LA ESTABILIZACIÓN DEL CANON
El término Canon ha
adquirido muchos significados. En su origen significaba una regla,
concretamente en el uso de los Padres de la Iglesia, una lista cerrada de
libros considerados autoritativos para la fe y práctica religiosa. La noción de
una lista fija de libros de escrituras, invariable en el sentido que nada se le
debía ni añadir ni quitar, aparece en las fuentes antiguas por primera vez en
los escritos de Flavio Josefo en la última década del siglo primero d.C.(1). El término canónico también ha sido usado
holgadamente -y anacrónicamente-
para especificar un nivel de autoridad adquirido por una obra literaria (oral o
escrita) que puede ser expresado en diferentes maneras: “mitológica” o “teológica”
o “sociológica”. Josefo usa los términos “decretos de Dios” e “inspiración”.
Con anterioridad, el Cronista usa la designación “Torah de Yahvé por la mano de
Moisés” o simplemente “Torah Yhaweh”. Los Rabinos usaron los términos
“Santa Escritura” (ktby qwdsh) y “libros que contaminan las
manos” (hsprym
hwtm´ym ´t hydym). La afirmación de inspiración o de ser “la palabra
de Dios”, afirma la autoridad de un libro; y al mismo tiempo, incluso cuando
semejante afirmación era ampliamente aceptada, la canonicidad del libro, sensu stricto,
no quedaba garantizada, y además ha habido intentos de definir como escritos
“canónicos” algunos que no eran inspirados, una categoría, por ejemplo, en la
que se puede situar a los tratados autoritativos Rabínicos(2). Estudios contemporáneos del canon Hebreo han
concebido también definiciones de un nivel de autoridad que puede garantizar la
definición de canónico
basándose en la función social de un complejo tradicional dado, o de una obra
literaria cristalizada. El estudio de los evolucionantes niveles de autoridad
de las obras bíblicas y su canonicidad emergente es de primera importancia;
vamos a ver la prehistoria de la fijación del canon(3).
II
El canon de Josefo(4) merece un examen de cerca:
Va de sí
naturalmente, o más bien necesariamente, que (visto que no todos tenían la
posibilidad de escribir los registros históricos, y que no hay discrepancia en
lo que está escrito; visto que, al contrario, los profetas sólo tenían este
privilegio, obteniendo su conocimiento de la historia más remota y antigua mediante
la inspiración que obtenían de Dios, y de su dedicación para escribir un relato
claro de los eventos de su tiempo tal y como ocurrían) se sigue que no poseemos
miles de libros inconsistentes, en conflicto mutuo. Nuestros libros, los que
están acreditados, son 22, que contienen registros de todos los tiempos. De
éstos, cinco son libros de Moisés, que comprenden las leyes y la historia
tradicional del nacimiento de un hombre que va desde el nacimiento de un hombre
hasta la muerte de un legislador. Desde la muerte de Moisés hasta Artajerjes,
que sucedió a Jerjes como rey de Persia, los profetas posteriores a Moisés
escribieron la historia de los eventos de sus tiempos en trece libros. Los
cuatro libros restantes contienen himnos a Dios y preceptos para la conducta de
la vida humana.
Josefo, escribe en
Roma en la década final del siglo I d.C., afirmó que había un número fijo e
inmutable de “justamente acreditados” libros (ta dikaios pepisteumena), veinte y
dos en número. La lógica de su autoridad deriva de un periodo de inspiración
profética indiscutible comenzando con Moisés y terminando en la era de
Nehemías. Excluidas específicamente están obras de la época Helena e,
implícitamente, obras atribuidas a los patriarcas pre-Mosaicos. Josefo en el
subsiguiente párrafo añade que el texto preciso de esas obras está fijado hasta
la última sílaba.
