martes, 1 de abril de 2014

JESÚS, HISTORIA DE LOS ORÍGENES

HISTORIA DE LOS ORÍGENES
Cinco grandes colecciones de escritos, sin tener en cuenta la gran cantidad de otros dispersos, nos quedan sobre Jesús y su tiempo, éstos son: 1. Los Evangelios y los textos del Nuevo Testamento en general; 2. Las composiciones Apócrifas del Antiguo Testamento; 3. La obra de Filón; 4. La de Josefo; 5. El Talmud. Los textos de Filón de Alejandría tienen la ventaja de darnos a conocer el pensamiento que fermentaba en tiempo de Jesús en las almas de aquellos que se ocupaban de los grandes temas religiosos. Aunque Filón vivía en una provincia alejada del Judaísmo de Jesús, estando así algo separado de las menudencias que reinaban en Jerusalem. Filón es, por así decirlo, el hermano mayor de Jesús. Tenía sesenta y dos años cuando Jesús estaba en plena actividad, y le sobrevivió al menos diez años más.

Josefo, escribía más que nada para los paganos, y no hay en su estilo la misma sinceridad. Sus cortas notas sobre Jesús, Juan Bautista y Judas el Galileo no tienen sustancia ni colorido. Quiere presentar estos movimientos profundamente Judíos de forma inteligible para Griegos y Romanos. Es muy posible que el pasaje de Jesús sea auténtico(1). Está en línea con el gusto de Josefo, aunque se puede sentir que una mano Cristiana a re-tocado la cita, añadiendo algunas palabras sin las cuales sería blasfemo,(2) posiblemente suprimiendo o modificando algunas expresiones(3). Hay que recordar que la fortuna literaria de Josefo es debida a los Cristianos, los cuales adoptaron sus escritos como documentos esenciales de su historia sagrada. Se hizo, probablemente en el siglo II, una edición corregida de acuerdo con las ideas Cristianas(4). En todo caso, lo interesante de Josefo para este tema son las vivas luces que proyecta sobre la época. Gracias a él, Herodes, Herodías, Antipas, Felipe, Ana, Caifás, Pilatos son personajes presentados con sorprendente realismo.

Los Apócrifos del Antiguo Testamento, sobretodo la parte Judía de los versos Sibilinos y el Libro de Enoch, junto con el Libro de Daniel, que es también un verdadero apócrifo, tienen una gran importancia para la historia del desarrollo de las teorías mesiánicas y para la inteligencia de las concepciones de Jesús sobre el reino de Dios. El libro de Enoch en particular, muy leído en el entorno de Jesús(5), nos da la llave de la expresión de “Hijo del Hombre” y las ideas que le están relacionadas. La mayoría está de acuerdo en situar la redacción de los más importantes de estos libros entre el siglo II y el I a.C. La fecha del libro de Daniel quizá sea aún más cierta. El carácter de los dos idiomas en los que está escrito, el uso de palabras griegas, la referencia a eventos que se remontan a la época de Antíoco Epífanes, etc., sugieren que “No es en la vieja literatura profética donde hay que clasificar este libro, sino más bien a la cabeza de la literatura apocalíptica, como primer modelo”, afirma E. Renan, de un género de composición del que vendrían a formar parte posteriormente los diversos poemas Sibilinos, Libro de Enoch, el Apocalipsis de Juan, la Ascensión de Isaías, el cuarto libro de Esdras.

En la historia de los Orígenes Cristianos, dice M. Geiger, no se ha tenido en cuenta suficientemente el Talmud. Que la verdadera noción de las circunstancias donde se produjo Jesús hay que buscarlas en esta compilación, donde hay tanta información mezclada con la más insignificante escolástica. La teología Cristiana y la Judía han seguido en el fondo dos caminos paralelos, la historia de una no puede ser comprendida sin la otra. Muchos detalles de los Evangelios están comentados en el Talmud. La redacción del Talmud va desde el año 200 d.C. hasta el 400 d.C., más o menos. La enseñanza de los Judíos desde la época Asmonea hasta el siglo II d.C. fue principalmente oral.

