domingo, 4 de marzo de 2012

PERSECUCIÓN DURANTE LOS SIGLOS XI Y XII

PARTE III, PERSECUCIÓN DURANTE LOS SIGLOS XI Y XII
Las, no muy numerosas, ejecuciones de herejes durante los siglos XI y XII fueron, en su mayor parte realizadas por las autoridades seculares o por la turba. El clero, aunque interesado en la eliminación de las herejías, generalmente usaba la persuasión y era renuente a la hora de aplicar el uso de la fuerza. Pero hubo excepciones. En 1025 Gerardo, obispo de Cambrai, estaba visitando su diócesis. En Arras un grupo de heréticos le fue denunciado. Hizo que se torturara a este grupo y, cuando se mostraron dispuestos a hacer penitencia, los reconcilió con la Iglesia. En 1035 a Heriberto, arzobispo de Milán, unos heréticos le fueron denunciados en Monteforte. Habiéndolos interrogado y encontrándolos impenitentes, los hizo quemar vivos. Cuando Gerardo III, obispo de Cambrai, pasaba por un pequeño pueblo realizando una visita en 1077, un hereje llamado Rhamird le fue denunciado. Después de un interrogatorio Rhamird también fue quemado.

Estos son ejemplos tempranos del tipo de procedimiento legal que los profesionales en derecho e historiadores jurídicos llaman “inquisitorial”, que estuvo en acentuado contraste con el tipo de procedimiento acusatorio que era la norma en la Edad Media. Mientras que bajo la norma del procedimiento acusatorio la iniciativa a la hora de realizar un cargo estaba a cargo de un individuo, bajo el procedimiento inquisitorial estaba a cargo de las autoridades. Las autoridades eran responsables de obtener, del público, información acerca de los criminales. Esto significaba que dependían de las denuncias. Una vez tenían información suficiente, el juez mismo procedía a una investigación, o “inquisición”, del sospechoso.

El comienzo de este tipo de procedimiento se puede trazar hacia atrás hasta la ley Romana tal y como existía bajo el Imperio. En la ley Romana, como en la Germana, la norma era el procedimiento acusatorio –pero, había excepciones. Sobretodo en casos de “crimen laesae majestatis” las autoridades requerían iniciar una investigación, e individuos privados eran requeridos para realizar las denuncias. Algo de esta actitud pasó al canon de la ley de la iglesia medieval. Desde una fecha muy temprana el disidente religioso tendía a ser visto como infractor contra la divina majestad, y es significativo que todos los ejemplos tempranos del procedimiento inquisitorial tuvieron lugar en el contexto de la lucha contra la disidencia religiosa.

A medida que se extendía la disidencia religiosa se introdujo legislación para combatirla. En el Sínodo de Verona en 1184 el Papa Lucio III y el Emperador Federico I decretaron la excomunión de los herejes, los herejes que se negaran a retractarse, o que una vez retractados recayeran, habían de ser entregados a los poderes civiles para ser castigados. En respuesta a los decretos del cuarto Concilio de Letrán en 1215, varios gobernantes decretaron la pena de muerte para la herejía obstinada. En 1231 el Papa Gregorio IX y el Emperador Federico II, actuando coordinadamente, establecieron una legislación coherente contra herejes en el Imperio. Por vez primera las diferentes penas por herejía –incluida la muerte- fueron claramente formuladas.

Mientras tanto el procedimiento inquisitorial iba siendo poco a poco institucionalizado. A comienzos del siglo XIII el gran administrador Papa Inocencio III lo estableció como la manera normal de proceder contra los clérigos. Un clérigo no podía ser juzgado excepto por un tribunal eclesiástico, ni podía, bajo la ley canóniga, ser acusado por un clérigo de rango inferior. En la práctica esto significaba que los obispos, abades y similares estaban más bien exentos de sanciones legales. Así, el procedimiento Inquisitorial capacitaba a las autoridades eclesiásticas, cuando lo considerasen apropiado, iniciar procesos contra los clérigos de más alto rango. Esta fue sin duda una encomiable reforma, pero tomó un nuevo significado bajo el mandato de la Inquisición.

