SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LA TRADICIÓN
El lugar para comenzar es el comienzo, que no fue la Pascua.
Jesús, como San Francisco de Asís, era un hombre santo muy popular y sin duda
en camino hacia la leyenda en su tiempo. Un hacedor de milagros con un mensaje
apocalíptico que generaba entusiasmo se convierte en el centro de historias
tanto verdaderas como apócrifas.
Etienne Trocmé dijo una vez que los relatos de los milagros
“se originaron y fueron mantenidos durante un tiempo”
no en un medio Cristiano sino “en la sociedad de
los pueblos en el noreste de Galilea o en la zona alrededor del lago
Tiberiades. Los narradores de historias en los mercados y durante las tardes de
invierno encontraron una audiencia bien dispuesta para narrativas sin
pretensiones literarias, aunque demasiado sensacionalistas como para dejar una
audiencia popular inconmovible”(1).
Aunque la teoría de Trocmé que Marcos insertó los relatos de los milagros en la
tradición Cristiana carece de evidencia, sigue siendo verdad que la mayoría de
esos relatos tienen poco o nada que decir acerca del Reino de Dios o el
arrepentimiento o lo escatológico; sólo en una encontramos la petición de
seguir a Jesús (Marc. 10:52).
Gerd Theissen concluye que la mayoría de los relatos de
milagrosos eran originalmente narrados por gente que estaba interesada
sobretodo en las curaciones de Jesús y sus exorcismos, no en su proclama
religiosa(2). Esta hipótesis explica su carácter
popular y la relativa escasez de temas Cristianos específicos (comparar el
relato popular acerca de Juan el Bautista en Marc.
6:17-29). También es congruente con los relatos Cristianos en los cuales
forasteros conocen o hablan de los milagros de Jesús(3).
Probablemente habría que aceptar la hipótesis de Theissen.
Una vez que el origen popular-no-Cristiano de la mayoría de
los relatos sobre milagros es considerada posible, un pedigrí anterior a la
Pascua (domingo de Resurrección) sería la conclusión. No tiene sentido suponer
que los narradores de historias fuera de la iglesia comenzaron a entretener a
la gente con los milagros de Jesús una vez éste fallecido o sólo después que
alguna gente comenzara a proclamar su resurrección de los muertos. La mayoría
de las historias pueden haber venido a la existencia y por lo tanto eran
re-narradas antes de la llegada de Jesús a un pueblo en particular, o poco
después de su partida.
La tradición de Jesús anterior a la Pascua no consiste
solamente de un folclore descontrolado popular. Un grupo especial de misioneros
itinerantes estaba junto a Jesús(4), y mucho de
la tradición original debe haber funcionado como consejo y ánimos para ellos en
particular(5). El discurso misionero en Q 10:2-16 (comparar Marc.
6:6-13), el consejo acerca del cuidado en Q
12:22-31(6), el Padre Nuestro en Q 11:2-4(7), los
relatos acerca de las llamadas en Marc. 1:16-20;
2:13-14; y Q 9:57-60, y las
exhortación a tener fe en Q 12:2-12(8) son todos ejemplos de complejos que conservan los
mandamientos de Jesús y su guía para aquellos que llamó para ser “pescadores de hombres” (Marc.
1:17; comparar Jer. 16:16).
Estos itinerantes pre-Pascuales, según Q 10:9, fueron instruidos para proclamar el Reino
de Dios y su inminencia(10:9). No se nos
dice lo que habían de decir específicamente. Aunque se puede bien imaginar que
su mensaje difería poco del de Jesús. Ciertamente sus otras actividades eran
imitación de las suyas, pues el propósito era aumentar su influencia (Q 10:3-8). Por ello decía: “El a vosotros os recibe, a mi me recibe; y el que me acoge
a mi, acoge a aquel que me ha enviado”(9).
Por lo tanto “sus” proclamaciones del reino
deben haber sido igualmente “su”
proclamación. Por lo tanto si Jesús, cuando se dirigía a la gente, usaba
parábolas para comunicar sus mensaje(10) y
exigir una conducta moral de cara al fin, se supone que sus discípulos usaran
esas mismas parábolas y exigencias morales(11).
O sea, los materiales en la tradición de Jesús que originalmente tenían un
contexto misionero no fueron solamente proclamados por Jesús sino también por
el grupo con él asociado. Se puede, pues, hablar de una tradición pre-Pascual
de Jesús(12).
