miércoles, 20 de enero de 2016

EL CRISTIANISMO EVANGELICO I

EL CRISTIANISMO EVANGÉLICO
Es difícil hablar en bloque de un Cristianismo evangélico. Aunque al menos es posible detectar cierto estado de espíritu donde tiene su fuente la evolución posterior. El tema privilegiado, el que está en el centro del pensamiento Cristiano de entonces y hacia el que todo converge, la solución natural a las aspiraciones de la época, es la Encarnación. La Encarnación, o sea la puesta en contacto de lo divino y lo carnal en la persona de Jesucristo: la aventura extraordinaria de un Dios que carga a su cuenta el pecado y la miseria del hombre, la humildad y las humillaciones presentadas como símbolos de la Redención.

Hay dos estado del alma en el Cristiano Evangélico: el pesimismo y la esperanza. Que evolucionan sobre cierto plan trágico, la humanidad de entonces no descansa sino en Dios y, poniendo en sus manos toda esperanza de un destino mejor, no aspira sino a Él, no ve sino a Él en el Universo, abandona todo interés fuera de la fe y encarna en Dios el símbolo mismo de esta inquietud desgarrada de elevación. Hay que elegir entre el mundo y Dios.

EL PLAN TRÁGICO
La ignorancia y el desdén de toda especulación sistemática, esto es lo que caracteriza el estado de espíritu de los primeros Cristianos. Los hechos los ciegan y presionan. Entre otros la muerte.

a)    A finales del siglo IV aún, Julio Quntus-Hilarianus, obispo de África preconsular, calcula en su “De mundi induratione” que al mundo le quedan 101 años(1). Esta historia de una muerte próxima unida estrechamente a la Paroussia de Cristo obsesionó a la primera generación Cristiana(2). Hay ahí un ejemplo único de una experiencia colectiva de la muerte(3). En el mundo de nuestra experiencia, realizar esta idea de la muerte equivale a dotar a nuestra vida de un sentido nuevo. Lo que se descubre es el triunfo de la carne, el pavor físico ante este tema indignante. Cómo extrañarse que los Cristianos hayan tenido un sentido tan amargo de la humillación y del dolor de la carne, y que estas nociones hayan jugado un papel capital en la elaboración de la metafísica Cristiana. Ya se observa en el Antiguo Testamento este tono en Job(4) y el Eclesiastés(5). Pero los Evangelios pusieron este sentido de la muerte en el centro de su devoción. El Cristianismo está centrado en la persona de Cristo y su muerte. Se hace de Jesús una abstracción o un símbolo. Aunque los verdaderos Cristianos son aquellos que han realizado este triunfo de la carne martirizada.
b)    “Nos gusta, dice Pascal, acomodarnos en la sociedad de nuestros semejantes: miserables como nosotros, impotentes como nosotros, no nos ayudaran, moriremos solos”. La experiencia de la muerte lleva a una cierta posición muy delicada y difícil de definir. Numerosos son en efecto los textos del Evangelio donde Jesús recomienda la indiferencia  o incluso el odio respecto al prójimo como medio para alcanzar el reino de Dios(6). Es esta la base de un inmoralismo? No, sino la de una moral superior(7). Se comprenderá mediante estos textos cuanto el “Dar al César lo que es del César” no es sino una concesión de desprecio más que una declaración de conformismo. Lo que es del César es el Denario donde se imprime su efigie. Lo que es de Dios es el corazón del hombre, habiendo roto todo lazo con el mundo. Esta es la señal del pesimismo que no de la aceptación. Pero como es natural estos temas bastante vagos y estas actitudes del espíritu se concretizan y se resumen en la noción propiamente religiosa del pecado.
c)    En el pecado el hombre toma conciencia de su miseria y de su orgullo. “Nemo Bonus(8) Omnes peccaverunt”(9) el pecado es universal. Pero de entre todos los textos del Nuevo Testamento(10) pocos son tan ricos de sentido y observación como los pasajes de la Epístola a los Romanos(11). Aquí se describe el “Non posse non peccare” de San Agustín. Al mismo tiempo el alma pesimista Cristiana acerca del mundo se hace explícita. Es a este punto de vista y aspiraciones que responde la parte constructiva del Cristianismo evangélico. “Es como un cierto número de hombres todos condenados a muerte, de los que se van degollando algunos cada día a la vista de los demás, los que quedan observan su propia condición en la de sus semejantes y se ven con dolor y sin esperanza, mientras esperan su turno”. Es la imagen de la condición humana. Pero de estos condenados a muerte surge la esperanza que había de transportarlos.

