EL HIJO DE DIOS
Durante
la fiesta de la Pascua en el año 30, en Jerusalem, un Galileo fue crucificado
en la cruz por pretender ser el Mesías. Unos veinticinco años más tarde, el
anteriormente Fariseo Pablo cita un himno acerca de éste crucificado en una carta
que escribe a una de las comunidades de la secta mesiánica que ha fundado en la
colonia Romana de Filipo:
“El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a
Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma
de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre,
se humilló así mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”(Filp. 2:6-8).
La
discrepancia entre la vergonzosa muerte de un criminal de estado Judío y la
confesión que describe a este hombre ejecutado como divino y preexistente que
se hizo humano y se humilló a sí mismo a una muerte de esclavo no tiene
analogía en el mundo antiguo. También ilumina el enigma del origen de la
cristología de la primera iglesia(1). Pablo fundó
una comunidad en Filipo aproximadamente en el 49 d.C., y en la carta que
escribió a los creyentes allí seis o siete años después presentó al mismo
Cristo que predicó durante la fundación de dicha comunidad. Esto significa que
la apoteosis del Jesús crucificado debe haber tenido lugar en los cuarenta, y
quizá se pueda decir que “mucho más ocurrió durante
este periodo de menos de dos décadas que en todos los siete siglos siguientes,
hasta que la doctrina de la iglesia quedó completada”. Incluso se podría
preguntar si la formación de la doctrina en la iglesia temprana fue
esencialmente algo más que un desarrollo consistente y finalización de lo que
ya había sido desarrollado en el evento primordial de las dos primeras décadas,
aunque en el lenguaje y formas de pensamiento Griegos, que era su escenario
necesario(2).
CRÍTICA
Este,
bien entendido, es el punto donde comenzó la crítica moderna. Nada menos que
Adolf von Harnack lamentaba el desarrollo de “la
historia de la supresión del Cristo histórico por el Cristo preexistente (el
Cristo real por el Cristo ficticio) en la dogmática”. Pues “este aparente enriquecimiento de Cristo supuso un
empobrecimiento, dado que de hecho eliminaba la personalidad completamente
humana de Cristo”(3). Aunque celebraba a
Pablo como fundador de la “civilización Occidental y Cristiana” en “Qué es el
Cristianismo?” (What is Christianity?)(4),
también vio el peligro que “bajo la influencia de los
dogmas Mesiánicos, y llevado por la impresión que Cristo causó, Pablo viniese a
ser el autor de la idea especulativa de que no sólo Dios estaba en Cristo, sino
que Cristo mismo estaba poseído por una peculiar naturaleza celestial….. la aparición de Cristo en sí misma, la entrada de un ser divino en el
mundo, vino por necesidad a ser clasificada como el hecho principal, la
redención real en sí misma”. Por supuesto que éste no era el caso de
Pablo, dado que para él la cruz y la resurrección eran los hechos cruciales y
la encarnación podía ser interpretada en términos morales como “un ejemplo a seguir”(2
Cor. 8:9). Pero la encarnación “no podía
ocupar permanentemente el segundo puesto; era demasiado grande”. Sin
embargo, “cuando fue puesta en el primer lugar
amenazó la misma existencia del Evangelio, re-conduciendo los pensamientos e
intereses humanos en otra dirección”. Cuando echamos un vistazo a la
historia del dogma, quién puede negar que esto fue lo que ocurrió?(5). Aunque esto significa la osificación dogmática de
la fe: “la fe viviente parece ser transformada en un
credo a ser creído; la devoción a Cristo, en la Cristología”(6). Éstas son las observaciones críticas de Harnack,
que pueden ser vistas como características del pensamiento cristológico de
círculos más amplios del Protestantismo moderno. En contraste al “progreso especulativo” hubo una demanda para “retornar” al evangelio simple de Jesús(7), descargado de la especulación cristológica, dado
que –usando de nuevo las palabras de Harnack: “El
Evangelio, tal y como lo proclamó Jesús, tiene que ver con el Padre sólo y no
con el Hijo”(8). @@@@
Los
estudiosos Judíos hicieron el mismo tipo de crítica. El Galileo fue
re-descubierto por los estudiosos modernos Judíos y se realizaron intentos de
traerlo de regreso a casa, al Judaísmo. La apostasía de la fe de los padres
comenzó, más bien, con Pablo. Como ejemplo se puede tomar el cuadro de Pablo
dibujado por el filósofo de la religión H.J. Schoeps: “Fue Pablo quien por primera vez,
reflexionando sobre el personaje mesiánico (de Jesús), creó de un título de
dignidad una afirmación ontológica y lo elevó al nivel de pensamiento
mítico(9). Su Cristo se ha convertido en un ser sobrenatural muy cerca de los
seres celestiales gnósticos…. Este Cristo celestial parece haber absorbido
completamente al mismo Jesús terrenal…. El mito representado claramente aquí….
