viernes, 21 de julio de 2017

LOS ORÍGENES DE ISRAEL
La historia de Israel y Judá se despliega en el contexto geográfico del Levante, lo que hoy es Israel/Palestina, Jordania, Líbano, y Siria. A lo largo de sus historia esta región fue codiciada por los imperios que la rodeaban y a menudo estuvo por estos controlada, primero por los Egipcios en el segundo milenio, después por los Asirios, los Babilonios, los Persas, los Griegos, y los Romanos en el primer milenio. Geográficamente y políticamente la historia del Levante está intrínsecamente relacionada con la del “Fértil Creciente”, una expresión que se refiere al territorio fértil con amplias lluvias que va desde Mesopotamia (Irak-Irán actuales) a Egipto, incluyendo las zonas alrededor del Tigris y el Eufrates.

Es interesante señalar que desde los primeros comienzos la narrativa bíblica informa de los viajes del patriarca Abraham a lo largo del Fértil Creciente. Su familia vivía originalmente en Ur y se estableció posteriormente en Harran, Siria; desde ahí Abraham viaja a lo largo de la tierra de Canán, parando en lugares estratégicos como Siquem y Betel, descendiendo posteriormente al Negev al sur, y de ahí a Egipto (Gén. 11-12). Históricamente los territorios que Abraham visita son lugares donde durante el periodo Persa (siglos quinto y cuarto) había asentamientos de exiliados o emigrados Judíos. Este ejemplo muestra que sería erróneo leer los textos del Pentateuco como registros históricos; estos fueron escritos mucho más tarde que la época que pretenden describir.

Los libros de historia del antiguo Israel dirigidos a una audiencia académica o a la gente educada en general casi siempre siguen la cronología bíblica. Sabemos que las historias de los Patriarcas, el Éxodo de Egipto, y la conquista de la Tierra Prometida, y también los relatos de la era de los Jueces, no reflejan periodos sucesivos y fechables. Son más bien leyendas o mitos de origen que fueron arreglados en cierto orden cronológico después de los hechos. Hay que comenzar con los hechos para poder reconstruir la historia de Israel y Judá, todos los hechos a nuestra disposición, lo que significa comenzar con los descubrimientos de la arqueología. La arqueología del Levante ha realizado grandes progresos en los últimos tiempos.

Situando las cosas en un contexto arqueológico, los comienzos de la historia de Israel en el siglo trece se sitúa en el tiempo de transición de la Edad de Bronce a la Edad de Hierro(1). A mediados del segundo milenio el Levante estaba controlado por Egipto. Estaba organizado políticamente en ciudades-estado cuyo reyes eran vasallos del Faraón. También había algunos grupos con integración mínima, notablemente los ´apiru, que vivían en los márgenes del sistema político, en conflicto con uno u otro de los reyes o jefes Cananeos menores y sirviendo como trabajadores forzados para los Egipcios. Los textos Egipcios también mencionan a los “shashu” nómadas, y algunas veces usan el término Yhw(e) para caracterizarlos. Los estudiosos han a menudo tratado de conectar este término –probablemente un topónimo- con el nombre Yahvé (Yahua?), que vendría a ser el nombre del dios de Israel.

