LOS APOCALIPSIS JUDÍOS: UN PRELUDIO AL CRISTIANISMO APOCALÍPTICO
Dos obras apocalípticas, 1 Henoc y el Libro de los Jubileos, tratan explícitamente con el orden divino designado y las fuerzas que lo amenazan.
Aunque 1 Henoc no figura en la Biblia, ni siquiera en los Apócrifos, era ampliamente conocido en los siglos antes y después de Jesús, y disfrutaba de gran prestigio. Durante los siglos II y I a.C. once manuscritos de esta obra fueron publicados para la comunidad de Qumran, y era conocido en círculos más amplios que este. Y si los rabinos, cuando establecieron el cano Hebreo –hacia el final del siglo I d.C.- excluyeron 1 Henoc, los primeros Cristianos, sin embargo, tenían una mejor disposición hacia éste. El Nuevo Testamento y sus apócrifos contienen referencias de la obra. En el siglo I Judas lo cita y en el segundo Bernabé se refiere a este como si formara parte de las Escrituras. Es más, durante los tres primeros siglos d.C. continuó teniendo la misma autoridad que los libros canónicos para los escritores Cristianos, incluyendo a los Padres Clemente de Alejandría, Ireneo, y Tertuliano. Fue durante el siglo IV, bajo la influencia de Jerónimo y Agustín, que cayó en descrédito, aunque solo en la Iglesia Occidental. En la oriental continuó siendo tratado con respeto hasta el siglo IX.
Debido al veto de los Rabinos no ha quedado ninguna versión de la obra en su idioma/s original. Los fragmentos de Qumran sugieren que la mayor parte de la obra fue compuesta en Arameo, aunque algunas pueden haberlo sido en Hebreo. Nuestra principal fuente es, sin embargo, una traducción Etíope realizada entre los siglos IV y VI, para la Iglesia Cristiana de Etiopía(1). Esta versión está basada principalmente en una traducción Griega, partes de la cual sobreviven. Independientemente del lenguaje la obra es conocida como 1 Henoc, para distinguirla de las otras muy diferentes. Obras conocidas como 2 Henoc, Los Secretos de Henoc, y el Henoc Eslavo.
En realidad 1 Henoc no es la obra de ningún individuo sino una colección de trabajos compuestos entre los siglos III a.C. y I d.C.. Partes de esta, como el libro de Daniel, reflejan el estrés y tensión de la persecución llevada a cabo por Antíoco. Aunque no es así como el libro es presentado: ostensiblemente fue escrito por Henoc, mencionado brevemente en el Génesis, como séptimo patriarca en una genealogía que va desde Adán a Noé. Se nos dice que fue el padre de Matusalem, y un hombre excepcionalmente piadoso, que “anduvo con Dios”, y desapareció porque Dios se lo llevó (Gen. 5:21-24). Su premio fue igualmente excepcional, pues nunca murió. Dios lo arrebató, y vivió 365 años.
Se ha aceptado que detrás del pasaje en Génesis hay una tradición más compleja. Henoc, el séptimo patriarca, tiene rasgos en común con el séptimo rey en la lista de Reyes Sumerios y con el séptimo sabio Sumerio –dos figuras del pasado remoto acerca de quienes los Babilonios tenían mucho que contar. La leyenda de Henoc parece haberse originado en la diáspora oriental, y parece haber sido desarrollada siguiendo parcialmente el modelo Mesopotamio. Sin lugar a dudas en el siglo II a.C. Henoc se había convertido casi en una figura superhumana, en contacto con seres celestiales, y dotado con un conocimiento único acerca del cosmos y del futuro. Uno de los autores de 1 Henoc le hace decir “Lo miro todo en las Tablas del cielo, y leo todo lo que fue escrito…. Todas las acciones de los hombres, y todos los que nacerán de la carne en la tierra para las generaciones de la eternidad”. El libro de los Jubileos lo señala como el hombre elegido por Dios para ver y predecir el futuro, hasta el Juicio Final (Jubileos 4:19, 23).
A primera vista el libro de los Jubileos parece ser una elaboración simple de la historia narrada en el Génesis y el Éxodo, desde la creación del mundo hasta la salida de Egipto. Sin embargo, el libro es un verdadero Apocalipsis. Tiene la forma de un Apocalipsis, en el que la historia es presentada como una revelación secreta originalmente transmitida por ángeles a Moisés en el Monte Sinaí. Además como en 1 Henoc la narrativa está intercalada con profecías de la gran consumación; mientras que la manera como son relatados los eventos del pasado como el Diluvio las hacen parecer proféticos –como anunciando el cataclismo final.
