LA SECTA DE JESÚS
Aunque durante cientos de años los Judíos habían estado unidos en su devoción a Yahvé y en su aceptación de la Torah, esta unidad llegó a su fin. Hasta la caída de Jerusalem en el 70 d.C. y el concilio en Yavneh no hubo ortodoxia Judía: el Judaísmo abrazó un número de grupos y sectas. Los Cristianos constituían una de ellas, junto con los Saduceos, Fariseos, Esenios, Zelotes, y otros menos conocidos. Los Cristianos, incluidos los Gentiles conversos, se veía a ellos mismos como Judíos –y hasta bien entrado el siglo II otros Judíos también se veían como Judíos, aunque Judíos con creencias extrañas acerca del profeta Jesús de Nazaret(1)
La mayoría de lo que conocemos acerca de Jesús y sus seguidores viene de escritos Griegos a cargo de autores desconocidos que tomaron el nombre de Mateo, Marcos, y Lucas, que conocemos como evangelios sinópticos. El evangelio más antiguo, el de Marcos, fue probablemente redactado cerca del 70 d.C., pero hay materiales más antiguos insertos Mateo y Lucas. Este material, no conocido por Marcos, es comúnmente atribuido a una fuente perdida conocida como Q, que se piensa fue compuesta cerca del 50 d.C.
Se cree que Marcos y Q reflejan las creencias y expectativas de carismáticos que, como Jesús y los discípulos originales, deambulaban de pueblo en pueblo en Siria-Palestina, estableciendo comunidades de conversos(2). Ambas fuentes se basan en tradiciones que llegan hasta los tiempos de Jesús. El Jesús que retratan es más que nada alguien que proclama el reino de Dios (quizá el reinado de Dios es un término más exacto). Está obsesionado con la venida del reino y la eliminación de las fuerzas que los obstruyen(3).
Pero qué quería decir Jesús con el reino y su venida? Lo pensaba como un proceso gradual o una mejora ética, expandiéndose en un futuro remoto? O como algo que existe aquí y ahora en el que pueden entrar los individuos si así lo quieren? O como un sentido individual de comunión con Dios? Todos estos puntos de vista han sido mantenidos con bastante erudición y convicción firme por muchos estudiosos serios. Pero otros estudiosos aunque ofrecen interpretaciones que difieren en puntos particulares, están interesados en tener en cuenta el contexto histórico en el cual Jesús vivió, pensó, y enseñó(4). Estos mantienen que Jesús esperaba una transformación total del mundo en un futuro muy cercano. Esta interpretación es muy apoyada por Marcos y Q.
2
Por qué el reino de Dios estaba en el futuro, por qué no había estado desde siempre presente? Marcos responde claramente, aunque muchos Cristianos de hoy día encuentren difícil aceptarlo. Varios sectarios Judíos, como los de la comunidad de Qumran y el autor de los Jubileos, creían y enseñaban que un ser sobrenatural con un poder terrorífico estaba en el mundo con el propósito de impedir el plan de Dios –y continuaría así hasta que en los últimos días fuese destruido. Marcos muestra a Jesús y sus discípulos profundamente convencidos de esto mismo: se trata de una escatología dualista que era central en su visión del mundo.
Al comienzo de su ministerio, después de ser bautizado por Juan, el Espíritu desciende sobre Jesús e inmediatamente lo lleva al desierto, para ser tentado por Belial (o Satán) durante cuarenta días. En la tradición Judía la tentación era pensada no como una seducción sino como una prueba de fuerza: Jesús está sumido en un combate con Satán –un Satán tan poderoso que posee todos los reinos del mundo. El escenario de la contienda, o combate, es significativo: “Jesús está entre las bestias salvajes, y los ángeles le sirven” las imágenes son muy familiares con la Biblia: como se puede observar en Génesis, Adán vivía en paz entre los animales salvajes en el Jardín del Edén, también, según Isaías, en la era a venir los animales de todo tipo vivirán en paz y armonía los unos con los otros, incluidos los seres humanos. Ahora que Satán está siendo derrotado, el paraíso se está reconquistando –y si los ángeles sirven al ser humano, esto es un signo que la comunión entre Dios y la humanidad está siendo restaurada(5).
En versiones más tempranas del mito del combate las fuerzas del caos que el héroe –Marduk o Ba´al- combate y derrota estaban simbolizadas por el mar tempestuoso. Quizá esto resuena con el relato de como Jesús increpó y calmó las aguas en el lago de Genesaret, y caminó sobre ellas. Jesús lucha contre Belial mediante sus exorcismos(6). En los territorios del norte los “hombres de Dios siempre habían sido considerados como gente que tenía poderes curativos: ya en el siglo IX Elías y Elíseo eran curanderos famosos. Pero los poderes atribuidos a Jesús (también un norteño) tenían un significado nuevo y más profundo. Se creía de manera general que la enfermedad mental y física eran manifestaciones del poder de Satán. La enfermedad física era el castigo de Dios por el pecado –pero era Satán quien seducía a los seres humanos en primer lugar. El desorden mental era el resultado de la posesión demoníaca –los demonios eran los asistentes de Satán.
Dios le había dado a Jesús poder sobre los demonios –como éstos mismos reconocían, cuando gritaban, “qué tienes tú con nosotros, Jesús de Nazaret? Has venido a destruirnos?(7). Dado que los demonios pertenecían a las huestes Satánicas, cada expulsión de un demonio era vista como una victoria sobre Satán. Así es como, en los Evangelios, Jesús presenta sus exorcismos a aquellos que le critican: en sus debates con sus oponentes deja bien claro que veía estos actos como parte de una lucha que él y sus seguidores estaban llevando a cabo, a favor de Dios y con la ayuda de Dios, contra los enemigos de Dios(8). Incluso se compara él mismo con un ladrón que entra en la casa de un hombre fuerte, lo ata y le roba sus pertenencias –el hombre fuerte es, bien entendido, Satán(9).
