HISTORIA DE LOS ORÍGENES
Cinco grandes colecciones de escritos, sin tener en cuenta
la gran cantidad de otros dispersos, nos quedan sobre Jesús y su tiempo, éstos
son: 1. Los Evangelios y los textos del Nuevo Testamento en general; 2. Las
composiciones Apócrifas del Antiguo Testamento; 3. La obra de Filón; 4. La de
Josefo; 5. El Talmud. Los textos de Filón de Alejandría tienen la ventaja de
darnos a conocer el pensamiento que fermentaba en tiempo de Jesús en las almas
de aquellos que se ocupaban de los grandes temas religiosos. Aunque Filón vivía
en una provincia alejada del Judaísmo de Jesús, estando así algo separado de
las menudencias que reinaban en Jerusalem. Filón es, por así decirlo, el
hermano mayor de Jesús. Tenía sesenta y dos años cuando Jesús estaba en plena
actividad, y le sobrevivió al menos diez años más.
Josefo, escribía más que nada para los paganos, y no hay en
su estilo la misma sinceridad. Sus cortas notas sobre Jesús, Juan Bautista y
Judas el Galileo no tienen sustancia ni colorido. Quiere presentar estos
movimientos profundamente Judíos de forma inteligible para Griegos y Romanos.
Es muy posible que el pasaje de Jesús sea auténtico(1).
Está en línea con el gusto de Josefo, aunque se puede sentir que una mano
Cristiana a re-tocado la cita, añadiendo algunas palabras sin las cuales sería
blasfemo,(2) posiblemente suprimiendo o
modificando algunas expresiones(3). Hay que
recordar que la fortuna literaria de Josefo es debida a los Cristianos, los
cuales adoptaron sus escritos como documentos esenciales de su historia
sagrada. Se hizo, probablemente en el siglo II, una edición corregida de
acuerdo con las ideas Cristianas(4). En todo
caso, lo interesante de Josefo para este tema son las vivas luces que proyecta
sobre la época. Gracias a él, Herodes, Herodías, Antipas, Felipe, Ana, Caifás,
Pilatos son personajes presentados
con sorprendente realismo.
Los Apócrifos del Antiguo Testamento, sobretodo la parte
Judía de los versos Sibilinos y el Libro de Enoch, junto con el Libro de
Daniel, que es también un verdadero apócrifo, tienen una gran importancia para
la historia del desarrollo de las teorías mesiánicas y para la inteligencia de
las concepciones de Jesús sobre el reino de Dios. El libro de Enoch en
particular, muy leído en el entorno de Jesús(5),
nos da la llave de la expresión de “Hijo del Hombre”
y las ideas que le están relacionadas.
La mayoría está de acuerdo en situar la redacción de los más importantes de
estos libros entre el siglo II y el I a.C. La fecha del libro de Daniel quizá
sea aún más cierta. El carácter de los dos idiomas en los que está escrito, el
uso de palabras griegas, la referencia a eventos que se remontan a la época de
Antíoco Epífanes, etc., sugieren que
“No es en la vieja literatura profética donde
hay que clasificar este libro, sino más bien a la cabeza de la
literatura apocalíptica, como primer modelo”, afirma E. Renan, de un género de
composición del que vendrían a formar parte posteriormente los diversos poemas
Sibilinos, Libro de Enoch, el Apocalipsis de Juan, la Ascensión de Isaías, el
cuarto libro de Esdras.
En la historia de los Orígenes Cristianos, dice M. Geiger,
no se ha tenido en cuenta suficientemente el Talmud. Que la verdadera noción de
las circunstancias donde se produjo Jesús hay que buscarlas en esta
compilación, donde hay tanta información mezclada con la más insignificante
escolástica. La teología Cristiana y la Judía han seguido en el fondo dos
caminos paralelos, la historia de una no puede ser comprendida sin la otra.
Muchos detalles de los Evangelios están comentados en el Talmud. La redacción
del Talmud va desde el año 200 d.C. hasta el 400 d.C., más o menos. La
enseñanza de los Judíos desde la época Asmonea hasta el siglo II d.C. fue
principalmente oral.
