domingo, 2 de marzo de 2014

EL JESÚS HISTÓRICO SEGÚN REIMARUS

EL JESÚS HISTÓRICO SEGÚN REIMARUS

Es sólo a primera vista que la absoluta indiferencia del Cristianismo temprano hacia el Jesús histórico es desconcertante. Cuando Pablo, representante de aquellos que reconocían los signos de los tiempos, no deseaba conocer al Cristo según la carne, fue esta la primera expresión del impulso de auto-preservación mediante el cual el Cristianismo se guió durante siglos. Sentían que con la introducción del Jesús histórico en la fe, surgiría algo nuevo, algo que no había sido previsto ni siquiera en los pensamientos del Maestro, y por lo tanto una contradicción saldría a la luz, la solución de la cual constituiría uno de los más grandes problemas.

El Cristianismo primitivo vivió completamente en el futuro con el Cristo por venir, y para preservar al Jesús histórico conservó del Jesús histórico sólo algunos dichos, unos cuantos milagros, su muerte y resurrección. Aboliendo tanto el mundo real como el Jesús histórico evitó la división interna, y se mantuvo consistente en sus puntos de vista. Debido a esto nos han quedado solamente no biografías de Jesús sino solo los Evangelios.

Pero con el tiempo a esta unilateral visión le llegó su fin. El trascendente Cristo y el Jesús histórico hubieron de ser unidos en una sola personalidad a la vez histórica y por encima del tiempo. Esto lo llevó a cabo el Gnosticismo en la Cristología del Logos. Ambas, desde puntos de vista opuestos, dado que buscaban lo mismo, sublimaron al Jesús histórico en Ideal más allá de lo mundano. El resultado de este desarrollo, que dio lugar a un cierto descrédito de la escatología, fue que el Jesús histórico fue de nuevo introducido en el ámbito Cristiano, pero de manera que toda justificación de interés en la investigación de Su vida y personalidad histórica fueron eliminados.

Cuando en Calcedonia el Oeste venció al Este, su doctrina de las dos naturalezas disolvió la unidad de la Persona, eliminando la última posibilidad de un retorno al Jesús histórico. La auto-contradicción fue elevada como ley. Así, mediante un engaño la fórmula mantuvo prisionera la Vida e impidió que el espíritu de la Reforma desarrollara la idea de un retorno al Jesús histórico. Es, pues, evidente que el Jesús histórico es diferente del Jesús de las Dos Naturalezas.

Otro punto importante es que las fuentes exhiben una sorprendente contradicción. Afirman que Jesús se sentía a sí mismo como Mesías; pero en la presentación de su vida no aparece que se le afirmase públicamente. Sólo queda trabajar con las dos hipótesis –que Jesús se sentía Mesías, como afirman las fuentes, y que no se sentía como tal, como Su conducta implica; o tratar de conjeturar de otro modo qué clase de conciencia Mesiánica pudo haber tenido, si esto no afecta su conducta y discurso. Porque una cosa es cierta: todo el relato de los últimos días en Jerusalem serían ininteligibles, su tuviéramos que suponer que la gente tenía la más mínima sospecha que Jesús se creía el Mesías.

Mientras que en general una personalidad es hasta cierto punto definida por el tipo de pensamiento que comparte con sus contemporáneos, en el caso de Jesús esta fuente de información no es satisfactoria ni tampoco lo son los documentos.

Cuál era la naturaleza del pensamiento en el mundo contemporáneo Judío? Para esta pregunta no hay respuesta clara. No sabemos si la expectativa del Mesías era algo generalmente corriente o si era la fe de una mera secta. Nada tenía que ver con la religión de Moisés. No había conexión orgánica entre la religión de la Ley y la esperanza futura. Además, si la esperanza escatológica era corriente de manera general, se trataba de la esperanza apocalíptica o la profética? Conocemos las expectativas Mesiánicas de los profetas; conocemos el cuadro apocalíptico de Daniel, y, el de Enoch y los Salmos de antes de Jesús, y los Apocalipsis de Esdras y Baruc acerca del tiempo de la destrucción de Jerusalem. Pero no sabemos cuál era la forma popular; ni, suponiendo que ambas estaban combinadas en un solo cuadro, qué apariencia tenía éste. Conocemos solamente la forma escatológica que encontramos en los Evangelios y las epístolas Paulinas, aunque combinar estas tres –la profética, la apocalíptica Judía, y la Cristiana- no ha sido aún posible.