El mismo significado le es atribuido a la actividad de Jesús y sus discípulos como predicadores. Cuando Jesús envía a sus seguidores a predicar la venida del reino también les ordena, al mismo tiempo y como parte de la misma misión, expulsar los demonios, curar los enfermos, y perdonar los pecados –tres maneras de decir la misma cosa, dado que las palabras “curar”, “expulsar demonios”, “perdonar los pecados” eran sinónimos intercambiables(10). Exorcismos, curaciones, predicar el reino –todas eran maneras de sacar a la gente del dominio de Satán. Sacar a la gente del ámbito de Satán predicando, expulsando demonios mediante exorcismos y curaciones, eran todas partes del drama escatológico. Aunque los milagros de Jesús han sido comparados algunas veces con las hazañas de los magos Helenos y Rabinos, su significado original era bastante distinto: pretendían preparar el camino para la venida del reino, es más, eran todos señales de que el reino estaba cerca. Cuando los discípulos regresan de su misión, regocijándose de su éxito, su informe evoca una visión en Jesús: ve a Satán cayendo del cielo como un rayo(11). El significado es sin duda, muy claro: Satán, que poseía todos los reinos del mundo, está perdiendo su poder, su dominio está llegando a su fin, su ruina está asegurada.
No es que el reino de Satán esté llegando a su fin de manera pacífica, dando lugar de manera gradual al reino de Dios. Antes que el cosmos pueda ser hecho perfecto, las fuerzas del caos tratarán de impedirlo a toda costa. Los escritos apocalípticos vaticinaban un periodo de tribulación terrible que precedería la era de salvación: la guerra de las cuatro bestias contra el pueblo de Dios, en Daniel, es un ejemplo. El llamado “Apocalipsis de Marcos” narra como tendrán lugar guerras, rumores de guerras, oscurecimiento del sol y la luna, etc. cuando llegue la consumación(12) –e incluso si esta profecía fue construida por la Iglesia temprana, el horror que reflejaba puede muye bien haber sido compartido por Jesús. En el Padre Nuestro se sugiere todo esto “no nos dejes caer en la tentación” o “líbranos del mal” como refiriéndose a la tribulación preparada por Satán como última y desesperada estratagema para corromper a los fieles y mantener su poder en la tierra(13). Es por esto que en la versión de Mateo la súplica es reforzada por la fórmula: “Sálvanos del malvado, -Satán. El libro del Apocalipsis tiene mucho que decir acerca de esto.
El reino vendrá cuando Dios lo quiera, su llegada será como la entrada de una fuerza divina en la historia, destruyendo y transformándolo todo. Pero los seres humanos pueden preparar este camino, el número de aquellos que serán elegibles para participar en el reino puede ser aumentado. Jesús y sus discípulos son presentados como implicados en ello.
3
En la llegada del reino la intención original de Dios, ya no impedida por Belial/Satán, será completamente realizada.
Jesús compartía el punto de vista que era normal en su tiempo. Estaba la tierra con sus habitantes humanos y el cielo con sus huestes angélicas –y ambos no solo estaban relacionados, sino que se suponía debían corresponderse exactamente. Esto iba a tener lugar ahora: Dios, en una suprema manifestación de su soberana autoridad, iba a restaurar el orden en el cielo y la tierra que había tratado de establecer en el principio pero que solo había realizado en el cielo. “Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” vistas en este contexto las palabras adquieren un nuevo significado. Hablan de la restauración en la tierra de lo que hubo en sus comienzos. Ahora esta perfección primordial estaba a punto de ser re-creada –a escala masiva, involucrando multitudes en lugar de solo Adán y Eva, y esta vez sería irreversible.
Habría una nueva relación entre los seres humanos y Dios –una relación en la que la confianza, la sumisión filial serían correspondidas con una amor paternal ilimitado. Y este amor se manifestaría en la transformación de la condición humana. Todas las bendiciones que los profetas habían anunciado serían ahora realizadas. Se dice en Isaías, “que se abrirán los ojos del ciego, las orejas de los sordos se destaparán”(14). Para Jesús esto significaba que el poder que Satán y sus demonios habían ejercido sobre los seres humanos sería destruido –y esto es lo que ya estaba ocurriendo. En palabras de Mateo: “La gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían. Y alabaron al Dios de Israel”(15).
No habría mas hambre tampoco. El libro de Isaías dice:
“Preparará Yahvé Sebaot
para todos los pueblos en este monte
un convite de manjares enjundiosos,
un convite de vinos onerosos:
manjares sustanciosos y gustosos,
vinos generosos con solera”(16).
Jesús compara muchas veces el reino con un banquete –y parece que no era una mera comparación, pues en la Última Cena dijo, “Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba, nuevo, en el Reino de Dios”(17). Esto no implica que Jesús esperaba retornar de entre los muertos –podría igualmente indicar que esperaba realizar en unos cuantos días no su muerte sino su reino. También tenemos la historia de la higuera que Jesús se supone maldijo por no tener frutos cuando el lo quiso, aunque no era la estación: se ha argumentado plausiblemente que estaba orando más bien por la venida del reino, cuando la maldición primordial sobre la tierra sería abolida y la naturaleza daría sus frutos con abundancia ilimitada(18).