La Inquisición toma su nombre del procedimiento inquisitorial y no, como se ha asumido a menudo, viceversa: llevaba a cabo inquisiciones, o indagaciones oficiales, y realizaba “juicios inquisitoriales”. Pero, en tanto que institución, adaptó el procedimiento inquisitorial a sus propósitos, que eran la erradicación de la herejía. Tal y como lo usaba la Inquisición el proceso era extremadamente injusto para el acusado. No tenía derecho a un abogado y cuando tenía uno, éste estaba más preocupado en hacerle confesar que en defenderlo. Cualquier prisionero que insistiera en su inocencia podía ser encarcelado de por vida. Un prisionero que confesase sería llamado tres días después para confirmar su confesión, tenía que reconocer explícitamente que había confesado por “propia voluntad”, y no “a causa del miedo a la tortura”. Si esto era realizado satisfactoriamente era reconciliado con la Iglesia y había de realizar algún tipo de penitencia o sufrir algún castigo, unas veces suaves otras muy duro. Si a alguno se le ocurría retractarse de su confesión –por ejemplo, debido a que esta había sido extraída mediante tortura- era considerado hereje reincidente y (como no se le permitía matar a la Iglesia) era entregado al poder secular para ser quemado vivo. El procedimiento perfeccionado y sistematizado por la Inquisición era un instrumento con terribles potencialidades.

La Inquisición quedó completamente organizada solo en la segunda mitad del siglo XIII, pero ya en 1231, después del acuerdo entre Gregorio IX y Federico II, el arzobispo de Mainz nombró a un tal Conrad de Marburg inquisidor de su amplia sede. Fue un nombramiento desafortunado, pues el hombre resultó ser un completo fanático. Además, no había ningún tipo de procedimiento establecido para parar su fanatismo. El procedimiento posteriormente desarrollado por la Inquisición, injusto y perverso, no obstante, era menos arbitrario que el procedimiento elaborado por este pionero amateur(1).

Parece ser que Conrad era de descendencia aristocrática y había pertenecido anteriormente a la orden monástica de los Premonstratenses, aunque era un simple sacerdote secular. Tenía una educación universitaria, probablemente en Paris, y era conocido por sus conocimientos, pero fue más famoso por su formidable personalidad y vida austera. Delgado por los ayunos, y de semblante sombrío y amenazante era seco y temido. Completamente incorruptible, aunque pasó bastantes años en la corte del Conde de Turingia, y ejerció gran influencia, se negó a recibir beneficios y quiso seguir siendo un simple sacerdote. Era terriblemente severo. Como confesor de la condesa –hoy Santa Elizabet de Turingia- trataba a su penitente con una dureza extraordinaria incluso para las costumbres de le época. Por ejemplo, embaucaba a esta viuda de veintiún años con cualquier pequeña falta o desobediencia para después hacer que ella y sus doncellas fueran azotadas tan severamente que las cicatrices eran aún visibles semanas después.

Los Papas estaban acostumbrados a confiar en Conrad la defensa de la fe. En 1215 y, de nuevo, en 1227, mientras se hacían planes para una nueva Cruzada contra el Islam, Conrad fue nombrado para predicar la Cruzada. Se desplazaba de un lugar a otro montado en un burro, en imitación de Jesús –le seguía una multitud de clérigos y laicos, hombres y mujeres, cuando se acercaba a un pueblo los habitantes salían en procesión a su encuentro, con velas, banderas e incienso. Su éxito como predicador de la Cruzada le hizo famoso.

Conrad también tenía mucha experiencia en la defensa de la fe contra enemigos internos. Insistía en que los obispos estaban obligados, bajo pena de expulsión, de perseguir y castigar a los herejes en sus diócesis, el Concilio de Letrán de 1215 animó a los informadores. Aquellos a los que les consumía la urgencia de exterminar a todos los herejes se apresuraron con denuncias. Entre ellos Conrad se distinguió, su celo no pasó inadvertido. En 1227 el Papa le encargó la tarea de preparar informes sobre la base de cuales denuncias formales podían ser presentadas con los obispos. En 1229 Conrad predicó contra los herejes en Estrasburgo, con tanta eficacia que dos personas fueron quemadas. Su nombramiento en 1231 como primer oficial inquisidor en Alemania era la culminación apropiada para su carrera.

