martes, 19 de febrero de 2013

NACIMIENTO Y RENACIMIENTO


NACIMIENTO Y RE-NACIMIENTO
El nacimiento de Jesús permanece en la oscuridad. La luz se hace solamente a la hora de su renacimiento: o sea, el bautismo en el Jordán a manos de Juan. Esto no es una coincidencia sino que se corresponde con la concepción de Jesús mencionada en la conversación con el Fariseo Nicodemo: “Quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino de Dios”(Juan 3:3).

El concepto de renacimiento es en el Judaísmo de tiempos de Jesús claramente una creencia popular. Juan el Bautista es identificado en el Nuevo Testamento como el retorno de Elías; Jesús también fue pensado como Elías. Pero habría que examinar la figura de Elías más de cerca, pues según la leyenda bíblica no murió sino que fue elevado al cielo en un carro de fuego (2 Rey. 2:11). Así el profeta Malaquías (4:5)(1) esperaba el retorno de Elías –un motivo mencionado repetidas veces en la Haggada. Elías y Enoch (Gén. 5:24) son los únicos personajes del Antiguo Testamento de los que se dice que no murieron y cuyo regreso era por lo tanto anticipado.

También encontramos la idea de renacimiento respecto a los fallecidos. Esto explica por qué la gente consideraba a Jesús como uno de los antiguos profetas que había retornado (Luc. 9:8,19). En el Talmud hay muchas alusiones a la creencia en la transmigración de las almas, o renacimiento, como sería el comentario, “Mardoqueo, o sea, Samuel”. El comentario implica que el Judío Mardoqueo, tío de la Reina Ester, era la reencarnación del profeta Samuel. La doctrina de la transmigración de las almas, que es orgánica al concepto de renacimiento, se desarrolló en el misticismo Judío, en la Kabala y continúa en la creencia popular Hasídica. Según esta concepción una persona nace y renace una y otra vez, experimentando de esta manera un “gilgul neshama”, una transmigración de las almas, o uniéndose a otra alma (“`ibbur neshama” o “dibbuk”); el renacimiento tiene lugar tantas veces como sea necesario hasta que la redención sea realizada (tikkun).

La antigüedad de esas concepciones dentro del Judaísmo no es importante aquí. Tradicionalmente, se remontan a los orígenes de la humanidad y fueron reveladas de manera más completa a través del Rabino Shim`on Ben-Yochai (un contemporáneo del Rabino `Akiva) en el Zohar, a él atribuido(2). Sabemos con certeza que el Zohar es una obra medieval, aunque esto no desmiente las posibles remodelaciones literarias de las antiguas tradiciones y atribuciones seudo-epigráficas a algún personaje reverenciado de la antigüedad. De cualquier forma, el Nuevo Testamento muestra que la creencia en el renacimiento (transmigración) era corriente en tiempos de Jesús. La medida en la que influencias del Lejano Oriente estaban presentes no puede ser considerada aquí; además, no hay evidencia inmediata de semejantes influencias, y hay que hablar más bien de concepciones arquetípicas del alma que pueden surgir entre pueblos y culturas más o menos independientes.

La creencia popular Judía, en tiempos de Jesús y posteriormente, conecta renacimiento con la transmigración de las almas; el mismo Jesús, al menos en la doctrina a él atribuida, profundiza y re-interpreta el concepto. (Es típico de la manera de enseñar de Jesús tomar conceptos familiares y reinterpretarlos, en lugar de crear nuevos). La palabra “palingenesia”, “renacer” aparece en el Nuevo Testamento solamente dos veces (Mat. 19:28 y Tito 3:5) y es empleada en ambos casos en alusión a la era mesiánica: la ciudadanía del Reino de los Cielos de Dios ha renacido. Pero la conversación en Juan 3:1-21 –aunque puede ser un kerigma posterior- penetra profundamente en la esfera conceptual del renacimiento como lo entendía Jesús. En este diálogo Nicodemo pregunta ingenuamente, “Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer”?(v.4). La respuesta de Jesús no es que una persona muere y entonces renace, lo que correspondería al concepto de transmigración de las almas, sino que una persona puede renacer del agua y el espíritu; el espíritu o viento, “sopla donde quiere”(v.8). Solamente renaciendo de esta manera puede una persona llegar a ser ciudadano del Reino de Dios.