Que los Evangelios sean en parte legendarios, es evidente, dado que están llenos de milagros y lo sobrenatural, pero hay leyenda y leyenda. Nadie duda de los rasgos principales de la vida de Francisco de Asís, aunque lo sobrenatural se encuentre a cada paso. Nadie al contrario, le otorga credibilidad a la “Vida de Apolonio de Tiana”, porque fue escrita mucho después del héroe y en condiciones de puro romance. En qué época, por que manos, en que condiciones fueron redactados los Evangelios? He aquí la cuestión principal de la que depende la opinión que hay que formarse respecto a su credibilidad.

Aunque cada Evangelio lleva el nombre de un personaje conocido en la historia apostólica, o en la historia Evangélica misma. Estos cuatro personajes no son sus autores. Las fórmulas “según Mateo”, “según Marcos”, “según Lucas”, “según Juan”, no implican que, en la opinión más antigua, estos relato fuesen escritos por Mateo, Marcos, Lucas o Juan(6), lo que significa es que eran tradiciones provenientes de cada uno de estos apóstoles basándose en su autoridad.

Respecto al Evangelio de Lucas, hay poca duda. Este evangelio es una composición regular, fundada en documentos anteriores(7). Es la obra de alguien que elige recortar, combinar. El autor de este evangelio es sin duda el mismo que el de los Hechos de los Apóstoles(8). Pero el autor de Hechos es un compañero de San Pablo(9), título que encaja bien con Lucas(10). Quizá se pueda objetar esto, pero una cosa está al menos fuera de toda duda, que el autor del tercer Evangelio y de Hechos es un hombre de la segunda generación apostólica. La fecha de ese Evangelio puede ser determinada con bastante más precisión mediante las consideraciones que se pueden sacar del libro mismo. El Capítulo 21 de Lucas fue ciertamente escrito después del asedio a Jerusalem, aunque poco tiempo después(11). Se trata, pues, de una obra escrita por la misma mano.

Los Evangelios de Mateo y Marcos no tienen el mismo caché individual. Son composiciones impersonales, donde el autor desaparece completamente. Un nombre propio a la cabeza de la obra no dice gran cosa. Aunque si el Evangelio de Lucas está datado, los de Mateo y Marcos también lo están. Lo que parece probable es que ni para Marcos ni para Mateo tengamos las redacciones originales, que estos dos primeros Evangelios son arreglos, en los que se busca rellenar las lagunas de un texto con otro.

Lo que no se puede dudar es que se pusieron por escrito los discursos de Jesús en lengua Aramea, y también sus acciones más remarcables. No fueron estos textos dogmáticos. Además de los Evangelios hubo muchos otros escritos que pretendían representar la tradición de testigos oculares(12). Se le dio poca importancia a estos escritos, y los conservadores como Papías preferían la tradición oral(13). Como se pensaba que el mundo iba a acabar pronto, no había preocupación alguna por componer libros para el futuro. Se trataba más bien de guardar en el corazón de cada uno la imagen viva de aquel que se esperaba ver muy pronto sobre las nubes. De ahí la poca autoridad de la que disfrutaron durante ciento cincuenta años los textos evangélicos. No había escrúpulos a la hora de insertar adiciones, de combinarlos, de completar unos con otros, etc. se prestaban unos a otros estos pequeños libros y cada uno transcribía en los márgenes de su ejemplar las palabras, las parábolas que encontraba en otros textos y que le gustaban(14). Así, estos bellos textos surgieron de una elaboración bastante oscura y muy popular. Ninguna redacción tenía un valor absoluto. Justino, quien menciona a menudo lo que él llama “las memorias de los Apóstoles”(15), tenía bajo sus ojos unos documentos evangélicos bastante diferentes de los que hoy tenemos nosotros. En todo caso, no le preocupaba alegarlas textualmente. Los escritos seudo-clementinos de origen Ebionita presentan el mismo carácter. El espíritu lo era todo, la letra no tenía mayor importancia. Es cuando la tradición se debilitó durante la segunda mitad del siglo II que los textos que llevaban el nombre de los Apóstoles tuvieron autoridad decisiva obteniendo fuerza de ley.