Que los Evangelios sean en parte legendarios, es evidente,
dado que están llenos de milagros y lo sobrenatural, pero hay leyenda y
leyenda. Nadie duda de los rasgos principales de la vida de Francisco de Asís,
aunque lo sobrenatural se encuentre a cada paso. Nadie al contrario, le otorga
credibilidad a la “Vida de Apolonio de Tiana”, porque fue escrita mucho después
del héroe y en condiciones de puro romance. En qué época, por que manos, en que
condiciones fueron redactados los Evangelios? He aquí la cuestión principal de
la que depende la opinión que hay que formarse respecto a su credibilidad.
Aunque cada Evangelio lleva el nombre de un personaje
conocido en la historia apostólica, o en la historia Evangélica misma. Estos
cuatro personajes no son sus autores. Las fórmulas “según Mateo”, “según
Marcos”, “según Lucas”, “según Juan”, no implican que, en la opinión más
antigua, estos relato fuesen escritos por Mateo, Marcos, Lucas o Juan(6), lo que significa es que eran tradiciones
provenientes de cada uno de estos apóstoles basándose en su autoridad.
Respecto al Evangelio de Lucas, hay poca duda. Este
evangelio es una composición regular, fundada en documentos anteriores(7). Es la obra de alguien que elige recortar,
combinar. El autor de este evangelio es sin duda el mismo que el de los Hechos
de los Apóstoles(8). Pero el autor de Hechos es
un compañero de San Pablo(9), título que encaja
bien con Lucas(10). Quizá se pueda objetar esto,
pero una cosa está al menos fuera de toda duda, que el autor del tercer
Evangelio y de Hechos es un hombre de la segunda generación apostólica. La
fecha de ese Evangelio puede ser determinada con bastante más precisión
mediante las consideraciones que se pueden sacar del libro mismo. El Capítulo 21 de Lucas fue ciertamente escrito
después del asedio a Jerusalem, aunque poco tiempo después(11). Se trata, pues, de una obra escrita por la misma
mano.
Los Evangelios de Mateo y Marcos no tienen el mismo caché
individual. Son composiciones impersonales, donde el autor desaparece
completamente. Un nombre propio a la cabeza de la obra no dice gran cosa.
Aunque si el Evangelio de Lucas está datado, los de Mateo y Marcos también lo
están. Lo que parece probable es que ni para Marcos ni para Mateo tengamos las
redacciones originales, que estos
dos primeros Evangelios son arreglos, en los que se busca rellenar las lagunas
de un texto con otro.
Lo que no se puede dudar es que se pusieron por escrito los
discursos de Jesús en lengua Aramea, y también sus acciones más remarcables. No
fueron estos textos dogmáticos. Además de los Evangelios hubo muchos otros
escritos que pretendían representar la tradición de testigos oculares(12). Se le dio poca importancia a estos escritos, y
los conservadores como Papías preferían la tradición oral(13). Como se pensaba que el mundo iba a acabar pronto,
no había preocupación alguna por componer libros para el futuro. Se trataba más
bien de guardar en el corazón de cada uno la imagen viva de aquel que se
esperaba ver muy pronto sobre las nubes. De ahí la poca autoridad de la que
disfrutaron durante ciento cincuenta años los textos evangélicos. No había
escrúpulos a la hora de insertar adiciones, de combinarlos, de completar unos
con otros, etc. se prestaban unos a otros estos pequeños libros y cada uno
transcribía en los márgenes de su ejemplar las palabras, las parábolas que
encontraba en otros textos y que le gustaban(14).
Así, estos bellos textos surgieron de una elaboración bastante oscura y muy
popular. Ninguna redacción tenía un valor absoluto. Justino, quien menciona a
menudo lo que él llama “las memorias de los Apóstoles”(15), tenía bajo sus ojos unos documentos evangélicos
bastante diferentes de los que hoy tenemos nosotros. En todo caso, no le
preocupaba alegarlas textualmente. Los escritos seudo-clementinos de origen
Ebionita presentan el mismo carácter. El espíritu lo era todo, la letra no
tenía mayor importancia. Es cuando la tradición se debilitó durante la segunda
mitad del siglo II que los textos que llevaban el nombre de los Apóstoles
tuvieron autoridad decisiva obteniendo fuerza de ley.