Del agua y del espíritu! Espíritu ha de ser entendido en el doble sentido de la palabra Hebrea “ruach” y de la palabra Griega “pneuma”. Ruach-pneuma en sentido bíblico significa tanto “viento” como “espíritu”. En su traducción de la Biblia Martín Buber traduce esta palabra como “Braus” “rugido”.

La conversación de Jesús con Nicodemo, en su enseñanza del renacimiento del agua y del espíritu, es claramente la base del (posterior) sacramento del bautismo. El bautismo en sí mismo, no obstante, de ninguna manera es instituido por Jesús. Él mismo no bautizaba pero se dejó bautizar por Juan (Marc. 1:9). Este bautismo de Juan no presenta ninguna novedad dentro del Judaísmo, pues era un ritual ampliamente practicado por los Judíos de la época, igual que lo es hoy día. La palabra “bautismo” vino a ser malentendida en su posterior desarrollo eclesiástico; más exactamente, se refiere a “tevila”, “baño de inmersión”. Jesús de hecho toma un baño de inmersión en el Jordán, no diferente al de cientos o incluso miles de sus contemporáneos que bajaban al Jordán a completar el ritual de purificación. La ley de la Torah (Lev. 22:6) prescribe el baño de inmersión para numerosos tipos de impurezas, especialmente la de tocar un cadáver o un esqueleto. Los Esenios y las sectas de Qumran conceptualizaron el baño de inmersión como un medio de purificación: una catarsis. El Rabí Akiva incluso fue más lejos en su famoso juego de palabras al final del tratado de la Mishna Yoma: Felices sois, O Israel. Ante quién os purificáis? Y quién os purifica? Es vuestro Padre en el cielo. Como está escrito, “Os aspergeré con aguas puras y os purificaré de todas vuestras impurezas”.  (Ezeq. 36:25). Y continúa diciendo, “O esperanza (mikve) de Israel! O Señor! (Jer. 17:13) –Biblia Hebrea-. “Si el baño de inmersión (mikve) purifica al impuro, igualmente el Santo, bendito sea, purifica Israel” (Yoma 8.9). La palabra “mikve” usada en el texto tiene ambos significados: esperanza y baño de inmersión(3).

El llamado bautismo de Juan, al que Jesús se somete y que podemos caracterizar como el hecho de su renacimiento y comienzo de su ministerio público, ha de ser visto dentro de esta tradición Judía.

Aunque en su conversación con Nicodemo, Jesús enfatiza que el espíritu pertenece al agua (baño de inmersión). Esta es una alusión obvia a Génesis 1:1: “Un viento (=espíritu) de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas”. El exegeta rabínico clásico Rabí Shelomo Ben-Yitschak, llamado Rashi (sur de Francia 1040-1105), cita una midrash en su comentario sobre este pasaje: “El Espíritu de Dios aleteaba como una paloma sobre su nido” (BT, Chagiga 15a). Aquí tenemos una concepción del espíritu de Dios, el cual en forma de paloma aletea sobre el agua durante el renacimiento de Jesús en su bautismo en el Jordán a manos de Juan. La palabra usada en Génesis, “merachefeth”, significa  “cernirse/planerar” o “incubar”; la misma imagen la encontramos en la canción final de Moisés (Deut. 32:11), habla de un águila que revolotea sobre sus polluelos.

