viernes, 13 de agosto de 2021

EL PROTOCOLO DE LOS SABIOS DE SION

 EL PROTOCOLO DE LOS SABIOS DE SION 

Hoy día , cuando la gente piensa en el mito de la conspiración judía mundial piensa en la falsificación conocida como “Protocolos de los Sabios de Sion”, que circuló por todo el mundo en millones de ejemplares en los decenios de 1920 y 1930. Pero los “Protocolos” no son más que el ejemplo más conocido y más influyente de una larga serie de supercherías y falsificaciones que datan casi de la Revolución Francesa.


En su forma moderna, cabe hallar la raíz del mito de la conspiración judía mundial en un clérigo, el abate Barruel. Ya en 1797 Barruel, en su “Mémoire por servir l´histoire su Jacobinisme”, de cinco volúmenes, aducía que la Revolución francesa representaba la culminación de una conspiración secular de la más secreta de las sociedades secretas. A su juicio, el problema se inició con la orden medieval de los templarios, la cual no fue e terminada por completo en 1314, sino que había sobrevivido como sociedad secreta, comprometida a abolir todas las monarquías, derrocar al Papado, predicar la libertad sin límites a todos los pueblos y fundar una república mundial bajo su propio control. A lo largo de los siglos, esa sociedad secreta había envenenado a varios monarcas, y en el siglo XVIII había capturado a la masonería, que ahora estaba sometida totalmente a su control. En 1763, había creado una academia literaria secreta formada por Voltaire, Turgot, Condorcet, Diderot y d´Alambert, que se reunía periódicamente en casa del barón h´Holbach; con sus publicaciones, aquel grupo había socavado toda la moral y la verdadera religión entre los franceses. A partir de 1776, Condorcet y el abate Sieyes habían montado una enorme organización revolucionaria de medio millón de franceses, que fueron los jacobinos la Revolución. Pero el meollo de la conspiración, los verdadero dirigentes de la revolución eran los iluminados bávaros de Adam Weishaupt: “los enemigos de la raza humana, hijos de Satán”. A aquel puado de alemanes debían obediencia ciega todos los francmasones y jacobinos de Francia, y Barruel creía que, si no se ponía freno a aquello, ese puñado llegaría a dominar pronto el mundo. 


No hace ninguna falta perder el tiempo con la afirmación de que la Revolución francesa fue el producto de una conspiración que databa del siglo XIV. En cuanto al oscuro grupo alemán llamado los Iluminado (illuminati), no eran masones en absoluto, sino sus rivales, y en todo caso hacia 1786 ya se habían disuelto. Y también el papel desempeñado por los masones se simplificó y exageró fantásticamente. Evidentemente, es cierto que los masones compartían la preocupación por la reforma humanitaria que se suele relacionar con la Ilustración: por ejemplo, contribuyeron a la abolición de la tortura judicial y de los juicios por brujería, y a mejorar las escuelas. Por otra parte, en le época de la Revolución, casi todos los masones eran católicos y monárquicos; de hecho, el rey Luis XVI y sus hermanos eran todos ellos masones; mientras que durante el Terror, los masones murieron a centenares en la guillotina y se persiguió a su organización, el Gran Oriente.


El hecho es que el propio Barruel nunca advirtió la actuación de influencias masónicas mientras estaba en marcha la Revolución. La idea se la expuso unos años más tarde, en Londres, el matemático escocés John Robison, que por su parte estaba preparando un libro titulado “Proofs of a Conspiracy against  al the Religions and Governments of Europe, carriles no in the secret meetings of Freemasons, Illuminati and Reading Societies” (Pruebas de una Conspiración contra todas las Religiones y todos los gobiernos de Europa, organizada en las reuniones secretas de los masones, los illuminati y las Sociedades de Lectura). Barruel sintió la inspiración de preparar un libro sobre el mismo tema, de ser posible antes que el imprudente Robison. Y lo logró: su “Memoire” se adelantó en un año a la de Robison, se tradujo al inglés, al polaco, al español y al ruso, y convirtió a su autor en un hombre rico. 