EL ESPÍRITU DE DIOS
La idea del Reino de Dios no es absolutamente nueva en el Nuevo Testamento. Los Judíos conocía ya la palabra y la cosa(12). Aunque en los Evangelios este reino no tiene nada de terrestre(13). Es espiritual. Es la contemplación de Dios mismo. Fuera de esta conquista, ninguna especulación es deseable(14). Es la humildad y la simplicidad de los niños que hay que esforzarse en alcanzar(15). Es pues a los niños a los que les es prometido el Reino de Dios aunque también a los sabios que han sabido despojarse de su saber para comprender la verdad del corazón, y han añadido así a la virtud de la simplicidad el precioso mérito del esfuerzo sobre sí. En “el Octavio”, Minucio Félix hace hablar a Cecilio, defensor del paganismo: “Es indignante que gente que no ha estudiado, extraños a las letras, inútiles incluso en las artes viles, emitan opiniones que tienen por ciertas, sobretodo de lo que hay de más elevado y más majestuoso en la naturaleza, mientras que la filosofía discute sobre esto desde siglos”. Este desdén de toda especulación pura, se explica en gentes que tenían su entusiasmo en Dios como meta de todo esfuerzo humano. Pero un cierto número de consecuencias se siguen de esto.

Al poner en primer plano el esfuerzo del hombre hacia Dios, se subordina todo a este movimiento. El mundo mismo se ordena siguiendo esta dirección. La historia tiene el sentido que Dios ha querido darle. La filosofía de la historia, noción extraña al espíritu griego, es una invención Judía. Los problemas metafísicos se encarnan en el tiempo y el mundo no es sino el símbolo carnal de este esfuerzo del hombre hacia Dios. De ahí la importancia capital otorgada a la fe(16). Es suficiente que un paralítico crea -y helo aquí sanado. Y es que la esencia de esta fe es consentir y renunciar. La fe es siempre más importante que las obras(17).

La fe tiene un tan alto precio que sobrepasa la exigencia de los méritos. Se trata, pues, de una apología de la humildad. Hay que preferir al pecador arrepentido al virtuoso que realiza buenas obras y no necesita arrepentirse. El obrero de la undécima hora cobrará lo mismo que el de la primera. Se hará una fiesta al hijo pródigo en casa de su padre, etc.

Si es verdad que el hombre no es nada y que su destino está completamente en las manos de Dios, que las obras no son suficientes para asegurar al hombre su recompensa, y si el Nemo Bonus es verdad, quién alcanzará este reino de Dios? La distancia es tan grande del hombre a Dios que nadie puede esperar colmarla. El no puede alcanzarla y sólo la desesperanza le queda como camino. Pero la encarnación aporta la solución. Al no poder el hombre alcanzar a Dios, Dios desciende hacia él. Así nace la universal esperanza en Cristo. El hombre ha tenido razón de confiarse a Dios dado que éste la otorga la gracia más infinita.

Es en Pablo que esta doctrina se expresa por primera vez de manera coherente(18). Para él la voluntad de Dios sólo tiene un fin: salvar a los hombres. La creación y la redención no son sino dos manifestaciones de su voluntad, la primera y la segunda de sus revelaciones(19). El pecado de Adán ha corrompido a la humanidad y lo ha llevado a la muerte(20). No le queda ningún recurso personal. La ley moral del Antiguo Testamento se conforma en efecto con dar al hombre la imagen del deber a cumplir. Pero no le otorga la fuerza. Por ello, lo hace doblemente culpable(21). La única manera de salvarnos era venir a nosotros, aligerarnos de nuestros pecados por el milagro de la gracia, este es Jesús, de nuestra raza y sangre(22), quien nos representa y nos ha sustituido. Muriendo con él y en él, el hombre ha pagado su pecado y la encarnación es al mismo tiempo la redención(23). Aunque no se alcanza la total potencia de Dios, pues la muerte y la encarnación de su hijo son gracias y no sanciones debidas al mérito humano.

Esta solución de hecho resolvía todas las dificultadas de una doctrina que establecía una tan gran separación entre Dios y el hombre. Platón que quería unir el bien al hombre se vio obligado a construir toda una escala de ideas entre estos dos términos. Con ello creaba un saber. Aquí no hay razonamiento; sino un hecho. Jesús ha llegado. A la sabiduría Griega que no es más que una ciencia, el Cristianismo se opone como un estado de cosas.