Los Jubileos parecen haber sido compuestos por un solo autor entre el 175 y 140 a.C., aproximadamente. El autor conocía las partes más antiguas de 1 Henoc y hace explícito mucho de lo que esos escritos solo aluden. El libro también tiene un paralelo con 1 Henoc en lo que fue escrito originalmente en Hebreo, traducido después al Griego y del Griego al Etíope; y en Etíope es el lenguaje en el que la obra completa sobrevive. También, como 1 Henoc, fue tomado muy en serio por la secta de Qumran. Uno de los escritos de la secta, el Documento de Damasco, lo cita como autoritativo(2), y doce manuscritos fragmentados de la obra han sido encontrados en Qumran. Los mensajes de los dos Apocalipsis tienen mucho en común.
Tanto 1 Henoc como Jubileos son sin lugar a dudas producto de la civilización Helena. Una visión del mundo tan enciclopédica que comprendía la geografía del cielo y la tierra, la astronomía, meteorología, medicina, no formaban parte de la tradición Judía –sino que eran muy familiar para la educaciónn a los Griegos. La comprensión Griega era que saber como funciona el universo, junto con la especulación racional acerca de las fuerzas que causan este funcionamiento, era el más grande de los privilegios y realizaciones humanas. 1 Henoc y Jubileos muestran que los Sabios Judíos sabían bastante acerca del conocimiento Griego –aunque también nos los muestran enfrentados, implícitamente, con esta sabiduría Griega. Estos sabios Judíos estaban interesados en lo que le faltaba a este conocimiento Griego: el conocimiento del plan divino. Los autores de 1 Henoc y Jubileos nunca dudaron que poseían una comprensión del mundo superior a la Griega.
Ambas obras están impregnadas con un sentido de orden universal, y en ambas este orden es presentado como expresión de la voluntad de Dios. Dios creó el cielo y la tierra y los gobierna a ambos como un rey. Henoc lo ve sentado en los cielos en un trono radiante, con miles de ángeles a su servicio. Ahí está la fuente de todo orden: el cosmos es gobernado por ordenanzas decretadas por Dios. En esta visión del mundo, que no sabe nada de “Leyes impersonales” la regulación de la naturaleza surge de la obediencia. Los seres humanos, las plantas, vientos y estrellas son todas criaturas de Dios, y por lo tanto están obligadas a obedecerle.
Los ángeles son responsables de que se cumpla esta obediencia. Cada cosa en el mundo está bajo el cuidado de un ángel, y todos los ángeles están bajo el dominio de Dios, “El Señor de los Espíritus” como lo llama 1 Henoc. Jubileos muestra a Dios, el primer día de la creación, asegurando esta estabilidad, creando y designando a ángeles para que cuiden de los vientos y nubes, trueno y relámpago, frío y calor, invierno y primavera, o sea de todas las cosas en el cielo y en la tierra. 1 Henoc nos dice como el ángel Uriel tiene poder en el cielo sobre la noche y el día para hacer que la luz brille sobre los hombres: el sol, la luna y las estrellas, todos los poderes del cielo que giran en sus órbitas, mientras los ángeles inferiores cuidan las estrellas individuales para que aparezcan a su debido tiempo y en su debido lugar (1 Henoc 82:8).
Unas de las secciones más antiguas de 1 Henoc (capítulos 72-82) consiste de un tratado acerca de fenómenos cósmicos y astronómicos; es una versión reducida de una obra que se sabe existió independientemente, que data del siglo III a.C. En esta versión el sabio es guiado a través de los cielos por el ángel Uriel, y observa como aparecen y desaparecen las luminarias a través de sus “puertas” y aprende a apreciar la uniformidad y orden que Dios ha establecido en su creación, que permanecerá incambiable, “cada año del mundo…. hasta que sea realizada la nueva creación que durará eternamente”. También le son mostradas “las puertas” a través de las cuales soplan los vientos, y los mismos vientos: “observé los cuatro vientos que giran en el cielo y hacen que se regule el disco del sol y todas las estrellas” (1 Henoc 18:2; 34:2-36, 76:1-7).
Dentro del orden que Dios ha establecido hay un camino para cada criatura, un propósito a cumplir para cada criatura. Apartarse del camino prescrito lleva a la condenación(3). Como dice Jubileos: “en el día de la gran condenación….. El juicio se realizará sobre todos los que han corrompido su camino y sus obras ante el Señor… todos los que abandonaron el camino que debían caminar….” (Jubileos 5:10, 13). Igual que los reyes del cercano oriente, Dios afirma su autoridad desplegando tanto el esplendor de su reino como su ensañamiento con el que castiga la rebelión(4).