Pero dónde hemos de
buscar el origen de las afirmaciones de Josefo referentes al cierre del canon
de la Escrituras Hebreas? No hay evidencia de esto en círculos no-Fariseos
antes del 70 d.C. (los Esenios de Qumran, la comunidad Judía Helena de
Alejandría y Palestina, las sectas Judeo-Cristianas y Samaritanas) ni de un
canon fijo ni texto alguno. Hasta hace poco ha habido un consenso entre los
especialistas del tema de que las realizaciones de inclusiones o exclusiones
que limitaron el canon quedaron establecidas definitivamente solamente en el
“Concilio de Jamnia” (Yabneh), cerca de finales del siglo I d.C. Sin embargo,
recientes cambios en la evidencia Rabínica dejan claro que, en el procedimiento
de la academia de Yabneh, los Rabinos discutieron mayormente libros marginales
del canon, específicamente Qohelet y Cantar de los Cantares, y afirmaron que
“profanaban las manos”(6). El pasaje 3:5 en la Mishnah Yadayim
registra tradiciones acerca de la disputa sobre el Qohelet entre las escuelas
de Hillel y Shammai, donde los Hillelitas insistían (contra los Shammaitas) que
Qohelet profanaba las manos. La academia de Yagneh en los días de Rabbi
´El´azar ben `Azaryah y Yohanan ben Zakkay mantuvieron aparentemente el punto
de vista Hillelita acerca del Qohelet o del Qohelet y el Cantar de los
Cantares. Hay que señalar que los procedimientos en Yabneh no fueron los de un
“concilio”, en el posterior sentido eclesiástico(7).
Cualesquiera fuesen las decisiones tomadas en Yabneh, estuvieron basadas en
opiniones tempranas, y no impidieron continuas disputas concernientes a los
libros marginales: Cantar, Qohelet, y Éster como libros incluidos, Ben Sira
entre los “retirados” o apócrifos. En cualquier caso, está claro que Josefo en
Roma no tomó sus indicios de procedimientos contemporáneos o posteriores a
Yabneh, ni tampoco se inventó una teoría del canon.
Apenas perceptible,
escondida tras la apologética de Josefo hay una clara y coherente doctrina
teológica del canon. Hay poca duda que está reflejando su propia tradición
Farisea y específicamente la doctrina canónica de Hillel
y su escuela. Josefo no está solo en su testimonio. Podemos ahora reconstruir
una lista canónica antigua, la fuente común de la llamada Lista de Bryennios y
el Canon de Epifanio, que han de ser datados a finales del primer o comienzos
del segundo siglo d.C.(8). Es una lista de obras
bíblicas “según los Hebreos” y refleja el mismo canon de veinte-y-dos-libros
que se encuentra en Josefo, reflejado en las listas canónicas de Orígenes y
Jerónimo. El canon de veinte-y-cuatro libros mencionado en 4 Esdras (ca. 100
d.C.)(9) y en las fuentes Rabínicas
(elaboradamente mostrados en Baba Batra 14b-15a) es seguramente idéntico en
contenido aunque considera Rut y Lamentaciones por separado. El escribir a Rut
junto con Jueces, Lamentaciones con Jeremías es muy antiguo, a juzgar por su
sobrevivencia en la Septuaginta y el testimonio explícito de Orígenes respecto
al ordenamiento Hebreo. La tradición Rabínica que mantiene que Samuel escribió
Jueces y Rut (además de Samuel) y Jeremías el Libro de Lamentaciones puede ser
un testimonio indirecto. La asociación de Rut y Lamentaciones con Qohelet,
Cantar de los Cantares, y Ester en el “Five Megillot” refleja evidentemente un
desarrollo secundario, que tiene su origen en su uso litúrgico en las fiestas.
Se puede notar también como Josefo y la lista más temprana ponen a Job entre
los Profetas; la antigua lista sitúa a Job en cercana asociación con el
Pentateuco. El uso del Paleo-Hebreo en Job solo fuera del Pentateuco como
estilo de escritura sugiere que esto es un rasgo temprano, como hace la
tradición Rabínica al atribuir la autoría de Job a Moisés.