Pero ya había una pareja de inquisidores no oficiales, por su cuenta. Uno era un hermano laico de la Orden Dominicana llamado Conrad Torso, el otro, vizco, un granuja armado llamado Johannes, de ambos se decía que anteriormente habían sido herejes. Deben haber adquirido de alguna manera el prestigio del que, en aquellos tiempos, disfrutaban los hombres santos, pues tenían el apoyo del populacho, lo que les capacitaba para intimidar a los magistrados para que quemaran a quienquiera ellos designaran. Los frailes, Dominicanos y Franciscanos igualmente, también cumplían sus órdenes y les ayudaban en las quemas.

Conrad Torso y Johannes comenzaron descubriendo a algunos herejes genuinos –gente que no solo admitían sus creencias sino que persistían impenitentemente en ellas. Estos fueron debidamente juzgados, condenados y llevados ante la justicia secular para ser ejecutados. Pero pronto los dos se mostraron mucho menos discriminatorios. Afirmaban detectar los herejes según su apariencia, y a medida iban de pueblo en pueblo y ciudad en ciudad denunciaban a la gente basados en meros fundamentos intuitivos. Los quemados ahora incluían a Católicos perfectamente ortodoxos, quienes desde las llamas invocaban a Jesús, María y los Santos. “De buena gana quemaríamos a cientos, decían los inquisidores amateurs, aunque hubiese entre ellos un solo culpable”(2).

Primeramente encontraron sus víctimas entre los pobres, pero esto no les satisfacía, y pronto idearon un mecanismo para poner a los ricos a merced de ellos. El rey Germano, Enrique VII, había promulgado un decreto referente a la posesión de la propiedad de cualquier ciudadano condenado por herejía. Parte de la propiedad iba al Señor Feudal, pero otra parte pasaba a sus herederos. Los inquisidores propusieron un nuevo arreglo: cuando un rico fuese quemado/a bajo su acusación, toda la propiedad debía ser confiscada y dividida entre todos los Señores, incluído el Rey. Los herederos no recibirían nada en absoluto. Parece que durante algún tiempo la propuesta cumplió su objetivo, los inquisidores recibieron el apoyo de los estratos altos de la sociedad.

Estos dos sombríos caracteres, Conrad Torso y Johannes se unieron al verdaderamente fanático Conrad de Marburg, y el resultado demostró ser verdaderamente poderoso. Vastas áreas fueron sujetas a sus arbitrarias y despóticas voluntades. Esos jueces no temían a nadie, y sus juicios alcanzaban indiscriminadamente a campesinos y burgueses, clérigos y caballeros. A quienquiera que eligiesen acusar no le era dado tiempo para pensar en preparar su defensa sino que era juzgado en el momento. Si era condenado no se le permitía ni siquiera ver a su confesor sino que era ejecutado tan pronto como posible, a menudo el mismo día de su arresto. Solo había una manera de escapar a la condena y ejecución: el acusado debía confesar ser hereje. Después se exigía prueba de arrepentimiento: el acusado debía afeitarse la cabeza, como signo externo de vergüenza, pero aún más importante era que debía dar el nombre de compañeros herejes y especificar la “escuela herética” donde había sido instruido. Si no podía ofrecer información satisfactoria por sí mismo, Conrad de Marburg y sus compañeros le ayudaban. Le ofrecían los nombres de nobles –sobre lo cual el acusado daba a menudo su conformidad: “Esta gente son tan culpables como yo, estábamos en la misma escuela juntos”. Algunos hicieron esto en orden a salvar a sus familiares de la expropiación y la pobreza, pero la mayoría lo hizo por miedo a ser quemado vivo. El terror alcanzó tal nivel que hermano denunciaría a hermano, esposa a esposo, el señor a sus campesinos y los campesinos a su señor.

Conrad también confió mucho en las denuncias de anteriores herejes que habían vuelto a la Iglesia. Cualquier cosa que éstos le dijeran él la aceptaba ciegamente, sin preocuparse en verificarlo, esta manera de proceder llevó a múltiples abusos. Los verdaderos herejes explotaban su ingenuidad en su propio beneficio. Amañaban la conversión de algunos de los suyos para poder de esta manera denuncia a los buenos Católicos como herejes –en parte para vengar a sus seguidores que habían perecido en las llamas y en parte para desviar la atención de sus miembros aún con vida. El aparato persecutorio también podía ser usado para propósitos de venganzas personales. Una joven llamada Adelaida se presentó voluntariamente como hereje arrepentida con el único propósito de denunciar a sus familiares, que estaban tratando de quitarle una herencia. Conrad los quemó a todos(3).

La actividad de Conrad como inquisidor duró aproximadamente un año y medio y abarcó lugares tan lejanos como Erfurt, Marburg, y el las ciudades del Rin Mainz, Bingen, y Worms. Es imposible decir incluso aproximadamente cuanta gente quemó, pero todas las fuentes contemporáneas están de acuerdo que fueron muy numerosas. Obviamente la atmósfera de incertidumbre, ansiedad, más la ola de falsas denuncias y falsas confesiones, dieron lugar a bastante inquietud en la población.

El alto clero estaba horrorizado. Los superiores de Conrad, el Arzobispo Siegfried III de Mainz, se unió a los Arzobispos de Colonia y Tréveris para pedir al fanático sacerdote moderación. Un Sínodo que tuvo lugar en Mainz el 25 de Junio de 1223 trató de introducir un procedimiento más ordenado para la instrucción y conversión de los herejes en lugar de su destrucción física(4). Entre los más notables eclesiásticos, sólo uno apoyó al inquisidor –el obispo de Hildesheim, quien era él mismo un fanático. El resto todos aconsejaron moderación, pero este consejo solo consiguió aumentar la furia de Conrad y llevarlo a cometer mayores excesos. Al final comenzó a acusar a gente que eran de alta alcurnia y notable piedad, esto le llevó a la perdición.

El Conde Henry de Sayn era un gran señor que poseía muchas tierras a lo largo del Rin y en Hesse. También era un devoto Católico, que no solo había donado monasterios e iglesias sino que incluso había participado en una Cruzada. Conrad los citó a presentarse bajo cargos de herejía, pues tenía testigos que habían visto al Conde -presumiblemente en una orgía nocturna. El Arzobispo de Mainz arregló prudentemente el caso para que fuese auditado en una asamblea de los estados del Imperio, que tuvo lugar en Mainz inmediatamente después del Sínodo. El conde y el inquisidor aparecieron ambos con sus testigos, y mientras que los testigos del Conde afirmaban su ortodoxia y piedad, los de Conrad se retractaron todos, algunos admitiendo que había denunciado al Conde solo para salvar sus vidas, otros que lo habían hecho por malicia personal. El clero presente estaba unánimemente convencido de la inocencia del Conde, y así lo promulgó. Fue una aplastante derrota para Conrad.

Amargado y furioso, Conrad comenzó a predicar públicamente contra otros nobles personajes a los que acusó de herejía, y entonces se dispuso a regresar de Mainz a su nativa Marburg. Cegado por su cólera y demasiado confiado en la santidad de su oficio, rechazó la escolta que el rey y el arzobispo le ofrecieron. El 30 de Julio de 1233 fue asesinado en el camino, sea por vasallos del Conde Sayn o por nobles a los que estaba atacando.

En todas las regiones donde Conrad estuvo activo las noticias de su asesinato fueron recibidas con gran alegría. Su final fue visto como un juicio de Dios, y le fue asignado un lugar con los condenados en el infierno. Respecto a sus cómplices las cosas también fueron mal: Conrad Torso fue apuñalado de muerte, y Johannes fue colgado, los falsos testigos contra el Conde Sayn fueron encarcelados por el arzobispo de Mainz. Aunque las leyes contra la herejía permanecieron siguieron vigentes, no hubo mayores persecuciones “durante este periodo”. Como bien comenta un cronista, fue el final de una persecución nunca antes vista desde la persecución de los primeros Cristianos, ahora los tiempos eran algo más benignos y más apacibles(5).

Pero no todo el mundo estaba contento. En una carta circular al clero Germano, el Papa Gregorio expresó su enfado y consternación(6). Conrad de Marburg, decía, había sido un siervo de la luz, un campeón de la fe Cristiana, el novio de la Iglesia….. Las noticias de su asesinato había herido a la iglesia como un rayo. Sus criminales eran hombres sangrientos e hijos de la oscuridad, no era posible imaginar ningún castigo terreno que pudiese igualar este crimen. Por lo tanto, era el deber del papa demostrar que no empuñaba la espada de Pedro en vano, y el de asegurarse que los criminales no se jactasen de su crimen. Así, decretó que el clero debía excomulgar a los asesinos y sus cómplices, prohibir que nadie tuviese trato con ellos, y prohibir que ningún pueblo, ciudad, o castillo les diese alojamiento, hasta que los culpables vinieran a Roma y suplicaran su absolución. Gregorio hizo también otras propuestas. En carta al arzobispo de Mainz y al obispo de Hildesheim trató de relanzar la campaña contra los herejes en Alemania, proponiendo incluso que aquellos que tomasen parte en esta campaña tuviesen garantizadas las mismas indulgencias que aquellos que fueran a una Cruzada a Tierra Santa.

Durante el año siguiente el abismo que separaba al papa del clero Alemán y la gente se hizo más profundo. En una asamblea de los estados del Imperio, mantenida en Frankfurt en Febrero 1234, muchos de los que habían sido acusados y despojados por Conrad aparecieron en procesión, llevando cruces, y quejándose amargamente del trato recibido. Una gran ola de indignación sacudió la asamblea, se oyó incluso decir a un obispo príncipe, “el Maestro Conrad merece ser desenterrado y quemado como hereje”(7). El Conde Henry de Sayn apareció y fue oficialmente limpiado de herejía. Otra de las víctimas de Conrad, el Conde Henry de Solms, declaró en lágrimas que confesó ser hereje para no ser quemado vivo, también él fu absuelto. Finalmente seis de los involucrados en el crimen de Conrad confesaron y fueron tratados benignamente. Excepto el antiguo aliado de Conrad, el obispo de Hildesheim, nadie mostró ningún interés por una reanudación de la caza de herejes. En Abril el arzobispo de Mainz, en representación del clero Germano, escribió al papa explicándole las terribles ilegalidades cometidas por Conrad en sus actividades(8). Por otro lado, nada de esto impresionó al Papa Gregorio, que continuó acusando a los asesinos de Conrad –y también al clero Alemán por protegerlos.

El papa en Roma tenía una idea muy diferente de Conrad y su papel respecto a la realidad de su conducta, uno se pregunta por qué. Conrad no fue nombrado por el papa ni fue considerado como una imposición papal que infringía la jurisdicción tradicional de los obispos. Conrad fue nombrado por su superior, el arzobispo de Mainz(9). La explicación de esta discrepancia está en otra parte. Conrad era un fanático cuyas actividades persecutorias estaban inspiradas no solo por una detestación de la herejía sino por fantasías demonológicas acerca de los herejes. Los obispos Alemanes en general no compartían esas fantasías, pero el papa sí –y seguramente fue Conrad quien las implantó en la mente del papa.

En 1233 el Papa Gregorio IX promulgó una bula, conocida como “Voz in Rama” que contenía todos los cuentos difamatorios arriba examinados. La bula papal describe lo que ocurre cuando un novicio es recibido en una secta herética. “Primero aparece un sapo, que el novicio ha de besar sea en la boca o en el trasero (culo), aunque a veces la creatura puede ser un ganso o un pato. Después aparece un hombre, con los ojos pintados con carbón negro y una extraña complexión, tan delgado que parece solo tener piel y huesos. El novicio le besa etc………”

Este informe continua con lo que pretende ser un sumario de la doctrina herética. Dios, según esta herejía, actuó contra toda justicia cuando arrojó a Lucifer al infierno. Lucifer es el verdadero creador del cielo, y un día expulsará a Dios para retomar su glorioso lugar en el cielo. Así, los herejes esperan alcanzar la bendición eterna en él y con él. Para ello deben evitar alabar a Dios y han de hacer todo lo que le es odioso. Este sumario doctrinal confirma lo que uno habría en cualquier caso asumido -que el sapo, el gato, etc. el hombre pálido y el hombre mitad radiante mitad negro son disfraces de Satán o Lucifer.