La redacción del texto de Mateo parece haber sido realizada
al noreste de Palestina, quizá en Harán o Betania, donde muchos Cristianos se refugiaron en la
época de la guerra con los romanos y donde se encontraban aún en el siglo II
familiares de Jesús(16), donde la primera
dirección Galilea se conservó durante más tiempo.
En cuanto al cuarto Evangelio, las dudas están más fundadas,
y las cuestiones más difíciles de solucionar. Papías, afín a la escuela de
Juan, y que, si no había sido oyente suyo, como dice Ireneo, había frecuentado
bastante a sus discípulos más inmediatos, entre otros a Aristión y al llamado
Presbítero Juan, Papías, que había recogido con pasión los relatos orales de
este Aristión y del Presbítero Juan, no dice palabra acerca de una “Vida de
Jesús” escrita por Juan. Si se hubiera mencionado en su obra, Eusebio, quien
detalló en su obra todo lo que formaba parte de la historia literaria, lo
habría mencionado sin duda. Las dificultades intrínsecas manifiestas en la
lectura del cuarto evangelio no son menos fuertes. Cómo es posible que junto a
información precisa de testimonios oculares, se encuentren discursos tan
diferentes a los de Mateo? Cómo, junto a un plan general de la vida de Jesús,
que parece bastante más satisfactorio y exacto que el de los sinópticos,
encontremos estos pasajes singulares donde se puede apercibir un interés
dogmático propio del redactor, e
ideas tan extrañas a Jesús, incluso indicios que hacen dudar de la buena fe del
narrador? Cómo es que al lado de los puntos de vista más puros y evangélicos
encontramos interpolaciones de
un ardiente sectario? Fue Juan, el hijo de Zebedeo, el hermano de Santiago (no
mencionado ni una sola vez en el Evangelio) quien escribió en Griego estas
lecciones de metafísica abstracta de la que ni en los Sinópticos ni en el
Talmud hay analogía alguna? No parece posible que el cuarto Evangelio surgiese
de la pluma de un pescador Galileo. Este Evangelio surge, hacia finales del
siglo primero, de la gran escuela de Asia Menor, ligada a Juan y nos representa
una vida del maestro digna de ser tenida en consideración como demuestran
testimonios externos y el examen del documento mismo.
Nadie duda que, hacia el año 150, el cuarto Evangelio no
existía y no era atribuido a Juan. Los textos formales de Justino(17). Atenágoras(18),
Tatiano(19), de Teófilo de Antioquia(20), y de Ireneo(21),
muestran desde entonces a este Evangelio ligado a todas las controversias y, al
mismo tiempo, sirviendo de piedra angular para el desarrollo del dogma. Ireneo
es formal, o sea, Ireneo pertenecía a la escuela de Juan, y entre él y el
apóstol sólo estaba Policarpio. El papel de este evangelio en el gnosticismo, y
en particular en el sistema de Valentino(22), en
el Montanismo(23) y en la querella de los
cuartodecimanos(24), no es menos decisivo. La
escuela de Juan es en la que mejor se percibe la continuación durante el siglo
II, o esta escuela no se explicaría si no se sitúa el cuarto Evangelio en su
cuna. Habría que añadir que la primera Epístola atribuida a San Juan es ciertamente
del mismo autor del cuarto Evangelio(25). La
Epístola es reconocida como de Juan por Policarpio(26),
Papías(27), Ireneo(28).
