miércoles, 13 de febrero de 2013

EL BAUTISMO DE JESÚS


EL BAUTISMO DE JESÚS

En aquellos días, apareció en el desierto Juan el Bautista(1), predicando el bautismo de penitencia para remisión de los pecados. La profecía de Isaías (40:3) estaba siendo cumplida, “Una voz grita: Abrid camino a Yahvé en el desierto, enderezad en la estepa una calzada a vuestro Dios” (cf. Marcos 1:2-4). Para los Esenios esta profecía también era llamada “salir de las habitaciones de los hombres de pecado, para ir al desierto y preparar el camino del Señor”(2). Las palabras de Juan eran tan cercanas a la de los Esenios que es posible que éste hubiese pertenecido a una de sus comunidades. Abandonó posteriormente porque no estaba de acuerdo con el separatismo sectario de los Esenios y quería ofrecer la oportunidad de arrepentimiento y perdón de los pecados a todo Israel. Las muchedumbres fluían de todos lugares hacia éste austero profeta  del desierto. Oían sus amenazantes-penitenciales sermones, confesaban sus pecados, y eran bautizados por él en el río Jordán.

La poderosa influencia de Juan sobre la gente llevó a su ejecución a manos de Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande. Josefo informa,

Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración”(3).

Se puede saber más de la muerte de Juan en los Evangelios(4).

Lo que más atraía a la gente hacia Juan era el bautismo que confería. Muchos esperaban que la inmersión expiaría sus pecados, y podrían escapar a la ira del juicio Divino. Juan, no obstante, lo primero que pedía era verdadero arrepentimiento. Según Josefo, Juan era un hombre santo que

Predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. Era con esta condición que Dios consideraba agradable el bautismo; se servían de él no para hacerse perdonar ciertas faltas, sino para purificar el cuerpo, con tal que previamente el alma hubiera sido purificada por la rectitud(5)”

Esta comprensión del bautismo está exactamente en línea con el punto de vista Esenio. Los baños bautismales tradicionales Judíos meramente limpiaban la impureza ritual del cuerpo. Desde el punto de vista Esenio, sin embargo, un pecado cometido da origen a impureza ritual, y así, “que no entren en las aguas …….  A no ser que se conviertan de su maldad; pues es impuro entre los transgresores de su palabra”(6). Solamente aquel que “por la sumisión de su alma a todas las leyes de Dios es purificada su carne al ser rociada con aguas lustrales y ser santificada con las aguas de contrición”(7). O –en palabras de Juan el Bautista- el agua puede limpiar el cuerpo solo si el alma ha sido primero purificada mediante la práctica del bien. Pero qué es lo que hay en el arrepentimiento que purifica el alma? “Y por el espíritu de santidad que le une a su verdad es purificado de todas sus iniquidades”(8). De esta manera, el bautismo Esenio unía arrepentimiento con perdón de los pecados, y lo último con el Espíritu Santo. Así como la noción de Juan acerca del bautismo coincidía con la de los Esenios, también refleja su comprensión del Espíritu Santo operando en el Bautismo(9).

Podemos imaginar el entusiasmo de esta multitud que había oído las palabras del Bautista. Habiendo confesado sus pecados y esperando recibir el don del Espíritu Santo para limpiar sus almas de la inmundicia del pecado, sumergían sus cuerpos manchados en el agua purificadora del río. Es posible que ninguno de ellos tuviese una experiencia peneumático-extática en el momento que el Espíritu de Dios les tocaba? “Toda la gente se estaba bautizando. Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración, cuando se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, y llegó una voz del cielo(10), “Tú eres mi hijo(11); en quien me complazco”. Así habló la voz del cielo según Mateo(3:17) y Marcos(1:11). Pero muchos estudiosos(12) están en lo correcto cuando piensan que en el relato original, la voz del cielo anunciaba a Jesús, “Éste es mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él para que dicte el derecho a las naciones”(Isa.42:1). Probablemente ésta es la fórmula original, dado que las palabras del profeta encajan en la situación.