Señala hacia las esferas paganas(10), más específicamente hacia el “sincretismo
religioso de Asia Menor”(11). El
veredicto de Schoeps es consistente y claro: “Así, vemos en la creencia en el “hijo de dios” la única,
aunque decisiva premisa pagana del pensamiento Paulino. Todo lo que pertenece a
y fluye de esto…. no es Judío y apunta hacia ideas paganas de la época”(12).
Cuando la cristología y soteriología Paulina se combina con todo esta “creencia
no-Judía en el Hijo de Dios” y deviene “el dogma de la iglesia Cristiana, hace
estallar el marco de la creencia Judía de una vez y para siempre”.
Schoeps concluye con una referencia al veredicto de Harnack: La “aguda Helenización
del Cristianismo”, tan discutida en su día, “tiene lugar en este punto”(13).
Sería
fascinante rastrear en más detalle este “encuentro entre el Judaísmo reformado y el Protestantismo
liberal” en su crítica del dogma cristológico(14), aunque el teólogo responsable, historiador y
exégeta ya no puede quedar satisfecho con el punto de vista tantas veces
repetido de D.F. Strauss: “La verdadera crítica del
dogma es su historia”. “Se ha de intentar, más bien, no sólo analizar la derivación
histórica de los conceptos y términos creados por la creencia temprana
Cristiana sino también comprenderlos e interpretarlos teológicamente(15). Esta
tarea siempre incluye un examen crítico de la crítica temprana”.
EL TESTIMONIO DE PABLO
Comenzando
con la “evidencia
que tenemos” de los “más tempranos” primitivos Cristianos, las
cartas auténticas de Pablo. La evidencia estadística parece contradecir el
punto de vista de Schoeps de que el título “Hijo de
Dios” tiene un significado central para Pablo. Pues Pablo usa dos
títulos “Señor” e “Hijo
de Dios”, que describen a Jesús de manera especial como personaje celestial
exaltado, bastante desproporcionadamente. Mientras usa “Kyrios” 184 veces, sólo encontramos “huios
theou” 15 veces. La distribución de los dos términos es sorprendente. “Hijo de Dios” aparece más frecuentemente en las
cartas donde la controversia con la tradición Judía está en sus máximos, en
Romanos y Gálatas (7 y 4 veces respectivamente), mientras que las dos cartas
dirigidas a la comunidad en Corinto, que estaba amenazada por una “aguda helenización”, contiene “Hijo de Dios” sólo 3 veces. Había un peligro allí, al
verdadero estilo Griego, de que el nuevo mensaje fuese interpretado, no en
términos gnósticos, sino –siguiendo una falsa interpretación de la doctrina de
Pablo de la libertad- como doctrina de salvación según el culto a Dioniso y los
misterios.
Kramer,
en su análisis de los títulos cristológicos en Pablo, obtiene un resultado
diferente al de Schoeps sobre la base de su evidencia “estadística”
y análisis crítico-de-la-forma:
1.Según Pablo tanto el título Hijo de Dios como las ideas con
éste asociadas son de relativa menor importancia.
2.Pablo emplea normalmente el término en formulas
estereotipadas que toma de la tradición temprana, donde el significado original
del título ya está caduco(16).
Esto
significa que el supuesto lapso hacia la Helenización especulativa de la
Cristología debe ya haber tenido lugar en la iglesia temprana antes de Pablo!
