JOSUÉ
Los libros de Josué, Jueces, Samuel, y Reyes (conocidos
tradicionalmente como los primeros Profetas) ofrecen el relato principal del
que disponemos sobre la historia del antiguo Israel. Todo escrito histórico
está sujeto a un partidismo ideológico, en el caso de estos libros el
partidismo puede ser descrito también como teológico. La historia es vista a
través de lentes Deuteronómicos. Así, estos libros son conocidos por los
modernos estudiosos como la Historia Deuteronómica.
El libro de Josué se propone describir cómo las tribus
Israelitas tomaron posesión del país de Canaan al oeste del Jordán. Los
versículos de apertura del libro son programáticos. El señor le dice a Josué: “Moisés, mi siervo, ha muerto. Prepárate para pasar ese
Jordán, junto con toda esta gente, hacia la tierra que yo voy a darles. Voy a
entregaros todo lugar que sea hollado por la planta de vuestros pies, según
declaré a Moisés. Vuestro territorio se extenderá desde el desierto y el Líbano
hasta el Río Grande, o sea, el Éufrates (toda la tierra de los Hititas), y
hasta el mar Grande de poniente. Nadie podrá resistirte en todos los días de tu
vida”. El territorio aquí prometido es esencialmente el mismo prometido
a Abraham en Génesis 15, “desde el río de Egipto hasta el gran río, el río Éufrates”.
Posteriormente se sugiere que Josué ocupó todo el país. Comparar, Josué 10:40: “Así
conquistó Josué todo el país: la montaña del Negueb, la Tierra Baja y las
laderas, con todos sus reyes. No dejó ni un superviviente”.
Una lectura más detenida del libro de Josué sugiere una
conquista más limitada. La mayor parte de la acción en los capítulos 2-10 tiene lugar en un área muy limitada
que finalmente es asignada a Benjamín. Los capítulos
3-6 describen el cruce del Jordán y la conquista de Jericó. Después los
capítulos 7 y 8 están dedicados a eventos en Ay, cerca de Betel, unos
kilómetros al noroeste. A esto le siguen breves relatos de una ceremonia de
alianza en Siquem (8:30-35), la rendición de
Gibeón (unos kilómetros al noroeste de Jerusalem), y la derrota de los cinco
reyes de Jerusalem, Hebrón, Yarmut, Laquis, y Eglón (caps.
9-10). A esas victorias le sigue el sumario en 10:40-43,
narrando la conquista de la parte sur del país. El Capítulo
11 describe una campaña contra Hazor en el norte. Las narrativas de la
conquista aparecen de manera muy dispersa comparadas con su gran alcance en los
sumarios. Además, Jueces 1 ofrece una larga
lista de lugares de los que los Cananeos no fueron expulsados, incluyendo
sitios importantes como Tanac y
Megido. También hay inconsistencias problemáticas. Jueces
1:8 dice que “el pueblo de Judá luchó contra
Jerusalem y la tomó”, aunque según 1:21
“los Benjaminitas no expulsaron a los Jebusitas que
habitaban en Jerusalem”. Posteriormente Jerusalem será capturada en tiempos
de David. También Hazor, que supuestamente fue capturada por Josué en Josué 11, aún es Cananea en Jueces 4 y 5. La evidencia bíblica para tan amplia
conquista no está tan clara como inicialmente parece. Por consiguiente, se han
propuesto diferentes modelos para explicar el origen de Israel en Canaan.
Cuatro modelos han influido a los estudiosos desde el siglo
veinte: el modelo de la inmigración, especialmente propuesto por los estudiosos
Alemanes a mediados del siglo veinte; el modelo de conquista, defendido
especialmente en Norte América; el modelo de revuelta, que trata de explicar el
origen de Israel desde un punto de vista de levantamiento social; y el modelo
de emergencia gradual, que sugiere que los Israelitas se originaron como
Cananeos y sólo gradualmente alcanzaron una identidad propia.
EL ORIGEN DE ISRAEL EN CANAAN
EL MODELO DE INMIGRACIÓN
A la luz del problemático carácter de la evidencia bíblica,
los estudiosos Alemanes de comienzos y mediados del siglo veinte desarrollaron
un modelo de conquista bastante
diferente de lo que superficialmente se puede leer en el libro de Josué. Este
es conocido como el modelo de inmigración, asociado especialmente con los
nombres de Albrecht Alt y Martin Noth. Alt señaló la importancia de la
geografía en la región. Las principales ciudades estaban en las llanuras,
mientras que los altos centrales estaban escasamente habitados en el segundo
milenio. Propuso que los Israelitas ocuparon primero los altos, y sólo
gradualmente extendieron su control a la llanura. Este punto de vista acerca
del establecimiento de los Israelitas se apoya en el relato de Jueces 1, que admite que los Cananeos no fuero
inicialmente expulsados de las ciudades en las tierras bajas. Algunos relatos
patriarcales en Génesis también pueden ser entendidos como parte de este
proceso de asentamiento. Alt y Noth aceptaron el relato bíblico desde el
momento que asumía que los Israelitas venían de fuera del país, sea como
invasores violentos o como pacíficos colonos.
