EL JESÚS HISTÓRICO SEGÚN REIMARUS
Es sólo a primera vista que la absoluta indiferencia del
Cristianismo temprano hacia el Jesús histórico es desconcertante. Cuando Pablo,
representante de aquellos que reconocían los signos de los tiempos, no deseaba
conocer al Cristo según la carne, fue esta la primera expresión del impulso de
auto-preservación mediante el cual el Cristianismo se guió durante siglos.
Sentían que con la introducción del Jesús histórico en la fe, surgiría algo
nuevo, algo que no había sido previsto ni siquiera en los pensamientos del
Maestro, y por lo tanto una contradicción saldría a la luz, la solución de la
cual constituiría uno de los más grandes problemas.
El Cristianismo primitivo vivió completamente en el futuro
con el Cristo por venir, y para preservar al Jesús histórico conservó del Jesús
histórico sólo algunos dichos, unos cuantos milagros, su muerte y resurrección.
Aboliendo tanto el mundo real
como el Jesús histórico evitó la
división interna, y se mantuvo consistente en sus puntos de vista. Debido a
esto nos han quedado solamente
no biografías de Jesús sino solo
los Evangelios.
Pero con el tiempo a esta unilateral visión le llegó su fin.
El trascendente Cristo y el Jesús histórico hubieron de ser unidos en una sola
personalidad a la vez histórica y por encima del tiempo. Esto lo llevó a cabo
el Gnosticismo en la Cristología del Logos. Ambas, desde puntos de vista
opuestos, dado que buscaban lo mismo, sublimaron al Jesús histórico en Ideal
más allá de lo mundano. El resultado de este desarrollo, que dio lugar a un
cierto descrédito de la escatología, fue que el Jesús histórico fue de nuevo
introducido en el ámbito Cristiano, pero de manera que toda justificación de
interés en la investigación de
Su vida y personalidad histórica fueron eliminados.
Cuando en Calcedonia el Oeste venció al Este, su doctrina de
las dos naturalezas disolvió la unidad de la Persona, eliminando la última
posibilidad de un retorno al Jesús histórico. La auto-contradicción fue elevada
como ley. Así, mediante un engaño la fórmula mantuvo prisionera la Vida e
impidió que el espíritu de la Reforma desarrollara la idea de un retorno al
Jesús histórico. Es, pues, evidente que el Jesús histórico es diferente del
Jesús de las Dos Naturalezas.
Otro punto importante es que las fuentes exhiben una
sorprendente contradicción. Afirman que Jesús se sentía a sí mismo como Mesías;
pero en la presentación de su vida no aparece que se le afirmase públicamente. Sólo queda trabajar con las dos
hipótesis que Jesús se sentía Mesías, como afirman las fuentes, y que no se
sentía como tal, como Su conducta implica; o tratar de conjeturar de otro modo
qué clase de conciencia Mesiánica pudo haber tenido, si esto no afecta su
conducta y discurso. Porque una cosa es cierta: todo el relato de los últimos
días en Jerusalem serían ininteligibles, su tuviéramos que suponer que la gente
tenía la más mínima sospecha que Jesús se creía el Mesías.
Mientras que en general una personalidad es hasta cierto
punto definida por el tipo de pensamiento que comparte con sus contemporáneos,
en el caso de Jesús esta fuente de información no es satisfactoria ni tampoco
lo son los documentos.
Cuál era la naturaleza del pensamiento en el mundo
contemporáneo Judío? Para esta pregunta no hay respuesta clara. No sabemos si
la expectativa del Mesías era algo generalmente corriente o si era la fe de una
mera secta. Nada tenía que ver con la religión de Moisés. No había conexión
orgánica entre la religión de la Ley y la esperanza futura. Además, si la
esperanza escatológica era corriente de manera general, se trataba de la
esperanza apocalíptica o la profética? Conocemos las expectativas Mesiánicas de
los profetas; conocemos el cuadro apocalíptico de Daniel, y, el de Enoch y los
Salmos de antes de Jesús, y los Apocalipsis de Esdras y Baruc acerca del tiempo
de la destrucción de Jerusalem. Pero no sabemos cuál era la forma popular; ni,
suponiendo que ambas estaban combinadas en un solo cuadro, qué apariencia tenía éste. Conocemos
solamente la forma escatológica que encontramos en los Evangelios y las
epístolas Paulinas, aunque combinar estas tres la profética, la apocalíptica
Judía, y la Cristiana- no ha sido aún posible.
