domingo, 23 de enero de 2022

EL AJEDREZ

EL AJEDREZ

Se sabe que el juego del ajedrez es originario de la India. Fue transmitido al Occidente medieval por medio de los persas y los árabes, como lo atestigua, entre otras cosas, la expresión de “jaque mate” (en alemán: Schachmatt; en francés: échec et mat), que deriva del persa shâh: “rey” y el árabe mât: “ha muerto”. En la época del Renacimiento se cambiaron algunas reglas: la “reina” 12 y los dos “alfiles” 13 recibieron mayor movilidad; desde entonces el juego adquirió un carácter más abstracto y matemático; se alejó de su modelo concreto, la estrategia, sin perder, no obstante, los rasgos esenciales de su simbolismo. El antiguo modelo estratégico sigue siendo evidente en la posición inicial de las figuras; en ella se reconocen los dos ejércitos colocados según el orden de batalla usado en el Oriente antiguo, la tropa ligera, representada por los peones, forma la primera línea; el grueso del ejército lo constituye la tropa pesada, carros de guerra (“torres”), caballeros (“caballos”) y elefantes de combate (“alfiles”); el “rey” con su “dama” o “consejero” permanecen en el centro de las tropas.
La forma del tablero corresponde al tipo “clásico” del Vâstumandala, el diagrama que también constituye el trazado fundamental de un templo o ciudad. Ya hemos visto 14 que dicho diagrama simboliza la existencia concebida como “campo de acción” de las fuerzas divinas. En su significado más universal, el combate figurado por el juego del ajedrez representa, por consiguiente, el de los devas con los asûras, los “dioses” con los “titanes”, o los “ángeles” 15 con los “demonios”, derivándose de éste todos los demás significados del juego.
La descripción más antigua que del juego de ajedrez poseemos se encuentra en “Las Praderas de Oro” del historiador árabe al-Mas’ûdî, que vivió en el siglo IX en Bagdad.
Al-Mas’ûdî atribuye la invención –o la codificación- del juego a un rey hindú, “Balhit”, descendiente de “Barahman”. Hay en ello una confusión evidente entre una casta, la de los Brahmanes, y una dinastía; pero que el ajedrez es de origen brahmánico, lo prueba el carácter eminentemente sacerdotal del diagrama de 8 x 8 cuadrados (ashtâpada). Por otra parte, el simbolismo guerrero del juego va dirigido a los Kshatriyas, casta de príncipes y nobles, como indica, además, el propio al-Mas’ûdî cuando escribe que los hindúes consideraban el juego del ajedrez (shatranj, del sánscrito chaturanga 16 como una “escuela de gobierno y defensa”.
El rey Balhit debió de componer un libro sobre este juego, del que “hizo una especie de alegoría de los cuerpos celestes, como los planetas y los doce signos del zodíaco, consagrando cada pieza a un astro …”. Hagamos notar que los hindúes cuentan ocho planetas: el sol, la luna, los cinco planetas visibles a simple vista y Râhu, “el astro oscuro” de los eclipses17 ; cada uno de estos “planetas” sigue una de las ocho direcciones del espacio. “Los indios –prosigue al-Mas’ûdî- dan un sentido misterioso al redoblamiento, es decir, a la progresión geométrica efectuada en las casillas del tablero; establecen una relación entre la causa primera, que domina todas las esferas y a la que todo conduce, y la suma del cuadrado de las casillas del tablero …”. Aquí, el autor probablemente sufre una confusión entre el simbolismo cíclico implicado en el ashtâpada y la famosa leyenda según la cual el inventor del juego pidió al monarca que llenara las casillas de su tablero con granos de trigo, colocando un solo grano en la primera, dos en la siguiente, cuatro en la tercera y así sucesivamente, hasta la casilla 64, lo que da la suma de 18.446.744.073.709.551.616 granos. El simbolismo cíclico del tablero de ajedrez reside en el hecho de que expresa el despliegue del espacio según el cuaternario y el octonario de las direcciones principales (4x4x4 = 8x8), y de que sintetiza, en forma “cristalina”, los dos grandes ciclos complementarios del sol y de la luna: el duodenario del zodíaco y las 28 mansiones lunares18 ; por otra parte, el número 64, suma de las casillas del tablero, es submúltiplo del número cíclico fundamental 25920, que mide la precesión de los equinoccios. Ya hemos visto que cada fase de un ciclo, “fijada” en el esquema de 8 x 8 cuadrados, está regida por un astro y simboliza al mismo tiempo un aspecto divino, personificado por un deva. 19 Así es como este mandala simboliza a la vez el cosmos visible, el mundo del Espíritu y la Divinidad en Sus múltiples aspectos. Al-Mas’ûdî tiene razón, pues, al decir que los indios explican “por cálculos” basados en el tablero “la marcha del tiempo y los ciclos, las influencias superiores que se ejercen sobre este mundo, y los lazos que las vinculan al alma humana …”.
El simbolismo cíclico del tablero de ajedrez era conocido por el rey Alfonso X el Sabio, el célebre trovador de Castilla, que compuso en 1283 sus Libros de Acedrex, obra que toma mucho de las fuentes orientales. 20 Alfonso X el Sabio también describe una antiquísima variante del ajedrez, el “juego de las cuatro estaciones”, que se desarrolla entre cuatro jugadores de modo que las piezas, dispuestas en las cuatro esquinas del tablero, avanzan según un sentido rotatorio análogo a la marcha del sol. Las 4 x 8 piezas han de tener los colores verde, rojo, negro y blanco; corresponden a los cuatro elementos: aire, fuego, tierra y agua, y a los cuatro “humores” orgánicos.
El movimiento de los cuatro campos simboliza la transformación cíclica. 21 Este juego, que se asemeja extrañamente a ciertos ritos y danzas “solares” de los indios de América del Norte, hace resaltar el principio fundamental del tablero.
Éste puede ser considerado como un despliegue de un esquema formado por cuatro cuadrados alternativamente negros y blancos y, en sí, constituye un mandala de Shiva, Dios en su aspecto de transformador: el ritmo cuaternario, del que este mandala es como la “coagulación” espacial, expresa el principio del tiempo. Los cuatro cuadrados, dispuestos alrededor de un centro no manifestado, simbolizan las fases cardinales de todo ciclo. La alternación de casillas blancas y negras, en este esquema elemental del tablero, 22 revela su significado cíclico 23 y hace de él el equivalente rectangular del símbolo extremo-oriental del ying-yang. Es una imagen del mundo en su dualismo fundamental.24 