Aunque es sobretodo la lectura de la obra la que es de naturaleza
impresionante. El autor habla siempre como testigo ocular, quiere hacerse pasar
por el apóstol Juan. Si la obra no es realmente del Apóstol, habría que admitir
una superchería que el autor se confesaba a sí mismo. Aunque las ideas en
aquellos tiempos en lo que a la buena fe literaria se refiere eran muy diferentes
a las nuestras. No sólo el autor quiere hacerse pasar por el apóstol Juan, sino
que se ve claramente que escribe en interés de este apóstol. En cada página se
puede observar la intención de enfatizar su autoridad, de mostrar que es el
preferido de Jesús(29), que en todas las
circunstancias solemnes (en la Última Cena, en el Calvario, en la tumba) ocupa
el primer lugar. Las relaciones, en suma fraternales, aunque sin excluir una
cierta rivalidad, del autor con Pedro(30), su
odio contra Judas(31), odio quizá anterior a la
traición, impregnan todo esto. Uno está tentado de creer que Juan, en su vejez,
al leer los relatos evangélicos que circulaban, observó, de un lado, diversas
inexactitudes(32), del otro, se sintió ofendido
al ver que no se le acordaba en la historia de Cristo un lugar importante y se
puso a dictar una cantidad de cosas que sabía mejor que los otros, con la
intención de demostrar que, en muchos casos en los que solamente se hablaba de
Pedro, él ya había estado allí antes que él(33).
Ya en vida de Jesús, estos sentimientos de celos se habían manifestado entre
los hijos de Zebedeo y los demás discípulos. Desde la muerte de su hermano,
Juan era el único heredero de los recuerdos íntimos de los que estos dos
apóstoles, según la opinión de todos, eran depositarios. De ahí su perpetua
insistencia para recordar que es el último sobreviviente de los testigos
oculares(34). De ahí tantos pequeños rasgos de
precisión que parecen escolios de un anotador: “eran las seis”; “era de noche”;
“encendieron un fuego”; “su túnica no tenía costura”. También de ahí el
desorden de la redacción.
Hay que realizar una distinción capital en el Evangelio de
Juan. Por un lado, este Evangelio nos describe la vida de Jesús de manera
considerablemente diferente a como lo hacen los Sinópticos. Por otro, pone en
boca de Jesús discursos cuyo tono, estilo, doctrinas no tienen nada en común
con los dichos y doctrinas en los Sinópticos. La diferencia es tal que hay que
elegir. Si Jesús hablaba como dice Mateo, no pudo haber hablado como dice Juan.
Entre las dos autoridades ningún crítico duda. El tono simple, desinteresado e
impersonal de los Sinópticos está a leguas del Evangelio de Juan, el cual
muestra sin cese las preocupaciones del apologista, el pensamiento del
sectario, la intención de demostrar una tesis y convencer al adversario(35). No es mediante un discurso pretencioso, pesado,
mal escrito, que dice poco que Jesús fundó su obra divina. Desde luego no será
Papías quien nos enseñe que Mateo escribió las frases de Jesús en su lengua
original, la natural, la verdad inefable, el encanto sin parecido de los
discursos sinópticos, el giro profundamente Hebreo de estos discursos, las
analogías que presenta con las frases de los doctores Judíos del mismo tiempo,
su perfecta armonía con el pensar Galileo, todos estos caracteres, si se
comparan con la gnosis un tanto oscura que forma parte del Evangelio de Juan,
hablan bastante alto. Esto no quiere decir que no haya en el discurso de Juan
admirables destellos, rasgos que vienen directamente de Jesús(36). Aunque el tono místico de estos discursos no
responde en nada al carácter de la elocuencia de Jesús tal como aparece en los
Sinópticos. Hay un nuevo espíritu, la gnosis ha comenzado ya. Se aleja la
esperanza de próxima venida de Cristo, se entra en la aridez de la metafísica,
en el dogma abstracto. El espíritu de Jesús no está ahí, y si el hijo de Zebedo
ha escrito o dictado verdaderamente estas páginas, se había olvidado al
escribirlas del lago de Genesaret y los encuentros que allí tuvo.