Aunque “la ley del Señor” aquí descrita no está en discordia con la ley descrita en la Biblia tal y como fue establecida en el Sinaí, es diferente. Supuestamente es mucho más antigua, y está dirigida no solamente a los Israelitas –que por supuesto aún no existían en tiempos de Henoc- sino a toda la humanidad. La pecaminosidad de los seres humanos es presentada como una forma de desorden, una ofensa contre el orden divino establecido en el universo.
En Jubileos la ley es revelada a Moisés aunque conlleva implicaciones desconocidas por la Ley de Moisés tal y como aparece en la Biblia. Sus mandamientos y prescripciones están escritos en las Tablas Celestiales y son promulgados por un ángel. Reflejan un orden omniabarcante, y los ángeles y los Judíos están unidos en esta común tarea. Respecto a la circuncisión, también hay referencias. Todos los ángeles eran masculinos, y Dios había creado los dos rangos más altos de ángeles ya circuncidados. Por ello, los varones Judíos debían seguir el ejemplo. Un niño Judío que no fuera circuncidado el octavo día después de su nacimiento había transgredido el orden que Dios había establecido y era apto para ser “erradicado de la tierra” (Jubileos 15:26-7).
Había otra manera mediante la cual los Judíos debían colaborar con los ángeles: ambos habían de observar el Sabbath y las varias fiestas anuales. Y bien entendido se suponía habían de celebrarlas el mismo día. A caso no estaban las regulaciones del calendario establecidas en el Cielo e inscritas en las Tablas Celestiales? Desafortunadamente, no todos los Judíos aceptaban el mismo calendario: el Calendario oficial Judío de ese tiempo era bastante diferente del calendario en 1 Henoc y Jubileos(5). Pero los apocalípticos no eran los únicos que sabían que esto había sido ordenad y revelado por Dios: La comunidad de Qumran también lo observaba.
El calendario oficial Judío, aprobado por los sacerdotes del Templo y observado por la gran mayoría de Judíos, era un calendario lunar; con 354 días al año, más un mes intercalado cada tres años. El tratado astronómico cósmico de 1 Henoc, por otro lado, despliega un calendario solar. Al contrario del calendario lunar este se caracterizaba por su regularidad. Consistía de 364 días o 52 semanas; o doce meses de treinta días cada uno, más cuatro días intercalados. Gracias a esta regularidad, el primer día del año y de cada mes de las cuatro estaciones caía siempre en el mismo día de la semana, que era Miércoles; y todas las fiestas anuales, como la Pascua y el día del Perdón, también caían el mismo día de la semana . aquellos que defendían este calendario atribuían su descubrimiento al Patriarca Henoc. De ahí que la edad de 365 a él atribuida en Génesis tenga un valor simbólico y refleje la misma tradición.
Tanto Jubileos como 1 Henoc afirmaban que el calendario de 364 días era observado originalmente por todo Israel pero fue abandonado durante el exilio en Babilonia, de ahí que desde entonces los Judíos anden extraviados. En realidad el calendario solar parece haber sido diseñado durante mediados del siglo IV a.C. Sin duda atrajo a los precursores de la comunidad de Qumran, y posteriormente a la comunidad misma, como medio para afirmar su separada –o separatista- identidad, afirmando así ser el verdadero Israel, los únicos que habían conservado la pristina verdad de las cosas.
Para 1 Henoc es “la gran luz eterna que siempre ha sido llamad Sol; viajando sin falta a lo largo de los días y noches en su carro, como Dios le había ordenado, -es solo el sol el que dicta los días adecuados para el Sabbath y las fiestas (1 Henoc 72:35-7). Los justos saben esto muy bien –pero los pecadores numeran los días de manera incorrecta. Jubileos en más explícito. Cuando tuvo lugar la creación, se nos dice, “Dios puso al sol como gran signo sobre la tierra para los Sabbaths y meses y para las fiestas y años…… (Jubileos 2:9)…. Cuando el ángel Uriel transmitió las instrucciones de Dios a Moisés enfatizó lo importante que era para los Judíos adherirse al calendario solar. Si fallaban en obedecer este mandamiento, “dislocarían las estaciones, y los años……” (Jubileos 6:33). Los que seguían el calendario lunar estaban perturbando el orden divino del Cosmos.
Si el mundo es imperfecto, si el cosmos está en cierta manera fuera de su sitio, no es culpa de los humanos solamente: un poder malo trabaja para destruir el orden divino.