Como quiera que uno elija interpretar estos pasajes, no hay duda que muchos de los primeros Cristianos esperaban una era de fertilidad abundante. Un eco de estas expectativas está reflejada en los escritos del Padre Apostólico Papías, que data aproximadamente del 110 d.C.(19). Una persona estudiada, y obispo de Hieropolis en Frigia, era un Judío Cristiano que compartía los puntos de vistas de los Judíos Cristianos que habían huido de Palestina a Asia Menor después de la catástrofe del 70 d.C. Se dedicó a conservar los relatos de las enseñanzas de Jesús que circulaban en esos momentos –y esto es lo que creía que Jesús había predicho acerca del milenio que seguiría a su retorno a la tierra:
Llegará el día que los viñedos tendrán diez mil retoños, y cada uno diez mil brotes, y cada brote diez mil tallos, y cada tallo diez mil racimos….. y cuando alguno de los Santos arranque un racimo, otro racimos gritará, “yo soy un racimo mejor, arráncame a mi…”(20).
Estas expectativas eran tradicionales. Aceptadas en la profecía post-exílica, encontraron un lugar también en la apocalíptica Judía: el Apocalipsis de 2 Baruch, que data de cera del 100 d.C. contiene una profecía muy similar a la de Papias(21). En el siglo II d.C., Ireneo, obispo de Lyon y distinguido teólogo, citaba a Papias junto con pasajes de las escrituras –insistía incluso que era parte indispensable de la ortodoxia creer que esas cosas tendrían lugar(22). Que Jesús compartía la misma expectativa parece ser es algo cierto.
Según aparece en los Evangelios, Jesús esperaba que los ciudadanos del reino serían muy diferentes de los mortales ordinarios. Su comentario acerca de Juan el Bautista indica algo así: nadie es más grande que Juan el Bautista de los nacidos de mujer, pero el más pequeño en el reino de los cielos sería más grande que él(23). Más adelante Jesús deja claro que veía a Juan el Bautista como una reencarnación de Elías –que era más que un profeta cuyo retorno a la tierra era esperado, tradicionalmente, para anunciar la venida del reino. Por lo tanto, si Juan es inferior a los ciudadanos del futuro reino, éstos serán algo más que aquellos “nacidos de mujer”.
La alusión, de nuevo, recuerda la frase en el Padrenuestro, “así en la tierra como en el cielo”. Con la venida del reino, el estado de este mundo reflejará lo que siempre ha sido el cielo. Quizá, entonces, el cielo y la tierra se unirán, y aquellos que vivan en esta único ámbito serán igualmente gloriosos? Algunas veces Jesús parece sugerir esto: en el reino, dice, hombres y mujeres serán “como los ángeles del cielo”, y no se casarán. En otro dicho afirma que en el reino los justos “brillarán como el sol”(24).
Pablo esperaba un reino puramente espiritual, “en el aire”. Jesús parece, más bien, esperar una tierra transformada. Si es así, se mantenía en una tradición que iba hasta el Apocalipsis de 1 Henoc, y el Segundo Isaías. Ni –en contra de la más difundida tradición- fue esta tradición rápidamente rechazada por el Cristianismo: no todos estaban de acuerdo con Pablo. El más grande de los Padres, Agustín, dijo esto mismo en “La Ciudad de Dios”, escrita entre el 413 y 427 d.C.: “…. Este cielo y esta tierra pasarán, y un nuevo mundo comenzará. Pero el antiguo no será completamente consumido; solo pasará mediante un cambio universal…. Entonces (como digo) las cualidades corruptibles del mundo serán abrasadas, y todas las que tenían correspondencia con nuestra corrupción serán transformadas para adecuarse a la inmortalidad, de manera que el mundo, al ser tan substancialmente renovado, pueda ser adaptado para los hombres cuyas substancias también hayan sido renovadas”(25).
Una dispensación en la que los seres humanos son rescatados de la tiranía de los demonios, liberados de la carga del pecado, liberados también de las enfermedades físicas y mentales expresión externa del pecado o posesión demoníaca, serán situados en una tierra incorruptible e infinitamente fértil, dotados con cuerpos gloriosos que no envejecen e inmortales, y sobretodo reconciliados con un dios de amor y perdón –esto es, perece ser, lo que muchos Cristianos entendían que Jesús había prometido.
Pero se lo había prometido solo a una minoría.
4
La Galilea en la que operaba Jesús era una tierra fértil, cultivada por prósperos agricultores. Pero también había gente pobre y marginada –Jesús estaba interesado en ellos. No tenían que merecerlo, ni ser piadosos: el hecho de estar excluidos era suficiente. Los enfermos y los mentalmente perturbados; los que realizaban negocios despreciables como eran los recolectores de impuestos y las prostitutas; los pobres e ignorantes; las mujeres y niños que no contaban para nada- esos tenían prioridad para Jesús en su relación personal.
Esta es la gente a la que Jesús se dirigía principalmente. Cuando Jesús enumera las curas milagrosas que ha realizado en preparación para la venida del reino lo hace con palabras que combinan tres pasajes de Isaías –y dos de las tres se refieren específicamente a la venida de la salvación de los pobres, humildes, cautivos, prisioneros. Añade, como un signo más de la consumación inmediata: “…se anuncia a los pobre la buena nueva(26). De hecho eran buenas nuevas para ellos, pues eran los mejor cualificados para entrar en el reino: “Pero muchos primeros serán últimos, y muchos últimos, primeros”(27). Las Bienaventuranzas señalan la misma dirección: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados”(28).
El Reino también será para aquellos que cuidan a los pobres(29). “Vende cuanto tienes y dáselo a los pobres”(30). “Cuando des un banquete, llama a los pobres, los lisiados, a los cojos y a los ciegos…. Serás recompensado en la resurrección de los justos”(31). Jesús no era un reformador social, ni un revolucionario, ni excluía a nadie debido a su posición social en este mundo –pero el reino que esperaba no era para aquellos que se aferraban al poder, prestigio y riquezas.