Un “terminus post quem”
para la fijación del canon Fariseo es sugerido por la evidencia derivada de la
Recensión Kaige. Ya hemos señalado que estos
revisores usaban como base un tipo-de-texto Proto-Rabínico, no la Recensión
Rabínica. De manera similar su revisión se extendió hasta Baruc y una edición
más larga de Daniel, un esfuerzo difícil de explicar si el Libro de Baruc y las adiciones a Daniel habían ya sido
excluidas del canon Fariseo. Dado que sus labores recensioanles pueden ser
datadas a finales del siglo primero a.C. y sus prejuicios Farisiacos están
claros, se sigue que, a más tardar a finales del siglo primero a.C., una lista
canónica autoritativa aún no había sido formulada, al menos en su forma final,
ni siquiera en los círculos Fariseos(10). Por
otro lado las presiones y necesidades que llevaron a la forma final del texto y
canon de la Recensión Rabínica ya estaban en camino.
Hay también evidencia
no usada hasta la fecha que tienden a apoyar una fecha a comienzos del siglo I
d.C. para la Recensión. También tenemos el extraño fenómeno del “qere perpetuum” en el Pentateuco donde el pronombre
femenino “hî´” es escrito “hw´” en el “ketîb”. La explicación más plausible de esto es
que el manuscrito o manuscritos copiados para la Recensión Pentateucal era un
manuscrito en el cual “waw” y “yod” no estaban diferenciadas en la escritura
Judía. Esto ocurre solo una vez en el desarrollo de los escritos Judíos: en el
Periodo Herodiano temprano (30-1 a.C.)(11). Hay
que señalar también el rechazo de los Rabinos de la escritura Paleo-Hebrea
usada en Qumran para copiar los manuscritos Pentateucales y Job, en
inscripciones formales de la zona del templo en Jerusalem y en Samaria, en el
Pentateuco Samaritano, y en monedas de los periodos Hasmoneo y Romano. Esto
también involucra un rechazo del texto Palestino común del Pentateuco en uso en
Qumran, y en el sacerdocio Saduceo de Samaria, y también en la Recensión
Samaritana Posterior del Pentateuco. Este rechazo es remarcable dado el
nacionalismo de la época y es explicado solo por la asunción de que los manuscritos
Proto-Rabínicos inscritos con escritura Paleo-Hebrea no estaban disponibles.
En vista de la
evidencia, es posible que las mismas circunstancias que dieron lugar a la
crisis textual que llevó a la fijación del texto Hebreo textos y ediciones varias,
luchas entre partidos, disputas acerca de los calendarios, sectarismos, la
sistematización de los principios hermenéuticos y el dialecto halakico- fuesen
las que dieron lugar a una “crisis canónica” y la fijación del canon Fariseo, y
posteriormente que Hillel fuese la figura central que agudizó la crisis y
respondió a ésta. La fijación del texto y la fijación del canon fueron dos
aspectos de una sola y compleja tarea. Ambos eran esenciales para erigir la
protección “Hillellita” contra las doctrinas rivales de pureza, culto, y
calendario, alternas promulgaciones legales y doctrinas teológicas y, contra
los sistemas especulativos y excesos mitológicos de algunas escuelas
Apocalípticas y sectas proto-Gnósticas(12).
Los principios que
guiaron la exclusión de obras del canon Fariseo, reflejados en las
observaciones de Josefo, sin duda funcionaron bien a la hora de eliminar obras
ofensivas para Hillel y la casa de Hillel.
La hueste de obras seudoepigráficas en nombre
de Enoch, Melkisedek, los hijos de Jacob, Amran, y semejantes, que vinieron a ser populares
en tiempos Helenos y llenaban la librería de Qumran, fueron eliminados: la
secuencia Profética comenzó con Moisés. Hay poca duda, además, que los Rabinos
reconocieron su fecha temprana dado que los ciclos de Enoch y el Testamento de
los Doce Patriarcas fueron en su creativa y fluida fase de composición,
no-fijados en tanto que obras literarias, en el periodo Romano. Con esto no
estoy diciendo que las obras más tempranas en este género eran tardías y sin autoridad.
