RUPTURA CON JERUSALEM
Los Hechos de los Apóstoles son nuestra única fuente para el
comienzo de este periodo de la vida de Pablo, nos informa el cap. 11 que la actividad común de Bernabé y su nuevo
colaborador en Antioquia duró un año y le permitió instruir a una gran cantidad
de gente. Se nos informa que “es en Antioquia donde por vez primera el nombre “cristianos” fue dado a los discípulos”. Esta nota es
interesante, porque el término “christianos”
compuesto por el Griego “Christos”, el Ungido,
y de una terminación Latina “ianus”, empleado habitualmente para designar a los
partisanos de un jefe político, parece ser un nombre popular más o menos
irónico. Quizá el pueblo de Antioquia sorprendido por el ardor extremo de los
evangelistas, habría calificado a los convertidos como “partido del Ungido”, lo que, para ellos, significaba “partido del untado” y no, como para los Judíos, “partido del Mesías”, el Ungido por excelencia del
Antiguo Testamento? Sea como sea, como muchas veces ha ocurrido en la historia,
los Cristianos tomaron por su cuenta esta designación e hicieron de ella un
título del que estar orgullosos. Podría ser que el activismo muy visible de
Pablo, el nuevo adjunto a Bernabé, hubiese contribuido a suscitar la ironía de
los habitantes de Antioquia, poco
dados a la espiritualidad?
Se ha sugerido muchas veces que en la gran ciudad de
Antioquia, con su población cosmopolita y su intensa actividad comercial
fundamentada en los intercambios comerciales entre Oriente y Occidente, Pablo
habría estado en contacto con medios religiosos orientales, Sirios en
particular, y con los cultos mistéricos. Su interpretación de la muerte y
resurrección de Jesús, así como su concepción del bautismo y de la eucaristía,
habrían podido evolucionar bajo estas influencias. Estas hipótesis no parecen
fundadas. Tarso, donde Pablo había permanecido largo tiempo y donde la vida
cultural y religiosa era tan activa como la de Antioquia, le había ofrecido
todas las posibilidades de enriquecer su pensamiento. Por otro lado, los préstamos
que el apóstol habría podido tomar de otras religiones parecen haber llegado
hasta él mediante la influencia de las sinagogas en la diáspora, en general muy
receptivas a las influencias del medio ambiente. En estas condiciones, hay que
evitar atribuir a la estancia relativamente breve de Pablo en Antioquia un
papel demasiado importante en la evolución de su teología.
Con la llegada a Antioquia de los profetas venidos de la
Iglesia de Jerusalem, nos dice el libro de los Hechos, uno de ellos, un tal Agabo,
anunció una hambruna general. Los Cristianos de la metrópolis Siria,
conscientes de sus deberes hacia la comunidad de la Ciudad Santa, habrían
decidido enviar ayuda, que fue confiada, según los Hechos de los Apóstoles, a
Bernabé y Pablo. No se nos narra la verdad de lo ocurrido en su viaje a
Jerusalem. El final del capítulo 12 de los Hechos sólo menciona brevemente la
entrega de una cantidad de dinero a sus destinatarios y del regreso a Antioquia
de los dos, acompañados de un tal Juan, de sobrenombre Marcos, primo de
Bernabé.
