miércoles, 10 de agosto de 2016

PRESENCIA Y LENGUAJE

Los usos normales del habla y la escritura en las sociedades occidentales modernas están fatalmente enfermos. El discurso que teje instituciones sociales, el de los códigos legales, el debate político, la argumentación filosófica y la elaboración literaria, el leviatán retórico de los medios de comunicación: todos estos discursos son clichés sin vida, jerga sin sentido, falsedades intencionadas o inconscientes. El contagio se ha extendido a los centros nervioso del decir privado. En una infecciosa dialéctica de reciprocidad, las patologías del lenguaje público, en especial, las del periodismo, la ficción, la retórica parlamentaria y las relaciones internacionales, debilitan y adulteran cada vez más los intentos de la psique particular de comunicar verdad y espontaneidad. Según Mauthner, el lenguaje se ha convertido en causa y síntoma al mismo tiempo de la senilidad de Occidente mientras va dando bandazos camino de las silenciadoras catástrofes de la guerra y la barbarie. Wittgenstein intentó ocultar, mediante una alusión despectiva, la fuerza ejercida por las tesis de Mauthner sobre su Tractatus. Hacia 1930, encontramos a Beckett leyendo extractos de Mauthner a Joyce. La influencia subterránea de las Beiträge parece haber sido penetrante.

En la famosa “Carta de lord Chandos” de Hofmannsthal, escrita hacia el cambio de siglo, el protagonista imaginario abandona su vocación poética y, según se da a entender, todas las necesidades de habla adicional excepto las más imprescindibles. Ha llegado a darse cuenta de que las palabras y la sintaxis humanas, por exactas y honradas en su propósito o sugerentes que sean en su energía metafórica y presentacional, son de manera ridícula, desesperadas, insuficientes para alcanzar la sustancia resistente, la materia existencial del mundo y nuestras vidas interiores. El habla no puede articular las verdades más profundas de la conciencia ni puede transmitir la prueba sensorial y autónoma de la flor, el rayo de luz o el canto del pájaro al amanecer –fue en esta incapacidad donde Mallarmé situó la soberanía autística de la palabra-. El lenguaje no sólo es incapaz de revelar estas cosas, sino que se esfuerza por hacerlo, por acercarse más a ellas, por adulterar y corromper lo que el silencio (la coda del Tractatus), lo que las inexpresables y silenciosas visitaciones de la liberta y el misterio del ser (el término de Joyce es “epifanía”; el de Walter Benjamin, “aura”) pueden comunicarnos en momentos privilegiados. Tales intuiciones trascendentales tienen fuentes más profundas que el lenguaje y, si es que quieren conservar sus pretensiones de verdad, deben permanecer sin ser declaras.


Desarrollada hacia una categoría explícitamente teológico-metafísica, la abstención de declaración del lord Chandos de Hofmannsthal culminará con el grito final del Moisés de Schönberg en Moisés y Aarón: “Oh Palabra, tú, Palabra, de la que carezco” (o “que me está fallando”). Precisamente porque el elocuente Aarón puede discursear tan expresivamente sobre Dios y el destino del hombre, este mismo Aarón permite la mentira figurativa y simbólica del becerro de oro y el estrepitoso motín de la falsedad de Israel. Para Moisés, el “torpe de lengua”, no existen palabras con las que articular lo esencial, la elección de sufrimiento que es la historia y la presencia efectiva de Dios tal como se le dio a conocer en la tautología salida de la Zarza Ardiente. El fuego, ahí, es la única habla verdadera. El ser humano dice mentiras.   

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