La obra astrológica insertada en el Primer Enoch comenzó a desarrollarse no más
tarde de a mediados del siglo III a.C. o puede que incluso a finales del siglo
IV. El principio de excluir obras de autoría “post-Profética” permitió la
supresión del libro propagándistico de los Macabeos, ciertas novelas Griegas, y
el Ben Sira, aunque el caso de escritos seudoepígrafos
escritos en nombre de los “profetas”, especialmente el apócrifo de Jeremías,
Baruch, y la Carta de Jeremías, deben haber causado dificultad y disputa, así
como la división de la literatura “Salomónica”. En éste último caso, no deja de
ser interesante que Qohelet ha demostrado ser mucho más temprano de lo que
generalmente pensaban los estudiosos una copia de la obra de a comienzos del
siglo dos es conocida en Qumran- y una fecha Persa (primera mitad del siglo
cuatro a.C.?) no está excluida. El Qohelet, Cantar de los Cantares, y Ezequiel
eran obras controversiales, probablemente, debido a su contenido, pero eran lo
suficientemente antiguas y reconocidas como para ser pasadas por alto. Más
misteriosa es la selección para la inclusión de una edición de Daniel una obra no más temprana que la época de
los Macabeos, aunque contiene material muy temprano- y la selección de Ester. Hay que decir, no obstante, que, en
general, los Rabinos eligieron incluir en su canon obras o ediciones que de
hecho alcanzaron una fijación literaria a finales del periodo Persa. Por lo
tanto la fecha tardía Persa para la edición final de la Obra del Cronista (Crónicas-Esdras-Nehemías),
y la edición del Salterio con 150 Salmos
está fuertemente apoyada en estudios recientes(13).
Seguramente, la teoría canónica de los Fariseos, aunque confirmaban la
canonicidad de la literatura religiosa Israelita más antigua, mucha de la cual
había alcanzado un nivel inmutable de autoridad, también estuvo configurada
para excluir la amplia literatura Helenista que contenía doctrinas y
tradiciones halakhicas de los partidos Judíos y sectas alieneadas del
Fariseismo en su tardía forma Hillelita. Al mismo tiempo el canon Hillelita no
era radical-conservador. Se puede contrastar con éste el truncado canon de los
Samaritanos, que incluía solamente el Pentateuco. Algunos estudiosos sugieren
también que los Saduceos tenían una lista canónica mucho más corta.
Desafortunadamente no tenemos suficiente evidencia para determinar la
naturaleza del canon de los Saduceos, si es que definieron uno; si tomamos a la
comunidad de Qumran los Esenios- como rama apocalíptica de los Saduceos (pues
se llaman ellos mismos “Hijos de Zadok” y con doctrinas halkhicas semejantes a
las Saduceas como opuestas a la doctrina Farisea) podemos decir al menos que
una rama de los Saduceos no tenía un canon establecido. Uno encuentra difícil
creer que el ala conservadora de los Saduceos que volvió al sumo-sacerdocio en
la época Herodiana habría mantenido al tardío libro de Daniel, con su explícita
doctrina de la resurrección, como autoritativo.
Si estamos en lo
cierto al percibir la mano de Hillel en la promulgación de un texto y canon
Fariseo, hemos de añadir que este canon y texto no suplantó inmediatamente las
otras tradiciones o recibió uniforme aceptación incluso en los círculos
Fariseos. La ascendencia del texto y canon Hillelita llegó con la victoria del
partido de los Fariseos y la casa de Hillel en el intérvalo entre las dos
revueltas Judías contra Roma.
III
El descubrimiento de
la antigua librería de la comunidad Esenia en Qumran ofrece una nueva
percepción de la naturaleza y variedad de las obras religiosas, sus textos y
ediciones, en una comunidad religiosa no-Farisea, que presumiblemente los
reverenciaba. La librería contiene especímenes de todas las obras del canon
Hebreo con la excepción del libro de Ester. Su ausencia, sin embargo, quizá se
deba solo a la casualidad. El Libro de Crónicas ha sobrevivido en Qumran sólo
en un único y pequeño fragmento a pesar de su gran tamaño; otro gusano más
hambriento y, sin duda alguna, Crónicas también estaría completamente ausente.
Muchos de los manuscritos representan el tipo-de-texto Palestino como ya se ha
visto. Igualmente, una amplia seudoepigráfica literatura, principalmente de
procedencia Palestina, tanto pre-Esenia como de carácter sectario, está
presente, así como algunos libros de los llamados Apócrifos: Tobías y Ben Sira(14). En Qumran vemos el movimiento apocalíptico en el
Judaísmo en todo su caótico vigor.