Había otra limitación. Jesús era Judío –sus seguidores eran todos Judíos, que coincidían con lo que él creía acerca de su misión: como cualquier profeta anterior, sentía que era enviado a Israel solamente(32). De entre los evangelistas solo Lucas muestra a Jesús predicando algunas veces a los Gentiles junto a los Judíos –y Lucas, que era también el autor de Hechos de los Apóstoles, sugería que la misión a los Gentiles se correspondía con las intenciones originales de Jesús. Los otros dos Evangelios Sinópticos presentan un cuadro diferente: de acuerdo con estos, el ministerio de Jesús y sus discípulos estuvo limitado, durante su vida, a los Judíos. Es más, si seguimos a Marcos se puede pensar que la misión de “los doce” no se esperaba se extendiese más allá del país de Jesús, Galilea, antes de la llegada del Reino.
Los Gentiles no le interesaban mucho a Jesús. Aunque algunas veces usó su poder para como exorcista en beneficio de un Gentil, esto es presentado como un acto de gran condescendencia. El relato de la mujer Siro-Fenicia representa sin lugar a dudas su actitud. Esta Gentil le rogaba que “expulsara un demonio de su hija”. “Él le dijo: Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos”. “Pero ella respondió: Sí, Señor. Pero también los perrillos comen bajo la mesa las migajas de los hijos”. “Él, entonces, le dijo: Por eso que acabas de decir, pues irte; el demonio ha salido de tu hija”(33). Y los Gentiles que se imagina dirigiéndose al nuevo Templo lo hacen –como en 1 Henoc- porque se han convertido al Judaísmo. Para las naciones el camino de salvación solo se realiza mediante “La Asimilación al Israel Salvado”.
En tanto que anunciante del reino Jesús solo pensó en los Judíos. Es más, él mismo era un observante muy estricto de la Ley. La noción tan ampliamente difundida de que sustituyó la Ley por una nueva dispensación de gracia está basada en la “Diáspora Helenista de Pablo”. Jesús mismo habló de manera muy diferente: “Es más fácil que el cielo y la tierra pasen que no caiga un ápice de la Ley”(34). Si, como parece, predijo que el Templo sería destruido y reemplazado por uno nuevo, esto, sin duda, le granjeó la hostilidad del lobby sacerdotal –pero de ninguna manera implicaba una abrogación de la Ley: 1 Henoc y Jubileos también predicen esas cosas, y a partir de ahí se entra en la consumación de los tiempos(35). “Los Ciudadanos del Reino de Dios tenían que ser Observantes Estrictamente Judíos”.
5
Por qué se preguntaron los discípulos de Jesús si él era el Mesías? Se veía Jesús a sí mismo como Mesías? Ningún aspecto de su vida y enseñanza ha sido más debatido que este, y ninguna respuesta ha sido completamente aceptada.
Por un lado no hay palabra alguna en los Evangelios que sugiera que Jesús afirmó ser el Mesías Davídico, i.e. un líder militar que derrotaría a los enemigos de Israel, restablecería la nación con su poder político, y se instalaría él mismo como rey. Por otra lado parece que esperaba que, con la llegada del reino, Dios reuniría a las tribus dispersas de Israel en un Sión purificado, alrededor del nuevo Templo(36). Además la decisión de tomar doce discípulos parece haberse originado en su expectativa de gobernar sobre las doce tribus de Israel. Su promesa “a los doce” sugiere ciertamente esto: “Os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos par juzgar a las doce tribus de Israel”(37). Además, algunos de sus seguidores son representados pidiendo estatus para ellos en el reino futuro –como cuando preguntan quién es el más grande en el reino(38), o cuando la madre de los hijos de Zebedeo pide: “Manda que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”(39).
Quizá la contradicción es más aparente que real. “Mesías”, después de todo, significa “ungido”: no se refiere necesariamente al monarca David(40). Se nos dice que cuando Jesús leyó el libro de la Ley en la sinagoga en Nazaret eligió un pasaje de Isaías:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor”(41).
Y añadió, “Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”. –y tanto él como su audiencia deben haber recordado la amenaza con que continua el texto: “y un día de venganza de nuestro Dios”.
Parece ser que Jesús pensaba de sí mismo que era el Mesías de los pobres; y que esperaba que el dominio Romano en Palestina iba a ser derrotado pronto, no mediante una sublevación armada sino mediante una intervención directa de Dios, y que sería remplazado por un régimen en el que él gobernaría como vice-regente de Dios. De ahí el que la nota burlesca –INRI (Jesús Nazareno Rey de los Judíos)- que los Romanos clavaron en la cruz parezca ser más apropiada de lo que se ha creído normalmente.
Pero había algo paradójico en la situación. Ninguno de los cambios que se esperaba habían de acompañar la aparición del Mesías tuvo lugar: el reino no llegó, y Jesús fue ejecutado. El que la secta no desapareciera sino, al contrario, comenzara a prosperar, fue debido al desarrollo que aparece en los Evangelios como “resurrección”. Un escritor Cristiano ha señalado en un estudio que la resurrección no puede ser confirmada mediante los métodos de investigación histórica(42); los relatos de las apariciones del Jesús resucitado en Galilea y Jerusalem difieren demasiado para ser tomados como evidencia histórica de un evento físico. Pero no hay duda que los relatos acerca de un Jesús resucitado pronto comenzaron a circular, y ser creídos. Y esto lo cambió todo.