Jesús de Nazaret probablemente tenía unos treinta años cuando llegó al Jordán en orden a completar, como muchos de sus contemporáneos, la purificación ritual bajo la guía de Juan. Claramente, en este acto ceremonial deviene consciente de su misión. Sólo en este momento se hace visible para nosotros. La “tevila”, la inmersión, representa el renacer propiamente dicho, cuando la persona es inmersa es cubierta por las aguas; se sumerge en orden a resucitar de nuevo simbólicamente como un hombre nuevo, purificado de sus pecados(4). Esta concepción continuó siendo vital en la comunidad de Jesús.
El nacimiento físico de Jesús está envuelto por la oscuridad. Mat. 1:1-17 y Luc. 3:23-38 ofrecen un árbol genealógico de Jesús, pero ambos se contradicen. Mateo describe un árbol genealógico desde Abraham a Jesús en 3 grupos de 14 generaciones cada uno (14 = 2 x 7, el número sagrado): de Abraham a David = 14; de David al exilio en Babilonia = 14; del Exilio en Babilonia a Jesús = 14 (hacen un total de 42 generaciones). En el relato de Mateo, José, el esposo de María, la madre de Jesús, es un hijo (descendiente) de Jacob. Según Lucas, el mismo José es un descendiente de Elí.

Igualmente, el relato de la disputa en el Templo del Jesús adolescente con los doctores de la Ley pertenece a la leyenda (Luc. 2:41-52). El punto es enfatizar que Jesús no fue estudiante que hubiese recibido conocimiento de un maestro. Aparece más bien como alguien inspirado por Dios, que incluso como joven era superior a los expertos. Es significativo que Jesús sea presentado a la edad de doce años, dado que según una sagrada concepción Judía aún vigente, un joven con 13 años es un “bar-mitsva”, hijo de la Ley (Pirkei-´Avoth 5:25). La narrativa de Lucas quiere transmitir que antes de su madurez religiosa, Jesús ya tenía conocimiento de la Torah, conocimiento que superaba de lejos al de los doctores en la Ley.

Toda la evidencia indica que Jesús era de Nazareth. Aquí también se puede reconocer un intento, quizá algo forzado, de relacionar su linaje con el texto bíblico –o sea, con la visión de la venida del Reino de Paz (Is. 11:1): “Y brotará un retoño del tronco de Jesé/y retoñará de sus raíces un vástago”. Este vástago, o retoño, es llamado en Hebreo “netser” y está asociado con Nazareth (Mat. 2:23).

Una conexión etimológica de este tipo es conocida en la tradición Hebrea como un “´asmakhta”. Un “´asmakhta” no posee ningún valor exegético inmediato sino, más bien tiene un carácter homilético; es un elemento esencial de la Midrash, la exposición legendaria de las Escrituras.

Se puede observar en los motivos tanto de Belén como en el de la huida a Egipto el deseo de presentar al Jesús que era predicado a los Judíos como el Mesías prometido por los profetas y representar su vida como cumplimiento de las profecías; en la tradición de Nazareth vemos, no obstante, lo opuesto. Hay una molesta insinuación en la pregunta: “de Nazareth puede salir algo bueno”? (Juan 1:46). El Mesías tenía que nacer en Belén o en la ciudad Santa de Jerusalem. Jesús viene, sin embargo, de Nazareth, un lugar no mencionado en absoluto en el Antiguo Testamento. Había que descubrir un lazo de unión con un texto bíblico –preferiblemente con una profecía mesiánica- en forma de “derash”, o interpretación homilética.

La imagen de un Jesús carpintero completamente analfabeto ha de ser rechazada, pues ya en la sinagoga de Nazareth Jesús lee en voz alta la sección del profeta, el “haftara”, que es algo que ningún “`am-ha´arets” (completamente analfabeto) podría hacer. Tenemos toda la razón al asumir que Jesús conocía la Biblia Hebrea muy bien, especialmente la Torah y los Profetas. La manera de enseñar de los “Tannaim”, los escolares contemporáneos de Jesús, le era familiar, aunque esto no implica que él mismo fuese alumno de algún famoso maestro. El hecho que lo llamasen “Rabí” sugiere que aparecía ante aquellos a su alrededor como persona completamente conocedora de la Ley. Habría pues que pensar a Jesús como un hombre “auto-educado”, que había estudiado la Biblia en su pequeño Nazareth continuando posteriormente sus estudios hasta alcanzar un nivel revolucionario de conocimiento.

