JESÚS Y EL REINO DE LOS CIELOS
Hasta el arresto de Juan, Jesús no de dejó el entorno del
Mar Muerto y del Jordán. La estancia en el desierto de Judea era generalmente
considerada como la preparación para grandes eventos, como una especie de
retiro anterior a actos públicos. Jesús se sometió al ejemplo de otros y pasó
cuarenta días sin otra compañía que las bestias salvajes, practicando un ayuno
riguroso. La imaginación de los discípulos se activó mucho respecto a este
evento. El desierto era, en la creencia popular, donde habitaban los demonios(1). Se creyó que durante el tiempo que pasó en este
horrible lugar, hubo de superar pruebas terribles, que Satán le había
amedrentado respecto a sus ilusiones y le realizó promesas seductoras, y que
los ángeles para recompensarle por su victoria vinieron a servirle(2).
Es posible que Jesús se enterase del arresto de Juan
Bautista al salir del desierto. No tenía razón permanecer en un país que casi
le era extraño. O quizá temía exponerse al mismo destino que Juan, en unos
momentos en los que aún no era conocido y su muerte no serviría para el
progreso de sus ideas. Se volvió a Galilea(3),
su patria verdadera más maduro debido a esta importante experiencia y después
de haber tenido contacto con un gran hombre.
Quizá si el Bautista hubiera permanecido libre, difícil
habría sido evitar el estar bajo su autoridad, ni rechazar el yugo de los ritos
y prácticas externas, lo que habría hecho de Jesús un Judío sectario desconocido, pues
seguramente la gente no habría abandonado unas prácticas por otras. Es mediante la atracción de una
religión libre de toda forma externa que el Cristianismo sedujo las almas
elevadas. El Bautista una vez en la cárcel, su escuela disminuyó, y Jesús se
dedicó a su propio movimiento. Lo
que se debía a Juan eran, en cierta manera, las lecciones de predicación y
acción popular. Desde entonces predicó con mucha más fuerza y se impuso a la
muchedumbre con autoridad(4). Parece también que
su estancia cerca de Juan hizo madurar sus ideas sobre el “Reino de los Cielos”. Su proclama principal es “la buena nueva”, el anuncio que el Reino de Dios
está cerca(5). Jesús no será solamente un
moralista aspirante a encerrar en unos cuantos aforismos vivos y cortos
lecciones sublimes; es el revolucionario transcendente, que trata de renovar el
mundo desde sus fundamentos mismos y fundar en la tierra el ideal que ha
concebido. Participar en el “Reino de Dios”
será sinónimo de ser discípulo de Jesús(6).
Estas palabras de “Reino de Dios” o “Reino de los Cielos”, eran, desde hacía
tiempo, conocidas por los Judíos. Pero Jesús les da un sentido moral, un
alcance social que el autor del Libro de Daniel, en su entusiasmo apocalíptico,
no deja entrever.
La venida de este reino del bien será una gran revolución
súbita. El mundo parecerá al revés de lo que es, basta concebir más o menos lo
contrario de lo que existe. Los primeros serán últimos(7).
El germen de esta revolución no será al comienzo reconocible. Será como el
grano de mostaza, la más pequeña de las semillas que una vez sembrada da un
árbol grande donde descansan las aves del cielo(8).
Una serie de parábolas, oscuras a menudo, explicaban las sorpresas de este
evento repentino, sus aparentes injusticias, su carácter inevitable y
definitivo(9).
Una revolución radical(10),
que comprendía hasta la naturaleza misma, tal fue el pensamiento fundamental de
Jesús. Desde entonces renunció a la política; quizá el ejemplo de Judas el
Galileo le había mostrado la inutilidad de las sediciones populares. Nunca
pensó en rebelarse contra los Romanos y los tetrarcas. Su sumisión a los
poderes establecidos, insignificante en el fondo, era completa en la forma.
Pagaba el tributo al César para no escandalizar. La libertad y el derecho no
son de este mundo, para qué complicarse la vida con susceptibilidades vanas?
Sin tener en cuenta la tierra, convencido que el mundo presente no merece que
uno se preocupe, se instaló en su reino ideal y fundó esta doctrina del desdeño
transcendente(11), verdadera doctrina de la
libertad de las almas, que otorga
la paz. Aunque aún no había dicho: “Mi reino no es de este mundo”. Se dice que
un día la gente de Galilea quisieron hacerlo rey(12).
Jesús huyó a la montaña permaneciendo unos días solo. Su naturaleza le salvo de
cometer el error que habría hecho de él un agitador o jefe de rebeldes, un
Theudas o un Barkohba.
La revolución que siempre quiso hacer fue una revolución
moral, aunque aún no se había confiado para su realización a los ángeles y a la
trompeta final. Es sobre los humanos y mediante los humanos mismos que quería
actuar. Un visionario que solamente hubiera tenido en mente la idea de la
proximidad del juicio final no habría cuidado tanto de la mejora del hombre, ni
habría fundado la más bella enseñanza moral que la humanidad ha recibido.