El final del siglo XIII estuvo marcado por levantamientos durante los cuales las ciudades estado colapsaron. Nuevas poblaciones, “los pueblos del mar” llegaron desde el Mar Egeo o desde Anatolia, los Filisteos, como bien los llama la Biblia, se establecieron en la costa sur de Canán en ciudades como Gaza, Ashdod, Askelón, y Ekrón. Su cultura material era marcadamente diferente de la de los habitantes del país, aunque se asimilaron rápidamente(2). Aunque la mayoría de las ciudades de la Edad de Bronce Tardía sufrieron la despoblación, la zona montañosa de Efraín y Judá experimentaron un notable aumento en su población. Este es el contexto dentro del cual encontramos los primeros vestigios de la génesis de “Israel” mencionada aproximadamente en el 1210 en la estela que narra la victoria del Faraón Mernaptah. Este “Israel” debe haber sido un grupo bastante poderoso, dado que el rey Egipcio lo considera digno de ser mencionado entre los pueblos que ha afirma haber conquistado. Sus orígenes no están, como afirma el libro de Josué, en la conquista militar de un territorio por una población invasora; más bien “Israel” fue el resultado de un proceso lento que tuvo lugar gradualmente dentro del marco de los levantamientos globales de la tardía Edad de Bronce – o sea, tuvo sus orígenes en las poblaciones autóctonas. Israel es in primer lugar una especie de clan o confederación tribal, que unía a grupos que probablemente pensaban que ya pertenecían al mismo grupo étnico. Esto es sugerido, por ejemplo, por la ausencia virtual de la cría del cerdo para consumo, y por una cultura material distinta. Sin embargo, la idea que Israel antes de la monarquía estaba compuesto de doce tribus es una invención de los autores de los periodos Persa y Helenista, cuando esta idea vino a jugar un papel importante en los intentos de afirmar la unidad religiosa de Judea, Samaria, y Galilea.

A comienzos del primer milenio en todo el Levante se fue implantando gradualmente una economía de intercambio que remplazó a la economía de subsistencia que existía previamente. Esta transformación estuvo acompañada de un desarrollo paralelo en las formas do organización política, que tendían en la dirección de la monarquía. Se puede observar este fenómeno no sólo al occidente del Jordán sino también en el este en la creación de los reinos de Moab y Ammón.

La narrativa bíblica en los libros de Samuel centra el relato de los orígenes de la monarquía alrededor de tres figuras ejemplares: Saúl, David y Salomón. Es este un material mayormente legendario, aunque la narrativa contiene algunos trazos de eventos históricos. Saúl, presentado como el primer rey de Israel, pudo resistir la dominación Filistea y crear en el territorio de Benjamín y las montañas de Efraim una especie de estructura de estado del que él era el jefe. David, representado en conflicto con Saúl, parece haber sido vasallo de los Filisteos, que quizás le apoyaran en su conflicto con Saúl. De todas formas, los Filisteos toleraron la creación de un reino bajo David localizado en Judá, primero en Hebrón después en Jerusalem, en competición con el de Saúl. Según las narrativas de los libros de Samuel y Reyes, retomadas en parte en Crónicas, David y su hijo Salomón, se dice, reinaron sobre un “reino unido” que comprendía un gran territorio que iba desde “Egipto hasta el Éufrates”. Esta afirmación es el resultado de una elección ideológica realizada por los editores de la Biblia, los cuales querían mostrar que Israel (el norte) y Judá (el sur) habían estado unidos en el principio en un solo reino. Las obras de grandes edificios en Meggido, Hazor, y otros lugares que habían sido atribuidas al rey Salomón, probablemente datan de un periodo un siglo después de su muerte y serían obra del rey Omri.

Es en el norte donde encontramos el desarrollo de algo parecido a un “estado”, que bajo Omri hizo de la ciudad de Samaria su capital. En el sur, en contraste, la entidad política era mucho más modesta; la población estimada del sur era un 10 por ciento de la del norte. Jerusalem en este periodo era una pequeña aglomeración que el Faraón Sheshonq ni se quiera se digna a mencionar en la lista de sus hazañas militares después de su campaña ca. 930 en la región. Durante más de dos siglos Judá vivió a la sombra de Israel, y probablemente fue su vasallo.

La historiografía de la Biblia particularmente en los libros de Samuel y Reyes, fue editada bajo la perspectiva del sur y presenta al norte y sus reyes negativamente, acusándoles de adorar a dioses otros que el dios de Israel y estableciendo santuarios que competían con Jerusalem.