Pero todo esto se hunde en las aguas del Jordán. Es el Resucitado del sepulcro de las aguas el que entra en la historia. La persona que facilita su renacimiento espiritual, su padre espiritual, es Juan el Bautista. Quién era Juan?

Según Luc. 1:5-25, Juan era el hijo de un devoto sacerdote, Zacarías, de la dinastía de Abías (1 Cró. 24:10), y su esposa Elisabet (´Elisheva`), desde mucho tiempo estéril.

El ángel Gabriel –el mismo que anuncia el nacimiento de Jesús- anuncia el nacimiento de Juan al sacerdote Zacarías en el Templo durante el servicio. En el relato del nacimiento de Juan, hay numerosos elementos del Antiguo Testamento entrelazados. Zacarías y Elisabet tienen la misma edad y esterilidad que Abraham y Sara. El anuncio del nacimiento milagroso de Juan  recuerda el del juez Sansón; como Sansón, Juan (Yochanan) será un “nazir” (Nazareno; Jue. 13:4-5), alguien que no bebe vino ni licor alguno embriagante (Luc. 1:15). La institución Nazarena –un grupo de hombres que de por vida o durante cierto periodo de tiempo mantiene el voto de abstinencia de alcohol y se dejaban crecer el cabello, viniendo a ser identificados como hombres dedicados a Dios- es establecida en la Ley de los Nazarenos (Núm. 6:1-21)(5). En tiempos de Juan era tan estrictamente observada que la Mishna le dedica todo un tratado, titulado Nazir, a esta institución.

                                 
La institución Nazarea compartía ciertos rasgos bárbaros con otros movimientos ascéticos y estaba consecuentemente asociada con los Recabitas (1 Cro. 2:55; Jer. 35), quienes igualmente rechazaban el alcohol y vivían en tiendas en el desierto en lugar de en un lugar permanente. Un comentario en Luc. 1:80 sugiere que cuando joven Juan estuvo cerca de los Recabitas –extraordinario para el hijo de un sacerdote: “El niño crecía y se fortalecía en espíritu, y moraba en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel”. Recientemente, ha habido en algunos estudiosos una tendencia a ver una conexión entre Juan y Qumran. Según este punto de vista, el niño no puede haber permanecido solo en el desierto sino que fue probablemente educado en la sociedad monástica de Qumran según el espíritu de la secta. Juan es visto, más allá de su violente muerte (Marc. 6:27-29), como el retorno de Elías, que estuvo él mismo muy conectado al desierto.

Sobre el fundamento del legendario relato de la Visitación (Luc. 1:39-56), Jesús y Juan deben haber tenido aproximadamente la misma edad, quizá Juan era unos meses mayor, dado que ambas madres, María y Elizabet, estaban embarazadas al mismo tiempo. La tradición de la Visitación es tan poco clara que el lugar de encuentro de las dos mujeres es identificado solamente como “un pueblo en las montañas de Judá” (v.39), posteriormente pensado como Ein Karem en las cercanías de Jerusalem. Aunque este informe no tiene fundamento histórico, su significado kerigmático está, no obstante, claro. Juan tiene que ser al menos unos meses mayor que Jesús en orden a que su papel como “precursor” pueda parecer sensible. Las dos madres bendecidas han de encontrarse mutuamente de manera que el plan de salvación de Dios pueda ser hecho visible. La leyenda, no obstante, es completamente transparente. Se puede reconocer fácilmente que una más antigua tradición de los discípulos de Juan transformó el nacimiento de su maestro en milagroso. Los discípulos de Jesús no podían simplemente descartar esta tradición, así que desarrollaron ellos un nacimiento más milagroso aún. Es sorprendente que no tengamos noticias del nacimiento de ninguno de los discípulos o apóstoles sino solamente una leyenda detallada del nacimiento de Juan. Se podría esto explicar mediante una tradición independiente emanante del círculo de Juan, posiblemente relacionada en cierta manera con Qumran?

