capítulo 13, que tiene casi el aspecto de un proceso verbal, explica cómo los dirigentes de la Iglesia de Antioquia, cuya lista es dada, fueron conducidos por el Espíritu de Dios a poner a parte a dos de entre ellos, Bernabé y Pablo, para la misión, no precisada, a la que eran llamados. Como muestra la continuación del relato, se trata de emprender un gran viaje de evangelización fuera de la provincia de Siria-Cilicia, ya bien trabajada por Pablo. El evento es importante: los cristianos de Antioquia, ya numerosos, tomaban en sus manos la expansión de su fe, hasta entonces realizada por los Helenistas y por las autoridades de la Iglesia de Jerusalem.

Los dos enviados se desplazaron por mar a Chipre, que era la provincia de origen de Bernabé. El autor nos dice de paso que tenían con ellos como asistente al Juan que les había acompañado desde Jerusalem a Antioquia. Predicaron en las sinagogas de Salamina, antes de dirigirse a Pafos, capital de la provincia, que se encontraba en el otro extremo de la Isla. Nada se dice de su actividad en esta ciudad, solo que fueron llevados por un mago Judío, Bar-Jesús, ante el procónsul romano Sergio Pablo. Habiéndose propuesto oponerse a los esfuerzos de Bernabé y de Pablo para convertir al procónsul a la fe, el mago habría sido maldito por Pablo, quien lo dejó al menos temporalmente ciego. Visto esto, el procónsul se convirtió. Este extraño relato, que suena a leyenda, es la ocasión para el autor de Hechos para señalar que aquel al que hasta entonces llamaba Saulo se llamaba también Pablo, nombre que le dará a pesar de todo. Lo más significativo es que a partir de ese momento Pablo será siempre citado antes de Bernabé, salvo cuando tuvo lugar el incidente de Listra. Es pues Pablo el que se impone como jefe del pequeño grupo de misioneros. Sin duda él era más dinámico que el excelente Bernabé.

De Pafos, donde Bar-Jesús quizá les complicaba el acceso a las sinagogas, los misioneros se embarcaron hacia el continente, llegando a la rica provincia de Panfilia, donde varias grandes ciudades podían ofrecer un campo de acción favorable. Llegaron a Pérgamo, centro de un culto a Artemisa muy antiguo, a algunos kilómetros de la costa. Pero, no emprendieron nada, y Juan, el asistente, los abandona para regresar a Jerusalem, sin que se nos explique por qué. Todo lo que sabemos, es que Pablo se niega, durante muchos años, a aceptar toda colaboración con este personaje (Hechos, cap. 15), aunque Bernabé le sigue otorgando su confianza. Podría ser que este no apreciaba ver a Pablo tomar la dirección del grupo? Podría ser también que hubiese desaprobado los proyectos para la continuación del viaje, sin duda sugeridos por Pablo.

Se ha tratado de explicar de maneras diversas la sorprendente decisión de Pablo y Bernabé de abandonar Panfilia para atravesar la cadena del Tauro y alcanzar la alta meseta Anatolia. Quizá, como suponen algunos críticos, tenían la malaria y no querían permanecer en la parte llana. Aunque el viaje a través del Tauro era penoso y peligroso debido a la presencia de malhechores –poco atractivo para alguien enfermo. También se ha sugerido que la familia del procónsul Sergio Paulo tenía propiedades y relaciones en Antioquia de Pisidia. Se podría creer que Pablo y Bernabé eran recomendados de este personaje? Esto es muy dudoso.

Sin duda hay que buscar en otro sitio la razón de esta elección tan extraña. Se trata más bien de una opción estratégica visiblemente inspirada por Pablo. Se trata más bien de una opción estratégica visiblemente inspirada por Pablo. Éste tenía una concepción muy amplia de la acción a realizar para expandir el Evangelio antes del regreso de Cristo. Temía verse enganchado en la evangelización de la pequeña provincia de Panfilia. Para preparar el futuro de la misión, había según él, que tomar la “Via Sebaste”, la gran vía romana que unía el valle del Eúfrates, Antioquia y Tarso a los países alrededor del mar Egeo, en particular la provincia de Asia, e implantar albergues que permitiesen a los futuros evangelistas que venían a pie desde el este progresar rápidamente hacia el oeste, a pesar de la naturaleza casi desértica de la alta-meseta de Anatolia.

La primera etapa de Pablo y Bernabé cuando hubieron alcanzado los parajes de la “Via Sebaste” fue Antioquia de Pisidia, modesta ciudad donde vivía una población Judía bastante importante a la que Augusto había dotado del estatus de colonia Romana de derecho Itálico. Pablo y Bernabé fueron a la sinagoga el Sábado y Pablo pronunció ante este auditorio compuesto de Judíos y simpatizantes del Judaísmo un gran sermón del que los Hechos de los Apóstoles  ofrecen el texto en los versículos 16 al 17 del capítulo 13. Este cuadro amplio de la historia de Israel, seguido de una evocación de la vida, de la muerte y de la resurrección de Jesús apoyado por varias citas bíblicas, comporta entre otros una mención de la justificación por la fe, tema eminentemente Paulino.