El don del Espíritu Santo asume un significado para Jesús diferente del de otros que fueron bautizados por Juan. La voces desde el cielo no era un fenómeno no común entre los Judíos de aquellos días, y frecuentemente esas voces eran oídas pronunciando versículos de la escritura. El don del Espíritu Santo, acompañado por una experiencia extática, era aparentemente algo que ocurría a otros que eran bautizados en presencia de Juan en el Jordán. Si Jesús realmente oyó esas palabras de Isaías, la frase “He puesto mi Espíritu sobre él” era una maravillosa confirmación del don del Espíritu Santo. Había algo más que poseía significado único.

Si se acepta la forma tradicional del mensaje celestial, Jesús es descrito como “Mi Hijo”. Si, no obstante, la voz celestial entonó las palabras de Isaías, Jesús debe haber comprendido que estaba siendo puesto aparte como Siervo de Dios, el Elegido. Para él el don del Espíritu Santo, que era parte del bautismo de Juan, tenía otro especial significado que sería decisivo en su futuro. Ninguna de las designaciones Hijo, Siervo, o Elegido eran exclusivamente títulos mesiánicos –los dos últimos también podían denotar el estatus especial del oficio profético. Mediante esos títulos, Jesús aprendió que era el elegido, el llamado, el puesto aparte. Todo esto no ofrece ninguna duda sobre la historicidad de la experiencia de Jesús en su bautismo en el Jordán.

Según Marcos (1:9) y Mateo(3:13), Jesús vino hacia Juan desde su casa en Nazaret. Si hemos de creer las palabras del arcángel en Lucas (1:36), María estaba relacionada con la madre de Juan. Nada más sabemos acerca del fondo psicológico de la decisión de Jesús para unirse a la multitud y ser bautizado por Juan. Por otro lado, si usamos los documentos propiamente, podemos formarnos una clara idea de lo que le ocurrió a Jesús después de su bautismo y llamada. El único problema serio parece ser que no tengamos informe confiable del lugar de las actividades Bautismales(13). Además, este profeta del desierto no permanecía en el mismo lugar. Quizá Juan bautizó a Jesús no lejos del punto donde el Jordán entra en el lago de Genesaret en el norte. En la zona está Betsaida, origen de los hermanos Andrés y Pedro, quienes de acuerdo con Juan (1:40-44), Jesús encontró durante su bautismo.

Los primeros discípulos –Pedro, su hermano Andrés, y sus hermanos Santiago y Juan los hijos de Zebedeo- eran todos pescadores en el Lago de Genesaret. Pedro estaba casado con una mujer de las cercanías de Cafarnaún, donde vivían en casa de su suegra(14). La suegra del discípulo se convirtió en creyente después que Jesús la curase de una fiebre. Su casa se convirtió en una segunda casa para Jesús. Más tarde, después de la visita sin éxito a su nativa Nazaret, Jesús regresó al distrito cerca de Cafarnaum.

El mapa geográfico del ministerio público de Jesús podría resultar de la vecindad de su bautismo y de su relación con Pedro. Esto no es un fundo teológico, sino uno factual. Está confirmado por las propias palabras de Jesús.

Ay de ti, Corazaín; ay de ti, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en ti, mucho ha que en saco y ceniza hubieran hecho penitencia. Así, pues, os digo que Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras en el día del juicio. Y tú, Cafaranum, te levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás precipitada. Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros obrados en ti, hasta hoy subsistiría. Así, pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú el día del juicio” (Mat. 11:20-24; Lucas 10:12-15).

El noroeste del Mar de Galilea estaba densamente poblado y bien cultivado. Corazaín –cuyo grano era famoso- no es mencionada en ninguna otra parte del Nuevo Testamento. La desdichada María Magdalena “de quien habían salido siete demonios” (Lucas 8:2) era de las cercanías de Magdala. Muchos pescadores vivían allí y navegaban rutinariamente a lo largo de la orilla este donde había muchos peces. En contra de las nociones populares actuales, los habitantes del distrito no eran rudos campesinos.

