EL MESÍAS: CONDICIONES RELIGIOSAS EN TIEMPOS DE JESÚS
Los
Evangelios hablan mucho de los demonios y espíritus malignos que Jesús
expulsaba de los enfermos. Una de las razones de este éxito fue sin duda la creencia muy difundida en
demonios y espíritus dañinos que un hombre santo y hacedor de milagros podía
expulsar, curando así las enfermedades provocadas por esa “posesión”. Como en Babilonia, el antídoto contra los
espíritus malignos estaba constituido por susurros, conjuros y todo tipo de
hechicerías y encantamientos.
La
hechicería y los encantamientos eran prohibidos por la Torah, pero el pueblo, y
especialmente las mujeres, no prestaban atención a tal prohibición. Aunque la Mishná se subleva contra los “susurros sobre la herida”(1),
incluso los “sabios” practicaban a veces tales conjuros, susurros y salivazos.
Algunos hombres, sin embargo, como Eliyahu y
Mashiaj podían curar simplemente por medio
de la oración o de la imposición de manos; Jesús era considerado uno de
aquellos por sus discípulos, especialmente por las mujeres que lo seguían.
Desde
el tiempo del Libro de Daniel, la mayor parte del pueblo, educada por los
fariseos, creyó cada vez más en la Divina Providencia, en las recompensas y
castigos después de la muerte, y en la resurrección. Estos no eran artículos de
fe fundamentales, pero los encontramos en la mayor parte de los Libros
Apócrifos y Pseudoepígrafes de fines del período del Segundo Templo,
La
antigua convicción de la Escritura de que la prosperidad sobrevendría al justo,
y el infortunio al impío, en este mundo, por más que se atrasaran, prevalecía
aún, mezclada confusamente con ideas mas nuevas y con la reciente creencia en
la supervivencia del alma, en el Paraíso y en la Gehena, ya antes difundida,
aunque no en su forma ulterior y más desarrollada. El individuo ya ocupaba un
lugar en la religión judía de la época, tanto como la nación. Aquel tenía una
mayor necesidad de la recompensa y el castigo individuales, y al ver que ellos
no le llegaban durante su vida, se vio compelido a buscarlos después de la
muerte.
El
profeta Jeremías enseñó que la nación no habría de morir (31:35-6); esta convicción surgía necesariamente de
la creencia en el “día del Señor”, también predicado por los profetas, día en
que las naciones que habían oprimido y perseguido a Israel, que no conocían a
Dios ni su Ley moral y que llenaron el mundo de violencia, sufrirían el
correspondiente castigo.
Este
habría de ser universal: todo el mundo sería juzgado. Aumentarían las sequías,
el hambre y la guerra, la corrupción moral, y los castigos que sobrevendrían a
las personas individual o colectivamente. Tal es la perspectiva de la Mishná y de una antigua baraita(2) que contiene este viejo concepto, que encontramos
también en los Evangelios y en los escritos de los primeros Padres cristianos(3). La destrucción del Segundo Templo, la caída de
Bittir, y la derrota de Bar Kochba
influyeron incuestionablemente sobre el terrible cuadro de los “tormentos del Mesías”(4),
aunque la mayor parte de estas figuras se encuentran en el Libro de Enoch y en La
Asunción de Moisés, que fueron escritos antes de la Destrucción, y en el
Libro de Baruch y en el Cuarto Esdras, anteriores a la derrota de Bar Kocjba.
Los
“tormentos del Mesías” introducirían la edad
mesiánica, en la cual habrían de reunirse los judíos dispersos después de que
hubiera aparecido Elías. De él escribió Ben Sira
que “estaba listo para el tiempo”, no sólo
para “volver los corazones de los padres a los hijos”,
sino también par “restaurar las tribus de Israel”(5). Elías haría sonar la trompeta del Mesías, y los
judíos dispersos concurrirían desde los cuatro puntos cardinales.
Entonces
vendría el Mesías, el Salvador lleno del espíritu de Dios, que destruiría el
paganismo y restauraría el reino de Israel en todo su poder, reconstruiría
Jerusalem y el Templo, y lo haría centro espiritual del mundo. Las naciones que
no fueran destruidas (por no haber oprimido a Israel), se sumarían a la fe
judía, y el mundo sería reformado “por el reino de los cielos”. El Señor sería
Dios de toda la tierra, y prevalecerían la rectitud, la justicia y la
hermandad. El Mesías habría de ser hijo de David.
Pero
no todo esto se consideraba seguro en aquella época, puesto que el Libro de
Daniel no hace mención alguna de un Mesías humano, y a pesar de que Bar Kochba
no era del linaje de David, el Rabí Akiba
vio en él al Mesías real. Pero en los Salmos de Salomón, compuestos poco
después de la muerte de Pompeyo (c. 45 a.C.) encontramos que la mayoría de los
fariseos esperaban que el Mesías fuera hijo de David, y por ello rechazaron a
la casa real de los Macabeos, que eran descendientes de Aarón. También en los
Evangelios el título regular del Mesías es “hijo de
David” (como en la baraita mesiánica del Talmud) además del “Hijo del Hombre”.
Estos
eran los rasgos más destacados de la creencia mesiánica, tal como se había
desarrollado a partir de las visiones de los profetas y del Libro de Daniel. Ya había alcanzado esa forma en la
época de las bendiciones “Shemoné Esrél” que,
a juzgar por el texto hebreo del Libro de Ben Sira
(Cap. 51), contenían las principales
características de la creencia mesiánica anterior a la revuelta macabea (“alabado sea el Salvador de Israel”, “alabado sea el que
reúna a Israel disperso”, “alabado sea el que haba brotar una rama de la casa
de David”, “alabado sea el que ha escogido a Sión”).
Las
masas solían ver en todo obrador de milagros y predicador a un futuro salvador
y gobernante, un rey y un Mesías, un salvador político sobrenatural y un
salvador espiritual lleno del espíritu divino. Y eso es lo que el pueblo vio
primeramente en Jesús: un Mesías Rey, un salvador político sobrenatural y un
salvador espiritual. Hasta el tiempo en que resultó manifiesto que su reino “no era de este mundo”.
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1. Sanh., X, 1. Ver L. Blau, “Das altjüdische Zauberwesen”, Estrasburog, 1898.
2. Sotá (fin de la Mishná) y
Sanh., 97ª.
3. J. Klausner, “Die
messianischen Vorstellungen, pág. 49-50.
4. Ibid., 8-12
5. Klausner, “Ha – Rayon ha –
Meshiji”, parte 2, Jerusalem, 1921.
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