Para comprender la originalidad de una noción tan familiar para nosotros, preguntemos su opinión a los paganos de la época. Un espíritu tan cultivado como el de Celso no entendía. Su indignación es real. Se le escapa algo que era demasiado nuevo para él: “Entre Cristianos y Judíos, están los que declaran que un Dios o un Hijo de Dios descenderá a la tierra para justificar a los hombres, otros que él ya vino: idea tan pueril que en verdad no necesita de un largo discurso para ser refutada. Con qué designio iba a descender Dios acá abajo? Sería para saber lo que pasa entre los hombres? Pero no es él omnisciente? O será que sabiéndolo todo, su divino poder está hasta tal punto limitado, que nada puede corregir si no viniese en persona o si no enviara expresamente un mandatario al mundo? Si se entiende que él debe descender en persona a la tierra, le será entonces preciso abandonar la sede d3esde donde gobierna? Ahora bien, si se produjera la más ligera mudanza, todo el universo se trastocaría. O viendo tal vez que los hombres lo desconocían y considerando que por eso algo le fataba, Él habría tomado sumo interés en manifestárseles y experimentar por sí mismo y poner a prueba a los fieles ya los incrédulos? Eso sería atribuirle una vanidad muy humana, comparable a la de esos nuevos ricos empeñados en hacer ostentación de su riqueza, poco ha adquirida. Dios no necesita para su contenido personal del hecho de ser conocido por nosotros. Sería para nuestra salvación por lo que él quiso revelarse, a fin de salvar a los que, habiéndole reconocido, serán considerados virtuosos, y castiga a los que, habiéndole rechazado, manifestaran de este modo su malicia?  Pero, qué? Vamos a pensar que después de tantos siglos, Dios se haya preocupado de justificar a los hombres, de los que antes no se había preocupado? Es tener de Dios una idea poco concorde con la sabiduría y con la verdadera piedad”(24). Igualmente, la encarnación le parece inaceptable a Porfirio: “Incluso suponiendo que algunos Griegos sean lo bastante obtusos como para pensar que los Dioses habitan en las estatuas, sería esto aún una concepción más pura que admitir que lo Divino haya descendido al seno de la Virgen María, que se convirtiese en embrión, y que naciera manchado de sangre, bilis y aún orín”. Además, Porfirio se extraña de que Cristo hubiera podido sufrir en la cruz, cuando en verdad debería haber permanecido impasible(25).

No hay nada más específicamente Cristiano que la noción de Encarnación. Es en ella que se resumen los temas oscuros que muchos han tratado de delimitar. Es sobre este argumento de hecho inmediatamente comprensible que se realizan los movimientos de pensamiento en aquellos que animaban.        
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1.     P. De Labriolle: “Histoire de la littérature latine Chrétienne”.
2.     Sobre la inminencia de esta Paroussia, ver Marc. 8:38; 13:30; Mat. 10:23; 12:27-28; 24:34; Luc. 9:26-27; 21:32, etc.
3.     P. De Labriolle, op. cit., p. 49: “Penetrados por el sentimiento que el mundo iba pronto a morir (sentimiento común a las primeras generaciones de Cristianos)….
4.     Job 2:9; 3:3; 10:8; 10:21-22; 12:23; 17:10-16.
5.     Passim: 2:17; 3:19-21; 12:1-8.
6.     Mat. 8:22; Mat. 10:21-22; Mat. 10:35-37; Mat. 12:46-50; Luc. 3:34; 14:26-33.
7.     Luc. 14:26-28.
8.     Marc. 10:18.
9.     Rom. 3:23.
10.   Juan, 1:8; Cor. 10:13; Mat. 12:21-23; Mat. 19:25-26.
11.   Rom. 7:15-24.
12.   Sabiduría 10:10.
13.   Luc. 12:14.
14.   Colo. 2:18.
15.   Mat. 18:3,4; 19:16; Marc. 10:14,15.
16.   Mat. 14:33; 12:58; 15:28.
17.   Mat. 10:16-18; 20:1-16; 25:14-23.
18.   Colo. 1:15; Corint. 15:45; Rom. 1:4.
19.   Rom. 1:20; 8:28; Ef. 1:45; 3:11; Tim. 1:9.
20.   Rom. 5:12; 14 + 15-17; 6:23.
21.   Rom. 3:20; Rom. 5:13; Rom. 7:7-8.
22.   Rom. 1:3; 4:4.
23.   Rom. 3:25; 6:6; Cor. 6:20; Gál. 3:13.
24.   Celso: “El Discurso verdadero contra los Cristianos, 4:41”.

25.   Fragmentos, 84.

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