En el siglo noveno bajo los Omridas(3), Israel vino a ser una poderosa presencia entre los reinos del Levante, como demuestran los numerosos proyectos de construcciones emprendidas por estos reyes, especialmente la construcción de la ciudad de Samaria. El poder de los Omridas se extendía hasta Transjordania y ocasionó conflictos con el reino de Moab, como atestigua la estela de Mesha, donde se informa de una lucha entre Israel y Moab desde la perspectiva del rey de Moab. Omri y sus sucesores siguieron una política de acercamiento con Fenicia. Es por esto que los editores de los libros de Reyes los acusan adorar a un dios llamado “Baal”. Los editores del texto bíblico mantienen que esta trasgresión fue la causa del final de la dinastía de Omrida. Según una estela con una inscripción en Arameo encontrada en Tel Dan en las fuentes del Jordán, Hazael, el rey de Damasco, que fue quien ordenó inscribir la estela, dice haber triunfado sobre una coalición de Israel y Judá y de haber derrotado a Israel y la “Casa de David”.

Los libros de Reyes presentan el fin de la dinastía Omrida como resultado de un golpe de estado realizado por uno de sus generales, Jehú, a quien los editores atribuyen una motivación religiosa: es presentado como ferviente devoto del dios de Israel y opuesto al culto de Baal. Históricamente hablando, Jehú fue un rey débil y las derrotas que sufrió a manos de los Arameos son atribuidas por los editores a su predecesor, el Omrida Joram. Jehú vino a ser, de hecho, vasallo de los Asirios, quienes, comenzando en la segunda mitad del siglo noveno, comenzaron a tratar de controlar el Levante. En el 853 una coalición entre Israel y los Arameos de Damasco tuvo éxito en rechazar al rey Asirio Salmanasar III en la batalla de Qarqar, aunque las siguientes décadas y todo el siglo octavo están definitivamente marcados por la hegemonía de Asiria, la cual dejó numerosas trazos en el texto de la Biblia. Un obelisco del rey Asirio Salmanasar III muestra a un rey postrado ante Salmanasar III donde está escrito “el tributo de Jehú, hijo de Omri”(4).

El reino de Israel tuvo otro periodo de prosperidad bajo el reinado de Jeroboam II (cerca del 787-747), que aceptó la hegemonía Asiria y actuó como vasallo leal. El bienestar vino a ser incluso más grande gracias al aumento en la producción de aceite de oliva, aunque este tipo de protocapitalismo también trajo consigo una pauperización de aquellos que estaban menos bien. Los profetas tales como Oseas y Amos denunciaron este giro de los eventos. Además, Oseas polemizó contra los becerros de Samaria y Betel, lo que sugiere que el dios titular de Israel era adorado allí adorado en forma bovina. Es posible que algunas tradiciones de las que informa la Biblia, como la historia de Jacob y la historia del Éxodo, fuesen puestas por escrito en el santuario de Betel durante el reinado de Jeroboam II.

Después del reinado de Jeroboam, el declive del reino de Israel comenzó. Cerca del 734 una coalición de reinos del Levante liderada por Damasco e Israel trataron de forzar al rey de Judá, Ajaz, para que se uniese a la revuelta contra los Asirios. Hay huellas de esto en varios textos bíblicos. Ajaz, siguiendo el consejo del profeta Isaías, buscó la protección del rey Asirio Tglth-Pileser III, haciéndose vasallo de este. Tiglath-Pileser III derrotó fácilmente a los Arameos y a los Israelitas y sometió a ambos reinos. En el 727 el último rey de Israel, Oseas, buscó la alianza con Egipto, provocando una expedición militar de Salmansar V contra Israel y la caída de Samaria en 722. El reino de Israel fue dividido en cuatro provincias Asirias, y más del 20 por ciento de la población total fue deportada, estableciendo a otros pueblos en el lugar del anterior reino. Esta población “mezclada” es el antepasado distante de los Samaritanos. Sabemos casi nada acerca de la situación en esta región hasta la era Persa, excepto que el culto del dios de Israel continuó existiendo(5).