No hay que creer por lo tanto que este sermón, el único que los Hechos ponen en boca de Pablo cuando este se dirige a un auditorio Judío, es el que dio aquel día en esta sinagoga. Como hacían todos los historiadores de la Antigüedad, Lucas insertó aquí en su relato un discurso destinado a aclarar la situación en la que se encontraban sus héroes. Diferentemente a estos historiadores, no redactó libremente este texto, sino que lo compuso basándose en predicaciones Cristianas dirigidas en su tiempo a los Judíos. Se puede pues pensar que Pablo predicaba el Evangelio a los Judíos más o menos de esta manera. Sea lo que sea, este sermón fue, según Hechos, un gran éxito y los dos misioneros fueron invitados a volver el sábado siguiente.

Pero, ocho días más tarde, acudió una muchedumbre tal de no-Judíos que los Judíos, si creemos los Hechos, se prodigaron en injurias contra los propósitos de Pablo. A lo que Pablo y Bernabé replicaron que, ante este rechazo Judío, iban a pesar de todo volverse hacia los paganos –lo que hicieron con enorme éxito. Los Judíos, exasperados, agitaron a las grandes damas simpatizantes del Judaísmo y a los notables de la ciudad, quienes expulsaron a los dos misioneros de su territorio. Era la primera vez, parece, que Pablo encontraba en una Sinagoga una oposición tan inmediata y brutal, al mismo tiempo que encontraba semejante afinidad con los paganos. Había aquí de lo que reflexionar en cuanto a la orientación de sus esfuerzos de evangelización.

Tomando la Via Sabaste hacia el este, Pablo y Bernabé se desplazan a Iconium, la actual Konya, en la región vecina llamada Licaonia, donde el mismo escenario se volvió a producir. Amenazados de ser linchados, los dos misioneros se refugiaron en las pequeñas ciudades de Listra y Derbé, así como en las cercanías. Listra era una colonia Romana y Derbé acababa de obtener un estatus cercano al de una colonia. No parece que haya habido muchos habitantes Judíos en estas dos localidades. Pablo y Bernabé se dirigieron pues a los paganos y obtuvieron cierto número de conversiones entre ellos.

En Listra, Pablo habiendo sanado a un paralítico, la muchedumbre creyó reconocer en Bernabé, al más venerable, Zeus, y en Pablo, al portavoz Hermes. Un sacerdote de Zeus quiso incluso ofrecerles un sacrificio. Los dos “apóstoles”, tuvieron todas las dificultades del mundo para impedir la realización de este acto cultual, con gran decepción de la muchedumbre, que, poco después, se vuelve contra ellos instigados por los Judíos venidos de Antioquia y de Iconia. Pablo fue lapidado y sacado fuera de la ciudad en un triste estado. Pudo no obstante levantarse y partir al día siguiente con Bernabé para la ciudad vecina de Derbé, donde predicaron aún durante algún tiempo.

Se podría imaginar que, de ahí, regresarían directamente a Tarso y Antioquia, de donde no estaban lejos. Sin embargo, volvieron sobre sus pasos. Les quedaba una cosa esencial por hacer en las cuatro ciudades que habían evangelizado en la alta-meseta: organizar Iglesias. Hay que comprender que era la primera vez desde los comienzos del Cristianismo que grupos de fieles se habían formado en localidades donde no existía ninguna Sinagoga (Listra y Derbé), aunque la primera vez también que, en las ciudades que poseían una sinagoga, los nuevos Cristianos, fuesen Judíos o paganos, estaban obligados de reunirse fuera de la asamblea Judía, dada la hostilidad de esta última. Hasta entonces los grupos de Cristianos se habían siempre constituido en el interior de las comunidades Judías, aún muy plurales en la época, libres de celebrar entre ellos los bautismos de los nuevos adherentes y la comida eucarística. Pablo y Bernabé se vieron pues forzados a innovar urgentemente y sin el más mínimo mandato de la Iglesia de Jerusalem o de la de Antioquia, que continuaban existiendo dentro del Judaísmo. Designando ancianos para dirigir a los grupos Cristianos de DErbé, de Listra, de Iconia y Antioquia de Pisidia, lo que les otorgaba una existencia autónoma, los dos misioneros respondían a necesidades pastorales evidentes, aunque se situaban al margen de la práctica constante de las primeras Iglesias. Pronto se les reprocharía, tanto más cuanto no habían aconsejado a los nuevos conversos de origen pagano hacerse circuncidar para entrar en las nuevas Iglesias.

De Antioquia de Pisidia, Pablo y Bernabé bajan de nuevo a Panfilia, donde, esta vez, permanecieron un poco en Pérgamo para anunciar el Evangelio. Después se embarcaron en Atalia, el puerto vecino, y volvieron a Antioquia de Siria de donde salieron hacía largos meses. Dieron cuenta a la Iglesia de su misión, insistiendo en el hecho que a través de su actividad “Dios había abierto la puerta de la fe a los paganos”. Esto no era ninguna novedad para los Cristianos de Antioquia, aunque constituía un paso adelante considerable, dada la desaparición de todo vínculo entre las nuevas Iglesias y el Judaísmo.