Semejante noción no tiene lugar en la visión del mundo que tienen los Israelitas. El “Satán” que aparece de tiempo en tiempo en la Biblia Hebrea –sobre todo en el prólogo del libro de Job- es claramente un ángel en buena relación con la corte celestial. Consejero y emisario de Yahvé, debe su nombre “Satán” –que significa adversario, acusador- únicamente al hecho de que algunas veces adopta el papel de acusador contra algunos humanos. Aunque se han realizado varios intentos de relacionarlo con el Satán de tiempos posteriores, estos han resultado equivocados(6).
Del Éxodo aprendemos que cuando Moisés, siguiendo las órdenes de Yahvé, se dirigía a Egipto para rescatar a los esclavizados Israelitas, Yahvé intentó matarle –y lo habría logrado de no haber sido por la intervención de una mujer que dijo ser su esposa (Ex. 4:24-25). En Jubileos la narrativa en la que los ángeles le dictan a Moisés en el Monte Sinaí está basada en Génesis y Éxodo –y cuando narra el intento de Yahvé para asesinar a Moisés re-escribe completamente el relato (Jub. 48:3). La noción que Yahvé podía actuar caprichosa y maliciosamente –que podía incluso actuar contra los intereses de su pueblo- vino a ser inaceptable: Así, el intento de asesinato de Moisés no es atribuido a Dios sino a un espíritu llamado “Mastema” (el nombre significa “hostilidad” o “enemistad”). Mastema intenta matar a Moisés porque es enemigo de los Israelitas y aliado de los Egipcios. Afortunadamente Dios puede evadirlo cada vez y salvar a Moisés y los Israelitas.
En este Mastema encontramos por vez primera en un contexto Judío, un ser sobrenatural que es una personificación de la enemistad hacia Dios con una oposición activa contra el plan de Dios para el mundo –de hecho con ese terrible poder que, como Diablo, manifestará en la experiencia Cristiana(7). Las pocas dispersas frases en Jubileos pertenecen al comienzo de una poderosa tradición que subsistirá unos dos mil años hasta nuestros días.
En Jubileos el Príncipe Mastema no opera solo: Tiene con él un ejército de demonios que le ayudan. Para saber quienes eran esos demonios y cómo vinieron a la existencia, hay que remitirse a la primera parte de 1 Henoc, conocida como el “Libro de los Vigilantes”(8), el cual es presupuesto por Jubileos. Capítulos 6-16, más 19, relatan como, a medida que se multiplicaba la humanidad, algunos ángeles fueron tan superados por la belleza de las hijas de los hombres que descendieron a la tierra, tomaron forma humana, y adquirieron esposas cada uno. Al hacer esto se contaminaron y perdieron la cualidad espiritual con la que Dios los había dotado. También enseñaron a los humanos muchas cosas que nunca tendrían que haber sabido: como fabricar armas, como vestirse seductoramente, como practicar la magia- lo que a su vez involucraba sacrificios a dioses falsos. Como resultado hubo gran impiedad y mucha fornicación, se extraviaron y sus caminos se corrompieron (1 Henoc 8:2). Peor aún: las relaciones ilícitas entre ángeles y mujeres produjo una raza de gigantes –una procreación destructiva, que comenzó a devorar todo lo que hay sobre la tierra, incluyendo los seres humanos quienes también se devoraron mutuamente.
Desde la tierra devastad el clamor de los asesinados llegó hasta el cielo, donde fue oído por los arcángeles. A la petición de éstos Dios intervino. Envió el Diluvio, del que solo Noe y su familia fueron salvos. Hizo que los Gigantes lucharan entre ellos hasta que se autodestruyeron. En cuanto a los ángeles caídos –testigos de la destrucción de su progenie, fueron puestos en prisión bajo las montañas; el ángel Azazel, que fue quien enseñó la fabricación de armas, fue encerrado en las profundidades de la tierra, atado de pies y manos.
La mayor parte de esto es una recapitulación de un mito bien conocido –que aparece en los primeros versículos del Génesis 6. En su forma original la historia no tendría relación con el presente estado del mundo –si los ángeles caídos están todos prisioneros y los gigantes muertos, que relación tendría? Sin embargo, en algún momento durante el dominio Griego la historia fue adaptada para explicar la difícil situación en la que en esos momentos se encontraban los Judíos. El Libro de los Vigilantes explica que aunque los ángeles caídos están cautivos dentro de la tierra, sus espíritus permanecen activos en su superficie, llevando a los Judíos a trasgredir las leyes de pureza, y seduciéndolos para que sacrificaran a los dioses paganos (ver 1 Henoc 15:10-12).