EL MODELO DE CONQUISTA Y LA EVIDENCIA
ARQUEOLÓGICA
Los estudiosos Americanos del mismo periodo (comienzos y
mediados del siglo veinte) estuvieron bajo la influencia del surgimiento de la
arqueología. En contraste con los relatos en Génesis o Éxodo, el relato de la
conquista en Josué debe admitir verificación arqueológica. En el Medio Oriente
hay muchos “tells” especie de montículos
planos en su cima que era donde estaban situadas las ciudades antiguas. Esos
montículos crecían debido a la frecuencia con la que eran destruidas las ciudades.
Después de la destrucción, las ruinas eran niveladas y la ciudad reconstruida
sobre estas. Típicamente, una “capa de destrucción” de escombros permanecía
bajos el nuevo suelo. Si las ciudades de Canaan habían sido destruidas
violentamente, entonces los arqueólogos debían haber encontrado evidencias. El
líder de esta disciplina fue William Foxwell Albright. Él y sus colegas creían
que el relato bíblico era esencialmente correcto y podía ser apoyado por la
evidencia arqueológica. El relato de Albright acerca de la historia de Israel
tuvo su expresión clásica la “History of Israel”
de John Bright.
De hecho al intento de corroborar el relato bíblico mediante
la búsqueda arqueológica le salió el tiro por la culata. Hubo una extensa
agitación en Canaan a finales de la Edad de Bronce (siglos trece y doce a.C.),
el supuesto periodo de la conquista. La evidencia arqueológica no encaja con el
relato bíblico de la conquista.
De acuerdo con los relatos bíblicos, la primera fase de la
conquista tuvo lugar en Transjordania, antes de cruzar el río. La conquista de
este territorio es descrita en Números 21.
En Jos. 1:12 Josué le dice a las tribus de
Rubén y Gad y a la de Manasés que pueden asentarse al otro lado del Jordán,
aunque sus soldados han de acompañar al ejército invasor. El relato en Números
afirma que había una población ya establecida en la región, y menciona
específicamente las ciudades de Eshbon y Dibon. Ambos lugares han sido
excavados y se ha demostrado que no estaban ocupados a finales de la Edad de Bronce.
Se sigue, pues, que no pudieron haber sido destruidos por los Israelitas a
finales del siglo XIII a.C..
Resultados similares se obtuvieron en Jericó y Ay, las dos
piezas de muestra principales de la conquista de Josué. Ninguna de las dos era
ciudad amurallada a finales del periodo de la Edad de Bronce. De casi veinte
ciudades identificables que fueron capturadas por Josué o sus sucesores
inmediatos según el relato bíblico, solo dos, Hazor y Betel, ofrecen evidencia
arqueológica de destrucción en el periodo apropiado. Irónicamente, la evidencia
bíblica acerca de Hazor es problemática, dado que dice que estaba aún en manos
Cananeas en Jueces 4-5. La arqueología no es
una ciencia infalible, sus resultados están siempre abiertos a revisión a la
luz de nuevas excavaciones, aunque un estudioso sólo puede juzgar de acuerdo
con la mejor evidencia disponible en el momento. A la luz de la evidencia
disponible, hemos de concluir que el relato de la conquista en Josué es
ampliamente, sino completamente, ficticio.
Aunque los resultados arqueológicos no han sido
completamente negativos. Las excavaciones durante el último cuarto del siglo
veinte trajeron a la luz cientos de pequeños sitios que fueron establecidos en
los siglos trece hasta el once a.C., primariamente en los altos centrales,
aunque algunos tan al norte como Galilea y otros al sur en la parte norte del
Negev. Casi todos son sitios pequeños, sin amurallar, y la mayoría fueron
abandonados durante el siglo once. Esos asentamientos se ha asumido de manera general
que son Israelitas, aunque no ofrecen identificación explícita. La
identificación de esos asentamientos como Israelitas la sugiere primero de todo
el hecho que esta región fue el bastión de los primeros Israelitas según el
relato bíblico, y siguió siendo Israelita en tiempos posteriores. Además, hay
una pieza de evidencia bíblica que Israel vino a la existencia en la tierra de
Canaan antes del final del siglo trece a.C. Una estela conmemorativa del faraón
Egipcio Merneptah, erigida aproximadamente en el 1220 a.C., se jacta de sus victorias:
“Canaán está despojada de
todo lo que tenía malo,
Ascalón está deportada,
Gezer está tomada,
Yanoam
parece como si no hubiese existido jamás,
ysyriar (Israel)3 está derribado y yermo, no tiene
semilla4
Siria (Hurru) se ha convertido en una
viuda para Egipto”.(ANET, 378)
No está del todo claro si Israel es un pueblo o lugar (como
Ascalón y Gezer), aunque en cada caso la inscripción muestra que una entidad
llamada Israel existía en Canaan. No hay registro en la Biblia de un encuentro
entre Israel y Merneptah. Por supuesto, las inscripciones Egipcias contienen
muchas hipérboles igual que la Biblia, y algunas de las victorias del faraón
pueden haber sido imaginarias. Aunque es difícil suponer que éste hubiera
clamado victoria sobre lugares o pueblos imaginarios, especialmente cuando
sabemos que existieron en tiempos posteriores.