No hay clara
evidencia en Qumran de un canon Esenio fijado o de la influencia del canon
Fariseo. Variantes ediciones y textos de obras bíblicas fueron copiadas y estuvieron
en uso hasta el final de la comunidad en el 68 d.C. Se ha sugerido que el
criterio del estilo en la copia de manuscritos (material de escritura, formato,
y escritura) pueden aportar datos sobre la categoría canónica o no-canónica de
un documento dado. Así las obras canónicas fueron escritas en cuero, en
columnas de doble longitud a su anchura (de acuerdo con prácticas posteriores),
en un tipo de letra no cursiva- formal. Desgraciadamente el criterio no se
mantiene siempre incluso cuando se trata de obras de incuestionable autoridad
que pasaron a formar parte del canon más tardío. E incluso si se hubieran
mantenido verdaderamente invariables en, digamos, los libros más tempranos en
orden a alcanzar autoridad inmutable, el Pentateuco y los Profetas, esta
circunstancia no habría establecido la existencia de un canon fijo en Qumran.
Por otro lado, es verdad que obras como Daniel recibieron un tratamiento
inusualmente libre a la hora de ser copiadas: hay un manuscrito en papiro, un
manuscrito en cuero, pero en escritura cursiva, y manuscritos en formatos
atípicos. Esto puede indicar que aún no se había alcanzado la etapa de
autoridad necesaria para ser vista como “Santa Escritura”. Para complicar aún
más este análisis, hay un factor único. En el manuscrito más temprano de
Daniel, el texto escrito en cursiva, se data en un plazo de cincuenta años
desde la finalización de la edición definitiva de Daniel, cuando era improbable
que hubiese tenido tiempo de adquirir un puesto de autoridad amplio en la comunidad
Judía, incluso cuando posteriormente vino a ser visto como canónico en los
partidos Fariseo y Esenio.
El Salterio en Qumran
ha sido sujeto de controversia. La gran mayoría de manuscritos del salterio
parecen reflejar aproximadamente el orden (con variaciones menores) y contenido
subyacente al Salterio Rabínico en la medida en que están conservados
(principalmente en los primeros cuatro libros del Salterio desde el Salmo 5 al
Salmo 71. La colección de los cinco-libros, ciento-cincuenta-salmos también está
reflejada en el Salterio Griego (de nuevo con variaciones menores), que
sugieren que recibió su fijación literaria en una fecha bastante temprana. De
la Cueva 11, en Qumran, viene una colección de Salmos en dos copias, que tiene
en las partes conservadas una ordenación radicalmente diferente, y la
introducción de composiciones no encontradas en el Salterio tradicional. El más
amplio de los dos manuscritos, publicado por J.A. Sanders en 1965(15), conserva salmos que comienzan con el Salmo 101.
Del final del Libro IV del Salterio y del Libro V, faltan de la colección once
salmos (Salmos 106-108 y 110-117). El orden es extraño excepto en los Salmos
121-132 (la mayoría de las “Canciones de los Ascendentes”). En las últimas diez
columnas de la colección, hay no menos de diez inserciones y adiciones: un
himno conocido también en Ben Sira 51, las “Últimas Palabras de David” de 2
Samuel 23, siete himnos no canónicos, y una inserción en prosa, “las
Composiciones de David”(16). La cuestión es, qué
es esta colección de salmos? Si el texto llamado 11QPs
es un Salterio, a pesar de su orden extraño y composiciones no-canónicas, la
mayoría de la época Helena, se puede argumentar que una colección de salmos
quedó cerrada a finales del periodo Persa (la colección canónica), y que otra
permaneció abierta hasta bien entrado el periodo Griego (11Q), pero fue rechazada por los Rabinos(17).