Más importante que establecer la ubicación geográfica del ministerio público de Jesús es definir la relación entre Juan el Bautista y Jesús después del bautismo. Solo después de corregir algunas de los malentendidos comunes es que se puede retratar a Jesús en su verdadero significado. La raíz de la distorsión está en la cronología de la historia de salvación(15) que encontramos en Marcos. Porque, según la visión Cristiana, Juan el Bautista era justificablemente visto como el predecesor de Jesús, y porque la entrada en escena de Jesús sigue a la de Juan, Marcos hace de Juan el precursor de Jesús en sentido literal. Así, según Marcos, Jesús podía aparecer públicamente sólo después que Juan hubiese sido arrestado. “Después que Juan fue preso vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios”(Marc. 1:14).

Mateo va más allá. Siguió el marco cronológico de Marcos (ver Mat. 4:12-13) que asumía que Juan había sido arrestado antes de la primera aparición de Jesús. Así, solamente después que Juan fue encarcelado es que Mateo retrata a Juan enviando mensajeros a Jesús para preguntarle si era “el que había de venir”. La versión de Mateo “corrige” la cronología original bajo la influencia de Marcos. Así, Lucas 4:1 tiene razón mientras que Mateo 11:2 está equivocado. Además, Mateo despliega una tendencia a mezclar las palabras de Juan con elementos del discurso de Jesús (y viceversa)(16). Así, sitúa la predicación de Jesús, palabra por palabra, en boca del Bautista (Mat. 3:2; cf. 4:17). El cambio en la cronología original a cargo de Marcos y Mateo y el nuevo distorsionado orden de los eventos han dado lugar reconstrucciones innecesarias de los comienzos de Jesús.

El error cronológico de Marcos es normalmente usado para demostrar que el principal propósito de Jesús al salir a la vida pública era llenar el vacío dejado en Israel por el arresto del Bautista. Esta impresión parece encontrar confirmación en Mateo. Primero, según este Evangelio, Jesús continuó meramente predicando el mensaje de Juan. Si así fuese, habría sido el máximo en tragedia humana el que, poco después de su muerte, Juan, quien había pasado toda su vida esperando al Mesías, recibiese noticias del surgimiento de Jesús, y enviase mensajeros a éste. No es de extrañar que Flaubert describiera esta conmovedora escena en su relato, “Herodias”!

De nuevo, el cuadro original es alterado primero por Marcos y Mateo por razones teológicas, después mediante la reinterpretación psicológica de muchos estudiosos. Pero, incluso el menos confiable Evangelio de Juan sabe que “Juan aún no había sido encarcelado”(3:24). Lucas y sus fuentes, también, nunca informan que Jesús apareciese solo después que Juan hubo desaparecido. Habiendo aclarado estas secundarias distorsiones, se puede proceder a relatar la historia de los comienzos del ministerio público de Jesús.

Juan el Bautista ciertamente tenía un círculo de discípulos, pero obviamente la mayoría de hombres que bautizó en el Jordán le dejaron después de ser bautizados y se fueron a sus casas. Juan no quería fundar una secta; pensó mejor en enviar cada hombre de vuelta a sus labores (Lucas 3:10-14). Por otro lado, Jesús no regresó a su anterior estilo de vida después de la voz en el bautismo anunciase su elección. “Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Arrepentíos, porque se acerca el reino de Dios”(Mat. 4:17). Llamó a sus discípulos, enseño en las sinagogas, “y le traían los enfermos…… y los sanaba” (Mat. 4:17-25)(17).

Es posible que Juan el Bautista creyese de sí mismo que era el profeta que había de venir al final de los tiempos. La gente le veía como al profeta bíblico Elías que debía preceder al Mesías. Él mismo predicó que uno más grande que él vendría, e inauguraría el juicio de Dios. Cuando Juan oyó acerca de Jesús en los pueblos alrededor del mar de Galilea –así nos cuentan las fuentes(18)- envió a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús. En aquellos tiempos, era la costumbre Judía enviar no a uno sino a dos hombres cuando se trataba de una comisión. Jesús, también, envió sus discípulos en pares (Marc. 6:7; Luc. 10:1), y los Cristianos continuaron con esta costumbre durante sus primeros viajes misioneros(19).