La historicidad de este desplazamiento o, al menos, de la
participación de Pablo en la expedición es bastante incierta. La carta a los
Gálatas insiste en el hecho que Pablo no fue dos veces a la ciudad Santa
durante los diecisiete años que siguieron al episodio de Damasco. Aunque el
viaje tan por encima evocado en los capítulos 11 y 12 de los Hechos no podría
ser datado sino cerca del año 44 de nuestra era, o sea una docena de años
después de la aparición del Jesús Resucitado a Pablo, mientras que la visita de
Bernabé y Pablo relatada en el capítulo 15 de los Hechos se sitúa hacia el 48
y, según todas las apariencias, se confunde con el segundo viaje del que
informa Pablo mismo (Gálatas, cap 2). Parece ser
que el autor de los Hechos, ante una documentación insuficiente, se hubiese
dejado llevar por su deseo de mostrar la absoluta continuidad entre la Iglesia
de Jerusalem y Pablo hasta el punto de inventar un viaje suplementario de este
último en la ciudad Santa, como lo hará de nuevo en el capítulo
18. Los capítulos 13 y 14 de Hechos
aportan al contrario información mucho más sólida sobre las actividades de
Bernabé y Pablo. El comienzo del capítulo 13,
que tiene casi el aspecto de un proceso verbal, explica cómo los dirigentes de
la Iglesia de Antioquia, cuya lista es dada, fueron conducidos por el Espíritu
de Dios a poner a parte a dos de entre ellos, Bernabé y Pablo, para la misión,
no precisada, a la que eran llamados. Como muestra la continuación del relato,
se trata de emprender un gran viaje de evangelización fuera de la provincia de
Siria-Cilicia, ya bien trabajada por Pablo. El evento es importante: los
cristianos de Antioquia, ya numerosos, tomaban en sus manos la expansión de su
fe, hasta entonces realizada por los Helenistas y por las autoridades de la
Iglesia de Jerusalem.
Los dos enviados se desplazaron por mar a Chipre, que era la
provincia de origen de Bernabé. El autor nos dice de paso que tenían con ellos
como asistente al Juan que les había acompañado desde Jerusalem a Antioquia.
Predicaron en las sinagogas de Salamina, antes de dirigirse a Pafos, capital de
la provincia, que se encontraba en el otro extremo de la Isla. Nada se dice de
su actividad en esta ciudad, solo que fueron llevados por un mago Judío,
Bar-Jesús, ante el procónsul romano Sergio Pablo. Habiéndose propuesto oponerse
a los esfuerzos de Bernabé y de Pablo para convertir al procónsul a la fe, el
mago habría sido maldito por Pablo, quien lo dejó al menos temporalmente ciego.
Visto esto, el procónsul se convirtió. Este extraño relato, que suena a
leyenda, es la ocasión para el autor de Hechos para señalar que aquel al que
hasta entonces llamaba Saulo se llamaba también Pablo, nombre que le dará a
pesar de todo. Lo más significativo es que a partir de ese momento Pablo será
siempre citado antes de Bernabé, salvo cuando tuvo lugar el incidente de
Listra. Es pues Pablo el que se impone como jefe del pequeño grupo de
misioneros. Sin duda él era más dinámico que el excelente Bernabé.
De Pafos, donde Bar-Jesús quizá les complicaba el acceso a
las sinagogas, los misioneros se embarcaron hacia el continente, llegando a la
rica provincia de Panfilia, donde varias grandes ciudades podían ofrecer un
campo de acción favorable. Llegaron a Pérgamo, centro de un culto a Artemisa
muy antiguo, a algunos kilómetros de la costa. Pero, no emprendieron nada, y
Juan, el asistente, los abandona para regresar a Jerusalem, sin que se nos
explique por qué. Todo lo que sabemos, es que Pablo se niega, durante muchos
años, a aceptar toda colaboración con este personaje (Hechos,
cap. 15), aunque Bernabé le sigue otorgando su confianza. Podría ser que
este no apreciaba ver a Pablo tomar la dirección del grupo? Podría ser también
que hubiese desaprobado los proyectos para la continuación del viaje, sin duda
sugeridos por Pablo.
Se ha tratado de explicar de maneras diversas la
sorprendente decisión de Pablo y Bernabé de abandonar Panfilia para atravesar
la cadena del Tauro y alcanzar la alta meseta Anatolia. Quizá, como suponen
algunos críticos, tenían la malaria y no querían permanecer en la parte llana.
Aunque el viaje a través del Tauro era penoso y peligroso debido a la presencia
de malhechores poco atractivo para alguien enfermo. También se ha sugerido que
la familia del procónsul Sergio Paulo tenía propiedades y relaciones en
Antioquia de Pisidia. Se podría creer que Pablo y Bernabé eran recomendados de
este personaje? Esto es muy dudoso.