Para el reino de Judá, que continuó existiendo como vasallo de los Asirios, la caída de Samaria significaba un aumento de su estatus y especialmente en el desarrollo de Jerusalem, que hasta esos tiempos había sido más bien un modesto asentamiento. Su espaci urbano aumentó significativamente hacia finales del siglo octavo y vino a ser una capital genuina. Este crecimiento fue al menos en parte debido al influjo de refugiados del anterior reino de Israel. Fue también durante ese perido que las tradiciones del norte (Jacob, Éxodo, Oseas, las narrativas acerca de los profetas Elías y Eliseo y otros) llegaron a Judá, donde fueron revisadas desde una perspectiva Judea. El surgimiento de Jerusalem comenzó bajo el rey Ezequías, a quien la Biblia atribuye un número de obras públicas atestiguados por la arqueología, como son el famoso túnel en Siloh, que contiene la primera inscripción monumental Judía conocida. Se puede asumir que los comienzos de la actividad literaria sistemática también se puede datar en este periodo(6). La política de Ezequías hacia Asiria era tan imprudente que el rey Asirio, Sanaquerib, emprendió una expedición militar contra el reino de Judá, tomó Laquis, su segunda ciudad, y redujo su territorio en gran escala. En el 701, sin embargo, los Asirios interrumpieron el asedio de Jerusalem y se retiraron, por razones que no están claras. Este evento dio lugar a la idea de la inviolabilidad de Sión, la montaña sobre la que el Templo de Jerusalem está localizado. Los habitantes de Jerusalem vieron en esto la prueba de que su dios protegería la ciudad contra sus enemigos.

Bajo Manasés, un leal vasallo de los Asirios, Judá prosperó de nuevo y recuperó partes de su territorio perdido. Aunque el reinado de Manasés duró más de cincuenta años (ca. 698-642), los editores de los libros de Reyes le dedican sólo unas cuantas líneas, en la cuales deploran particularmente su impiedad. Sin embargo, parece haber gobernado sabiamente permitiendo que Judá disfrutase de su último periodo de vida estable.

Cuando el Rey Josías(640-609) accedió al trono, según la narrativa bíblica a los ocho años de edad, el imperio Asirio había ya comenzado a debilitarse debido al nuevo resurgir de Babilonia. Durante la segunda mitad del reinado de Josías, el rey y sus consejeros tomaron ventaja de este vacío de poder para llevar a cabo una política de centralización de acuerdo con el nuevo estatus de Jerusalem. El Templo de Jerusalem fue proclamado como único y legítimo Santuario del dios de Israel. La historicidad de la narrativa de 2 Reyes 22-23 no puede ser confirmada, aunque afirma que Josías eliminó todos los objetos religiosos Asirios del Templo de Jerusalem y también destruyó los símbolos de Ashera, una diosa asociada con el dios titular de Judá, y se anexó una parte del anterior reino de Israel.

Los libros de Reyes afirman que las innovaciones de Josías en las esferas religiosa y política fueron realizadas debido al hallazgo de un libro en el Templo. Esta historia es probablemente una metáfora literaria; sin embargo, es bastante probable que el Deuteronomio fuese compuesto en su forma original en orden a legitimizar la política de centralización y monolatría, el culto exclusivo del dios de Judá/Israel. La idea de centralización prepara el camino para establecer uno de las principales pilares de lo que posteriormente vino a ser el Judaísmo: la centralidad de Jerusalem y su Templo. Es en el reinado de Josías donde hemos de buscar los orígenes literarios de algunos otros textos, como sería la narrativa y conquista de Canán que forma parte de la primera parte del libro de Josuá; probablemente con la intención de legitimizar las políticas expansionistas de Josías. Los escribas de Josías también escribieron una historia de los dos reinos para mostrar que Josías era una especie de nuevo David. Sin duda, también compusieron una “biografía” escrita de Moisés y establecieron otras tradiciones escritas.

El origen de una gran parte de la literatura, que posteriormente vendría a ser la Biblia, está, en el periodo Asirio. El significado de muchos de estos escritos está restringido a un medio de “intelectuales” –al Palacio y al Templo. En la Judea rural en el santuario de Hebrón, seguramente se relataban historias acerca de los episodios de la vida del patriarca Abraham, en un contexto religioso que difería significativamente del que dominaba en el palacio de Jerusalem. La historia de Abraham, después de todo, no es un vehículo apropiado para una ideología segregacionista, porque insiste en el hecho que el patriarca era también familia de Lot, el antepasado de los Moabitads y Amonitas, y era el padre de Ismael, el antepasado de los pueblos semi-nómbadas del desierto del sureste de Judá.