Pero aún suponiendo que pudiésemos obtener la información exacta respecto a las expectativas populares Mesiánicas en tiempos de Jesús, aún no conoceríamos qué forma asumían en la auto-conciencia de aquél que se sabía el Mesías pero mantenía que el tiempo aún no había llegado para revelarse como Mesías. Sólo conocemos el aspecto desde fuera, como esperando al Mesías y la Era Mesiánica; ni idea tenemos de los aspectos vistos desde dentro como factores en la auto-conciencia Mesiánica. Los evangelistas nada nos dicen de esto dado que Jesús nada les dijo. Las fuentes sólo nos informan acerca de la expectativa escatológica. Sólo se puede conjeturar si se quiere conocer la auto-conciencia Mesiánica de Jesús.

Otro tema importante es saber si es posible explicar la contradicción entre la conciencia mesiánica de Jesús y sus discursos y acciones no-mesiánicas mediante una concepción de su conciencia mesiánica que implique que no pudo haber actuado de otra manera de cómo lo describe el evangelista. O habría que explicar la contradicción tomando los discursos y acciones no-mesiánicos como punto de partida, negando la realidad de su auto-conciencia mesiánica y viéndola como una interpolación tardía de creencias de la comunidad Cristiana en la vida de Jesús? O sea, está la dificultad en explicar la personalidad histórica de Jesús en la historia misma, o sólo en la manera en la cual es representada en las fuentes?

H. S. REIMARUS
Antes de Reimarus nadie intentó formarse una concepción histórica de la vida de Jesús. Lutero no estuvo interesado dado que estuvo interesado más bien en obtener una idea clara del orden de los eventos. Sobretodo en la cronología de la expulsión de los mercaderes del Templo, que en Juan aparece al comienzo y en los Sinópticos al final del ministerio público de Jesús. Decía Lutero que: “Los Evangelios no siguen ningún orden en la descripción de los hechos y milagros de Jesús, y el tema no tiene mucha importancia. Si surge una dificultad respecto a las Santas Escrituras y no podemos resolverla, mejor es dejarla como está”. Etc….

Poco se sabe de Reimarus. Para sus contemporáneos no existió, fue Strauss quien por vez primera dio a conocer su nombre en la literatura(1). Nació en Hamburgo el 22 de Diciembre, 1649 y pasó su vida como profesor de lenguas Orientales. Algunos de sus escritos aparecieron durante su vida, todos enfatizaban la religión racional como opuesta a la fe de la Iglesia. Uno de ellos, por ejemplo, fue un ensayo sobre “Las Verdades Principales de la Religión Natural”. Su obra principal sólo circuló durante su vida entre sus amigos como manuscrito anónimo. En 1774 Lessing comenzó a publicar las partes más importantes de este, y en 1778 había publicado siete fragmentos, entablando en una disputa con Goetze, el pastor principal de Hamburgo. El manuscrito, de 4000 páginas, está conservado en la librería municipal de Hamburgo.

La monografía de la travesía del Mar Rojo por los Israelitas es una de las mejores nunca escritas. Expone todas las imposibilidades de la narrativa en el Código Sacerdotal, y todas las inconsistencias que surgen de la combinación de varias fuentes, aunque Reimarus no tuvo la más mínima idea de que la separación de esas fuentes sería la solución del problema.

Reimarus toma como punto de partida la cuestión referente al contenido de la predicación de Jesús. “Estamos justificados”, dice, “distinguiendo de manera absoluta entre la enseñanza de los Apóstoles en sus escritos y lo que Jesús proclamó y enseñó durante su vida”. Lo que pertenece a lo predicado por Jesús ha de ser claramente reconocido. Está contenido en dos frases de idéntico significado, “Arrepentíos, y creed en el Evangelio”, o, como también aparece en otras partes, “Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos está cerca”.