Sin duda hay que buscar en otro sitio la razón de esta
elección tan extraña. Se trata más bien de una opción estratégica visiblemente
inspirada por Pablo. Se trata más bien de una opción estratégica visiblemente
inspirada por Pablo. Éste tenía una concepción muy amplia de la acción a
realizar para expandir el Evangelio antes del regreso de Cristo. Temía verse
enganchado en la evangelización de la pequeña provincia de Panfilia. Para
preparar el futuro de la misión, había según él, que tomar la “Via Sebaste”, la gran vía romana que unía el valle
del Eúfrates, Antioquia y Tarso a los países alrededor del mar Egeo, en
particular la provincia de Asia, e implantar albergues que permitiesen a los
futuros evangelistas que venían a pie desde el este progresar rápidamente hacia
el oeste, a pesar de la naturaleza casi desértica de la alta-meseta de
Anatolia.
La primera etapa de Pablo y Bernabé cuando hubieron
alcanzado los parajes de la “Via Sebaste” fue
Antioquia de Pisidia, modesta ciudad donde vivía una población Judía bastante
importante a la que Augusto había dotado del estatus de colonia Romana de
derecho Itálico. Pablo y Bernabé fueron a la sinagoga el Sábado y Pablo
pronunció ante este auditorio compuesto de Judíos y simpatizantes del Judaísmo
un gran sermón del que los Hechos de los Apóstoles ofrecen el texto en los versículos 16 al 17 del capítulo 13.
Este cuadro amplio de la historia de Israel, seguido de una evocación de la
vida, de la muerte y de la resurrección de Jesús apoyado por varias citas
bíblicas, comporta entre otros una mención de la justificación por la fe, tema
eminentemente Paulino.
No hay que creer por lo tanto que este sermón, el único que
los Hechos ponen en boca de Pablo cuando este se dirige a un auditorio Judío,
es el que dio aquel día en esta sinagoga. Como hacían todos los historiadores
de la Antigüedad, Lucas insertó aquí en su relato un discurso destinado a
aclarar la situación en la que se encontraban sus héroes. Diferentemente a
estos historiadores, no redactó libremente este texto, sino que lo compuso
basándose en predicaciones Cristianas dirigidas en su tiempo a los Judíos. Se
puede pues pensar que Pablo predicaba el Evangelio a los Judíos más o menos de
esta manera. Sea lo que sea, este sermón fue, según Hechos, un gran éxito y los
dos misioneros fueron invitados a volver el sábado siguiente.
Pero, ocho días más tarde, acudió una muchedumbre tal de
no-Judíos que los Judíos, si creemos los Hechos, se prodigaron en injurias
contra los propósitos de Pablo. A lo que Pablo y Bernabé replicaron que, ante
este rechazo Judío, iban a pesar de todo volverse hacia los paganos lo que hicieron
con enorme éxito. Los Judíos, exasperados, agitaron a las grandes damas
simpatizantes del Judaísmo y a los notables de la ciudad, quienes expulsaron a
los dos misioneros de su territorio. Era la primera vez, parece, que Pablo
encontraba en una Sinagoga una oposición tan inmediata y brutal, al mismo
tiempo que encontraba semejante afinidad con los paganos. Había aquí de lo que
reflexionar en cuanto a la orientación de sus esfuerzos de evangelización.
Tomando la Via Sabaste
hacia el este, Pablo y Bernabé se desplazan a Iconium,
la actual Konya, en la región vecina llamada Licaonia, donde el mismo escenario se volvió a
producir. Amenazados de ser linchados, los dos misioneros se refugiaron en las
pequeñas ciudades de Listra y Derbé, así como en las cercanías. Listra era una
colonia Romana y Derbé acababa de obtener un estatus cercano al de una colonia.
No parece que haya habido muchos habitantes Judíos en estas dos localidades.
Pablo y Bernabé se dirigieron pues a los paganos y obtuvieron cierto número de
conversiones entre ellos.
En Listra, Pablo habiendo sanado a un paralítico, la
muchedumbre creyó reconocer en Bernabé, al más venerable, Zeus, y en Pablo, al
portavoz Hermes. Un sacerdote de Zeus quiso incluso ofrecerles un sacrificio.