Los Jubileos ofrece una explicación más detallada. Poco después del Diluvio Noé supo que los malos espíritus, nacidos de los ángeles caídos, estaban corrompiendo a sus nietos e incluso matando a algunos de ellos. En respuesta a su oración, Dios ordenó a los arcángeles hicieran prisioneros a todos esos espíritus, o demonios, dentro de la tierra, en “el lugar de condena” donde sus padres ya estaban. Pero los demonios tenían un jefe, Mastema –y éste pidió un favor a Dios: que algunos de los demonios permanecieran en la tierra, bajo su mandato, con el propósito de corromper a los seres humanos y apartarlos del camino del bien. Impresionado por el argumento de Mastema de que “grande es la maldad de los hijos de los hombres”, Dios aceptó dejarlos para que los tentaran. Una décima parte de los demonios fue salvada, para que realizaran esta labor hasta el día del juicio (Jubileos 10:1-9). Y desde entonces Mastema, o Satán, o Belial (en Jubileos es llamado por estos tres nombres) ha estado desplegando su ejército de demonios para realizar “todo tipo de mal y pecado, y todo tipo de trasgresiones, para corromper y destruir, y para derramar sangre sobre la tierra (Jubileos 11:2, 3 y 5; cf. 10:8-12).
Este estado de cosas no continuará para siempre. Para el autor de Jubileos el “gran juicio” está cerca. Después de narrar, en forma de profecía, los males que habían tenido lugar en Palestina en el pasado reciente –opresión y persecución de Judíos piadosos a manos de los Selucidas, conflictos entre los mismos Judíos, con una miseria tal en el país que los niños tenía el pelo canoso y apariencia de pequeños ancianos (Jubileos 23:35)- predice un gran cambio. Primero una gran restauración religiosa: “Y en esos días los niños comenzarán a estudiar las leyes, Y buscar los mandamientos, y volver a los caminos de justicia”(Jubileos 23:23). Entonces los opresores serán expulsados. El autor debe haber estado esperando un juicio como el descrito en 1 Henoc –que dice que Dios descenderá del cielo con las huestes angélicas y la tierra será convulsionada, mientras que los elegidos serán salvos. Los malos serán juzgados y castigados.
Respecto a los ángeles caídos, estos encontrarán su condena final. Según Henoc, el día del juicio los ángeles caídos serán sacados de su prisión bajo tierra a la superficie para ser echados en el abismo donde permanecerán en perpetuo tormento por toda la eternidad (1 Henoc 11). El mundo será limpiado de todo poder destructivo, humano y demoniaco, será curado para siempre y estará en paz eterna: “no habrá más Satán ni mal alguno, y la tierra será purificada para siempre (Jubileos 50:5).
Los autores del Libro de Daniel y de los escritos de Henoc seguramente pensaron de ellos mismos que en tanto que hombres elegidos por Dios, dotados con una sabiduría que no tiene la gente ordinaria, eran los únicos que podían comprender el pasado y predecir el futuro. También estaban convencidos que estaban destinados a un lugar único y glorioso en un futuro. Pero no hay evidencia convincente de que fueran sectarios en el sentido de pertenecer a un grupo determinado. De hecho solamente dos sectas apocalípticas se sabe existieron entre el 200 a.C. y el 100 d.C.: la de Qumran y la de los primeros Cristianos.
Se sabe bastante acerca de la secta que produjo los “Rollos del Mar Muerto” encontrados en Qumran, en el desierto de Judá, entre el 1947 y el 1956(9). En la opinión de la mayoría de los estudiosos era idéntica a la secta Esenia descrita por Josefo y Filón de Alejandría y más brevemente mencionada por el Romano Plinio el Viejo. Probablemente vino a la existencia a comienzos del siglo II a.C., durante la crisis de Antíoco; su final tuvo lugar en el 68 d.C., durante la primera guerra Judía contra Roma. Algunos de sus miembros, masculinos y femeninos, vivieron una existencia laica ordinaria dentro de la sociedad Palestina. Otros, observadores más estrictos- probablemente todos varones- se unieron a la comunidad de Qumran; esto tuvo lugar entre el 150 y 140 a.C. Numéricamente la secta era insignificante: se ha estimado de acuerdo con la evidencia arqueológica, que la población de Qumran nunca pasó de 200 miembros; mientras que el número total de Esenios se cree fue de 4000. Por otro lado todos eran miembros voluntarios y dedicados a la secta: uno se convertía en Esenio no en virtud de su nacimiento (como en el caso de los Judíos) sino en virtud de una elección adulta y personal.