De todas maneras la evidencia de asentamientos Israelitas o
proto-Israelitas en las tierras altas centrales se queda corta a la hora de
confirmar el relato bíblico. Lo más remarcable acerca de los asentamientos a la
luz del relato bíblico es que su cultura material es esencialmente Cananea. En
palabras de un arqueólogo prominente: “hay que
enfatizar que no hay evidencia en la cultura material que indique que esos
aldeanos del Hierro I se originaran fuera de Palestina, ni siquiera en
Transjordania, mucho menos en Egipto o en el Sinaí. No hay nada en los restos
materiales que sugiera que se trata de “pastores
nómadas tomando asentamiento” al contrario,
aparecen como bien dotados y adaptados campesinos, muy familiarizados con las
condiciones locales en Canaan” (W. Dever, ABD 3:549-50). Los Arqueólogos
de una generación más tempranas pensaron que habían encontrado algunos rasgos
distintivos en los altos centrales. El estilo típico de las casas es llamado “casa patio con cuatro
habitaciones” (consistente en habitaciones situadas alrededor de un patio).
Esta ha sido llamada a menudo la
casa típica del antiguo Israel. Aunque esta clase de casa se hizo común
solamente a finales del segundo milenio, había algunos ejemplos más tempranos,
y un creciente número de esas casas ha sido encontrado en sitios que no eran
obviamente israelitas. De manera similar, la “jarra con cuello redondo” es
típica de esos asentamientos, aunque no la única en ellos.
Dado que estos pueblos no estaban fortificados, dan a
entender que el establecimiento fue un proceso de inmigración pacífica. Al
contrario de la hipótesis más antigua de la inmigración mantenida por Noth y
Alt, sin embargo, la nueva evidencia sugiere que los colonos no venía de fuera
del país, sino que eran de origen Cananeo. Si algunos de los Israelitas habían
sido esclavos en Egipto y pasado un periodo deambulando por el desierto, estos
no realizaron impacto alguno en la cultura material, al menos no somos de ello
conscientes. Esos descubrimientos arqueológicos no demuestran que no hubo éxodo
alguno, aunque sugieren que el origen del pueblo de Israel no puede ser explicado
primariamente mediante la historia de la huida de Egipto.
EL MODELO REVOLUCIONARIO
La hipótesis que tiene su origen en una revolución social en
Canaan fue propuesta por vez primera por un alumno de Albright, George E.
Mendenhall, en 1962. Mendenhall estaba más bien motivado por su insatisfacción
con el relato bíblico que por nueva evidencia arqueológica. La idea básica del
modelo, sin embargo, se deriva de las cartas de Amarna, encontradas en Egipto
en 1888. Eran cartas escritas en Akadio sobre tablillas de arcilla por gente de
Canaan, dirigidas a los faraones Amenofis III y Amenofis IV o Akhenaton en el
siglo catorce a.C. Este último faraón llevó a cabo una revolución religiosa en
Egipto promoviendo el culto del dios-sol Atón excluyendo las otras deidades
(esta fue llamada la herejía de Atón). Evidentemente, éste no prestó mucha
atención a los asuntos del imperio Egipcio en Canaan. Las cartas procedentes de
Canaan frecuentemente se quejan de grupos que están causando problemas en
Canaan desafiando la autoridad Egipcia. Estos alborotadores son llamados
frecuentemente Habiru/Hapiru o `Apiru/`Abiru. Este término también es conocido en
otros textos del segundo milenio. No es un término étnico, pero se refiere a un
pueblo que estaba, de una u otra manera, en los márgenes de la sociedad,
algunas veces como mercenarios, otras como esclavos, y otras como
alborotadores. Especialmente interesante son las referencias a un tal Labayu,
quien supuestamente habría “entregado Siquem a los
Habiru”. Siquem figura prominentemente en el Deuteronomio y Josué como
enclave temprano Israelita, aunque no hay relato sobre su captura en el libro
de Josué.
La cartas de Amarna datan de una época de más de un siglo
antes de la fecha usual del Éxodo, por lo tanto no pueden ser tomadas como
referencia a las revueltas causadas por el surgimiento de Israel. Aunque las
condiciones en Canaan probablemente no cambiaron mucho a lo largo de
aproximadamente un siglo. Las cartas muestran insatisfacción entre los Cananeos
con las estructuras de poder de la época, y especialmente con el gobierno
Egipcio, y los impuestos que inevitablemente implicaba. Mendenhall sugirió que
los Israelitas que habían escapado de Egipto hicieron causa común con los
Cananeos descontentos. Israel no era originalmente un grupo étnico sino la
unión de gente que huía de la opresión, que se unieron en el culto del dios
libertador YHWH. Esta hipótesis de la revuelta sufrió un giro Marxista a cargo
de Norman K. Gottwald.
