domingo, 22 de septiembre de 2013

PABLO V


EN BUSCA DE LA RECONCILICIÓN
Los Hechos de los Apóstoles (cap. 19) datan al final de la estancia de Pablo en Éfeso su decisión de ir a Jerusalem pasando anteriormente por Macedonia y Acaya, para después ir a Roma. En su Carta a los Romanos unos meses más tarde(Romanos, cap. 15), Pablo, que había pasado un tiempo en Macedonia y se encontraba entonces en Corinto, evoca este proyecto en términos más precisos: va a partir hacia Jerusalem con el fin de llevar a la Iglesia los donativos de los discípulos de Macedonia y Acaya para los pobres y la comunidad; espera ser bien recibido en la Ciudad Santa; después partirá hacia España pasando por Roma; su decisión es dictada por la constatación que ya no hay lugar para él y su actividad misionera en los lugares donde ya ha predicado el Evangelio, pues sólo quiere darse el honor de predicar el nombre de Cristo allí donde aún no haya sido predicado. Así, abandona Siria-Cilicia, la meseta de Anatolia y, sobretodo, la cuenca del mar Egeo para ir a buscar lo más lejos hacia el oeste un nuevo campo misionero. Uno se puede preguntar por qué quería ir hasta España con el trabajo que le había costado establecerse en los alrededores del mar Egeo.

Pablo no se explica, excepto si se interpreta su comentario relativo a la falta de espacio para la continuación de su actividad en la parte oriental del Imperio Romano como expresión de falta de ánimo de cara a los ataques continuos de los emisario de Jerusalem, enviados o no, que se introducían en todas las iglesias por él fundadas propagando un Evangelio que requería la circuncisión de los conversos que venían del paganismo y realizaban ataques personales contra Pablo. El hecho que la partida hacia la lejana España estuviera previsto después de una visita solemne a Jerusalem visiblemente con el propósito de obtener una reconciliación hace pensar que a cambio de este gesto, verdadero viaje a Canosa después de años de neblina, Pablo esperaba se le dejaría en paz para evangelizar esta tierra del fin del mundo.

Deseoso de poner todas las suertes de su lado, hace referencia al acuerdo concluido en Jerusalem unos ocho años antes: reconocido como apóstol de los paganos por los dirigentes de la Iglesia de la Ciudad Santa, se le había rogado “se acordara de los pobres” de esta comunidad (Gálatas, cap. 2). Pasa el invierno en Corinto(II Corintios) donde la comunidad le había causado algunos disgustos, antes de regresar al redil en arrepentimiento, tratando de restaurar su autoridad, estimulando la recaudación de fondos y preparando su futuro viaje, en particular escribiendo a los Cristianos en Roma (Carta a los Romanos).

Este remarcable texto no lo escribe bajo la presión de resolver problemas inmediatos, contrariamente a las demás cartas de Pablo. Tampoco lo compone con el único objetivo de darse a conocer a aquellos que nunca le habían visto, incluso si este objetivo es capital para el envío de esta carta a los cristianos de Roma. Se trata de un documento pre-existente, al menos en lo esencial, del cual Pablo hace el centro de su misiva dirigida a los Romanos. Creado quizá poco después de la experiencia pastoral de Pablo, esta exposición había servido para convencer a los Cristianos que la sinagoga local se negaba a contar a los Cristianos como miembros, y de la absoluta necesidad de organizar una comunidad bien unida, ofreciendo a todos los fieles la posibilidad de beneficiarse de la presencia cultual del Espíritu Santo para tener la fuerza de llevar una vida Cristiana conforme a la voluntad de Dios. Sabiendo que los Cristianos de Roma, ligados a las numerosas sinagogas de la capital imperial, no habían aún dado el paso para organizarse de manera autónoma, Pablo busca a incitarlos a reagruparse en una o varias Iglesias. Si seguían su consejo, pensaba, estarían dispuestos a acogerle y otorgarle su apoyo material para su empresa misionera en dirección a España. A falta de poder afirmar que él había sido el primero en predicar el Evangelio a los Romanos, Pablo podría al menos sentirse el fundador de su Iglesia y pretender, con este título, obtener su gratitud. Como sabemos este seductor escenario no pudo realizarse, puesto que, cuando el apóstol llegó a Roma unos tres años después, se vio privado de su libertad (Hechos de los Apóstoles, cap. 28). Pero nos queda su texto, cuya riqueza es excepcional.