El Reino de los Cielos ha de ser entendido “según es entendido en el Judaísmo”. Ni Jesús ni Juan Bautista explicaron nunca esta expresión. Sin embargo, la expresaron, sin duda, para que fuese entendida en su sentido conocido y acostumbrado. Esto significa que Jesús actuaba de acuerdo con la religión Judía, y aceptaba sus expectativas mesiánicas sin ninguna intención de corregirlas. Si le da un nuevo desarrollo a esta religión es en la urgencia y proximidad de la realización de ideales y esperanzas que permanecían vivos en miles de corazones. Es por esto por lo que no había necesidad de dar instrucciones detalladas respecto a la naturaleza del Reino de los Cielos. El catecismo y la confesión de la Iglesia en sus comienzos consistía sólo en una sola frase. Creer no era difícil: “Solamente necesitaban creer el Evangelio, o sea que Jesús daría lugar al Reino de Dios”(2). Dado que había muchos Judíos esperando el Reino de Dios, no sería sorprendente que en algunos días muchos creyeran que Jesús era el profeta prometido.

Esto era todo lo que los discípulos sabían acerca del Reino de Dios cuando fueron enviados a predicar por Jesús proclamando su venida. El propósito de enviar a estos propagandistas quizá era para que los Judíos bajo el yugo Romano, que tanto deseaban ser liberados, se uniesen. Jesús sabía, también, que si el pueblo creía a sus mensajeros buscarían un salvador terrenal y se volverían hacia él para este propósito. El evangelio, por lo tanto, significaba para todos los que oyesen el mensaje que bajo el liderazgo de Jesús el Reino del Mesías se haría realidad. Para ellos no había dificultad alguna en creer que era el Mesías, dado que esta creencia no involucraba nada metafísico. La nación era el Hijo de Dios, los reyes de la alianza eran Hijos de Dios, el Mesías era en sentido preeminente el Hijo de Dios. Incluso en su pretensión mesiánica Jesús permaneció “dentro de los límites humanos”.

Si queremos adquirir una comprensión histórica de la enseñanza de Jesús, hay que dejar atrás lo aprendido en nuestros catecismos respecto al Hijo Divino metafísico, la Trinidad, y similares concepciones dogmáticas, y entrar en una comprensión del pensamiento Judío. Solamente aquellos que permanecen en las enseñanzas del Catecismo y las aplican a la concepción del Mesías llegarán a aceptar la idea que Jesús fue el fundador de una religión nueva. Los que no tienen prejuicios de este tipo Jesús les aparece “sin la más mínima intención de abandonar la religión Judía y poner otra en su lugar”.

De Mat. 18 queda claro que Jesús no rompió con la Ley, sino que se mantuvo dentro de esta sin reservas. Lo nuevo en su enseñanza, era la la justicia que era requisito para el Reino de Dios. La justicia de la Ley no era ya suficiente en el tiempo de la llegada del Reino; una nueva y más profunda moral ha de darse. Esta exigencia es el único punto en el cual la enseñanza de Jesús iba más allá de las ideas de sus contemporáneos. Pero esta nueva moral no eliminaba la Ley, pues Jesús la explica como cumplimiento de los antiguos mandamientos. Sus seguidores rompieron con la Ley posteriormente. Sin embargo, esto lo hicieron no para cumplir ningún mandamiento de Jesús, sino bajo la presión de las circunstancias, cuando fueron puestos fuera del Judaísmo y se vieron obligados a fundar una nueva religión.

Jesús compartía la radical exclusividad Judía completamente y sin reservas. Según Mat. 10:5, Jesús prohíbe a sus discípulos predicar a los Gentiles la venida del Reino de Dios. Es evidente que su propósito no les incluía. Si no hubiera sido así, la duda de Pedro en Hechos 10 y 11, y la necesidad de justificar la conversión de Cornelio, serían incomprensibles.

El Bautismo y la Última Cena no son evidencia de que Jesús intentaba fundar una nueva religión. En primer lugar la historicidad del mandamiento de bautizar en Mat. 28:19 es cuestionable, no sólo como dicho adjudicado al Jesús resucitado, sino también por su universalista apariencia, y porque implica la doctrina de la trinidad y, consiguientemente, la filiación metafísica como Hijo Divino de Jesús. Todo esto es inconsistente con la tradición temprana respecto a la práctica del bautismo en la comunidad Cristiana, dado que en los primeros tiempos, se nos dice en Hechos y en Pablo, era costumbre bautizar, no en el nombre de la Trinidad, sino en el nombre de Jesús, el Mesías.