Pero aún suponiendo que pudiésemos obtener la información
exacta respecto a las expectativas populares Mesiánicas en tiempos de Jesús,
aún no conoceríamos qué forma asumían en la auto-conciencia de aquél que se sabía el Mesías pero
mantenía que el tiempo aún no había llegado para revelarse como Mesías. Sólo
conocemos el aspecto desde fuera, como esperando al Mesías y la Era Mesiánica;
ni idea tenemos de los aspectos vistos desde dentro como factores en la
auto-conciencia Mesiánica. Los evangelistas nada nos dicen de esto dado que
Jesús nada les dijo. Las fuentes sólo nos informan acerca de la expectativa
escatológica. Sólo se puede conjeturar si se quiere conocer la auto-conciencia
Mesiánica de Jesús.
Otro tema importante es saber si es posible explicar la
contradicción entre la conciencia mesiánica de Jesús y sus discursos y acciones
no-mesiánicas mediante una concepción de su conciencia mesiánica que implique
que no pudo haber actuado de otra manera de cómo lo describe el evangelista. O
habría que explicar la contradicción tomando los discursos y acciones no-mesiánicos como punto de partida, negando
la realidad de su auto-conciencia mesiánica y viéndola como una interpolación
tardía de creencias de la comunidad Cristiana en la vida de Jesús? O sea, está
la dificultad en explicar la personalidad histórica de Jesús en la historia
misma, o sólo en la manera en la cual es representada en las fuentes?
H. S. REIMARUS
Antes de Reimarus nadie intentó formarse una concepción
histórica de la vida de Jesús. Lutero no estuvo interesado dado que estuvo interesado más bien en obtener una
idea clara del orden de los eventos. Sobretodo en la cronología de la expulsión
de los mercaderes del Templo, que en Juan aparece al comienzo y en los
Sinópticos al final del ministerio público de Jesús. Decía Lutero que: “Los
Evangelios no siguen ningún
orden en la descripción de los hechos y milagros de Jesús, y el tema no tiene
mucha importancia. Si surge una dificultad respecto a las Santas Escrituras y
no podemos resolverla, mejor es dejarla como está”. Etc
.
Poco se sabe de Reimarus. Para sus contemporáneos no
existió, fue Strauss quien por vez primera dio a conocer su nombre en la
literatura(1). Nació en Hamburgo el 22 de
Diciembre, 1649 y pasó su vida como profesor de lenguas Orientales. Algunos de
sus escritos aparecieron durante su vida, todos enfatizaban la religión racional
como opuesta a la fe de la Iglesia. Uno de ellos, por ejemplo, fue un ensayo
sobre “Las Verdades Principales de la Religión Natural”. Su obra principal sólo
circuló durante su vida entre sus amigos como manuscrito anónimo. En 1774
Lessing comenzó a publicar las partes más importantes de este, y en 1778 había
publicado siete fragmentos, entablando
en una disputa con Goetze, el pastor principal de Hamburgo. El manuscrito, de
4000 páginas, está conservado en la librería municipal de Hamburgo.
La monografía de la travesía del Mar Rojo por los Israelitas
es una de las mejores nunca escritas. Expone todas las imposibilidades de la
narrativa en el Código Sacerdotal, y todas las inconsistencias que surgen de la
combinación de varias fuentes, aunque Reimarus no tuvo la más mínima idea de
que la separación de esas fuentes sería la solución del problema.
Reimarus toma como punto de partida la cuestión referente al
contenido de la predicación de Jesús. “Estamos
justificados”, dice, “distinguiendo de manera
absoluta entre la enseñanza de los Apóstoles en sus escritos y lo que Jesús
proclamó y enseñó durante su vida”. Lo que pertenece a lo predicado por
Jesús ha de ser claramente reconocido. Está contenido en dos frases de idéntico
significado, “Arrepentíos, y creed en el Evangelio”,
o, como también aparece en otras partes, “Arrepentíos,
porque el Reino de los Cielos está cerca”.