La secta era rígidamente exclusivista y muy segura de sí misma. Pequeña como era, se veía a sí misma como el verdadero Israel, el único custodio de la tradición religiosa auténtica. Su fundador –un sacerdote llamado el “El Maestro de Justicia”- había sido enviado a establecer una “nueva alianza”, una nueva forma final de la alianza eterna entre Dios y el pueblo de Israel. Y esta alianza era en beneficio de los miembros de la secta, solo para ellos. Aunque a los miembros de la secta sus líderes les recordaban a menudo tener en mente cuan frágiles e indignos eran, lo mucho que necesitaban la ayuda de Dios, también se les aseguraba que su fe en la nueva alianza sería ampliamente premiada. Ya en esta vida presente estaban elevados “a la máxima altura”, y unidos con los ángeles en el cielo: Dios había “unido su asamblea con los Hijos del Cielo” (1 QS 11:7-9).
La hermandad de Qumran seguía una manera de vida peculiar. El propósito de estos “hombres de perfecta santidad”, como se llamaba ellos mismos, era “buscar a Dios con todo el corazón y alma”. Esto suponía que debían observar cada uno de los 613 mandamientos de la Ley, pero esto no era todo. Como a los miembros Cristianos de tiempos posteriores, se les requería sumergirse en la comunidad –comiendo en común, orando en común, compartiendo sus posesiones en común. Y la estructura de la comunidad era jerárquica. Los sacerdotes eran primero, y el jefe de los sacerdotes era el Guardián o Maestro: era su responsabilidad enseñar a la comunidad no solo como debía vivir sino que debía creer.
La instrucción doctrinal era muy necesaria, pues Dios había revelado al Maestro de Justicia una sabiduría tan esotérica que solo conocían los ángeles. En el centro de la “sabiduría oculta a los hombres” estaba la convicción de que todas las cosas en el cielo y la tierra estaban ordenadas de acuerdo con “los misterios de Dios”. Implícitamente el término “raz”, misterio –que también se encuentra en Daniel- es la noción que todo lo que existe o ha existido o existirá ha tenido lugar porque en el comienzo el Dios del conocimiento estableció sus designios y destino. Los seres humanos y los ángeles están en esto involucrados, el curso de la historia y las vicisitudes de las huestes celestiales están todas grabadas ante Dios; todas las cosas han de seguir su curso y cumplir con su tarea predeterminada. El sufrimiento y el pecado también están de acuerdo con los misterios de Dios, y han de continuar hasta el fin que Dios ha decretado. El funcionamiento del universo también está predeterminado: las estrellas han de seguir su propio camino, la nieve y el granizo han de cumplir con sus propósitos prescritos. Esta es, esencialmente, la visión del mundo de 1 Henoc y Jubileos.
La sabiduría escondida a los hombres incluía el calendario. Cada acto ritual había de ser realizado no solo de la manera correcta sino también en el momento correcto. Como bien dice la Regla de la Comunidad, los miembros de la secta no debían “desviarse de ningún mandamiento de Dios en lo que se refiere a su tiempo señalado”; “ni antes ni después del tiempo señalado”(1 Qs 1:13-15). Se exigía una puntualidad exacta para cada ritual. Muchas referencias en los Rollos están basadas en el mismo calendario solar descrito en 1 Henoc y Jubileos. Solo manteniendo la armonía con “las leyes de la Gran Luz del cielo” (1QH 12:5) –que eran también las leyes de Dios- y no con las “fiestas de las naciones”, se podía realizar la liturgia de manera que correspondiera con la liturgia cantada por los coros de ángeles en el templo celestial.
No menos importante era la doctrina de los “dos espíritus”. El relato más claro de esto se encuentra en la Regla de la Comunidad (1QS 3:13–4:1). “Los hijos de la luz”, “los nacidos de la verdad”, eran los miembros de la secta. Eran aquellos en cuyos corazones había triunfado el Príncipe de la Luz sobre el Ángel de Oscuridad, y los frutos de esta victoria eran las cualidades de humildad, paciencia, bondad. Aquellos en cuyos corazones reinaba el Ángel de Oscuridad se caracterizaban por su orgullo, impiedad, arrogancia –cualidades fáciles de percibir en este mundo.