En el nacimiento de Juan hay que señalar también la pérdida temporal de la facultad del habla que afectó a su padre, Zacarías. Es presentada como castigo por haber dudado del anuncio del nacimiento del niño. Pero a un nivel más profundo un motivo diferente es discernible. Los grandes predicadores eran a menudo afectados por una pérdida temporal del habla o por un impedimento en ésta; simbólicamente esto significa la pesadez de la Palabra de Dios en la boca de los hombres. Moisés era un hombre “torpe de palabra” (Éx. 6:12), y los labios de Isaías hubieron de ser purificados por el fuego primero con un carbón encendido tomado del altar por un ángel (Is. 6:5-7).

Juan es introducido como heraldo, específicamente como uno que “grita” en el desierto. Un impedimento del habla ha de preceder este grito –aquí, sin embargo, es transferido al padre.

En su circuncisión se suponía que Juan debía ser llamado como su padre, Zacarías (Luc. 1:59). La costumbre de dar al hijo el nombre de su padre es muy rara entre los Judíos; en cualquier caso, no es ciertamente una costumbre, como asume el Cristiano Pagano Lucas. (Se sabe del caso, por ejemplo, en el libro de Tobías, en que tanto el padre como el hijo son llamados Toviya, Tobias(6). En el Talmud igualmente hay algunos casos en los cuales padre e hijo llevan el mismo nombre. Hoy día en la sociedad Judía el nombre del padre se le da normalmente al hijo solamente cuando el nacimiento tiene lugar después de la muerte del padre). Aquí, sin embargo, tanto la madre como el padre quieren llamar al niño Yochanan (Juan), lo que causó sorpresa entre sus conocidos, dado que nadie en su familia se llamaba así.

A lo largo del desarrollo kerigmático y dogmático, Juan vino a ser visto como el último profeta de la Antigua Alianza y el primero de la Nueva Alianza, el “primer exégeta de Jesús”, como lo llama Claus Westermann. Sobretodo Juan era visto como precursor de Jesús y necesariamente fue perdiendo importancia en la misma medida en que Jesús la adquiría.

Juan, o Yochanan, como probablemente se llamaba a sí mismo, es visto por Josefo como uno de los predicadores del arrepentimiento con más éxito de su época, no como un personaje más. Tenía su propio grupo de discípulos, probablemente más grande que el de Jesús. Así en Hechos 18:24-28 hay un informe sobre un judío de Alejandría, llamado Apolo, nombre completamente Griego, que vino a Éfeso y continuó allí la tradición bautismal practicada por Juan. Este Apolo es sin duda un Judío de la diáspora que vino a estar asociado con el grupo de Juan antes de unirse a la comunidad de Jesús. No sabemos, no obstante, cuantos discípulos de Juan no dieron este paso. Ver a Juan solamente en relación a Jesús es algo miope. Habría que mirar a Juan desde una perspectiva más amplia: o sea, desde la del movimiento de arrepentimiento de su época, en la que muchos predicadores renovadores como él estuvieron involucrados.

El gobierno extranjero Romano en el país y el violento régimen de Herodes Antipas eran vistos, como en muchos otros momentos críticos de la historia Judía, como los dolores de parto mesiánicos. En aquellos caóticos tiempos, de los que Juan el Bautista decía, “Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mat. 3:10), había aún un refugio: Dios mismo. El tratado de la Estoa dice, “En quién podemos confiar (en el tumulto de semejante época tan peligrosa)? En nuestro Padre en el cielo” (9:15).