El Reino de los Cielos ha de ser entendido “según es
entendido en el Judaísmo”. Ni Jesús ni Juan Bautista explicaron nunca esta
expresión. Sin embargo, la expresaron, sin duda, para que fuese entendida en su
sentido conocido y acostumbrado. Esto significa que Jesús actuaba de acuerdo
con la religión Judía, y aceptaba sus expectativas mesiánicas sin ninguna
intención de corregirlas. Si le da un nuevo desarrollo a esta religión es en la
urgencia y proximidad de la realización de ideales y esperanzas que permanecían
vivos en miles de corazones. Es por esto por lo que no había necesidad de dar
instrucciones detalladas respecto a la naturaleza del Reino de los Cielos. El
catecismo y la confesión de la Iglesia en sus comienzos consistía sólo en una
sola frase. Creer no era difícil: “Solamente
necesitaban creer el Evangelio, o sea que Jesús daría lugar al Reino de Dios”(2). Dado que había muchos Judíos esperando el Reino de
Dios, no sería sorprendente que en algunos días muchos creyeran que Jesús era
el profeta prometido.
Esto era todo lo que los discípulos sabían acerca del Reino
de Dios cuando fueron enviados a predicar por Jesús proclamando su venida. El
propósito de enviar a estos propagandistas quizá era para que los Judíos bajo
el yugo Romano, que tanto deseaban ser liberados, se uniesen. Jesús sabía,
también, que si el pueblo creía a sus mensajeros buscarían un salvador terrenal
y se volverían hacia él para este propósito. El evangelio, por lo tanto,
significaba para todos los que oyesen el mensaje que bajo el liderazgo de Jesús
el Reino del Mesías se haría realidad. Para ellos no había dificultad alguna en
creer que era el Mesías, dado que esta creencia no involucraba nada metafísico.
La nación era el Hijo de Dios, los reyes de la alianza eran Hijos de Dios, el
Mesías era en sentido preeminente el Hijo de Dios. Incluso en su pretensión
mesiánica Jesús permaneció “dentro de los límites
humanos”.
Si queremos adquirir una comprensión histórica de la
enseñanza de Jesús, hay que dejar atrás lo aprendido en
nuestros catecismos respecto al Hijo Divino metafísico, la Trinidad, y
similares concepciones dogmáticas, y entrar en una comprensión del pensamiento
Judío. Solamente aquellos que permanecen en las enseñanzas del Catecismo y las
aplican a la concepción del Mesías llegarán a aceptar la idea que Jesús fue el
fundador de una religión nueva. Los que no tienen prejuicios de este tipo Jesús
les aparece “sin la más mínima intención de abandonar
la religión Judía y poner otra en su lugar”.
De Mat. 18 queda claro
que Jesús no rompió con la Ley, sino que se mantuvo dentro de esta sin
reservas. Lo nuevo en su enseñanza, era la la justicia que era requisito para
el Reino de Dios. La justicia de la Ley no era ya suficiente en el tiempo de la
llegada del Reino; una nueva y más profunda moral ha de darse. Esta exigencia es el único punto en el cual la
enseñanza de Jesús iba más allá de las ideas de sus contemporáneos. Pero esta
nueva moral no eliminaba la Ley, pues Jesús la explica como cumplimiento de los
antiguos mandamientos. Sus seguidores rompieron con la Ley posteriormente. Sin
embargo, esto lo hicieron no para cumplir ningún mandamiento de Jesús, sino
bajo la presión de las circunstancias, cuando fueron puestos fuera del Judaísmo
y se vieron obligados a fundar una nueva religión.
Jesús compartía la radical exclusividad Judía completamente
y sin reservas. Según Mat. 10:5, Jesús
prohíbe a sus discípulos predicar a los Gentiles la venida del Reino de Dios. Es evidente que su propósito no les
incluía. Si no hubiera sido así, la duda de Pedro en Hechos
10 y 11, y la necesidad de justificar
la conversión de Cornelio, serían incomprensibles.
El Bautismo y la Última Cena no son evidencia de que Jesús
intentaba fundar una nueva religión. En primer lugar la historicidad del
mandamiento de bautizar en Mat. 28:19 es
cuestionable, no sólo como dicho adjudicado al Jesús resucitado, sino también
por su universalista apariencia, y porque implica la doctrina de la trinidad y,
consiguientemente, la filiación metafísica como Hijo Divino de Jesús. Todo esto
es inconsistente con la tradición temprana respecto a la práctica del bautismo
en la comunidad Cristiana, dado que en los primeros tiempos, se nos dice en
Hechos y en Pablo, era costumbre bautizar, no en el nombre de la Trinidad, sino
en el nombre de Jesús, el Mesías.