La redacción del texto de Mateo parece haber sido realizada al noreste de Palestina, quizá en Harán o Betania, donde  muchos Cristianos se refugiaron en la época de la guerra con los romanos y donde se encontraban aún en el siglo II familiares de Jesús(16), donde la primera dirección Galilea se conservó durante más tiempo.

En cuanto al cuarto Evangelio, las dudas están más fundadas, y las cuestiones más difíciles de solucionar. Papías, afín a la escuela de Juan, y que, si no había sido oyente suyo, como dice Ireneo, había frecuentado bastante a sus discípulos más inmediatos, entre otros a Aristión y al llamado Presbítero Juan, Papías, que había recogido con pasión los relatos orales de este Aristión y del Presbítero Juan, no dice palabra acerca de una “Vida de Jesús” escrita por Juan. Si se hubiera mencionado en su obra, Eusebio, quien detalló en su obra todo lo que formaba parte de la historia literaria, lo habría mencionado sin duda. Las dificultades intrínsecas manifiestas en la lectura del cuarto evangelio no son menos fuertes. Cómo es posible que junto a información precisa de testimonios oculares, se encuentren discursos tan diferentes a los de Mateo? Cómo, junto a un plan general de la vida de Jesús, que parece bastante más satisfactorio y exacto que el de los sinópticos, encontremos estos pasajes singulares donde se puede apercibir un interés dogmático propio del redactor, e ideas tan extrañas a Jesús, incluso indicios que hacen dudar de la buena fe del narrador? Cómo es que al lado de los puntos de vista más puros y evangélicos encontramos interpolaciones de un ardiente sectario? Fue Juan, el hijo de Zebedeo, el hermano de Santiago (no mencionado ni una sola vez en el Evangelio) quien escribió en Griego estas lecciones de metafísica abstracta de la que ni en los Sinópticos ni en el Talmud hay analogía alguna? No parece posible que el cuarto Evangelio surgiese de la pluma de un pescador Galileo. Este Evangelio surge, hacia finales del siglo primero, de la gran escuela de Asia Menor, ligada a Juan y nos representa una vida del maestro digna de ser tenida en consideración como demuestran testimonios externos y el examen del documento mismo.