Si la tradición de Jesús consistía de una
tradición-folclórica-popular relacionada con los relatos de milagros por un
lado y de materiales dirigidos a y usados por los misioneros itinerantes por el
otro, las cosas cambiaron con la muerte de Jesús y la proclamación de su
resurrección de los muertos. Aunque los misioneros continuaron recordando y
viviendo según las palabras de Jesús a ellos dirigidas, el contenido de su
buena nueva cambió. El proclamador vino a ser el proclamado, y el anuncio del
reino quedó eclipsado por el anuncio de la exaltación y vindicación de Jesús(13). En esta alterada situación se necesitaban, y los
antiguos requerían enmienda. Así las parábolas, por tomar un ejemplo, parecen
haber dejado de funcionar como proclamación misionera convirtiéndose en
instrucción y parénesis para aquellos dentro de la comunidad(14).
La muerte de Jesús también llevó a la creación de nuevas
tradiciones. Así como los Budistas, poco después de la muerte de Gautama,
recopilaron un relato de su viaje final y partida(15),
igualmente los seguidores de Jesús, usando la Biblia Hebrea(16) y las tradiciones Judías acerca del sufrimiento
del justo(17), hicieron lo mismo. El resultado
era la recitación de la institución de la Última Cena y las narrativas de la
Pasión anteriores a Marcos(18), que eran
presumiblemente usadas en las liturgias primitivas Cristianas(19).
La situación posterior a la Pascua también era diferente en
lo que la comunidad centrada en Jesús pronto devino un número de diferentes
comunidades con varios líderes, incluyendo escribas y maestros(20). Estos escribas y maestros –quienes quizá
ensamblaron la narrativa de la pasión- aparentemente formularon primero los
apotegmas o relatos de los dictámenes, que ofrecían breves contextos para los
dichos memorables e interesantes(21). Estos
apotegmas asemejan en su mayor parte la (extendida) chreias de la tradición
Griega, producto de los retóricos y sus estudiantes. Algunos paralelos aparecen
también en el corpus rabínico, donde también son el producto de los educados y
estudiosos; nos dicen que en los relatos sobre pronunciamientos y dictámenes
los actores más frecuente que entran en escena son, además de Jesús, los
escribas y Fariseos, o sea, oponente estudiosos(22).
Los escribas o maestros Cristianos, en competición con otros líderes,
formularon aparentemente muchos o la mayoría de los apotegmas, su fin al actuar
así era armarse de polémica y apologética(23).
La comunidad posterior a la Pascua, además de conservar
antiguas tradiciones y crear nuevas, también trajo consigo cosas que estaban
separadas cuando se unieron a la tradición popular de los milagros de Jesús con
las tradiciones misioneras de los itinerantes(24).
Esta es la única suposición que explica por qué esas dos tradiciones aparecen
juntas tanto en Q como en Marcos. Los primeros seguidores de Jesús, cuyo héroe
era más grande que la vida después de su martirio y exaltación, adoptaron los
relatos sobre milagros populares como propios, convirtiéndolos en propaganda
Evangélica(25), combinándolos con el resto de la
creciente tradición eclesiástica.
Cada uno de nosotros, como es obvio, lleva a cabo sus
investigaciones dentro de una red infinitamente compleja de creencias
personales que influencia todo nuestro pensamiento. Además, todos nosotros, en
nuestra vida diaria, estamos constantemente evaluando a la gente, tratando de
aclarar que piensan o qué están sintiendo. Sin duda nuestra constante
experiencia haciendo esto ha, hasta cierto nivel, de afectar cómo tratamos la
tradición de Jesús. Tanto si lo sabemos como si no, el tipo de habilidades
tácitas que empleamos para captar, por ejemplo, el carácter de un nuevo vecino
operan probablemente cuando vamos en busca de Jesús.
La mayoría de nosotros, después de años leyendo y estudiando
los Sinópticos sentimos en cierta manera que hemos llegado no sólo a conocer
una colección de hechos acerca de otro ser humano sino más bien que hemos
conocido a Jesús en un sentido en cierto sentido análogo a la manera en la que
conocemos la gente a nuestro alrededor: nos hemos formado una idea de la clase
de persona que debe haber sido. Pero hemos de preguntarnos, en qué medida
nuestros argumentos son racionalizaciones de impresiones previamente formadas.
A caso no estamos, al fin de cuentas, no sólo aportando nuestros propios
prejuicios personales sino también nuestras interpersonales habilidades, o
falta de éstas, a la tradición de Jesús y, sea conscientemente o no, de alguna
manera usándolas para tratar de averiguar quién debe haber sido Jesús?