Pero es además cuestionable si el Bautismo en verdad se
remonta hasta Jesús. Él no bautizó a nadie durante su vida, y nunca ordenó a
ninguno de sus conversos que se bautizara.
Así que no se puede estar seguro acerca del origen del bautismo, aunque sí
conocemos su significado. El bautismo en el nombre de Jesús significaba
solamente que Jesús era el Mesías. “Pues el único
cambio que realizó la religión de Jesús fue que aunque con anterioridad habían
creído en un Libertador de Israel que vendría en el futuro, ahora creían en un
libertador que ya estaba presente”.
La Última Cena para nada es una nueva institución, sino
meramente un episodio en la última Comida Pascual del Reino que estaba acabando
y tenía como intención “una celebración anticipatoria
de la Pascua en el Nuevo Reino”. Una Última Cena del Señor según la
entendemos, “separada de la Pascua”, habría
sido inconcebible para Jesús, lo mismo que para sus discípulos.
No tiene sentido apelar a los milagros, ni a los
Sacramentos, como evidencias de la fundación de una nueva Religión. En primer
lugar hay que recordar lo que ocurre con los milagros transmitidos por la
tradición. Que Jesús realizó curas que a los ojos de sus contemporáneos eran
milagrosas, no se puede negar. Su propósito era demostrar que era el Mesías. Él
prohibió que se dieran a conocer estos milagros, incluso en situaciones en las
que esto no era posible de ser ocultado, “con el
único propósito de hacer que se hablara más de ellos”. Otros milagros,
sin embargo, no tienen fundamento en los hechos, sino que deben su lugar en la
narrativa al sentimiento que los relatos de milagros del Antiguo Testamento han
de ser repetidos en el caso de Jesús, aunque en una escala mayor. En realidad
no llevó a cabo semejantes milagros, de lo contrario la petición de una señal
no tendría sentido. En Jerusalem cuando todos esperaban ansiosos una
sobrecogedora manifestación de su Mesianismo, que tremendo efecto habría
producido un milagro! Si un solo milagro hubiera sido realizado de manera
convincente, pública, innegable por Jesús ante todo el pueblo en el gran día de
la Fiesta, todos le habría seguido, pues esta es la naturaleza humana.
Jesús esperó en vano este levantamiento popular. Dos veces
creyó que estaba cerca. La primera vez fue cuando envió a sus discípulos y les
dijo: “Os aseguro que no acabaréis de recorrer las
poblaciones de Israel antes que venga el Hijo del Hombre”(Mat. 10:23). Pensaba que, con la predicación de
los discípulos, la gente vendría en masa a unirse a él de todos los rincones de Israel y le proclamarían
inmediatamente Mesías, pero esto no ocurrió.
La segunda vez, pensó realizar el momento decisivo en
Jerusalem. Hizo una entrada subido a un asno, de manera que fuese cumplida así
la profecía de Zacarías. Y la gente le aclamó “Hosanna el hijo de David”!
basado en el apoyo de sus seguidores desafió a las autoridades. En el Templo se
abrogó autoridad suprema invitando a una revuelta contra el Sanedrín y los
Fariseos, basándose en que éstos habían cerrado las puertas del Reino de los
Cielos impidiendo que otros entraran, terminando su arenga con las palabras “Porque os digo que ya no me volveréis a ver hasta que
digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor”!(Mat. 23:39); o sea hasta que le aclamaran como
Mesías.
Pero la gente no se alzó y antes de su arresto se vio
superado por una gran angustia terminando su vida con las palabras “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”!
Este grito no puede ser interpretado sino como que Dios no le había ayudado en
su propósito como él había esperado. Esto muestra que su propósito no era
sufrir y morir, sino establecer un reino terrenal y liberar a los Judíos de la
opresión política y en todo
esto la ayuda de Dios no tuvo lugar.
Para los discípulos todo esto significaba la destrucción de
los sueños por los que habían seguido a Jesús. Pues si algo habían dejado por
él era para recibir cien veces más a cambio una vez que ocupasen su puesto al
lado del Mesías como gobernantes de las tribus de Israel. Jesús nunca les quitó
este esperanza, sino, todo lo contrario, la confirmó. Cuando intervino en la
disputa sobre la preeminencia, y cuando respondió a la petición de los hijos de
Zebedeo, no les criticó la asunción de que habría tronos y poder, sino que sólo
trató con el tema de cómo había que establecer en el presente las aspiraciones
a esta posición de autoridad.