El editor del
manuscrito 11QPsa pensaba que el documento
era el Salterio Esenio y concluyó que el Salterio, al menos en un tercio de su
parte final era fluido y “abierto”, y revelaba el estado del Salterio antes de
la fijación canónica final(18). El tardío
Patrick W. Skehan argumenta convincentemente que el salterio tradicional de 150
Salmos era conocido en Qumran, y que la aberrante colección de 11QPsa muestra dependencia de éste(19). Nos queda la alternativa que la colección de 11QPsa es sea una “larga edición” o el Salterio
que estuvo junto a una edición más corta y antigua o que 11QPsa es una obra independiente, una colección
litúrgica de himnos Davídicos, presumiblemente de composición Esenia o
proto-Esenia, cuyo diseño preciso aún no está claro. Hay una composición
paralela (o composiciones) de la Cueva 4, en
Qumran, que usa materiales del Pentateuco. Romper amplias secciones de texto
Pentateucal familiar son (raras) intrusiones de tradición popular
extra-canónica, así como las omisiones de secciones de texto(20). Pero en el caso del Pentateuco, la fijación
literaria temprana del texto fundamental es cierta, y (al contrario del caso
del Salterio) los materiales Pentateucales en Qumran son lo suficientemente
extensos como para demostrar que la forma primaria del Pentateuco en Qumran no
difiere en edición o en elemento de composición del texto recibido; su
variación no es literaria sino en mayor parte textual en origen, resultante de
los mundanos cambios que van surgiendo en la transmisión escribal.
El estado de las
escrituras en Qumran inocente de la impronta de la fijación canónica- no es
muy diferente del estado de la Biblia Griega en la comunidad Judía Alejandrina
pre-Cristiana. Puntos de vista más antiguos postulantes de la existencia de un
“canon Alejandrino” se han disuelto ante el escrutinio académico(21). El canon más largo del Antiguo Testamento,
derivado de la Biblia Griega Alejandrina, es una creación de la Iglesia(22).
IV
El orden de libros de
la Biblia no quedó fijado con el cierre del canon. Los ordenes Hebreo y
Cristiano que hoy tenemos son ambos tardíos, estabilizados solo después de un
largo periodo de vacilación. Josefo lista una división tripartita que
corresponde a la Ley, Profetas, y Escrituras, citadas en el prólogo a Ben Sira
(la Ley, los Profetas, y el resto de libros). Lucas 24:44 menciona “la ley de
Moisés, y los profetas y Salmos”. Si bien la división tripartita del canon era
relativamente temprana, los libros asignados a las dos divisiones posteriores
estaban en flujo. En la lista de Josefo sólo los Salmos, Proverbios, Qohelet, y
Cantar de los Cantares pertenecer a las Escrituras; el resto de la posterior
Hagiografía tradicional fue considerado entre los Profetas. Su número,
veintidós libros, comprende los escritos de Rut y Lamentaciones con Jeremías
una aceptación y práctica ciertamente antecedente a la posterior aceptación
Rabínica de veinte-y-cuatro cuando Rut y Lamentaciones fueron eliminados de la
sección profética para unirse a Qohelet, Cantar de los Cantares, y Ester en el “Five Megillot”.
La situación de Job en la lista canónica más temprana está desde pronto en los
profetas. Por otro lado, Job vino a estar firmemente ligado al grupo “Davídico”
y “Salomonico” (Salmos, Proverbios, Qohelet, y Cantar de los Cantares) en
algunas listas tempranas. Jerónimo, cuya familiaridad con el orden
Palestino-Judío era íntima, aún lista a Job inmediatamente después del Pentateuco
en una de sus obras, el primero de la Hagiógrafa seguido de los libros
“Davídico” y “Salomónico” en otra(23). Quizá sea
que la explicación de la diferencia básica entre los dos ordenes principales,
la situación de los Últimos Profetas antes o después de la Hagiografa, tiene su
origen en esta vacilación de la situación de Job y la atracción de otras obras
de los géneros hímnicos y sabiduría por Job o de Job por éstas. Una división
más antigua en Ley y Profetas, puede ser postulada, porque en la teoría canónica
de los Fariseos todos los libros fueron escritos bajo inspiración profética por
una ininterrumpida secuencia de profetas. La expresión “Ley y Profetas” usada
en las Escrituras Hebreas se encuentra en Qumran, en el Nuevo Testamento, y en
el Talmud.