Juan Bautista preguntó a Jesús mediante sus dos discípulos, “Eres tú el que había de venir o debemos esperar a otro?” El significado de estas palabras se hace claro cuando las leemos en conexión con el bien conocido versículo en Daniel 7:13, “Seguía yo mirando en la visión nocturna, y vi venir sobre las nubes del cielo”. La apocalíptica figura del Hijo del Hombre tenía como tarea en el futuro escatológico separar a los justos de los pecadores, salvar a los primeros y echar a los segundos a los fuegos del infierno (Mat. 25:31-46).

Esto es precisamente lo que Juan predicaba acerca del uno más grande que él que “esta por venir” y “cuyo bieldo tiene en mano para limpiar la era y almacenar el trigo en su granero, mientras la paja la quemará con fuego inextinguible”(Luc. 3:16-17; Mat. 3:11-12). El Hijo del Hombre es una figura que aparece exclusivamente en escritos apocalípticos Judíos, principalmente en aquellos que están más cercanos al movimiento Esenio. El mismo Jesús también aceptó esta creencia. A diferencia del Bautista, sin embargo, no veía la venida del Hijo del Hombre y el juicio final como inminentes(20). Su diferente perspectiva está expresada en la parábola de la cizaña(Mat. 13:24-30; ver también la parábola de la red en Mat. 13:47-50).

Esas parábolas están en marcado contraste con la precisa escatología del Bautista, mencionada en la metáfora arriba en Lucas 3:16-17 y Mateo 3:11-12. La parábola de Jesús de la cizaña puede haber sido una reacción indirecta a las palabras del Bautista. Según Juan, la salvación de los justos y destrucción de los pecadores tendría lugar en el futuro inmediato. Jesús, por otro lado, vio correctamente que incluso en el periodo del reino de los cielos, que había comenzado a realizarse, el bueno y el malo coexisten.

La idea del Hijo del Hombre pertenece a un sistema apocalíptico de pensamiento en el cual no hay lugar para el concepto del reino de los cielos presente. La idea del reino de los cielos es particularmente rabínica, y es bien sabido que esta idea es central para Jesús. Es precisamente aquí donde se ve la clara diferencia entre el profeta de condena(21) y Jesús.

Jesús envió su respuesta al Bautista: “Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados; y bienaventurado aquel que no se escandalizare en mí”(Mat. 11:2-6; Luc.7:18-23)(22). Parece que las dudas de Jesús acerca del Bautista estaban justificadas. Posiblemente Juan nunca aceptó las afirmaciones de Jesús.

Lo importante es que Jesús afirmó en principio la pregunta del Bautista sobre el significado escatológico de sus actividades, sin declarar explícitamente que era el Mesías que había de venir. Estableció su declaración del oficio escatológico señalando a su mensaje de salvación y a sus sobrenaturales milagros de sanación. Jesús vio estas cosas como signo inconfundible de que la era de salvación había comenzado. “Pero si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda el reino de Dios ha llegado a vosotros”(Luc. 11:20). La enfermedad es del diablo, y el reino de Dios viene cuando Satán sea conquistado y aniquilado.

Según Lucas (10:18), Jesús dijo, “Y vi a Satán cayendo del cielo como un relámpago”. Según un libro(23) que fue escrito cuando Jesús era aún niño, “Su reino aparecerá sobre toda la creación, Satán será destruido y el dolor se irá con él”. La venida del reino esta ligada a la expulsión de Satán y sus espíritus. Cuando Jesús sana al enfermo y expulsa espíritus impuros, es el conquistador victorioso que hace real el reino de Dios(24). “Cuando un fuerte bien armado guarda su palacio, seguros están sus bienes; pero si llega uno más fuerte que él, le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos. El que no está conmigo está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama” (Luc. 11:21-23).

En adición a los milagros de sanación, Jesús le da al Bautista una segunda prueba de su afirmación”. A los pobres les es anunciada la salvación. Esta es una alusión a las palabras del profeta Isaías (61:1-2), que eran especialmente importantes para Jesús. “El espíritu del Señor, Yahvé, está sobre mí, pues me ha ungido, me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad de los cautivos, y la liberación a los encarcelados. Para publicar el año de gracia de Yahvé y un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a todos los tristes”. Esas fueron las palabras que –según Lucas 4:17-18- Jesús leyó en la sinagoga a comienzos de su ministerio. Enrolló el libro, y lo devolvió al servidor, se sentó y dijo, “Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”(Luc. 4:18-21).