De igual manera, los estudiosos del Nuevo Testamento, en su
afán por una razón u otra de decir tanto acerca de Jesús como sea posible,
pueden pensar que han encontrado a Jesús cuando en realidad no es así. Está en
la naturaleza humana creer lo que uno quiere creer; lo que a uno le gusta. De
manera similar, si la gente puede estar completamente equivocada acerca de
gente a ellos cercanas, como cuando una esposa se niega a creer que su marido
le ha sido infiel, entonces es obvio que habrá grandes posibilidades de error a
la hora de tratar de decir mucho acerca de un hombre que murió hace dos mil
años, un hombre que solamente puede ser reconocido indirectamente. Y, dados los
muchos retratos de Jesús, unos cuantos han de estar bastante equivocados. Lo
que “parece ser Jesús” varía de libro en libro: no todos tenemos oídos para
oír, o al menos para oír lo mismo.
Si queremos escapar a nuestra subjetividad y falibilidad, al
menos hemos de ser auto-críticos así como honorables con la evidencia, de
manera a acercarnos lo más posible a lo que Jesús fue en realidad.
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1.
Etienne Trocmé, “Jesus
as Seen by His Contemporaries” (Philadelphi: Westminster, 1973), p. 104.
Ver también Trocmé “The Formation of the Gospel according
to Mark” (Philadelphia: Westminster, 1975), pp. 45-54.
2.
”The Gospels in
Context: Social and Political History in the Synoptic Tradition”,
Philadelphia: Fortress, 1991, pp. 97-112.
3.
Q 7:3; Marc.
1:28,45; 3:8; 5:14, 19-20,27; 6:2,14; 7:25,36. Aunque algunas de estas
citas pueden muy bien ser redaccionales, cómo podría haber sido de otra manera
la realidad histórica? Un hacedor de milagros genera historias.
4.
Hengel, “Charismatic
Leader”, pp. 71-80; Meyer, “Aims”,
pp. 153-54.
5.
No se puede, a pesar de todas las distorsiones
de la tradición, evitar entender mediante las palabras de Jesús dos tipos de
imperativos, uno para los misioneros itinerantes –“el
heroico cuerpo de élite del que dependía la terrible responsabilidad de compartir
directamente la crisis Mesiánica”(C.H. Dodd) –y para el resto- una
llamada al arrepentimiento más general. Las implicaciones hermenéuticas de este
reconocimiento son considerables. Por ejemplo, Q
12:22-31 significa una cosa si es interpretada como ánimo para un grupo
selecto en una situación difícil y otra bastante diferente si es tomada como
instrucción religiosa en general aplicable a todos los oyentes de Jesús.
6.
ver “Jesus Tradition”,
Allison, pp. 21-24.
7.
Luc. 11:1
introduce plausiblemente la oración como si fuera para los discípulos de Jesús:
“enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”
8.
Los temas de proclamación (12:3), miedo a la persecución (12:4-7), y confesión ante las autoridades (12:11-12) habrían sido relevantes para los
misioneros pero no para todos los creyentes o gente en general. Sobre los
posibles peligros de una misión anterior a la Pascua ver Jonathan A. Draper, “Wandering Radicalism or Purposeful Activity? Jesus and the Sending of Messengers
in Mark 6:6-56”, Neotestamentica 29 (1995), pp. 183-202.
9.
Q 10:16; comparar
Marc. 9:36-37; Jn. 5:23; 12:44-50; 13:20; Did.
11:4-5. Ver Crossan, “Historical Jesus”,
pp. 347-48.
10.
Se puede inferir que las parábolas sobre el
Reino, o al menos la mayoría de ellas, sirvieron originalmente como
proclamación. (1) La tradición dice que Jesús se dirigía al público y oponentes
con parábolas (Q 11:21-22, 24-26; Marc. 4:1-2,
33-34; Mat. 12:33-37; Luc. 15:3-7) (2) Joachim Jeremias, “The Parables of Jesus”, 2ª Ed. Revisada (New York:
Charles Scribner´s Sons, 1972), pp. 33-42, demostró la fuerte tendencia en la
tradición a cambiar las parábolas dirigidas a las muchedumbres u oponentes en
parábolas dirigidas a los discípulos; esto hace que el punto (1) sea muy
convincente. (3) La mayoría de las parábolas sobre el reino pueden ser
directamente relacionadas con temas que deben haber dominado la proclamación
pública de Jesús –la cercanía del fin (ej. Q 12:39
= Ev. Tomás 21, 103; Marc. 13:28; Luc. 12:16-21 = Ev. Tom. 109; Mat. 13:45-46 =
Ev. Tom. 76), la necesidad de preparación (ej. Q
6:47-49; 11:24-26; 19:14-26; Luc. 16:19-31; Mat. 25:1-3; Ev. Tom. 97), y
la gracia y compasión de Dios (ej. Q 15:4-7; Mat.