Creer en la resurrección de Jesús era el punto central de la fe de la Iglesia temprana: sin esta creencia la Iglesia probablemente nunca habría existido. Sin duda alguna, nunca habría florecido de la manera que lo hizo. Acerca de este tema tenemos la evidencia de Pablo, quien había oído más acerca de estas apariciones de lo que está registrado en los Evangelios y en Hechos……….. “y que resucitó al tercer día, según las Escrituras…… que se apareció a Cefás y luego a los Doce; que después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que todavía la mayor parte viven, aunque otros ya murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí………… Pues bien, tanto ellos como yo predicamos esto; y esto es lo que habéis creído………….ahora bien, si predicamos que Cristo ha resucitado de entre los muertos, cómo andan diciendo algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó; y si no resucitó Cristo, nuestra predicación es vana, y vana también vuestra fe………..” (43).
Al principio el Jesús resucitado era pensado como el Mesías que traería la salvación al pueblo Judío. Es más, la resurrección parece darle sentido a un destino que no debería haberle ocurrido al Mesías. Si Jesús había fallado en realizar la tarea mesiánica durante su vida, esto significaría simplemente que su mesianismo se hizo efectivo solo después de su muerte. Gracias a esta interpretación las expectativas originales no sólo sobrevivieron a la crucifixión sino que fueron reforzadas. Lucas no ve nada incongruente en la pregunta que le hacen los apóstoles a Jesús antes de su ascensión: “Señor, va a ser ahora cuando restablezcas el Reino a Israel?”(44). De hecho es porque Jesús continuó siendo identificado con el esperado Mesías del Judaísmo que, unos años después de su muerte, el término “Cristiano” fue acuñado en la comunidad Judeo-Cristiana de habla Griega de Antioquia: “Cristos” es simplemente el equivalente Griego del Semítico “Mesías”, que significa “Ungido”.
Pero el concepto de Mesías que fue aplicado a Jesús pronto comenzó a ser transformado.
6
Tradicionalmente, el Mesías había sido pensado como ser humano. Pero en el primer siglo d.C. ciertos grupos elaboraron el concepto de Mesías como ser sobrenatural y trascendente –con apariencia humana, pero con una segunda figura divina.
Un relato clásico de esta figura se encuentra en la parte de 1 Henoc comúnmente conocida como “Las Parábolas o Similitudes” aunque descritas por el autor, de manera más apropiada, como “La Segunda Visión”(45). Las Similitudes forman una porción substancial de toda la obra –capítulos 37 hasta el 71, de un total de 104 capítulos; pero su relación con el resto ha sido, y continua siendo, debatida. No aparece ni en los fragmentos Arameos de 1 Henoc encontrados en Qumran ni en los de la traducción Griega, y esto ha llevado a algunos estudiosos a considerarla como una obra tardía, del siglo segundo o incluso tercero d.C., muy influenciada por los Evangelios. Sin embargo, la opinión prevalente actualmente es que es una obra Judía, originalmente compuesta en Hebreo o Arameo durante el periodo Romano; y se argumenta, según la evidencia interna, que tuvo lugar poco después del ministerio de Jesús(46).
En las Similitudes el Mesías -el Ungido-, es llamado también “el Hijo del Hombre” –quizá una reminiscencia de Daniel 7 – y “el Elegido”; y se nos dice que fue elegido, designado para este único destino, antes que fuesen creados el sol y las estrellas. Dios, aquí llamado “el Señor de los Espíritus” –un título no encontrado en ningún sitio fuera de 1 Henoc- lo mantuvo oculto hasta que llegara el tiempo para ser revelado. Este tiempo sería el Día del Juicio.
El Día del Juicio vendrá una vez alcanzado un número predeterminado de elegidos. Entonces el Señor de los Espíritus tomará su lugar en el trono de gloria, rodeado por las huestes angélicas y con su concilio de ángeles ante él. Los “Libros de los Vivientes” –los registros de las buenas y malas acciones realizadas por cada individuo- serán abiertos, y se realizará el juicio. Esta será la tarea del Hijo del Hombre: sentado, como el Señor de los Espíritus, en un trono de gloria, pronunciará sentencia sobre los vivos y los muertos(47).
Especialmente condenará a los grandes de la tierra. Los que confían en sus riquezas y dioses paganos, “los reyes y los poderosos y los exaltados, y aquellos que poseen la tierra” que han negado al Señor de los Espíritus –y han negado, también, al Hijo del Hombre(48). Ahora verán con terror y desesperación al Hijo del Hombre. Le suplicarán un plazo para confesar sus malas acciones y alabar al verdadero Dios –pero, inamovible, el Hijo del Hombre los llevará antes los ángeles del castigo. Los justos verán con deleite como sus opresores son enviados a la oscuridad del infierno, entre los gusanos, sin esperanza alguna de resurrección –o para ser atormentados en el Valle de Hinnom(49).
Todo mal pasará y será vencido por el poder del Mesías entronizado –a partir de ahí no habrá más nunca nada corruptible(50). Finalmente, el Señor de los Espíritus transformará el cielo y la tierra en “una bendición y luz eternas”(51).
Aunque los justos vivirán en la tierra, sus vidas trascenderán las limitaciones normales de la vida humana. El Hijo del Hombre vivirá en medio de ellos, y con él vivirán, comerán, descansarán, para siempre(52). Serán transformados. El Señor de los Espíritus les dará un “vestido de vida”, de manera que sean como los ángeles. Y serán inmortales: “los elegidos habitarán en la luz de la vida eterna; y no habrá fin a los días des sus vidas…….”(53).