La predicación de Juan es una manifestación de la inminente expectativa del “día grande y terrible” del que habló Malaquías (4:5): “He aquí que yo enviaré a Elías el profeta antes que venga el día de Yahvé, grande y terrible”. Juan también era visto por sus contemporáneos, a la luz de esas palabras de Malaquías, como el retorno de Elías.

Respecto al estilo de vida de Juan, sabemos que vestía una piel de camello, y un cinturón de cuero, se alimentaba de langostas y miel silvestre. El comer langostas no violaba las leyes sobre la comida en la Torah (Lev. 11:22); la Mishna trata las características particulares de esas langostas aceptables para el consumo. En este caso, no obstante, comer langostas probablemente también ofrece una interpretación figurativa de cómo los profetas manejaban los símbolos (como en Oseas, Ezequiel, y Jeremías). Las langostas son señal de juicio en el profeta Joel (1:4, 2:25), y en el relato de las diez plagas de Egipto están conectadas con el juicio de Dios (Éxod. 10:1-20).

Al contrario de los hombres de Qumran, Juan vivía solo (ofreciendo, pues, un modelo para los futuros Eremitas Cristianos). Da la impresión y cabe la posibilidad que Juan fuese un “shaliach”, un apóstol de la secta de Qumran, que perseguía una misión interna, dirigiendo su servicio a aquellos fuera de la comunidad. Mientras la gente de Qumran formaban una santa hermandad, Juan se va al desierto donde los Qumranitas tenían su centro. Llama a las masas al desierto para el arrepentimiento y el baño de inmersión. Este desierto ha de ser entendido como un “desierto de piedras”. Por ello Juan elige su famosa metáfora según la cual los nuevos hijos de Abraham surgirían de esas piedras en el desierto (Luc. 3:8). Quizá no sea erróneo ver aquí una alusión a la leyenda de la esposa de Lot, convertida en piedra (la llamada estatua de sal es de hecho una gran piedra) en el desierto debido a su desobediencia (Gén. 19:26; cf. Luc. 17:32). La desobediencia lleva a la petrificación del corazón, que es precisamente lo que la leyenda expresa en lenguaje simbólico. Si el juicio de Dios convierte en piedras a los hombres, la gracia de Dios puede hacer hombres de las piedras, una imagen que encontramos en los profetas en la forma de la conversión del corazón de piedra en un corazón de carne (Ezeq. 36:26).

La inmersión o bautismo ritual de Juan no representa algo único en su época. Además está documentado con frecuencia entre los Esenios. Aunque el baño de inmersión no es conocido de los antiguos profetas en esta forma. Ezequiel habla solamente de rociar con agua pura (36:25), lo que seguramente no era la misma cosa, dado que recuerda el ritual de purificación en el cual las cenizas de una novilla roja se mezclaban en agua (Núm. 19:17-22).

Aunque el agua es el elemento más conocido de Juan, el fuego también era un elemento de su predicación. Aparece en las pocas palabras de Juan que nos han sido transmitidas: “Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”(Luc. 3:9), y continúa diciendo, “Yo os bautizo en agua; pero llegando está otro más fuerte que yo…… El os bautizará en el  Espíritu Santo y en fuego. En su mano tiene el bieldo….. y almacenará el trigo en su granero,, mientras la paja la quemará con fuego inextinguible” (vv. 16-17). En Mateo 3:10-12 estas tres frases se siguen una tras otra en sucesión inmediata.

El agua del baño de inmersión en el Jordán precede el fuego de la revelación (el Espíritu Santo) y del juicio, igual que en el Antiguo Testamento el agua del diluvio precede al fuego de la revelación (el fuego de la zarza ardiente en el Monte Sinaí).