La hipótesis de la revuelta de hecho es compatible con la evidencia
arqueológica, aunque tiene poco apoyo en el texto bíblico. Es verdad que los
reyes Cananeos son escogidos algunas veces para ser destruidos (ej. Josué 10),
pero no hay sugerencia en el texto bíblico que Josué estuviese involucrado en
la liberación de Canaan. Las formulaciones de Gottwald sobre la hipótesis están
claramente influenciada por simpatías socialistas que surgen en los 1960 en los
Estados Unidos (cita un poema en honor del VietCong en la dedicación de su
libro). Consecuentemente, el modelo de la revuelta es ampliamente considerado
como Anacrónico, un mito del antiguo Israel que se conforma a un conjunto de
ideales modernos. Por supuesto, las ideologías modernas pueden influenciar la
preferencia de los estudiosos por otros modelos, como el relato tradicional de
la conquista violenta. Finalmente, cualquier modelo ha de ser juzgado por su
capacidad de dar cuenta de la evidencia, sin que interfiera la ideología del
intérprete.
EL MODELO DEL SURGIMIENTO GRADUAL
Hay que admitir que ningún relato acerca del Israel temprano
puede reconciliar el relato bíblico y la evidencia arqueológica. El consenso
sobre el tema a comienzos del siglo veinte, si es que hay uno, favorece el
punto de vista que los Israelitas eran básicamente Cananeos que gradualmente
desarrollaron una identidad separada. El surgimiento de Israel como entidad
distinta está presumiblemente reflejado en el aumento de asentamientos en los
altos centrales. El pueblo que fundó esos asentamientos había aparentemente
emigrado de las tierras bajas. No sabemos por qué. Quizá no estaban contentos
con una sociedad opresiva en los estados-ciudad Cananeos, como sugiere el
modelo del levantamiento. Alternativamente, pueden haber huido debido a la
inestabilidad en las tierras bajas debida a la invasión de los Pueblos del Mar,
los Filisteos, que surgen en la historia casi al mismo tiempo que los
Israelitas. O quizá la emigración puede ser debida a otras razones. La
principal diferencia entre el modelo de un surgimiento gradual y el modelo de
la revuelta es que este modelo no asume que los Israelitas estuviesen motivados
por ideales igualitarios. Es verdad que el Israel temprano, según la Biblia, no
tenía rey, pero esto puede ser debido a la relativa falta de organización
política en lugar de razones ideológicas. De todas formas, hay que reconocer
que cualquier punto de vista acerca del surgir de Israel en Canaan que esté
guiado por la evidencia arqueológica ha de asumir que los colonos de las
tierras altas eran gentes que abandonó las ciudades-estados Cananeas,
cualesquiera sean los motivos.
La arqueología no ha arrojado luz sobre el origen del culto
a YHWH. Pues fue este culto, más que nada de otro, lo que eventualmente
distinguió a los Israelitas de los otros Cananeos. (El idioma Hebreo también
evolucionó de dialecto Cananeo a un lenguaje distinto). Es posible que el culto
a Yahvé fuese introducido en las tierras altas de Canaan por gente que había
escapado de la esclavitud en Egipto. Seguramente había esclavos que habían
escapado entre los primeros Israelitas. De otra manera el relato bíblico del
Éxodo es imposible de explicar. También es posible que el culto a Yahvé fuese
traído al norte de Canaan por mercaderes Madianitas, que daban culto a Yahvé
como dios-de-la-tormenta en las montañas de Madián. Si es así, habría que
asumir que este culto fue tomado y transferido a Canaan, de manera que Yahvé
era adorado no primariamente como dios-de-la-tormenta sino como un dios que
liberó al pueblo de la esclavitud. Demasiada incertidumbre hay acerca del
origen de Israel en Canaan lo que parece claro es que el relato de la conquista
en el libro de Josué no es históricamente preciso, sino que es una ficción que
fue compuesta por razones ideológicas en un tiempo muy posterior. Es la
ideología del libro lo único interesante en el recordatorio de nuestra
discusión sobre Josué.
EL RELATO DE LA CONQUISTA
Algunas de las tempranas historias en el libro de Josué
tienen carácter marcadamente ritualista. Antes de cruzar el Jordán, Josué le
dice a los Israelitas que se santifiquen, como lo hicieron en la revelación del
Sinaí. Las aguas se separaron ante los Israelitas cuando los sacerdotes
pusieron pie en el río, y el pueblo cruzó sobre tierra seca. Esta travesía
recuerda directamente la travesía del Mar Rojo. Se ha sugerido, plausiblemente,
que esta historia refleja una ritual representación del Éxodo en Gilgal. (El cruce del Jordán es seguido en Josué 5 por la
celebración de la Pascua). Sabemos por los profetas Amos y Oseas que el Éxodo era celebrado cerca de Betel en el siglo octavo a.C., y probablemente
desde los comienzos del reino del norte. El detalle de cruzar sobre tierra seca
aparece solamente en el tardío relato (Sacerdotal) en Éxodo, y deriva
presumiblemente de este relato. La puesta de doce piedras (massebot) obviamente representa a las doce tribus
de Israel, como lo es explícitamente en Éxodo 24:4,
donde Moisés estableció estas piedras en el Sinaí. La explicación dada en Josué 4:21-24, que las piedras eran un recuerdo de
que los Israelitas habían cruzado sobre tierra seca, es seguramente secundaria,
y no el significado original de las piedras-estelas. Las estelas eran a menudo
un rasgo de sitios cultuales en el antiguo Israel y Canaan, y la conexión de
las estelas en Gilgal con el Éxodo puede muy bien ser secundaria. Cualquier
reconstrucción del ritual en Gilgal es, necesariamente, muy hipotética.