Lo que Jesús creó es la doctrina de la libertad de las
almas. Jesús no conocía lo suficiente la historia como para darse cuenta cuan a
tiempo llegaba su doctrina, en una época en la que la libertad republicana
había llegado a su fin, en la que las pequeñas constituciones municipales de la
antigüedad expiraban en la unidad del imperio romano. Pero su admirable buen
sentido y el instinto verdaderamente profético que tenía de su misión le
guiaron con una seguridad maravillosa. Mediante estas palabras: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Creó algo diferente a la política, un refugio para las almas en medio del
imperio de la fuerza brutal. El poder del estado quedó limitado a las cosas
terrenales. Si Jesús se hubiera desplazado a Roma para conspirar contra
Tiberio, o a ensalzar a Germánico, que habría sido del mundo? Sin duda, no
habría conseguido parar el curso del mundo, mientras que al declarar la
política insignificante, reveló al mundo que la patria no lo es todo, y que el
hombre es anterior y superior al ciudadano.
En el fondo, lo ideal es siempre una utopía. La reforma de
todas las cosas que quería Jesús(13) no era lo
más difícil. Esta tierra nueva, este cielo nuevo, esta Jerusalem nueva que
desciende del cielo, el grito: “He aquí que lo hago
todo nuevo”(14), son los rasgos comunes
de los reformadores. Siempre el contraste del ideal con la triste realidad
producirá en la humanidad estas revueltas contra la fría razón que los
espíritus mediocres tachan de locura, hasta el día que triunfan y aquellos que
la han combatido son los primeros en reconocer su alta razón.
Que hubo una contradicción entre la creencia de un fin
cercano del mundo y la moral habitual de Jesús, concebida en vista a un estado
estable de la humanidad, bastante análogo al que existe, no se tratará de
negarlo(15). Fue, precisamente, esta
contradicción la que aseguró el éxito de su obra. Los milenarista solos no habrían realizado nada
durable; los moralistas no habría hecho nada poderoso. El milenarismo dio el
impulso, la moral aseguró el porvenir. Con esto, el Cristianismo reunía las dos
condiciones para tener éxito en este mundo, un punto de partida revolucionario
y la posibilidad de vivir. Todo lo que tiene éxito debe responder a estas dos
necesidades, pues el mundo quiere cambiar y durar a la vez. Jesús, al mismo
tiempo que anunciaba un cambio sin igual en las cosas humanas, proclamó los principios sobre los cuales la
sociedad reposa desde hace más de dos mil años.
Lo que distingue a Jesús de los agitadores de su tiempo y de
aquellos de todos los tiempos, es su idealismo perfecto. Jesús, en muchos
sentidos es, por así decirlo, un anarquista, pues no tiene ninguna idea sobre
el gobierno civil. Todo gobierno le parece, simplemente, un abuso. Habla en
términos vagos como si no tuviera idea alguna de política. Todo magistrado le
parece un enemigo natural de los hombres de Dios. Quiere acabar con la riqueza
y el poder, no hacerse con
ellos. La idea que se es todopoderoso mediante el sufrimiento y la resignación
y que se triunfa sobre la fuerza mediante la pureza de corazón, es una idea
propia de Jesús. Jesús no es un espiritualista, todo desemboca pare él en una
realización palpable.
A quién dirigirse, con quién contar para fundar el Reino de
Dios? Jesús no duda un momento. Lo que es elevado para los hombres es
abominación a los ojos de Dios(16). Los
fundadores del Reino de Dios serán los simples. Nada de ricos, ni doctores, ni
sacerdotes; las mujeres, los hombres del pueblo, los humildes, los pequeños(17). La gran señal del Mesías es la “buena nueva”
anunciada a los pobres(18).
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1.
Tobías 8:3; Luc. 11:24.
2.
Mat. 4:1; Marc.
1:12-13; Luc. 4:1. La sorprendente analogía que estos relatos ofrecen
respecto a leyendas análogas en la Vendidad(XIX) y en el Lalitavistara (cap.
XVII, XVIII, XXI)llevan a ver en todo esto un mito. Pero el relato conciso de
Marcos, que representa aquí la redacción más antigua, supone que se trata de un
hecho real, que más tarde fue tema de desarrollos legendarios.
3.
Mat. 4:12; Marc. 1:14;
Luc. 4:14; Juan 4:3.
4.
Mat. 7:29; Marc.
1:22; Luc. 4:32.
5.
Marc. 1:14-15.
6.
Marc. 15:43.
7.
Mat., 19:30; 20:16;
Marc. 10:31; Luc. 13:30.
8.
Mat. 13:31; Marc.
4:31.
9.
Mat. 13, entero;
18:23; 20:1; Luc. 18.
10.
Hech. 3:21.
11.
Mat. 17:23-26;
22:16-22.
12.
Juan 6:15.
13.
Hech. 3:21.
14.
Apoc. 21:1,2,5.
15.
Las sectas milenaristas Inglesas presentan el
mismo contraste: la creencia en un fin del mundo cercano, y, sin embargo, un
muy buen sentido en la practica de la vida, una gran armonía en los asuntos
comerciales e industriales.
16.
Luc. 16:15.
17.
Mat. 5:3,10; 18:3;
19:14, etc.
18.
Mat. 11:5.
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