Las palabras del profeta suenan, también, en las bienaventuranzas de Jesús. Abre el reino de los cielos a los pobres de espíritu y humildes, y ofrece consuelo a los que lloran. Era a ellos que las buenas nuevas de Jesús iban dirigidas. La palabra usada en Griego era “euangelion”, derivada del verbo usado en el versículo de Isaías para denotar la prédica de salvación (ver Isa. 61:1; cf. 40:9; 52:7). Para Jesús, este pasaje de la escritura era el puente entre su llamada –anunciada cuando Juan le bautizó en el Jordán- y su presente vocación. Sabía que el Espíritu del Señor había venido sobre él, porque el Señor le había ungido para proclamar la salvación a los humildes y a los pobres.

Cuando los enviados por Juan se marchaban para informar a Juan de la respuesta de Jesús,

Comenzó Jesús a hablar de Juan a la muchedumbre: Qué habéis ido a ver al desierto? Una caña agitada por el viento? Qué habéis ido a ver? A un hombre vestido muellemente? Mas los que visten con molicie están en las moradas de los reyres. Pues a qué habéis ido? A ver un profeta? Sí, yo os digo que más que a un profeta. Este es de quien está escrito(25):

“He aquí que yo envío a mi mensajero delante de tu faz, que preparará tus caminos delante de ti”.

En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no ha parecido uno más grande que Juan el Bautista. Pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos se hacen con él. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, profetizaron hasta Juan. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga”(Mat. 11:7-15).

Buber dijo una vez, en una conversación, que si un hombre tiene el don de oír, puede oír la voz de Jesús mismo hablando en los relatos de los Evangelios. Esta nota auténtica puede, creo, ser detectada en los comentarios de Jesús respecto al Bautista. Son a la vez simples y profundos, ingenuos y llenos de paradoja, tempestuosos y calmos. Puede alguien llegar al fondo más profundo de éstos? Jesús se estaba dirigiendo a aquellos que acababan de realizar el peregrinaje al desierto para ver al nuevo profeta. Este no era lugar donde encontrar cortesanos ricamente vestidos, que viven en palacios, y se inclinan como una caña en el desierto ante cualquier opinión. Se puede observar que la imaginería está tomada de una bien conocida fábula de Esopo(26), con la que los rabinos, también, estaban familiarizados(27).

La caña sobrevive a la tormenta porque se inclina bajo la fuerza del viento, mientras que un árbol más fuerte, que se niega a inclinarse, a veces es arrancado de raíz. Ahora sabemos a quién iba dirigido esto: Herodes Antipas y sus serviles cortesanos, contra los cuales el inflexible, sin miedo profeta del desierto, vestido con una piel de camello, lanzaba sus sermones de condena. Seguramente no es por casualidad que Jesús recuenta una fábula de Esopo. Claramente ve al tetrarca y su corte como una especie de “granja de animales”. Posteriormente, al estilo de Esopo, describe a Herodes como “esa zorra”(Luc. 13:32)(28).

Desde el punto de vista de Jesús, Juan era un profeta, si se prefiere, el que había de preparar el camino del Señor en el fin de los tiempos, el Elías que tenía que regresar. Con Juan, el fin de los tiempos comienza –la decisiva erupción en la historia del mundo. Todos los profetas profetizaron hasta Juan el Bautista; pero a partir de ahora, “el reino de los cielos esta surgiendo, y aquellos que surgen, lo toman en posesión”. Las enigmáticas palabras están conectadas con el dicho del profeta Miqueas (2:13). “Irá delante de ellos el que rompe la marcha; irrumpirán y traspasarán la puerta y saldrán por ella, y delante de ellos marchará su rey, y a su cabeza Yahvé”.

Un comentarista medieval, David Kimchi, ofreció la siguiente interpretación de este versículo(29): “El que abre la brecha es Elías y “su rey” es el vástago –retoño- de David”. Según esta interpretación, una forma más temprana de lo que parece Jesús sabía, Elías tenía que venir primero para abrir la brecha, y le seguirían aquellos que abrirían camino con su rey, el Mesías. Según Jesús, Elías-Juan ya había venido, y aquellos hombres que tenían el coraje de decisión están ahora tomando posesión del reino.