Una circunstancia que demuestra que el discurso en el cuarto
Evangelio no es histórico, sino una composición destinada a cubrir con la
autoridad de Jesús ciertas doctrinas apreciadas por el redactor, es la perfecta
armonía con el estado intelectual de Asia Menor en el momento en que fueron
escritas. Asia Menor era en esa época el teatro de un extraño movimiento de
filosofía sincrética. Todos los gérmenes del gnosticismo ya existían. Parece
ser que Juan bebió de esas fuentes. Quizá después de la crisis del año 68
(fecha del Apocalipsis) y del año 70(ruina de Jerusalem), el anciano apóstol,
desengañado de una próxima venida del Hijo del Hombre en las nubes, se
inclinara hacia ideas que fluían en su entorno y que podían amalgamarse
bastante bien con ciertas doctrinas Cristianas. Prestándole esas ideas a Jesús
no hizo sino seguir una inclinación bien natural. Los recuerdos se transforman,
el ideal de una persona que hemos conocido cambia con uno mismo. Considerando a
Jesús como encarnación de la verdad, Juan no pudo evitar atribuirle lo que él
había llegado a tener como verdad.
También es muy probable que Juan no tuviera nada que ver en
todo esto, y que estos cambios se hicieron en su entorno y por él. Uno está
tentado de creer que las preciosas notas
que vienen de él fueron empleadas por sus discípulos en un sentido muy distinto
al espíritu evangélico primitivo. Algunas partes del cuarto evangelio fueron
añadidas poco después, como es el caso del capítulo XXI(37), donde el autor parece haberse propuesto rendir homenaje al
apóstol Pedro después de su muerte y responder a las objeciones que se iban a
sacar o ya se sacaban de la muerte del mismo Juan 21:20-23.
En otras partes aparecen tachaduras y correcciones(38).
Esta perpetua argumentación, puesta en escena sin ingenuidad, estos largos
razonamientos después de cada milagro, estos discursos rígidos, cuyo tono es a
menudo falso e ilegal(39), no serían soportados
por un hombre de gusto si los comparamos con las bellas frases en los
Sinópticos. Se trata de piezas artificiales(40),
que nos representan las predicaciones de Jesús como los diálogos de Platón nos
ofrecen los encuentros de Sócrates. El vocabulario de Jesús no se aprecia en
estos párrafos. La expresión del Reino de Dios que era tan familiar al Maestro(41), solamente aparece una sola vez(42). Sin embargo, el estilo del discurso de Jesús en
el cuarto Evangelio ofrece la más completa analogía con el de las Epístolas de
san Juan. Se puede apreciar que al escribir su discurso, el autor seguía, no
sólo sus recuerdos, sino el movimiento bastante monótono de su propio
pensamiento. Se despliega todo un nuevo lenguaje místico del que los Sinópticos
no tienen ni idea(mundo, verdad, vida, luz, tinieblas, etc.). Jesús no pudo
haber hablado en este estilo, que nada tiene de Hebreo, ni de Judío, ni de
Talmúdico.
En cuanto a la obra de Lucas, su valor histórico es
sensiblemente más débil. Es un documento de segunda mano. La narrativa es más
madura. Las palabras de Jesús son más reflexivas, más compuestas. Algunas
frases son llevadas a un extremo(43). Escrito
fuera de Palestina, y seguramente después del asedio de Jerusalem(44), el autor indica los lugares con menos rigor que
los dos otros sinópticos. Hay una falsa idea del Templo, que se representa como
un oratorio donde se va a realizar las devociones(45),
atenúa los detalles para tratar de ponerlos en concordancia con los diferentes
relatos(46). Suaviza los pasajes que se habían
convertido más embarazosos al punto de vista de una idea más exaltada de la
divinidad de Jesús(47). Exagera lo maravilloso(48), comete errores de cronología(49), omite las glosas Hebreas(50),
no cita palabra alguna de Jesús en este idioma, nombra todas las ciudades por
su nombre griego. Se ve al escribano que copila, al que no ha visto
directamente a los testigos y trabaja con textos, permitiéndose fuertes
violencias para ponerlos en armonía. Lucas tenía probablemente ante sus ojos
una selección biográfica de Marcos y las Logía de Mateo. Aunque las trata con mucha
libertad, incluso funde juntas dos anécdotas o parábolas para crear una(51), descompone una para crear dos(52). Interpreta los documentos según su sentido
particular, no tiene la impasibilidad de Mateo y Marcos. Es un devoto
muy-exacto(53), se preocupa de que Jesús haya
cumplido todos los ritos Judíos(54), es
demócrata y ebionita exaltado, o sea opuesto a la propiedad y persuadido que la
revancha de los pobres va a llegar(55), quiere
poner de relieve de manera afectiva todas las anécdotas resaltando la
conversión de los pecadores y exalta a los humildes(56),
modifica a menudo las antiguas tradiciones para darles este giro(57). Admite en sus primeras páginas leyendas sobre la
infancia de Jesús, narradas con largas amplificaciones, cánticos,
procedimientos convencionales que forman los rasgos esenciales de los
Evangelios apócrifos. En su relato de los últimos días de Jesús expone algunas
circunstancias llenas de un sentimiento tierno y algunas palabras de Jesús
ofrecen un belleza deliciosa(58) que no se
encuentran en los relatos más auténticos, donde se puede sentir la leyenda.