Pero es además cuestionable si el Bautismo en verdad se remonta hasta Jesús. Él no bautizó a nadie durante su vida, y nunca ordenó a ninguno de sus conversos que se bautizara. Así que no se puede estar seguro acerca del origen del bautismo, aunque sí conocemos su significado. El bautismo en el nombre de Jesús significaba solamente que Jesús era el Mesías. “Pues el único cambio que realizó la religión de Jesús fue que aunque con anterioridad habían creído en un Libertador de Israel que vendría en el futuro, ahora creían en un libertador que ya estaba presente”.

La Última Cena para nada es una nueva institución, sino meramente un episodio en la última Comida Pascual del Reino que estaba acabando y tenía como intención “una celebración anticipatoria de la Pascua en el Nuevo Reino”. Una Última Cena del Señor según la entendemos, “separada de la Pascua”, habría sido inconcebible para Jesús, lo mismo que para sus discípulos.

No tiene sentido apelar a los milagros, ni a los Sacramentos, como evidencias de la fundación de una nueva Religión. En primer lugar hay que recordar lo que ocurre con los milagros transmitidos por la tradición. Que Jesús realizó curas que a los ojos de sus contemporáneos eran milagrosas, no se puede negar. Su propósito era demostrar que era el Mesías. Él prohibió que se dieran a conocer estos milagros, incluso en situaciones en las que esto no era posible de ser ocultado, “con el único propósito de hacer que se hablara más de ellos”. Otros milagros, sin embargo, no tienen fundamento en los hechos, sino que deben su lugar en la narrativa al sentimiento que los relatos de milagros del Antiguo Testamento han de ser repetidos en el caso de Jesús, aunque en una escala mayor. En realidad no llevó a cabo semejantes milagros, de lo contrario la petición de una señal no tendría sentido. En Jerusalem cuando todos esperaban ansiosos una sobrecogedora manifestación de su Mesianismo, que tremendo efecto habría producido un milagro! Si un solo milagro hubiera sido realizado de manera convincente, pública, innegable por Jesús ante todo el pueblo en el gran día de la Fiesta, todos le habría seguido, pues esta es la naturaleza humana.

Jesús esperó en vano este levantamiento popular. Dos veces creyó que estaba cerca. La primera vez fue cuando envió a sus discípulos y les dijo: “Os aseguro que no acabaréis de recorrer las poblaciones de Israel antes que venga el Hijo del Hombre”(Mat. 10:23). Pensaba que, con la predicación de los discípulos, la gente vendría en masa a unirse a él de todos los rincones de Israel y le proclamarían inmediatamente Mesías, pero esto no ocurrió.

La segunda vez, pensó realizar el momento decisivo en Jerusalem. Hizo una entrada subido a un asno, de manera que fuese cumplida así la profecía de Zacarías. Y la gente le aclamó “Hosanna el hijo de David”! basado en el apoyo de sus seguidores desafió a las autoridades. En el Templo se abrogó autoridad suprema invitando a una revuelta contra el Sanedrín y los Fariseos, basándose en que éstos habían cerrado las puertas del Reino de los Cielos impidiendo que otros entraran, terminando su arenga con las palabras “Porque os digo que ya no me volveréis a ver hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor”!(Mat. 23:39); o sea hasta que le aclamaran como Mesías.

Pero la gente no se alzó y antes de su arresto se vio superado por una gran angustia terminando su vida con las palabras “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”! Este grito no puede ser interpretado sino como que Dios no le había ayudado en su propósito como él había esperado. Esto muestra que su propósito no era sufrir y morir, sino establecer un reino terrenal y liberar a los Judíos de la opresión política –y en todo esto la ayuda de Dios no tuvo lugar.

Para los discípulos todo esto significaba la destrucción de los sueños por los que habían seguido a Jesús. Pues si algo habían dejado por él era para recibir cien veces más a cambio una vez que ocupasen su puesto al lado del Mesías como gobernantes de las tribus de Israel. Jesús nunca les quitó este esperanza, sino, todo lo contrario, la confirmó. Cuando intervino en la disputa sobre la preeminencia, y cuando respondió a la petición de los hijos de Zebedeo, no les criticó la asunción de que habría tronos y poder, sino que sólo trató con el tema de cómo había que establecer en el presente las aspiraciones a esta posición de autoridad.