Entre los muchos Judíos que pasaron por el baño ritual de inmersión uno de ellos era Jesús de Nazaret. Puede parecer algo inaceptable dado que el ritual era realizado para la purificación de los pecados. Aunque una vez que el maestro transformado aparece en el círculo de sus discípulos –como sin pecado- la purificación a manos de Juan parece insignificante. Mateo, una versión posterior a la de Marcos, informa que Juan se niega a bautizarle, afirmando que es él quien necesita ser bautizado por Jesús (3:14). Jesús le ordena, no obstante, que complete el ritual, así el Jesús que sale de las aguas del Jordán es proclamado por una voz celestial Hijo de Dios.

Comparado con la propia proclamación como “voz de uno que grita en el desierto”, las palabras de la voz celestial son análogas a la Escritura de Consolación en la segunda mitad del libro de Isaías. Aquí también hay una alusión al siervo de Dios(Is. 42:1), sobre quien el “ruach”, el espíritu de Dios, se posa.

Es obvio que esta historia involucra adiciones posteriores. Si Juan hubiera estado convencido que Jesús era el Mesías esperado; si Juan hubiese sido testigo de esta “bath-kol”, esta voz celestial; si Juan hubiese de hecho dicho que no era digno de desatar las correas de las sandalias de Jesús (Marc. 1:7), entonces la pregunta que envía a Jesús cuando en prisión no tendría sentido(7).

Después de su renacimiento en el Jordán, Jesús como su maestro Juan, se marcha “solo” al “desierto”. Aquí se identifica claramente con la sucesión de Juan. Ahora podemos comprender la afirmación que Jesús, después de su bautismo, fue llevado, al desierto por el espíritu donde es tentado por Satán. Esto sitúa a Jesús naturalmente en compañía de Moisés y Elías –quienes experimentaron sus revelaciones en la soledad del desierto- así como sucesor de Juan.

Jesús permanece en el desierto cuarenta días (Marc. 1:12-13). Esos cuarenta días tienen claro paralelo con los cuarenta días de Moisés en el Monte Sinaí, los cuarenta años de Israel en el desierto, y los cuarenta días del peregrinaje de Elías a través del desierto hasta la montaña de Horeb. El número cuarenta significa, en el uso bíblico, un largo periodo de tiempo, no es necesario adjudicarle precisión numérica alguna a este.

Después de la tentación en el desierto –periodo este de meditación y auto-negación, podría decirse- Jesús se separa internamente de Juan. El texto continua (Mat. 4:12; cf. Marc. 1:14; Luc. 4:14-15): “Habiendo oído que Juan había sido preso, se retiró a Galilea. Dejando a Nazaret, se fue a morar en Cafarnaúm (Kefer-Nachum), ciudad situada a orillas del mar, en los términos de Zebulón y Neftalí”. Así solamente después que Jesús se entera de la encarcelación de Juan es que deja el desierto –o sea, la forma de vida y tradición de su maestro- para seguir su propio camino.

El bautismo en el Jordán es el renacimiento de Jesús. Aquí entra en la luz de la historia. Aunque continúa estando a la sombra de Juan hasta que se separa internamente mediante los cuarenta días de soledad. Después que Juan es hecho prisionero, Jesús asume el liderazgo del circulo de discípulos preparados por Juan para un despertar escatológico.

Ahora Jesús es él mismo; el proceso de individuación parece estar completo. Es natural que Jesús, después de este periodo en el desierto, regresa inmediatamente a su pueblo, Nazaret, presumiblemente en orden a recuperarse de los rigores de la estancia en el desierto. Sabemos que no pudo realizar ningún milagro en Nazaret, como dice el proverbio original Hebreo, “´Ein navi´be`iro”, “ningún profeta es bien recibido en su patria” (Luc. 4:24). Sin embargo, elige los más íntimos alrededores de su pueblo natal como lugar para comenzar su ministerio público, para anunciar la inminencia del reino de Dios.