Los dos “apóstoles”, tuvieron todas las dificultades del mundo para impedir la
realización de este acto cultual, con gran decepción de la muchedumbre, que,
poco después, se vuelve contra ellos instigados por los Judíos venidos de
Antioquia y de Iconia. Pablo fue lapidado y sacado fuera de la ciudad en un
triste estado. Pudo no obstante levantarse y partir al día siguiente con
Bernabé para la ciudad vecina de Derbé, donde predicaron aún durante algún
tiempo.
Se podría imaginar que, de ahí, regresarían directamente a
Tarso y Antioquia, de donde no estaban lejos. Sin embargo, volvieron sobre sus
pasos. Les quedaba una cosa esencial por hacer en las cuatro ciudades que
habían evangelizado en la alta-meseta: organizar Iglesias. Hay que comprender
que era la primera vez desde los comienzos del Cristianismo que grupos de
fieles se habían formado en localidades donde no existía ninguna Sinagoga
(Listra y Derbé), aunque la primera vez también que, en las ciudades que
poseían una sinagoga, los nuevos Cristianos, fuesen Judíos o paganos, estaban
obligados de reunirse fuera de la asamblea Judía, dada la hostilidad de esta
última. Hasta entonces los grupos de Cristianos se habían siempre constituido
en el interior de las comunidades Judías, aún muy plurales en la época, libres
de celebrar entre ellos los bautismos de los nuevos adherentes y la comida
eucarística. Pablo y Bernabé se vieron pues forzados a innovar urgentemente y
sin el más mínimo mandato de la Iglesia de Jerusalem o de la de Antioquia, que
continuaban existiendo dentro del Judaísmo. Designando ancianos para dirigir a
los grupos Cristianos de DErbé, de Listra, de Iconia y Antioquia de Pisidia, lo
que les otorgaba una existencia autónoma, los dos misioneros respondían a
necesidades pastorales evidentes, aunque se situaban al margen de la práctica
constante de las primeras Iglesias. Pronto se les reprocharía, tanto más cuanto
no habían aconsejado a los nuevos conversos de origen pagano hacerse
circuncidar para entrar en las nuevas Iglesias.
De Antioquia de Pisidia, Pablo y Bernabé bajan de nuevo a
Panfilia, donde, esta vez, permanecieron un poco en Pérgamo para anunciar el
Evangelio. Después se embarcaron en Atalia, el puerto vecino, y volvieron a
Antioquia de Siria de donde salieron hacía largos meses. Dieron cuenta a la
Iglesia de su misión, insistiendo en el hecho que a través de su actividad “Dios había abierto la puerta de la fe a los paganos”.
Esto no era ninguna novedad para los Cristianos de Antioquia, aunque constituía
un paso adelante considerable, dada la desaparición de todo vínculo entre las
nuevas Iglesias y el Judaísmo.
Todo parecía ir muy bien, cuando llegaron a Antioquia
hermanos que venían de Judea, los cuales, alertados sin duda por el rumor de
las iniciativas tomadas por Pablo y Bernabé y deseosos de conservar la unión
entre los grupos Cristianos y el Judaísmo, proclamaron la necesidad, para los
convertidos procedentes del paganismo, de circuncidarse si querían acceder a la
salvación. Encontraron cierto apoyo en la comunidad y los dos misioneros se
vieron obligados a defenderse, sin llegar, parece ser, a imponer su punto de
vista. Se decide entonces enviar a Jerusalem una delegación compuesta de varias
personas, entre ellas Pablo y Bernabé, con el fin de obtener de los dirigentes
de la Iglesia de la Ciudad Santa un arbitraje definitivo (Hechos, cap. 15).