Todo esto implica que para Jesús y sus discípulos el cumplimiento de estas esperanzas no estaba muy lejos. En Mat. 16:28, por ejemplo, dice: “Os aseguro que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del Hombre venir en su Reino”. No hay justificación alguna para tratar de darle la vuelta a esto o explicarlo de otra manera. Significa simplemente que Jesús prometió el cumplimiento de todas las esperanzas mesiánicas antes del fin de la generación existente.

Así que los discípulos estaban preparados para cualquier cosa excepto para lo que ocurrió. Jesús nunca mencionó una sola palabra acerca de su “muerte y resurrección”. Los tres o cuatro dichos referentes a estos eventos fueron puestos en sus labios posteriormente, en orden a hacer parecer que ya había previsto estos eventos en Su plan original.

Pero cómo superaron este golpe aparentemente aniquilador? Adoptando la segunda forma de esperanza Mesiánica Judía. Hasta aquí sus pensamientos, como los de su Maestro, habían estado dominados por el ideal político de los profetas –el descendiente de la línea de David que aparecería como libertador político de la nación. Pero junto a esta existía otra expectativa Mesiánica que lo transfería todo a la esfera sobrenatural. Apareció por vez primera en Daniel, esta expectativa se pude aún rastrear en el Apocalipsis, en el “Diálogo con Trifón” de Justino y en algunos dichos Rabínicos. Según estos –Reimarus usa especialmente las afirmaciones de Trifón- el Mesías aparecería dos veces; una en humana humildad, la segunda sobre las nubes del cielo. Cuando el primer sistema –como lo llama Reimarus- fracasó con la muerte de Jesús, los discípulos adoptaron el segundo, y reunieron seguidores que compartían esta expectativa de una segunda venida de Jesús el Mesías. En orden a quitarse de encima la dificultad de la muerte de Jesús le dieron el significado de una redención espiritual –la cual no formaba parte de su anterior visión ni de la de Jesús.

Pero esta interpretación espiritual de su muerte no les habría ayudado si no hubiesen inventado la resurrección. Aunque inmediatamente después de la muerte de Jesús esta idea estaba lejos de sus pensamientos. Estaban bastante asustados y permanecieron encerrados, escondidos. Pero al ver que no eran buscados por la justicia pensaron que sería mejor, en lugar de retornar a sus lugares de origen, continuar con la predicación del Reino de Dios.

Encontraron suficientes seguidores que les acompañaron y mientras esperaban la Segunda Venida del Señor y la futura gloria, compartirían con ellos sus posesiones. Parece, pues, que la esperanza de la Parousia era la cosa fundamental en el Cristianismo primitivo, que fue más un producto de esta que de la enseñanza de Jesús. Así, el principal problema de la dogmática primitiva era el retraso de la Parousia. Ya hubo un problema en tiempos de Pablo, y hubo de explicar en 2 Tesalonicenses por qué el retraso. Reimarus expone sin rodeos la posición del apóstol, el cual se vio obligado a dar largas de una manera u otra al asunto. El autor de 2 Pedro tiene una noción más clara del tema, y se pone a la tarea de restaurar la confianza de los Cristianos con el sofisma de “mil años son como un día para el Señor”, ignorando que en la promesa se consideraron años humanos no años Divinos. Los Cristianos de generaciones posteriores, incluyendo los Padres de la Iglesia continuaron esta tradición. El dicho de Jesús acerca de la generación que no moriría antes de ver su Regreso en realidad fija este evento en una fecha próxima, no tan distante. Pero dado que Jesús no había regresado sobre las nubes del cielo, “a esas palabras les fue dado el sentido que no se referían a esta generación sino al pueblo Judío". Así, con este arte exegético, se salvan estas palabras dado que el pueblo Judío nunca desaparecería.