Antes
de examinar los dos argumentos de Kramer habría que ver el significado del
título en Pablo(17). Este significado podría
depender no sólo de la estadística, sino también del contexto del uso del
título dentro de las cartas de Pablo. Es sorprendente que el título aparezca 3
veces justo al comienzo de Romanos, en la introducción, y que Pablo lo use para
describir el contenido de su evangelio (1:3,4,9).
Aparece otras 3 veces en el climax de la carta, en el capítulo 8, cuyo punto
podría resumirse en una sola frase: El “Hijo de Dios”
nos hace “hijos de Dios”, para que participemos
en su “Doxa” celestial (8:3,29,32)(18).
Esto indica que para Pablo es más importante el significado de los términos
soteriológicos que el de los especulativos. Gálatas ofrece la misma impresión.
Aquí Hijo de Dios aparece al comienzo de la
carta en conexión con el cambio radical en la vida del apóstol:
“Mas, cuando Aquel(Dios)
que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien
revelar a mí a su Hijo, para que lo anunciase entre los gentiles…”(1:15).
Aquí
Pablo muestra al mismo tiempo que Hijo de Dios es el verdadero contenido de su
evangelio(19). También encontramos el
título –como en Romanos 8- en el climax de
la carta:
“Pero, al llegar la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el
régimen de la ley, para rescatar a los que se hallaban sometidos a ella y para
que recibiéramos la adopción como hijos”(Gál.
4:4)(20).
El
punto es de nuevo claramente soteriológico: el “Hijo
de Dios” nos libera para que seamos “hijos de
Dios”.
Todo
esto queda confirmado por un texto bastante diferente a comienzos de 2 Corintios:
“Pongo a la
fidelidad de Dios por testigo de que la palabra que os dirigimos no es sí y no.
Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos …… no fue sí y no;
en él no hubo más que sí”(2 Cor. 1:18-19).
Aquí
también el contenido del mensaje del apóstol es el Hijo de Dios. Como ya lo ha
señalado Bachmann en su comentario, el solemne uso del título “Hijo” enfatiza que “el Hijo
le está junto al Padre”. En su encarnación, Dios dice Sí al
hombre abandonado: “Todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en él”
(2 Cor. 1:20). Y porque a través del Hijo,
el Sí
de Dios se ha hecho realidad para todos los hombres, la comunidad puede
concluir y ofrecer su oración a la gloria de Dios “mediante él” con el “Sí”
del Amén.
En
I Corintios también el Hijo aparece primero al comienzo de la carta (1:9) y de nuevo en el climax (I Corintios 15:28). Al final cuando incluso el
último poder, la muerte, haya sido sometido por la venida de Cristo y la
resurrección general, “el Hijo” también se someterá a Aquél que ha
sometido a él todas las cosas, “para que dios sea todo en todos”(21). Pablo usa el término Hijo para describir como
contenido de su misión de predicación no sólo al redentor preexistente y
encarnado del mundo, sino al que perfecciona la creación y la historia. Hace
los mismo en sus escritos tempranos, I Tes. 1:10,
donde habla de la expectativa del Hijo viniendo sobre las nubes, “quien nos libera de la ira venidera”(22).
También
es sorprendente que en casi todas sus afirmaciones acerca del Hijo de Dios, Pablo
usa el título “cuando
está hablando del lazo de unión más cercano entre Jesucristo y Dios, o sea, de
su función como mediador de salvación” entre Dios y el hombre. Hay
que apoyar pues al antiguo maestro de la escuela de la historia de las
religiones, W. Bousset, contra Kramer cuando observa que mientras “Hijo de Dios” –como el verbo “creer”- aparecen más raramente en Pablo que en la literatura
Joanina, lo encontramos también en los puntos de “climax” en la presentación.
Aquí Bousset puede incluso apelar a Lucas: “El único
lugar donde el autor del libro de Hechos usa el título “Hijo de Dios” es en el
sumario de la prédica Paulina” (9:20)(23).