No hay que olvidar que Juan, el asceta, realiza su llamada desde el ardiente, y pedregoso desierto de Judea, mientras que Jesús la realiza desde el más placentero paisaje alrededor del Lago Kinnereth (Genesaret), el lugar más bonito del país. A primera vista, su llamada suena como la de Juan: “Arrepentíos porque el reino de los cielos está cerca”(Mat. 3:2, 4:17). En el texto Griego tenemos la palabra “metanoia”, “cambiar la mente”, “convertirse”, en lugar del concepto de arrepentimiento. Sin embargo, habría que profundizar algo más hasta llegar a la noción Hebrea de “teshuva”, aquí referida. Este concepto Hebreo significa simultáneamente “regreso” y “respuesta” y es central en la ética rabínica. Las puertas del regreso están siempre abiertas, y una hora de regreso completo es mejor que una vida en el mundo venidero. Los rabinos exaltan el regreso, el cual representa la más grande posibilidad de una persona: o sea, corregir una dirección errónea y regresar al origen, a Dios. En un sentido más simple, sin embargo, la palabra “theshuva” también significa “respuesta”. Teshuva: el regreso es la respuesta a la llamada de Dios a la humanidad, el “Dónde estás” (Gén. 3:9), que había sido preguntado a Adán. El hombre, regresado, responde como Abraham hizo: “aquí estoy” (Gén. 22:1).

Juan no fue el primero o la única persona que realizo la llamada para el “teshuva”. Teshuva es un motivo básico del Judaísmo. Ni tampoco fue Jesús el último en realizar esta llamada de arrepentimiento y regreso en Israel. Pero me parece que esta misma llamada realizada por Juan, quien regaña incluso a los penitentes con insultos como “raza de víboras!”(Mat. 3:7), es más ruda en tono que la de Jesús. No es posible imaginarse a Juan pronunciando las palabras de Jesús “Venid a mi todos los que estáis cansados…….” (Mat. 11:28-30).                           
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1.     Mal. 3:23 en la Biblia Hebrea (“Os enviaré el profeta Elías antes de la llegada del día terrible del Señor”—JPS, HEBREW-ENGLISH TANAKH).
2.     El Zohar (Lit. Brillo) es la obra más importante de la Kabala, la tradición del misticismo Judío. Aparece por primera vez en León, Castilla, España en el siglo XIII, circuló a través de un Judío Español llamado Moisés de León. Afirmaba haber “descubierto” la antigua sabiduría del Rabí Shim`on Ben-Yochai (siglo II d.C.), escrita durante los trece años que el gran sabio de la Torah vivió escondido en una cueva, junto a su hijo, en orden a evitar ser descubierto por los Romanos. Aparte del Talmud y la Midrash, no hay obra en el Judaísmo que haya ejercido mayor influencia en los últimos 600 años.
3.     No hay relación histórica entre estos dos significados. Más bien la palabra “mikve” representa un derivativo separado de raíces Hebreas homófonas, “esperar, esperanza, y reunir. 
4.     Hasta hoy, “tevila” inmersión en un “mikve” (baño ritual), es una parte fundamental de la conversión al Judaísmo. Al salir del baño, el converso es en cierto sentido “nacido de nuevo” como Judío.
5.     Respecto a Juan, no hay mención de prohibición de cortarse el cabello, aunque esto también pertenece a la esfera de prohibiciones que afectan a los Nazareos.
6.     El libro de Tobías es un apócrifo incluido en la Septuaginta, canonizado por la Iglesia Católica. Como es el caso con todas las obras escritas después del periodo de Esdras el escriba (siglo V a.C.), el Libro de Tobías está fuera del canon Judío, dado que los Rabinos entendía que el periodo de revelación profética había pasado con la reconstitución de una comunidad Judía Palestina bajo la guía y liderazgo de Esdras.
7.     La situación del encarcelamiento y muerte de Juan en la fortaleza de Macheron, situada al norte del Mar Muerto a unos 15 kms al sureste de la boca del río Jordán, viene de Josefo (Antiguedades de los Judíos, 8.5.2.












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