Lucas quizá las tomó prestadas de una selección más reciente donde se buscaba
sobretodo excitar los sentimientos de piedad.
Lucas tuvo a la vista originales que ya no tenemos. Es menos
un evangelista que un biógrafo de Jesús, un “armonista”, un corrector parecido
a Marción y Tatiano. Aunque es un biógrafo del siglo I, un artista que,
independientemente de las informaciones que sacó de las fuentes más antiguas,
nos muestra el carácter del fundador con un rasgo de bondad, una inspiración de
conjunto y un relieve que no tienen los otros dos sinópticos. Su Evangelio es
de una lectura fascinante, porque a la belleza del fondo común, añade una parte
de artificio y composición que aumenta de manera singular el efecto del retrato
sin perjudicar su verdad.
------------------------
1.
Antigüedades, XVIII,
III, 3.
2.
Si está permitido llamarle hombre.
3.
Cf. Antigüedades,
XX, IX, 1.
4.
Eusebio (Hist.
Eccl., II, 23, y Demostr. Evang., III, 5)
cita el pasaje sobre Jesús como lo leemos actualmente en Josefo. Orígenes (Contra Celso, I, 47; II, 13) y Eusebio (Hist. Eccl. II, 23) citan otra interpolación
Cristiana, la cual no se encuentra en ninguno de los manuscritos de Josefo que
han llegado hasta nosotros.
5.
Epístola de Judas,
14.
6.
Por ello se dice: Evangelio según/de los
Hebreos, Evangelio según/de los Egipcios.
7.
Luc. 1:1-4.
8.
Hech. 1:1.
Comp. Luc. 1:1-4.
9.
A partir de 16:10,
el autor se da como testigo ocular.
10.
2 Tim. 4:44; Fil. 24, Colo., 4:14.
El nombre Lucas (contracción de Lucanus) era bastante raro, no se trata aquí de
un homónimo.
11.
Versículos 9, 20,
24, 28, 32. Comp. 22:36.
12.
Luc. 1:1-2;
Orígenes, Hom. En Luc., I; San Jerónimo,
Coment. En Mateo.
13.
Papías, en Eusebio, H.E.,
3:39. Comparar con Ireneo, Adv. Haere., III,
II y II.
14.
De ahí que el bello relato en Juan, 8:1-11 flotaba sin encontrar su lugar fijo
en el cuadro de los evangelios recibidos.
15.
Justino, Apol.,
1:33, 66, 67; Dial. Cum Trypho., 10,
100, 101, 102, 103, 104, 105, 106, 107.
16.
Julio el Africano, en Eusebio,
Hist. Eccl., I, 7.
17.
Apol., I, 32,
61; Dial. cum Trypho, 88.
18.
Legatio pro Christ.,
10.
19.
Adv. Graec.,
5, 7 Cf. Eusebio, H.E, IV, 29; Teodoreto, Haeretic. Fabul, I, 20.
20.
Ad Autolycum,
II,22.
21.
Adv. Haere.,
II, xxii, 5; III, i. Cf. Eus., H.E., V,8.
22.