Aunque
sigamos a Bousset y la historia de la escuela de las religiones, y también a
Harnack y Schoeps, en sus afirmaciones sobre el significado del título “Hijo” para Pablo, la hipótesis de Bousset de que “hemos de considerarlo una creación independiente de Pablo”(24) es menos convincente. El análisis de la forma y
tradición crítica han mostrado desde hace tiempo que Pablo tomó éste título de
la tradición más temprana. Esto queda aclarado por el hecho que la conecta con
el evento de su llamada, que pudo haber tenido lugar entre el 32 d.C. y el 34(25). En particular, hay dos formulaciones que el
apóstol pudo haber tomado de la iglesia que fue anterior a él (o, más
precisamente, existía junto a él en Siria):
1. El envío del Hijo pre-existente al mundo. Aquí
encontramos el mismo patrón sintáctico en Romanos
8:3 y Gál. 4:4: Dios es el sujeto seguido
del verbo enviar como predicado. El objeto es el Hijo, seguido por una cláusula
final introducida como “ina”, que explica el significado soteriológico de
enviar. Encontramos a menudo esta afirmación formulada de igual manera
–independientemente de la tradición Paulina- en los escritos Joaninos (Juan 3:17; I Juan 4:9,
10, 14). Por otro lado, la interpretación teológica es típicamente
Paulina: liberación del poder del pecado y de la ley y de la designación del
creyente para la relación de ser un hijo de Dios él mismo(26).
2.
La entrega del
Hijo a la muerte. El apóstol
comienza la radiante conclusión de Romanos 8:32.:
“Si Dios está por nosotros, quién estará contra nosotros? Si
Él no perdonó ni a su propio Hijo (antes bien lo entregó por todos nosotros), cómo no va a darnos con él gratuitamente
todas las cosas”?
Aquí
tenemos por un lado ecos del relato del Antiguo Testamento del sacrificio de
Isaac(27), y en adición lo que es
presumiblemente un patrón establecido también escrito en un bien conocido versículo
del Evangelio de Juan:
“Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
unigénito….” (Jn. 3:16).
En
Gál. 2:20 Pablo no habla más de Dios, sino del Hijo como sujeto de su acción:
“Todavía vivo en la carne, pero mi vida está afianzada en la
fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mi”
Aquí
el título Hijo describe la cualidad única del evento salvífico, la magnitud del
sacrificio en nuestro beneficio. Aquí de nuevo tenemos paralelos Joaninos,
aunque no usan el título Hijo (10:11; 15:13; I Juan 3:16)(28). Éstas afirmaciones formales acerca del Hijo de Dios, que
probablemente existía en tiempos de Pablo, tienen dos puntos focales
complementarios:
I.
El envío del Hijo pre-existente al mundo.
II.
Su ser entregado a la muerte en la cruz.
Los
dos temas recurren en el himno a los Filipenses citado al comienzo, donde el
ser divino del Cristo pre-existente y la muerte de esclavo del Jesús encarnado
están conectados. La diferencia es que el título “Hijo
de Dios” no aparece ahí. Más bien, en el acto final de exaltación el
crucificado es aclamado como “Kyrios”, una
indicación de la cercana relación en contenido entre los títulos “Kyrios” e “Hijo de Dios”(29).
También
hay que echar un vistazo a Colosenses, la autenticidad de la cual está en
discusión. Aquí encontramos expresiones hímnicas donde el sujeto es de nuevo el
“Hijo amado” (1:13):
“Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la
creación. Todo fue creado por él y para él”(1:15).
Incluso
aquí la referencia a la muerte en la cruz no puede estar ausente al final (1:20). Aquí, sin embargo, no se trata de
entregarse a sí mismo como en Filipenses, sino de una reconciliación global del
mundo(30). No hay por qué tratar los muchos
problemas del himno dado que parece tener un claro carácter pos-Paulino(31). Habrá que atenerse a esos rasgos que encontramos
de nuevo en el mismo Pablo. Hay que mencionar primero la “mediación” de Cristo en la “creación”.
Pablo alude a ello en un pasaje que parece una fórmula:
“Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del
cual proceden todas las cosas y parea el cual existimos; y un solo Señor,
Jesucristo, por quien existen todas las cosas, y nosotros por él”(1 Cor. 8:6).
El
Padre es el fundamento primordial y meta de la creación, Cristo es el mediador(32). Al mismo tiempo, también se puede ver una
conexión cercana entre los títulos “Señor” e “Hijo de Dios”. El hecho que tengamos sólo esta
afirmación acerca de la mediación de Cristo en la creación –se podría decir por
casualidad- muestra cuan poco sabemos de la teología de Pablo. Sólo conocemos
la punta del iceberg.