El final de las Similitudes es asombroso. Henoc describe como fue trasportado en espíritu al cielo donde, en presencia del Señor de los Espíritus y miríadas de ángeles, el arcángel Miguel le aseguró: “Tú eres el Hijo del Hombre nacido para la justicia”. El Mesías que ha de presidir el mundo transformado y sus ciudadanos transformados viene a ser nada menos que el mismo Henoc (54).
El significado del término “Hijo del Hombre” en 1 Henoc, ha sido, y lo es aún, objeto de mucho debate filológico. Parece que no era un título, ni aquí ni en los pasajes de los evangelios donde Jesús se lo aplica a sí mismo; de hecho parece no haber tenido sino el significado básico de “uno como un hombre”, o simplemente “un hombre”. De todas maneras, en 1 Henoc la figura llamada “Hijo del Hombre” es claramente una muy extraordinaria.
El Hijo del Hombre en algunos de los dichos atribuidos a Jesús en los evangelios no es menos extraordinario. También descenderá del cielo para juzgar a la humanidad, acompañado de ángeles, y los que lo han negado serán condenados igual que los que han negado a Dios. No todo académico acepta estos dichos como auténticos, e incluso entre aquellos que los aceptan, algunos creen que Jesús se estaba refiriendo no a su propio destino sino a un ser divino que tenía que venir.
7
Aplicada a Jesús, la noción de un Mesías trascendente, sobrenatural fue de hecho bien adaptada para explicar y justificar la paradoja de su miserable muerte. Primeramente, el Jesús que estuvo en el centro de la enseñanza de la Iglesia temprana no era ni un exorcista, sanador, o predicador que vivía en Palestina, ni el esperado líder político, sino Jesús el Mesías trascendente, cuya vida terrena y muerte habían sido por encima de todo el preludio de su resurrección y glorificación. Extraordinaria como pudo parecer esta noción a la mayoría de los Judíos, y lo poco atractiva que es, satisfizo, no obstante, a algunos. El sufrimiento, humillación, y muerte de Jesús dejaron de ser presentadas como un problema si podían ser entendidas como precondiciones a una exaltación más allá de cualquiera conocida a los mortales: “acaso no estaba el Mesías destinado a sufrir antes de entrar en su gloria?(55).
Lo que las Similitudes predicen de Henoc, el Nuevo Testamento predice repetidamente de Jesús: descenderá del cielo a la tierra como Mesías trascendente. Como Pablo dice en su epístola a los Filipenses, “Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos”(56). En un pasaje tras otro, en los evangelios sinópticos, en Hechos, en las epístolas Paulinas, Jesús aparece como juez del mundo –junto con Dios y a veces en lugar de Dios. Sobre todo se esperaba que actuara como plenipotenciario de Dios en el Juicio Final. En Hechos, Dios “ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por medio del hombre que ha destinado, y del que ha dado garantía ante todos al resucitarlo de entre los muertos”(57). Pero todo esto no se imaginaba que ocurriría en un futuro remoto e impredecible –los primeros Cristianos estaban seguros que Jesús volvería muy pronto: “El tiempo apremia” –“La noche está avanzada; el día se acerca” –“El fin de todas las cosas está cercano”(58). La misma certitud se encuentra reflejada en la promesa que supuestamente Jesús hizo a sus discípulos: “Yo os aseguro que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios”(59).
No importaba si uno moría antes. Durante unos dos siglos los Judíos estaban familiarizados con la noción que en la gran consumación los justos sería resucitados con cuerpos inmortales –y aunque algunos Judíos como los Saduceos, rechazaban la noción, otros, como los Fariseos, la habían aceptado desde hacía tiempo. los primeros Cristianos no solo aceptaron la noción, sino que entendían que la resurrección ya estaba teniendo lugar. Aunque la resurrección de Jesús siempre ha sido central para la fe de la Iglesia, su significado original se ha olvidado. Los primeros Cristianos la entendían no simplemente como una intervención dramática de Dios para vindicar a su hijo sino como signo y garantía de que cada verdadero seguidor de Jesús, incluyendo aquellos que ya habían muerto, vivirían para siempre en el Reino.
Las implicaciones están desarrolladas en I Tesalonicenses, que es el primer documento Cristiano en existencia –data de alrededor del 50 d.C., considerablemente más temprano que el más antiguo de los Evangelios. Pablo asegura a los Cristianos de Tesalónica que aquellos de entre ellos que vivan para ver la Segunda Venida no serán separados de sus seres queridos que ya fallecidos con anterioridad:
“Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los que no tienen esperanza…….El mismo Señor bajará del cielo con clamor, acompañado de una voz de arcángel y del sonido de la trompeta de Dios. Entonces, los que murieron siendo creyentes en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en las nubes, juntos con ellos…….. (60).
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Esta era la fe de los primeros Cristianos, la que le dio forma a sus puntos de vistas. Ellos no pensaban que estaban creando una nueva religión. Todos eran Judíos que continuaban observando la Ley –y cualquier Gentil que se uniera al grupo tenía que hacerse Judío también. Pero en un aspecto vital permanecieron apartados de los otros Judíos: se veían a ellos mismos con la misión encomendada por Dios de proclamar que Jesús había sido crucificado, había resucitado y pronto regresaría en gloria para cerrar la era presente e inaugurar “la era a venir”. A medida que la secta de Jesús se fue convirtiendo en la Iglesia Cristiana, esta convicción siguió siendo central para su sentido de identidad.
La Iglesia primitiva se veía a sí misma como la congregación de los últimos días –un prototipo, por así decirlo, del reino de Dios que pronto llegaría(61). Los mismos apelativos que los miembros de la Iglesia se aplicaban a ellos mismos –“Los elegidos”, “los santos”- eran apelativos escatológicos tradicionales en el Judaísmo. También el término “ekklesia” (comunidad) hacía referencia a la comunión entre los elegidos en el momento en que “esta era” daría paso “a la era a venir”.