Si el mundo sensible, en su expansión íntegra, resulta en cierto modo de la multiplicación de las cualidades inherentes al espacio por las del tiempo, el Vâstu-mandala deriva de la división del tiempo por el espacio: se recordará la génesis del Vâstu-mandala a partir del ciclo celeste indefinido, siendo éste dividido por los ejes cardinales y luego “cristalizados” en su forma rectangular. 25 El mandala, pues, es el reflejo invertido de la síntesis principal del espacio y del tiempo, y en ello radica su alcance ontológico.
Por otro lado, el mundo está tejido de tres cualidades fundamentales o gunas26 , y el mandala representa este tejer de manera esquemática, en conformidad con las direcciones cardinales del espacio. La analogía entre el Vâstu-mandala y el tejer es puesta de manifiesto por la alternación de los colores que recuerda un tejido cuya cadena y trama son alternativamente aparentes u ocultas.
La alternación del blanco y el negro corresponde además a los dos aspectos, principalmente complementarios pero prácticamente opuestos, del mandala: por una parte, éste es un Purushamandala, es decir, un símbolo del Espíritu universal (Purusha) en cuanto síntesis inmutable y trascendente del cosmos; por otra parte, es un símbolo de la existencia (Vâstu) considerada como soporte pasivo de las manifestaciones divinas. La cualidad geométrica del símbolo expresa el Espíritu, y su extensión puramente cuantitativa, la existencia. Del mismo modo su inmutabilidad ideal es “espíritu”, y su coagulación limitativa es “existencia” o materia; en la polaridad considerada, esta última no es la materia prima, virgen y generosa, sino la materia secunda, tenebrosa y caótica, raíz del dualismo existencial. Recordemos aquí 27 el mito según el cual el Vâstumandala representa un asûra, personificación de la existencia bruta: los devas han vencido a este demonio, y han establecido sus “moradas” sobre el cuerpo tendido de su víctima; así, le imprimen su “forma”, pero es él quien los manifiesta.28 
Este doble sentido que caracteriza al Vâstu-Purusha-mandala, y que, por lo demás, se encuentra de manera más o menos explícita en todo símbolo, será como actualizado por el combate que el juego del ajedrez representa. Tal combate, decíamos, es esencialmente el de los devas y los asûras, que se disputan el tablero del mundo. Aquí es donde el simbolismo del blanco y el negro, contenido ya en la alternancia de las casillas del tablero, adquiere todo su valor: el ejército blanco es el de la luz, el negro es el de las tinieblas. En un orden relativo, la batalla figurada en el tablero representa, bien la de dos ejércitos terrenales, cada uno de los cuales combate en nombre de un principio, 29 bien la del espíritu y las tinieblas en el hombre: son esas las dos formas de “guerra santa”: la “pequeña guerra santa” y la “gran guerra santa”, según una expresión del Profeta. Se advertirá el parentesco del simbolismo implicado en el juego del ajedrez con el tema de la Bhagavad-Gîtâ, libro que igualmente se dirige a los kshatriyas.
Si se traspone el significado de las diferentes piezas del juego en el orden espiritual, el rey será el corazón o espíritu y las demás figuras serán como las diversas facultades del alma. Sus movimientos, además, corresponden a diferentes maneras de realizar las posibilidades cósmicas representadas por el tablero: hay el movimiento axial de las “torres” o carros de combate, el movimiento diagonal de los “alfiles” o elefantes, que siguen un solo color, y el movimiento complejo de los caballos. La marcha axial, que “corta” de través los diversos “colores”, es lógica y viril, mientras que la marcha diagonal corresponde a una continuidad “existencial” y, por lo tanto, femenina. El salto de los caballos corresponde a la intuición.
Lo que más fascina al hombre de casta noble y guerrera es la relación entre voluntad y destino. Pues bien, es exactamente eso lo que el juego de ajedrez ilustra, precisamente porque sus encadenamientos son siempre inteligibles, sin ser limitados en su variación. Alfonso X el Sabio, en su libro sobre el ajedrez, cuenta que un rey de la India quiso saber si el mundo obedecía a la inteligencia o a la suerte. Dos sabios, sus consejeros, dieron respuestas contrarias, y para probar sus tesis respectivas uno de ellos tomó como ejemplo el ajedrez, en el que la inteligencia prevalece sobre el azar, mientras que el otro trajo unos dados, imagen de la fatalidad. 30 Al-Mas’ûdî escribe también que el rey “Balhit”, que posiblemente, pues, había codificado el juego del ajedrez, lo prefería al nerd, un juego de azar, porque en el primero, “la inteligencia siempre prevalece sobre la ignorancia”.