Josías murió en el 609 cuando preparaba una confrontación con Egipto, y este es el comienzo del declive del reino de Judá. Cayó ante los Babilonios, que desde el 605 en adelante comenzaron a adueñarse del Oriente Medio. Numerosas revueltas a cargo de los reyes de Judá fueron la causa de la primera caída de Judá en el 597: el rey Joaquim evitó la destrucción de la ciudad al abrir las puertas de esta. Él y su corte fueron deportados a Babilonia juntos con sus principales ayudantes y artesanos. Un documento Babilonio menciona las raciones provistas para el rey Joaquim, prisionero del rey de Babilonia. El Rey Nabucodonosor II puso a Zedequías como sucesor de Joaquim, pero este también se unió a una coalición anti-babilonia. El libro de Jeremías contiene narrativas y oráculos que reflejan la situación caótica en Jerusalem en los años que precedieron inmediatamente su segunda caída.

En el 587 a.C. los Babilonios tomaron Jerusalem, destruyeron la ciudad y el Templo, y decidieron iniciar una segunda ronda de deportaciones. Instalaron a Gedalia como gobernador en Mispa en el territorio de Benjamín. La arqueología muestra trazos de una severa destrucción esta vez en territorio de Judá y una significativa reducción de su población. En contraste, el territorio de Benjamín parece haber sufrido muco menos en este periodo. En el 582 Gedalias fue asesinado por un grupo que se inclinaba a restablecer la independencia, y según el libro de Jeremías este evento dio lugar a una tercera ola de deportaciones y la huida de algunos de los habitantes de Judá a Egipto cerca del 582. Así, a finales del siglo sexto hay tres centros con una importante presencia Judía: Benjamín y Judá, Babilonio, y Egipto (especialmente el delta y Elefantina). En contraste a los Asirios, los Babilonios permitieron a los exiliados vivir juntos en colonias y formar grupos reconocibles.

Estos varios grupos de exiliados compuestos de miembros de la elite de Judea jugarían un importante papel en la producción de cierto número de escritos en rollos, que vendrían a ser a su vez los antepasados de lo que vendría a ser el Pentateuco y los libros proféticos. La destrucción de Jerusalem por los Babilonios en el 587 provocó una crisis ideológica en estos intelectuales. Los pilares sobre los que se mantenía la identidad de cualquiera de los pueblos del Medio Oriente –el rey, el templo, el dios nacional, y la misma tierra- habían sido destruidos. Por lo tanto era necesario encontrar nuevos fundamentos para la identidad de una población privada de sus instituciones tradicionales. Es en este contexto que hay que ver las varias respuestas a esta crisis que están contenidas en la “historia Deuteronómica”, los libros de la Biblia comenzando con Deuteronomio hasta 2 Reyes. La intención de esta historia era demostrar que la destrucción de Jerusalem y la deportación de parte de su población no eran debidas a la debilidad del dios de Israel comparado con los dioses de Babilonia. Al contrario, era el dios de Israel mismo quien estaba haciendo uso de los Babilonios para castigar a su pueblo y sus reyes por no haber mantenido los términos de la “alianza” con ellos, términos formulados explícitamente en el Deuteronomio mismo. Algún autor o autores del entorno de un grupo de sacerdotes compusieron eventualmente una “historia de los orígenes” (a menudo llamada “documento sacerdotal”), que se encuentra especialmente en los libros del Génesis, Éxodo, y Levítico e insiste que todas los rituales nacionales característicos e instituciones fueron reveladas antes de la entrada en Canán y antes de la monarquía, de manera que la monarquía no era realmente indispensable. Para los autores sacerdotales, todos los rituales que vendrían a definir el Judaísmo en los periodos Persa y Heleno (circuncisión, Pascua, rituales y leyes alimenticias)fueron dados por Moisés en el desierto antes que se estableciese cualquier tipo de organización política. Estos dos complejos literarios, el Deuteronómico y las narrativas Sacerdotales, prepararon en cierto sentido el camino para el monoteísmo, dado que ambos afirmaban –cada uno a su manera- la unidad del dios de Israel.