Los ritos y prácticas de la Iglesia poseían también un significado escatológico. El bautismo era un baño de purificación en preparación para la llegada del reino, un rito mediante el cual el prosélito era iniciado en la congregación de los últimos días. Las comidas en común –compartiendo el pan- eran realizadas en un ambiente de expectativa escatológica que está aún reflejado en la oración de la eucaristía que se recitaba en una comunidad aislada cerca del 120 d.C.: “Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu caridad, y congrégala desde los cuatro vientos, santificada, en Tu reino que le has preparado. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos”(62). El trabajo misionero, las curaciones y exorcismos retenían el mismo sentido de cuando eran realizadas en los días de Jesús. En todas sus acciones los Cristianos del siglo I d.C. declaraban enfáticamente que en ellos se realizaban todas las esperanzas apocalípticas.
La salvación colectiva de los elegidos de Dios era, por supuesto, una noción profundamente Judía –y la Iglesia temprana sentía una gran solidaridad con Israel, de hecho, se veía a sí misma llevando a cabo la historia de Israel. Por otro lado, esta continuidad no carecía de fisuras; la aparición de Jesús, su resurrección, su glorificación, la promesa de su regreso –estos eventos escatológicos dieron lugar a una ruptura total. Al fallar en reconocer a Jesús como Mesías, Israel había perdido la oportunidad de cumplir con su posición como pueblo elegido de Dios, había, de hecho, dado lugar a ser rechazado por Dios. No era Israel, sino la Iglesia Cristiana la que heredaría los frutos de la divina promesa.
Mientras tanto la Iglesia tenía la obligación de mantenerse apartada del mundo, ámbito del pecado que pronto sería abolido. El ideal ético de los primeros Cristianos –pureza, ascetismo, separación del mundo- simbolizaba la separación de la comunidad escatológica, su aptitud y disposición para entrar en el reino en cualquier momento. “Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche…….. así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios”(63). Al apartarse de “esta era” los Cristianos se preparaban para la transformación que en ellos tendría lugar cuando llegar el reino.
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Lo que la Iglesia temprana ofrecía no era una simple membresía de una élite escogida, era la seguridad de pertenecer, en un futuro muy cercano, a una comunidad de seres inmortales, transfigurados.
El mismo Cristo cuando retornara en Gloria como juez de los vivos y los muertos, haría posible esta gloria eterna para algunos, mientras que los otros serían echados al tormento eterno –dependiendo de si lo habían aceptado o rechazado a él y sus enseñanzas. Ya Juan Bautista se supone predicó esto: “En su mano tiene el bieldo y va a aventar su parva: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga”(64). Jesús mismo también predijo esto. Dichos a él adjudicados en Mateo lo dejan muy claro: “Si alguien se declara a mi favor ante los hombres, también yo me declararé a su favor ante mi Padre que está en los cielos. Pero si alguien me niega ante los hombres, también yo le negaré ante mi Padre que está en los cielos”(65). Y continúa: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, se sentará en su trono glorioso……..”(66).
Cualesquiera sean las dudas acerca de la autenticidad de estos pasajes, no hay duda que reflejan las expectativas de la primera generación de Cristianos. Precisamente la misma visión de futuro se encuentra en 2 Tesalonicenses –que aunque no está escrita por Pablo, es aproximadamente tan antigua como el primer evangelio. También dice que cuando aparezca Jesús en el cielo, no solo traerá consigo la salvación para sus fieles seguidores sino la perdición para sus oponentes(67).
La apoteosis de Jesús, como ser celestial y supremo agente de Dios, fue llevada un escalón más arriba en el libro del Apocalipsis.
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1. La literatura de los orígenes Cristianos es amplia. Ver C. Rowland, “Christian Origins. An Account of the Setting and Character of the Most Important Messianic Sect of Judaism”, London 1985. H.C. Kee, “Christian Origins in Sociological Perspective”, London, 180; A.E. Harvey, “Jesus and the Constraints of History”, London, 1982; E.P. Sanders, “Jesus and Judaism”, London, 183; G. Vermes, “Jesus the Jew, a Historian´s Reading of the Gospels”, London, 1973, “The Religion of Jesus the Jew”, London, 1993; P. Fredriksen, “From Jesus to Christ”, New Heaven and London, 1988, aclara del cambio en la interpretación de Jesús en los evangelios y escritos Paulinos.
2. G. Theissen, “The First Followers of Jesus: A Sociological Analysis of the Earliest Christianity”, London, 1978.
3. La posición central del reino de Dios en el pensamiento y enseñanza de Jesús no ha sido siempre apreciada. El estudioso que primero llamó la atención sobre esto fue Johannes Weiss, “Die Predigt vom Reiche Gottes”, 1892; y “The Proclamation of the Kingdom of God”, London and Philadelphia, 1971. Albert Schweitzer produjo una elocuente aunque metodológicamente defectuosa popularización y elaboración del descubrimiento de Weiss en “Von Reimarus zu Wrede”, Tübingen, 1906; la segunda y posteriores ediciones fueron tituladas “Geschichte der Leben-Jesu-Forschung; y “The Quest for the Historical Jesus, London, 1910, New York, 1922; para una crítica de Schweitzer: T.F. Glasson, “Schwitzer´s influence: Blessing or bane?, en Journal of Theological Studies, Oxford, 28 (1977), pp. 289-302. Weiss es más convincente que Schweitzer, y lo sería más si hubiera usado el término “escatológico” en lugar de “apocalíptico”.