Según Josué 5, Josué hizo
que todos los Israelitas se circuncidasen antes de atacar Jericó. Una acción
tal es harto implausible en la víspera de una campaña militar (cf. Génesis 34,
donde los hijos de Jacob saquean Siquem mientras los Siquemitas sufren los
dolores de la circuncisión). Aquí, de nuevo, el editor de la historia parece
estar más preocupado con la propiedad ritual que con la plausibilidad
histórica. Éxodo 12:48 requiere que todos los varones sean circuncidados antes
de celebrar la Pascua. Aquí de nuevo Josué parece presuponer un elemento en la
tradición Sacerdotal.
Antes del ataque a Jericó, Josué tuvo una visión de una
figura que se identificó a sí mismo como “el jefe
del ejército del Señor”(5:14). El punto
es que Israel no depende solamente de sus propios recursos humanos solamente.
Está, más bien, en una “guerra santa”, ayudado
por las huestes angélicas. Consecuentemente, es crucial que los Israelitas se
mantengan puros, y no creen un obstáculo a la participación de sus aliados
celestiales. En esta visión de la guerra, la preparación ritual es más
importante que el entrenamiento militar. (Un punto de vista similar de “guerra santa” lo encontramos posteriormente en los
Rollos de la Guerra en Qumran donde los Hijos de la
Luz luchan contra los Hijos de las Tinieblas).
Aunque muchos pueblos en la antigüedad otorgaban gran importancia a la
preparación ritual para la batalla, esta no es una visión práctica de la guerra.
Es más bien una teoría teológica de la guerra, que no tiene en cuenta la
realidad que supone la resistencia que se pueda encontrar del otro lado. A
Josué se le ordena que se quite los zapatos en presencia de este personaje,
igual que hizo Moisés ante la zarza ardiente.
“Y Qemosh me dijo, “ve y toma Nebo
de Israel! Fui durante la noche y luché contra estos desde el amanecer hasta el
medio día, tomándolo y matándolos a todos, siete mil hombres, niños, mujeres,
niñas y siervos, pues los había dedicado a la destrucción a(l) (dios)
Ashtar-Qemosh”.
LA PIEDRA MOABITA, trad. W.F.
Albright, ANET, 320.
El ejemplo del texto de la teoría teológica, o ritual de la
guerra lo ofrece el relato del asedio de Jericó en Josué
6. Los Israelitas marchan alrededor de la ciudad durante seis días, con
siete sacerdotes que llevaban trompetas de cuernos de carnero delante del Arca
de la Alianza. El séptimo día, los sacerdotes hacen sonar sus cuernos de
carneros, y todo el pueblo grita. Entonces las murallas se derrumban. Era costumbre
llevar el Arca a la batalla, para simbolizar la presencia del Señor. El Grito
era también una táctica común en la guerra antigua. La palabra Griega para una
conquista fácil era “autoboei” “con el grito mismo”. La historia bíblica, sin
embargo, tiene algo más. Enfatiza el carácter milagroso de la conquista, que la
victoria la otorga el Señor, no el poder humano. Si, como los arqueólogos han
concluido, Jericó no estuvo ni siquiera ocupada a finales del siglo trece,
entonces el escritor bíblico compuso un relato ideal de una conquista
teológicamente correcta, despreocupándose de cualquier tradición histórica.
Un aspecto sorprendente del cruce del Jordán y la conquista
de Jericó es la prominencia de los sacerdotes, y también se pueden notar
algunos puntos de contacto con las tradiciones Sacerdotales en el Pentateuco
(el cruce sobre tierra seca; la circuncisión antes de la Pascua). Una tradición
más antigua de críticos trató de trazar las fuentes del Pentateuco también a
Josué, y propuso un Hexateuco (seis volúmenes) en lugar de un Pentateuco. Se
acepta generalmente en la actualidad que Josué forma parte de la Historia
Deuteronómica. Es muy probable, sin embargo, que las fuentes de donde copiaron
los copiladores de Josué hubiesen sido transmitidas por sacerdotes. Las listas
detalladas de las localizaciones tribales en la segunda mitad del libro son
también un tipo de material a menudo asociado con los sacerdotes. Es, de todas
maneras, difícil de evaluar la relación de Josué con P en el Pentateuco. La
Historia Deuteronómica fue editada durante o después del exilio, y pudo muy
bien haber sido influenciada por la fuente Sacerdotal en alguno puntos. Las
acciones rituales en Gilgal y Jericó, no obstante, no tienen una base clara en
la fuente P, y quizá se deban a la familiaridad del autor con las prácticas
rituales.
SOBRE LA GUERRA
El “harem” era
esencialmente un acto religioso, como un sacrificio. No sólo permitía una
matanza indiscriminada; la santificaba y le otorgaba legitimación. Podemos
comparar la historia del celo de Fineas en Números
25, donde la ejecución sumaria de un Israelita que yacía con una Moabita
es premiada con una alianza de paz y sacerdocio eterno.