En el 539 el rey Persa Ciro tomó la ciudad de Babilonia, poniendo fin al Imperio Babilónico. Su política religiosa fue liberal en cuanto permitió la reconstrucción de templos destruidos y permitió a las poblaciones deportadas regresar a sus respectivos países. Ciro es celebrado como el “Mesías” enviado por el dios de Israel en textos añadidos al Rollo de los Oráculos del profeta Isaías, a menudo llamados “Deutero-Isaías”(7). El Templo de Jerusalem fue reconstruido a finales del siglo sexto o comienzos del quinto, estando bajo la influencia de los Golah, los Judíos exiliados en Babilonia que retornaron a Judea, una organización de la vida política y religiosa centrada en el Templo y casi teocrática fue establecida. Muchos de los exiliados Judíos prefirieron permanecer en Babilonia; varios documentos encontrados allí indican que esos Judíos pertenecían al estrato más confortable de esta ciudad y se integraron completamente en esta ciudad. Hasta la llegada del Islam, Babilonia permanecería como centro intelectual del Judaísmo, como está indicado por el Talmud Babilonio. De la misma manera la fuerte presencia Judía en Egipto no disminuyó. Así el Judaísmo desde su nacimiento era una religión de la diáspora, y continuaría desarrollándose como tal durante le periodo Heleno en la cuenca del Mediterráneo.

Entre el 400 y 350 se hizo una compilación de diferentes escritos en un proto-Pentateuco, que vino a ser el documento fundador del naciente Judaísmo, aunque también para los Samaritanos, cuyo santuario central estaba localizado desde el siglo quinto en el Monte Gerizim. La narrativa bíblica que refleja la consolidación de esos diversos documentos puede encontrarse en los libros de Esdras y Nehemías, los cuales presentan de manera artificial y exagerada la hostilidad entre Judíos y Samaritanos e insiste en la actitud positiva y benevolente de los Persas hacia la promulgación de la Ley en Jerusalem.

En el 332 Palestina fue conquistada por Alejandro, quien puso fin al Imperio Persa. Después de su muerte, estalló la guerra entre sus sucesores, y Palestina cayó primero bajo control Ptolomeo(o Lágidas) que gobernaron Egipto, después bajo el de los Seléucidas que gobernaron Siria. Este cambio al comienzo afectó poco a los Judíos. Durante el siglo tercero, Judea experimentó un crecimiento económico que que benefició a los aristócratas en Jerusalem y a las clases altas urbanas. Este fue también el periodo de frecuentes contactos entre Griegos y Judíos, y los Judíos que vivían en Egipto adoptaron el idioma Griego como propio.

Cerca del 270, o algo más tarde, el Pentateuco fue traducido al Griego, y durante este siglo se produjo una abundante literatura. Algunos de estos textos, como el Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Esther, etc., entraron más tarde en el canon, aunque otros como el libro de Enoch no fueron admitidos.                                                   
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1.      La Edad de Hierro termina para los arqueólogos de Levante con la era Persa.
2.      Los textos Bíblicos los llaman “incircuncisos” porque, en contraste con los pueblos del Levante, no practicaban la circuncisión.
3.      Reyes Omri, Ahab, y Joram.
4.      Jehú no era hijo de Omri, pero para los Asirios Omri era el fundador del reino incluso después del fin de la dinastía. También es posible que los Asirios no estuviesen muy interesados en la política interna de Israel y los temas de genealogía.
5.      2 Reyes 17 admite esto.
6.      La segunda parte de Proverbios (25:1) afirma haber sido compilada durante el reinado del Rey Ezequías.

7.      Textos que constituyen los capítulos 40 al 50 del actual libro de Isaías.

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