4. Además de las obras de Vermes, Rowland, y Sanders, W.G. Kümmel, “Promise and Fulfilment”, London, 1957; J. Jeremias, “New Testament Theology”, 1, London, 1971, pp. 73; S.H. Hiers, “The Kingdom of God in the Synoptic Tradition” Gainesville, Florida, 1970; id., “The Historical Jesus and the Kingdom of God”, Gainesville, 1973; B.F. Meyer, “The Aims of Jesus”, London, 1979. Para otras interpretaciones: G. Lundström, “The Kingdom of God in the Teaching of Jesus. A Study of Interpretation from the Last Decades of the Nineteenth Century to the Present Day, Edinburgh, 1963; N. Perrin, “The Kingdom of God in the Teaching of Jesus”, Philadelphia and London, 1963.
5. Isaías 11:5-9.
6. B. Noack, “Satanas und Sotería: Untersuchungen zur neutestamentlichen Dämonologie”, Copenhagen, 1948; J.M. Robinson, “The Problem of History in Mark”, London, 1957, pp. 43-51; Hiers, “Kingdom of God”, pp. 30-39; id., “Historical Jesus”, pp. 59-64; J.B. Russell, “The Devil. Perceptions of Evil from Antiquity to Primitive Christianity”, Ithaca and London, 1977, pp. 227-39; R. Yates, “Jesus and the Demonic in the Synoptic Cospels”, en Irish Theological Quarterly, 44, Maynooth College, Co. Kildare, 1977, pp. 39-57; G. Vermes, “Jesus the Jew”, p. 61; id. “Gospel of Jesus”, p. 9; H.C. Kee, “Miracle in the Early Christian World. A Study in Sociohistorical Method”, New Heaven and London, 1983, p. 146; N. Forsyth, “The Old Enemy. Satan and the Combat Myth”, Princeton, 1987, pp. 285-7.
7. Marc. 1:24.
8. Luc. 11:20; Mat. 12:28.
9. Marc. 3:27.
10. Sobre los sinónimos: Geza Vermes, “Jesús el Judío”, p. 69.
11. Luc. 10:17-20; Meyer, “Aims of Jesus”, p. 156.
12. Marc. 13:7-10, 24-5.
13. Hiers, “Hitorical Jesus”, pp. 25-6.
14. Isaías 35:5-6.
15. Mateo 15:31.
16. Isaías 25:6.
17. Marcos 14:25.
18. Marcos 11:12-14; Hiers, “Not the Season for Figs”, en JBL 87 (1968), po. 394-400; id. “Historical Jesus”, pp. 83-5; para una crítica de esta interpretación ver W.R. Telford, “The Barren Temple and the Withered Tree”, Sheffield, 1980, pp. 206-208.
19. U.H.J. Körtner, “Papias von Hieropolis”, G¨ttingen, 1983.
20. Este fragmento aparece en Ireneo, “Adversus Haereses”, Libro 5, capítulo 33 para 3.
21. 2 Baruch 29:5-8.
22. Ireneo, Op. Cit.k Libro 5, capítulos 32-34.
23. Mateo 11:11; Lucas 7:28.
24. Marcos 12:25; Mateo 13:43.
25. Agustín, “Ciudad de Dios”, Libro XX, capítulos 14, 16. Cf. Thomas E. Clarke, “St Augustine and Cosmic Redemption”, Journal of Theological Studies, Baltimore, 19 (1985), pp. 133-64; id. “The Eschatological Transformation of the Material World according to St. Augustine”, Woodstock, Maryland, 1956.
26. Lucas 7:22.
27. Mateo 19:30.
28. Lucas 6:20-21.
29. Mateo 25:35.
30. Marcos 10:21.
31. Lucas 14:13-14.
32. Mateo 15:24; 10:6.
33. Marcos 7:27-9.
34. Lucas 16:17; Mateo 5:18.
35. 1 Henoc 89-90; 91:30; Jubileos 1:15-17.
36. Sanders, op. Cit. (en la obra citada) 87, 106.
37. Lucas 22:28-9; Mateo 19:28.
38. Mateo 18:1.
39. Mateo 20:21.
40. Harvey, op. Cit., p 141.
41. Lucas 4:18; Isaías 61:1-2.
42. R. Bornkamm, “Theology of the New Testament, 1, London, 1952, p. 180.
43. I Corintios 15:4-8, 11-14.
44. Hechos 1:6.
45. J. Theisohn, “Der auserwählte Richter”, Göttingen, 1975.
46. C.R. Beasley-Murray, op. Cit. Pp. 63-8. The Date of Similitudes of Enoch.
47. 1 Henoc 46:1; 45:3; 51:3.
48. Ibid, 46:4-7.
49. Ibid, 38:1; 46:6; 62:3-12; 54:1-2.
50. Ibid, 69:27-9.
51. Ibid, 50:1-2.
52. Ibid, 45:4-5; 62:14.
53. Ibid, 58:3; 51:4; 62:16.
54. Ibid, 71:14-17.
55. Lucas 24:26.
56. Filipenses 2:9-10.
57. Hechos 17:31.
58. I Corintios 7:29; Romanos 13:12; I Pedro 4:7.
59. Marcos 9:1.
60. I Tesalonicenses 4:13-18; G. Kegel, “Auferstehung Jesus –Auferstehung der Toten”, Gütersloh, 1970.
61. Ver R. Bultmann, “Theology of the New Testament”, London, I, pp. 33-62.
62. Didache 10:5.
63. I Tesalonicenses 5:2, 6,
64. Mateo 3:12.
65. Mateo 10:32-3.
66. Mateo 25:31-46.
67. 2 Tesalonicenses 1:6-10.
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