La brutalidad de la guerra en la antigüedad no es mayor que
en los tiempos modernos, y quizá hasta menor. No hay por qué sorprenderse que
los Israelitas, igual que otros pueblos, se gloriasen en la destrucción de sus
adversarios. Los único problemático en el texto bíblico es la afirmación que
semejantes acciones estaban justificadas por mandato divino, y eran, por lo
tanto, dignas de alabanza. Afirmaciones semejantes no nos son desconocidas
tampoco en la actualidad. Se puede observar que afirmaciones de este tipo son
criticadas a menudo incluso dentro de la tradición bíblica, especialmente en
los Profetas. Sin duda son rechazadas por la tradición posterior tanto Judía
como Cristiana. Pero los ejemplos de Josué y Fineas permanecen insertos en la
Escritura, y parece como si otorgaran cierta legitimación a semejantes
acciones. Este es un caso en el que la autoridad bíblica se convierte en un
concepto equivocado. No se ha de permitir que el aura sacra de autoridad
bíblica pueda enmascarar semejante bárbara conducta. Esta barbaridad no es
atenuada por el hecho que estas acciones fueran ampliamente aceptadas en la
antigüedad, o porque hoy día la barbarie sea aún mayor.
LA HISTORIA DE AY
La historia del ataque a Ay es probablemente también una
ficción diseñada para ofrecer una clara ilustración acerca de la teología Deuteronómica. Cuando falló
el ataque inicial, se asume que la razón no es la estrategia o el poder humano,
sino el desagrado del Señor. Sin duda, el Señor informa a Josué que Israel ha
roto la alianza desobedeciendo un mandamiento. El mandamiento en cuestión es la
prohibición que Acán viola tomando cosas para sí. Lo específico del mandamiento
no es crucial. El punto es que un mandamiento ha sido violado. Una vez que el
autor ha sido ejecutado, los Israelitas pueden capturar Ay y destruirla. Quizá
el aspecto más remarcable del relato es el sentido de responsabilidad
corporativa. El ejército Israelita es derrotado, y unas treinta y seis personas
mueren, debido al pecado de un hombre. Además, no solo se ejecuta a Acán, sino
también a sus hijos e hijas y ganado, e incluso sus pertenencias son apedreadas,
quemadas, y enterradas bajo un montón de piedras. Hay aquí un fuerte sentido
hacia que la familia es una unidad, y también el de una especie de profanación
que se ha extendido incluso a los objeto materiales.
La historia de Acán es remarcable pues Deut. 24:16 dice explícitamente que “los padres nos serán ejecutados por culpa de los hijos, ni
los hijos serán ejecutados por culpa de los padres. Cada cual será ejecutado
por su propio pecado”. La historia de Acán es presumiblemente más
antigua que la ley Deuteronómica. Según Éxodo 20:5,
el Señor castiga la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y
cuarta generación, y ésta era una idea tradicional en Israel, hasta la época de
la reforma Deuteronómica o el exilio Babilonio. La doctrina de responsabilidad
individual es una innovación en Deuteronomio 24.
Está más fuertemente articulada en Ezequiel 18,
en el contexto del exilio.
La historia de Acán ofrece una buena descripción de la
estructura social del antiguo Israel. Cuando Josué trata de identificar al
culpable, primero identifica la tribu, después el clan, y después la familia, o
la casa paterna. Estos eran niveles diferentes de grupos de parientes a los que
pertenecía un individuo.
LAS TRIBUS
La segunda mitad del libro de Josué está dominada por la
adjudicación del territorio a las tribus. Hay varias inconsistencias en este
relato. Según Josué 14:1-5, Josué, el
sacerdote Eleazar, y los jefes de las tribus se reunieron en Gilgal y
dividieron el país al oeste del Jordán entre ocho tribus y media. (Dos tribus y
media ya habían recibido su parte al este del Jordán. Nada le fue otorgado a la
tribu de Leví). Josué 18:1-10 dice que Josué
sólo dividió el país entre las siete tribus que no habían aún recibido su
parte. Algunos pasajes sugieren que las tribus reclamaron tierra para ellas
mismas (ej. Judá en 14:6-12; comparar con la
violenta emigración de la tribu de Dan hacia el norte de Israel en Jueces 18), otros que fue dividido mediante las
suertes. Algunas suertes incluían ciudades que permanecieron aún bajo control
Cananeo durante algún tiempo, como en el caso de Gezer en territorio de Efraín.
Los territorios de algunas tribus (especialmente las tribus de Judá y las
tribus de José, Efraín y Manasés) son descritas con más detalles que las demás.
Al final del libro, en Josué 24, Josué reúne
a todas las tribus en Siquem para renovar la alianza.
La tradición bíblica es unánime en que las doce tribus de
Israel eran descendientes de los doce hijos de Jacob, llamado también Israel.