Permanece
la cuestión de por qué Pablo usó el título Kyrios
mucho más frecuentemente que “Hijo de Dios”,
aunque el contenido de los dos títulos está muy de cerca conectado y son en
parte intercambiables, dado que ambos se refieren al Cristo resucitado y
exaltado.
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1. M. Dibelius, RGG2 I, 1593,
sobre el problema de la cristología. Es una cuestión de cómo el conocimiento
acerca de la figura histórica de Jesús cambió tan rápidamente en la creencia en
el Hijo de Dios Celestial.
2. Para la cronología ver W.G.
Kümmel, Introduction
to the New Testament, 1975, 252. J. Gnilka, Der Philipperbrief, 1968.
3. Von Harnack, Lehrbuch der
Dogmengeschichte, 1964, I, 704.
4. A. Von Harnack, What is
Christianity?, 1901 reinpreso 1957, 179.
5. Harnack, 185; cf. La
referencia a los “peligros” de la cristología Paulina, entre los que incluye
las doctrinas de la “redención objetiva”, 183. Sobre esto ver K. Barth/E.
Thurneysen, Briefwechsel,
Vol. II, 1921-1930, 1974, 36, “como resultado de esto (C. Stange y
E. Hirsch) sospechan que tengo “una doctrina física de la redención”, que es la
peor cosa que se puede decir de cualquiera.
6. Harnack, 193.
7. Cf. Harnack, Lehrbuch der
Dogmengeschichte, 704f., y What is Christianity?, 184: “La formación de
una teoría correcta de y acerca de Cristo amenaza con asumir la posición de
mayor importancia, y pervertir así la majestad y simplicidad del Evangelio”.
Harnack no se acuerda aquí que la cristología Paulina es cronológicamente
anterior a los evangelios sinópticos en su “simplicidad”.
Quizá el “evangelio original”, también, no
era tan “simple” como le hubiera gustado a
Harnack. O es que la misma proclamación de Jesús de la venida del Hijo del
Hombre como juez del mundo no contiene una muy “especulativa”
mesianología apocalíptica? No podría el primer intento “especulativo” de la temprana teología Cristiana estar ya
conectado con este personaje celestial? Es comprensible –al menos fundamentadas
en la apologética- que algunas de las mas recientes exégesis quieran purgar la
proclamación original de Jesús de esas sombras apocalípticas para hacerla más
moderna, aunque no más auténtica.
8. A. von Harnack, What is
Christianity?, 144.
9. H.J. Schoeps, Paul: The
Theology of the Apostle in the Light of Jewish History, 1961, 150.
10. Schoeps, op. Cit., 153.
11. Schoeps, op. Cit., 158. Aquí
Schoeps se refiee a la antigua hipótesis de influencia de Sandan, el dios de la ciudad de Tarso, que durante el
periodo Heleno era adorado como Heracles. Para una crítica ver A.D. Nock, Gnomon 33,
1961, 583, n. 10 = Essays on Religion and the Ancient World,
1972, II, 930. La hipótesis que Sandan-Heracles
era un dios que muere y resucita es extremadamente cuestionable, ver también H.
Goldman, JAOS
60, 1940, 544ff., y Hesperia Suppl. 9, 1949, 164ff. Zwicker, “Sandon”,
PW,
2R, I, 2, 1920, 2267, ya enfatizaba “nuestro poco conocimiento de la naturaleza de Sandan, que
(lleva) a varias inciertas interpretaciones”. A parte de todo esto,
según Hechos 22:3; 26:4; Filp. 3:5; Gál. 1:13.,
habría que tener en cuenta la posibilidad que Pablo se hubiese mudado a
Jerusalem a una edad muy temprana, cuando niño, y que hubiese sido criado allí.
Ver W.C.van Unnik, Sparsa Collecta I, 1973, 259-327.