Nadie duda que, hacia el año 150, el cuarto Evangelio no existía y no era atribuido a Juan. Los textos formales de Justino(17). Atenágoras(18), Tatiano(19), de Teófilo de Antioquia(20), y de Ireneo(21), muestran desde entonces a este Evangelio ligado a todas las controversias y, al mismo tiempo, sirviendo de piedra angular para el desarrollo del dogma. Ireneo es formal, o sea, Ireneo pertenecía a la escuela de Juan, y entre él y el apóstol sólo estaba Policarpio. El papel de este evangelio en el gnosticismo, y en particular en el sistema de Valentino(22), en el Montanismo(23) y en la querella de los cuartodecimanos(24), no es menos decisivo. La escuela de Juan es en la que mejor se percibe la continuación durante el siglo II, o esta escuela no se explicaría si no se sitúa el cuarto Evangelio en su cuna. Habría que añadir que la primera Epístola atribuida a San Juan es ciertamente del mismo autor del cuarto Evangelio(25). La Epístola es reconocida como de Juan por Policarpio(26), Papías(27), Ireneo(28). Aunque es sobretodo la lectura de la obra la que es de naturaleza impresionante. El autor habla siempre como testigo ocular, quiere hacerse pasar por el apóstol Juan. Si la obra no es realmente del Apóstol, habría que admitir una superchería que el autor se confesaba a sí mismo. Aunque las ideas en aquellos tiempos en lo que a la buena fe literaria se refiere eran muy diferentes a las nuestras. No sólo el autor quiere hacerse pasar por el apóstol Juan, sino que se ve claramente que escribe en interés de este apóstol. En cada página se puede observar la intención de enfatizar su autoridad, de mostrar que es el preferido de Jesús(29), que en todas las circunstancias solemnes (en la Última Cena, en el Calvario, en la tumba) ocupa el primer lugar. Las relaciones, en suma fraternales, aunque sin excluir una cierta rivalidad, del autor con Pedro(30), su odio contra Judas(31), odio quizá anterior a la traición, impregnan todo esto. Uno está tentado de creer que Juan, en su vejez, al leer los relatos evangélicos que circulaban, observó, de un lado, diversas inexactitudes(32), del otro, se sintió ofendido al ver que no se le acordaba en la historia de Cristo un lugar importante y se puso a dictar una cantidad de cosas que sabía mejor que los otros, con la intención de demostrar que, en muchos casos en los que solamente se hablaba de Pedro, él ya había estado allí antes que él(33). Ya en vida de Jesús, estos sentimientos de celos se habían manifestado entre los hijos de Zebedeo y los demás discípulos. Desde la muerte de su hermano, Juan era el único heredero de los recuerdos íntimos de los que estos dos apóstoles, según la opinión de todos, eran depositarios. De ahí su perpetua insistencia para recordar que es el último sobreviviente de los testigos oculares(34). De ahí tantos pequeños rasgos de precisión que parecen escolios de un anotador: “eran las seis”; “era de noche”; “encendieron un fuego”; “su túnica no tenía costura”. También de ahí el desorden de la redacción.

Hay que realizar una distinción capital en el Evangelio de Juan. Por un lado, este Evangelio nos describe la vida de Jesús de manera considerablemente diferente a como lo hacen los Sinópticos. Por otro, pone en boca de Jesús discursos cuyo tono, estilo, doctrinas no tienen nada en común con los dichos y doctrinas en los Sinópticos. La diferencia es tal que hay que elegir. Si Jesús hablaba como dice Mateo, no pudo haber hablado como dice Juan. Entre las dos autoridades ningún crítico duda. El tono simple, desinteresado e impersonal de los Sinópticos está a leguas del Evangelio de Juan, el cual muestra sin cese las preocupaciones del apologista, el pensamiento del sectario, la intención de demostrar una tesis y convencer al adversario(35). No es mediante un discurso pretencioso, pesado, mal escrito, que dice poco que Jesús fundó su obra divina. Desde luego no será Papías quien nos enseñe que Mateo escribió las frases de Jesús en su lengua original, la natural, la verdad inefable, el encanto sin parecido de los discursos sinópticos, el giro profundamente Hebreo de estos discursos, las analogías que presenta con las frases de los doctores Judíos del mismo tiempo, su perfecta armonía con el pensar Galileo, todos estos caracteres, si se comparan con la gnosis un tanto oscura que forma parte del Evangelio de Juan, hablan bastante alto. Esto no quiere decir que no haya en el discurso de Juan admirables destellos, rasgos que vienen directamente de Jesús(36). Aunque el tono místico de estos discursos no responde en nada al carácter de la elocuencia de Jesús tal como aparece en los Sinópticos. Hay un nuevo espíritu, la gnosis ha comenzado ya. Se aleja la esperanza de próxima venida de Cristo, se entra en la aridez de la metafísica, en el dogma abstracto. El espíritu de Jesús no está ahí, y si el hijo de Zebedo ha escrito o dictado verdaderamente estas páginas, se había olvidado al escribirlas del lago de Genesaret y los encuentros que allí tuvo.