En 1806, éste recibió un documento que parece ser la primera de la serie de falsificaciones antisemitas que culminaría en los “Protocolos”. Se trataba de una carte de Florencia escrita ostensiblemente por un oficial del ejército llamado J. B. Simonini, de quien no se dispone de ningún dato más, y con el cual no logró establecer contacto el propio Barruel. Tras felicitar a Barruel por haber “desenmascarado a las sectas infernales que están abriendo el camino al Anticristo”, señala a su atención la “secta jurásica”, sin duda “el poder más formidable, si se tiene en cuenta su gran riqueza y la protección de que goza en casi todos los países europeos”. El misterioso Simonini pasa después a revelar alguna información extraordinaria que, según dice, obtuvo de manera astuta. En una ocasión, ante algunos judíos del Piamonte, afirmó que él había nacido judío, y aunque se había separado de esa comunidad durante la primera infancia, siempre hábia conservado su amor por su “nación”. Al oír esto, los judíos le mostraron “sumas de oro y plata para distribuir a quienes abrazaran su causa”; prometieron hacerlo general simplemente con que se hiciera masón, le regalaron tres armas con símbolos masónicos y le revelaron sus mayores secretos. 


Y estos eran de lo más sorprendentes. Simonini se enteró, por ejemplo, de qué Manes y el Viejo de la Montaña eran judíos ambos (aunque en realidad ninguno de ellos lo era); y que la orden de los francmasones y los illuminati habían sido fundadas por judíos (aunque en realidad se sabe quiénes fueron sus fundadores, y no eran judíos). Lo que s todavía más sorprendente: descubrió que sólo en Italia más de 800 eclesiásticos eran judíos; entre ellos había obispos y cardenales, y que se esperaba que dentro de poco hubiera un papa. En España Imperia un estado de cosas muy parecido; y de hecho en todas partes los judíos se hacían pasar por cristianos. Igualmente amenazadoras eran sus estratagemas políticas y económicas. Algunos países ya habían concedido todos los derechos civiles a los judíos, y faltaba poco para que los países restantes, hostigados por las conspiraciones y seducidos por el dinero, hicieran lo mismo. Una vez logrado esto, los judíos comprarían todas las tierras y todas las casas hasta que los cristianos se quedaran sin nada. Y entonces se realizaría la última fase de la conspiración: los judíos “se prometían a sí mismos que en menos de un siglo serían os amos del mundo, que abolirían todas las demás sectas y establecerían el imperio de la suya, que convertirián todas las iglesias cristianas en sinagogas y reducirán a los cristianos restantes a un estado de total esclavitud. No quedaba más que un obstáculo serio: la Casa de Borbón, que era la peor enemiga de los judíos, y los judíos la aniquilarían. 


Barruel observó que la publicación de la carta de Simonini podría provocar una matanza de judíos; y por una vez tenía razón en lo que decía, pues de hecho la carta contiene efectivamente en embrión todo el mito de la conspiración Judio-masónica. Pero la carta también señala muy claramente  las circunstancias que dieron su origen al mito. Huelga decir que no tenía nada que ver con la verdadera relación existente entre los judíos y los masones, que era muy tenue. En el siglo XVIII, los masones eran en general hostiles a los judíos (igual, dicho sea de paso, que lo eran los iluminados bávaros). En la época de la carta de Simonini muchas logias seguían sintiendo renuencia a aceptar miembros judíos. En ningún momento hubo judíos, ni personas de origen judía, que tuvieran un papel desproporcionado en la masonería.
Esos son los hechos desnudos. Pero los hechos de ese tipo jamás han disuadido a nadie que deseara creer en la conspiración Judio-masónica. No había demostrado Barruel que la Revolución francesa era obra de una conspiración Judeo-masónica? Y no se habían beneficiado los judíos de la Revolución? No hacía falta nada más para demostrar que los masones y los judíos tenían unas relaciones estrechas y, de hecho, eran prácticamente idénticos. 


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