Si miramos en la
prehistoria del canon, queda claro que ninguno de los órdenes existentes sigue
un principio histórico consistente. Ninguno sigue la secuencia de fechas en la
que las obras fueron en realidad escritas, o alcanzaron estabilidad literaria, o
las fechas cuando adquirieron permanente autoridad en tanto que escritura, o
las fechas en las que tradiciones tardías las asignaron. Particularmente
desconcertante en el orden Hebreo es la irrupción de la Obra del Cronista
(Crónicas-Esdras-Nehemías) y la situación de la parte más temprana de la obra
(Crónicas) después de la parte más tardía (Esdras-Nehemías). En el periodo
bíblico, y en Qumran, la mayor parte de libros singulares o pequeñas
colecciones (como los Doce Profetas Menores) estaban inscritos en rollos
individuales, y un orden tradicional firme excepto obras gigantes como el
Pentateuco o la Historia del Deuteronomista (que fueron secundariamente
separados en unidades del tamaño de un rollo)- no se desarrolló hasta tiempos
Medievales(24).
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1. Contra Apionem 1:37-43 (ed. Loeb).
2. Ver la elaborada categorización de las
“obras canónicas” en Sid Z. Leiman, “The Canonization of Hebrew Scripture: The Talmudic
and Midrashic Evidence”, Transacciones de la Academia de Artes y Ciencias de
Connecticut (Hamden, Conn.: Archon Books, 1976).
3. Sobre la prehistoria del canon, ie., la
etapa temprana en la formación de la Santa Escritura autoritativa, ver
especialmente D.N. Freedman, “The Law and The Prophets” SVT 9 (1962), pp.
250-265; J.A. Sanders, “Adaptable for Life: The Nature and Function of Canon”,
en Magnalia Dei: Essays on the Bible and Archaeology in Memory of G. Ernest
Wright”, ed. F.M. Cross, W.E. Lemke, y P.D. Miller Jr. (New York: Doubleday,
1976), pp. 531-560; y su estudio más popular, Torah and Canon (Philadelphia:
Fortress, 1977); E. Jacob, “Principe canonique et la formation de l´Ancien
Testament”, SVT 28 (1974), pp. 101-122; Jacob, “Canon and Authority”, ed. G. W.
Coats y B.O. Long (Philadelphia: Fortress 1977); y J. Blenkinsopp. “Prophecy
and Canon” (Notre Dame: University of Notre Dame Press, 1977). Una revista
sobre la discusión del significado teológico del canon se puede encontrar
convenientemente en P.D. Miller Jr., “Der Kanon in der gegenwärtigen
amerikanischen Diskussion”, Jahrbuch für biblische Theologie 3 (1988), pp.
217-223: ver también Thomas A. Hoffman, S.J., “Inspiration, Normativeness,
Canonicity, and the Unique Sacred Character of the Bible”, CBQ 44 (1982), pp.
447-469; y James A. Sanders, “Canon, Hebrew Bible”, en The Anchor Bible
Dictionary, 1:837-852.
4. Ver G.W. Anderson, “Canonical and
Non-Canonical”, Cambridge History of the Bible, vol. I, ed. P.R. Ackroyd y C.F.
Evans (Cambridge: At the University Press, 1970),pp. 113-159, y R. Meyer,
“Bemerkungen zum literargeschichte Hintergrund des Kanonstheorie des Josephus”,
en Josephus Studien, Otto Michel Festschrift, ed. O. Betz, K. Haaker, y M.
Hengel (Göttingen: Vandenhoek und Ruprecht, 1974), pp. 285-289.
5. Contra-Apionen 1:37-41.
6. Ver Leiman, “The Canonization of Hebrew
Scripture”, 72-120.
7. Ver J.P. Lewis, “What Do We Mean by
Jabneh?” JBR 32 (1964), pp. 125-132, y más reciente D.E. aune, “ON the Origins
of the Council of Javneh Myth”, JBL 110 (1991), pp. 491-493.
8. Ver el estudio de J.P. Audet, “A
Hebrew-Aramaic List of Books of the Old Testament in Greek Transcription”, JTS
n.s.1 (1950), pp. 135-171. No todos los argumentos de Audet acerca de la fecha
temprana de la lista son convincentes, pero su conclusión parece cuerda y
también prudente.