Al comienzo “los hijos de la oscuridad”, “aquellos nacidos de la falsedad”, eran identificados con el sacerdocio de Jerusalem, con el sumo sacerdote en tanto que suprema encarnación del mal. Durante muchos siglos, de hecho desde los tiempos de Salomón y su sumo sacerdote Zadok, la familia Zadoquita había monopolizado el oficio de sumo sacerdote –pero durante la crisis Helena de comienzos del siglo II a.C., perdió este monopolio, a los ojos de los Judíos tradicionalistas, los Asmoneos, quienes les sucedieron en este oficio eran unos usurpadores. El individuo que la “Regla de Damasco” identifica como “sacerdote malvado”, “el mentiroso”, era, sin duda, uno de los sumos sacerdotes Asmoneos –probablemente el primero de ellos, Jonatán. Fue en protesta contra esta usurpación que la secta se refugió en un “lugar de exilio”, en el asentamiento en el Mar Muerto. Y algunos Esenios siempre insistieron que mientras el Templo permaneciese en manos de los Asmoneos no participarían en sus ritos: Dios solamente podía ser adorado por y en la secta misma.
Lo que le daba a estos hombres esta fuerza extraordinaria era la interpretación que hacía de la profecía bíblica. Como los apocalípticos, estaban convencidos que solo ellos comprendían lo que los profetas habían proclamado; incluso los profetas no apreciaron su significado completo. Gracias a la inspiración divina, el Maestro de Justicia había captado y explicado la importancia real de la enseñanza de Isaías, Oseas y los demás. A él Dios le había comunicado “cuando llegaría el fin de los tiempos”, y que sería de los justos y de los malos. Como es normal en estos grupos, el valor que la comunidad de Qumran atribuía a la humildad y paciencia no les impedía tener fantasías de diferentes naturalezas. Que todos los que se habían rebelado contra Dios serían aniquilados, que la “Casa de Judá”, i.e. la secta, triunfaría sobre todos y que los justos serían resucitados para compartir su gloria –todo esto pertenecía al conocimiento secreto que el Maestro había descodificado de las profecías bíblicas y comunicado a sus discípulos, los sabios de la comunidad. Y este era el conocimiento que, a la hora de la prueba, capacitaba a los miembros de la secta no solo a aceptar sino también a disfrutar del martirio.
El Maestro de Justicia y los sabios que le seguían esperaban una batalla en el futuro, en la cual un papel central sería reservado para la secta. Bajo la dirección del “Príncipe de la Congregación” los “hijos de la luz” atacarían al “ejército de Satán” –primero a los Judíos impíos y sus aliados, después a los Romanos que ocupaban el país. A continuación se desplazarían a Jerusalem y restaurarían el culto correcto en el Templo. Desde esta base atacarían a varios pueblos del Cercano Oriente. Una vez obtenida la victoria sobre todos estos pueblos también se obtendría la victoria sobre los Romanos. Con la totalidad de las huestes de Belial derrotadas, los hijos de la luz celebrarían a su “héroe”, Dios mismo. El himno en el que expresan todo esto recuerda la profecía post-exílica (1QM 19:2-8).
La guerra terrenal duraría no menos de cuarenta años, con un interludio sabático cada siete años –y, como en Daniel, tendría una dimensión cósmica, o contraparte celestial. Los ejércitos de Ángeles bajo la dirección del patrón de Israel, el ángel Miguel –aquí llamado también Príncipe de Luz y Melquisedec (mi rey es rectitud) –luchará contra las fuerzas demoníacas dirigidas por Belial, también llamado Melkiresha (mi rey es injusticia). Las dos huestes estarán tan igualadas que vencerá cada una tres veces –tres las huestes angélicas, tres las demoníacas-. Al final Dios mismo intervendrá para aniquilar el mal (1QM 18:1-3).
La secta esperaba que tras su victoria final siguiera inmediatamente la era mesiánica. En algunos rollos, el “Príncipe de la congregación” es identificado como el Mesías Davídico: gobernará Israel como rey, bajo la guía de un Mesías-sacerdote, “intérprete de la Ley”, “quien enseñará la justicia durante el fin de los días” (CD 6:11). De cualquier manera, la era mesiánica no es la era final: hay indicios de una transformación más fundamental, algunas veces llamada “Renovación” (1QS 4:25). Cuando esta llegue los pecadores serán sometidos al “tormento y desgracia eternas….. en el fuego de las regiones oscuras” (1QS 4:12-13). Los justos, por otro lado, serán premiados con “sanación, gran paz en una larga vida, fructífera, junto con todas las bendiciones y alegrías eternas sin fin, una corona de gloria y una túnica de majestad, una luz sin fin” (1QS 4:7-8).
No se sugiere aquí que –como tampoco en Daniel- los justos existirán como almas inmateriales en un ámbito inmaterial: esas coronas de gloria y túnicas de majestad serán otorgados a cuerpos, que serán –como en Daniel- radiantes, como ángeles. Y hay pasajes que confirman que los justos difuntos serán resucitados para compartir este mismo estado de gloria final para siempre (1QH 6:34-35) (10). La vida en compañía de los ángeles, que ya disfrutaron en la vida presente(11), será el destino de todos los justos para siempre.