Este relato debe ser cercano al que Pablo ofrece en la Carta
a los Gálatas (cap. 2). A pesar de las dudas de
algunos críticos, se trata sin duda del mismo viaje, que Pablo relata de una
manera bastante más exacta que el autor de Hechos de los Apóstoles, incluso
cuando su narración es un poco subjetiva. Pablo afirma que emprendió este
desplazamiento “después de un revelación” y
que lo hizo en compañía de Bernabé y de un converso Griego cercano a él, un tal
Tito. Después de haber expuesto a la comunidad de la Ciudad Santa el Evangelio
que predicaba entre los paganos, Pablo tuvo una entrevista con los hermanos
“los más considerados” con el fin de asegurarse que estos no se pronunciasen
contra los resultados de su misión. Para su gran alivio, a pesar de la fuerte
presión de los “falsos hermanos” que ponían en
tela de juicio “la libertad que viene de Jesucristo”,
los dirigentes de la Iglesia no obligaron ni siquiera a Tito a circuncidarse.
Hubo que luchar duramente para llegar a este resultado, añade Pablo. Es más,
estos dirigentes, o sea Santiago, Pedro y Juan, dejaron a Pablo y Bernabé
libertad de acción y les reconocieron la misión de predicar a los paganos,
igual como Pedro había recibido el encargo de predicar a los Judíos.
Pablo y Bernabé habían obtenido todo lo que querían, incluso
si se les pedía que se acordaran de los pobres, o sea de enviar fondos en el
futuro para socorrer a los miembros necesitados de la Iglesia de Jerusalem, que
parece eran numerosos. No se trataba de un impuesto, como el que los Judíos de
la diáspora pagaban al Templo, sino de un deber de solidaridad destinado a
enfatizar la unidad de las Iglesias en esta Ciudad Santa. Pablo añade que desde
entonces nunca dejó de realizar este deber de solidaridad.
El relato que hace los Hechos de los Apóstoles de este mismo
encuentro en Jerusalem en el capítulo 15
coincide, a pesar de un estilo completamente diferente, con el de Gálatas, cap. 2, en sus dos primeros tercios. Su final
se separa evocando algunas reglas que Santiago, y posteriormente toda la
asamblea, hubieron considerado bueno hacer respetar por los hermanos de origen
pagano, a los cuales no se imponía ni la circuncisión, ni la observación de los
mandamientos mosaicos: abstenerse de la carne de los sacrificios a los ídolos,
de la sangre de los animales sacrificados, y de la inmoralidad, o sea de las
uniones ilegítimas según la Ley de Moisés. Estas prescripciones, de las que
Pablo no dice palabra, no son una invención de Lucas, dado que serán observadas
de manera muy general por los Cristianos del siglo II, antes que los Hechos de
los Apóstoles adquiriesen la autoridad de Escritura Santa. Hay que suponer pues
que fueron enunciadas por la Iglesia de Jerusalem poco después del encuentro
relatado en Gálatas, cap. 2, y aceptadas muy rápidamente por todas las Iglesias
con excepción de aquellas que se decían de Pablo. Se trataba de un compromiso
que permitía la cohabitación en el seno de una misma comunidad y alrededor de
la mesa eucarística de los Cristianos Judíos y sus hermanos de origen pagano, a
los cuales se renunciaba imponer la adhesión al Judaísmo. Este gesto
conciliador de la Iglesia de Jerusalem llegó desgraciadamente demasiado tarde
para evitar la secesión de Pablo.
De regreso a Antioquia de Siria después del encuentro en
Jerusalem, Pablo y Bernabé, triunfantes, retomaron su puesto en la Iglesia. Su
triunfo era tan incontestable que incluso Pedro se les unió y aceptó sin
ninguna reserva la libre cohabitación de Judíos y antiguos paganos que caracterizaba
la vida de esta comunidad, incluida la mesa eucarística. Pero este periodo
eufórico no duró. “Gente del entorno de Santiago”
vinieron y explicaron a Pedro y los demás Judíos de la Iglesia que al compartir
la mesa con paganos cometían infracción respecto a las leyes de pureza. Lo
hicieron tan bien que Pedro y Bernabé, junto con todos los Judíos de la
comunidad, dejaron a los hermanos de origen pagano celebrar su propia
eucaristía y se reagruparon aparte.