12. Schoeps, op. Cit., 158.
13. Schoeps, op. Cit., 167. Cf.
Lo que escribió en Aus frühchristlicher Zeit, 1950, 229: “Desde mi punto de vista, ninguna especulación puede
demostrar que la creencia en el Hijo de Dios, alienado de la primitiva
comunidad Judeo-Cristiana, es Judía”. Este argumento es erróneo. Schoeps
aquí comienza partiendo de un concepto normativo de Judaísmo que solamente se
desarrolló fuera del Fariseísmo en el periodo pos-Cristiano en constante
controversia con el Cristianismo, cf. G. Lindeskog, Die Jesusfrage im neuzeitlichen Judentum,
1938, 15. Fracasa completamente en reconocer el fenómeno del Misticismo Judío,
y como muchos historiadores Judíos lo suprime por razones apologéticas (ver pp.
89f., n. 150 abajo). El artículo citado por Schoeps, A. Marmorstein, “The Unity of God in Rabbinic Literature”, en Studies in
Jewish Theology, 1950, 101ff., cf. 93ff., refleja esta última
controversia entre Judaísmo y Cristianismo.
14. La controversia sobre Pablo
corre paralela a la “restauración de Jesús al Judaísmo”; cf. Las dos obras de Joseph
Klausner, Jesus
of Nazareth, 1925, y From Jesus to Paul, 1944, o más recientes
estudios a cargo de Schalom Ben-Chorin, Bruder Jesus, 1970, y Paulus, 1970; también L. Baeck,
“Romantische Religion” (1922), en Aus drei
Jahrtausenden, 1958, 47ff., y más positivamente “The Faith of
Paul”, JJS 3, 1952, 93-110 y M. Buber, Two Types of Faith, 1951, 79ff.
Ver R. Mayer, “Christentum und Judentum in der
Schau Leo Baecks”, Studia Delitzschiana 6, 1961, 58-64. En
contraste con los libros de Klausner a Schoeps, el simple librito de bolsillo
de Ben-Chorin, aunque conserva un punto de vista Judío, muestra la comprensión
más amplia de Pablo y reconoce sobre todo las raíces Judías del pensamiento
Paulino: “Generalmente uno puede decir que,
consciente o inconscientemente, Pablo tomo el material de construcción, para su
construcción teológica, del Judaísmo. En este poderoso edificio de la
construcción teológica Paulina no hay elemento que no sea Judío. Algunas veces
parece como si surgiera algo completamente diferente, nuevo y extraño, para
bajo una inspección más cercana aparece el fondo Judío del pensamiento de
Pablo, incluso cuando parece estar en abrupto cotraste con el Judaísmo”
(p. 181).
15. K. Barth/E. Thurneysen, Briefwechsel
(n. 5 arriba), 253f., sobre la doctrina de la Trinidad en la iglesia temprana:
“Hombres y
hermanos, que confusión! Pero no penséis que esto es antigua basura; a la luz
correcta todo parece tener sentido…..”.
16. W. Kramer, Christ, Lord,
Son of God, SBT 50, 1966, 189, 186.
17. Ver E. Schweizer, “huios theou”,
TDNT 8, 1972, 38 2ff.; J. Blank, Paulus und Jesus, SANT 18, 1968, 249-303; W.
Thüsing, Per
Christum in Deum, NTA NF I, 1969, 144-7.
18. Sobre todo Rom. 8:29f.;
cf. Filp.
3:21. Ver J. Blank, op. Cit., 287ff.; H.R. Balz, Heilsvertrauen
und Welterfahrugn, BEvTh 59, 1971, 109ff. Para una crítica de Kramer
ver 110, n. 246: ha hecho “el marco de las afirmaciones acerca del Hijo realizadas por
Pablo demasiado estrecho”. Cf. También W. Thüsing, op. Cit., 121
ff., y P. Siber, Mit
Christus leben, ATANT 61, 1971, 152ff. La terminología de Pablo aquí
está fuertemente moldeada por la tradición.
19. J. Blank, op. Cit.,
222ff.; “El
tema
principal de la revelación es el Hijo de Dios, Jesucristo
resucitado de entre los muertos” (229, cf. 249, 255). De manera similar
H. Schlier, Der
Brief an die Galater, KEK, 1962, 55: “La
revelación de Dios a Pablo tiene un objeto personal: Dios le revela a su Hijo.
Aquí se está refiriendo al Señor exaltado. P. Stuhlmacher, Das paulinische Evangelium I. Vorgeschichte,
FRLANT 95, 1968, 81f., define la revelación del Hijo como “el Resucitado visto entronizado por Dios y por lo tanto
como Hijo de Dios nombrado soberano”, cf. Id., ZTK 67, 1970, 30. Esto
podría ser una referencia a la temprana confesión del Hijo
de Dios en Romanos 1:3f. Para el dativo “en emoi” ver F. Mussner, Der Galaterbrief,
HTK IX, 1974, 86F., N. 45.
20. Cf. E. Schweizer, TDNT 8,
383f.; J. Blank, op. Cit., 260-78; W. Thüsing, op. Cit., 116f.; G. Eichholz, Die Theologie
des Paulus im Umriss, 1972, 157ff.; F. Mussner, op. Cit., 268ff.: “El destino del Hijo tenía un propósito salvador”(270);
273: “El Hijo es completamente el Hijo para nosotros”.
Pablo no introduce la “Cristología del Hijo por
razones especulativas…… sino con consideraciones soteriológicas”.
21. Para la interpretación de
este pasaje que fue tan significativo para la Cristología de la Iglesia
temprana, ver E. Schendel, “Herrschaft und
Unterwerfugn Christi. I Kor. 15:24-28”, en Exegese und Theologie der Väter bis zum
Ausgang des 4. Jhdts, BGBE” 12, 1971.
22. Cf. G. Griedrich, TZ 21,
1965, 512ff., y E. Schweizer, TDNT 8, 371, 383, se refiere a Apoc. 2:18 y sugiere que “Hijo
de Dios” aquí ha sido introducido en un dicho acerca del Hijo del Hombre. La única cuestión es dónde y cuando
tuvo lugar esta sustitución.
23. W. Bousset, Kyrios Christos, ET 1970, 206. Para una
crítica de la teoría de Kramer ver también J. Blank, op. Cit., 283f.; cf.
300ff.
24. W. Bousset, op. Cit., 207.
25. M. Hengel, Christologie und neutestamentliche Chronologie (n.
2 arriba), 44, 61f. Aquí, también, la diferencia de un año o dos es irrelevante.
26. W. Kramer, op. Cit., 111ff.;
E. Schweizer, “Zum religionsgeschichtlichen
Hintergrund der Sendungsformel”, Gal 4:4f., Rö 8:3f., Joh 3:16f., 1 Joh
4:9, ZNW
57, 1966, 199-210 = Beiträge zur Gheologie des Neuen Testaments,
Zürich 1970, 83-95; id., TDNT 8, 374ff., 386; id., Jesus, 1971, 81ff. Las
objeciones a la existencia de una “fórmula de envío”
realizadas por K. Wengst, Christologische Formeln und Lieder des Urchristentums,
SNT 7, 1972, 59, n. 22, no son convincentes. Incluso teniendo en cuenta la advertencia
de H. von Campenhausen, ZNW 63, 1972, 231, n. 124, de que habría que ahorrar en el uso del término “fórmula”, de manera que
a la “voraz hidra de la fórmula” no le crezcan “mas
cabezas”, el uso no deja de ser legítimo. También para F. Mussner, Galater,
271ff.: “un patrón per-Paulino de proclamación………..
repleto de un material variado” (272).
27. Gen. 22:12, 16. Cf.
Seud.Filón 18:5; 32:2ff. Blank, op. Cit., 294ff., y E Käsemann, An die Römer,
HNT 8ª, 1973, 237. Para paralelos Judíos y su relación con Rom. 8:32 ver G. Vermes, Scripture and Tradition in Judaism,
1973, 193-227 (218ff.); S. Spiegel, The Last Trial. On the Legends and Lore of the Command to
Abraham to offer Isaac as a Sacrifice: The Akedah, New York 1969,
82ff. Ver, 83, n. 26, la polémica anti-Cristiana de R. Abin en nombre de R.
Hilkiah, Agg. Ver.c.31, ed. Buber, 64.
28. Para las fórmulas de Rom. 8:32
y Gál. 2:20 ver W. Kramer, op. Cit., 116ff.;
cf. También la crítica de W. Popkes, Christus Traditus, ATANT 49, 1967, 201ff.,
aunque no aclara el punto; también E. Schweizer, TDNT 8, 384; J. Blank, op. Cit.,
298ff., y F. Mussner, Galater, 50f., 183, n. 77.
29. No hay que asumir dos raíces
históricas fundamentalmente diferentes para ellos. Más bien, ambos vienen del
mismo medio religioso.
30. Para una literatura más
reciente ver W. Pöhlmann, ZNW 64, 1973, 53, n. 2; las varias hipótesis
no llevan a la construcción de ninguna forma original que sea del todo cierta.
Esto es también verdad para la afirmación acerca de la expiación en 1:20b, que no se puede demostrar que fuese una
adición. De cualquier manera, el himno era Cristiano desde el comienzo.
Pöhlmann hace un considerable intento de reconstrucción en p. 56. Para la
reconciliación del mundo cf. E. Schweizer, Beiträge zur Theologie des Neuen Testaments,
1970, 132ff., 139ff. Para el paralelo en Efes.
2:14-18 ver P. Stuhlmacher en Neues Testament und Kirche, Festschrift R. Schnackenburg,
1974, 337-58.
31. Con E. Lohse, Colossians and
Philemon, Hermeneia, 1971, 41ff., contra W.G. Kümmel, Introduction to the New
Testament, 1975, 342ff. Colocenes y Efesios son, sin embargo, substancialmente
más tempranas que las Epístolas Pastorales. No es imposible que fuesen escritas
antes del 70 d.C.
32. P.H. Langkammer, NTS
17, 1970/71, 193ff.: “No se puede dudar que ahí están los comienzos de una
teología del Hijo de Dios” (194). Esta fórmula que Pablo dirige
contra la multiplicidad de dioses paganos y señores tiene predecesores en la
teología de la misión Judía, cf. E.g. Sibil. 3:11; Fr. 1:7 (Geffcken, 227);
también Fr. 3:3 (230); 3.629, 718; II Mac. 7:37; Dan. 3:45; Josefo Ant. 4, 201,
etc., cf. M. Hengel, Die Zeloten, AGSU I, 1961, 101ff. La forma
aclaratoria puede corresponder a la fórmula “EIS ZEOS”
en los cultos paganos, aunque esas fórmulas son siempre posteriores, ver E.
Peterson, “EIS ZEOS” FRLANT 41, 1926, 227ff.,
253ff., 276ff., 304ff. De cualquier manera, la conexión con la idea de creación
indica un origen Judío, cf. Aristeas 132. Por otro lado, es algo fantástico
relacionarlo con el papiro Orfíco-Dionisiaco Gurob que data del siglo tres
a.C., como hace K. Wengst, Christologische Formeln und Lieder des Urchristentums,
SNT 7, 1972, 139. El secreto de este papiro y la fórmula “eis Dionisos” que aparece en éste,
en un texto oscuro, por primera vez, aún no está resuelto, ver M.P. Nilsson, Geschichte der
griechischen Religion, 1961, II, 244f., y O. Schütz, RhMus 87, 1938,
241ff., quien intenta una muy hipotética reconstrucción del dañado papiro. “Eis
Dionisos” no es aquí una aclamación (246, línea 23). Para Cristo como mediador
en la creación ver H.F. Weiss, Untersuchungen zur Kosmsologie des hellenistischen und
palästinischen Judentums, TU 97, 1966, 288, 301, 305ff.; H.
Hegermann, Die Vorstellung vom Schöpfungsmittler im
hellenistischen Judentum und Urchristentum, TU 82, 1961, 88f., en Col.
1:15ff., y 111f., 135, 137, 200.
33. F.W. Eltester, Eikon im Neuen
Testament, BZNW 23, 1958, 133; R.P. Martin, An Early Christian Confession: Philippians
II. 5-11 in Recent Interpretation, 1960; ver también id., Carmen
Christi.
Philippians II. 5-11 in Recent Interpretation and in the Setting of Early
Christian Worship, 1967, 107ff. Sin embargo, los dos términos no han
de ser mutuamente identificados en exceso, ver J. Behm, “morfé”, TDNT 4, 1967, 752, y más
recientemente, con numerosos ejemplos lingüísticos, C. Spicq, RB 80, 1973 ,
37-45. Cf. Sib. 3:8.
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