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1. Actualmente hay dos traducciones confiables: M.A. Knibb, “The Ethiopic Book of Enoch: nueva edición a la luz de los fragmentos Arameos del Mar Muerto”, vol. 2, Oxford, 1978; y M. Block, (con J. VanderKam y O. Neugebauer), “The Book of Enoch o 1 Enoch, Leiden 1985. Estos han reemplazado a los que fueron durante más de medio siglo las traducciones estándar. Estudios recientes de 1 Enoc o de aspectos o partes de este (con excepción de las “Similitudes”): P. Grelot, “La Légende d´Hénoch dans les apocryphes et dans la Bible: “Origine et signification”, en Recherches de Science religieuse”, Paris, 46, 1958.
2. Documento de Damasco 16:3-4.
3. Münchow, “Ethik und Eschatologie, Ein Beitrag Zum Verständnis der frühjudischen Apokalyptik mite einem Ausblick auf das Neue Testamente”, Göttingen, 1981, pp. 16-64; Th. Wacker, Weltordnung und Gericht: Studien zu 1 Henoch 22, Würzburg, 1982, esp. Pp. 257, 298-305, 314-15.
4. C.A. Newson, “The Development of 1 Enoch 6-19: Cosmology and Judgment”, en CBQ 42 (1980), pp. 310-29, esp. Pp. 322.
5. Sobre el calendario Solar: A. Jaubert, “Le Calendrier des Jubilées et la secte de Qumran: Les Origines Bibliques”, en VT 3 (1953), pp. 250-64; ibid. “Le Calendrier des Jubilées et les Jours Liturgiques de la semaine”, ibid, 7 (1957), pp. 35-61; J. Morgenstern, “The Calendar of th eBook of Jubilees”, ibid., 5 (1955), pp. 34-76; J.C. VanderKam, “The Origin, Character, and Early History of the 364-day Calendar: a Reassessment of Jaubert´s Hypotheses”, en CBQ 41 (1979), pp. 390-441; P.R. Davies, “Calendrical Change and Qumran Origins. An assessment of VanderKam´s Theory” en CBQ 45 (1983), pp. 80-9; R.T. Beckwith, “The Earliest Enochic Literature and its Calendar” en RQ 10 (1981), pp. 365-403).
6. P.L. Day, “An Adversary in Heaven: Satan in the Hebrew Bible”, Atlanta, 1988.
7. Trabajos que tratan con el Diablo temprano, y su relación con el monstruo del caos de los tiempos primordiales: J.B. Russel, “The Devil: Perceptions of Evil from Antiquity to Primitive Christianity”, Ithaca, N.Y. and London, 1977; B. Teyssèdre, “Naissance deu Diable. De Babylone aux Grottes de la Mer Morte”, Paris, 1985; N. Forsyth, “The Old Enemy: Satan and the Combat Myth”, Princeton, 1987.
8. Sobre la historia temprana del mito de los Vigilantes, y mitos relacionados: B.J. Bamberger, “Fallen Angels”, Philadelphia, 1952, pp. 15-59; A. Lods, “La Chute des Anges”, en RHPR 7 (1927), pp. 295-315. Para una variedad de interpretaciones: P.D. Hanson, “Rebellion in Heaven, Azazel, and the euhemeristic Heroes in 1 Enoch 6-11”, en JBL 96 (1977), pp. 195-233; G.W.E. Nickelsburg, “Apocaliptic and Myth in 1 Enoch 6-11, pp. 383-405; D. Suter, “Fallen Angel, Fallen Priest: The Problem of Family Purity in 1 Enoch 6-16”, en HUCA 50 (1979), pp. 115-35; Barker, “The Older TEstament”, p. 21, Sq., 94; Forsyth, op. Cit., pp. 160 sq.
9. G. Vermes, “The Dead Sea Scrolls: Qumran in Perspective”, Cleveland and London, 1978, que incluye una bibliografía comprensiva. Sobre la visión del mundo de la Comunidad ver: H. Ringgren, “The Faith of Qumran: Theology of the Dead Sea Scrolls”, Philadelphia, 1963; P. Von der Osten-Sacken, “Gott und Belial: “Traditionsgeschichtliche Untersuchungen zum Dualismus in den Texten aus qumran”, Göttingen, 1969; E. H. Merrill, “Qumran and Predestination”, Leiden, 1975.
10. Geza Vermes, “The Dead Sea Scrolls: Qumran in Perspective”, p. 187.
11. G. Vermes, “The Dead Sea Scrolls in English” p. 158 (1QH 3:20-22).
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