Todo parecía ir muy bien, cuando llegaron a Antioquia hermanos que venían de Judea, los cuales, alertados sin duda por el rumor de las iniciativas tomadas por Pablo y Bernabé y deseosos de conservar la unión entre los grupos Cristianos y el Judaísmo, proclamaron la necesidad, para los convertidos procedentes del paganismo, de circuncidarse si querían acceder a la salvación. Encontraron cierto apoyo en la comunidad y los dos misioneros se vieron obligados a defenderse, sin llegar, parece ser, a imponer su punto de vista. Se decide entonces enviar a Jerusalem una delegación compuesta de varias personas, entre ellas Pablo y Bernabé, con el fin de obtener de los dirigentes de la Iglesia de la Ciudad Santa un arbitraje definitivo (Hechos, cap. 15).

Este relato debe ser cercano al que Pablo ofrece en la Carta a los Gálatas (cap. 2). A pesar de las dudas de algunos críticos, se trata sin duda del mismo viaje, que Pablo relata de una manera bastante más exacta que el autor de Hechos de los Apóstoles, incluso cuando su narración es un poco subjetiva. Pablo afirma que emprendió este desplazamiento “después de un revelación” y que lo hizo en compañía de Bernabé y de un converso Griego cercano a él, un tal Tito. Después de haber expuesto a la comunidad de la Ciudad Santa el Evangelio que predicaba entre los paganos, Pablo tuvo una entrevista con los hermanos “los más considerados” con el fin de asegurarse que estos no se pronunciasen contra los resultados de su misión. Para su gran alivio, a pesar de la fuerte presión de los “falsos hermanos” que ponían en tela de juicio “la libertad que viene de Jesucristo”, los dirigentes de la Iglesia no obligaron ni siquiera a Tito a circuncidarse. Hubo que luchar duramente para llegar a este resultado, añade Pablo. Es más, estos dirigentes, o sea Santiago, Pedro y Juan, dejaron a Pablo y Bernabé libertad de acción y les reconocieron la misión de predicar a los paganos, igual como Pedro había recibido el encargo de predicar a los Judíos.

Pablo y Bernabé habían obtenido todo lo que querían, incluso si se les pedía que se acordaran de los pobres, o sea de enviar fondos en el futuro para socorrer a los miembros necesitados de la Iglesia de Jerusalem, que parece eran numerosos. No se trataba de un impuesto, como el que los Judíos de la diáspora pagaban al Templo, sino de un deber de solidaridad destinado a enfatizar la unidad de las Iglesias en esta Ciudad Santa. Pablo añade que desde entonces nunca dejó de realizar este deber de solidaridad.

El relato que hace los Hechos de los Apóstoles de este mismo encuentro en Jerusalem en el capítulo 15 coincide, a pesar de un estilo completamente diferente, con el de Gálatas, cap. 2, en sus dos primeros tercios. Su final se separa evocando algunas reglas que Santiago, y posteriormente toda la asamblea, hubieron considerado bueno hacer respetar por los hermanos de origen pagano, a los cuales no se imponía ni la circuncisión, ni la observación de los mandamientos mosaicos: abstenerse de la carne de los sacrificios a los ídolos, de la sangre de los animales sacrificados, y de la inmoralidad, o sea de las uniones ilegítimas según la Ley de Moisés. Estas prescripciones, de las que Pablo no dice palabra, no son una invención de Lucas, dado que serán observadas de manera muy general por los Cristianos del siglo II, antes que los Hechos de los Apóstoles adquiriesen la autoridad de Escritura Santa. Hay que suponer pues que fueron enunciadas por la Iglesia de Jerusalem poco después del encuentro relatado en Gálatas, cap. 2, y aceptadas muy rápidamente por todas las Iglesias con excepción de aquellas que se decían de Pablo. Se trataba de un compromiso que permitía la cohabitación en el seno de una misma comunidad y alrededor de la mesa eucarística de los Cristianos Judíos y sus hermanos de origen pagano, a los cuales se renunciaba imponer la adhesión al Judaísmo. Este gesto conciliador de la Iglesia de Jerusalem llegó desgraciadamente demasiado tarde para evitar la secesión de Pablo.

De regreso a Antioquia de Siria después del encuentro en Jerusalem, Pablo y Bernabé, triunfantes, retomaron su puesto en la Iglesia. Su triunfo era tan incontestable que incluso Pedro se les unió y aceptó sin ninguna reserva la libre cohabitación de Judíos y antiguos paganos que caracterizaba la vida de esta comunidad, incluida la mesa eucarística. Pero este periodo eufórico no duró. “Gente del entorno de Santiago” vinieron y explicaron a Pedro y los demás Judíos de la Iglesia que al compartir la mesa con paganos cometían infracción respecto a las leyes de pureza. Lo hicieron tan bien que Pedro y Bernabé, junto con todos los Judíos de la comunidad, dejaron a los hermanos de origen pagano celebrar su propia eucaristía y se reagruparon aparte.

Pablo se indignó ante esto y amonestó violentamente a Pedro (Gálatas, cap. 2). Tenía el sentimiento de haber sido engañado en el encuentro de Jerusalem. Se le había hecho creer que los convertidos de origen pagano tendrían, con el mero bautismo, los mismos derechos que los Judíos en la Iglesia una. Descubrió con consternación que el reconocimiento de la misión a los paganos confiada a Bernabé y a él mismo terminaba con la creación en cada lugar de dos Iglesias distintas, la de los Judíos, por un lado, estrechamente ligada a la sinagoga, y la de los antiguos paganos, por el otro.