En cada fase del juego, el jugador es libre de elegir entre varias posibilidades, pero cada movimiento traerá consigo una serie de consecuencias ineluctables, de modo que la necesidad delimita la libre elección cada vez más, apareciendo el final del juego no como fruto del azar, sino como resultado de leyes rigurosas.
Se revela aquí no sólo la relación entre voluntad y destino, sino también entre libertad y conocimiento: a menos que haya una inadvertencia del adversario, el jugador salvaguardará su libertad de acción sólo en la medida en que sus decisiones coincidan con la naturaleza del juego, es decir, con las posibilidades que éste implica. Dicho de otro modo; la libertad de acción es aquí solidaria de la previsión, del conocimiento de las posibilidades; inversamente, el impulso ciego, por libre y espontáneo que parezca en el primer momento, se revela a fin de cuentas como una nolibertad.
El “arte regia” es gobernar el mundo –exterior o interior- en conformidad con sus propias leyes. Esta arte supone la sabiduría, que es el conocimiento de las posibilidades; ahora bien, todas las posibilidades están contenidas, de manera sintética, en el Espíritu universal y divino. La verdadera sabiduría es la identificación más o menos perfecta con el Espíritu (Purusha), siendo simbolizado éste por la cualidad geométrica 31 del tablero, “sello” de la unidad esencial de las posibilidades cósmicas. El Espíritu es la Verdad; por Ella es libre el hombre; fuera de ella, es esclavo de su destino. Ésa es la enseñanza del juego del ajedrez; el kshatriya que se entrega a él no encuentra tan sólo un pasatiempo, sino también, en la medida de su capacidad intelectual, un soporte especulativo, una vía que conduce de la acción a la contemplación.
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12