Semejante simple modelo, donde cada tribu desciende de un individuo, es
claramente una ficción, pero la tradición que el Israel temprano consistía de
tribus asociadas no puede ser negada. Las tribus aparecen en listado en
diferentes partes del Pentateuco, con algunas variaciones. Los hijos de Jacob
aparecen listados en Génesis 29-30, y de
nuevo en la bendición de Jacob en Génesis 49,
en el siguiente orden: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Zebulón, Isacar, Dan, Gad,
Aser, Neftalí, José, y Benjamín. Los primeros seis tienen a Lía como madre, los
otros cuatro tienen a las concubinas Bila y Zilpa, y los dos últimos son hijos
de Raquel. Números 26 lista las tribus de
Israel en el siguiente orden: Rubén, Simeón, Gad, Judá, Isacar, Zebulón,
Manasés, Efarín, Benjamín, Dan, Aser, y Neftalí (estas son las tribus listadas
en Josué, en orden diferente). Comparadas con las listas en Génesis, Leví no
aparece, quizá debido a que es la tribu sacerdotal sin dote territorial propio,
y José es dividida en Efraín y Manasés, para mantener el número de doce. También
Gad es transferida a las tribus de Lía, de manera que su número sea mantenido
en seis. Se ha sugerido que las tribus de Lía representan una asociación más
antigua, que fue gradualmente aumentada. Los hijos más jóvenes de Jacob, José,
y Benjamín adquieren su territorio en los altos centrales, donde se desarrollan
la mayoría de las narrativas de la conquista en Josué. Es evidente que algunos
cambios históricos se reflejan en estas listas. La lista en Génesis 49 es más antigua que la de Números 26, si nos basamos en el lenguaje. Aunque
los intentos de reconstruir la historia de las tribus por ejemplo, suponiendo
que una asociación más pequeña de seis tribus fue gradualmente aumentada- son
necesariamente hipotéticos. También se ha sugerido que las listas tribales en
Números y Josué reflejan distritos administrativos bajo la monarquía, aunque
falta una clara evidencia que lo confirme. Lo que está claro es que cada tribu,
con excepción de la tribu sacerdotal de Leví, fue identificada con un
territorio específico. Presumiblemente la identidad de las tribus y sus
territorios evolucionó con el tiempo. El relato de la adjudicación del
territorio en Josué 13-19 proyecta en la
historia temprana de Israel el tipo de control centralizado que sólo llegó con
la monarquía, y fue agresivamente mantenido por Josías en su reforma a finales
del siglo séptimo d.C.
LA HIPÓTESIS DE LA ANFICTONÍA
Durante gran parte del siglo veinte los estudiosos bíblicos
han hablado con confianza de una liga tribal o anfictonía en el periodo
anterior a la monarquía. El término “Anfictonía”
es una palabra Griega que se refiere a una alianza o liga santa que tenía su
centro en el santuario de Apolo en Delfi a comienzos del siglo sexto a.C. La
liga consistía de doce pueblos que se comprometieron a mantener y defender el
santuario. Los miembros se comprometieron a no destruir ninguna de las ciudades
de la liga, y tenían relaciones mutuas, aunque no constituían una unidad
política. Su propósito primario era el apoyo al culto en Delfi. Otras ligas,
con diferentes números de miembros, eran llamadas anfictonías por analogía con
la liga Délfica. Esta analogía fue aplicada al Israel temprano por Martin Noth
en un estudio influyente en 1930, y fue ampliamente aceptado durante un tiempo.
Se asumía que las tribus estaban unidas por una alianza, y que sus delegados re
reunían periódicamente para una renovación de la alianza tal y como la
encontramos en Josué 24.
En las últimas décadas del siglo veinte el modelo de
anfictonía fue ampliamente rechazado. Un problema importante era la existencia
de un santuario central. En Josué 24 las tribus se reúnen en Siquem, aunque
posteriormente leemos acerca de asambleas en otros lugares como Mizpá (Jue. 20:1; 1 Sam. 7:5) y Gilgal (1 Sam. 11:14), mientras el Arca de la Alianza
estaba localizada en Silo a finales del periodo pre-monárquico. Nunca en el
libro de Jueces o en 1 Samuel leemos que las tribus de Israel se unieran para
defender un santuario central. El modelo de la anfictonía, no se aplica, pues,
a las tribus de Israel.
Sin embargo, es evidente que las tribus Israelitas estaban
asociadas de alguna manera. Una vívida ilustración de esta asociación la
encontramos en la canción de Débora en Jueces 5,
reconocida universalmente como antiguo poema, uno de los pasajes más antiguos
en la Biblia Hebrea. Es una balada conmemorativa de una batalla entre tribus
Israelitas y reyes Cananeos, “en Tanac, en las aguas
de Megido”. El tema se refiere al asalto a las caravanas de
comerciantes, aunque lo interesante es la luz que ofrece acerca de la alianza
entre las tribus Israelitas. Efraín, Benjamín, Maquir (=Manasés), Zebulón,
Isacar, y Neftalí todos acuden a la batalla. Las tribus Transjordanas de Rubén
y Gilead (=Gad) y las tribus de la costa Dan y Aser no acuden. Judá, Simeón, y
Leví no son mencionadas. La canción elije la ciudad de Meroz para ser
maldecida, dado que sus habitantes no vinieron en ayuda del Señor. La canción
sugiere que había una alianza de tribus que adoraban a YHWH (aunque no
necesariamente exclusivamente). Había cierta obligación de defensa mutua,
aunque es curioso que no se aplicaran sanciones contra las tribus que no
acudieron, con la excepción de Meroz (que no puede haber sido una tribu). La
alianza no se extendía a las doce tribus. La omisión de Judá es significante.