Ireneo, Adv. Haere.,
I, iii, 6; III, xi, 7; San Hipólito, “Philosophumena”,
VI, ii, 29 y siguientes.
23.
Ireneo, Adv. Haere.,
III, xi, 9.
24.
Eusebio, Hist. Eccl.,
V, 24.
25.
I Juan I,3,5.
Los dos escritos ofrecen la identidad de estilo más completa, los mismos giros,
las mismas expresiones favoritas.
26.
Epist. ad Philipp., 7.
27.
En Eusebio, Hist.
Eccl., III, 39.
28.
Adv. Haere.,
III, xvi, 5, 8. Cf. Eusebio, Hist. Eccle.,
V, 8.
29.
Jn. 13:23; 19:26;
20:2; 21:7, 20.
30.
Jn. 18:15-16;
20:2-6; 21:15-19; Comp. 1:35,40,41.
31.
Jn. 6:63; 12:6; 21 y
siguiente.
32.
La manera como Aristión o “Presbyteros Joannes”
se expresaba sobre el Evangelio de Marcos ante Papías(Eusebio,
H.E., III, 39) implica una crítica benevolente, o, por decirlo mejor,
una especie de excusa, que parece suponer que los discípulos de Juan concebían
el tema con actitud más positiva.
33.
Comparar Juan, 18:15
con Mat. 26:58; Juan
20:2-6, con Marc. 16:7. Ver también Juan 13:24-25.
34.
Jn. 1:14; 19:35;
21:24. Comparar la primera epístola de San Juan
1:3,5.
35.
Ver, por ejemplo, capítulos
IX y XI. El efecto extraño que hacen los pasajes en Juan 19:35; 20:31: 21:20-23, 24-25, cuando un
recuerda la ausencia de toda reflexión que distingue a los Sinópticos.
36.
Por ejemplo, Jn.
4:1; 15:12; Algunas palabras recordadas por Juan se encuentran en los
sinópticos (Jn. 12:16; 15:20).
37.
Los versículos 20:30-31
forman parte de la antigua conclusión.
38.
Jn. 6:2, 22; 6:22.
39.
Ver, por ejemplo, 2:25;
3:32-33, y las largas disputas de los capítulos VII,
VIII, IX.
40.
Parece como si el autor buscase pretextos para
situar los discurso(cap. VIII, V, VIII, XIII y siguientes).
41.
Del que dan buena fe los Sinópticos, Hechos
y Epístolas de San Pablo, y el
Apocalipsis.
42.
Juan, 3:3-5.
43.
Luc. 14:26.
Las reglas del apostolado, Cap. X tienen un
carácter particular de exaltación.
44.
Luc. 19:41, 43-44;
21:9-20; 23:29.
45.
Luc. 2:37; 18:10:
24:53.
46.
Por ejemplo, Luc.
4:16.
47.
Luc. 3:23.
Omite Mat. 24:36.
48.
Luc. 4:14; 22:43-44.
49.
Por ejemplo, en lo que se refiere a Qirinio,
Lisanias, Teudas.
50.
Comparar Luc, 1:31,
con Mat. 1:21.
51.
Por ejemplo, Luc.
19:12-27.
52.
Así, a la comida en Betania le da dos relatos (Luc. 7:36-48, y 10:38-42).
53.
Luc. 23:56.
54.
Luc.
2:21,22,39,41,42. Es un rasgo Ebionita. Cf. Philosophumena,
VII, VI, 34.
55.
La parábola del rico y Lázaro. Comparar Luc. 6:20, 24; 12:13; 16 entero; 22:35; Hechos 2:44-45;
5:1.
56.
La mujer que unge los pies, Zaqueo, el buen
ladrón, la parábola del Fariseo y el Publicano, el hijo pródigo.
57.
Por ejemplo, María de Betania es para él una
pecadora que se convierte.
58.
Jesús llorando sobre Jerusalem, sudando sangre,
el encuentro con las mujeres, el buen ladrón, etc. Las palabras a las mujeres
de Jerusalem(Luc. 23:28-29) no pueden haber
sido concebidas sino después del sitio de Jerusalem en el 70.
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