Los Hechos de los Apóstoles nos informan que Pablo, acompañado de una delegación que representaba a todas las Iglesias donantes, proyectaba hacer el viaje hacia Palestina por mar. Pero un complot Judío contra él, del que todo ignoramos, le habría llevado a preferir para sí mismo y sus colaboradores inmediatos la vía terrestre por Macedonia (Hechos, cap. 20). Celebraron la Pascual en Filipo, después se embarcaron hacia Troas, donde se encontraron con el resto de la delegación, que les esperaba. Todos pasaron una semana con los Cristianos del lugar. El domingo último día de la estancia se reunieron para “compartir el pan”, es decir, celebrar la eucaristía, en el tercer piso de una casa. Pablo habló durante largo tiempo, tanto que un joven sentado sobre el borde de la ventana se durmió y cayó desde arriba. Lo recogieron inanimado, pero Pablo, descendió rápidamente, lo tomó en sus brazos y lo declaró vivo. Subieron de nuevo, celebraron la eucaristía y la reunión duró hasta el alba. Pablo retomó el camino, mientras que sus compañeros tomaban un barco hasta Asos, a algunos kilómetros más al sur, donde Pablo embarcó al fin. En cuanto al joven accidentado, “se lo llevaron vivo”, nos dice el texto. No sabemos si le quedaron secuelas de su caída……

Embarcado al fin en Asos con toda su delegación, Pablo se plegó a las necesidades de la navegación a lo largo de la costa, que conllevaba frecuentes escales en los puertos para realizar operaciones comerciales o pasar la noche. Pero quería llegar a Jerusalem para el peregrinaje de Pentecostés, unos cuarenta días más tarde. Consiguió pues evitar pararse en Éfeso, lo que le habría retrasado e incluso era arriesgado, dado que hubo de dejar hacía tiempo esta ciudad debido a tensiones con una parte de la población y con las autoridades. En la escala en Mileto, que duró un tiempo, hizo, según el autor de los Hechos, convocar a los ancianos de la Iglesia de Éfeso y les dirigió un discurso de despedida muy emotivo. El texto de esta alocución (Hechos, cap. 20) es de toda evidencia una composición de Lucas, que explica con su habitual talento la situación en la que se encontraba Pablo en esos momentos. Era el final de su actividad en las inmediaciones del mar Egeo. A los responsables de la gran Iglesia de Éfeso, Pablo les encargaba dirigir y proteger la comunidad como él lo había hecho hasta entonces con el máximo desinterés. Como anunció al mismo tiempo que su estancia en Jerusalem iba a conducir a su encarcelamiento y a gran angustia, la emoción llegó a su máximo y se lloró mucho antes de separarse. Incluso si el episodio ha sido considerablemente embellecido por el relato de los Hechos de los Apóstoles, evoca sin duda los sentimientos que Pablo tenía al dejar la región definitivamente donde su actividad había sido tan fecunda.

El viaje de la delegación (Hechos, cap. 21) retomó el ritmo lento del barco costero hasta Patara, puerto de Licia, donde se embarcaron en un navío más importante, que iba hacia Fenicia, que los llevó a Tiro. Allí, el grupo descubrió una Iglesia, quizá fundada anteriormente por Helenistas expulsados de Jerusalem (Hechos, cap. 8 y 11), y pasó una semana con los hermanos, que buscaban disuadirle para que no subiera a Jerusalem. Repartida en otro barco costero, la delegación llegó a Ptolemaida donde pasaron un día con los Cristianos de esta ciudad, después a Cesarea, donde se quedaron unos días en casa de Felipe el evangelista, un de los Helenistas expulsado de la Ciudad Santa reputado por su obra misionera en numerosos lugares de Palestina (Hechos, cap. 8). Allí aún, se esforzaron de convencer a Pablo para que no fuese a Jerusalem, donde le esperaban las más grandes pruebas. No lo consiguieron. Pablo quería este viaje y se declaró dispuesto a morir allí “por el nombre del Señor Jesús”.