Posteriormente, bajo la monarquía, los disidentes del norte dirían, “no tenemos parte con David. No tenemos herencia con el hijo
de Jesé. A tus tiendas, Israel”! (1 Re.
12:16; cf. 1 Sam. 20:1). El lazo entre Judá y las tribus del norte era débil,
y esto llevó eventualmente a la separación de los dos reinos después de la
muerte de Salomón.
Judá está incluida en la Bendición de Moisés en Deuteronomio
33, pero falta Simeón. Parece que el número doce no era tan estable en el
periodo pre-monárquico como se supone normalmente. La historias en el libro de
Jueces dan la impresión de muy poca centralización, y sugieren más bien que la
cooperación entre tribus era esporádica.
LA ALIANZA EN SIQUEM
El capítulo 24 del libro de Josué concluye con una ceremonia
de renovación de la alianza en Siquem. El pasaje es reconocido como
Deuteronómico, dado su uso de la terminología Deuteronómica. No es una fuente
antigua incorporada por el historiador. Tiene muchos elementos de la forma de
tratado. El prólogo histórico es desarrollado ampliamente. El pueblo es llamado
para que sea testigo contra sí mismo (en lugar de los dioses paganos de los
tratados en el Oriente Medio). Las palabras de la alianza están registradas en
un libro, y se coloca una piedra para conmemorar la alianza. Los estatutos de
la alianza no son recitados, sino que están implicados. El punto principal es
que la posesión de la tierra es contingente al servicio del Señor. Los
principales elementos de la alianza que faltan son las bendiciones y maldiciones.
En contraste, bendiciones y maldiciones están ampliamente representadas en las
prescripciones para la alianza en Siquem en Deuteronomio
27-28. La prominencia de Siquem en ese escrito Deuteronómico sugiere que
había una tradición de renovación de la alianza en el lugar. No se deduce de
esto que las doce tribus participaban siempre en esta ceremonia. Además,
encontramos en Juec. 8:33 que los Israelitas en algún momento adoraron a
Baal-berith (Baal de la alianza) y había un templo de Baal-berith en Siquem. Es
más, Siquem parece haber sido una ciudad Cananea durante el periodo de los
Jueces. La tradición de una ceremonia de alianza en Siquem puede haber sido más
antigua que el culto a Yahvé.
La necesidad de fidelidad a “todo lo que está escrito en la
ley de Moisés” también es enfatizada en Josué 23, el discurso de despedida de
Josué. Aquí de nuevo encontramos reiterado el tema central del libro de Josué,
que el país es dado a Israel mientras éste mantenga los mandamientos. Josué
reconoce que los Cananeos no han sido expulsados. Por esto es necesario
permanecer vigilantes: “Pero si os desviáis y os unís
a ese resto de naciones que quedan todavía entre vosotros, emparentáis con
ellas y entráis en tratos con ellas, tened por sabido que Yahvé vuestro Dios no
seguirá arrojando a esos pueblos que viven entre vosotros; serán para vosotros
red, lazo, aguijones en vuestros costados y pinchos en vuestros ojos”(23:12-13). La prohibición de matrimonios mixtos ya
la encontramos en Deuteronomio 7 en
referencia a los pueblos del país: “No harás alianza
con ellas ni les tendrás compasión. No emparentarás con ellas, no darás tu hija
asu hijo ni tomarás una hija suya para tu hijo”(Deut.
7:2-3). La prohibición en Deuteronomio menciona específicamente siete
pueblos que vivían en el país. No se aplica necesariamente a todos los pueblos.
Algunas distinciones entre Gentiles eran posible. Deuteronomio 23 distingue
entre los Amonitas y Moabitas, que no pueden ser admitidos en la asamblea del
Señor “incluso hasta la décima generación”, y los Edomitas y Egipcios, que pueden
ser admitidos después de la tercera. El tema de Deuteronomio, no obstante, es
mantener una identidad distinta, y ésta se puede ver amenazada por los
matrimonios mixtos con los Gentiles. Originalmente esta obligación puede haber
sido parte del intento de Josías para construir una identidad nacional en Judá
que incorporase el remanente del norte de Israel. Después del exilio Babilonio
una parte significativa del pueblo Judío vivirá fuera de la tierra de Israel, y
la necesidad de límites contra los Gentiles se hizo mucho más necesaria. En
este contexto, las distinciones entre Amonitas y Edomitas perdieron su
significado y todo matrimonio mixto era desaconsejado. Hasta hubo una crisis
debido a este tema en la comunidad pos-exílica que aparece en el libro de
Esdras, aunque esta cuestión continúa creando problemas hasta hoy día.
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COMENTARIOS
Boling, Robert G. “Joshua, Book
of”. En ABD 3:1002-15. Buena
discusión sobre la geografía y la estructura del libro.
Coote, Robert B. “Joshua”.
En NIB 2:555-716. Lectura de Josué como propaganda Josiánica.
Nelson, Richard D. “Joshua”.
OTL. Louisville: Westminster John Knox, 1997. Comentario claro y bien
equilibrado.
Soggin, J. Alberto. “Joshua”.
Trad. R.A. Wilson. OTL. Philadelphia: Westminster, 1972. Comentario antiguo,
aún válido por sus puntos de vistas exegéticos.
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