En el ajedrez oriental, esta pieza no es una “reina”, sino un “consejero” o “ministro” del rey (en árabe mudabbi o wezir, en persa fersan o fars). La denominación “reina”, en el juego occidental, parece deberse a una confusión entre el término persa fersan, que en castellano se convirtió en alferza, y el antiguo francés fierce o fierge, “virgen”. Sea lo que fuere, la atribución de tan predominante papel a la “dama” del rey bien corresponde a la mentalidad caballeresca. Es significativo, por lo demás, que el ajedrez haya sido transmitido a Occidente por la corriente arabo-persa, que también transmitió el arte heráldico y las principales reglas de la caballería.

13

Al principio, esta pieza era un elefante (en árabe al-fil) que llevaba una torre fortificada. La representación esquemática de una cabeza de elefante, en manuscritos medievales, pudo ser tomada por un birrete de bufón o una mitra: en francés la pieza se llama fou, “bufón”, y en inglés bishop, “obispo”; en alemán se le llama Lâufer, “corredor”.

14

[Nota del trad.: El autor se refiere varias veces a lo largo de este capítulo a artículos suyos, publicados anteriormente en la revista Etudes Traditionnelles, titulados Le Temple, corps de l’Homme divin, y La Génèse du Temple hindou, suponiéndolos accesibles a sus lectores. Como no es éste el caso del lector español, incluimos cada vez los extractos que hemos creído necesarios para la mejor comprensión del texto.]

“… sin el “sello” que el Espíritu divino imprime en la “materia”, ésta no tendría forma inteligible, y sin la “materia” que recibe el “sello” divino y, por decirlo así, lo delimita, ninguna manifestación sería posible. Según el Brihat-Samhita (LII, 2-3), había antaño, en el comienzo del presente manvantara, una “cosa” indefinible e ininteligible, que “obstruía cielo y tierra”; viendo esto, los devas la tomaron súbitamente, la echaron en tierra, boca abajo, y se establecieron sobre ella en la posición que tenían cuando la tomaron; Brahmâ la llenó de devas (nota: es la transformación del caos en cosmos, el fiat lux, por el que la tierra “informe y vacía” será llenada de reflejos divinos) y la llamó Vâstu-purusha” (t. Burkhardt, La Génèse du Temple hindou, en Etudes Traditionnelles, 1953.)

15

Los devas de la mitología hindú son análogos a los ángeles de las tradiciones monoteístas; sabido es que cada ángel corresponde a una función divina.

16

La palabra tchaturanga designa el ejército hindú tradicional, compuesto de cuatro angas = elefantes, caballos, carros y soldados.

17

La cosmología hindú siempre tiene en cuenta el principio de inversión y excepción, que dimana del carácter “ambiguo” de la manifestación: la naturaleza de los astros es luminosidad, pero como éstos no son la Luz misma, ha de haber también un astro oscuro.

18

“… el “campo” central del mandala representa el Brahmâsthana, la “estación” de Brahmâ; en el mandala de 64 cuadrados ocupa los cuatro cuadrados centrales … Los cuadrados situados alrededor del Brahmâsthana … son asignados a las doce divinidades solares …, el borde de 28 casillas corresponde a 28 mansiones lunares”. T. Burckhardt, cit. (nota del trad.)

19

Algunos textos budistas describen el universo como una tabla de 8 x 8 cuadrados, fijados por cuerdas de oro; estos cuadrados corresponden a los 64 kalpas del budismo (cf. Saddharma Pundarîka, Burnouf, Lotus de la bonne Loi, p.148). En el Râmayâna, la ciudad inexpugnable de los dioses, Ayodhya, es descrita como un cuadrado con ocho compartimentos por lado. Mencionemos también, en la tradición china, los 64 signos que se derivan de los ocho trigramas comentados en el I King. Estos 64 signos suelen estar dispuestos de manera que correspondan a las ocho regiones del espacio. Ahí también se encuentra, pues, la idea de una división cuaternaria y octonaria del espacio, que resume todos los aspectos del universo.