En general, los teólogos actuales pasan de puntillas sobre el material escatológico en los Evangelios dado que este no encaja con sus puntos de vista, y le asignan a la venida de Cristo sobre las nubes un propósito bastante diferente al que tiene en la enseñanza de Cristo y Sus apóstoles. Además, dado que el no-cumplimiento de su escatología no es aceptado, el Cristianismo se fundamenta en un fraude. Ningún milagro podrá demostrar que dos más dos son cinco, o que el círculo tiene cuatro ángulos, dice Reimarus. Ni tiene ningún peso la afirmación del cumplimiento de las profecías, pues los casos en los que Mateo afirma “para que se cumpliese la profecía” son todos artificiales e irreales.

El único argumento que podría salvar la credibilidad del Cristianismo habría sido una prueba que la Parousia ya había tenido lugar en el tiempo en que fue anunciada. Obviamente no hay tal prueba.

Esta es la reconstrucción de Reimarus de la historia. Uno puede imaginarse que su obra pudiese haber sido ofensiva cuando apareció, pues es una polémica Deísta, no un estudio histórico objetivo. Lo que es aún más ofensivo es que vio la escatología desde una equivocada perspectiva al afirmar que el mensaje de Jesús era político, el hijo de David. Todos sus demás errores son la consecuencia de este error fundamental. Fue una improvisación la hipótesis de derivar el Cristianismo de una impostura. La ciencia histórica no estaba en esa época lo suficientemente avanzada para guiar al hombre que había adivinado el carácter fundamentalmente escatológico del mensaje de Jesús hacia la solución histórica del problema. Se necesitaron más de ciento veinte años para llenar el abismo que Reimarus se vio forzado a superar con su improvisada hipótesis.

La solución ofrecida por Reimarus puede estar equivocada, pero los datos de observación desde los que comienza son incuestionablemente correctos dado que los datos primarios son genuinamente históricos. Reconoció que dos sistemas de expectativa Mesiánica estaban presentes uno a lado del otro en el Judaísmo tardío. Se dedicó a relacionarlos mutuamente en orden a representar el movimiento actual de la historia. Al realizar esta tarea cometió el error de situarlos en orden consecutivo, atribuyendo a Jesús la concepción de política de Hijo-de-David, y a los Apóstoles, después de su muerte, el sistema apocalíptico basado en Daniel, en lugar de ponerlos uno encima del otro de tal manera que el Rey Mesiánico pudiese coincidir con el Hijo del Hombre, y la antigua concepción profética pudiera ser inscrita dentro de la circunferencia de la apocalíptica derivada de Daniel, y elevada con esta al plano suprasensible. Pero qué importa el error en comparación con el hecho que el problema es captado?

Reimarus se dio cuenta que la ausencia en la predicación de Jesús de cualquier definición del término principal (Reino de los Cielos), en conjunción con el éxito tan grande y rápido de Su mensaje constituía un problema, y formuló la concepción que Jesús no era un fundador religioso, un maestro, sino un predicador.

Armonizó las narrativas Sinópticas y de Juan prácticamente dejando fuera esta última. La actitud de Jesús hacia la Ley, y el proceso mediante el cual los discípulos tomaron una actitud más libre, los captó y explicó de manera muy exacta de manera que la ciencia histórica moderna no ha necesitado añadirle nada. Uno se sentiría satisfecho si al menos la mitad de los teólogos actuales llegaran tan lejos.

Además, reconoció que el Cristianismo primitivo no creció, por así decirlo, de la enseñanza de Jesús, sino que vino a ser una nueva creación (i.e. De Pablo de Tarso entre otros), en consecuencia de eventos y circunstancias que añadieron algo a este mensaje que no contenía anteriormente, y que el Bautismo y la Última Cena, en sentido histórico de estos términos, no fueron instituidas por Jesús, sino creados por la Iglesia temprana sobre la base de ciertas asunciones históricas.

Es más, Reimarus sintió que el hecho que el “evento de la Pascua”(i.e. resurrección) fuese proclamado primeramente en Pentecostés constituía un problema, y buscó una solución. Reconoció además, que la solución del problema de la vida de Jesús llama a una combinación de los métodos de crítica histórica y literaria. Sintió que el mero énfasis en la parte escatológica no sería suficiente, sino que era necesario asumir un elemento creativo en la tradición, al cual él atribuye los milagros, las historias que dan inicio al cumplimiento de las profecías Mesiánicas, los rasgos universalistas y las predicciones de la pasión y la resurrección.

