lunes, 2 de mayo de 2016

EVANGELIO DE JUAN: LA PAROUSIA

RASGOS MÁS ANTIGUOS DEL JESÚS HISTÓRICO
El autor del evangelio de Juan tenía a su disposición bastante materiales previos, tanto los de su propia comunidad, como también los comunes con los sinópticos, y con ellos creó su propio relato.

Las sucesivas modificaciones que recibió el texto a lo largo del tiempo han hurtado lo que serían muchas de sus características distintivas. En particular, en lo que hace a sus contenidos doctrinales, que yacen hoy bajo una plétora de materiales teológicos mucho más avanzados. Aún así, la labor de las intervenciones posteriores no logró eliminar del todo algunos de los rasgos más arcaicos de la obra(Jn. 1:49-51).

El fragmento precedente pertenece al ciclo de la “vocación de los discípulos”, bien conocido por sus paralelos sinópticos (Marc. 1:16-20); Mat. 4:18-22; Luc. 5:1-11). Sin embargo, narra un diálogo con un personaje desconocido por aquellos, Natanael(1). Lo arcaico de la narración se aprecia en la fraseología “Rey de Israel”, “te vi debajo de la higuera”(cf. Os. 9:10) o por la imaginería mesiánica “veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”(cf. Gén. 28:10-17), detalles ajenos al tono general del resto del texto joánico. De hecho,  no es inverosímil que el fondo de estas palabras conecte con la propia percepción –y, por tanto, con la predicación- del Jesús histórico como Mesías. El indiscutible fracaso político de Jesús como Mesías Rey de Israel arrinconó bien pronto esta dimensión de su predicación histórica. Su entrada en Jerusalem a lomos de un asno(Jn. 12:14; Marc. 11:7) para cumplir las profecías con las que se autoidentificaría como Mesías regio es la prueba más evidente de unas intenciones que los romanos y las autoridades judías supieron interpretar, con las consecuencias que todos conocemos. Sin embargo, sus discípulos, ante el indiscutible fiasco, reformularon sucesivamente el significado del mesianismo de Jesús, de forma que su reino dejó de ser “de este mundo”(Jn. 18:36)(2). A este respecto, compárese la declaración de Natanael con la que hace Pedro en las versiones teológicamente más desarrolladas de los sinópticos(Mat. 16:15-16). De igual manera, presentan el mismo regusto primitivo y mesiánico algunas de las palabras de Jesús(Jn. 4:35).

Obsérvese que este último fragmento pertenece al relato de la samaritana, que se corresponde con las fases más antiguas del evangelio. Igualmente, algunos de los relatos de sus milagros parecen retrotraerse al fondo más antiguo de la tradición Cristiana, e incluso a la propia actividad curativa del Jesús-histórico(Jn. 9:6-7). Este Jesús, que practica sus artes de curandero, es todavía conocido por el más antiguo de los sinópticos(cf. Mat. 8:23), aunque pronto fue orillado por el taumaturgo espiritual que describen Mateo o Lucas, quienes ya no dan cuenta de estas prácticas.

Otro de los temas recurrentes en el autor es el de las continuas discusiones sobre el origen del Mesías y la identificación de este con Jesús (Jn. 1:45-46). Semejante insistencia en el debate acerca del origen y la misión del Mesías solo puede ser indicio de una primitiva tradición vinculada directamente con los propios orígenes de la secta, cuando era imprescindible una denodada labor apologética que demostrara la mesianidad de Jesús. La crudeza de las observaciones vertidas por los detractores de Jesús es indicio de lo que debieron de ser los muy agrios debates sobre la cuestión.

LA PAROUSIA
Una vez desechada la posibilidad de que la consumación de los tiempos(Mat. 28:20) y la victoria definitiva de Dios sobre sus enemigos coincidieran con la acción de Jesús, sus primeros seguidores tuvieron que reformular la idea –al fin y al cabo, había sido uno de los elementos centrales de su predicación- y pospusieron tal acontecimiento, que coincidiría con el regreso de Jesús, la parousia. Primero, para un futuro inmediato, como sugieren las ideas de Pablo (I Cor. 4:4-5) o de Mateo (16:27-28). Luego, para un futuro menos concreto que fue haciéndose más y más difuso, conforme la obstinada realidad insistía año tras año en hurtar a los creyentes el triunfal regreso(I Tes. 5:1-5).

Esta doctrina –tan importante en el primer Cristianismo- se hallaba ausente, o al menos no estaba explicitada en el Evangelio de Juan, por lo menos en su estado actual. Sin embargo, es muy probable que sí se hallara en esta primera versión del texto. A este respecto, todavía subsiste en él algún resto de lo que debieron de ser los contenidos escatológicos del primer Evangelio de Juan(Jn. 5:25-29). Este pasaje joánico, aunque refleja con claridad la idea de la futura resurrección de los muertos, no explicita que esta haya de acontecer como  consecuencia de la parousia de Cristo. Y ello se debe, sin duda, a la intervención de una instancia redaccional posterior, la cual había eliminado el concepto mesiánico de “lo que ha de venir” y lo había sustituido por una escatología “de lo ya cumplido”. Es indiscutible que la primera redacción del Evangelio de Juan contó con su propia versión de la doctrina de la parousia. Sin embargo, de ella quedan muy escasos restos, en la medida en que esta era una doctrina que los últimos redactores consideraron anticuada.     
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1.     El nombre de este Discípulo es por completo desconocido por los listados que ofrecen los sinópticos. Las visiones concordistas de corte tradicional (ver J. F. Driscoll, 1911) solucionan el problema identificándolo con el silencioso Bartolomé de los sinópticos(Marc 3:18; Mat. 10:3; Luc. 6:14).

2.     Bultmann contempla a Jesús en su ámbito natural, el Judaísmo. O de otra manera, el Jesús histórico es una premisa del Cristianismo, pero no un cristiano todavía. Así, el gran cambio lo atribuía a la fe de la comunidad postpascual que proyectó en la figura del Cristo de la fe el conjunto de sus aspiraciones y sus planteamientos doctrinales. En cambio, para Bornkamm (1956); Conzelmann(1954) o Käsemann(1954, pp. 121-153), el cambio histórico acontece ya en la propia predicación de Jesús: no se trataba de “descubrir” los rastros del Jesús histórico a través del Cristo de la fe de los evangelios, sino poner de relieve la unidad del Cristo del kérygma y el Jesús realmente existido. Y en línea muy similar, J. Ratzinger(2007). 

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