Esta fue la ruptura con la Iglesia de Jerusalem, con Pedro e incluso con Bernabé. Los hechos de los Apóstoles, se esfuerzan en minimizar la crisis, admitiendo que Pablo se negó a continuar cooperando con este antiguo amigo y lo dejó partir en misión a Chipre con su primo Juan, llamado Marcos, que les había abandonado en Pergamo unos años antes. Por su lado, él se marchó en viaje de evangelización en compañía de un tal Silas (cap. 15). Lo más grave era que Pabló también había roto con la Iglesia de Antioquia, que parece haber aceptado la escisión de la comunidad reclamada por Jerusalem. Se vio pues obligado a buscar apoyos en las Iglesias de Siria y Cilicia que había fundado anteriormente. Nada nos permite decir con certeza si tuvo o no éxito.

Mientras se esforzaba por encontrar una base, supo que las Iglesias que había fundado unos años antes en Pisidia y en Licaonia habían recibido la visita de emisarios de Jerusalem que habían tratado de convencerles que todos los Cristianos de origen Pagano debían circuncidarse para tener acceso a la salvación. Estas comunidades jóvenes y alejadas de los grandes centros se habían dejado impresionar por este mensaje intransigente y amenazaban con pasar a la acción. Muy inquieto, Pablo les dirige una carta vigorosa, a la vez hábil y firme: la Carta a los Gálatas. Para quien se extrañe de esta denominación, hay que recordar que la Pisidia y la Licaonia habían sido integradas por las autoridades romanas en la provincia de Galacia, que, antes el país de los Gálatas propiamente dicho, alrededor de Ancira, la actual Ankara, reagrupaba una parte de Frigia y las dos regiones arriba nombradas.

Este escrito nos muestra a un Pablo herido, que quiere a toda costa combatir la idea que nunca estuvo subordinado a la Iglesia de Jerusalem y demostrar que desde el comienzo predicaba completamente independiente un Evangelio completo e inalterable, que es de hecho la única autoridad que cuenta. Se esfuerza primero en dos capítulos autobiográficos ya mencionados. A partir del capítulo 3, amonesta directamente a los Gálatas insensatos y utiliza el ejemplo de Abraham para demostrar que las promesas divinas, ampliamente anteriores al don de la Ley y hechas no solamente al patriarca, sino también a su descendencia, o sea a Cristo, valen para todos aquellos que ponen su fe en éste. La Ley, especie de vigilante temporal que sirvió a imponer una disciplina a los miembros del pueblo elegido, no tiene ningún papel a realizar una vez venido Jesucristo. Los creyentes, unidos a Cristo, son libres y pueden seguir siéndolo. Lo pueden gracias al Espíritu que les es dado y que les permite amar completamente al prójimo. Si renuncian a esta libertad para someterse al yugo de la Ley, perderían el beneficio de las promesas divinas. Lo que sería una aberración.

Era la primera vez que Pablo ofrecía por escrito un fundamento teórico en sus exhortaciones. Se reconocen en esta Carta a los Gálatas tan vigorosa y tan marcada por la indignación muchos temas que desarrollará más tarde. No estamos seguros que la carta convenciese a los destinatarios, tan comprometida parece la situación que evoca. Hay por lo tanto, ya lo veremos, algunas posibilidades que Pablo pudiese finalmente haber enderezado la situación. Pero fue al precio de una ruptura completa con la Iglesia de Jerusalem, para la cual las ideas desarrolladas en esta carta eran escandalosas.                                       


domingo, 11 de agosto de 2013

PABLO I


LOS COMIENZOS DE PABLO
Pablo dice de sí mismo haber nacido de padres Judíos que decían descender de la tribu de Benjamín, haber sido circuncidado a la edad de ocho días y haber, como su padre, pertenecido al movimiento pietista de los Fariseos (Filp. Cap. 3). Venía de una familia Judía ortodoxa y muy celosa. Pero no habla de su lugar de nacimiento, ni del lugar donde fue criado.

El autor de Hechos de los Apóstoles es más explícito al respecto de estas cuestiones y de la familia de su héroe. Según este, Pablo había nacido en Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia (Hech. Cap. 22). Esta ciudad era una gran ciudad de comercio, situada al término de las Puertas Cilicias, desfiladero estrecho a lo largo de la cadena montañosa del Tauro que tomaba la ruta principal que unía la meseta Anatolia con la planicie costera que daba a Mesopotamia y Siria del Norte. Era también un puerto estuario activo, al cual accedían fácilmente los navío de comercio que recorrían el Mediterráneo oriental, y centro intelectual heleno reputado. La presencia, en esta ciudad, de una colonia Judía bien integrada en la vida de la ciudad no tiene nada de sorprendente, el reino Seleucida de Antioquia apoyaba desde el siglo IV antes de nuestra era la implantación, en los centros urbanos de sus provincias occidentales, a Judíos venidos principalmente de la numerosa diáspora de Mesopotamia, de los que se apreciaba su lealtad.