Pero aún más remarcable es su agudeza para los detalles exegéticos. Tiene un instinto que no falla para con pasajes como el de Mat. 10:23; 16:28, que son cruciales para la interpretación de una gran parte de la historia. El hecho es que hay algunos que son historiadores por la gracia de Dios, desde el vientre de su madre y tienen un instinto excelente para lo real. Siguen a través de lo intrincado y la confusión de la información de los hechos el sendero de la realidad, como una corriente que, a pesar de las rocas que impiden su curso, encuentra su camino inevitable hacia el mar. Ningún tipo de erudición puede suplantar este instinto histórico, pues la erudición algunas veces sirve a un habitual propósito, en cuanto produce en sus posesores la complaciente creencia que son historiadores, y así asegura sus servicios por la causa de la historia. Aunque la mayoría de las veces la manera en que la erudición busca servir la historia es suprimiendo los descubrimientos históricos en tanto que sea posible, oponiendo a la verdadera visión una sin fin de posibilidades. Arreglando estas apoyándose unas a otras imagina finalmente que ha creado de las posibilidades una realidad viviente.

Esta obstructiva erudición es una prerrogativa especial de la teología, en la cual, una maravillosa erudición a menudo sirve para cerrar los ojos ante elementales verdades, y hacer que lo artificial sea preferido a lo natural. Y esto le ocurre no sólo a aquellos que deliberadamente cierran sus mentes contra nuevas impresiones, sino también a aquellos cuyo propósito es ir hacia delante, y a los que sus contemporáneos ven como líderes.

Reimarus desacreditó la teología progresiva. Los estudiantes –como Semler dice en su prefacio- se sentían molestos y buscaron otras vocaciones. El gran Catedrático-Teólogo –nacido en 1725- el pionero de la visión histórica según el Canon, el precursor de Baur en la reconstrucción del Cristianismo primitivo, se vio urgido a acabar con la ofensa. Como Orígenes con Celso, Semler toma a Reimarus frase por frase, de tal manera que si su obra se hubiese perdido podría haber sido recuperada mediante esta refutación. El hecho es que Semler no tuvo nada en la naturaleza de un argumento completo o bien articulado para oponérsele. Inauguró en su respuesta la teología del “Sí, pero”, imaginando, después de tres generaciones en la que sufrió las más variadas modificaciones, que se había quitado a Remarius y sus descubrimientos de encima.

Reimarus –según Semler- no puede estar en lo cierto, porque es unilateral. Jesús y sus discípulos emplearon dos métodos de enseñanza: uno perceptible, ilustrado, sacado de la esfera de ideas Judías, mediante el cual adaptó su significado para la comprensión de la multitud, dedicado a elevarlos a una manera más elevada de pensar, y junto a este una enseñanza puramente espiritual independiente de esta imaginería. Ambos métodos de enseñanza siguieron siendo usados conjuntamente,  dado que había siempre representantes contemporáneos de los dos grados de capacidad y las dos clases de temperamento. Esto es tan cierto históricamente que el ataque de los Fragmentistas puede ser derrotado en este punto, dado que sólo toman en cuenta el aspecto de ilustración perceptible. Pero no fueron derrotados. La obra de Reimarus fue olvidada, y el estímulo que pudo haber ejercido fracasó en tener efecto. No tuvo predecesores, ni discípulos. Su obra es una de esas supremas obras de arte que pasan sin dejar rastro, dado que se anticipa a su época, aunque las posteriores generaciones sí han pagado un justo tributo de admiración pero no le tienen gratitud. Se podría decir que Reimarus colgó una piedra de molino en el cuello de la emergente ciencia teológica de su época. Zarandeó la fe de Semler en la teología histórica e incluso en la libertad de la ciencia en general .

Así, la grandiosa obertura en la que son anunciados todos los motivos del futuro tratamiento histórico de la vida de Jesús rompe con una repentina discordia, permanece aislada e incompleta, y no lleva más lejos.                                                           
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1.     D.F. Strauss, “Hermann Samuel Reimarus und Seine Schutzschrift für die vernünftigen Verebrer Gottes”. (Reimarus and his Apology for the Rational Worshippers of God.) 1862.
2.     Cita insertada sin introducción especial que es, por supuesto, de Reimarus.



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