domingo, 17 de febrero de 2013

EL DÍA DE LA EXPIACIÓN


EL DÍA DE LA EXPIACIÓN
Quizá el ejemplo más vívido del ritual de expiación en Levítico es el ritual del Día de la Expiación en el capítulo 16. Este ritual requiere el sacrificio de un novillo y dos machos cabríos. El sumo sacerdote (Aaron) echará las suertes sobre los dos machos cabríos y tomará uno para el Señor, y lo ofrecerá en sacrifico. El otro es dedicado a “Azazel” y es llevado al desierto. Azazel no aparece en ningún otro lugar, aunque es evidente que es una especie de demonio. En el antiguo Medio Oriente, todo los problemas eran explicados como causados por demonios furiosos que habían de ser apaciguados mediante ofrendas u otros medios. En contraste, hay escasas referencias a demonios en la Biblia. (Si aparecen, no obstante, en los escritos Judíos del periodo Heleno, como es el caso de los libros de Tobías y I Enoch.) Azazel es probablemente una reliquia de una etapa de la religión Israelita cuando los demonios tenían un papel más prominente. Quizá los demonios eran más importantes en la religión popular Israelita que en los escritos conservados en la Biblia. Poco se sabe de Azazel, y es difícil saber qué papel tenía en la religión Israelita. Aparentemente era lo suficientemente importante hasta el punto que había de ser apaciguado mediante la ofrenda de un macho cabrío. El macho cabrío no es sacrificado, sino simplemente enviado al desierto, donde presumiblemente vivía Azazel.

No se trata aquí de especular, al considerar Levítico 16, sobre los orígenes de Azazel, sino de reflejar la manera como funcionaba el ritual. “El sacerdote impondrá ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo y confesará sobre él todas las iniquidades de los israelitas, todas sus rebeldías y todos sus pecados; los cargará sobre la cabeza del macho cabrío y lo enviará al desierto por medio de un hombre designado para ello”(16:21-22). Las iniquidades (pecados) no son objetos materiales que puedan ser empaquetados y puestos en la cabeza de un animal. Son acciones que la gente ha realizado (crimen, por ejemplo), y en muchos casos no pueden ser desechas. La acción del sacerdote, pues, es simbólica, y la efectividad de su acción depende de la fe de cada uno involucrado. Cuando el ritual es realizado correctamente, los pecados del pueblo son llevados lejos al desierto. Así como un juez en un tribunal tiene el poder de declarar a alguien culpable o inocente, el sacerdote tiene el poder de declarar el perdón de los pecados. La legitimidad de un tribunal depende del consenso de una sociedad. Similarmente, la efectividad de un ritual depende de su aceptación en una determinada sociedad. Se asume en Levítico que esos rituales están prescritos por Dios, y que el pecado es perdonado porque Dios así lo declara. Dios, por lo tanto, habla a través del sacerdote.

Aunque no podemos verificar la aceptación divina del ritual, podemos asesorar sus efectos en la gente que lo practicaba. Podemos imaginar que el pueblo cuando se acercaba el Día de la Expiación cargada como estaba por la sensación de pecado sentiría un gran alivio cuando veían al chivo expiatorio desaparecer en el desierto. Esta gente quizá se determinara a no volver a cometer pecado en el futuro, aunque este no es necesariamente el caso. Se puede comprender que un individuo que realizaba una ofrenda por su pecado era perdonado no solo por Dios sino por la sociedad que reconocía la validez del ritual. La eficacia del ritual, sin embargo, depende de su aceptación. Una persona que no creyese que el macho cabrío llevaba el pecado de la gente al desierto difícilmente podía sentir ningún tipo de alivio cuando éste desaparecía en el desierto.

Las leyes Sacerdotales en Levítico pueden dar la impresión que los sacrificios funcionaban automáticamente, pero en otras partes de la Biblia encontramos a menudo que los rituales sólo son efectivos cuando dan expresión a las genuinas humanas intenciones. Encontramos en los profetas que éstos son muy críticos del culto sacrificial, cuando no estaba acompañado por la práctica de la justicia (ver especialmente Amos 5). Los Salmistas también eran conscientes de los límites del ritual. “Pues no te complaces en sacrificios”, dice Salm. 51:18-19, “Si ofrezco un holocausto, no lo aceptas. Dios quiere el sacrificio de un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias”. Levítico, sin embargo, asume que Dios se complace en el holocausto y que el ritual es efectivo cuando es realizado correctamente.         


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