Con la venida de Juan, el reino de los cielos da comienzo. Pero, aunque Juan era el más grande entre “aquellos nacidos de mujer”, el último en el reino de los cielos sería más grande que él. Juan el Bautista abrió la brecha a través de la cual rompió el reino de Dios, pero él mismo no fue nunca un miembro de este reino. Se puede explicar de otra manera. En su bautismo, Jesús fue iluminado por una voz del cielo referente al comienzo de su reino mesiánico. Juan fue el precursor, “el que abrió camino”, para la venida de este reino, pero él mismo no pertenece a este reino. Era, por así decirlo, miembro de una generación previa. Este punto de vista paradójico de parte de Jesús aclara tanto la distinción entre Juan y el reino mesiánico, así como el lazo histórico entre Jesús y el Bautista. Sin embargo, la experiencia de Jesús en su bautismo le invistió con una nueva y separada función. Jesús no podía convertirse en discípulo de Juan. Tendría que moverse entre los pueblos alrededor del Mar de Galilea y proclamar el reino de los cielos.

Ahora se puede comprender porqué la respuesta de Jesús a la pregunta del Bautista termina con la advertencia, “Bendito el que no encuentre ofensa en mí”. El verbo Hebreo que en aquellos días significaba, “ser conducido al pecado, para apartarse de la correcta comprensión de la voluntad de Dios”, era, en el Griego de la literatura del Evangelio “tropezar”. En 1 Ped. 2:7-8, Jesús es, por así decirlo, la piedra angular para los creyentes, piedra de tropiezo y piedra de escándalo para los no creyentes (Luc. 20:18; cf. 2:34). Cuando el Bautista envió a preguntar a Jesús ya sospechaba que no podría ir junto con él, porque Juan, el más grande de la anterior generación, no pertenecía al reino de Dios. Incluso podría ser que Jesús tenía indicaciones concretas de las dudas de Juan. No se nos dice cuál fue la reacción del Bautista al mensaje de Jesús. No obstante, el movimiento que creó llevó una vida paralela independiente al Cristianismo emergente (cf. Hech. 19:1-7).

Como hemos visto, muchos pensaban que Juan era Elías que había regresado. El Antiguo Testamento nos dice que Elías nunca murió, sino que fue transportado al cielo. Cómo, pues, pudo este inmortal, que retorna en el fin de los tiempos como Juan, ser asesinado por Herodes? Había gente que pensaba que Juan el Bautista había resucitado de entre los muertos (Luc. 9:1) y había reaparecido en Jesús. Es obvio que muchos de los discípulos de Juan compartían esta creencia en la resurrección de su maestro. No obstante, el discurso de Juan excluye la posibilidad que se le viese a sí mismo como el Mesías. Buscaba a otro que había de venir y era más grande que él (Luc. 3:16). Pero, había entre sus discípulos quienes, incluso durante su vida jugaban con la idea que él era el más grande. De cualquier forma, después de su muerte hay evidencia de la creencia que el Bautista era el Mesías. Claramente, bien entendido, dado que pertenecía al linaje sacerdotal, era visto como el Mesías sacerdote, no el Davídico.

La lógica de los relatos requiere que Herodes debe haberse dado cuenta del peligro que Juan suponía. No lo dejó libre durante mucho tiempo. La actividad de Jesús, también, después del arresto de Juan, estuvo obviamente restringida a un corto espacio de tiempo. Herodes, la zorra, no estaba dormido. Después de ejecutar a Juan, Herodes, el tetrarca, oyó acerca de la fama de Jesús; y dijo a sus sirvientes, “Este es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos” (Mat. 14:1). Más tarde, algunos de los Fariseos advirtieron a Jesús que Herodes estaba buscando su vida. Por lo tanto, Jesús notificó a Herodes que permanecería dos o tres días más en el distrito, y después se movería hacia Jerusalem”(Luc. 13:31). Herodes tuvo su parte de culpa en la crucifixión.