Todo esto implica que para Jesús y sus discípulos el
cumplimiento de estas esperanzas no estaba muy lejos. En Mat. 16:28, por ejemplo, dice: “Os aseguro que algunos de los aquí presentes no gustarán la
muerte hasta que vean al Hijo del Hombre venir en su Reino”. No hay
justificación alguna para tratar
de darle la vuelta a esto o explicarlo de otra manera. Significa simplemente
que Jesús prometió el cumplimiento de todas las esperanzas mesiánicas antes del
fin de la generación existente.
Así que los discípulos estaban preparados para cualquier
cosa excepto para lo que ocurrió. Jesús nunca mencionó una sola palabra acerca
de su “muerte y resurrección”. Los tres o
cuatro dichos referentes a estos eventos fueron puestos en sus labios
posteriormente, en orden a hacer parecer que ya había previsto estos eventos en
Su plan original.
Pero cómo superaron este golpe aparentemente aniquilador?
Adoptando la segunda forma de esperanza Mesiánica Judía. Hasta aquí sus
pensamientos, como los de su Maestro, habían estado dominados por el ideal
político de los profetas el descendiente de la línea de David que aparecería
como libertador político de la nación. Pero junto a esta existía otra
expectativa Mesiánica que lo transfería todo a la esfera sobrenatural. Apareció
por vez primera en Daniel, esta expectativa se pude aún rastrear en el
Apocalipsis, en el “Diálogo con Trifón” de
Justino y en algunos dichos Rabínicos. Según estos Reimarus usa especialmente
las afirmaciones de Trifón- el Mesías aparecería dos veces; una en humana
humildad, la segunda sobre las nubes del cielo. Cuando el primer sistema como
lo llama Reimarus- fracasó con la muerte de Jesús, los discípulos adoptaron el
segundo, y reunieron seguidores que compartían esta expectativa de una segunda
venida de Jesús el Mesías. En orden a quitarse de encima la dificultad de la
muerte de Jesús le dieron el significado de una redención espiritual la cual
no formaba parte de su anterior visión ni de la de Jesús.
Pero esta
interpretación espiritual de su muerte no les habría ayudado si no hubiesen
inventado la resurrección. Aunque inmediatamente después de la muerte de Jesús
esta idea estaba lejos de sus pensamientos. Estaban bastante asustados y
permanecieron encerrados, escondidos. Pero al ver que no eran buscados por la
justicia pensaron que sería mejor, en lugar de retornar a sus lugares de
origen, continuar con la predicación del Reino de Dios.
Encontraron suficientes seguidores que les acompañaron y
mientras esperaban la Segunda Venida del Señor y la futura gloria, compartirían
con ellos sus posesiones. Parece, pues, que la esperanza de la Parousia era la
cosa fundamental en el Cristianismo primitivo, que fue más un producto de esta
que de la enseñanza de Jesús. Así, el principal problema de la dogmática
primitiva era el retraso de la Parousia. Ya hubo un problema en tiempos de
Pablo, y hubo de explicar en 2 Tesalonicenses
por qué el retraso. Reimarus expone sin rodeos la posición del apóstol, el cual
se vio obligado a dar largas de una manera u otra al asunto. El autor de 2 Pedro tiene una noción más clara del tema, y se
pone a la tarea de restaurar la confianza de los Cristianos con el sofisma de
“mil años son como un día para el Señor”, ignorando que en la promesa se
consideraron años humanos no años Divinos. Los Cristianos de generaciones
posteriores, incluyendo los Padres de la Iglesia continuaron esta tradición. El
dicho de Jesús acerca de la generación que no moriría antes de ver su Regreso
en realidad fija este evento en una fecha próxima, no tan distante. Pero dado
que Jesús no había regresado sobre las nubes del cielo, “a esas palabras les
fue dado el sentido que no se referían a esta generación sino al pueblo
Judío". Así, con este arte exegético, se salvan estas palabras dado que el
pueblo Judío nunca desaparecería.