En el momento del nacimiento de Pablo, este reino había desaparecido y la Cilicia así como Siria se habían convertido en provincias romanas. Así se explica que el padre de Pablo pudiese convertirse en ciudadano romano, como lo afirma el libro de los Hechos (cap. 22). Pablo no menciona su ciudadanía, lo que ha permitido a algunos críticos poner en duda este dato. Ya veremos hasta que punto es probable esta información. El padre de Pablo sin duda recibió esta distinción hereditaria por sus servicios realizados para las autoridades romanas, lo que sugiere que era un notable de alguna importancia. No sabemos nada de la apariencia física de Pablo, el retrato poco halagüeño que de él ofrece los Hechos de Pablo (3:3) no tiene ningún fundamento histórico. Una alusión realizada por Pablo mismo podría hacer pensar que sufría una enfermedad crónica dolorosa (2 Cor. Cap. 12), de la que tuvo una crisis aguda durante su primer viaje al sur de Galacia (Gál. Cap. 4). Las numerosas hipótesis emitidas por diversos críticos al respecto de esta enfermedad son inverificables.

El libro de los Hechos nos hace igualmente saber que el nombre Judío de Pablo era Saulo, nombre que emplea exclusivamente para designarlo hasta el capítulo 13, cuando tuvo lugar el encuentro de los misioneros Cristianos Bernabé y Saulo con el procónsul Sergius Paulus, en Chipre. Después de este episodio, lo nombra solamente con Pablo, que por otro lado aparece sólo en las cartas paulinas. Se ha llegado a veces a la conclusión por la manera como el libro de los Hechos pasaba de un nombre al otro que Saulo tomó el nombre de Pablo a partir de este encuentro, con el fin de obtener el favor del poderoso personaje que era este procónsul, más o menos convertido por él a la fe en Cristo. Esta hipótesis es harto poco probable, puesto que el encuentro con Sergius Paulus podría ser legendario. Lo que es mucho más probable, es que, igual que muchos Judíos de la diáspora, los padres de Pablo le hubiesen dado dos nombres cuando nació: uno, Judío, para uso familiar y religioso; el otro, romano, para la vida pública. Llamar Saulo a un niño de la tribu de Benjamín era natural, dado que Saúl, primer rey de Israel, pertenecía a esta tribu. El nombre Pablo, como la gran “gens” romana de los Pauli, era apropiado para un futuro ciudadano Romano y quizá, para sus padres, una manera de proclamarse clientes de esta célebre familia, con la cual tenían sin duda relaciones desde antiguo.

El libro de los Hechos hace decir a Pablo que fue criado en Jerusalem y formado en la Ley en la escuela del célebre rabino Gamaliel (cap. 22). Sin duda hay que entender que  en el curso de su adolescencia Pablo fue enviado a la Ciudad santa para recibir una formación rabínica, evidente en la manera como interpreta las Escrituras en sus cartas. En contra, el dominio del griego y de al menos ciertas reglas de retórica clásica manifiestas en sus escritos atesta sin ninguna duda posible que recibió una formación escolar helena avanzada. No había mejor lugar para estos estudios que su ciudad natal de Tarso.

Si Pablo fue discípulo de Gamaliel es algo dudoso, no parece haberse unido a la actitud de tolerante prudencia que los Hechos de los Apóstoles atribuyen a su maestro respecto al movimiento Cristiano en sus comienzos (cap. 5). En efecto, él mismo dice que persiguió a la Iglesia de Dios(I Cor., cap. 15), bastante brutalmente como para que el recuerdo de sus violencias permaneciese vivo durante cierto número de años en las comunidades cristianas de Judea (Gál. Cap. 1). Los Hechos de los Apóstoles son más explícitos a este respecto. Según este escrito, Pablo habría, poco después de la fundación de la Iglesia de Jerusalem, estado implicado en el linchamiento de Esteban, el primer mártir Cristiano, para posteriormente dirigir operaciones policiales contra los adeptos jerusalemitas del movimiento que se decía de Jesús y, así, habría obtenido del sumo sacerdote la misión de ir a limpiar las sinagogas de Damasco de esta peste (cap. 7 al 9). Estas precisiones han sido puestas en duda por numerosos críticos y no hay duda que los Hechos han, en estos capítulos, aumentado el papel de Pablo, que no había probablemente sido sino un perseguidor entre otros. De todas formas, nada permite rechazar completamente estas indicaciones que corresponden bastante bien con lo que Pablo decía él mismo.

Esta actividad persecutoria que habría que situar en Jerusalem y datarla en los años 30 a 32, estaba dirigida particularmente contra el grupo Cristiano radical de los “Helenistas”, cuyo principal animador era Esteban quien manifestaba, un poco como los Esenios de Qumrán, una violenta hostilidad contra la institución más sagrada del Judaísmo: el Templo (Hechos, cap. 6 y 7). Cara a estos ataques, al actitud prudente de Gamaliel y de las autoridades religiosas oficiales parecía evidentemente intolerable a algunos de sus habitantes de Jerusalem, en particular a los Judíos provenientes de la diáspora, de lengua Griega como los Helenistas Cristianos y entre los cuales se encontraba Pablo. Esta gente no dudaba en recurrir a los hechos para eliminar de Israel a aquellos que consideraban blasfemos. Tenemos aquí el comportamiento del partido más violento Judío evocado por el historiador Flavio Josefo, se trata del de los Zelotes.

Es significativo que Pablo, evocando su pasado, hable del “celo” que le animaba cuando perseguía a la Iglesia (Filipenses, Cap. 3; cf. Gálatas, cap. 1). Los Hechos de los Apóstoles le hacen decir que su actividad perseguidora era la de un “zelote de Dios” (cap. 22). Esto no es suficiente sin duda para hacer de Pablo un miembro del partido de los Zelotes. Pero el extraño episodio de la conspiración montada por una cuarentena de Judíos contra Pablo cuando fue detenido por la cohorte Romana de Jerusalem (Hechos, cap. 23) hace que uno se pregunte. El comportamiento de los conspiradores tiene completamente el aspecto de una conjura de miembros de una sociedad secreta para castigar a un renegado que habría roto con el grupo después de haber pertenecido a este. Suponiendo, como es probable, que este relato no sea puramente legendario, podría revelar que Pablo había pertenecido en su juventud a un movimiento tipo zelote. Su ruptura con este grupo en el momento de su visión del Resucitado y de su bautismo podría también explicar porqué los Helenistas de Jerusalem buscaban hacer perecer a Pablo durante su primera estancia en la Ciudad Santa un tiempo después de estos sucesos, si creemos los Hechos de los Apóstoles, cap. 9.

Sea lo que sea, el joven Pablo aparece como un Judío extremista dispuesto a recurrir a la violencia para impedir a sus correligionarios de lengua griega relacionados con Jesús hacer prevalecer en su medio un radicalismo que condujera a eliminar el Templo. El temperamento intransigente y violento que esta actitud revela seguirá siendo hasta el final una característica de Pablo.

Poco dado a las confidencias personales, Pablo no dice casi nada en sus cartas del suceso que, en el año 32 sin duda, transformó su existencia. Habla simplemente del momento cuando “aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo”(Gál., cap. 1). En otro lado, en un contexto relativo a la completa inversión de valores que ha sufrido, dice de paso: “fui tomado… por Jesucristo” (Filipenses, cap. 3). Estas afirmaciones son fuertes. Como el profeta Jeremías (Jer., cap. 1), Pablo se siente predestinado para la tarea que Dios le ha reservado; ha recibido una revelación personal del Hijo de Dios el día elegido por Dios; esta revelación ha sido apremiante. De todas maneras, estas fórmulas no permiten que nos hagamos una idea precisa de lo que ocurrió. El evento parece haber causado una transformación interior, preparada ya sin duda alguna en su subconsciente.

Nos abstendremos de hablar, a este propósito, de “conversión”, término habitualmente utilizado para describir el paso de una religión a otra o, al menos, la adhesión a una religión en la cual se era con anterioridad extraño. El evento del camino de Damasco le ocurrió a un Judío que no había dejado el Judaísmo en esta ocasión. Pablo solamente fue convencido por la aparición del Resucitado que Jesús era el Mesías esperado por Israel y que, elevado a la derecha de Dios, le confiaba la misión de expandir esta certeza entre sus correligionarios y todos aquellos a los que les interesaba esto en los límites del pueblo Judío. Si bien, unos años más tarde, afirmó que esta misión estaba destinada a tener lugar “entre los paganos” (Gálatas, cap. 1), para indicar que su tarea concernía a todos los pueblos, tanto Judíos como no Judíos, en los países de la diáspora. Este recorte un poco ambiguo fue posible en este momento porque las circunstancias lo habían llevado a dirigirse de más en más a los paganos.

Los Hechos de los Apóstoles, que otorgan también una importancia capital a la aparición del Resucitado a Pablo, dan una versión bastante más espectacular, popularizada por los pintores dando lugar a la expresión “conocer su camino de Damasco”. De hecho, se trata más bien de tres relatos diversos (caps. 9, 22, y 26), de los cuales los dos últimos son puestos en boca de Pablo concordando ambos en la luz cegadora venida de Arriba y una voz Celestial –la del Resucitado- que se dirigía a Pablo, por lo tanto se trata de un fenómeno exterior relevante tanto en la visión como en la audición. Los términos empleados y las descripciones realizadas en estos tres escritos están muy cerca de aquellos que la literatura Helena utilizaba para describir las apariciones divinas. Como, además, las divergencias entre estos relatos son importantes, numerosos críticos les niegan todo valor histórico, y sólo ven trozos exaltados debidos al talento literario de Lucas y se contentan con las fórmulas empleadas por Pablo. Tal actitud puede defenderse sin cuestionar el carácter decisivo de la transformación que sufrió Pablo. De todas maneras, constituye una huida y merece ser examinada.

Hay tales divergencias entre los tres relatos de la visión de Pablo que el libro de los Hechos nos presenta que parece inconcebible que el autor haya compuesto libremente narraciones tan diferentes para relatar el mismo evento. Más debe haber compuesto el relato basándose en dos tradiciones, una que es la base del relato del capítulo 9 y la otra que ofrece los elementos de la narración del capítulo 26. Para atenuar las diferencias entre estas dos relaciones, las une en el relato del capítulo 22. La primera tradición, que pone el acento en la ceguera que afecta a Pablo después de su visión, está centrada en la sanación que recibe de manos de un Cristiano de Damasco llamado Ananías. Es ante todo un relato de curación milagrosa, que seguramente se formó en la comunidad Cristiana de esta ciudad, creada sin duda por los “Helenistas” refugiados de Jerusalem, de los que sabemos (Hechos, cap. 8) que practicaban la taumaturgia. Esta comunidad sin duda quería hacer saber que su intervención había hecho que un Pablo infirme y desamparado fuese capaz de ejercer una actividad misionera.

La segunda tradición no menciona la ceguera de Pablo, ni su sanación por Ananías y su bautismo en Damasco. Reemplaza estos episodios por una orden de misión dada por el Resucitado en el instante mismo y lugar de la visión. Su sobriedad narrativa sugiere que surge del entorno de Pablo y que buscaba ante todo dar valor a la vocación divina del jefe de este grupo.

Sin pretender que esta segunda fuente nos presente los hechos de una manera históricamente exacta, se puede decir que la transformación interior sufrida por Pablo en el camino a Damasco fue, según su entorno, provocada por la percepción de un fenómeno exterior, por ejemplo una tormenta inesperada, violenta y repentina, cuyo estrépito fue entendido por Pablo como un mensaje personal venido de arriba.

Sea como sea, el intransigente activista dedicado a la lucha contra los extremistas Cristianos se vio a pesar de todo convencido de que el Jesús crucificado dos años antes en Jerusalem había sido sacado de la tumba por Dios, que había hecho de él el Señor del mundo (Filipenses, cap. 2). Es más, estuvo íntimamente persuadido que, a pesar de su hostilidad, este Jesús resucitado se le había parecido como a los primeros discípulos y le había dado, como a ellos, la misión de predicar el Evangelio, lo que desde entonces hizo mejor que todos los demás, con la ayuda de la gracia de Dios (1 Cor. Cap. 15). Puede pues, a pesar de su indignidad inicial, pretender el título de apóstol atribuido a todos los predicadores de la Palabra de la primera generación Cristiana encargados de esta tarea por el Jesús Resucitado. Esta denominación, aparecida pronto en la primera Iglesia, y cuyo origen y sentido preciso son inciertos, Pablo la reivindicará con empeño, incluso cuando admite que es “el más pequeños de los apóstoles” debido a su pasado como perseguidor.

La paradoja es que el autor de los Hechos de los Apóstoles, su afectuoso defensor, no le da este título sino en dos pasajes de su capítulo 14, donde habla sin insistir de los “apóstoles” Bernabé y Pablo durante el viaje misionero que les había encargado la Iglesia de Antioquia en Siria. Se tiene la impresión que este título no le es atribuido sino porque son mandatarios de esta Iglesia, a la cual deberán dar cuenta de su misión. En fin, los Hechos de los Apóstoles, como el Evangelio de Lucas, reservan el nombre de “apóstol” a los doce discípulos más cercanos a Jesús y al que reemplazó a Judas, que también había acompañado a Jesús durante todo su ministerio (Hechos, cap. 1). Esta concepción restrictiva del apostolado tenía sin duda como meta descalificar a los predicadores itinerantes de la segunda y tercera generación de los que sabemos que se aprovechaban de este título para propagar sus doctrinas extrañas y para abusar de la hospitalidad de las Iglesias.

Completamente transformado por su encuentro con el Cristo resucitado, Pablo abandona inmediatamente su papel de perseguidor y se consagra al servicio de aquél que se le había aparecido. Nos dice él mismo que partió rápidamente para Arabia (Gálatas, cap. 1), por lo que hay que entender el reino Nabateo, que correspondía a las regiones hoy ocupadas por Jordania. Trataba de evangelizar a los Árabes, descendientes de Ismael y primos de los Judíos, o más bien de predicar el Evangelio en las sinagogas del país, donde vivían numerosos Judíos, o quizá se trataba de realizar un retiro espiritual tan necesario después del suceso en el camino de Damasco? Nada sabemos sobre esto, aunque este viaje en solitario rompe la costumbre de enviar los misioneros de dos en dos (cf. Marcos, cap. 6, y Hechos, cap. 8). La mención de la evangelización “de los paganos” que precede de poco en la epístola a los Gálatas la alusión al viaje de Pablo a Arabia, además que es ambigua, no tiene relación directa, como hemos visto arriba, con este viaje. Poco se puede investigar una mención tan aislada y breve.

Lo que está más claro, es que Pablo, partió de Damasco, y regresó después de un cierto tiempo. Los Hechos de los Apóstoles (cap. 9) precisan que predicó en las sinagogas suscitando la sorpresa y la oposición de muchos de sus oyentes. Esta estancia muy activa tuvo un fin trágico-cómico: para escapar de los adversarios que amenazaban su vida, Pablo hubo de huir descendiendo de noche en una especie de canasto desde lo alto de la muralla de la ciudad. Veinte años más tarde, aún recordaba este episodio(2 Cor., cap. 11). Según él, el enemigo que le amenazaba era un funcionario del rey Aretas de Arabia, “etnarca” de la importante colonia Nabatea de Damasco, del cual ignoramos los motivos. Los Hechos de los Apóstoles hablan al contrario de un complot Judío contra el molesto Pablo, aunque la realidad era quizá más compleja y todo esto no tiene en el fondo mucha importancia. Lo que cuenta, es que Pablo, encerrado en Damasco, se vio obligado de ir a buscar en otro sitio un marco para sus actividades.

Se marcha a Jerusalem con el fin, nos dice en (Gálatas, cap. 1), de conocer a Pedro, entonces jefe indiscutible de la comunidad Cristiana de esta ciudad. Pasó quince días con este personaje, que parece haberle bien recibido. Su visita fue discreta, puesto que el único otro apóstol con quien se encontró en esta ocasión fue “Santiago, el hermano del Señor”, futuro sucesor de Pedro a la cabeza de la Iglesia, los Cristianos de Judea no lo vieron durante esta breve estancia. Se puede imaginar que Pablo deseaba aprender de Pedro y subsidiariamente de Santiago lo que contenía la tradición, aún oral, que recogía la memoria de las palabras y sufrimientos de Jesús. Al no haber conocido a este último en vida y haber recibido una formación catecúmena en Jerusalem, sólo tenía una idea bastante vaga. Sin duda quería obtener el aval de los dirigentes de la Iglesia para su actividad misionera, concebida según el mismo modelo que la de ellos.

Los Hechos de los Apóstoles (cap. 9) están de acuerdo con Pablo al afirmar que la estancia de éste en Jerusalem fue breve, aunque el relato que hacen es muy diferente del de la Carta a los Gálatas. Pablo habría tenido gran dificultad a hacerse aceptar por los Cristianos de la Ciudad Santa, quienes se acordaban aún de su actividad como perseguidor. Es solamente con el apoyo de Bernabé, un miembro estimado de la comunidad, originario de Chipre, que pudo entrar en relación con los apóstoles, en compañía de los cuales pasó algún tiempo. Habiendo predicado en la ciudad y discutido con los Judíos de lengua griega, Pablo habría sido tan gravemente amenazado por estos últimos que los “hermanos” le escoltaron hasta Cesarea, desde donde le enviaron a Tarso. Estas informaciones están sujetas a causación, aunque completan utilmente aquellas que Pablo da de una manera voluntariamente alusiva en la Carta a los Gálatas. Si la estancia de Pablo en Jerusalem había sido breve, es quizá porque sus antiguos compañeros zelotes le guardaban un rencor mortal por su cambio de campo que, a sus ojos, constituía una deserción de la causa de Dios.

Pablo mismo nos dice (Gálatas, cap. 1) que al dejar Jerusalem marchó hacia las regiones de Siria y Cilicia. Sin duda realizó una actividad misionera intensa, a partir de Tarso, que era para él una excelente base y donde Bernabé lo vuelve a encontrar unos años más tarde. Pero no tenemos ninguna información al sujeto de esta empresa de evangelización, de la que se puede solamente imaginar que estuvo marcada por grandes pruebas (cf. II Corintios, cap. 11) y que, conforme a las reglas establecidas por las autoridades de la Iglesia de Jerusalem, continuaba visitando las sinagogas y a dirigirse prioritariamente a los Judíos y simpatizantes que frecuentaban sus asambleas. La hora de la predicación a los paganos aún no había llegado para Pablo.

Pablo mismo tenía conciencia del hecho que su carrera misionera había tenido dos periodos y que durante el primero “predicaba aún la circuncisión” (Gálatas, cap. 5), conforme a las reglas impuestas a los predicadores acreditados por la Iglesia de Jerusalem. A él, pues, le parecía normal anunciar a Jesucristo en primer lugar a los Judíos y animar a los paganos que aceptaban este mensaje a adherirse completamente al Judaísmo para mejor dar testimonio en el seno de las sinagogas. El hecho que, unos años más tarde, hubiese, mediante un atajo audacioso, presentado su vocación que había recibido con la visión de Jesús resucitado como llamada a “anunciar el Hijo de Dios a los gentiles”(Gálatas, cap. 1) demuestra solamente que había, dadas las circunstancias, acabado por comprender en qué difería su misión respecto a la de otros predicadores del Evangelio. Después de haber permanecido fiel a línea jerusalemita unos doce años, iba a romper con esta a partir del momento en el que se vio obligado a no fundar más grupos Cristianos en el seno de las sinagogas, sino Iglesias independientes en las comunidades Judías.

Hacia el año 43, su amigo Bernabé fue enviado por la Iglesia de Jerusalem para retomar la dirección de la comunidad Cristiana en Antioquia de Siria, fundada por los Helenistas expulsados de Jerusalem por la persecución, que se encontraba desbordada por el flujo de conversos venidos del paganismo (Hechos, cap. 11). Era capital que el Evangelio predicado en esta gran ciudad fuese presentado no bajo su forma extremista, sino en términos compatibles con el mantenimiento de los Cristianos en el seno del Judaísmo. A parte de los motivos teológicos de semejante mantenimiento, había muy buenas razones jurídicas de hacer el máximo para evitar una ruptura, que habría hecho perder a los Cristianos la protección que les aseguraba el estatus privilegiado de los Judíos en el Imperio romano. Según Hechos de los Apóstoles, la misión de Bernabé tuvo tal éxito y llevó a tanta gente a la fe Cristiana que se hizo urgente para él tener un refuerzo. La elección de Bernabé fue Pablo, que estaba evangelizando la región desde hacía siete años según las reglas dictadas por la Iglesia de Jerusalem. Ni uno ni otro pudieron realizar las incalculables consecuencias que iba a tener la instalación de Pablo en Antioquia.