Después de la ejecución de Juan, Jesús señaló a sus discípulos la trágica conexión entre esta ejecución y el final que le amenazaba a él mismo. Y sus discípulos le preguntaron, “Entonces por qué dicen los escribas que Elías ha de venir primero?” y él les respondió: Elías en verdad, está para llegar, y restablecerá todo(30). Sin embargo, yo os digo: Elías ha venido ya, y no le reconocieron; antes bien hicieron con él lo que quisieron: de la misma manera el Hijo del hombre tiene que padecer de parte de ellos. Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista”(Mat. 17:10-13).

Antes de esto, a comienzos de su ministerio, cuando Juan el Bautista aún predicaba en el desierto, Jesús se había comparado a sí mismo con Juan el Bautista. “A quién compararé yo esta generación? Es semejante a niños sentados en la plaza que se gritan unos a otros, diciendo: Os tocamos la flauta, y no habéis danzado; hemos entonado canto de duelo, y no os habéis golpeado el pecho. Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: Es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores. Y la sabiduría se justifica por sus obras”.(Mat. 11:16-19)(31). Era imposible satisfacer a nadie. Decían que el asceta predicador del desierto, Juan, estaba loco --igual que dijeron más tarde de Jesús que tenía un espíritu malo- y también encontraron falta en Jesús, debido a su apertura al mundo. De estos dichos de Jesús se aprende indirectamente que el contenido de la predicación de cada uno de ellos estaba muy de cerca ligado con su carácter. Las buenas nuevas de amor estaban relacionadas con la naturaleza Socrática de Jesús; la predicación de penitencia estaba relacionada con la inclinación de Juan hacia el ascetismo.                               
        