La delegación tomó entonces el camino de la Ciudad Santa. Escortado por los discípulos de Cesarea, se alojaron en casa de un tal Manason de Chipre, “discípulo de los primeros tiempos”. Llegados a Jerusalem son acogidos “con alegría” por los “hermanos”. Uno se puede preguntar si estos “hermanos” no eran también Helenistas, que permanecían al margen de la gran Iglesia de la Ciudad Santa. Es sorprendente que Pablo, antes adversario de estos Helenistas, y posteriormente instrumento de la toma del poder por los enviados desde Jerusalem de la comunidad fundada por estos mismos Helenistas en Antioquia de Siria, fuese tan bien recibido por aquellos a los que había antes combatido y que no habían, desde entonces, vuelto a unirse al grupo de la Gran Iglesia. Entre cismáticos, había mutua comprensión y apoyo, incluso cuando había divergencias sobre numerosos puntos.

Al día siguiente de la llegada de la delegación a Jerusalem, Pablo fue con sus compañeros a casa de Santiago, jefe total de la Iglesia de la Ciudad Santa. Todos los ancianos que con él compartían la responsabilidad de dirigir esta comunidad, estaban presentes. Según el relato del capítulo 21 de Hechos de los Apóstoles, los saludos de uso una vez realizados, Pablo “les cuenta en detalle todo lo que, por medio de su servicio, Dios había realizado en los paganos”, lo que llevó a sus oyentes a dar gloria a Dios. No hay duda que el donativo de la colecta lo pasa por alto el autor de Hechos, a parte de una breve alusión en un discurso de Pablo en el capítulo 24. Esta toma de partido es sorprendente, vista la extrema importancia que el apóstol otorgaba a este gesto, por él suscitado, de las Iglesias que había fundado en medio pagano. Habría que creer que, dado el recibimiento muy reservado de los dirigentes de la Iglesia en Jerusalem, los fondos recogidos nunca fueron remitidos a sus destinatarios? Habrían los Hechos de los Apóstoles deseado así evitar una desagradable polémica en memoria de Pablo, a quien sus adversarios habrían podido acusar de haber desviado el dinero que le habían confiado?

Sea como sea, una vez respetadas las formas, Santiago y los ancianos de Jerusalem mostraron poco entusiasmo respecto a la visita de Pablo, si creemos los Hechos. Para hacer cesar los rumores según los cuales él incitaba a los Judíos de la diáspora a “abandonar a Moisés” y con el fin de evitar el furor de los Cristianos de origen Judío muy numerosos en la Ciudad Santa, Pablo tenía que demostrar sin demora que seguía sometido a la Ley. Así, pues, tenía que cargar con los gastos de la purificación en el Templo de cuatro miembros de la comunidad que habían realizado un voto e ir a purificarse con ellos. Estos hombres podrían entonces rasurarse la cabeza y así Pablo quedaría limpio del reproche de abandono de la observancia. Entre otros, había de observar las condiciones puestas por los dirigentes de la Iglesia de Jerusalem a los paganos convertidos: guardarse de comer carne proveniente de los sacrificios paganos, de la sangre, de la carne ahogada y de inmoralidad. Estas condiciones, por lo tanto ya aceptadas por Pablo y difundidas por él según los Hechos, cap. 15-16, le son aquí presentadas como nuevas, lo que corresponde sin duda a la realidad histórica y confirma las observaciones realizadas arriba acerca del carácter compuesto de la narración de estos capítulos 15 y 16.

Estas exigencias y estos propósitos eran humillantes para Pablo, obligado así a justificarse contra sospechas malévolas y a renunciar a la llamada a la libertad que él predicaba a los creyentes de origen pagano. Las acepta no obstante y se puso a preparar las ofrendas que habían de comprender el periodo de siete días requerido para la purificación de los cuatro hombres y de él mismo. Esto demuestra hasta que punto deseaba la reconciliación con los hermanos de Jerusalem, cuyas constantes intrusiones en las Iglesias que había fundado le habían agotado. Algunos críticos han puesto en duda la historicidad de este relato, incompatible según ellos con el carácter de Pablo y con sus ideas relativas al carácter caduco de la Ley. Este escepticismo sería legítimo si se refiriese solamente a tal o tal detalle de la narración. Aplicado al conjunto de esta, pierde su razón de ser. Pablo sabía ser pragmático cuando le era necesario. Para reconciliarse con la Iglesia de la Ciudad Santa, estaba dispuesto a hacer todo lo que se le exigía, con la esperanza de ser comprendido.

Mal le fue.

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