20:1-15; Luc. 15:8-10, 11-32). (4) Las parábolas comparan esto con
aquello en orden a iluminar y clarificar, así que uno se imagina que funcionaban
como ilustraciones y expansiones de las fundamentales afirmaciones de Jesús
acerca del reino y sus requerimientos.
11.
Comparar Gerhardsson, “Origins”,
p. 73: “Jesus expuso los meshalim a sus
oyentes, y los discípulos fueron los primeros en memorizarlos, ponderarlos, y
discutir su significado”. Quizá también los predicaron.
12.
Comparar Burton Scott Easton, “The First Evangelic Tradition”, JBI. 50 (1931),
pp. 148-49, y ver Heinz Schürmann, “Die
vorosterlichen Anfänge der Logientradition: Versuch eines formgeschichtlichen
Zugangs zum Leben Jesus”, en “Der
historische Jesus und der kerygmatische Christus”. Ed. H Ristow y K. Matthiae
(Berlin: Evangelische Verlagsanstalt”, 1962), pp. 342-70. Habría que
enfatizar que para encontrar la tradición pre-Pascual no es necesario encontrar
a Jesús. No sólo deben los relatos milagrosos haber estado sujetos a
exageración y distorsión, sino que no tenemos razones para creer que los
discípulos no realizaran sus propias contribuciones y alteraciones. La idea de
Gerhardsson de un “mundo santo” siendo
memorizado no es plausible. Hay que recordar que ya en vida de San Francisco su
regla ya estaba siendo modificada e incluso
movida hacia direcciones que no le gustaron al santo.
13.
Recordar los discursos en Hechos y las fórmulas
confesionales tradicionales en las Epístolas de Pablo.
14.
Pertinente observación en Jeremias, “Parables”, pp. 42-48.
15.
Reynolds, “The Many
Lives of Buddha”, pp. 48-51.
16.
D. J. Moo, “The Old
Testament in the Gospel Passion Narratives” (Sheffield: Almond, 1983).
17.
George W.E. Nickelsburg, “The Genre and Function of the Markan Passion Narratvie”,
HTR 73 (1980), pp. 153-84; Lothar Ruppert, “Jesus
als der leidende Gerechte? Der Weg Jesu im Lichte eines alt und
zwischentestamentlichen Motivs”, SBS 59 (Stuttgart: Katholisches
Biblewerk, 1972.
18.
Aunque la extensión de la narrativa de la Pasión
pre-Marcana y su evolución son tópicos legítimos para debatir, la duda
ocasional de su existencia es excesiva; ver Theissen, “Context”,
pp. 166-99. Sitúa plausiblemente el origen de la narrativa de la Pasión en
Jerusalem en los 40.
19.
No sabemos casi nada acerca del formato de los
servicios tempranos Cristianos. Uno se pregunta si esta especie de “tradición
oral controlada de manera informal” que Kenneth E. Bailey encuentra en los
pueblos del Cercano Oriente debería relacionarse con los Cristianos que
re-narraban la pasión de Jesús; ver el artículo, “Informal
Controlled Oral Tradition and the Synoptic Gospels”, Asian Journal of
Theology 5 (1991) pp. 35-54.
20.
Coparar mat. 13:52; 23:34. Sobre la existencia
de “escuelas” en la iglesia temprana ver C.K. Barrett, “School, Coventicle, and Church in the New Testament”, en
Wissenschaft und Kirche: Festschrift für Eduard Lohse, ed. K. Aland y S. Meurer
(Bielefeld: Luther, 1989), pp. 96-110.
21.
Para más discusión ver Theissen, “Context”, pp. 112-22.
22.
En contraste, la literatura popular apócrifa
Cristiana describe pocos relatos de pronunciamientos; ver William D. Stroker, “Examples of Pronouncement Stories in Early Christian
Apocryphal Literature”, Semeia 20 (1981), pp. 133-41.
23.
Esto está en línea con Theissen en “Context”, p.
116: “En los apotegmas Sinópticos un grupo afirma sus propias convicciones y
conducta diferenciándolas de otros grupos cercanos”.
24.
Ver Bernard Kollmann, “Jesus
und die Christen als Wundertater”, FRLANT 170 (Göttingen: Vandenhoeck
& Ruprecht, 1996), pp. 355-62.
25.
Ver además Gerd Theissen, “The Miracle Stories of the Early Christian Tradition”
(Philadelphia: Fortress, 1983), pp. 259-64.
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