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1.     ver J. Steinmann, “Johannes der Täufer” (Hamburg: Rowohlt, 1960). Sobre Juan el Bautista y los Rollos del Mar Muerto, ver W. Brownlee, “John the Baptist in the Light of Ancient Scrolls”, en “The Scrolls and the New Testament” (ed. K. Stendahl; New York: Harper, 1957), 33-53; ver también Flusser, “The Baptism of John and the Dead Sea Sect”, en “Essays on the Dead Sea Scrolls in Memory of E. L. Sukenik” (ed. Y. Yadin y C. Rabin; Jerusalem: H. Ha-Sefer, 1961), 209-239 (Hebreo); idem, “Baptism”, JOC, 50-54.
2.     1QS 8:13-16; 9:19-20. La división sintáctica que se ha dado en esta traducción refleja mejor el sentido del versículo en el Antiguo Testamento Hebreo, la traducción Griega de la Septuaginta, los Rollos del Mar Muerto, e incluso del Nuevo Testamento! En otras palabras, no es “Una voz gritando en el desierto: Preparad….” Sino “Una voz gritando: en el desierto preparad…”
3.     Antigüedades 18:118-119.
4.     Mat. 14:13-12; Marc. 6:17-29; ver Lucas 3:19-20.
5.     Ant. 18:117.
6.     1QS 5:13-14.
7.     1QS 3:8-9.
8.     1QS 3:7-8.
9.     Otra opinión dictada por la apologética, se encuentra en Hechos 19:1-7.
10.   Lucas 3:21-22.
11.   La palabra Griega traduce del Hebreo “el único”. Ver C.H. Turner, “Ho Hyios mou ho agapetos”, JTS 27 (1926), 113-129; ver también M.D. Hooker, “Jesus and the Servant: The Influence of the Servant Concepto of Deutero-Isaiah in the New Testament”(London: S.P.C.K., 1959), 71, 183.
12.   Jeremías, “pais teoi?” en TDNT (ed. G. Friedrich; Grand Rapids: Eerdmans, 1967), 5:700-704; K. Stendahl, “The School of St. Matthew”(Uppsala: C.W.K. Gleerup, Lund, 1954), 110,144; Estos estudiosos han visto que el final de Lucas 3:21 y Mateo 3:17, “en ti me complazco”, alude a Isaías 42:1, “en quien se complace mi alma”.
13.   C.H. Kraeling, “John the Baptist” (New York: Scribner, 1951), 9-16; E. Lohmeyer, “Das Urchristentum. Johannes der Täufer” (Göttingen: Vandenhoeck, 1932), 26. Ver A.F. Rainey and R.S. Notley, “The Sacred Bridge: Carta´s Atlas of the Biblical World” (Jerusalem: Carta Jerusalem, 2006), 350-351.
14.   Mat. 8:14; Luc. 4:38. Marc.(1:29) incluye la adición –algo dudosa- de que Andrés, Santiago, y Juan también residían en la casa. Mat. (8:14) y Luc.(4:38) están de acuerdo en omitir la expansión que hace Marcos de la “familia de Pedro”.
15.   J. Weiss en Schmidt, op. Cit., 34. La premisa psicológica de la incorrecta cronología en Marcos está atestiguada en Hechos 13:25(para la expresión, ver Hechos 20:24.
16.   C.H. Dodd, “The  Parables of the Kingdom” (London: Fontana Books, 1961), 39 n. 20.
17.   La tentación de Jesús a manos de Satán en “Die Versuchung Jesu und ihr jüdischer Hintergrund”, Jud 45 (1989), 110-128.
18.   Mat. 11:2-6; Luc. 7:18-23.
19.   A. von Harnack, “Die Mission und Ausbreitung des Christentums in den restan drei Jahrhunderten” (2 vols.; Leipzig: Hinrichs´sche Buchhandlung, 1924), 1:344.
20.   Ver Flusser, “Die jüdische Messiaserwartung Jesu”, en “Das Christentum – eine jüdische Religion” (Munich: Kösel-Verlag, 1990), 37-52.
21.   Sólo en Mat. 3:2 Juan el Bautista habla acerca del reino de los cielos. “Pero Mateo parece que no distingue entre las palabras de Juan y las palabras de Jesús”, Dodd, op. Cit., 39.
22.   Ver Is. 26:19; 29:18; 35:5; 61:1 y el relevante paralelo en 4Q521, fragmentos 2ii y 4, líneas 6-13, especialmente línea 12. Ver E. Puech, “Une apocalypse messianique(4Q521)”, RevQ 60(Oct. 1992), 475-522. Solamente la curación de los leprosos falta en los paralelos. En cuanto a la última frase del pasaje, comparar con el final de Oseas.
23.   As. Mos. 10:1.
24.   Ver Jeremías, “The Parables of Jesus” (New York: C. Scribner´s Sons, 1963), 122-123.
25.   Mal. 3:1.
26.   Ver “Fabulae aesopicae collectae” (ed. K. Halm; Leipzig: B.G. Teubneri, 1875), nos. 179 a,b,c.
27.   H.L. Strack and P. Billerbeck, “Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrash. Das Evangelium nach Matthäus” (5 vols.: Munich: C.H. Beck´sche Verlagsbuchhandlung, 1961), 1:596-597.
28.   No obstante, en Hebreo y Arameo Palestino el término “zorra” era usado algunas veces para designar a alguien insignificante. Así, el sobrenombre de Jesús para con Antipas ha de ser leído como insulto no-muy-sutil dirigido contra el tetrarca Galileo. Ver Jastrow, op. Cit., 1538; Sokolof, op. Cit., 587; R. Buth, “That Small-fry Herod Antipas, or When a Fox Is Not a Fox”, Jerusalme Perspective 40 (Sept./Oct. 1993), 7-9,14.
29.   B.H. Young (“Jesus the Jewish Theologian” (Peabody, Mass.: Hendrickson, 1995), 65-66, 73-76) señala que Edward Pococke, “A commentary on the Prophecy of Micah” (Oxford: Printed at the Theatre, 1677), 22-25, ya se había dado cuenta de la conexión entre Mat. 11:12 y Miq. 2:13. La explicación de Pococke´s también está basada en el comentario de David Kimchi a Miq. 2:13. Ver Flusser, “Gleichnisse”, 272-273; R.S. Notley, “The Kingdom of Heaven Forcefully Advances”, en “The Interpretation of Scripture in Early Judaism and Christianity: Studies in Language and Tradition”, JSPSS 33 (ed. C.A. Evans; Sheffield: Sheffield Academic Press, 2000), 279-311.
30.   Jesús alude aquí a la tradición de los “escribas”, reflejada en “m. `Eduyyot 8:7.
31.   Jesús depende evidentemente de la fábula de Esopo. Ver “Fabulae aesopicae”, nos. 27 a,b. 















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