9. 4 Esdras 14:44-46.
10. Ver la discusión de E. Tov, “The Septuagint
Translation of Jeremiah and Baruch”, HSM 8 (Missoula, Mont.: Scholars Press,
1976), 168ff.; E. tov, “The Greek Minor Prophets Scroll from Nahal Hever”
(8HevXIIgr), DJD 8 (Oxford: Glarendon Press, 1990). Sobre la fecha de este
manuscrito, ver la contribución de Peter J. Parsons al volumen de Tov, pp.
19-26. Parson y Skeat fechan el manuscrito a finales del siglo I a.C.
11. Ver “The Development of the Jewish
Scripts”, en “The Bible and the Ancient Near East: Essays in Honor of William
Foxwell Albright”, ed. G. Ernest Wright (New York: Doubleday, 1961), fig. 2,
linea 9.
12. The Halakhic Epistle llamada MMT- es un
excelente ejemplo de debate y polémica Halákicos de esta época. Ver E. Qimron y
J. Strugnell, “Qumran Cave 4.V.Miqsat Ma´ase ha-torah (Oxford: Clarendon Press,
1994); appendix 1, escrito por Y. Sussman, es de particular interés.
13. Sobre el Salterio ver más abajo.
14. Para una revista de esta literatura con
bibliografía, ver P.W. Skehan, “Qumran. Littérature”, Supplément du
Dictionnaire de la Bible”, 9, cols. 805-828.
15. The Psalms Scrollo fo Qumran Cave 11, DJD 4
(Oxford: Clarendon Press, 1965).
16. Esto es para ignorar la inserción del Salm.
93:1-3 (del Libro IV del Salterio tradicional).
17. Cross, “The History of the Biblical Text in
the Light of the Discoveries in the Judean Desert”, HTR 57(1964), pp. 281-299.
Reimpreso en F.M. Cross y S. Talmon, eds., “Qumran and the History of the
Biblical Text” (Cambridge: Harvard University Press, 1975), pp. 177-195.
18. Ver J.A. Sanders, “The Qumran Psalms Scroll
(11QPsa) Reviewed”, On Language, Culture, and Religion: In Honor of Eugene A.
Nida, ed., M. Black and W.A. Smalley (The Hague: Mouton, 1974), pp. 77-79.
19. P.W. Skehan, “Qumran and Old Testament
Criticism”, en Qumran: Sa piété, sa thóeologie, et son milieu” BEThL 46
(Leuven: University Press, 1978), pp. 163-182. Ver también M.H.
Goshen-Gottstein, “The Psalm Scroll(11QPsa): A Problem of Canon and Text”,
Textus 5(1966), pp. 22-33.
20. Ver E. Tov y Sidnie White, “Qumran Cave 4 .
VIII Parabiblical Texts, Part I, DJD 13 (Oxford: Clarendon Press, 1994), pp.
187-352.
21. Ver A.C. Sundberg Jr., “The Old Testament
of the Early Church” (Cambridge: Harvard University Press, 19649; y Peter Katz,
“The Old Testamente Canon in Palestine and Alexandria”, Zeitschrift für die
neutestamentliche Wissenschaft 47 (1965), pp. 191-217.
22. Sobre el canon Cristiano, ver H. von
Campenhausen, “The Formation of the Christian Bible” (Philadelphia: Fortress
Press, 1972).
23. Ver el estudio de P.W. Skehan “St. Jerome
and the Canon of Holy Scriptures”, en “A Monument to Saint Jerome”, ed. F.X.
Murphy (New York: Sheed and Ward, 1952), pp. 259-287.
24. En Qumran tenemos los libros Pentateucales
escritos en rollos únicos, en tres ocasiones dos libros Pentateucales en un
solo rollo (Génesis, Éxodo, Éxodo-Levítico, y Levítico-Números), pero en ningún
caso más de dos en un solo rollo. Los Doce están inscritos normalmente en un
rollo y en todas menos en una ocasión en su orden tradicional. En el caso del
Five Megillot, los manuscritos de Qumran existentes contienen un solo libro en
cada rollo existente.
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