En general, los teólogos actuales pasan de puntillas sobre
el material escatológico en los Evangelios dado que este no encaja con sus
puntos de vista, y le asignan a la venida de Cristo sobre las nubes un
propósito bastante diferente al que tiene en la enseñanza de Cristo y Sus
apóstoles. Además, dado que el no-cumplimiento de su escatología no es
aceptado, el Cristianismo se fundamenta en un fraude. Ningún milagro podrá
demostrar que dos más dos son cinco, o que el círculo tiene cuatro ángulos,
dice Reimarus. Ni tiene ningún peso la afirmación del cumplimiento de las
profecías, pues los casos en los que Mateo afirma “para que se cumpliese la
profecía” son todos artificiales e irreales.
El único argumento que podría salvar la credibilidad del
Cristianismo habría sido una prueba que la Parousia ya había tenido lugar en el
tiempo en que fue anunciada. Obviamente no hay tal prueba.
Esta es la reconstrucción de Reimarus de la historia. Uno
puede imaginarse que su obra pudiese haber sido ofensiva cuando apareció, pues
es una polémica Deísta, no un estudio histórico objetivo. Lo que es aún más
ofensivo es que vio la escatología desde una equivocada perspectiva al afirmar
que el mensaje de Jesús era político, el hijo de David. Todos sus demás errores
son la consecuencia de este error fundamental. Fue una improvisación la
hipótesis de derivar el Cristianismo de una impostura. La ciencia histórica no
estaba en esa época lo suficientemente avanzada para guiar al hombre que había
adivinado el carácter fundamentalmente escatológico del mensaje de Jesús hacia
la solución histórica del problema. Se necesitaron más de ciento veinte años
para llenar el abismo que Reimarus se vio forzado a superar con su improvisada
hipótesis.
La solución ofrecida por Reimarus puede estar equivocada,
pero los datos de observación desde los que comienza son incuestionablemente
correctos dado que los datos primarios son genuinamente históricos. Reconoció
que dos sistemas de expectativa Mesiánica estaban presentes uno a lado del otro
en el Judaísmo tardío. Se dedicó a relacionarlos mutuamente en orden a
representar el movimiento actual de la historia. Al realizar esta tarea cometió
el error de situarlos en orden consecutivo, atribuyendo a Jesús la concepción
de política de Hijo-de-David, y a los Apóstoles, después de su muerte, el sistema
apocalíptico basado en Daniel, en lugar de ponerlos uno encima del otro de tal
manera que el Rey Mesiánico pudiese coincidir con el Hijo del Hombre, y la
antigua concepción profética pudiera ser inscrita dentro de la circunferencia
de la apocalíptica derivada de Daniel, y elevada con esta al plano
suprasensible. Pero qué importa el error en comparación con el hecho que el
problema es captado?
Reimarus se dio cuenta que la ausencia en la predicación de
Jesús de cualquier definición del término principal (Reino de los Cielos), en
conjunción con el éxito tan grande y rápido de Su mensaje constituía un
problema, y formuló la concepción que Jesús no era un fundador religioso, un
maestro, sino un predicador.
Armonizó las narrativas Sinópticas y de Juan prácticamente
dejando fuera esta última. La actitud de Jesús hacia la Ley, y el proceso
mediante el cual los discípulos tomaron una actitud más libre, los captó y
explicó de manera muy exacta de manera que la ciencia histórica moderna no ha
necesitado añadirle nada. Uno se sentiría satisfecho si al menos la mitad de
los teólogos actuales llegaran tan lejos.
Además, reconoció que el Cristianismo primitivo no creció,
por así decirlo, de la enseñanza de Jesús, sino que vino a ser una nueva
creación (i.e. De Pablo de Tarso entre
otros), en consecuencia de eventos y circunstancias que añadieron algo a
este mensaje que no contenía anteriormente, y que el Bautismo y la Última Cena,
en sentido histórico de estos términos, no fueron instituidas por Jesús, sino
creados por la Iglesia temprana
sobre la base de ciertas asunciones históricas.
Es más, Reimarus sintió que el hecho que el “evento de la
Pascua”(i.e. resurrección) fuese proclamado primeramente en Pentecostés
constituía un problema, y buscó una solución. Reconoció además, que la solución
del problema de la vida de Jesús llama a una combinación de los métodos de
crítica histórica y literaria. Sintió que el mero énfasis en la parte
escatológica no sería suficiente, sino que era necesario asumir un elemento
creativo en la tradición, al cual él atribuye los milagros, las historias que
dan inicio al cumplimiento de las profecías Mesiánicas, los rasgos
universalistas y las predicciones de la pasión y la resurrección.