Pablo se indignó ante esto y amonestó violentamente a Pedro
(Gálatas, cap. 2). Tenía el sentimiento de haber
sido engañado en el encuentro de Jerusalem. Se le había hecho creer que los
convertidos de origen pagano tendrían, con el mero bautismo, los mismos
derechos que los Judíos en la Iglesia una. Descubrió con consternación que el
reconocimiento de la misión a los paganos confiada a Bernabé y a él mismo
terminaba con la creación en cada lugar de dos Iglesias distintas, la de los
Judíos, por un lado, estrechamente ligada a la sinagoga, y la de los antiguos
paganos, por el otro.
Esta fue la ruptura con la Iglesia de Jerusalem, con Pedro e
incluso con Bernabé. Los hechos de los Apóstoles, se esfuerzan en minimizar la
crisis, admitiendo que Pablo se negó a continuar cooperando con este antiguo
amigo y lo dejó partir en misión a Chipre con su primo Juan, llamado Marcos,
que les había abandonado en Pergamo unos años antes. Por su lado, él se marchó
en viaje de evangelización en compañía de un tal Silas (cap. 15). Lo más grave era que Pabló también había roto con la
Iglesia de Antioquia, que parece haber aceptado la escisión de la comunidad
reclamada por Jerusalem. Se vio pues obligado a buscar apoyos en las Iglesias
de Siria y Cilicia que había fundado anteriormente. Nada nos permite decir con
certeza si tuvo o no éxito.
Mientras se esforzaba por encontrar una base, supo que las
Iglesias que había fundado unos años antes en Pisidia y en Licaonia habían
recibido la visita de emisarios de Jerusalem que habían tratado de convencerles
que todos los Cristianos de origen Pagano debían circuncidarse para tener
acceso a la salvación. Estas comunidades jóvenes y alejadas de los grandes
centros se habían dejado impresionar por este mensaje intransigente y
amenazaban con pasar a la acción. Muy inquieto, Pablo les dirige una carta
vigorosa, a la vez hábil y firme: la Carta a los Gálatas. Para quien se extrañe
de esta denominación, hay que recordar que la Pisidia y la Licaonia habían sido
integradas por las autoridades romanas en la provincia de Galacia, que, antes el
país de los Gálatas propiamente dicho, alrededor de Ancira, la actual Ankara,
reagrupaba una parte de Frigia y las dos regiones arriba nombradas.
Este escrito nos muestra a un Pablo herido, que quiere a
toda costa combatir la idea que nunca estuvo subordinado a la Iglesia de
Jerusalem y demostrar que desde el comienzo predicaba completamente
independiente un Evangelio completo e inalterable, que es de hecho la única
autoridad que cuenta. Se esfuerza primero en dos capítulos autobiográficos ya
mencionados. A partir del capítulo 3, amonesta directamente a los Gálatas
insensatos y utiliza el ejemplo de Abraham para demostrar que las promesas
divinas, ampliamente anteriores al don de la Ley y hechas no solamente al
patriarca, sino también a su descendencia, o sea a Cristo, valen para todos
aquellos que ponen su fe en éste. La Ley, especie de vigilante temporal que
sirvió a imponer una disciplina a los miembros del pueblo elegido, no tiene
ningún papel a realizar una vez venido Jesucristo. Los creyentes, unidos a
Cristo, son libres y pueden seguir siéndolo. Lo pueden gracias al Espíritu que
les es dado y que les permite amar completamente al prójimo. Si renuncian a
esta libertad para someterse al yugo de la Ley, perderían el beneficio de las
promesas divinas. Lo que sería una aberración.
Era la primera vez que Pablo ofrecía por escrito un
fundamento teórico en sus exhortaciones. Se reconocen en esta Carta a los
Gálatas tan vigorosa y tan marcada por la indignación muchos temas que
desarrollará más tarde. No estamos seguros que la carta convenciese a los
destinatarios, tan comprometida parece la situación que evoca. Hay por lo
tanto, ya lo veremos, algunas posibilidades que Pablo pudiese finalmente haber
enderezado la situación. Pero fue al precio de una ruptura completa con la
Iglesia de Jerusalem, para la cual las ideas desarrolladas en esta carta eran
escandalosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario