JESUS
Parece ser que Jesús frecuentó poco las escuelas importantes
de escribas (soferim), quizá no había ninguna en Nazaret, y no tuvo ningún
título de esos que otorgan a los ojos del vulgar el derecho de saber(1). Sería un gran error no obstante imaginarse que
Jesús era un ignorante. El árabe que no ha tenido ningún maestro, es a menudo
distinguido, pues la tienda es una especie de escuela siempre abierta donde del encuentro entre la gente bien
educada nace un gran movimiento intelectual e incluso literario. La delicadeza
de las maneras y la fineza de espíritu nada tienen en común en Oriente con lo
que aquí llamamos educación. Son los hombres de escuela al contrario los que
pasan por pedantes y mal educados. En este estado social, la ignorancia, que
aquí condena al hombre a un rango inferior, es la condición de las grandes
cosas y de la gran originalidad.
No es probable que Jesús supiera Griego, lengua bastante
extendida en Judea en las clases que participaban en el gobierno y las ciudades
habitadas por paganos, como Cesarea(2). El
idioma de Jesús era el dialecto Siriaco mezclado con el Hebreo que entonces se
hablaba en Palestina(3). Con más razón que no
tuviera mucho conocimiento de la cultura Griega. Esta cultura estaba proscrita
por los doctores de la Ley, quienes maldecían de igual manera a aquellos que
criaban puercos con aquellos que enseñan a sus hijos la ciencia griega(4). En todo caso no había penetrado en ciudades
pequeñas como Nazaret. No obstante el anatema de los doctores, muchos Judíos
habían abrazado la cultura Helena. Sin hablar de la escuela Judía en Egipto,
donde las tentativas para amalgamar el Helenismo con el Judaísmo se estaban
llevando a cabo desde hacía doscientos años, un Judío, Nicolás Damasceno, era
en esos mismos tiempos uno de los hombres más distinguidos, instruido y bien
considerado de su siglo. Pronto Josefo se convirtió en otro ejemplo de Judío
completamente helenizado. Aunque Nicolás tenía de Judío solamente la sangre,
Josefo se declara haber sido entre sus contemporáneos una excepción(5), y toda la escuela cismática de Egipto se había
separado de Jerusalem hasta tal punto que no se encontró de esta el más mínimo
recuerdo ni en el Talmud ni en la tradición Judía. Lo que sí es cierto es que
en Jerusalem el Griego era muy poco estudiado, que los estudios griegos eran
considerados peligroso e incluso serviles, que se los consideraba buenos como
mucho para las mujeres como adorno(6). El
estudio de la Ley era lo considerado digno para un hombre serio(7).
Ni directa ni indirectamente llegó ningún elemento de la
cultura Griega a Jesús. No conoció nada fuera del Judaísmo. En el seno mismo
del Judaísmo, permaneció extraño a muchos esfuerzos paralelos a los suyos. Por
un lado el ascetismo Esenio o de
los Terapeutas(8), por el otro los bellos
ensayos de filosofía religiosa de la escuela Judía en Alejandría, de la que
Filón, contemporáneo de Jesús, era un ingenioso intérprete, le eran
desconocidos. Las semejanzas frecuentes que se encuentran entre él y Filón,
esas excelentes máximas de amor de Dios, de caridad, de descanso en Dios(9), que son como un eco entre los Evangelios y los
escritos del ilustre pensador alejandrino, vienen de tendencias comunes que las
necesidades de la época inspiraron a todos los espíritus elevados.
Felizmente para él, no conoció tampoco la escolástica rara que se enseñaba en Jerusalem y que
pronto iba a constituir el Talmud. Si algunos Fariseos ya la habían traído a Galilea, él no los
frecuentó, y cuando encontró más tarde esta casuística boba, ella no le inspiró
sino desagrado. Se puede suponer por lo tanto que los principios de Hillel no
le fueron desconocidos. Hillel, cincuenta años antes de Jesús, había
pronunciado aforismos que junto a los suyos tenían mucha analogías. Por su
pobreza humildemente soportada, por la humildad de su carácter, por la
oposición que hacía contra los hipócritas y sacerdotes, Hillel fue, en cierto sentido, el verdadero
maestro de Jesús(10), si es que es posible
hablar de maestro, cuando se trata de una tan alta originalidad.
La lectura de los libros del Antiguo Testamento ejerció
sobre él mucha más influencia. El Canon de los libros Santos se componía de dos
partes principales, la Ley, o sea, el Pentateuco, y los Profetas, tal como los
tenemos hoy día. Se realizaba una amplia exégesis alegórica a todos estos
libros y se buscaba obtener lo que no era, pero respondía a la aspiración de la
época. La Ley, que representaba, no las antiguas leyes del país, sino más bien
las utopías, las leyes artificiales y los fraudes piadosos de la época de los
reyes pietistas, se había convertido, desde que la nación ya no se gobernaba
ella misma, en tema de sutiles e inagotables interpretaciones. En cuanto a los
Profetas y los Salmos, se estaba persuadido que casi todos los rasgos un tanto
misteriosos de estos libros se referían al Mesías, y se buscaba de antemano el
tipo de aquel que había de realizar las esperanzas de la nación. Jesús
compartía el gusto que todo el mundo tenía por estas interpretaciones
alegóricas. Pero la verdadera poesía de la Biblia, que escapaba a los pueriles
exegetas de Jerusalem, se manifestaba plenamente en su genio. La poesía
religiosa de los Salmos se encuentra en una perfecta sincronía con su espíritu
lírico, fue durante toda su vida su alimento y sostén. Los profetas, Isaías en particular y su
continuador de los tiempos de la cautividad, con sus sueños de futuro, su
elocuencia impetuosa, sus invectivas mezcladas con imágenes encantadoras,
fueron su verdaderos maestros. Sin duda hubo de haber leído varias obras
apócrifas. Uno de estos libros lo menciona bastante. Es el Libro de Daniel.
Este libro, compuesto por un Judío de tiempos de Antioco Epífanes, usando el
nombre de un sabio antiguo(11), era el resumen
del espíritu de los últimos tiempos. Su autor, verdadero creador de la filosofía
de la historia, había por vez primera osado ver el movimiento del mundo y la
sucesión de los imperios como función subordinada a los destino del pueblo
Judío. Jesús fue influenciado desde el comienzo por estas altas esperanzas.
Quizá también leyó el Libro de Enoc, por entonces reverenciado también como
libro santo(12), y otros escritos del mismo
género, que mantenían un gran movimiento en la imaginación popular. La venida
del Mesías con su gloria y terror, las naciones hundiéndose unas tras otras, los cataclismo en el cielo y la tierra
que eran el alimento familiar de su imaginación, y como estas revoluciones se
suponían cerca y mucha gente buscaba conocer los tiempos, el orden sobrenatural
donde nos transportan estas visiones le parecía perfectamente natural y simple.
Que no tuviese ningún conocimiento del estado general del
mundo, es lo que resulta de cada rasgo de sus discursos más auténticos. La tierra le parece aún
dividida en reinos que se hacen la guerra; parece ignorar la “Paz Romana”, y el
nuevo estado de la sociedad que inauguraba su siglo. También vivió
probablemente en Sebasta, Galilea, obra de Herodes el Grande, cuya arquitectura
de ostentación es lo que él llamó “Los Reinos de este Mundo y toda su gloria”.
Aunque este lujo y arte administrativo y oficial le disgustaban. Lo que en
verdad amaba eran esos pueblos Galileos, poblados con cabañas, con sus pozos,
tumbas, olivares e higueras. Siempre estuvo cerca de la naturaleza. La corte de
los reyes le parecía un lugar donde la gente tenía delicadas costumbres(13). Las encantadoras imposibilidades que abundan en
sus parábolas, cuando pone en escena a los reyes y a los poderosos(14), demuestran que concibió la sociedad aristocrática
como joven pueblerino que veía el mundo a través del prisma de su ingenuidad.
Menos aún conoció las nuevas ideas creadas por la ciencia
Griega, base de toda filosofía que la ciencia moderna ha confirmado mayormente,
la exclusión de los dioses caprichosos a los que la ingenua creencia de la
época antigua atribuían el gobierno del universo. Casi un siglo antes de él,
Lucrecio expresó de manera admirable la inflexibilidad del régimen general de
la naturaleza. La negación del milagro en el sentido que todo se produce
mediante las leyes donde la intervención personal de seres superiores no tiene
lugar, era común en las grandes escuelas de todos los países que habían
recibido la ciencia Griega. Quizá Babilonia y Persia no la desconocían. Jesús
no supo nada de este progreso. Aunque nacido en una época donde el principio de
la ciencia positiva ya había sido proclamado, él vivió en lo sobrenatural. Es
posible que nunca antes los Judíos habían estado tan poseídos por lo
maravilloso. Filón, el cual vivía en un gran centro intelectual y había
recibido una educación muy completa, sólo poseía una ciencia quimérica y algo
pobre.
Jesús no difería en este punto de sus compatriotas. Creía en
el diablo, que veía como una especie de genio del mal(15),
y se imaginaba, como todo el mundo, que las enfermedades nerviosas eran debidas
a los demonios, que poseían al paciente y lo torturaban. Lo maravilloso no era
para él lo excepcional, era lo normal. Este fue el estado intelectual de Jesús.
Pero en su gran alma, semejante creencia producía efectos opuestos a los que se
producían en el alma del vulgar. En el vulgar, la fe en la acción particular de
Dios llevaba a una credulidad simplista y a la estafa de los charlatanes. En
Jesús, sin embargo, se daba una noción profunda de las relaciones familiares
del hombre con Dios y una creencia exagerada en el poder del hombre, bellos
errores que fueron el principio de su fuerza, pues aunque un día le pondrían en falta ante el físico y el químico,
estas le daban en su tiempo una fuerza de la que ningún individuo ha dispuso
antes de él.
Su carácter especial se revela. La leyenda lo muestra desde
su infancia rebelde contra la autoridad paternal, saliéndose de las vías
comunes para seguir su propia vocación(16). Se
siente seguro, parece que no dio demasiada importancia a las relaciones
paternales. Su familia no parece haberse llevado muy bien con él(17). Jesús como todos los hombres exclusivamente
preocupados con una idea, no tenía muy en cuenta los lazos de sangre. La gente
simple no entendía esto de igual manera, y un día una mujer que pasaba a su
lado, le dijo: “Dichoso el seno que te llevó y los
pechos que te amamantaron !”; Bienaventurado más bien, respondió, (18), el que oye la Palabra de Dios y la pone en
práctica”! Pronto, en su rebeldía contra la naturaleza, va mucho más lejos, y
se le verá pisoteando todo lo que es humano, la sangre, el amor, la patria,
etc. Solamente guarda alma y corazón para la idea que entendía como la forma
absoluta del bien y de lo verdadero.
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1.
(127)Mat. 13:54
y siguiente; Juan 7:15.
2.
(128)Mishnah , Schekalim,
3:2; Talmud de Jerusalem, Megilla, halaka
XI; Sota, VII, 1; Talmud de Babilonia, Baba Kama, 83 a; Megilla,
8b.
3.
(129)Mat. 27:46;
Marc. 3:17; 5:41; 7:34; 14:36; 15:34. La expresión “é patrios phone”, en los escritores de la época, designa
siempre el dialecto semita que se hablaba en Palestina (2 Mac. 7:21, 27; 12:37; Hech. 21:37, 40; 22:2; 26:14; Josefo, Ant.
18.6.10; Contra Apión, I,9). Algunos de los documentos que sirvieron de
base a los Evangelios sinópticos fueron escritos en este dialecto semita. Lo
mismo para varios apócrifos(IV Macabeos, XVI, ad
calcem, etc.). El Cristianismo surgido directamente del primer
movimiento Galileo(Nazarenos, Ebionim, etc.)
que continuó existiendo algún tiempo en Betania y Harán, hablaban un dialecto semita
(Eusebio, De situ et nomin. Loc. Hebr.; Epifanio,
Adversus Haer. XXIX,7,9; XXX,3; San Jerónimo, In Matth., XII, 13; Dial. adv.
Pelag., III,2).
4.
(130)Mishnah, “Sanhedrin”, XI, 1; Talmud de
Babilonia, Baba Kama, 82b y 83a; Sota, 49, a y b; Menachoth, 64b; Comp. II
Macch., IV, 10.
5.
(131)Josefo, Ant.,
XX,XI,2.
6.
(132)Talmud de Jerusalem, Peah, I,1.
7.
(133)Josefo Anti.,
loc.cit.; Origenes, Contra Celsum, II,34.
8.
(135)Los Terapeutas de Filón eran considerados
una rama de los Esenios. Su nombre parece ser una traducción griega de la
palabra Esenios (asaya = médicos). Cf. Filón, “De
Vita Contempl”.
9.
(136)Ver sobretodo los tratados “Quis rerum divinarum haeres sit et De Philanthropia”
de Filón.
10.
(137)Pirké Aboth,
cap. I y II; Talm. De Jerus., Pesashim, VI, 1; Talm. De Babilonia, Pesashim, 66ª; Shabbath,
30b y 31ª; Joma, 35b.
11.
(138)La leyenda de Daniel se había forma en el
siglo VII antes de Jesucristo(Ezequiel, 14:14; 28:3).
Es por las necesidades de la leyenda que se hace vivir en tiempos del
Cautiverio en Babilonia.
12.
(139)Epístola Judae,
14; Petri. II,4,11; Testamento de los Doce Patriarcas, Simeón, 5; Leví, 14,16;
Judá, 18, Zebulón,
3; Daniel, 5; Neftalí, 4. El Libro de Enoch forma aún parte integrante de la
Biblia Etíope. Tal como lo conocemos por la versión Etíope, está compuesto por
piezas con fecha diferente, de las que las más antiguas son del año 130 o 150
a.C. Algunas de estas tienen analogías con los sermones de Jesús. Comparar los cap. XCVI-XCIX con Lucas, 6:24 y siguientes.
13.
(140)Mat. 11:8.
14.
(141)Por ejemplo, Mat.
22:2 y siguiente.
15.
(142)Mat. 6:13.
16.
(143)Luc. 2:42.
Los Evangelios apócrifos están llenos de historias fantásticas que llegan hasta
lo grotesco.
17.
(144)Mat. 13:57;
Marc. 6:4; Juan, 7:3.
18.
(146)Luc. 11:27.
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