20

En 1254, San Luis había prohibido el ajedrez a sus súbditos. Es que apuntaba a las pasiones que el juego podía desencadenar, tanto más cuanto que se lo combinaba normalmente con el uso de dados.

21

Esta variante del ajedrez se describe en el Bhawishya Purana. Alfonso el Sabio habla también de un “gran juego de ajedrez” que se juega en un tablero de 12 x 12 casillas y cuyas piezas representan animales mitológicos; lo atribuye a los sabios de la India.

22

Dado que el tablero chino, que también es originario de la India, no cuenta con la alternancia de los dos colores, es de creer que este elemento viene de Persia; permanece fiel al simbolismo original del tablero de ajedrez.

23

También hace de él un símbolo de la analogía inversa; la primavera y el otoño, la mañana y la tarde, son inversamente análogos. De manera general la alternación de blanco y negro corresponde al ritmo de día y noche, de vida y muerte, de manifestación y reabsorción en lo no manifestado.

24

Por esta razón, el tipo de Vâstu-mandala de casillas impares no pudo servir de tablero: el “campo de batalla”, que éste representa, no puede tener centro manifestado, pues debería situarse simbólicamente fuera de las oposiciones.

25

“… en el lugar elegido para la construcción del templo, se erige “un pilar” y se traza un círculo alrededor a guisa de gnomon: la sombra del pilar proyectada en el círculo indicará, por sus posiciones extremas de la mañana y la tarde, dos puntos unidos por el eje este-oeste (figs. 1 y 2). Alrededor de estos mismos puntos se trazan a continuación, con un compás hecho de una cuerda, círculos gemelos que se entrecortan en forma de “pez”, que marcará el eje norte-sur (fig. 2)”.

Otros círculos, centrados en cuatro puntos de los ejes obtenidos, permitirán fijar, por sus intersecciones, las cuatro esquinas de un cuadrado; éste se presenta, así, como la “cuadratura” del ciclo solar, cuya imagen directa es el círculo del gnomon (fig. 3).

Este rito de la orientación es de un alcance universal. Sabemos que fue practicado en las más diversas civilizaciones: antiguos libros chinos la mencionan, y Vitruvio nos enseña que de esta manera establecían los romanos el cardo y el decumanus de sus ciudades … Se habrá observado que las tres fases de este rito corresponden a tres figuras geométricas fundamentales: el círculo, imagen del ciclo solar, la cruz de los ejes cardinales, y el cuadrado que de ellos resulta. Son los símbolos de la gran tríada extremo-oriental Cielo-Hombre-Tierra, siendo el Hombre (fig. 4) en esta jerarquía, el intermediario entre el Cielo y la Tierra, principio activo y principio pasivo, exactamente igual que la cruz de los ejes cardinales es el intermediario entre el ciclo ilimitado del cielo y el cuadrado terrestre” (T. Burckhardt:, Le Temple, corps de l’Homme divin en Etudes Traditionnelles, 1951) (Nota del trad.)

26

Cf. René Guénon, Le Symbolisme de la Croix.

27

(nota del trad.) Véase nota 3.

28

El mandala de 8 x 8 cuadrados también es llamado Mandûka, “la rana”, por alusión a la Gran Rana (maha-mandûka) que sostiene todo el universo y es símbolo de la materia indiferenciada y oscura.

29

En una guerra santa, es posible que cada uno de los dos adversarios, legítimamente, pueda considerarse como protagonista de la Luz que combate las tinieblas. Es otra consecuencia del doble sentido de todo símbolo: lo que para uno es expresión del Espíritu, puede ser imagen de la “materia” tenebrosa para el otro.

30

El mandala del tablero de ajedrez por una parte, y el dado por otra, representan dos símbolos diversos y complementarios del cosmos.

31

Recordemos que el Espíritu, o el Verbo, es la “forma de las formas”, es decir, el principio formal del universo.





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