Pero aún más remarcable es su agudeza para los detalles
exegéticos. Tiene un instinto que no falla para con pasajes como el de Mat. 10:23; 16:28, que son cruciales para la
interpretación de una gran parte
de la historia. El hecho es que hay algunos que son historiadores por la gracia
de Dios, desde el vientre de su madre y tienen un instinto excelente para lo
real. Siguen a través de lo intrincado y la confusión de la información de los
hechos el sendero de la realidad, como una corriente que, a pesar de las rocas
que impiden su curso, encuentra su camino inevitable hacia el mar. Ningún tipo
de erudición puede suplantar este instinto histórico, pues la erudición algunas
veces sirve a un habitual propósito, en cuanto produce en sus posesores la
complaciente creencia que son historiadores, y así asegura sus servicios por la
causa de la historia. Aunque la mayoría de las veces la manera en que la
erudición busca servir la historia es suprimiendo los descubrimientos
históricos en tanto que sea posible, oponiendo
a la verdadera visión una sin fin de posibilidades. Arreglando estas
apoyándose unas a otras imagina finalmente que ha creado de las posibilidades
una realidad viviente.
Esta obstructiva erudición es una prerrogativa especial de
la teología, en la cual, una maravillosa erudición a menudo sirve para cerrar
los ojos ante elementales verdades, y hacer que lo artificial sea preferido a
lo natural. Y esto le ocurre no sólo a aquellos que deliberadamente cierran sus
mentes contra nuevas impresiones, sino también a aquellos cuyo propósito es ir
hacia delante, y a los que sus contemporáneos ven como líderes.
Reimarus desacreditó la teología progresiva. Los estudiantes
como Semler dice en su prefacio- se sentían molestos y buscaron otras
vocaciones. El gran Catedrático-Teólogo nacido en 1725- el pionero de la visión
histórica según el Canon, el precursor de Baur en la reconstrucción del
Cristianismo primitivo, se vio urgido a acabar con la ofensa. Como Orígenes con
Celso, Semler toma a Reimarus frase por frase, de tal manera que si su obra se
hubiese perdido podría haber sido recuperada mediante esta refutación. El hecho
es que Semler no tuvo nada en la naturaleza de un argumento completo o bien
articulado para oponérsele. Inauguró en su respuesta la teología del “Sí,
pero”, imaginando, después de tres generaciones en la que sufrió las más
variadas modificaciones, que se había quitado a Remarius y sus descubrimientos
de encima.
Reimarus según Semler- no puede estar en lo cierto, porque
es unilateral. Jesús y sus discípulos emplearon dos métodos de enseñanza: uno perceptible,
ilustrado, sacado de la esfera de ideas Judías, mediante el cual adaptó su
significado para la comprensión de la multitud, dedicado a elevarlos a una
manera más elevada de pensar, y junto a este una enseñanza puramente espiritual
independiente de esta imaginería. Ambos métodos de enseñanza siguieron siendo
usados conjuntamente, dado que
había siempre representantes contemporáneos de los dos grados de capacidad y
las dos clases de temperamento. Esto es tan cierto históricamente que el ataque
de los Fragmentistas puede ser derrotado en este punto, dado que sólo toman en
cuenta el aspecto de ilustración perceptible. Pero no fueron derrotados. La
obra de Reimarus fue olvidada, y el estímulo que pudo haber ejercido fracasó en
tener efecto. No tuvo predecesores, ni discípulos. Su obra es una de esas
supremas obras de arte que pasan sin dejar rastro, dado que se anticipa a su
época, aunque las posteriores generaciones sí han pagado un justo tributo de
admiración pero no le tienen gratitud. Se podría decir que Reimarus colgó una
piedra de molino en el cuello de la emergente ciencia teológica de su época.
Zarandeó la fe de Semler en la teología histórica e incluso en la libertad de
la ciencia en general .
Así, la grandiosa obertura
en la que son anunciados todos los motivos del futuro tratamiento histórico de
la vida de Jesús rompe con una repentina discordia, permanece aislada e
incompleta, y no lleva más lejos.
------------------------
1.
D.F. Strauss, “Hermann Samuel Reimarus und Seine
Schutzschrift für die vernünftigen Verebrer Gottes”. (Reimarus and his Apology
for the Rational Worshippers of God.) 1862.
2.
Cita insertada sin introducción especial que es,
por supuesto, de Reimarus.
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