Vox in Rama estaba dirigida específicamente contra los herejes en Alemania. Estaba dirigida al arzobispo de Mainz, como primado de Germania, pero también, con su nombre, a Conrad de Marburg y su obispo aliado de Hildesheim. Está de hecho basada en un informe que estos habían previamente enviado al papa, referente a los herejes del Rin. Este informe se ha perdido, pero hay poca duda que era, si no en parte, en su totalidad, obra de Conrad de Marburg. Cuando después de la muerte de Conrad, el arzobispo de Mainz escribió su carta de protesta al papa, se quejaba que el inquisidor había forzado a sus víctimas para que confesaran haber besado al sapo, al gato, al hombre pálido y otros monstruos(10).

Conrad de Marburg fue un hombre impulsado por necesidades internas intensas. Era su propia personalidad la que posibilitó e impulsó a este sacerdote solitario, sin apoyo de ninguna orden monástica, a aterrorizar la sociedad Alemana desde los de arriba hasta los de abajo. Su ímpetu en la persecución venía de él mismo en lugar de la situación real: aunque sí es cierto que había herejes en el país, eran mucho menos numerosos y poderosos de lo imaginado.

De todas maneras, este episodio tuvo una importancia crucial. Por primera vez las fantasías demonológicas tradicionales figuraron no simplemente como resultado de la persecución sino como estimulo para ella. Por vez primera el mismo papa se había dejado llevar por esas fantasías: Vox in Rama transformó meros cuentos en verdades establecidas. Estos eran importantes precedentes. En los dos siglos siguientes otras persecuciones fueron estimuladas de la misma manera, también con la aprobación y apoyo de las altas autoridades. Cada nueva persecución otorgaba más credibilidad y autoridad a las fantasías que la estimulaban y legitimaban, hasta que vinieron a ser aceptadas como evidentemente verdaderas –primero por muchos educados, después por el conjunto de la sociedad.

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1. Sobre Conrad de Marburg y sus actividades: “Gesta Treverorum, Continuatio IV”, en MGSS vol. XXIV, pp. 400-2; “Chronica Albrici Monachi Trium Fontium”, en MGSS vol. XXIII, pp. 931-2; “Anales Wormatienses”, en MGSS vol. XVII, p. s. 39. Para un buen relato moderno: P. Braun, “Der Beichtvater der reiligen Elisabeth und Deutsche Inquisitor Konrad von Marburg”, en Beiträge zur hessischen Kirchengeschichte (ed. Diehl y Koehler), Neue Folge, Ergänzungsband IV, Darmstadt, 1911, pp. 248-300, 331-63. Sobre la probable descendencia aristocrática de Conrad, y conexiones con los Premonstratenses, ver K.H. May, “Zur Geschichte Konrads von Marburg”, en Hessisches Jahrbuch für Landesgeschichte, vol. I Marburg, 1951.
2. Annales Wormatienses, loc. cit.
3. Chronica Albrici, p. 931.
4. H. Finke, “Konzilienstudien zur Geschichte des 13 Jahrhunderts”, Münster, 1891, pp. 30.
5. Gesta Treverorum, Contin, IV, p. 402.
6. MGH, Epistolae Saeculi XIII e regestis Pontificum, vol. I, Nº 560, pp. 453-55.
7. Annales Erphordenses Fratrum Praedicatorum, in Scriptores Rerum Germanicarum: Monumenta Erphesfurtensia”, Ed. O. Holder-Egger, Hanover, 1899, p. 86.
8. Texto en “Chronica Albrici”, pp. 931-2.
9. Förg, op. Cit., pp. 79,91.
10. Chronica Albricie, p. 931.

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