lunes, 27 de junio de 2022

HINDUISMO: ÉPOCA DE LOS VEDAS

LAMUERTE Y EL HAMBRE
La muerte es inherente a la creación. Es hambre, y el hambre está sujeta a todo lo que se alimenta y crece. Según esta lógica, no hay creación sin extinción. Tras un tiempo dedicado a engendrar criaturas, Prajapati vio de pronto que la pesaban. Lo arrastraban hacia abajo con una gravedad amenazadora. La Muerte (Mrtyu) se instaló en la matriz de Prajapati y se adhería a las criaturas conforme salía. Por eso los seres tienen una cita con ella. De esta cita no se liberan ni siquiera los dioses. Para combatir la muerte, Prajapti cultivó el ardor interno durante mil años, que era la duración de su propia vida. Así, el que da la vida, aquel al que todas las criaturas deben su existencia, consagra su propia vida a vencer a la muerte. Un duelo interminable, de resultado incierto, cuyo desenlace lo dicta el ardor (tapas). La tierra, refugio donde atenuar el miedo a la muerte, acoge sobre su piel los sacrificios bajo la atenta mirada de la noche, que "nos mira con sus incontables ojos". 
Otos mitos asocian a Prajapati con la muerte misma, esa que aterroriza a los dioses y a los hombres, y para aplacar ese miedo inventan el sacrificio, que enseña a ir más allá de la muerte y ha de realizarse en un altar levantado con ladrillos y que tenga forma de ave. Pero la muerte reclama su parte, y esa parte es el cuerpo.
Nadie es inmortal con el cuerpo; aquel que haya de volverse inmortal (no todas las almas so son), mediante el sacrificio o mediante el conocimiento, sólo podrá serlo después de separarse del cuerpo.
Además, el amargo trago de la muerte es una molestia recurrente. No se muere una sola vez, sino que hay que pasar por sucesivas muertes. El audaz buscará modos de escapar a ese destino. 

EL ENIGMA DE LA IDENTIDAD
Prajapati, el dios creador, origen de todo los existente, no está seguro de existir. "Quién soy yo?, se pregunta. Por eso lo llaman "Quién" (Ka), porque en sí mismo es un interrogante. Se volvió el garante de la pregunta última y fundamental y de todas las demás que se derivan de ella. Las dudas de Prajapati sobre su propia identidad dan origen, paradójicamente, a todas las identidades. Estas surgen de él, que parece no tener ninguna. También todos los opuestos, que son la materia de la que está hecha lo manifiesto. Una vez realizado el gesto fundacional, se retira dejando que se desate la carrera de los seres, que es la carrera de las identidades. Seres, por otro lado, perfectamente dispuestos a olivdarlo.
Prajapati es el sacrificio de la identidad, la capacidad de asumir la duda sobre la propia existencia. Esa incertidumbre se transfiere a la condición humana. Nadie sabe en realidad quién es. Un tema que desarrollará en profundidad el budismo. Detrás de un nombre hay siempre otro nombre y, como trasfondo, la pura indefinición, la inmensidad sin márgenes. Las dudas de Prajapti las compartimos nosotros, sus hijos, que sólo conocemos el hambre o el rito. El sacerdote imita los gestos del sacrifico original para que la creación continúe, para que sigan naciendo identidades abocadas al sacrificio. Es la actividad perenne del mundo natural, que reproduce lo que sucedió en el origen de los tiempos. No importa que haya múltiples versiones; todas ellas convergen en el sacrifico y cada una sirve para explicar uno de sus aspectos. 

REINTEGRACIÓN
Queda el último paso. La reintegración de la criatura en el creador, el regreso al origen. Por sí sola, la criatura es impotente. Necesita del "enlace" divino, de la "correspondencia oculta" (upanishad) que reconstruye la Unidad primordial. El sacrificio es también una nave o transbordador que permite "llegar" a lo divino, actualizar ese vínculo. El destino del mundo está en manos de la criatura, pues la creación es el altar en el que Prajapati se ha inmolado y su tarea es reconstruirlo. Ahora el hombre es el "agente" de la divinidad el destino de Dios está en sus manos. Panikkar expresa con brillantez esta situación, tan actual, que apunta al ateísmo religioso de la sensibilidad moderna. 
La diferencia entre Dios y el hombre no es de orden numérico: no son dos. Pero tampoco son uno, desde el momento en que la unidad no ha sido todavía realizada, alcanzada. Mientras que el hombre es, Dios no es; mientras que Dios es, el hombre no es.
Esa reintegración requiere a su vez un sacrificio, la renuncia a la propia identidad, precisamente a aquella que el sacrificio original hizo posible. Con ello, la criatura no sólo es salvada, sino también divinizada. Un último paso que cierra el círculo.

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