Una circunstancia que demuestra que el discurso en el cuarto Evangelio no es histórico, sino una composición destinada a cubrir con la autoridad de Jesús ciertas doctrinas apreciadas por el redactor, es la perfecta armonía con el estado intelectual de Asia Menor en el momento en que fueron escritas. Asia Menor era en esa época el teatro de un extraño movimiento de filosofía sincrética. Todos los gérmenes del gnosticismo ya existían. Parece ser que Juan bebió de esas fuentes. Quizá después de la crisis del año 68 (fecha del Apocalipsis) y del año 70(ruina de Jerusalem), el anciano apóstol, desengañado de una próxima venida del Hijo del Hombre en las nubes, se inclinara hacia ideas que fluían en su entorno y que podían amalgamarse bastante bien con ciertas doctrinas Cristianas. Prestándole esas ideas a Jesús no hizo sino seguir una inclinación bien natural. Los recuerdos se transforman, el ideal de una persona que hemos conocido cambia con uno mismo. Considerando a Jesús como encarnación de la verdad, Juan no pudo evitar atribuirle lo que él había llegado a tener como verdad.

También es muy probable que Juan no tuviera nada que ver en todo esto, y que estos cambios se hicieron en su entorno y por él. Uno está tentado de creer que las preciosas notas que vienen de él fueron empleadas por sus discípulos en un sentido muy distinto al espíritu evangélico primitivo. Algunas partes del cuarto evangelio fueron añadidas poco después, como es el caso del capítulo XXI(37), donde el autor parece haberse propuesto rendir homenaje al apóstol Pedro después de su muerte y responder a las objeciones que se iban a sacar o ya se sacaban de la muerte del mismo Juan 21:20-23. En otras partes aparecen tachaduras y correcciones(38). Esta perpetua argumentación, puesta en escena sin ingenuidad, estos largos razonamientos después de cada milagro, estos discursos rígidos, cuyo tono es a menudo falso e ilegal(39), no serían soportados por un hombre de gusto si los comparamos con las bellas frases en los Sinópticos. Se trata de piezas artificiales(40), que nos representan las predicaciones de Jesús como los diálogos de Platón nos ofrecen los encuentros de Sócrates. El vocabulario de Jesús no se aprecia en estos párrafos. La expresión del Reino de Dios que era tan familiar al Maestro(41), solamente aparece una sola vez(42). Sin embargo, el estilo del discurso de Jesús en el cuarto Evangelio ofrece la más completa analogía con el de las Epístolas de san Juan. Se puede apreciar que al escribir su discurso, el autor seguía, no sólo sus recuerdos, sino el movimiento bastante monótono de su propio pensamiento. Se despliega todo un nuevo lenguaje místico del que los Sinópticos no tienen ni idea(mundo, verdad, vida, luz, tinieblas, etc.). Jesús no pudo haber hablado en este estilo, que nada tiene de Hebreo, ni de Judío, ni de Talmúdico.

En cuanto a la obra de Lucas, su valor histórico es sensiblemente más débil. Es un documento de segunda mano. La narrativa es más madura. Las palabras de Jesús son más reflexivas, más compuestas. Algunas frases son llevadas a un extremo(43). Escrito fuera de Palestina, y seguramente después del asedio de Jerusalem(44), el autor indica los lugares con menos rigor que los dos otros sinópticos. Hay una falsa idea del Templo, que se representa como un oratorio donde se va a realizar las devociones(45), atenúa los detalles para tratar de ponerlos en concordancia con los diferentes relatos(46). Suaviza los pasajes que se habían convertido más embarazosos al punto de vista de una idea más exaltada de la divinidad de Jesús(47). Exagera lo maravilloso(48), comete errores de cronología(49), omite las glosas Hebreas(50), no cita palabra alguna de Jesús en este idioma, nombra todas las ciudades por su nombre griego. Se ve al escribano que copila, al que no ha visto directamente a los testigos y trabaja con textos, permitiéndose fuertes violencias para ponerlos en armonía. Lucas tenía probablemente ante sus ojos una selección biográfica de Marcos y las Logía de Mateo. Aunque las trata con mucha libertad, incluso funde juntas dos anécdotas o parábolas para crear una(51), descompone una para crear dos(52). Interpreta los documentos según su sentido particular, no tiene la impasibilidad de Mateo y Marcos. Es un devoto muy-exacto(53), se preocupa de que Jesús haya cumplido todos los ritos Judíos(54), es demócrata y ebionita exaltado, o sea opuesto a la propiedad y persuadido que la revancha de los pobres va a llegar(55), quiere poner de relieve de manera afectiva todas las anécdotas resaltando la conversión de los pecadores y exalta a los humildes(56), modifica a menudo las antiguas tradiciones para darles este giro(57). Admite en sus primeras páginas leyendas sobre la infancia de Jesús, narradas con largas amplificaciones, cánticos, procedimientos convencionales que forman los rasgos esenciales de los Evangelios apócrifos. En su relato de los últimos días de Jesús expone algunas circunstancias llenas de un sentimiento tierno y algunas palabras de Jesús ofrecen un belleza deliciosa(58) que no se encuentran en los relatos más auténticos, donde se puede sentir la leyenda. Lucas quizá las tomó prestadas de una selección más reciente donde se buscaba sobretodo excitar los sentimientos de piedad.

Lucas tuvo a la vista originales que ya no tenemos. Es menos un evangelista que un biógrafo de Jesús, un “armonista”, un corrector parecido a Marción y Tatiano. Aunque es un biógrafo del siglo I, un artista que, independientemente de las informaciones que sacó de las fuentes más antiguas, nos muestra el carácter del fundador con un rasgo de bondad, una inspiración de conjunto y un relieve que no tienen los otros dos sinópticos. Su Evangelio es de una lectura fascinante, porque a la belleza del fondo común, añade una parte de artificio y composición que aumenta de manera singular el efecto del retrato sin perjudicar su verdad.                                        
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1.     Antigüedades, XVIII, III, 3.
2.     Si está permitido llamarle hombre.
3.     Cf. Antigüedades, XX, IX, 1.
4.     Eusebio (Hist. Eccl., II, 23, y Demostr. Evang., III, 5) cita el pasaje sobre Jesús como lo leemos actualmente en Josefo. Orígenes (Contra Celso, I, 47; II, 13) y Eusebio (Hist. Eccl. II, 23) citan otra interpolación Cristiana, la cual no se encuentra en ninguno de los manuscritos de Josefo que han llegado hasta nosotros.
5.     Epístola de Judas, 14.
6.     Por ello se dice: Evangelio según/de los Hebreos, Evangelio según/de los Egipcios.
7.     Luc. 1:1-4.
8.     Hech. 1:1. Comp. Luc. 1:1-4.
9.     A partir de 16:10, el autor se da como testigo ocular.
10.   2 Tim. 4:44; Fil. 24, Colo., 4:14. El nombre Lucas (contracción de Lucanus) era bastante raro, no se trata aquí de un homónimo.
11.   Versículos 9, 20, 24, 28, 32. Comp. 22:36.
12.   Luc. 1:1-2; Orígenes, Hom. En Luc., I; San Jerónimo, Coment. En Mateo.
13.   Papías, en Eusebio, H.E., 3:39. Comparar con Ireneo, Adv. Haere., III, II y II.
14.   De ahí que el bello relato en Juan, 8:1-11 flotaba sin encontrar su lugar fijo en el cuadro de los evangelios recibidos.
15.   Justino, Apol., 1:33, 66, 67; Dial. Cum Trypho., 10, 100, 101, 102, 103, 104, 105, 106, 107.
16.   Julio el Africano, en Eusebio, Hist. Eccl., I, 7.
17.   Apol., I, 32, 61; Dial. cum Trypho, 88.
18.   Legatio pro Christ., 10.
19.   Adv. Graec., 5, 7 Cf. Eusebio, H.E, IV, 29; Teodoreto, Haeretic. Fabul, I, 20.
20.   Ad Autolycum, II,22.
21.   Adv. Haere., II, xxii, 5; III, i. Cf. Eus., H.E., V,8.
22.   Ireneo, Adv. Haere., I, iii, 6; III, xi, 7; San Hipólito, “Philosophumena”, VI, ii, 29 y siguientes.
23.   Ireneo, Adv. Haere., III, xi, 9.
24.   Eusebio, Hist. Eccl., V, 24.
25.   I Juan I,3,5. Los dos escritos ofrecen la identidad de estilo más completa, los mismos giros, las mismas expresiones favoritas.
26.   Epist. ad Philipp., 7.
27.   En Eusebio, Hist. Eccl., III, 39.
28.   Adv. Haere., III, xvi, 5, 8. Cf. Eusebio, Hist. Eccle., V, 8.
29.   Jn. 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20.
30.   Jn. 18:15-16; 20:2-6; 21:15-19; Comp. 1:35,40,41.
31.   Jn. 6:63; 12:6; 21 y siguiente.
32.   La manera como Aristión o “Presbyteros Joannes” se expresaba sobre el Evangelio de Marcos ante Papías(Eusebio, H.E., III, 39) implica una crítica benevolente, o, por decirlo mejor, una especie de excusa, que parece suponer que los discípulos de Juan concebían el tema con actitud más positiva.
33.   Comparar Juan, 18:15 con Mat. 26:58; Juan 20:2-6, con Marc. 16:7. Ver también Juan 13:24-25.
34.   Jn. 1:14; 19:35; 21:24. Comparar la primera epístola de San Juan 1:3,5.
35.   Ver, por ejemplo, capítulos IX y XI. El efecto extraño que hacen los pasajes en Juan 19:35; 20:31: 21:20-23, 24-25, cuando un recuerda la ausencia de toda reflexión que distingue a los Sinópticos.
36.   Por ejemplo, Jn. 4:1; 15:12; Algunas palabras recordadas por Juan se encuentran en los sinópticos (Jn. 12:16; 15:20).
37.   Los versículos 20:30-31 forman parte de la antigua conclusión.
38.   Jn. 6:2, 22; 6:22.
39.   Ver, por ejemplo, 2:25; 3:32-33, y las largas disputas de los capítulos VII, VIII, IX.
40.   Parece como si el autor buscase pretextos para situar los discurso(cap. VIII, V, VIII, XIII y siguientes).
41.   Del que dan buena fe los Sinópticos, Hechos y  Epístolas de San Pablo, y el Apocalipsis.
42.   Juan, 3:3-5.
43.   Luc. 14:26. Las reglas del apostolado, Cap. X tienen un carácter particular de exaltación.
44.   Luc. 19:41, 43-44; 21:9-20; 23:29.
45.   Luc. 2:37; 18:10: 24:53.
46.   Por ejemplo, Luc. 4:16.
47.   Luc. 3:23. Omite Mat. 24:36.
48.   Luc. 4:14; 22:43-44.
49.   Por ejemplo, en lo que se refiere a Qirinio, Lisanias, Teudas.
50.   Comparar Luc, 1:31, con Mat. 1:21.
51.   Por ejemplo, Luc. 19:12-27.
52.   Así, a la comida en Betania le da dos relatos (Luc. 7:36-48, y 10:38-42).
53.   Luc. 23:56.
54.   Luc. 2:21,22,39,41,42. Es un rasgo Ebionita. Cf. Philosophumena, VII, VI, 34.
55.   La parábola del rico y Lázaro. Comparar Luc. 6:20, 24; 12:13; 16 entero; 22:35; Hechos 2:44-45; 5:1.
56.   La mujer que unge los pies, Zaqueo, el buen ladrón, la parábola del Fariseo y el Publicano, el hijo pródigo.
57.   Por ejemplo, María de Betania es para él una pecadora que se convierte.
58.   Jesús llorando sobre Jerusalem, sudando sangre, el encuentro con las mujeres, el buen ladrón, etc. Las palabras a las mujeres de Jerusalem(Luc. 23:28-29) no pueden haber sido concebidas sino después del sitio de Jerusalem en el 70.

    

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